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PEDAGOGÍA DE LAS DIFERENCIAS Prof.

Olga Echevesti

Entrevista a Jorge Huergo, comunicador y educador popular

por Provitilo @ 2005-11-23 – 22:37:05

“Lo educativo como arma de emancipación”

Con una vasta trayectoria coordinando proyectos comunicacionales y educativos junto a diferentes
movimientos sociales y grupos comunitarios, el docente e investigador de la Carrera de Periodismo
y Comunicación Social de la Universidad de La Plata, analiza la nula apuesta que existe en la
sociedad civil por el trabajo educativo, al tiempo que destaca positivamente las nuevas prácticas
juveniles que vienen proliferando en el terreno del arte. “En lo artístico cultural se están
inscribiendo valores de enseñanza que entran en contradicción con el orden hegemónico”,
sostiene.

Lleva más de 25 años recorriendo organizaciones sociales de todo el país y trabajando con grupos
de jóvenes y estudiantes. Docente e investigador, devoto de Paulo Freire y los postulados de la
educación popular, Jorge Huergo enfatiza la compleja relación que existe entre la reflexión y la
intervención social. “Hay una variedad importante de instancias de reflexión que tienen que ver con
la práctica que llevan adelante las organizaciones populares –apunta-. Uno puede hacer desde la
tematización una fuerte crítica a la dominación y los mecanismos de dominación, -sean de clase,
antagonismos sociales o lo que fuere- y después en la metodología de intervención reproducir los
mismos modos de dominación. La reflexión sobre la coherencia entre la práctica y el ideario de la
organización es algo que no siempre se trabaja satisfactoriamente”.

¿Por qué?

Pienso que tiene que ver con algo que han asumido algunas organizaciones sociales: el valor de lo
educativo, la politicidad de lo educativo y la poca apuesta que hay sobre el trabajo educativo. No
solo lo que tiene que ver con el pronunciamiento de la voz, lo que ya es mucho decir, sino lo
educativo en términos de una mayor capacidad de análisis y de ampliación del sentido de la
práctica dentro de la sociedad. A mí me parece que eso ha golpeado mucho, tiene que ver con la
crisis de las instituciones de formación y se ha generalizado a otros campos.

¿Cómo juegan las construcciones hegemónicas en el interior de estos movimientos?

En el último tiempo, la hegemonía se ve claramente en cómo se ha construido la noción de


peligrosidad: ahí hay algo muy importante que tiene que ver con localizar e identificar al otro como
sospechoso. Y todo eso no solo circula en la organización o la sociedad civil, sino que se despliega
en el imaginario cotidiano. Esto es grave porque establecen una especie de generalizada sospecha
no solo sobre las acciones, sino sobre los intereses de los sectores más desprotegidos.
De todos modos uno encuentra organizaciones que trabajan muy fuertemente sobre ese eje,
podrán ser buenos o malos, pero recuperan el potencial emancipador que tiene lo educativo. La
educación tiene todas sus cosas negativas pero indudablemente es una herramienta de
emancipación fundamental que no se la toma demasiado en serio. No solo en los sectores
populares, también las clases media le dan un escaso valor. Estamos en una sociedad muy
centrada en el consumo y existe una gran tinelización de la cultura: el boludeo, el sacar ventaja,
que las acciones se basen en el egoísmo. Todas estas cosas no construyen; las nuevas

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tecnologías, el teléfono celular van guiando el patio de objetos con el cual el sujeto se maneja
todos los días pero que, en última instancia, no es una apuesta hacia algo más colectivo: todo
finaliza con el cierre sobre los logros personales. Es esto, fundamentalmente, lo que le hace el
juego a la hegemonía.

En los últimos años, sin embargo, la dimensión educativa fue asumida como una bandera de
batalla por muchas organizaciones sociales y políticas

Creo que existe un mapa muy variado de experiencias, algunas que todavía son deudoras de cómo
entender lo político que no se corresponden con lo que pasa hoy, otras que se aíslan y evitan dotar
a sus prácticas de un sentido político por temor a contaminarse, a veces con la sospecha de
aquello que los vincula con el poder. Otros grupos se han ido inscribiendo o adecuando a las
prescripciones de los organismos de financiamiento. También están quienes incorporan lo
educativo como herramienta de transmisión de idearios políticos. Y, finalmente, las organizaciones
que actúan como reflejo: comedores comunitarios que trabajan directamente lo educativo pero que
han adoptado estas ideas sobre la peligrosidad del otro. Gente que ha nacido como movimiento
vinculado a su situación de desocupado pero que terminó asumiendo el discurso de los medios.
Por eso creo que hay un doble proceso: por un lado una riqueza muy grande en cuanto crecimiento
de experiencias, y por otro la atomización de los movimientos sociales, como un hacerle el juego –
involuntariamente- a la hegemonía y a la dominación, lo cual genera un panorama incierto en esos
sectores. Lo educativo y lo comunicacional, pareciera, siguen estando muy ligados a la relación
dominante y dominador en un sentido micro: tomar la palabra, la espontaneidad de los saberes, las
formas de expresión y todo aquello que se denomina como basista.

Da la sensación de que los dominados trabajan a favor de su propia dominación, ¿es realmente
así?

Creo que es efectivamente así. Los dominados trabajan a favor de su propia dominación porque en
los sectores populares existe una idea muy instalada que tiene que ver con la horizontalidad para
organizarse y la autodeterminación para perdurar. Y esto genera sospechas, un purismo político
del cual no se puede escapar. El proceso culmina con muchos grupos que terminan
automarginándose y no inscribiéndose en una construcción más colectiva. Esto, involuntariamente,
acentúa la dominación del dominante. Después está la cuestión más cultural, organizaciones cuyos
integrantes son jóvenes y dicen “los piqueteros son peligrosos, delicuentes”, ahí se comprueba que
muchas veces se confunde el enemigo.
Por eso se deben conformar espacios educativos, pero también, pensar lo educativo a partir de la
creación, la problematización, no solo desde la identificación de grupos contestatarios, sino como
entrada que produzca nuevas prácticas y nuevas reflexiones. Si yo soy peligroso por ser joven, es
vital desmantelar eso que permita desarrollar otro pensamiento que adquiera un papel visible en el
debate público. Algunas organizaciones políticas, en el caso contario, suelen montarse sobre
disgustos sociales, reclamos o rechazos como sucedió con en el caso Cromañón: allí es muy fácil
usar políticamente ese hecho y sobrevictimizar a las víctimas. Si uno aprovecha de la situación o
de la coyuntura e intenta interpelar en base al conocimiento de esa situación, seguramente algún
logro obtendrá. Ahora, de ahí a que eso signifique un trabajo colectivo sustentado en la reflexión
hay un trecho largo.
La CTA, por ejemplo, tiene una construcción política muy interesante. No es solamente una
construcción sindical sino que también es intelectual. Después existen otras ideas que aportan: la
apuesta a los movimientos sociales como actores políticos, el caso del Encuentro por la Soberanía
que se gestó en Rosario. Es interesante observar el desplazamiento que han hecho algunas
instituciones políticas para abrirse a lo que es el movimiento de la sociedad.

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En el trabajo que realiza con jóvenes y en un tiempo de cambios tecnológicos en el cual las
identidades parecen mutar permanentemente, ¿cómo analiza los comportamientos juveniles dentro
de los grupos?

Pienso que hay mucha mezcla, uno no podría decir que los jóvenes son totalmente conformistas.
Existen una serie de condiciones que se han creado para que los jóvenes consuman ciertos
objetos y elijan ciertos comportamientos. Sin embargo observo en muchos grupos ligados a lo
artístico popular -no en el sentido culto de la palabra o como producción a consumir, sino de arte
como construcción social- a jóvenes adhiriendo a una serie de valores interesantes. Allí hay un
proceso que hay que mirarlo con mucha atención, e incluso, con optimismo. En esta sociedad en la
que se han multiplicado las pobrezas no solo se trata de subsistir, los jóvenes están armándose
contra la pobreza de protección y contra la pobreza de comprensión. Van leyendo el mundo y la
realidad de acuerdo a un modo que uno no compartiría pero es un ejercicio interesante.
En muchas de esas expresiones uno observa que hay peleas para vivir mejor y muchas veces no
son batallas individuales sino que tienen un fuerte espíritu solidario. El valor de la amistad en los
jóvenes está muy arraigado, formas de amistad que están muy anudadas a vivir la sexualidad,
como si se tratara de una construcción entre sexualidad y amistad. Esto es positivo pero no en
sentido absoluto: es como una lucha por vivir mejor de lo que han sido condenados a vivir. No es el
ideal pero son caminos, hay que mirarlos y acompañarlos, no digo alentarlos, pero sí seguirlos,
aprender nuevos modos que, algunas veces, son muy lindos de ver. Porque en todo caso son
prácticas que se leen políticamente.

¿Por dónde pasaría la articulación y la construcción colectiva frente a respuestas juveniles que se
vislumbran como inestables y fragmentadas?

Creo que las experiencias en los diversos lugares donde existan prácticas contrahegemónicas y
alternativas no son estériles, son interesantes. Ahí es donde uno tiene que empezar a mirar
procesos que son más largos, cuestionarse cómo trabajar la intervención pero también observarlo
como complejidad. No me animaría a decir que esas expresiones culturales son conformistas,
existen lecturas oposicionales que se hacen y por eso advierto que hay crecimiento en esas
lecturas. Es cierto que se quedan ahí y no se pasa a la acción, pero claramente hay algo de
politicidad en la práctica. Y tal vez lo que no se encuentra son los modos de plasmar una forma de
lo político que no sea a través de las instituciones que conocemos. La articulación colectiva no se
sabe si se va a dar a través de los partidos tradicionales, sí pienso que hay una carga de lo político
en muchas de estas prácticas que se deben seguir atentamente.
Lo mismo pasa con las subjetividades, las personas que componen y se involucran en los
movimientos sociales. Hay muchos jóvenes que sufren en las organizaciones y uno observa que a
veces es la propia organización la que los aplasta, por más que tengan idearios de lo más
progresista terminan siendo angustiante para los propios sujetos. Y ese es otro tema a reflexionar,
el proceso de formación. De todos modos hay cada vez más inquietudes y demandas de
acompañamiento para este tipo de procesos, organizaciones como H.I.J.O.S de Capital Federal
que tiene inquietudes en este sentido y se preocupan mucho por indagar en las marcas históricas
de las organizaciones: de dónde provienen los sujetos, la ternura, el dolor. La fuerza que se ven en
esos pibes no se encuentran fácilmente y con ese mismo tenor tiñen su propia reflexión.

¿Qué cambios culturales, si es que los hubo, cree que introdujo el trágico episodio del boliche
República Cromañón?

Lamentablemente, suele suceder que los hechos más dramáticos son los que cristalizan
situaciones que operan en la sociedad y que no se ponen sobre el tapete. Cromañón ha tenido, sin
duda, un efecto educativo y digo lamentablemente porque cuesta mucho que haya efectos
educativos en los hechos sociales. Pareciera que tuvieran que pasar situaciones gravísimas para

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que surjan estos efectos. Abren cuestiones alrededor que muchas veces desencadenan procesos
que no están directamente vinculados pero que cristalizan a partir de un acontecimiento que
impacta. En ese sentido, la masacre de Once lamentablemente fue positiva. Así como también
apareció la sobreculpabilización del culpable, lo cual habla de la sociedad que tenemos. Son dos
extremos que abrieron grietas: desprotección no solo del estado sino de la sociedad civil y los
efectos que produjo culturalmente.

¿De todos modos, no se advierten cambios visibles si se toma en cuenta los riesgos que continúan
asumiendo algunos jóvenes a través de sus prácticas?

Cuando no hay una identificación colectiva más amplia, las identidades comienzan a resolverse de
manera muy sectaria con altos grados de intolerancia. Aparecen fronteras que tienen que ver con
la imposibilidad o la ausencia de una referencia más colectiva. Efecto de fragmentación y
sectarización que no pasa solo, por ejemplo, con las tribus skinheads que desarrollan sus atributos
identitarios muy fuertemente, sino con otros nucleamientos más débiles. Las denominadas tribus
urbanas no son un fenómeno exclusivo de los jóvenes: solo que en el segmento juvenil el rechazo
se formula de un modo muy dramático. Porque son cuestiones de corto alcance que se vinculan
directamente a cómo viven el tiempo estos sectores, que hoy es radicalmente diferente al de las
generaciones pasadas.

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