Sentados en el interior de ese cómodo, alcoholizado, y gran ambiente lleno
de señores que parecían estar en una paz absoluta, en el cielo, bebiendo de el elixir de la vida sin saber si lloraban de felicidad o de tristeza, la verdad se confundía la una de la otra. Este bar tenía la fama desde hace mas de 120 años de ser el "chupodromo" mas concurrido de la zona, presidentes, altos funcionarios, bailarinas, espías, sacerdotes, y gente común y corriente venia. Solo faltaba que el papa pisara este lugar regalando bendiciones a quien con un bazo de cerveza le rindiera una oración.
— ¡Alberto!— lo llamo Andrea, su hermana, muy amarga.
— ¿Qué?— respondió casi inconscientemente con la cabeza pegada a la mesa, con dos cajas de cerveza en el piso y unas cuantas botellas, las tres últimas vacías y una a mililitros de terminar. —Vamos a la casa, de una vez— le gritó como una madre. — ¿Para que?— dijo con esa típica voz de borracho —Es Vanessa, te está buscando.
Dentro de su alcoholizado estado, algo de sobriedad pareció aparecer de
repente, y pedir que no, que no se lo llevasen de este Olimpo, de este valhalla lleno de caídos en acción y lamentadores de hechos. —Vanessa se veía muy preocupada, y te esta buscando, ya sabes ella no sabe que estas aquí, solo en casos extremos vienes a este lugar a perderte con estos pecadores, ha! tengo la culpa por encubrirte cada vez que te vienes a emborrachar— y le golpeó en la cabeza —La vida, es una maravillosa experiencia, aterradora cuando una nueva vida, viene de ti, sin querer— decía en su estado de trance. — ¿Qué?— dijo Andrea aun sin entender de que demonios estaba hablando — Noche de pasión tremenda. — ¿Ah?— se rascaba la cabeza mientras alejaba a los borrachos que se le acercaban. —Ella me dijo... —Bien hermano ¿Qué te dijo? — le preguntó esperando una respuesta lógica y coherente. —Que estaba embarazada...— dijo casi susurrándole a la mesa, Andrea a duras penas logró escuchar, pero escuchó muy bien la parte de "embarazada". En ese momento dio el grito al cielo, todo el mundo la quedo observando, al cantinero no pareció sorprenderle pero todos los demás le prestaron un poco de su atención por tan solo un minuto. Andrea miró de izquierda a derecha, y se tapo la boca, se acerco a el y le dijo al oído
— ¿Estás seguro?—su cabeza seguía contra la mesa y daba signos de
seguir vivo. — ¡Ay! que digo, está borracho, no puede mentir. — ¡Qué has hecho!— le gritó, de nuevo el cantinero que parecía saber lo que ocurría.
El cantinero había trabajado aquí toda su vida, su padre y su bisabuelo
también lo hicieron. Los borrachos seguían tirados en el suelo, y el alma de Alberto se encontraba dividida en muchas botellas de cerveza. Andrea trató de levantarlo pero en vano fueron sus esfuerzos, y lo dejó sentado de nuevo. Andrea salió corriendo de la cantina en busca de Vanessa.
Y como en un acto de resurrección, Alberto logró tomar un bazo y vertió en
ella lo último del néctar de la botella que quedaba pendiente.