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Cuentos oscuros para el niño ciego

Kevin Morán

El niño ciego no había nacido ciego y mucho menos tuerto. El niño ciego
se hizo ciego a la edad de 2 años, cuando aprendía hablar y a observar el
mundo con esos ojos enormes, cuando le dio una fuerte fiebre que terminó
en meningitis y esta acabó dañando una región de su cerebro, el que
procesa las imágenes.

Su madre era una adolescente, y desde el nacimiento del niño, mostró su


incapacidad para poder atender las necesidades del bebé. Su familia no la
apoyó. La habían abandonado. Estaba a su suerte y no sabía cómo criar al
pequeño. Solo darle de lactar y cambiar los pañales, y aún así se las
arreglaba para trabajar. Era muy nerviosa y depresiva.

Un día mandó una carta a su abuela materna, que vivía en Italia. En la carta
relataba su sufrimiento, el desinterés de su familia por ella, su propia
incapacidad como madre, al final escribió que se quería suicidar. Era su
oportunidad para pedir apoyo o ayuda pero al parecer no recibió respuesta
y pensó que ahora si estaba sola y con su hijo. Por su mente pasaban, a
veces, ideas positivas como el salir adelante sola, incluso sin el padre que la
abandonó ni bien se enteró del embarazo.

Cuando el niño se enfermó, no sabía qué hacer. Se desesperó. No tenía


dinero para llevarlo a algún hospital, no tenía seguro. En la posta, días
antes, le dijeron que estaría bien y le recetaron amoxicilina. El termómetro
lloraba. Las aves daban vueltas en el cielo. Estaba nerviosa, la fiebre no
bajaba con nada de lo que ella hiciera, entonces se sintió inútil. Lloró hasta
que un vecino del pueblo joven en Carabayllo le tocó la puerta, y cuando se
enteró, los llevó a ambos a un hospital, al que demoraron en llegar.

Emergencias. Los doctores les pedían paciencia. Se mostraron preocupados


por el estado del niño. Se lo llevaron. Y su madre se quedó dormida o
desmayada. No despertó hasta que le hicieron oler una bolita impregnada
de alcohol y los doctores le dieron la noticia de que estaba a salvo, que la
fiebre había bajado y ya no había peligro de muerte, ¡estaba vivo!, pero
lamentablemente ciego.

El vecino caritativo lo lamento mucho. La madre dejo de escuchar todo a


su alrededor y entonces se dijo y se atormento con la idea de que todo había
sido por su culpa. El bebé lloraba. Antes podía ver y ahora no. No entendía
por qué todo era tan oscuro, pero se tranquilizaba al escuchar siquiera la
voz de su madre pidiéndole perdón a cada rato.

A los pocos días su mamá se suicido. La depresión le ganó la batalla pero


logró dejar una nota diciendo: “cuida a mi hijo” con una dirección, la de su
antigua casa. El vecino, enterado de la noticia, se compadeció del pequeño
y busco a la familia de la madre y cuando logró dar con ellos le
respondieron que no, que no querían a un bastardo discapacitado,
habiéndole contado todo lo sucedido. El vecino los odió y regresó a su casa
de Carabayllo, ahí donde dios todavía no llega y el lugar en donde el niño
nunca lo conoció.

El vecino enterró a la madre, cuyo nombre hasta ahora le era desconocido,


en el mismo cerro. El menor fue cuidado por mientras gracias a su esposa.
Al día siguiente el sol se alzó en el cielo y el vecino vio a lo lejos una
silueta un tanto refinada que llevaba un sombrero enorme similar al de una
bruja, solo similar, que la protegía del sol y de su calor sofocante en este
arenal.

Al parecer había preguntado de casa en casa si conocían a una chiquilla con


un hijo y las respuestas la llevaron a la casa de Federico, el vecino.

La señora Georgina Benedetti había viajado desde Italia para visitar a su


nieta y dar una reprimenda al, en palabras de ella “el idiota de su hijo
casada con la imbécil de su mujer”. Lo primero ya estaba hecho. ¿Por qué
había llegado tan tarde? La carta que recibió la mantuvo muy preocupada y
llego a enviar muchas cartas más que su nieta no contesto y que decían que
solo esperaba ahorrar una cantidad de dinero considerable para venir a lima
y comprar un departamento y apoyar a su nieta.

Federico le contó todo lo que había pasado hasta la muerte de Dorotea.


Estaba aterrada y de alguna manera se sentía culpable porque no vino antes.
Cuando vio al bebé en su cunita improvisada no pudo evitar las lágrimas y
más cuando vio la nota que había dejado Dorotea del cual estaba segura
que el mensaje era exclusivamente para ella.

Ella le dio las gracias y una pequeña gratificación por haberle causado
problemitas con el bebé. Luego se llevó al bebé en sus brazos y este se
quedo dormido.
Georgina arreglo todos sus papeles y entablo algunos juicios que ganó para
obtener la tenencia del menor y para que se llamase Claudio Benedetti.
4 años más tarde, Claudio se encontraba en su habitación sentado en su
cama. No podía ver pero su bisabuela lo educó, educó sus sentidos. Estaba
tranquilo escuchando a una mosca que volaba a su alrededor y que estaba
dispuesto a matar.
Su abuela ya estaba en la habitación. Todo estaba hermosamente decorado.
Había juguetes de acción en un estante. Había también mucho peluches y
cosas suaves. El niño estaba en la cama con su pijama, tenía el cabello
castaño como el de su madre y la expresión de su rostro estaba en paz.
Esperaba a su abuela.

Su abuela se acerco a la cama

—Abuela… —le dijo Claudio. Él siempre la llama abuela — Cuéntame


algo

—Está bien…— respondió. — Algo…

—pero de verdad pues

— ¿Cómo cual? ¿El de los perritos y gatitos? ¿ese tipo de cuentos?

— Cualquiera. Pero cuéntame algo. Adoro tus cuentos, abuela

—Bien, bien. Entonces comencemos con los cuentos oscuros para el niño
ciego

La pequeña lámpara alumbraba lo suficiente. Claudio estaba contento y


entusiasmado. La abuela empezó con los cuentos.

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