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Kevin Morán

Los niños poseen esa curiosidad que los hace ver más cosas de las que un
adolescente u adulto puede ver, por más niño interior que tenga. En muchos
casos, como en el de Julián, encuentran irresistible, caminar, correr o gatear
para descubrir que hay más allá. Hacia donde los lleven las burbujas.

Era una tarde. Empezaba la primavera. Julián tenía cinco años. Todos, con
tortas. Los tres últimos con muchos amiguitos, mayores, todos primos
suyos. Faltaba un año para empezar la primaria, pero él estaba tranquilo y
sin preocupaciones, aún. Su mamá lo acompañaba. Estaban los dos viendo
el cielo desde la ventana de su departamento, en el quinto piso. Todos eran
tan chiquitos, pensó Julián, como cada vez que se a soma a la ventana para
ver la calle.

Su mamá, después de darle unas galletitas, decidió darse una pequeña


siesta. No había nadie más en casa. De seguro Julián se aburrirá y se
quedará dormido, pensó ella mientras bostezaba.

Mientras se iba a su habitación, Julián se quedo prendido al movimiento de


los carros, a la gente, las cosas que llevaban en la mano, las risas de todos,
todos tan chiquitos, como siempre. Todos sin darse cuenta de él, que los
estaba mirando. Todos tan ocupados y con las obligaciones d e las que
Julián no tenía idea pero que igual sufriría, y sufriría de verdad unos años
después, cuando según su madre, enfrente lo duro de la vida, lo duro de la
calle, los posibles choros, los embotellamientos, la contaminación, Lima.
Julián ya se sentía aburrido y un poco cansado y parecía que las galletas
ayudaran a que el efecto somnífero se haga más fuerte. Estuvo a punto de
quedarse dormido en la silla que utilizó para alcanzar a la ventana.

El vidrio de la ventana impedía que el bullicio de lima al cance sus oídos. A


él, en especial, no le gusta el ruido, mucho menos el de los carros. Odia los
buses, siempre que viaja en uno, vomita. Su madre siempre lleva bolsitas.

Todo está iluminado por la luz natural que entran por las ventanas. Las
fotos de los paseos y cumpleaños y de tíos lejanos vienen poblando las
paredes y cuanta repisa haya sido clavada para darles ese espacio.

Y, como de la nada, una burbuja. Imposible, la burbuja nunca podría ver


atravesado el vidrio² ¿de tan mala calidad era? ², la burbuja no podría
haberse aparecido de la nada, alguien tendría que haberla hecho de jabón,
de seguro alguien estaba en su casa y se había metido sin permiso. Por
supuesto, Julián no pensó en nada de esto cuando la burbuja por fin reventó
en su nariz haciendo que el sueño, se desvaneciera por completo. Julián no
pensó en como rayos la burbuja llegó allí, en quién puedo haber sido o si el
vidrio era de pésima calidad. Se tocó la nariz y en efecto, estaba húmeda y
no era de jabón.

Se sobó la nariz y cuando acab ó, vio en el cielo algo que era imposible no
ver. Eran miles de burbujas, cientos, por no decir millones. Y miraba a las
burbujas y de inmediato se volteo a mirar a la gente. Nadie parecía
sorprendido. Todos seguían caminando como zombies y los carros bota ndo
el mismo humo que de seguro ya tiene en sus pequeños pulmones, cosa que
debería denunciar ante el estado.
Al pequeño Julián le pareció sorprendentes, las burbujas en el cielo, solo
quería tocarlas, y reventarlas una a una. Aunque le pareció extraño qu e
nadie más se diera cuenta. Ahora estaba parado sobre la silla, limpiaba su
respiración de la ventana haciendo uso de su manga.

Quería salir, debía salir. Las travesuras que había cometido en el pasado, no
se comparaban en nada a lo que estaba a punto de hacer. Escaparse de casa
no era algo que debía conocer hasta por lo menos tener 15 años, pero en
esta ocasión, la oportunidad se dio, y Julián sabía que debía ir y seguir a
esas burbujas.
Silencio. De seguro su mamá no se daría cuenta. De seguro seguiría
durmiendo hasta antes de que el llegue. Quizá ni siquiera se daría cuenta de
que se atrevió a salir. Porque su madre era una santa, muy buena y linda,
pero cuando se molesta, no es tan linda, no más.

Se puso sus zapatillas, y tomó su pequeña mochila, como si de un


descubridor se tratará, como si acabará de nacer uno y que le tocaría
descubrir lo más genial que vería en su corta vida y con el recuerdo que
sostendrá en su mente en el momento de su último respiro.

En la mochila solo guardó galletas y unos jugos. Como si de un paseo


campestre se tratara. Cuando salió, lo hizo despacio solo por si acaso. Bajo
por el ascensor. La calle estaba allí y sería una buena práctica al enfrentar
la vida, un ³demo´. Las burbujas seguían allí y parecía que se extendían
hacia una sola dirección, la que por instinto tomó Julián.

La calle es tan rica. Julián casi nunca sale de su casa sin papá o mamá, se
podría perder, decían. A Julián no le parecía malo salir con mamá ni con
papá de la mano hasta que vio que otros niñitos salían y andaban por la
calle como si nada les pudiera suceder, y cuando él trató de imitar el
modelo, pues el sistema se impuso. Fue castigado, deportado a su
habitación y privado de programación para niños. Él descubrió en la calle
que a parte de la gente que camina y camina, la hay también inamovible,
sentadas en sus pequeños puestos, trabajando. Siempre los veía cuando
salía al mercado con mamá pero no los notaba cuando veía a la gente desde
la ventana de su departamento.

Las personas lo miraban raro, iba solo, y siempre viendo al cielo, siguiendo
a las burbujas como un loquito tratando de hallar ovnis. La gente de los
puestos siempre le sonreía. Los demás, que no lo miraban raro,
simplemente eran muy altos como para verlo.

Cruzaba por todos, esquivando a la gente. Las palomas lo veían colgadas


de los cables eléctricos, cómplices. Y las burbujas de allá arriba todavía se
movían. Julián empezó a correr cuando vio que perdía el rastro. Las calles
angostas del centro de lima se empezaban a perder y Julián ni cuenta se
deba de que dejaba poco a poco el lugar, la gente, las casas antiguas, se
iban perdiendo, y delante de él, una única plaza rodeada de casas cerradas.
Una pileta con un héroe caído sin agua, seca Y detrás de él el inicio a lo
que aparentemente es un bosque.

Julián un poco cansado paró y miro de reojo todo a su alrededor, miró hacía
tras y la gente caminaba hacía otra dirección sin darse cuenta de este lugar.
En el cielo las burbujas seguían yendo en una dirección. El lugar se empezó
a llenar de burbujas, como empujándolo. Las piedras en el suelo eran tan
claras y las casas sucias y cubiertas de plantas.
Julián quiso seguir a las burbujas detrás de la pileta y así lo hizo, continuó
con un poco de temor pero siguió hasta la entrada cubierta con l a más
espesa enredadera de plantas y flores que en su base tenía un hoyo por
donde él cabía. Entró.

Mientras tanto, en su casa, mamá empezaba a tomar conciencia. Había


soñado que se paseaba por las calles, que mucha gente la miraba, que le
sonreían y que otras se mostraban indiferentes y también con palomas y,
extrañamente, también con burbujas, las que cuando despertó por completo
no pudo recordar por más que tratara de revivir el sueño. Despertó y Julián
no estaba.

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