Kevin Morán
Estaba perdida en el laberinto que había tenido por pesadilla antes de que
todo se derrumbase debajo de sus pies y todo se volviera oscuro cuando
despertó muy exaltada en la oscuridad de su cuarto. Era temprano. Recién
salía el sol, dando a conocer el decorado de su cuarto. Gracia, era una chica
muy tranquila y buena que disfrutaba de los pogos sádicos a los que se
metía cuando iba a algún concierto de su ciudad. “Tengo que recoger la
ropa”, pensó. No tenía enamorado porque algunos le habían hecho daño,
mintiéndole o metiéndose con otra chica, u otras chicas, o su mejor amiga,
a quien veía como una golfa desde que se enteró. Así que solo tenía
encuentros casuales y agarres espontáneos. Pero no piensen mal, ella sabía
lo que hacía y quería.
Todos parecieron vacilar antes de entrar por donde fue el primer conejo.
Gracia, pegada a la pared no entendía lo que veía y rogaba por que todo en
su suelo se derrumbara y volviera a su habitación, oscura o con luz, no
importaba.
— ¿Qué haces? — le dijo una coneja blanca con machas negras qué, para
su fortuna, se dio cuenta de ella mientras corría.
Pero… ¿A dónde iban? Y ¿De quién huían? Nadie le dio explicación hasta
que se encontró con la coneja que la animó a ir con ellos y le preguntó casi
gritando.
Entonces los pasos de algo muy grande se empezó a sentir. Cosa que no
sintió cuando corría. “No era un dinosaurio”, pensó.
Gracia vio como las pequeñas patas de la coneja se movían de lado a otro
indicándole que debían seguir, pero gracia se empecino en inhalar y exhalar
como le había enseñado su madre cuando a ella le daban ataques de asma
en su niñez.
Los pasos se sentían mas cerca y la mirada de la coneja daba para todos
lados con desesperación. Entonces se detuvo la marcha. Gracia estaba por
continuar cuando de una esquina un ser gigante con mandíbula de piedra y
ojos rojos salió como de la nada.
La flecha no le había dado a nada, más qué a la pared del laberinto que se
cerró antes de que el golem lograra entrar. Aún se escuchaban manotazos
del golem del otro lado del muro.
El aire que los acompañaba era seco y casi no sentía el viento de antes en
su mejilla. El cielo era rojo y el suelo que tocaba estaba lleno de péqueñas
grietas adornadas por hierba. Los conejos llenaban casi todo este cuadrado.
La coneja regresó a los pies de Gracia.
—Sí.
Los tres llegaron al centro de todo éste lugar. Casi por instinto se tomaron
las manos y se miraron uno a uno. Y todo simplemente se empezó a
derrumbar hasta llegar a ellos, que cayeron… al abismo.
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Gracia despertó con la misma exaltación de sus sueños anteriores. Pero este
era algo distinto para ella, parecía enteramente real. Qué haría ahora. Nadie
le creería, obviamente.
¿Fin?