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El laberinto

Kevin Morán

Estaba perdida en el laberinto que había tenido por pesadilla antes de que
todo se derrumbase debajo de sus pies y todo se volviera oscuro cuando
despertó muy exaltada en la oscuridad de su cuarto. Era temprano. Recién
salía el sol, dando a conocer el decorado de su cuarto. Gracia, era una chica
muy tranquila y buena que disfrutaba de los pogos sádicos a los que se
metía cuando iba a algún concierto de su ciudad. “Tengo que recoger la
ropa”, pensó. No tenía enamorado porque algunos le habían hecho daño,
mintiéndole o metiéndose con otra chica, u otras chicas, o su mejor amiga,
a quien veía como una golfa desde que se enteró. Así que solo tenía
encuentros casuales y agarres espontáneos. Pero no piensen mal, ella sabía
lo que hacía y quería.

Le gustaba dibujar y pintar y quería ser ilustradora o algo por el estilo. En


su habitación, además de la decoración, podías encontrar bocetos y diseños
del sueño que estaba experimentando desde hace días. Era extraño y ella no
dudó en dibujarlo.

Era sábado, y después de recoger la ropa no tenía absolutamente nada que


hacer. La música de su mp3 le caía pesada, todo le caía pesado. Las
estrellas pintadas con negro en el techo de su habitación sirvieron para que,
después de contarlas como si fueran ovejas, se quedara dormida en su
cama.

Se volvió a encontrar perdida en el laberinto. Este era uno de esos sueños


en los que tienes completo control de tus movimientos y pensamientos. Ella
solo esperaba que el piso se volviera a desplomar como siempre sucedía.
Había silencio y un viento que venía desde la entrada al laberinto.

“Qué rayos…”, se dijo a sí misma.

—Ahora ¿Qué?— parloteó. — ¿Saldrá un conejo?

Y en efecto, un conejo apareció en sus botas como escondiéndose de algo o


alguien.

—Qué…rayos…—murmuró, viendo como el conejo en sus botas corría


despavorido hacia la entrada del laberinto como si no le quedara otra
opción.

Un sonido raro se oyó viniendo hacia ella. Se escuchaba como una


avalancha. Cuando Gracia volteó a ver, se dio con la sorpresa de que una
estampida de conejos venia hacia ella a toda velocidad. Amontonados unos
contra otros estaban. Asustados, tanto, que ni se percataron de ella. Ella se
fue hacia una de las paredes, asustada.

Todos parecieron vacilar antes de entrar por donde fue el primer conejo.
Gracia, pegada a la pared no entendía lo que veía y rogaba por que todo en
su suelo se derrumbara y volviera a su habitación, oscura o con luz, no
importaba.

— ¿Qué haces? — le dijo una coneja blanca con machas negras qué, para
su fortuna, se dio cuenta de ella mientras corría.

—Yo… nada— contestó.

—Ven con nosotros, rápido— le gritó la joven coneja con desesperación en


cada palabra qué ilógicamente salía de su hocico. Se volvió a la estampida
y desapareció.
“Espera… ¡hablan! Un conejo me habló. Esto esta mal, muy mal. Debo
correr si, eso debo hacer”, Pensó.

—Juro que me cambiaré el nombre a Alicia si salgo de esto—


gritó contagiada de la adrenalina mortal que soltaban los conejos
endiablados.

Nadie sabía a donde iba. Estaban ciegos. Gracia tampoco conocía el


camino y su cabello empezaba a molestar. Aunque parece que el mismo
laberinto empezaba a guiarlos por sus estrechas paredes, tomándolos presa
de un juego del que quizá no saldrían nunca y del que consientes estaban
todos los conejos, menos Gracia. Ella solo corría dejándose llevar con la
misma emoción que encontraba cuando se metía en algún pogo. Los
conejos chocaban y a ella no le importaba, era su sueño después de todo.

Pero… ¿A dónde iban? Y ¿De quién huían? Nadie le dio explicación hasta
que se encontró con la coneja que la animó a ir con ellos y le preguntó casi
gritando.

— ¡Hey! ¿Qué los persigue?

La coneja de manchas corría a la par de ella mientras corría. Gracia hacia


un esfuerzo por correr casi de puntillas para escucharla. La coneja parecía
feliz de que la siguiera, pero lo disimulaba bien.

—De un golem— dijo a secas.

Los conejos a su alrededor lo oyeron y por sus expresiones parece que


recordaron escenas trágicas.

“¿Golem?”, se preguntó en su mente cuando por fin se cansó y se detuvo a


mitad de camino. La coneja se dio cuenta pero siguió por un instante.
Gracia tomaba aire. “Este es un sueño, no sabia que podía cansarme
tanto”, pensó.

Entonces los pasos de algo muy grande se empezó a sentir. Cosa que no
sintió cuando corría. “No era un dinosaurio”, pensó.

La coneja se acercó a ella, preocupada, dejando de lado a toda la horda de


conejos asustados.

— ¡Vamos! — dijo—.Nos atrapará si no seguimos.

Gracia vio como las pequeñas patas de la coneja se movían de lado a otro
indicándole que debían seguir, pero gracia se empecino en inhalar y exhalar
como le había enseñado su madre cuando a ella le daban ataques de asma
en su niñez.

Los pasos se sentían mas cerca y la mirada de la coneja daba para todos
lados con desesperación. Entonces se detuvo la marcha. Gracia estaba por
continuar cuando de una esquina un ser gigante con mandíbula de piedra y
ojos rojos salió como de la nada.

—Éste es un golem…— dijo pasmada Gracia, cuando lo miró fijamente a


los ojos. Las dos corrieron. La coneja la guiaba siguiendo el olor de sus
otros compañeros. El golem las seguía. Se habían salvado de más de un
manazo y de ser aplastadas por eso. Gracia no dejaba de gritar.

Delante de ellas había una especie de pampa amplia y cuadrada llena de


conejos atolondrados y alguien en el medio que sostenía un arco y una
flecha en una postura de ataque.

Gracia y la coneja dieron lo último de sí y dieron un brinco para llegar más


rápido a la meseta dentro del laberinto. El golem seguía detrás y estaba a
punto de meterse al compartimiento. El arquero, sin dudar, disparo la
flecha en llamas. Gracia estaba en el suelo sujetando a la coneja.

La flecha no le había dado a nada, más qué a la pared del laberinto que se
cerró antes de que el golem lograra entrar. Aún se escuchaban manotazos
del golem del otro lado del muro.

—El laberinto ¿no? — espetó el arquero.

—Todo acabó…— murmuro Grecia. El arquero guardaba su arco. La


coneja se escurría del abrazo de Gracia. La coneja se reunió con los suyos.

El aire que los acompañaba era seco y casi no sentía el viento de antes en
su mejilla. El cielo era rojo y el suelo que tocaba estaba lleno de péqueñas
grietas adornadas por hierba. Los conejos llenaban casi todo este cuadrado.
La coneja regresó a los pies de Gracia.

— ¿Cómo es que llegaste aquí?

—Yo… solo dormía— contestó gracia.

— ¡Hey! conejo— interrumpió el arquero fornido—. Puedes volver a tu


verdadera forma, por favor. Tus conejos me están hostigando.

La coneja se notó fastidiada por el pedido de aquel guerrero, pero volvió


con los suyos al instante. Gracia la seguía con la mirada. El arquero miraba
sin hacerse notar a Gracia.

Hubo un destello cuando la figura de la coneja se empezó a desvanecer y


los otros conejos junto con ella. Todos los conejos de la gran habitación
empezaron a ser absorbidos en un solo punto y fue cuando recién otra
figura tomó forma.
No era una coneja, pero tampoco era ella.

—Eres un… ¿adolescente? — dijo sorprendida. Pero él, aparentemente


chico, no dijo nada hasta que se paro frente a ella.

—Sí.

El adolescente vestía pantalones negros y un polo negro con una


casaca Blanca que era lo que le daba volumen a su delgado cuerpo. Gracia
notó que tenía unos hermosos ojos, pero le disgustaban sus uñas largas. Los
grandes ojos de él le daban cierta confianza a Gracia.

— ¿Dónde estamos? — dijo el arquero.

—Primero preséntate, troglodita— dijo el muchacho.

—Yo me llamo Arcadio. — dijo de mala gana.

—Yo soy Iarkam.

—Y usted… Dulce princesa… es…

—Me llamo Gracia— contestó—. Mucho gusto.

Todos se quedaron callados por un instante. Iarkam se puso a revisar las


paredes por si había algún hueco o punto débil en toda la estructura. Gracia,
Había leído muchos libros de fantasía, pero ninguno se comparaba a este.

—Aún así, esto no es real— dijo.

Ambos muchachos voltearon a la vez. Gracia no había reparado en sus


palabras.
— ¡Qué no es real!— dijo Iarkam. — Ya veremos cuando te coman las
polillas.

“¿Qué podrían hacerme unas minúsculas polillas?”, pensó Gracia. Ella se


dio cuenta de que sus manos sudaban, ya no quería estar aquí. Deseaba que
su sueño acabara de una vez.

—Tranquilo. — dijo Arcadio— obviamente ella no es de acá.

De pronto, una especie de terremoto empezó a sacudirlos y el suelo debajo


de ellos se puso muy inestable. Ésta es la parte en la que terminaba el sueño
de Gracia. Ella pareció aliviada al ser tragada por esa oscuridad. Se
acababa todo por fin. Pero… ¿Qué pasaría con ellos? Las caras de ellos
lucían desconcertadas. Esto no era parte de su sueño.

Los tres llegaron al centro de todo éste lugar. Casi por instinto se tomaron
las manos y se miraron uno a uno. Y todo simplemente se empezó a
derrumbar hasta llegar a ellos, que cayeron… al abismo.

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Gracia despertó con la misma exaltación de sus sueños anteriores. Pero este
era algo distinto para ella, parecía enteramente real. Qué haría ahora. Nadie
le creería, obviamente.

Se tocó el rostro y se volvió a tumbar a tumbar en su cama.

¿Fin?

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