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Economía campesina: balance y perspectivas

Vilma Gómez G. *

INTRODUCCIÓN
A fines de la década del 70, los estudios sobre el agro serrano y la
economía campesina del Perú no sólo fueron significativos sino que,
sobretodo, lograron replantear la imagen que los medios intelectuales y
políticos tenían sobre el desarrollo del capitalismo en el campo. Con el
riesgo de no ser totalmente justos, destacan aquí los trabajos producidos
por Caballero, Figueroa, Gonzales, Golte, Hopkins y Samaniego.
Estos trabajos trazaron las pautas teóricas que posteriormente si-
guieron otros estudios, dedicados principalmente al análisis de casos
locales específicos. Su importancia es mayor si tomamos en cuenta el
contexto intelectual previo. Desde la década del 60, el agro peruano había
sido interpretado en base al modelo dualista propagado por la CEPAL, o
había quedado fijado en las líneas de un marxismo esquemático y
evolucionista. Aunque desde perspectivas distintas, ambos compartían
un diagnóstico que insistía en el peso del binomio latifundio/minifundio
en el campo andino, coincidiendo en el supuesto de que su desarrollo
sería logrado en su incorporación a la dinámica del capitalismo.
En los años 70 estas proposiciones hicieron crisis, más aún cuando
la reforma agraria de 1969 había redistribuido tierras sin solucionar los
problemas del campo, poniendo en evidencia cuestiones que el análisis
científico no había valorado suficientemente o había pasado por alto. La

(*) Doctora en Economía Agraria, Profesora de la Facultad de Economía y Plani-


ficación de la Universidad Nacional Agraria, Lima.

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investigación, entonces, tomó otros rumbos, buscó la explicación de los
fenómenos renovando su propio marco teórico.
Los trabajos de los autores mencionados cumplieron con echar las
bases del nuevo ciclo de estudios agrarios, que comienza desde mediados
de la década del 70. Hasta entonces los estudios carecían de una
percepción de la economía campesina como una forma particular de
organización de la producción. La unidad familiar campesina no constituía
un sujeto específico de análisis distinto de la empresa capitalista. Todo
se reducía a diferencias de escala.
Los estudios de los autores citados reconsideraron los términos en
que se abordó la cuestión agraria en el análisis económico. En este proceso
se advierten dos hitos importantes: el primero es el abandono de las
formulaciones dualistas de la sociedad (división en dos sectores: el sector
tradicional, precapitalista, semifeudal o feudal, y el sector moderno o
capitalista). En contraposición a esto, los estudios empíricos muestran la
integración del campesinado al mercado, dando de este modo pie a la
posibilidad de la persistencia y diferenciación del campesinado como
una dinámica del desarrollo capitalista en la heterogénea economía
peruana.
El segundo hito fundamental a que condujeron estos nuevos estudios
se refiere al análisis de la economía campesina como una forma específica
de organización de la producción; ello se logra a partir de los estudios
empíricos de las unidades de la sierra sur. Estos estudios posteriormente
dieron origen al diseño de estrategias de desarrollo para el campesinado.
La presente ponencia tiene como objetivo la sistematización, a modo
de balance y de perspectivas, de los principales aportes, bajo los siguientes
ejes temáticos:
1.- Importancia de la economía campesina.
2.- Economía campesina e integración al mercado.
3.- La economía campesina y su racionalidad.
4.- Desarrollo capitalista y diferenciación campesina.
5.- Desarrollo campesino y rol del Estado.
6.- Metodología de investigación.
7.- Conclusiones.

IMPORTANCIA DE LA ECONOMÍA CAMPESINA


Más allá de las discrepancias que se presentan en las apreciaciones
sobre la relación entre campesinado y capitalismo en el Perú, el punto de

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partida empírico se encuentra a salvo de controversias; la unidad de
análisis reconocida es la familia campesina minifundista, que sobre todo
se «autoemplea» en las actividades agropecuarias y que sólo eventual-
mente contrata fuerza de trabajo adicional.
Arribar a este punto de partida fue todo un proceso. Las caracteri-
zaciones en la década del 60 sobrevaloraron al campesino sometido a
relaciones serviles. La «economía campesina» como categoría analítica
se diseñó sólo después de que se advirtió la importancia del productor
independiente, puesta en evidencia por el censo de población y el censo
agropecuario de 1972. Más aún: los estudios históricos vinieron a demos-
trar que la imagen de un campesinado mayoritariamente sometido a la
renta-pre-capitalista en la hacienda no correspondía a la realidad de las
primeras décadas del siglo.
La «economía campesina» representa a este segmento de la pobla-
ción que aparece estadísticamente bajo la denominación de productores
rurales independientes y como unidades minifundistas menores de 5 ó 10
hectáreas. Una interesante y útil discusión al respecto protagonizaron, en
la revista Análisis, Carlos Aramburú y Héctor Maletta, discusión que pone en
evidencia las dificultades inherentes a la tarea de operativizar estadísticamente
conceptos analíticos. Dejando de lado los énfasis y diferencias, el debate concluye
en una evidencia incuestionable: las familias campesinas que pueden ser
incorporadas en esta categoría se sitúan entre un 20 y 30% de las familias del
país, concentradas en sus cuatro quintas partes en la sierra rural del Perú. Sin
embargo, su importancia como masa poblacional no corresponde a su peso
económico en el país. Es éste el segmento de la población que ha recibido una
atención creciente, y no sólo de parte de los estudiosos de los problemas agrarios.
Es que se trata, además, del sector más pauperizado de la población, la base de la
pirámide de ingresos y aquella parte de la economía agropecuaria de la que
puede hablarse estrictamente de estancamiento. Precisamente los datos trabajados
por E. Alvarez muestran que, en el período 1969-76, la tasa anual de crecimiento
de los productos típicos de la economía campesina crecieron en 1.1%, mientras
que los productos de consumo urbano y los productos de consumo agroindustrial
lo hacían en un 4.5 y 6.8%, respectivamente.

ECONOMÍA CAMPESINA E INTEGRACIÓN AL MERCADO


Los estudios sobre la economía campesina muestran que, en la ac-
tualidad, ésta se encuentra fuertemente integrada al mercado, aunque los
niveles de dicha integración pueden ser diferenciados por regiones.

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¿Desde cuándo y a través de qué mecanismos se integra el campesina-
do al mercado? La integración del campesinado al mercado es el resul-tado de
la expansión del capitalismo en el área andina. No existen aún estudios que
sistematicen la evolución del capitalismo en el agro serrano, aunque diversos
trabajos sugieren que la coyuntura más significativa está asociada al impulso
capitalista que vivió la sociedad peruana a partir de los años 50, y que se verificó,
entre otros hechos, en la ampliación de la red vial del país (Caballero 1980,
Figueroa 1981, Loayza y otros 1985). Esto no impide, sin embargo, que hubieran
dinámicas regionales -como en el caso del valle del Mantaro, donde el crecimiento
del mercado pro-viene de décadas atrás, específicamente desde 1920.
Con las carreteras se modificaron las tradicionales rutas de intercam-
bio entre distintas zonas ecológicas, se alteró la dieta campesina y se in-
crementó la extracción de excedentes, lo que para la economía campesina
significó «un mayor nivel de importaciones y, por lo tanto, de exporta-ciones»
(Figueroa, 1981). A partir de los años 50, el agro se adecúa a los roles de
«...producir alimentos a las ciudades» (Figueroa, 1981), propor-cionar fuerza de
trabajo barata y ampliar el mercado nacional (Samaniego, 1980). Sin embargo,
frente al problema del abastecimiento de alimentos, «...el Estado tenía dos
alternativas: el desarrollo capitalista de la produc-ción de alimentos o la
intensificación de la importación de éstos. La opción que tomó el Estado fue
basada en la segunda alternativa (Samaniego, 1980). La industrialización
capitalista que se desarrollaba en el país prefirió, así, abaratar los costos de la
fuerza de trabajo recurriendo a la compra de excedentes alimentarios del exterior.
La producción agropecuaria de la sierra se encontró entonces com-
pitiendo con la producción de los países desarrollados y de las empresas
modernas de la costa peruana, con mayores ventajas comparativas. Resul-
taba más barato importar que desarrollar la agricultura campesina. Más aun:
como anota Caballero (1980), «Ia desprotección arancelaria, el subsidio a los
alimentos importados y la tasa de cambio sobrevaluada (...) redujeron el precio
interno de las importaciones por debajo del precio internacional». Como se
concluye en todos los trabajos, este proceso sig-nificó restarle importancia a
la economía campesina como fuente de bienes agrícolas. Así, mientras la
población rural aumentaba, la penetración del mercado a través de los productos
de origen industrial iba creando nuevas necesidades (alimentos de origen
industrial, insumos para la producción, escuelas), y paralelamente -como
sostiene Figueroa- destruía la industria rural (artesanías). Como resultado, la
parcela fue perdiendo gradualmente capacidad para asegurar el ingreso de subsistencia
de la familia campesina, lo que impulsaba la migración estable; al mismo

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tiempo, la población que quedaba requería de ingresos salariales cada vez
mayores para alcanzar un ingreso global mínimo (Gonzales, 1983; Figueroa,
1983).
Hacia la década del 70 las investigaciones concluían que la integración del
campesinado al mercado se daba a través de la venta de la fuerza de trabajo
familiar, de creciente importancia. Es así que el rol fundamental del campesinado
es la venta de su fuerza de trabajo y secundariamente la oferta de alimentos, pese
a que esta última sigue siendo significativa, sobre todo en mercados regionales y
locales. Sobre este segundo papel del campesinado, Caballero (1983) sostiene
que si bien la economía capitalista va ganando terreno en el abastecimiento de
alimentos, «resulta difícil que los campesinos sean completamente expulsados
del mercado, porque: 1) Existen límites físicos y técnicos para la economía
capitalista, así como la falta de divisas para importar; 2) Los campesinos pueden
llevar a niveles muy bajos su precio de oferta, con el objeto de asegurar la
obtención de algún ingreso en forma monetaria; y luego 3) Es probable que el
campesinado tenga ventajas para la producción de ciertos productos y el
abastecimiento de ciertos mercados». Esta aseveración nos parece muy acertada:
en algunas zonas el campesinado ha demostrado capacidad para incursionar en
cultivos nuevos a medida que era marginado de otros. El reemplazo de papa por
hortalizas o forrajes son muestras de esa capacidad.
La integración al mercado se realiza también a través del consumo
de alimentos procesados e insumos productivos. La introducción de nuevos
hábitos de consumo y de producción, tales como arroz, fideos, detergentes, radios,
kerosene, fertilizantes, pesticidas, etc., presiona a la economía campesina a
encontrar nuevas fuentes de ingreso para incorporar más bienes en su canasta de
consumo. Según Gonzales (1984), esta demanda incentiva la introducción de
mejoras en la productividad, la venta de su fuerza de trabajo y la búsqueda de
otras actividades. La penetración de productos industriales alimenticios, así como
sus efectos en los diferentes niveles de transformación rural y en la racionalidad
económica del campesinado, son temas importantes que deberían tener prioridad
en la investigación futura.
Las investigaciones efectuadas sobre la sierra sur, sierra norte y sierra
central muestra que los intercambios de bienes y servicios tienen las siguientes
dimensiones:
1) La proporción de la producción intercambiada oscila, para la
sierra sur, entre el 30% y el 65% de la producción total anual de bienes
agropecuarios y artesanales; para la sierra norte de La Libertad es el 48%
de la producción, mientras que para la región del valle del Mantaro es el
40% de la producción agrícola.

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2) El ingreso monetario representa entre el 50% y el 80% del in-
greso total. Caballero (1983) estima que, en promedio, la participación
del ingreso monetario sobre el ingreso total de las familias campesinas
de la sierra se sitúa entre el 60% y el 70%. Igualmente, Maletta (1978),
en base a los datos de ENCA, estima que el ingreso monetario es de 69.8%
para la sierra norte, 80.1% para la sierra central y 55.8% para la sierra
sur. Por su parte, las investigaciones de Figueroa para 8 comunidades de
la sierra sur -zona de menor mercantilización- señalan un promedio de
50.5%, mientras Gonzales (1984) encuentra que en 10 comunidades de
Antapampa (situadas en zonas más cercanas a la ciudad del Cusco) este
ingreso alcanza un promedio de 63%. Pontoni (1983) muestra que, en
promedio, las economías campesinas de la sierra norte de La Libertad
tienen un ingreso monetario del 70% respecto del ingreso total.
En cualquiera de los casos, incluyendo a regiones consideradas hasta
hace algunos años como ejemplos del peso de economía natural y del
atraso, estamos ante la evidencia de que por lo menos un 50% de los
ingresos de los campesinos resulta de transacciones mercantiles, imagen
que desmiente cualquier tesis relativa a la autosuficiencia o a la dualidad
de la economía.
3) Los ingresos salariales constituyen entre el 30% y el 40% del
ingreso monetario para las economías campesinas de la sierra sur
(Figueroa, 1981 ; Gonzales, 1984); en promedio, sólo el 15% para las
economías de la sierra norte y entre el 5% y el 10% para el valle del
Mantaro (Gómez, 1985). Según Figueroa (1981), el ingreso por trabajo
asalariado tiene una mayor importancia absoluta y relativa en las familias
más pobres, independientemente de la comunidad de que se trate. «Con
algunas diferencias, este mismo patrón se encuentra en las familias más
pobres de la sierra norte y centro.» Las familias del estrato I, para Pontoni
(1983), y los minifundistas de Cajamarca, para Franco (1975), tienen
ingresos salariales con una significativa importancia absoluta y relativa.
4) Los ingresos monetarios provenientes de las actividades
artesanales y el comercio, así como de las transferencias, son también
importantes. Para la sierra sur, Figueroa encuentra que las artesanías y el
comercio componen el 24% del ingreso monetario total. Para la sierra
norte y central es aun más importante, en especial para los estratos más
acomodados o ricos. En la sierra norte, el 41 % de los ingresos monetarios
proviene de la artesanía y el comercio.
Figueroa sostiene que «...el ingreso monetario pecuario y por comer-
cio tiene mayor importancia absoluta y relativa en las familias de estrato
alto, independientemente de la comunidad de que se trate». La importan-

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cia de los ingresos provenientes del comercio es aun más pronunciada
para los estratos acomodados o campesinos ricos de todas las regiones de
la sierra. Es decir, un sector del campesinado funciona más como
campesinos comerciantes que como campesinos-proletarios.
5) La importancia de las relaciones mercantiles también se percibe
a través de los gastos monetarios. En todos los casos estudiados, la
estructura del gasto es bastante diversificada, incluyendo muchos
productos y servicios. La mayor parte del ingreso monetario de la familia
campesina se dedica a bienes de consumo. en¨ las comunidades estudiadas
por Figueroa, en un 90%; en las comunidades de Antapampa representa
el 82% y en la sierra norte, el 70%.
Por el lado de los gastos en bienes productivos, éstos constituyen el
11% para los casos estudiados por Figueroa. Gonzales encuentra que los
gastos productivos, en promedio, para Antapampa, son del 18%. Para la
sierra norte, los gastos en insumos y servicios productivos constituyen el
26% y sólo el 5% se destina a inversiones (Pontoni, 1983), lo cual significa
que a medida que las economías campesinas están más integradas al
mercado los gastos en insumos y servicios productivos son también
mayores, intercambiándose más producción.
Otra característica importante de la estructura de gastos monetarios
es el peso predominante de los gastos en alimentos. Alcanzan el 48% del
gasto monetario en la economía campesina estudiada por Gonzales (1984),
el 44.2% para los casos estudiados por Figueroa (1981) y el 52% para la
economía campesina de la sierra norte. La característica general es que
la mayor parte del gasto se dedica a bienes de consumo y sólo una parte
muy reducida a la inversión.
6) La incorporación del campesino al mercado es también mostrada
a través de la poca significación que asume el trueque en el intercambio.
Figueroa encuentra que sólo el 5.6% del intercambio corresponde al
trueque, proporción que disminuye al 3.5% en las comunidades estudiadas
por Gonzales.
Ahora bien: ¿cuáles son los efectos de esta mayor integración del
campesinado al mercado?
A pesar del mayor intercambio durante estas dos décadas y media
de intensa mercantilización en la sierra (1950-1975), no se logró aumentar
el ingreso campesino, al menos en forma significativa (Figueroa, 1981).
La reforma agraria de 1969 no alteró esta tendencia, pues dejó fuera de
su alcance a una mayoría de familias campesinas.
Las investigaciones muestran también que a medida que se expan-

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dían las relaciones de mercado, la economía campesina destinaba mayores
gastos a la compra de insumos, en especial fertilizantes y pesticidas,
realizando también innovaciones tecnológicas. Sin embargo,
paralelamente, esta penetración del capitalismo por medio del mercado
significaba el retroceso y pérdida de la tecnología tradicional, punto
cuya evaluación es imprescindible para definir el contenido de una
propuesta de cambio tecnológico que incluya el rescate de pautas
ancestrales que mantienen vigencia y eficacia.
A su vez, esta integración al mercado significó la modificación de
los patrones alimentarios rurales, con la introducción de alimentos
procesados con insumos importados o producidos en las ciudades, lo que,
a su vez, modificó los patrones de producción. Una nueva medición de la
canasta alimentaria en las zonas rurales es fundamental. La última fue
realizada en 1972, por ENCA.
Por último, en todos los casos estudiados, el balance entre ingresos
y egresos conduce a verificar la inexistencia de excedentes acumulables,
aun para el caso de los llamados campesinos ricos, cuyos excedentes son
pequeños y giran sobre todo en forma de capital comercial. Para la
mayoría, tales excedentes no existen. Por eso, como sostiene Caballero,
los campesinos se encuentran más marginados y más pobres a medida
que se integran más al mercado.

LA ECONOMÍA CAMPESINA Y SU RACIONALIDAD


Los diversos trabajos sobre la realidad agraria de la sierra sur, sierra
central y sierra norte han avanzado en la comprensión de la racionalidad
de la economía campesina, marcando diferencias con el modelo de
Chayanov y el de los neoclásicos. Las interpretaciones teóricas del
comportamiento de la economía campesina deben tomar en cuenta lo
siguiente: 1) las características más importantes del campesinado de hoy;
2) la lógica de reproducción de la economía campesina; y 3) sus diversas
estrategias de sobrevivencia.

A. Características de la economía campesina


Las características que señalamos a continuación están referidas a
la naturaleza de las unidades campesinas y a su inserción en la economía
capitalista del Perú.
1) La producción de la economía campesina tiene como «elemento
motor», como objetivo central, la satisfacción de las necesidades familiares
(presentes y futuras), más que la acumulación o que algún principio abs-

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tracto de reciprocidad (Caballero, 1983), la reproducción de la familia y
no del individuo (Gonzales, 1984); o asegurar la obtención de una canasta
de consumo de subsistencia (Figueroa, 1981, 1983). Esta característica,
entonces, define que el objetivo central para la mayoría del campesinado
es garantizar la reproducción de la familia, quedando excluida como
objetivo fundamental la maximización de la tasa de ganancia. Sin embargo,
en algunos estudios se ha señalado que la economía campesina procura la
maximización del ingreso neto como un segundo principio en la asignación
de recursos de la unidad familiar (Caballero, 1983). Gonzales (1983)
también señala que los campesinos están permanentemente efectuando
cálculos de costo-beneficio y costo-subsistencia.
Estas aseveraciones implican que la lógica de la economía campesina,
por su mayor integración al mercado, está modificándose o se vuelve
impura o híbrida, encontrándose de este modo en un estado de transición,
funcionando sobre la base de un doble cálculo económico: «un cálculo
económico no capitalista, donde lo más importante es la reproducción de
la familia, y un cálculo económico capitalista, subordinado a las reglas
vigentes fuera de la familia y de la comunidad» (Gonzales, 1984). Este
doble cálculo económico y sus efectos en el funcionamiento de la econo-
mía campesina constituyen una interesante línea de investigación. ¿Es
sólo un sector o es todo el campesinado el que está en este proceso de
transición? ¿Podrá el campesino culminar el cálculo económico capitalis-
ta, dados los términos de intercambio vigentes? ¿La reproducción amplia-
da lo lleva necesariamente a la acumulación de capital?
2) Según los diversos estudios, la economía campesina está organi-
zada en unidades económicas que son, al mismo tiempo, unidades de
producción y de consumo. Para Figueroa (1981), la unidad económica
es la familia nuclear, y las decisiones están en función de este tipo de
unidad. Para Gonzales (1984), la economía familiar comunera no sólo
toma decisiones familiares aisladas, sino que una proporción importante
de estas decisiones está en función del resto de familias de la comunidad.
En los otros estudios -para el valle del Mantaro (Gómez, 1985), la sierra
de La Libertad (Pontoni, 1983), el valle de Colca (Manrique, 1985)- se
concluye igualmente que las decisiones se toman, sobre todo, considerando
la unidad familiar, característica que le otorga a la economía campesina
una racionalidad propia, diferenciándola de la economía capitalista.
3) Para la mayoría del campesinado, aunque con algunas diferencias
regionales, los recursos materiales y financieros son pobres, escasos y
de baja calidad. La tecnología empleada tiene relativa ausencia de insumos
modernos. En contrapartida, la economía campesina cuenta con la fuerza

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de trabajo compuesta por los miembros de la familia, que»...es el único
recurso que no escasea y es la base de la economía familiar» (Kervyn B.,
Tapia M. y otros, 1984). Sin embargo, existe consenso en torno a que la
economía campesina es «pobre pero eficiente» en el uso de sus recursos
(Figueroa). De esta forma, la baja productividad no se explica por la
ineficiencia, sino por la baja y pobre calidad de los recursos.
4) En todos los trabajos empíricos se muestra que la principal
fuerza de trabajo de la unidad campesina es la fuerza de trabajo familiar,
aunque en los períodos críticos del cielo productivo de la agricultura, en
especial para los cultivos comerciales, sus diversos estratos emplean
diferentes proporciones de trabajo asalariado. Esta contratación no es
permanente, aunque sí frecuente para los estratos más acomodados. Sin
embargo, en toda la unidad campesina la utilización de la fuerza de trabajo
familiar es predominante.
5) La economía campesina, como unidad de producción, es comple-
ja. Produce dos tipos de bienes: agropecuarios y no agropecuarios
(artesanía, construcción, comercio). La diversificación, y no la especiali-
zación, es una de sus características (Figueroa, 1981; Gonzales 1984).
Adicionalmente mencionemos que existen pocos estudios empíricos
sobre la artesanía y sobre la inserción del campesino en el mercado a
través de esta actividad, así como sobre las potencialidades artesanales
en el campo.
6) En todos los casos estudiados, la producción de las unidades
campesinas tienen un doble destino: el autoconsumo y el intercambio,
aunque las proporciones sean diferentes por regiones y estratos. Estas
características confirman, así, que los campesinos no son autosuficientes
(Figueroa,1981; Gonzales, 1984; Loayza y otros, 1985, Pontoni, 1984;
Gómez, 1985) y que en sus decisiones consideran tanto el valor de uso
para «su propio consumo» (lo que le da cierta autonomía a la familia
campesina frente al mercado) como el valor de cambio. Es decir, están
presentes consideraciones de tipo mercantil en las decisiones de la
economía campesina, las cuales, al parecer, se incrementan con el avance
del consumo de productos industriales.
7) En la economía campesina del Perú es ya común la venta de la
fuerza de trabajo, porque de manera creciente la producción agropecuaria
no asegura su reproducción. Esta actividad es ejercida como asalaramiento
temporal, por lo que se habla de «semi-proletarios» o «semi-campesinos».
Todos los trabajos empíricos demuestran la importancia creciente de esta
actividad dentro del ingreso familiar.
En Cajamarca, a mitad de la década del 70, los minifundistas gene-

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raban más ingresos, en términos relativos y absolutos, como trabajadores
asalariados que como productores directos (Franco, 1974). Para la sierra sur
el asalaramiento fue muy importante en términos absolutos y relativos dentro
del ingreso monetario. En la sierra de La Libertad y en el valle del Mantaro
el ingreso por asalaramiento depende del estrato campesino. Los más pobres
venden su fuerza de trabajo en las mismas o en mayores proporciones que en
la sierra sur, mientras que los estratos más acomodados son más campesinos-
comerciantes o campesinos-artesanos.
Una visión más actualizada de la importancia de la venta de la fuerza
de trabajo en la reproducción de la familia campesina, así como sus efectos
en la racionalidad campesina y sus perspectivas a largo plazo, son
indispensables.
8) La economía campesina del Perú se encuentra mayoritariamente
organizada en comunidades. A pesar del número apreciable de estudios,
aún existen muchas interrogantes no resueltas sobre la vigencia de la
comunidad. Sin embargo, parecen evidentes tres aspectos: Por un lado, «la
comunidad constituye parte de la estrategia de sobrevivencia de la economía
campesina». Para Figueroa (1982), la comunidad campesina sirve para darle
mayor eficiencia al sistema de la economía familiar. Para Golte (1983), «la
comunidad resulta ser una instancia importante en el esquema de reproducción
de los campesinos andinos...». El segundo aspecto son las evidencias sobre
la desigualdad entre los campesinos y al interior de cada comunidad. Grondin
(1970) señala que la comunidad constituye una organización a través de la
cual los comuneros ricos realizan una «explotación calculada». Un tercer
aspecto se refiere a la comunidad campesina como una «unidad potencial de
desarrollo que, bajo determinadas circunstancias puede servir para acumular,
dependiendo mucho de la cohesión y organización comunal» (Gonzales, 1985;
Plaza, 1985).
9) Por último, la economía campesina es una forma de producción
subordinada al capital que asume roles que han ido redefiniéndose
históricamente y a través de los cuales se le extrajo excedentes, situándola e
un proceso que Caballero (1980) denomina de desintegración y de recreación.
Las formas o canales de extracción de excedentes del campesinado
mencionados por diversos investigadores (Caballero, Montoya, Eresue,
Sánchez), se dan a través de:
a) La renta de la tierra. Algunos estudios descubren mayores restriccio-
nes para que el campesino acceda a la tierra debido a sus altos precios.
Asimismo, estudios sobre comunidades muestran la existencia de
arrendamientos de tierra.

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b) La venta de los productos agropecuarios. Los pocos estudios al res-
pecto muestran que el precio de mercado es nítidamente inferior al
valor promedio e incluso al costo de producción.
c) La venta barata de la fuerza de trabajo campesino mediante el em-
pleo eventual.
d) Los precios de los insumos, del capital y de los alimentos industriales
procedentes de la ciudad, a través de una red mercantil cada vez más
extensa.
Estas son las características que aparecen como comunes y
fundamentales, definiendo el carácter y la naturaleza del campesinado en
el Perú. Algunas de éstas expresan una situación en transición, producto
de los cambios introducidos por el capitalismo al interior de la economía
campesina.

B. Lógica y funcionamiento de la economía campesina


Determinantes en la racionalidad campesina
La economía campesina en el Perú tiene dos variables fundamentales
que determinan su actual funcionamiento.
La naturaleza y los recursos.- Todos los trabajos sobre la sierra y la
economía campesina muestran que la naturaleza andina es muy
heterogénea en cuanto a clima y suelos, con pronunciadas variaciones
microclimáticas (las lluvias, las heladas, los huaycos y sequías) que hacen
de la agricultura una actividad incierta, con riesgos. También las otras
actividades realizadas por la familia campesina tienen componentes
aleatorios, porque están vinculadas a la agricultura. De esta manera,
«prácticamente todas las actividades económicas de la sierra están sujetas
al riesgo» (Figueroa, 1981) y demandan del campesino un comportamiento
que disminuya al máximo la probabilidad de grandes pérdidas.
La economía campesina constituye, además, una unidad económica
muy pequeña, las tierras son escasas y de baja calidad, con stocks de
ganado y herramientas pequeños, y con tecnología tradicional. Es decir,
las familias campesinas son pobres, y esta característica las induce
igualmente a comportamientos de aversión al riesgo, evitando en lo posible
poner en juego el conjunto de su ingreso (Figueroa, 1981). En las
economías andinas tanto la naturaleza como los recursos influyen, pues,
para que la actividad agrícola sea normada por la aversión al riesgo.
Los diversos estudios muestran también que la naturaleza de los
Andes impone a la actividad agraria una marcada estacionalidad. El régi-

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men de secano -característica de la agricultura serrana- vincula la ejecución
de las principales actividades a las precipitaciones pluviales. Las heladas
y granizadas impiden también el cultivo de determinados productos: así
como la realización de más de una campaña. Las investigaciones han
mostrado la importancia de la estacionalidad como elemento articulador
de muchos aspectos de la actividad económica y la vida del campesinado
y en particular de la secuencia de actividades y las migraciones temporales
(Caballero, 1981, Figueroa, 1981 ).
El mercado.- Caballero sintetiza bien cómo el mercado es ya una
constante dentro de la racionalidad campesina cuando señala que, «en su
estrategia de asignación de recursos, la producción para el mercado está
desde un inicio presente; dependen del mercado no sólo para la adquisición
ocasional de herramientas o «bienes de lujo» que la economía doméstica
no puede producir, sino también de artículos fundamentales para su
sobrevivencia (alimentos, vestidos)». Por esto, Gonzales (1985) sostiene
que «...las principales variables que afectan el comportamiento del
campesino son los precios, el acceso al crédito a través de las cuales
pueden trasmitirse señales de mercado que eventualmente pueden incidir
en la estructura productiva campesina, en la utilización de la mano de
obra y en el uso de recursos». Por esta razón, continúa Gonzales, el
campesinado evalúa ahora con criterio beneficio-costo de una manera
más o menos sistemática y no necesariamente tiene aversión a todo riesgo,
asumiéndolos en algunos casos.
Sin embargo, la influencia del mercado en el comportamiento del
campesino no es tan directa, dada la naturaleza semimercantil de la
economía campesina y la variabilidad productiva propia de los
agricultores. Esta relación indirecta de las variables de mercado es
señalada por Figueroa (1981) cuando sostiene que la respuesta es
«viscosa», pues el campesino necesita revisar todo un «portafolio
cuidadosamente establecido y experimentado».
Los antropólogos Golte y De la Cadena (1983) apuntan que «si bien el
mercado no logra normar todas las transacciones de bienes y servicios,
obviamente está presente en mayor o menor grado con su estructura de
equivalencias en la comunidad». Asimismo, sostienen que «Ias fuerzas
presentes en el mercado general tratan de hacer avanzar las fronteras de éste,
al mismo tiempo que el campesinado mantiene la esfera de intercambio e
interacción no mercantil no por su voluntad, sino por la necesidad».
Por otro lado, también muestran lo complejo que son las relaciones
del campesinado con el mercado al sostener que tanto el trabajo-mercancía
corno los productos-mercancía «...no aparecen en el mercado como

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productos de campesinos parcelarios, que no tendrían relaciones entre sí
más allá de la unidad doméstica, sino que provienen de un complejo sistema
de interacción social y económica, la esfera de intercambios no mercantil,
cuya existencia es la precondición para que una parte de los productos y
de la fuerza de trabajo pueda aparecer en el mercado, con sus características
específicas, como mercancía.»
El mercado, entonces, afecta el comportamiento de la economía
campesina. Sin embargo, las relaciones no son ni directas ni espontáneas,
tanto por las características del campesinado andino como por el medio
natural y social en que se reproducen, complejizando estas interrelaciones.
Las formas y mecanismos de inserción entre lo no mercantil y lo
mercantil constituyen un tema de investigación muy amplio pero
conducirán, sin duda, a la comprensión integral de la racionalidad
campesina y de otros aspectos, como por ejemplo el funcionamiento de
los mercados de trabajo.
La investigación de la doble determinación en las economías andinas
conducirá también, como lo señalan Golte y De la Cadena (1983), a
encontrar las herramientas analíticas que permitan medir y comparar
factores que carecen de denominador común.

Aversión al riesgo, mercado, utilización de los recursos y reproducción


campesina
La aversión al riesgo es definida por Figueroa como una reacción
del campesinado frente a la pobreza y al contexto de incertidumbre en
que opera, con el objetivo de asegurar la obtención de una canasta de
subsistencia. Esta actitud frente al riesgo conduce al campesino a tener
un portafolio ordenado de actividades, en el cual la agricultura es
prioritaria.
La diversificación a la que alude Figueroa es verificada en todos los
estudios sobre la economía campesina, aunque en zonas con mejores
recursos y cercanas al mercado (valle del Mantaro, sierra de La Libertad)
la diversificación es ligeramente menor, como también lo es la
fragmentación de parcelas, las cuales no necesariamente se encuentran
en distintos pisos ecológicos.
La aversión al riesgo, asociada a la estacionalidad, conduce, según
Figueroa, a un orden en la asignación del trabajo en la economía campesina
comunera. Este investigador sostiene que, «...del total de la mano de obra
con que cuenta la familia, una parte se dedica primero a la actividad
agropecuaria, y la cantidad de trabajo residual que queda la utiliza en auto-

36
emplearse en la producción de bienes Z (artesanía, comercio), y emplearse
en los mercados de trabajo». Figueroa (1981) propone entonces la
hipótesis de la existencia de un orden en la asignación de la mano de obra
familiar en las actividades A-P (agricultura-ganadería) primero y Z, L
(artesanía, comercio, trabajo asalariado) después, implicando que la
producción de bienes Z no compite tanto con la producción agropecuaria
como con los salarios que prevalecen en los mercados laborales. Esto
quiere decir, concluye Figueroa, que «el campesino puede dedicarse sólo
parcialmente a la actividad agropecuaria y todavía considerarla la
actividad más importante en la obtención de su sustento económico.»
Esta estrategia que la realidad parece confirmar, tiene, para Caballero,
la limitación de estar referida exclusivamente a la mano de obra, así como
la de vincular su orden de asignación a la prioridad de las actividades,
más que a los objetivos, presentando una hipótesis interesante que incluye
dos principios en la programación de la asignación de los recursos de la
familia campesina: la aversión frente al riesgo y la finalidad perseguida.
Caballero (1983) sostiene que «en la primera fase la programación estaría
dominada por la aversión al riesgo, para asegurar sus necesidades
elementales, en la segunda fase la actitud frente al riesgo sería neutral o
incluso favorable, asignándose los recursos que quedan de la primera de
tal forma que se maximizan los ingresos netos. Pueden incluirse aquí
actividades agrícolas en que tanto los riesgos como la rentabilidad
potencial sean altos (...) como por ejemplo la producción de papa». Esta
hipótesis incluye entonces la existencia de una doble lógica dentro de la
racionalidad del campesino: la lógica comercial y la no capitalista. Sobre
la asignación de recursos en la familia campesina, Golte (1980) sostiene
que, frente a la pobreza de recursos y la heterogeneidad ecológica, el
hombre andino «maneja varios ciclos de producción agraria en varios
pisos ecológicos y que resultan de la estrategia básica para emplear la
fuerza de trabajo campesino durante un máximo de días en el año
agrícola». Para ello la cooperación intercampesina es fundamental.
Posteriormente, cuando analiza la agricultura en la actualidad, Golte
sostiene que «la familiaridad con el mercado y la estructura de precios
prevalecientes lleva a cuestionar seriamente la organización andina del
manejo paralelo de varios ciclos agropecuarios...»
Los investigadores presentan así distintas hipótesis sobre la forma
actual de asignación de los recursos de la economía campesina y sus
posibles variaciones con el desarrollo del mercado. Como bien señala
Caballero (1983), este tema debe seguir investigándose.
Por otro lado, Figueroa (1981) sostiene que existe otro tipo de

37
aversión al riesgo en la economía campesina, el cual se manifiesta en la
resistencia a utilizar insumos modernos. Frente a la mayor incorporación del
campesino al mercado, el comportamiento de aversión encierra una debilidad,
ya que venden sus productos agropecuarios a precios de venta fijados por las
empresas capitalistas que utilizan tecnologías modernas. Sobre este tipo de
aversión al riesgo, Figueroa plantea la hipótesis de que «...para una dotación
dada de recursos de las unidades familiares, a mayor educación (formal e informal)
su sistema de preferencia se hará menos adverso a la innovación». Es decir, que
un mayor nivel de educación escolarizada puede reducir la aversión a realizar
innovaciones.

C Las estrategias de sobrevivencia del campesino andino


El mercado incide en la economía campesina a través de los
mecanismos de extracción de excedentes debido a la venta de productos
y de la fuerza de trabajo, así como por la compra de productos alimenticios
e insumos industriales. Como respuesta, la economía campesina monta
estrategias de reproducción y de adaptación al mercado.
Sistematizando las estrategias que se encuentran en las distintas
investigaciones sobre la economía campesina, podemos resumirlas como
sigue:
a) La estrategia de la venta de la fuerza de trabajo fuera de la uni-
dad campesina. La minifundización y los términos de intercambio limitan
al campesino para obtener un ingreso suficiente como productor agrícola.
Para compensar sus ingresos, parte del año vende su fuerza de trabajo
fuera de la unidad. Figueroa (1981) sostiene al respecto que «el
comportamiento económico de la familia campesina tiene implicancias
claras sobre la incursión del campesino a los mercados de trabajo.»
b) La estrategia de mantener una producción global que incluya la
producción para el autoconsumo. La familia consume productos que no
pasan por el mercado.
Este comportamiento se deriva de la mantención -a pesar de la
mercantilización- de la unidad campesina como unidad de producción y
de consumo. Figueroa (1981) sostiene que el «campesino trata de asegurar
su subsistencia cualquiera sean los términos de intercambio, por los cuales
divide los riesgos y se resiste a especializar su producción». En todos los
estudios se encuentra que parte de la agricultura de los campesinos es
necesariamente de subsistencia, aunque varía según las regiones. «Es
decir, la comunidad participa solamente de manera parcial en el mercado
general». (Golte, De la Cadena, 1983). Esta característica explica también las

38
reacciones de incremento del autoconsumo del campesino frente a la crisis
y la inflación (Gonzales, 1984).
c) La estrategia del incremento de la autoexplotación de la fuerza de
trabajo de la familia. Esta estrategia sustenta la Mayor diversificación de
las actividades, ocupando a la mayoría de los miembros de la familia
campesina. La familia campesina tiene que multiplicar sus papeles
productivos, frenando la destrucción de la economía campesina.
d) La estrategia de la cooperación y la reciprocidad. Para reproducirse,
la economía campesina tiene que asegurarse la cooperación con el fin de
obtener mano de obra, tierra, herramientas y medios de producción. En el
cálculo económico incluye prestaciones y contraprestaciones para la
sobrevivencia a corto y largo plazo. Los sistemas de reciprocidad como el
ayni, la minka, la república para la sierra sur, o el ullay y el waijete para la
sierra central, constituyen formas no monetarias de acceder a mano de obra
y otros recursos. Tanto la cooperación como la reciprocidad se concretan
por relaciones de parentesco entre familias campesinas, sean éstas
independientes o comuneras (Golte, 1980). Igualmente, «...el mantenimiento
de una esfera de interacción, diferente a la del mercado, resulta ser la
precondición de la aparición de los productos y de la fuerza de trabajo
campesina como mercancía en la esfera de interacción del mercado. De otra
manera no podría asegurarse la reproducción del conjunto ni la de sus partes»
(Golte, 1980).
e) La comunidad campesina, sostienen algunos investigadores, forma
parte de la estrategia de sobrevivencia del campesinado, ya que es una forma
de defensa frente al asedio externo y permite la realización de actividades
que las familias son incapaces de ejecutar de manera individual, o que por
separado son económicamente inviables (Gonzales, 1985). Las comunidades
andinas se nos presentan, según Golte y De la Cadena (1983), «... como
conjuntos dinámicos que permiten la reproducción de sus partes, esto es:
unidades domésticas, familias extensas, ayllus, barrios, etc.».
f) Para su reproducción las economías campesinas trascienden los
espacios comunales, configurando las regiones o microrregiones. «La mi-
crorregión y la región aparecen así como espacios sociogeográficos que
resultan de las interrelaciones de diversas unidades productoras que de-
mandan y ofrecen bienes y factores en función de sus recursos productivos y
de sus objetivos económicos» (Gonzales, 1984). Las regiones, para Golte y
De la Cadena (1983), «son espacios físicos, sociales en los que se desen-
vuelven instituciones campesinas que actúan tanto en esferas mercantiles
como no mercantiles, en momentos sucesivos o simultáneos». Es decir,
para su reproducción el campesino va más allá de la localidad, conforman-
do «circuitos de reproducción», buscando ligarse a los diferentes mercados.
39
DIFERENCIACIÓN CAMPESINA Y DESARROLLO CAPITALISTA
Dentro de los problemas del campo, el tema de la diferenciación
campesina ha estado vinculado al debate sobre la verificación, en países
como, el Perú, de las tesis clásicas sobre el campesinado como forma
transicional que debía desdoblarse en una burguesía rural y un proletariado
agrícola.
Carlos Samaniego, en 1979, resumía el punto de partida de toda una
corriente de interpretación en este campo: la permanencia del
campesinado, pese a las tasas crecientes de urbanización. Un tercio de la
PEA parecía mostrar consistentemente que la expansión del capitalismo
no concluía en un proceso de desintegración de la economía campesina,
tal como se prevé en los análisis formulados por Marx y Lenin para otros
contextos. ¿Cómo explicar, entonces, esta convivencia entre un patrón
dominante de acumulación capitalista, a nivel de la sociedad global, y
formas productivas vinculadas mercantilmente pero persistentes en formas
de producción y relaciones no-capitalistas?
Influenciados por las teorías de los «modos de producción», algunos
investigadores (Aramburú, Lajo) llegaron a concluir que el campesinado
era «funcional» al capitalismo periférico, como abastecedor de alimento
y fuerza de trabajo. Se daba, pues, por descontada su permanencia, pero
dejando de lado el análisis concreto y la comprensión teórica de los
elementos conflictivos de esta relación entre el capitalismo y la economía
campesina y de la manera como operan tendencialmente.
Distinta es la opinión de Maletta, desarrollada en debate con Aram-
burú (1979). Maletta insiste en no caer en los estereotipos formados mu-
chas veces sobre un patrón clásico de desarrollo capitalista, para exponer,
sobre esta base, la vigencia de las leyes de extinción del campesinado en
países como el nuestro. Pese a lo sugerente de sus proposiciones y la agu-
deza de sus observaciones, Maletta postula que el proceso de desintegra-
ción del campesinado reproduciría los patrones observados en el caso de
los países hoy plenamente capitalistas. Sostiene que, «dado lo reciente del
proceso de ruptura del orden rural premercantil en el campo peruano», sería
«lógico encontrar todavía hoy esa proliferación de pequeños agentes
económicos, dedicados a producir y hacer circular las más diversas
mercancías...» (p. 142). De este modo, según Maletta, con la extensión del
mercado interno hacia el campo, no estaríamos lejos de verificar un clásico
proceso de concentración -centralización de capitales y de la tierra, con la
consiguiente creación y expansión de una burguesía y un proletariado rural.

40
Sin embargo, la debilidad de esta propuesta reside en que, a fuerza
de reiterar la vigencia de tendencias que rigen en el «modelo clásico» y
en el caso peruano, deja desapercibidas las peculiaridades del desarrollo
capitalista que el análisis concreto debe sacar a luz, esto es, la forma
cómo las leyes generales del desarrollo capitalista han sido históricamente
redefinidas y particularizadas en países como el nuestro. De lo contrario,
no se entiende cómo es que el campesinado no sólo se mantiene en número
sino que aumenta. Es por esto que consideramos afortunada la expresión
de Caballero (1980), al afirmar que «la economía campesina se mantendrá
no porque al capitalismo le convenga tenerla como reserva de mano de
obra y fuente de alimentos baratos, sino porque no puede reemplazarla».
Existe, pues, una relación de conflicto entre las formas no-capitalistas
que sustentan la economía campesina y el capitalismo, pero que no puede
resolverse a favor de este último justamente por la forma que asume la
reproducción del capital en el país.
Diversos trabajos han insistido en la debilidad de la expansión
capitalista en el agro serrano, lo que obedecería a dos causas: su falta de
rentabilidad (Caballero, 1980) y la adaptabilidad del campesino a las
formas de penetración del capital en el campo (Figueroa, 1985).
En la generalidad de la agricultura andina el nivel de la productividad
es tan bajo que las relaciones capitalistas no podrían funcionar aun si no
existieran límites a su expansión. Por esto, la forma predominante de
expansión del capitalismo en el agro andino es a través del mercado, del
capital comercial, que no conduce a una proletarización abierta (a menos
que nos ubiquemos en una perspectiva de muy largo plazo), sino al
empobrecimiento del campesinado. Fuera de diversos sondeos sobre las
perspectivas del campesinado, las investigaciones han ido avanzando un
diagnóstico más preciso sobre el tipo -distinto al clásico- de diferenciación
campesina que se ha venido produciendo en el país, mostrando, desde el
análisis de la desigualdad de ingresos y recursos en el campo, las
dificultades que afronta un proceso de capitalización interna.
Desde este ángulo, Caballero llega a proponer que la pirámide de
ingresos de la sierra rural reproduciría, en un nivel más bajo, el mismo
patrón de desigualdad de ingresos vigente a escala nacional. Existen,
además, los censos agrarios, para demostrar las diferencias regionales, y
lo datos de la encuesta ENCA, para corroborarlos al interior de una misma
zona o distrito. Efraín Gonzales encuentra en estas diferencias el origen
de la reciprocidad en la comunidad campesina, en la armonización de la
utilización de la fuerza de trabajo entre el campesinado rico, como
beneficiario, y el campesino pobre, como ofertante.

41
El tema, sin embargo, merecería un tratamiento e investigación,
mayores.
no podemos evadir la impresión de que incluso las diferencias de
recursos e ingresos no aparecen aún como ejes de análisis capaces de
permitir una comprensión teórica más exacta de la economía campesina.
Se corre, por eso, el riesgo de quedarse en una visión excesivamente
globalizante del segmento de la población rural comprendido en esta
categoría o, avanzando más, de hacer de los datos sobre diferenciación
un «indicador» aislado pero sin consecuencias teóricas para releer la lógica
de desarrollo de la economía campesina.

EL DESARROLLO CAMPESINO EN LOS ANDES Y EL ROL DEL


ESTADO.
El conjunto de trabajos sobre la economía campesina concluye
enfatizando la necesidad de una política de redistribución de ingresos a
su favor. Sin embargo, existen básicamente tres interpretaciones teóricas
al respecto, que buscaremos ordenar en torno a las siguientes preguntas.
¿Cuáles son los criterios para considerar al campesinado como sujeto del
desarrollo propuesto y cómo se entiende las potencialidades de la
economía campesina? ¿Cuáles son los instrumentos de política más
importantes? Y finalmente, ¿de dónde provendrá el financiamiento para
un programa de desarrollo del campo andino?

El campesinado como sujeto de desarrollo


Para Caballero (1983), una política de ingresos a favor del campesi-
nado se justifica por ser éste un importante sector de la población peruana
caracterizado por su extrema pobreza. Sin embargo, sostiene que es
improbable que en las condiciones políticas actuales los gobiernos estén
dispuestos a aplicar políticas redistributivas del tipo y magnitud necesarios
para ofrecer condiciones de vida dignas al campesino. Más aun: en opinión
de Caballero, «más allá de un cierto límite y cumplidos ciertos objetivos
a nivel de la producción y los ingresos, no tendría sentido desplazar fuertes
inversiones hacia un sector que ofrece escasas condiciones naturales para
una mayor tecnificación.» Estas apreciaciones, como puede percibirse,
atribuyen pocas posibilidades al desarrollo del campesinado de la sierra.
Para Figueroa (1985), el desarrollo capitalista tiene serias limitacio-
nes para resolver el problema campesino, siendo ese capitalismo subdesa-
rrollado la base de la extrema pobreza campesina. Figueroa sostiene que
las unidades familiares de la sierra contienen potencialidades que les

42
permitirían convertirse, como unidades de economía campesina, en el
elemento dinámico del desarrollo de la región serrana,
Por su parte, Efraín Gonzales (1985) -en una posición intermedia,
aunque más cercano a Figueroa- sostiene que, pese a la pobreza de recur-
sos, en el contexto de la recesión actual se crean condiciones favorables
para cierto tipo de desarrollo de la sierra y la economía campesina. «Es
más realista -afirma Gonzales- pensar en la propia capacidad de los
campesinos, ya que disminuye la competencia externa a los productos
peruanos por las crecientes dificultades de importar, y porque extrema la
necesidad de contar con nuestras propias fuerzas».

Patrones de desarrollo y potencialidad del campesinado


Para Caballero (1980) el desarrollo del agro andino supone revolucionar
condiciones de producción del campesinado a través de un acceso igualitario
a las tierras disponibles, los subsidios masivos para la ampliación de la
frontera agrícola y la tecnificación, y la industrialización de la sierra, todo
ello al interior de un cambio en el patrón de acumulación y consumo de la
economía nacional. Esta propuesta, evidentemente, no es realizable en un
corto plazo y requiere de cambios profundos en la economía y el Estado.
La propuesta de Figueroa (1985) consiste en desarrollar directamente
la economía campesina: «en lugar de hacerlos más proletarios, se trataría de
hacerlos más campesinos», mediante la elevación de la rentabilidad de la
agricultura desde la propia unidad campesina. Esto se conseguiría a través
del cambio tecnológico y la elevación de la calidad de los recursos humanos,
generando un aumento de los ingresos reales del campesinado e impulsando
el desarrollo regional. «La brecha de productividades que se observa
actualmente entre campesinos -afirma Figueroa- indica la gran potencialidad
que existe para elevar la productividad de una manera generalizada en los
Andes».
En trabajos anteriores, Figueroa (1981, 1983) subraya que el proble-
ma agrario sólo puede ser resuelto al interior de una política nacional -
enfatizando el papel que cumplen, por ejemplo, las decisiones sobre
aranceles, tasa de cambio, asignación del gasto público, etc. En sus es-
critos más recientes, sin embargo, sus propuestas aparecen más
circunscritas a una perspectiva regional y al fortalecimiento de la parcela,
en desmedro del resto de actividades de la economía campesina. Así, en sus
últimos escritos su modelo aparece como para ser logrado en el corto plazo.
En los trabajos de Figueroa existen, sin embargo, dos vacíos importantes:
no aparece claramente el rol de la planificación y del Estado. Este último

43
sólo figura como asignador del excedente social.
Gonzales de Olarte (1985) sostiene una propuesta ligeramente distinta,
aunque centrada también en la necesidad de un incremento de la
productividad de la economía campesina y en la protección de la
competencia externa. Dentro de estos planteamientos, «la comunidad
campesina puede constituirse en una organización que facilite el desarrollo
rural». Ahora bien, estos objetivos sólo podrían ser logrados a mediano
plazo y en base a tres condiciones:»1) voluntad política para transferir
recursos netos hacia el campo (...), especialmente campesinos comuneros
2) una planificación regional o microrregional de la producción
agropecuaria, en concordancia con una política externa de protección a
los productores nacionales (...); 3) capacidad de organización y
administración de las comunidades campesinas y de las familias comuneras
para utilizar fructíferamente los recursos que se les transfiere» (Gonzales,
1985). En este modelo, la comunidad cumple una función estratégica,
pudiendo incluso llegar a «acumular».
De esta manera, para Gonzales el desarrollo de la economía campesina
depende sobre todo del patrón de crecimiento nacional de las políticas
económicas y se basa en la comunidad campesina -no en la unidad familiar-
El rol de la planificación, si bien aparece como un factor importante, no es
desarrollado claramente, como tampoco ocurre con el rol del Estado.
En las propuestas, tanto de Figueroa como de Gonzales, convendría
señalar claramente los roles fundamentales del campesinado al interior
de un modelo de crecimiento nacional. ¿En qué consiste ese modelo
nacional? ¿Se fortalecerá el papel del campesinado como abastecedor de
alimentos? ¿Se incentivará el papel de consumidores de productos
industriales? ¿Se buscará crear mercado interior? ¿Se persigue desarrollar
la industria o sólo la agricultura en el campo?

Instrumentos de política para el desarrollo del campesinado


A cada una de las propuestas señaladas le corresponden determina-
dos instrumentos de política. La de Caballero supone centralmente la
implementación de una reforma agraria con límites de inafectación bastan-
te bajos y la introducción de un sistema de precios diferenciados -de pro-
ductos e insumos- a favor de los campesinos que ocupan las peores tierras.
Tales medidas serían capaces de producir en pocos años «un cambio drás-
tico en la distribución del ingreso». Más a largo plazo, sin embargo, la
apuesta de Caballero es a la industrialización rural y la generación de
empleos no agrícolas en el campo y al reasentamiento poblacional. Estos
instrumentos, que requerirían de una transformación del Estado y de la

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anulación de la lógica del mercado, deberían basarse en la propia
organización y capacidad de decisión de las organizaciones campesinas.
Partiendo de la afirmación de que «la clave del desarrollo campesino
está en lograr la elevación de su productividad agropecuaria», Figueroa
(1985) señala que «la política de precios, crédito, extensión agrícola
mercadeo, oferta de insumos modernos, programas de irrigaciones a nivel
de microrregiones son claramente los instrumentos apropiados». Figueroa
(1983) ha insistido en la necesidad de una política de precios que aumente
los precios relativos del conjunto de bienes agropecuarios, así como una
política crediticia, no sólo de crédito agrario sino multisectorial. Estas,
además de la asistencia técnica, aparecen como las políticas claves en
torno a las cuales se articulan políticas de expansión de la infraestructura
social de modificación de la propiedad a favor de los campesinos con
mayor necesidad de tierras.
Por su parte, Gonzales (1985) señala que «bastaría que se utilizara
el 1% del ingreso nacional para programas de desarrollo y de satisfacción
de necesidades básicas en comunidades campesinas, para que el ingreso
campesino aumentara en más del 20%». Desde ese énfasis, se admiten
políticas de mejoramiento de precios relativos, aunque se las reconoce
como «menos efectivas». Coincide en que deben implementarse de manera
masiva y continuada -por lo menos 10 años sucesivos-, así como en la
necesidad de enmarcarlas en una planificación regional y microrregional
coherente con las políticas nacionales.
Más allá de los distintos acentos entre estos tres autores, creemos
que sería necesaria la profundización del tema del Estado y una mayor
precisión en torno a problemas que tienen que ver con el proceso de toma
de decisiones de la política agraria a nivel global, regional y local, sus
formas institucionales y los mecanismos de control social y participación
campesina, imprescindibles no sólo en términos de democracia sino
también de eficacia.

Financiamiento del desarrollo campesino


¿De dónde procederá el financiamiento para el desarrollo del
campesinado? En este punto existen distintas apreciaciones que
rápidamente podríamos resumir de la siguiente manera.
Para Caballero, una propuesta de desarrollo del agro andino supone
un financiamiento de gran magnitud, que sólo puede provenir de fuera la
sierra. Figueroa en cambio, sostiene que este financiamiento no sería de
grandes dimensiones y que, además, contribuiría a ahorrar divisas. Los

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excedentes necesarios podrían salir de la misma sierra, en especial del
sector minero cuyos excedentes estima en alrededor de 700 u 800 millones
de dólares. Al mismo tiempo, Figueroa considera la necesidad de
redistribuir la inversión pública, que sólo en un 20% se destina a los
departamentos de la sierra.
Gonzales coincide con Caballero en la necesidad de un financiamien-
to extra-regional, pero difiere al afirmar que tales transferencias no requie-
ren montos muy elevados- recordemos la referencia al 1% del ingreso
nacional hecha párrafos anteriores, aunque se trate de transferencias a
programarse por lo menos durante 10 años consecutivos-.
A las propuestas señaladas para desarrollar la sierra y la economía
campesina se añade otra, que se sustenta en los proyectos de desarrollo
microrregional o proyectos de desarrollo comunal, como por ejemplo «El
Plan Sierra», del Inade, los múltiples proyectos de promoción, exten-
sión y desarrollo en comunidades, con financiamiento nacional y
extranjero.
Mientras Figueroa propone políticas nacionales masivas, de amplio
espectro, permanentes y coherentes con la racionalidad campesina, estos
proyectos se refieren más bien a programas focalizados en un ámbito
local con diseños de desarrollo que muchas veces no tienen coherencia
con las políticas nacionales. Encontramos aquí dos enfoques diferentes
para reactivar la sierra y elevar las condiciones de vida del campesinado.
Creernos que los proyectos de promoción y de desarrollo comunal
tienen una relevancia marginal en los cambios de las condiciones
productivas y en la solución de la pobreza del campesinado. Tendrían
que desarrollarse más de 3,000 proyectos, al mismo tiempo, para conseguir
efectos significativos.
La evaluación de algunos de ellos muestran que los programas de
desarrollo se paralizan o fenecen cuando termina el financiamiento o
cuando el proyecto se traslada a otra microrregión o comunidad.
Igualmente, algunos proyectos muestran gastos dispendiosos con magros
beneficios para la zona y los comuneros.
En este sentido, sería interesante introducir al debate experiencias
sobre el impacto de programas de desarrollo rural en las economías
campesinas.

METODOLOGÍA DE LA INVESTIGACIÓN DE LA ECONOMÍA


CAMPESINA
Las investigaciones sobre la economía campesina en la sierra sur,

46
norte y centro proveen abundante material Metodológico para enfrentar
investigaciones basadas en encuestas. Este aspecto debería sistematizarse
con el fin de establecer un marco metodológico mínimo y común que
compatibilice categorías y conceptos básicos y específicos, de modo de
contar con una matriz ajustable a las condiciones particulares de las zonas
de estudio.
Las investigaciones hasta hoy producidas muestran, en primer lugar,
una ausencia de información estadística general sobre la economía serrana.
El Censo Agropecuario de 1972 es la única referencia sobre algunos
aspectos de las unidades agropecuarias, aunque no siempre sus datos son
representativos. En este sentido, ha sido útil el catastro rural y las
declaraciones juradas, en especial para construir el universo para la
extracción de la muestra.
De otro lado, para caracterizar la microrregión, los datos del censo
fueron siempre complementados con estudios o diagnósticos sobre la
microrregión o las comunidades.
En segundo lugar, los análisis basados en encuestas nos dan un vasto
conocimiento de la economía campesina, pero de carácter estático,
quedando por conocer la dinámica y los cambios ocurridos en ella, para
lo cual tanto la antropología como la historia proveen herramientas
importantes.
Igualmente, el balance nos muestra que para el conocimiento de la
economía campesina, como un sistema global y complejo, se requiere del
concurso de varias disciplinas.

A MODO DE CONCLUSIÓN
En el balance sobre lo avanzado en el tratamiento de la economía
campesina en nuestro país, un aporte teórico fundamental lo constituye
el haber dejado atrás una concepción dualista de la sociedad peruana a
través de la tesis de la integración del campesinado al mercado.
El segundo hecho fundamental ha sido el intento de teorizar la
economía campesina como objeto específico de análisis y el haber
relevado empíricamente alguna de sus características en los Andes.
Las investigaciones han avanzado igualmente en remarcar algunas
de las potencialidades que tiene la economía campesina y/o comunera,
como base y protagonista de políticas de desarrollo. Sin embargo, el
balance también muestra una serie de interrogantes y de ausencias que es
necesario resolver y profundizar en las futuras investigaciones, y que
podríamos agrupar en cuatro ejes.

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En el primer grupo se sitúa el cuestionamiento de la propia unidad de
análisis de la economía campesina y la necesidad de realizar tipologías de
las comunidades y de las economías campesinas con el fin de lograr una
comprensión teórica más exacta de ella, dada la gran heterogeneidad y el
proceso de cambio y de reproducción en que se encuentra. Esto conlleva,
lógicamente, la necesidad de precisar las dimensiones y características
de la economía campesina, así como de diferenciarla de la economía
capitalista.
Con las investigaciones hasta hoy realizadas se corre el riesgo de
quedarse en una visión excesivamente globalizante del segmento de la
población rural comprendido en la categoría de economía campesina. En
este sentido, los trabajos de Adolfo Figueroa y de Efraín Gonzales de Olarte
nos señalan los trazos sobre los que es preciso seguir avanzando. Se requerirá,
desde nuestro punto de vista, retornar sobre las grandes preguntas formuladas
-asignación de los recursos, racionalidad económica, peso de las relaciones
mercantiles, fuentes de ingresos, etc.-, pero con el objetivo de producir una
comprensión diferenciada de acuerdo a los estratos campesinos construidos
en un nuevo punto de partida. Esta indagación seguramente podrá aportar
mayores luces sobre la dinámica de funcionamiento interno en la economía
campesina y sobre las perspectivas mismas de la diferenciación campesina
en el país y el futuro del campesinado y de la comunidad.
Igualmente, hasta ahora los análisis han sido estáticos, basados en
encuestas. Se sabe poco de la evolución de estas economías, de los cambios
ocurridos en la posesión de los recursos, de la producción, de sus relaciones
con los mercados, etc., información indispensable para construir una visión
dinámica de la economía campesina.
Un segundo bloque de interrogantes está vinculado a la racionalidad y
lógica de comportamiento de la economía campesina. Algunas investigaciones
dan cuenta de la existencia de un doble cálculo económico en sus decisiones:
«un cálculo económico no capitalista, donde lo más importante es la
reproducción de la familia, y un cálculo económico capitalista, subordinado
a las reglas vigentes fuera de la familia y de la comunidad». ¿Existe esta
doble lógica realmente? ¿Se trata de lógicas complementarias o el campesino
se encuentra en un permanente estado de esquizofrenia?
Este doble cálculo económico y sus efectos en el funcionamiento de la
economía campesina constituyen una interesante línea de investigación para
economistas y antropólogos.
Existen, asimismo, vacíos importantes en torno a la asignación de los
recursos de la economía campesina. Sobre la asignación de la mano de

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obra, el principal recurso de la economía campesina, sólo contamos con
interesantes hipótesis. Igualmente, se conoce muy poco sobre el
funcionamiento, de los mercados de trabajo en el campo.
Sobre la utilización del ganado o los sistemas ganaderos en la economía
campesina y la comunidad, igualmente se conoce muy poco. En este sentido,
parece que estamos lejos de entender a la economía campesina como un
sistema global, para lo cual habría que entender las interacciones entre sus
partes. En esto seguramente puede jugar un papel muy importante el aporte
de los antropólogos, en el conocimiento de las formas y mecanismos de
inserción de lo no mercantil y lo mercantil, en la comprensión de las relaciones
familiares, de parentesco, etc.
Un tercer bloque está constituido por la falta de teorización sobre el rol
del Estado. La mayoría de estudios trazan una serie de políticas de desarrollo
para el campesinado sin darle un papel al Estado, mientras otros evidencian
desligazón entre el Estado y la sociedad. En todo caso, las propuestas de
desarrollo de la sierra y del campesinado requieren necesariamente de una
precisión y profundización en el estudio sobre el Estado, sobre el proceso de
toma de decisiones de las políticas, así como sobre los mecanismos de
participación del campesinado, las formas institucionales y mecanismos de
control social.
Respecto a las políticas agrarias, los investigadores han expuesto una
larga lista de políticas necesarias para desarrollar la sierra y la economía
campesina, requiriéndose, sin embargo, priorizar estas políticas para su
puesta en marcha. Por último, dada la complejidad del mundo andino, los
progresos futuros para el conocimiento de la economía campesina se ha-
rán probablemente mediante métodos que evidencien el trabajo
multidisciplinario.

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