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Aquella mujer de Nariz

superlativa.

Por Eva.

1
Introducción:
Una gran nariz no tiene porque ser siempre algo difícil de mirar. De
hecho hace poco conocí a una mujer muy interesante. Una mujer alta,
delgada, de pelo largo, lacio y marrón. Y con una nariz descomunal.
Aunque aquella nariz no era fea, al contrario, su rostro era tan
interesante de mirar que otros rasgos de su cara, como los ojos o los
labios pasaban a términos medios. Simplemente era agradable mirarla.
Y cuanto más la mirabas, más te gustaba. Después de mirarla sin parar,
ella me sonreía y me decía que era raro, pero que le gustaba.

Oh, no es lo que creéis. No le gustaba. Ni ella a mí. Simplemente


éramos amigos. Algo que, antes de haberla conocido, nunca habría
imaginado.

Yo era de esos que piensa que una mujer y un hombre no pueden ser
amigos. Jamás de los jamases. Pero esta mujer -para bien o para mal-
me cambió. Tanto que, mi difunta madre no me reconocería. Nos
conocimos hace tiempo, en la fábrica textil en la que trabajaba. Os
preguntareis ¿Una distinguida dama en un sitio como ese?

Os equivocáis.

No es tan distinguida como creéis. Cuando la conocí me pareció una


persona extraña, aunque eso no ha cambiado del todo. Vestía de la
manera más estrafalaria que podáis imaginar. Llevaba collares de toda
clase, pendientes más grandes que sus orejas y faldas de colores
brillantes. Era rara, y a veces difícil de entender (como todas las
mujeres), pero tenía algo que te atraía hacia ella. Y cuando te alejabas
de ella, querías seguir escuchando sus historias sobre esa extraña
magia que tanto le gustaba.

Aunque no me gusta reconocerlo, era más valiente que yo. Además


también era más alta que yo y más fuerte... bueno, aquella mujer me
ganaba casi en todo lo que un hombre puede presumir, pero había algo
que ella no tenía.

Yo sabía coser.

Se que diréis que ese pasatiempo es de señoras, pero cuando uno vive
solo tiene que apañárselas.

O eso supongo.

De todas formas pasemos a lo que queréis leer. Retrocedamos en el


tiempo, hasta el día en que la conocí.

Capítulo 1

2
Diario de alguien que está cansado de la vida. 31 de Enero

Estoy harto de trabajar. Tengo las manos que parece que me han tirado
a una jaula llena de gatos furiosos. Para lo que gano podría quedarme
en mi casa, pero a ver quien la iba a pagar. Ni siquiera se porque estoy
escribiendo un diario. Parezco una quinceañera. Si mi madre levantara
la cabeza y me viera, me pegaría dos bofetadas. Necesito buscarme un
hobby, cuanto antes. O me volveré loco y llenaré este diario.

Fin del día de hoy.

Cerré el diario y miré por la ventana, estaba lloviendo. El paraguas no


estaba en su sitio, así que ese maldito mocoso del piso de abajo tuvo
que volver a cogerlo. Como lo pille le arrancaré los dientes de leche que
le queden. Sabrá el lo que es la vida. A su madre le voy a decir yo
cuatro cosas.

El teléfono sonaba sin parar. Algo extraño ya que, nadie suele querer
saber nada de mí. Corrí impaciente y a la vez con miedo y lo descolgué:

-Hola – Dijo una voz grave. Era mi jefe. - ¡Hoy no tiene que venir
usted al trabajo!.
-¿Qué?... ¿Porqué?... ¿Estoy…despedido?
-No hombre no, pero hoy no venga. ¡Descanse! Mañana se sentirá
mejor.
-¿Eh?... ¿Qué?
-¡Adiós muy buenas!

Rara. No tiene otra palabra paras describir está situación. ¿Cómo que
me quedara en casa? ¿Qué le había pasado a mi jefe? Llovía y era
Lunes ¿Cuántas mas razones queréis que os de para estar deprimido?
…en fin. Y yo escribiendo un diario.

Como no tenía que salir, me quité las botas y me puse las zapatillas.
Bajé a la casa del mocoso del paraguas, pero no había nadie. Eso o
estaban dormidos. Así que me dispuse a pasar una bonita mañana de
lunes en el sofá bebiendo, pero entonces alguien llamó a la puerta.

-¡Correo! ¿Es usted Justin Buttercup? – dijo un muchacho, con un


sobre en la mano.
-Ah…, sí, soy yo. ¿Una carta? ¿Para mí?
-¡Creame, señor, si no fuera para usted no estaría aquí!

Me puso la carta en la mano y salió corriendo. Sin duda esto era MUY
raro. ¿Es que me había salido un primo lejano? ¿Era rico? Este día
empezaba a alargarse y sólo eran las once de la mañana.

3
Era un sobre blanco, un poco arrugado y mojado, con un sello bastante
peculiar. Algo que nunca en mi vida había visto. Miré el reverso del
sobre, estaba escrita una dirección, con una caligrafía muy bonita y
elegante. Esta carta provenía de la otra punta de la ciudad,
concretamente en unas casitas apartadas del centro. ¿Quién podía vivir
allí? Con un poco de suerte una mujer guapa y amable, quien caería
prendida ante mis encantos varoniles, tendríamos cuatro hijos y…

Un momento. Qué estoy diciendo.

Rompí el sobre y cogí la carta. Esta letra era muy diferente a la otra,
tenía muchas palabras tachadas, las letras eran desiguales y apenas se
podían leer con claridad. Ponía lo siguiente:

“Hola,

Soy yo. Necesito hablar urgentemente contigo. Si no te acuerdas de mi


dirección, está apuntada en el sobre. Por favor, ven cuanto antes. Es
algo muy importante.

Saludos.

A 12 de Enero”

Creedme, he estado demasiado tiempo descifrando estas tres escasas


líneas. Aunque hay algo que no comprendo. Por detrás había un dibujo
muy mal hecho de un sol y una luna. Resultaba hasta gracioso de lo
ridículo que era. Lo más extraño es que alguien –que aparentemente no
conozco de nada- quisiera mi ayuda. ¿Y si era un psicópata o algo raro?
Prefiero morir en mi sofá, calentito.

Pero la curiosidad me pudo. Cogí mi abrigo, me puse mis botas y…ah.


No tenía paraguas. Tocaba llamar al timbrecito de nuevo. Bajé las
escaleras, equipado con mis cuatro capas de ropa, pero decidí no
llamar. Si no me abrían, perdería tiempo, y si abrían, perdería aun más.
De todas formas si fuera algo muy necesario, sólo tendría que mangar
uno del paragüero de alguna tienda.

Al salir del bloque de pisos, empezó a llover con fuerza y corrí hasta un
árbol. Se que atraen los rayos, pero no creo tener tan mala suerte. Al
lado del árbol había una bolsa de color violáceo, con un paraguas que
sobresalía de su interior. Lo cogí disimuladamente y seguí mi camino
hasta coger el tranvía. Por suerte llevaba la cartera en el pantalón, así
que me pagué un largo viaje hasta el centro. Una mujer se sentó a mi
lado. Tenía el pelo largo, marrón, y llevaba unas grandes gafotas
negras combinadas con un traje del mismo color. Tenía mojada la ropa
‘gracias’ a la lluvia.

Al llegar a mi parada, dejé el paraguas en el asiento, y antes de que la


mujer me pudiera decir algo, bajé rápidamente. Seguía lloviendo, pero

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es que estoy hecho un trozo de pan. Caminando por una amplia calle,
fui preguntado si conocían esta calle y si me podrían guiar, y acabé en
un callejón oscuro con un perro olisqueándome el trasero. Al menos
había dejado de llover, pero no sabía donde estaba. Seguí caminando
hacia delante y me encontré en una bonita calle, llena de árboles y
casas grandes pintadas de colores alegres que contrastaban con el
cielo gris que había. Miré los números de todas las casas, por si alguna
coincidía. El número, según el sobre, era el 13. Bonito número. Sin
duda, tenía que haberme quedado en mi casa, calentito, viendo la
televisión. Por un día que no tenía que cortarme los dedos con agujas ni
tenía que estar soportando a mis queridos compañeros de la fábrica, lo
desperdiciaba buscando una casa, cuyo número era el 13, en la otra
punta de la ciudad y sin paraguas. Y probablemente sin dinero también.

Sin darme cuenta, me paré justo en la casa número 13. Era una casa
bonita, de color azul, con ventanas grandes de las que sobresalían,
empujadas por el viento, unas cortinas blancas. Menos en una de ellas,
que la cortina era negra y estaba cerrada.

Ni corto ni perezoso, entrando en el jardín, llamé al timbre. Ya que


estaba allí, no tenía nada que perder. Llamé dos veces, y fue a la
tercera cuando me abrió una chica bajita, un poco regordeta, de pelo
negro y morado, rizado y unos encantadores ojos azules, pintados de
negro.

-¿Ehm…Sí? ¿Qué quiere? – dijo la chica, perpleja.


-Eh…bueno, verás, hoy me ha llegado una carta de alguien que no
conozco de nada y esta dirección estaba escrita en el sobre, así que he
venido.
-Ah…ya. Dios. Un momento, ahora baja la persona que quieres ver.

La chica entrecerró la puerta, y subió las escaleras. Parecía angustiada


cuando le dije porque había venido…Podría haberme invitado a tomar
asiento, unas galletas…esas cosas que hacen las chicas. Pero ahí
estaba yo, pasando frío, como un hombre. A saber que clase de loco me
habría enviado la carta.

Al poco rato, una mujer abrió la puerta. No sé como explicar como me


sentí cuando la vi. Su gran nariz acaparaba toda mi atención, pero a
diferencia de todas las napias que había visto en mi vida…aquella era la
más hermosa.

-¡Ah! ¿Tú eres…Justin Buttercup? - yo no paraba de mirarla, sin


poder articular una palabra. No sé que me pasó en ese momento, la
verdad. Me había cautivado. Aquella mujer alta, esbelta, terriblemente
hermosa…Ah, quizás me cegaban sus enormes pendientes brillantes
que se movían a la vez que ella me hacía una mueca, extrañada.
-¿Eres tú o no? Pensé que ese apellido no existía… es gracioso.
-Sí, me lo dicen mucho – Dije cuando por fin pude reaccionar - ¿Nos
conocemos de algo?

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-¡El destino ha querido que nos unamos, señor Justin Buttercup!

Loca. ¿Por qué, Señor, por qué? Con lo guapa que era. Y ahora hablaba
del destino. Maldita sea.

-Ya ves lo desesperada que está por encontrar novio. – Dijo la chica
de antes, que se asomó a la puerta mirando con malicia a la chica.
- Bianca, cállate. Sólo quería saber que me deparaba el futuro…y
ha venido. ¡Aquí estás!
-Hahaha…Sí…- Cada vez estaba más loca. Aunque me alegró que
la chica sacara el tema del novio. Estaba loca, sí, pero al menos era
guapa. No se puede tener todo en esta vida.
-En fin…Perdona esta situación tan bizarra…como todas las que se
viven con esta tía. Me llamo Bianca y esta es-
-¡Nooo! De momento no tiene porque saber mi nombre, sólo
llámame…”Sol” – dijo la chica, como si fuera tan normal no decirle el
nombre a una persona que acabas de conocer.
-Tía…por eso no tienes novio, eres más rara que un perro verde -
Totalmente de acuerdo – Cariño, tienes suerte de al menos saber dónde
vive, tampoco se lo dice a nadie. Yo lo sé por qué vivimos juntas, que si
no…
-¡Que te calles! No tengo novio porque no quiero…prefiero no decir
mi nombre a desconocidos… ¡Y esa es demasiada información!

Encima era una paranoica ¡Psiquíatraaaaaaaaa! No si estaba claro que


alguien que envía una carta a cualquiera por probar nombres no es
normal. ¿Por qué a mí?

-Anda, pasa… vaya caballeras estamos hechas. ¿Entras o te


quieres ir corriendo?
-Ah, sí, claro… - Seguro que la chica esta, Bianca, vio el terror en
mis ojos, pero por ser cortés entré. De todas formas tenía el día libre.

Me sorprendí al ver aquel desorden. La casa por dentro era bastante


bonita, combinaba mucho el azul, blanco y el negro, pero había tanta
porquería en el suelo que todos los encantos de la casa eran nulos.
Bianca se hizo paso por la basura, pegando patadas a revistas, ropa,
bolsas de patatas fritas y cajas de zumo, y me abrió un hueco en el
sofá. La otra…o sea, ‘Sol’, me siguió y se sentó a mi lado en el sofá. He
de reconocer que me sentía la mar de a gusto con una chica así, que
me perseguía allá a donde fuera. Bianca fue a la cocina y preparó unas
pastas y un té. Puso la bandeja y las tazas de té en la mesa, y cada uno
cogimos la nuestra.

-¡Bueno, Justin Buttercup! Cuéntanos algo sobre ti. ¿Dónde vives,


que te gusta comer? – dijo ‘Sol’, con curiosidad.
-Bueno pues…vivo bastante lejos de aquí, en la otra punta de la
ciudad, y bueno me gusta comer-

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-¿Has venido desde la otra punta de la ciudad por una carta de un
desconocido? ¡Pero si eres su hombre perfecto! – Dijo Bianca,
burlándose de los dos.
-¡Cállate, que no le has dejado terminar! – Dijo con genio – Sigue.
-¿Sabes? Me gustaría saber sobre ti…’Sol’, no sé ni tu nombre. ¿Por
qué no te gusta decirlo?
-No lo sé…prefiero tener un seudónimo, no me gusta que me
llamen por mi nombre real… Aunque a causa de esto tengo muchos
apodos horribles.
-Todos gracias a su nariz, tranqui, que te acostumbrarás – dijo
Bianca…al parecer no estaba bromeando.
-¿Y como es que Bianca sabe tu nombre?
-Me llevé tres días sin parar de decirle nombres, apuntaba en una
libreta todos los nombres que se me ocurrían a lo largo del día y me
llevaba toda la noche preguntándole. Si no, me lo tendría que haber
dicho igualmente, no le dejaría haber venido a vivir aquí. Nos
conocemos desde hace no mucho.
-Va-vaya… - ¡Esta tampoco se quedaba corta! - ¿Y no puedes ni
darme una pista, para averiguarlo? – Bianca miró con ojos pícaros a
‘Sol’ y esta le devolvió una mirada de inseguridad.
-Está bien… mi nombre real empieza por ese. – Dijo decidida. Eso
apenas daba datos, pero me di por satisfecho, aunque había muchas
cosas que me gustaría saber de ella. Era una mujer muy misteriosa.

Quizás sólo jugaba conmigo, pero he de reconocer que me lo estaba


pasando bien. De pasar el día con hombres oliendo a sudor, había
pasado a lindas mujeres que olían a caramelo. Aunque mañana
empezaríamos con la rutina.

¿Había sido esto un dulce sueño?

Capítulo 2
Diario de alguien que está cansado de la vida… un poco menos
que ayer. 1 de Febrero

Ya es Febrero. Y hace un frío de narices. Creo que he cogido un


resfriado. Y sí, sigo escribiendo. ¿Por qué? Pues no lo sé. Ayer conocí a
dos tías muy raras y misteriosas porque me enviaron una carta muy
rara y…

Ah, ya. Ya paro.

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Eran las 5 y cuatro de la mañana. No había dormido en toda la noche.
Después de estar en casa de ‘Sol’ y Bianca, hasta tarde, ‘Sol’ me dijo
que volviera cuando pudiera, sin especificar nada. Al salir de su casa
empezó a tronar y a llover muy fuerte. Ni ‘Sol’ ni Bianca me pudieron
prestar uno, Bianca decía que se lo había dejado en alguna parte y ‘Sol’
sencillamente es que no tenía. Me quedé en un bar hasta que me
echaron, sin ni siquiera prestarme un paraguas. Aunque llovía menos,
seguía lloviendo fuerte. No llevaba reloj así que no sabía que hora era,
pero todo estaba muy oscuro, así que tenía que ser tarde. No tuve mas
remedio que caminar y caminar hasta que llegué a un escaparate en el
que se veía la luz de un reloj.

Las 12 y media. ¿Pero cuanto me había llevado yo en esa casa? El


tiempo se me pasó volando, y eso que no lo pasé muy bien que
digamos. Me puse debajo del toldo a rayas que tenía la tienda a
descansar un rato, pero me di cuenta de que la puerta estaba un poco
abierta. Miré por el cristal, y al ver las luces estaban apagadas, decidí
quedarme en la puerta. Pero fue aquel el instante en el que vi...

¡Un paraguas! Sin duda era de mujer, pero me serviría para llegar hasta
mi casa. Lo cogí con cuidado de no hacer ruido y me fui corriendo
encajando la puerta. Por fin pude llegar a mi casa, mojado, con frío, y
con un resfriado de campeonato ¡pero al fin había llegado! Y encima
mañana tendría que trabajar ¡Perfecto! Al entrar en mi casa me tiré en
el sofá con el paraguas en la mano y me dormí. Pero esto no duró
mucho. Me levanté y lo primero que hice fue mirar el reloj. Y aquí
llegamos.

Las 5 y cuarto de la mañana. Y yo con la ropa mojada puesta y el


paraguas en la mano. Por no hablar de las botas, que parecía que tenía
dos peceras en los pies. Me lo quité todo y me puse el pijama. Me
preparé un café calentito y cogí una manta para acostarme en el sofá.
Puse la televisión, pero no echaban nada de provecho. Cambiando, pillé
un canal de música clásica y lo dejé puesto con poco volumen para
dormirme. A pesar de que tenía sueño, estaba resfriado y mojado, no
quería dormir. Sólo deseaba no tener que ir a trabajar hoy, quería
volver a ver a aquellas dos mujeres de nuevo. No paraba de pensar en
tantas cosas a la vez que me dolía la cabeza. ¿Por qué salió mi nombre?
Quizás de verdad era el destino, que para bien o para mal, quería
unirnos. Por una vez, me creía esa retahíla de tonterías que contaban
las películas de ficción.

Angustiado como estaba, cogí la carta que me había mandado ‘Sol’ y la


volví a leer. Es cierto. ¿Necesitaba mi ayuda? Y si la necesitaba ¿Cómo
sabía a quien le iba a llegar? ¿Y si le tocaba a un pervertido de sesenta
años?

¿Por qué me tocó a mí?

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Quizás ella no necesitaba ayuda y sólo escribió eso para que alguien se
lo tragara (yo), pero si era así, sería bastante aburrido. Que ocurriera
algo fantástico que hiciera que no pudiera ir a trabajar. O que me
pagaran por respirar…eso sería sin duda fabuloso. Seguramente lo
único que quería era no seguir la rutina de levantarme, ir a trabajar y
dormir. Sí, estaba amargado. De lo único que me ha servido pensar
todo esto es para que ahora sean las seis menos cuarto y falte menos
para que tenga que ir a trabajar. Aah… sin duda, necesitaba hacer algo
cuanto antes. Dormí lo que pude hasta que sonó el despertador y me
tomé otro café. Al cortar una barra de pan muy dura para hacerme
unas tostadas, me corté en un dedo. En fin.

Esta vez, ni el jefe llamó, ni el cartero vino. Tampoco estaba el


paraguas, como de costumbre. Sólo se escuchaba a la parejita de al
lado de mi piso discutiendo, seguramente, de tonterías. Perdonadme el
pesimismo… pero a esta edad las cosas son difíciles.

¡Pero que digo! Apenas tengo 32 años y parezco un viejo amargado, sin
novia y tampoco sin amigos. ¿Y ‘Sol’? ¿Cuántos tendría ella? Se que no
es de buena educación preguntarle a una mujer la edad, pero sentía
gran curiosidad. ¿24? ¿25? Pocos, sin duda, pero me gustaría saber su
edad exacta. Sin apenas darme cuenta llegué a la fábrica, donde pasé
toda la tarde. A las 7, decidí salir. Una hora antes de mi tiempo
habitual, aunque esa hora sólo la usaba para vaguear. Corrí (dentro de
lo que cabe) hasta la casa de estas variopintas chicas. Hacía un sol
apabullarte, contrastando con las nubes de este medio día. La puerta
de la casa estaba abierta de par en par. Se podía ver el desorden del
salón (esta vez un poco más ordenado) y hasta la cocina, llena de
cazos, cacerolas, cubos, vasos y paltos amontonados. Llamé a la valla
del porche, zarandeándola y gritando el ‘nombre’ de ‘Sol’. Oí alguien
bajando las escaleras y apareció ella, que al verme me sonrió.

-¡Has venido! Y más pronto de lo que pensaba. Ven, estaba en mi


habitación.

Me dejó pasar y subimos hasta su habitación. Esta vez iba vestida con
los pendientes de la última vez, unas botas negras militares, una falda
con estampado de cebra y una chaqueta blanca, contrastando con el
azul de la falda. Entramos en su cuarto. Era igual de estrambótico que
ella. Con un color muy cálido en sus paredes, estaba lleno de ropa
tirada por el suelo y objetos de todo tipo. De tótems a atrapa-sueños
con forma de sol. La cama, deshecha por cierto, tenia una colcha negra,
con motivos de estrellas, y al lado, en la mesita de noche, tenía seis
libros apilados, haciendo equilibrio con un vaso de algo oscuro que
parecía café. El suelo era de madera, bastante desconchado y con una
mancha roja y pegajosa, que se podía ver a través de una blusa
transparente. ‘Sol’ se sentó en la cama, y cogiendo un sobre cerrado,
me dijo:

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-Justin, quería abrir esta carta contigo. Sólo podemos hacer esto
juntos. No necesito más pruebas para saber que tú eres el elegido por
mi destino. Cógela y rompe el sobre – Lo dijo en un tono serio pero
dulce, así que la cogí y la leí.
-¿Te leo lo que pone?
-Sí, por favor.
-…
-¿Qué pasa?
-Es que…es que no pone nada. Está en blanco.
-… ¿Qué? ¿No pone nada de nada?
-Bueno sí, por detrás hay unas coordenadas.
-¡Coordenadas! Perfecto, quizás nos indique un lugar.
-Sí, ¿pero como vamos a saber a donde ir? …¿Tú sabes medir
coordenadas?
-¡Eso no importa! Podemos preguntárselo a cualquiera, alguien
debe de saber.
-… ¿A cualquiera?
-¡Exacto! Vayamos a fuera, vayamos preguntando.

Ah no. No, loca, no. Esta vez no. ¿Creéis que es normal? ¿Por qué no
mirar si quiera en un ordenador? ¡No! Preguntémosle a cualquiera que
pase por la calle, como si fuera tan normal, si sabe algo de
coordenadas. Y además… ¿Por qué seguir las indicaciones de una carta
en blanco, con sólo unas coordenadas escritas? Y de todas formas ¿De
dónde había salido esa carta? El misterio en torno a esta mujer me
empezaba a cansar un poco.

-¡No te preocupes! Hay gente para todo. – Era irónico que esto lo
dijera ella, reina de los esquizofrénicos y emperatriz del misterio.

Pero entonces, tuvo la idea más sensata de su vida. Preguntarle a


Bianca. Si, Bianca no parecía un genio, ni mucho menos, pero era la
persona más cercana y de más confianza a la que se le podía preguntar
sin que te pegara un puñetazo y saliera corriendo.

-¡Bianca! ¿Qué sabes sobre coordenadas? – Le preguntó ‘Sol’, bajando


las escaleras impacientemente.
-Todo lo que una persona con ordenador puede saber sobre
coordenadas – dijo mientras mantenía un yogurt en la mano.

¡ALGUIEN CUERDO EN ESTA CASA! ¡SÍÍÍÍ! Quiero decir… En fin. No sé si


fue algo bueno encontrar solución tan pronto, pero al menos ‘Sol’ no
molestaría a nadie. Después de perder veinte minutos frente la
pantalla, encontramos una página Web que proporcionaba el sitio
exacto de las coordenadas dadas. Las coordenadas apuntaban al centro
de la ciudad, el núcleo urbano. ‘Sol’, más decidida que nunca, cogió una
bolsa, metió dos bocadillos y me obligó a ir con ella.

-Eh…Volved ¿Vale? Me aburro si no hay nadie aquí. – dijo Bianca,


sorprendentemente, un poco entristecida.

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-¿Por qué no vienes con nosotros? – pregunté.
-Son rollos vuestros…Sólo volved, ¿vale? Y si os caéis por algún
agujero, llamadme.
-Gracias Bianca, eres una buena amiga – dijo ‘Sol’ con ternura,
intentando darle un abrazo.
-¡Eh, vale! Que no os vais a escapar a otro país juntos, ¿no? De
vosotros dos me espero cualquier cosa.
-…Bianca, cállate. Te había quedado hasta bonito. – ‘Sol’ me cogió
del brazo, casi arrastrándome, y emprendimos nuestro camino.

Fuimos a pie casi todo el trayecto mientras iba oscureciendo


lentamente.

-Oye, Sol, ¿nunca me dirás tu nombre? – le pregunté, para sacar


algún tema de conversación.
-Sí.
-¿Sí? ¿Cuál es?
-Ahora no. Cuando llegue el momento lo sabrás, Justin Buttercup.
-Pero es injusto que tú sepas mi nombre completo y yo sólo una
letra de tu nombre, ¿No?
-¿Y si no te gustara mi nombre? Quizás me seguirías llamando ‘Sol’
o cualquier otro apodo ridículo. Tampoco veo nada de malo en que me
llames por mi apodo, ¿no?

Me quedé en silencio. Aunque no entendía el porque, decidí no volver a


insistir. Me habló con cierta amargura, me sentó mal haberle insistido.
Supongo que no pasa nada…Sol es un nombre bonito, supongo.

Llegamos a una tienda de relojes, un poco siniestra la verdad. Tenía


relojes de todos los diseños, formas, colores y tipos existentes. Y todos
esos relojes con apariencia de animalitos adorables moviendo los ojos
de un lado para otro, sin parar, daban miedo. Desde el escaparate, se
veía un poco del interior de la tienda, donde había más relojes y una
cortina de color verde. En la puerta, había una silla donde, un muñeco
del famoso pinocho, te observaba sentado. No entendía por que estaba
ahí ese muñeco, pero la tienda daba yuyu. Aunque supongo que era
normal, con esta mujer no se encontraban, ni siquiera, tiendas
normales. Sol abrió la puerta y unas campanitas muy agudas sonaron.
Entramos bajo la siniestra mirada de los relojes, que movían sus
pequeños ojitos de un lado para otro sin parar. La tienda era bastante
pequeña, el suelo era de madera y las paredes estaban forradas de un
papel azul turquesa oscuro con una gruesa cenefa de color rojo
decorada con flores amarillas. En el mostrador, también de madera,
había una pequeña vela encendida que alumbraba bastante y al lado
una lámpara sin bombilla, que supongo que ese es el motivo por el que
no estaba encendida. Encima del mostrador había unos estilógrafos
desparramados y un par de hojas en blanco, únicamente con restos de
tinta.

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- ¡Mira qué mono es este, Justin! – dijo Sol señalando un reloj con
forma de gato.
- Ah sí…muy bonito, sí. ¿Pero no le has visto la cara? ¡Da miedo!
- ¿Qué dices? ¡Es super mono! Mira, la cola también se mueve igual
que los ojos.

No entiendo a las mujeres, no, ni nunca lo haré.

-A mí me gusta ese, ese si que es mono, como tu dices – le dije


señalando uno con forma osito, que tenía una jarra llena de miel. ¿Qué?
Ese si que era mono.
-Mmm…bueno, no está mal.

De repente un sonido de platillos nos asustó a los dos. Resultó ser un


reloj de estos que hacen cosas muy complicadas sólo para dar la hora.
Era un tiovivo de dos plantas que no paraba de dar vueltas lentamente,
que tenía un molesto muñequito arriba del todo que tocaba unos
pequeños platillos, con bastante energía, debo decir. Había otro
muñequito, que parecía una mujer subida en un caballo

- ¡Qué bonito! Debe haberle costado mucho a quien lo haya tallado.


– Dijo Sol admirando el reloj mientras este seguía dando la hora
sonoramente.
- ¿Pero que hora es ya? ¡Si es de noche completamente! ¿Cómo es
que no han cerrado?

Ojalá no hubiera dicho esto nunca. De repente la puerta se cerró sola


de un portazo y los relojes se pararon. Incluso el tiovivo, que en ese
momento justo acababa de dar la hora, dejó de girar y los muñecos que
estaban en él desaparecieron.

-… ¿Qué ha pasado? – dijo Sol mirando a todas partes.


- ¿Y me lo preguntas a mí? Anda, vámonos, que no presagio nada
bueno.

Intenté abrir la puerta, pero no lo conseguí. Parecía estar encajada a


presión y era imposible forzarla. Le pedí a Sol una orquilla del pelo, para
intentar abrir la cerradura….pero la puerta no tenía cerradura. Sí
amigos, no tenía. ¿Curioso? No… A mí ya nada me parece curioso.

-¿Qué hacemos? ¿Entramos por la puerta que hay al final del


mostrador? Quizás la tienda sea más grande y haya alguien dentro. O
quizás haya otra puerta para salir – dijo Sol.
-Si…supongo que no podemos quedaros aquí hasta que se haga de
día.

Sol cogió la vela con cuidado y entramos por la puerta, que daba a unas
escaleras hacía arriba. Subimos y nos encontramos con un bonito salón,
decorado al estilo antiguo y con muchos relojes para lo poco que

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pudimos ver con la luz que daba la pequeña vela que se consumía
rápidamente. Supongo que un relojero viviría aquí, por que si no, no me
lo explico. Aunque quizás me equivoque, estoy con Sol.

Ella, ni corta ni perezosa se sentó en un sofá y dejó la vela en una


mesita que había justo al lado.

- Bueno, tenemos que encontrar una puerta o algo antes de que se


consuma la vela. ¿Por dónde buscamos? No parece que haya mas
puertas, y sólo hay una ventana allí, pero no se si podremos tirarnos.
Este sitio parece bastante alto – dijo desde el sofá.
- Pongámonos manos a la obra entonces.

Abrí la ventana, y la verdad es que había una buena distancia desde la


ventana hasta el suelo. Si con suerte caíamos de pie, nos romperíamos
las piernas.

-Mira, por aquí hay unos tubos por los que podríamos bajar – dijo
Sol asomada señalándolos.
-Hombre tu alomejor puedes, pero yo no estoy precisamente muy
delgado y no se si aguantaría mi peso…estoy dudando si el tuyo
también lo aguantaría…
-¿Me estás llamando gorda? – dijo mosqueada.
-…No, Sol, no. Sólo digo que ese tubo es muy fino y no creo que
aguante nada de peso.
- …Supongo que si lo probamos y nos matamos no serviría de
nada, ¿no?
- Hombre, eso parece muy sensato por tu parte. Busquemos otro
método…debe haber algo.
-¡Aquí! – dijo Sol señalando a lo que parecía una trampilla en el
techo.
-¡Eso es perfecto! Y ahora… ¿Cómo llegamos a ella? – Antes de que
me pudiera dar cuenta, tenía a Sol encima, clavándome las botas en los
riñones y las uñas en la cabeza - ¿¡Qué haces, loca!? ¡Avisa al menos!
-¡Perdona! Voy a tenerme que subir más así que no me vayas a
soltar.
-Sí, sí…todo por salir de aquí.

Después de casi caernos varias veces y de que mi querida Sol me


pisoteara varias veces los hombros, consiguió abrir la trampilla.

-¡Ya lo he conseguido! Ahora espera a que suba del todo… -


Demasiado tarde.

¡Pum! Al suelo. Y en letras no podréis apreciar como nos dolió. De


repente la tenía encima, y no es como en las películas. En las películas,
cuando esto pasa, seguidamente se miran –sin dolor aparente- y luego
se besan. Pues os lo digo: Esto es falso. Aunque, como Sol es tan rara,
pegarme un codazo en la boca es su forma de besar, no lo sé.

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-¡Ay perdona! Me duele todo el cuerpo… ¡Quiero salir de una vez de
aquí! – dijo Sol, sollozando.
- Sol por favor no empiezas a llorar, vamos a salir de aquí, tranquila…
-No debería haberte traído conmigo, lo siento.
-Si no me hubieras traído ahora estarías sola, ¿no? ¿Cómo te las
arreglarías? No pasa nada…

Lo que hay que decir para que las mujeres se calmen.

-En realidad seguramente hubiera traído a Bianca…pero no podríamos


haber llegado a la trampilla, supongo.
-….Déjalo. ¿Lo intentamos ahora? La trampilla ya está abierta, sólo hay
que subir y salir - No sé porque dejé de mirarla un momento, y me fijé
en el sofá – Oye… ¿porqué no cogemos el sofá, nos subimos encima?
Será más fácil.
-¿Y porque no se te ha ocurrido antes de caernos al suelo?
¡Desagradecida! Deberías haberte quedado aquí sola…En fin. Acerque
el sofá a la trampilla y Sol se subió. Dio un salto y se agarró en el tejado
para impulsarse y salir.

-¡Vale, ya estoy fuera! Estamos en el tejado, no hay nada fuera de lo


normal.

De repente se escuchó la puerta abriéndose. La sangre ya no recorría


mis venas, lo hacia el miedo. Todas las luces se encendieron, incluidas
las del salón, y me apresuré a subir. Intente ser silencioso, pero ya
sabéis. Cuando lo quieres ser eres más ruidoso que nunca.

-¿¡Quién hay ahí?! – gritó una voz de señor mayor.


-¡Dioooos! ¡Ayúdame Sol, por lo que más quieras! - grité como una
nenaza.

Me ayudó a subir y por suerte me escapé pero aquel señor nos vio y
salimos pitando por el tejado, esto de ‘salir pitando’ es relativo, ya que
no es que se caminara muy bien por las tejas. Corrimos por los tejados
hasta que estuvimos lo suficientemente lejos de aquel feo tejado de
color marrón lleno de cacas de pájaro. Paramos en un tejado con tejas
de color azul, bastante inusual.

-Justin…Estas sangrando – me dijo Sol con los ojos como platos.


-¿Eh? Pues si que me he hecho daño… - me toqué la cabeza, que me
llevaba doliendo desde que nos caímos, y estaba sangrando - ¡Ay Dios,
ay Dios!

…¿Qué? No me da asco la sangre…sólo que estar sangrando es


diferente, es tu sangre la que estas perdiendo, ¿vale? Acto seguido me
desmayé…

Me desperté, aún era de noche. Estaba en los brazos de Sol, que por
cierto se estaba bastante calentito, con una chaqueta enrollada en la

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cabeza. Mire hacía todos lados, ella parecía estar dormida y yo no
podría moverme. Me quedaba dormirme o despertarla…de todas
formas un tejado no es el mejor sitio para dormir, ¿no?

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