Alex iba a pasar sus vacaciones, como todos los años en Quintero, para
luego ir a la casa de su amigo Jaime en monte Patria, en el Norte Chico.
Ese año tenía las características de ser uno más de los típicos veranos.
Se juntarían con Marion y Patricia Cordingley. Alex se había declarado
por carta con la primera de las hermanas, así que esta vez tenía puestas
sus espectativas en esta relación, mientras que Jaime le coqueteaba a
Patricia, a pesar de tener novia en Santiago.
Un día van a la Playa del Durazno, y Alex divisa a una muchacha muy
bonita, ella iba en una lancha de pescadores, mientras él nadaba en el
mar. Alex quedó anonado ante tal belleza y su inmutable sonrisa.
Cuando Alex llegó a la orilla donde lo esperaban sus amigos, no dejó de
pensar en la niña.
Esa noche, Alex le contó a Jaime sobre la mujer, y le pidió que al día
siguiente le ayudara a buscarla, su amigo aceptó acompañarlo.
Desde ese día, Alex no dejó de verla ni un solo día. Cada vez, temía más
al día en que ella se marcharía, pero Francisca no lo relacionaba con la
separación de ambos. Para la niña, el único mañana que existía era el
del día siguiente, y el vislumbre de éste sólo surgía al momento de
despedirse.
La primera festividad sería una fogata, y Alex temía al encuentro con sus
amigos, pero de seguro sería inevitable. Y así fue, a lo lejos, Jaime les
hizo señas, Francisca le pregunta que quién es, y Alex le explica, pero al
no recordar nada del amigo de su pololo, decide irse a su casa.
Mientras bailaban un lento, Alex le dice por primera vez que la amaba, y
ella le pide que no la abandone. Él le promete no dejarla nunca, y que
para eso, la seguiría detrás del circo, pero para esto, tenía que ahorrar
dinero. Francisca lo lleva a una feria donde había un juego al que tenían
que lanzar una argolla a la botella que tenía un billete grande. Ella le
acertó todas las veces, hasta que el dueño del local no le permitió jugar
más, pero para eso, ya habían juntado el suficiente dinero para poder
empezar la travesía.
Al otro día, Alex iba en un bus con Jaime, pero el se bajaría en Concón,
donde estaría instalada la carpa del circo. Cuando llegó, un niño se le
acercó y le preguntó si era el amigo de Francisca, él asintió, y en ese
mismo momento aparece corriendo a sus brazos la niña.
Al pasar los días, Alex y Francisca se veían cada vez menos, los tiempos
que podían estar juntos eran muy cortos, pero los disfrutaban al máximo.