Cuando estamos ante una situación que nos ocasiona miedo o angustia,
nuestra primera reacción es luchar o correr. Esta primera reacción de alarma es
dirigida por el sistema nervioso simpático, quien vierte en la sangre, adrenalina y
noradrenalina, dos hormonas que nos preparan para la lucha o la fuga. Estas
hormonas, a través del torrente sanguíneo llegan a todos los órganos y tejidos de
nuestro cuerpo, produciendo en ellos alteraciones funcionales tales como:
aumento de la frecuencia cardíaca, elevación de la presión arterial. Bajo riego
sanguíneo en piel y vísceras, con la finalidad de llevar mayor cantidad de sangre y
oxígeno al cerebro y los músculos, órganos vitales para el estado de alerta y la
lucha o la fuga. Las pupilas se agrandan para ampliar el campo visual. Se produce
aumento de la sudación en la frente, axilas, manos y pies para disminuir el exceso
de calor por el mayor consumo de energía por el estado de emergencia corporal.
La digestión se paraliza, cesa el apetito. La saliva y jugo gástrico disminuye. La
boca se reseca. Los intestinos se inmovilizan y se distiende el abdomen por gases
represados. La respiración es rápida y superficial para llevar rápida y eficazmente
mayor cantidad de oxígeno a los órganos vitales. El hígado moviliza sus reservas
de azúcar y los vierte en la sangre. Los depósitos de grasa se degradan para
generar mayor cantidad de calorías necesarias para afrontar la emergencia.