La literatura reciente sobre educación nos entera del protagonismo del
enfoque primordialmente político de críticos que aman porcentajes, aunque también de escritos sobre descalabros de nuestra educación básica. Entristece predecir el estatus futuro de una educación que dedica tiempo, recursos y aulas insuficientes, mientras conserva procesos, métodos y cultura arcaicos.
Las entelequias de sicarios de la política han abrazado causa con el 4 % del
PIB, como si ese nivel de inversión fuese necesario y suficiente para cambiar ipso factum el sistema educativo y sus productos. Es premisa irresponsable, falaz y mentirosa.
Los principales escollos de la educación tienen que ver con la escuela. No
me refiero a edificaciones, aulas, patios, pupitres o escritorios, ni a la existencia o carencia de transporte o de desayuno escolar de poca o mucha calidad, pero si a un sistema que entrega autoridad inconmensurable, casi deica, a una persona que ni siquiera sabe ser maestro.
Nada es peor para la educación que el autoritarismo, porque coarta la
libertad, reprime la creatividad, castiga el ingenio, rechaza y prohíbe la curiosidad e insulta a quien tiene simpatía, mientras el abusivo creyente de legítima autoridad cambia el desempeño estudiantil controlando la mitad de la nota final.
Nuestros educadores no son todos así. También hay quienes conocen
métodos para entregar buenos ciudadanos, aunque en sus planteles haya personal especializado en psicología educativa convencido de que los problemas son exclusividad de alumnos y sus hogares.
Muchos ingresaron al sistema hace ya tiempo como rechazos de la
economía cuando buscaron empleos en otros sectores y no los obtuvieron quedándose donde el salario era de miseria. Así entró a Educación lo peor disponible. El gobierno de entonces nada hizo para mejorar la educación. Por contrario, redujo el horario de clases cuando se incrementaban las bases de información de la ciencia y la tecnología.
Tampoco hicieron mucho los docentes, aunque sí consiguieron que se les
llamara profesores, honor que se gana con méritos; que se redujera el tiempo dedicado a los educandos por tanda; que se definiera para fines de empleo más de una tanda diaria, y que nunca fuesen acusados de violar la ley al irse a huelgas ilegales cuando les ha dado la gana de reclamar.
Para conseguir un sistema adecuado de educación pública hace falta una
verdadera revolución educativa que no se puede conseguir pensando en porcentajes ni comisiones. Ni de inversión relativa, ni sobre erogaciones por estudios, construcciones, provisión de recursos. Tampoco sobre el desayuno escolar, su administración o logística, ni sobre la redacción, impresión o distribución de textos únicos.
Pero se requiere, sí, que todos percibamos la urgencia de cambiar esta