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NIÑO DE DOCE AÑOS SACRIFICADO EN GUADALAJARA

A.- Un muchachito de doce años fue cogido por la policía, porque andaba
repartiendo hojitas del boicot. Le quebraron los brazos para sacarle
datos y, de resultas, murió a las pocas horas.
B.- Antes de que estallara la rebelión armada, el pueblo católico luchó
primero pacíficamente para obtener respeto a la libertad religiosa. Los
católicos convencidos comenzaron a boicotear la economía: dejaron
diversiones, no compraban más que lo más indispensable, dejaban de
pagar impuestos.
B.- Casi de inmediato se sintieron los efectos, hasta tal punto que el
diputado Gonzalo N. Santos declaró en la misma Cámara de los
Legisladores, que aquello "que llamamos ridículo boicot es algo muy
serio".
A.- Entonces el gobierno comenzó a buscar represalias contra el boicot e
incluso movió a los comerciantes dizque "católicos" a que pidieran a
las autoridades religiosas que pararan el boicot, como lo harían
después con el movimiento armado cristero, porque iba a causar la
ruina de buenos y malos.
B.- Entre los miles de sufrimientos que pasaron muchos católicos
fervientes por llevar a cabo el boicot, tenemos la siguiente historia.
A.- Por las polvorientas callejuelas de un suburbio de Guadalajara un
humilde chicuelo de pueblo, de camisita y pantalón muy usados,
caminaba presuroso, rumbo a la escuela, como lo indicaba una especie
de morral, que llevaba colgado al hombro, en el que se podía adivinar
un manojo de libros y cuadernos.
B.- De vez en cuando, al toparse con algún transeúnte, que iba también
presuroso a su trabajo, el chico se detenía y le ofrecía una hoja suelta,
un periodiquito de combate, llamado "desde mi sótano" ... muy
difundido... arma elegida entonces por la "Liga Nacional Defensora de
la Libertad Religiosa", para obligar a los gobernantes a cesar en su
insensata persecución religiosa...
A.- Pero sucedió que uno de aquellos transeúntes con quienes el niño se
encontró, y al que tendió valientemente la hojita de propaganda, fue
uno de esos esbirros de la tiranía que por unos cuantos centavos
vendían al perseguidor sus conciencias...
B.- Ver de lo que se trataba y agarrar por el brazo al muchacho, abrir el
morral y encontrar en él, junto con los libros, un paquete de las dichas
hojas, todo fue uno.
C.- ¿Quién te dio esto? (le preguntó)
A.- Pero el niño, por toda respuesta, se le quedó mirando, desafiante y
sereno.
C.- ¡¿Con que no me lo dices?!... Pues ya verás como lo dices en la
Comisaría. Vamos.
A.- Y sin soltarlo del bracito, lo llevó a la oficina de policía.
El chico estaba pálido, pero sereno.

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Al llegar ante el comisario éste exclamó:
E.- Y ahora ¿qué me traes ahí?
C.- A este chamaco, que anda repartiendo en las calles estas porquerías y
no quiere decir quién se las ha dado.
A.- El comisario examinó el paquete de propaganda y le dijo al chamaco"
E.- Pero a mí sí me lo vas a decir, ¿verdad? ... Yo soy el Comisario.
A.- El chico cruzó sus bracitos a la espalda; miró impertérrito al policía y
selló sus labios.
E.- Si no me lo dices te voy a golpear un poco. ¡Ya verás!.
A.- Si se hubiera convertido el muchacho en una estatua de piedra, no
hubiera guardado mayor firmeza en su actitud y mayor silencio.
E.- ¿Eh?... ¿No me lo dices? Pues ya verás.
A.- Y levantándose cogió su fuete, que tenía sobre una de las sillas
cercanas, y dio con él un tremendo latigazo al inocente, quien tan sólo
lanzó un gemido de dolor.
B.- Ante tal actitud, el Comisario redobló dos o tres veces sus golpes, y
como no venciera al chico, entre él y el esbirro, le arrancaron su pobre
camisa y pantaloncitos y en carne viva redoblaron los golpes hasta
amoratarle las espaldas. Y el chiquillo llorando dijo:
F.- ¡No sea malo, señor! ¡No me pegue! ¡No sea malo, no me pegue así!
E.- ¡Pues dime quién te dio esa propaganda y no te pegaré más!
A.- El niño apretó sus labios y aún cesó de lamentarse, para que no se le
fuera a salir una palabra comprometedora.
B.- Admirado, pero no arrepentido, el Comisario, por la entereza del chico,
dejó de azotarlo, le ordenó se vistiera, y le dijo al esbirro:
E.- Enciérralo en esa pieza vecina. Ya vendrá su madre a buscarlo y
veremos entonces si habla o no habla.
A.- En efecto, la madre del niño, que desde temprano era presa de un
presentimiento doloroso e inexplicable, llegado el mediodía y no
viendo volver a su hijo, como siempre lo hacía, satisfecho y alegre de
haber ayudado en la medida de sus posibilidades a la buena causa,
salió a buscarle. No faltó un vecino a quien le preguntó y luego le dijera
que había visto al chico, que un hombre lo llevaba del brazo a la
Comisaría.
B.- La madre preparó un alimento y corrió a la comisaría.
El comisario le informó que lo tenían arrestado por andar repartiendo
papeles subversivos de la maldita Liga.
E.- Tenemos necesidad de saber quién le dio a repartir esa propaganda, y
no quiere decirlo.
A.- La madre por salvar al niño, respondió que ella le había dado esa
propaganda. Pero no lo creyó el comisario.
E.- El esbirro sacó del encierro al niño. El comisario le dijo a la madre que
le preguntara a su hijo quién le daba la propaganda.
E.- O voy a hacer ante usted un escarmiento, del que habrán de acordarse
siempre.

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A.- La madre miró al niño y el niño miró a la madre, fortaleciéndose con
esa mutua mirada de firmeza. Ambos callaron. Entonces volvieron a
desnudar al chico.
B.- La madre se echó a llorar amargamente al ver las amoratadas
espaldas del niño. Y más aún, cuando vio al bárbaro policía levantar el
látigo para reanudar los golpes.
A.- Ciega, valiente, como leona herida, lanzóse para interponerse entre el
látigo del salvaje policía y su hijito. Pero el otro esbirro estaba
preparado y agarró fuertemente a la mujer, que forcejeaba inútilmente
por desprenderse de aquel bárbaro.
E.- Nada más digan quiénes son los que les dieron los papeles.
A.- Y comenzó a golpear nuevamente con furor al pobrecito.
D.- ¡No le pegue! ... ¡Pégueme a mí, si es hombre, y no al niño!
E.- ¡Pues que diga! (vociferó el comisario)
A.- Y entonces algo increíble sucedió. Algo que debió resonar en el cielo,
como resonaron, en otro tiempo, las voces de la madre de los
Macabeos, alentando a sus hijos al martirio:
D.- ¡No digas, hijo, no digas! (clamó la madre entre un torrente de
lágrimas).
A.- El comisario, furioso por haber sido vencido por una mujer y un niño,
soltó el látigo y cogiendo al niño por los bracitos, se los retorció con
furia, hasta que se los quebró... El niño cayó desmayado.
E.- Entonces el dicho comisario –como asustado- le dijo a la madre:
B.- ¡Vieja infame... llévese a su hijo... tal por cual!
A.- La madre se lanzó inmediatamente a levantar el cuerpo del chiquillo, y
abrazándolo lo cargó con mucho trabajo sobre sus hombros y salió
como loca de la comisaría, para ir a curarlo a su pobre vivienda.
B.- Lo cubrió con su rebozo, pues estaba desnudo y sangriento... y corría,
corría... repitiendo como un estribillo sublime...
D.- (3 veces) ¡No digas, hijo, no digas!
A.- Cuando llegó a su casa depositó en la pobre camita el cuerpo llagado
de su hijo... ¡Estaba muerto!

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JOSE NATIVIDAD HERRERA Y DELGADO EL NIÑO DE LA CANICA
A.- Tras gritar ¡Viva Cristo Rey!, todavía teniendo en su manita la canica
con que estaba jugando, así murió un pequeño mártir de la historia
de nuestra Iglesia mexicana.
B.- Eran los primeros días del conflicto religioso que ensangrentó el suelo de
nuestra Patria.
A.- En San Juan de los Lagos se organizó una numerosísima manifestación de
protesta pacífica, pero ardiente y dolorosa contra los desmanes de los
perseguidores de la Iglesia Mexicana.
B.- Hombres y mujeres, precedidos de carteles en donde se pedía la libertad
religiosa, desfilaron por nuestras calles y todos llevaban en el sombrero o
en el pecho unas tiras impresas con el grito de los católicos mexicanos:
¡Viva Cristo Rey!
C.- Un humilde muchachito del pueblo, de unos siete años de edad, José
Natividad Herrera y Delgado, se agenció uno de esas tiras y ufano y
valiente lo pegó en su sombrerito de petate.
A.- Acabada la manifestación, el niño, que la había contemplado atento, volvió
a sus juegos, con otros chiquillos de la calle.
B.- Horas después, una partida de gente armada, que no se había atrevido a
oponerse a la manifestación, pasó por esa misma calle y sus hombres entre
avergonzados y despechados, se fijaron en el grupito de niños que jugaban
a las canicas en el arroyo y en especial del sombrerito de petate, con su
sagrado lema.
A.- El padre de aquel niño estaba cerca contemplando el juego.
Y aquellos soldados, que habían tenido miedo a los manifestantes,
encontraron la ocasión de manifestar sus malvados sentimientos,
acercándose al chico y con voz estentórea que quería dar muestras de un
valor que no tenía, le dijeron:
B.- ¡Quítate ese letrero, escuintle!
C.- ¿Que me lo quite?... ¡Jamás!... ¡Viva Cristo Rey!
B.- Si no te lo quitas, te vamos a fusilar (le amenazó el oficial de la tropa).
A.- El padre del chico se acercó rápidamente y preguntó de qué se trataba, y al
saberlo, y comprender que los esbirros aquellos no bromeaban y que su
hijito podía pasarlo mal, le dijo confuso.
B.- Hijo, quítatelo, porque lo manda la autoridad.
A.- Irguiose el muchachito lleno de asombro, porque nunca había conocido en
su padre una debilidad como aquella.
C.- ¿Cómo, papá?... ¡¿que me lo quite?!... ¿No te acuerdas que mamá delante
de ti me dijo que no me lo debía dejar quitar de nadie?... ¡No; no me lo
quito!
A.- Y el valentón del soldado, se echó el arma al hombro y disparó su carga
sobre el niño de siete años, dejándolo muerto a la vista de su aturdido
padre.
B.- Levantole éste lloroso, del suelo, para llevárselo a su casa: del pecho del
niño iba corriendo la sangre y en su manita cerrada conservaba aún la
canica con que estaba jugando.
A.- El Sr. Cura la adquirió luego, para guardarla como una reliquia de aquel
chiquillo que había muerto por Cristo Rey.

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