Nietzsche y el Pragmatismo
PREOCUPA hoy a los pensadores de allende y aquende el Atlántico la nueva filosofía que
corre bajo el nombre popular de pragmatismo; si bien suele llamársele también, por clasificación
anti-intelectualismo; por su origen, filosofía americana, puesto que norteamericanos son su
principal maestro, William James, y su precursor, Charles Sprague Peirce; humanismo, por el
nombre que propuso el profesor F.C.S. Schiller, y acaso llegue a llamársela pluralismo, si se
acepta como sustantiva la nueva derivación que acaba de hacer el propio James.
Larga, pero interesante tarea, sería mostrar los diversos eslabones que unen la crítica de
Nietzsche con las diversas tendencias de hoy. Pero en esta nota sólo me propongo, a reserva de
desarrollar más tarde estas observaciones, señalar las coincidencias sorprendentes que hay entre
algunos de sus aforismos y las principales afirmaciones del pragmatismo de James. Digo
coincidencias, porque es un hecho que James no ha sido un secuaz de Nietzsche, y porque las
afirmaciones pragmatistas del pensador alemán han permanecido medio ocultas bajo sus ideas
principales.
Trataré de resumir brevemente las ideas centrales expuestas por William James en su libro
Pragmatismo, publicado en 1907 y dedicado a la memoria de John Stuart Mill, “de quien aprendí
—dice el maestro norteamericano— la amplitud pragmática del pensamiento, y a quien me
complazco en imaginar como nuestro jefe si hoy viviera”.
“El método pragmático —dice más adelante, en el capítulo II — tiende a resolver las
disputas metafísicas que de otro modo se harían interminables; trata de interpretar cada noción,
señalando sus consecuencias prácticas. El nombre se deriva de la palabra griega pragma, que
significa acción, práctica. Quien primero lo introdujo en la filosofía fue Charles Sprague Peirce,
en 1878, en un intitulado “Cómo esclarecer nuestras ideas”, donde afirmó que nuestras creencias
son en realidad reglas de acción y que, para penetrar en la significación de una idea, debemos
determinar qué clase de conducta es capaz de producir; esta conducta, este resultado en la acción,
es para nosotros su significación real. La más sutil de las distinciones que podamos hacer
mentalmente no lo es tanto que no pueda implicar una diferencia en la práctica.
Pero el pragmatismo implica, a la vez que un método, una teoría de la verdad. “Para los
intelectualistas —dice James en el capítulo VI de su libro—, la verdad significa esencialmente
una relación estática inerte.” Obtenida la verdad, nada más hay que hacer: se ha alcanzado, en el
conocimiento, un equilibrio estable. Pero el pragmatismo se pregunta: si una idea es verdadera,
¿qué diferencia producirá en la acción? ¿Cómo se realizará su verdad? Su respuesta es, en todos
los casos: “Ideas verdaderas son aquellas que podemos asimilar, hacer valer, verificar.” La
verdad, para el pragmatismo, no es un valor absoluto, una cantidad fija e invariable: una idea se
hace verdadera; su verdad es un suceso, un proceso: su verificación. La posesión de la verdad, en
suma, “no es un fin en sí, sino un medio que lleva a otros fines” y lo verdadero no es sino lo que
hace fecundo nuestro pensamiento.
Como aplicación de esta interesante teoría de la verdad, da James una no menos interesante
explicación del origen de las nociones que hoy juzgamos como verdaderas.
Las verdades nuevas —dice en el capítulo V— son resultantes de nuevas experiencias y de verdades
antiguas combinadas, que mutuamente se modifican. Nuestras nociones fundamentales sobre las
cosas son descubrimientos de antecesores antiquísimos, que han logrado perpetuarse a través de la
experiencia de posteriores tiempos. Estas nociones forman una gran etapa de equilibrio en el
desarrollo del espíritu humano: la etapa del sentido común.Otras etapas la han sucedido; pero nunca
han logrado borrarla.
Pero la religión, la filosofía, la ciencia, nos han dado puntos de vista diversos de los que
sustenta el sentido común. El desacuerdo entre unos y otros es bien conocido y frecuente para
que necesite mayor recordación. De aquí deriva William James la posibilidad de una nueva
concepción, opuesta al monismo que sustentan las filosofías intelectualistas. Lo que buscamos no
es variedad o unidad aisladas, sino totalidad. No podemos afirmar que el mundo esté regido por
un principio, o, por lo menos, que podamos alcanzar ese principio universal; sabemos que hay
varias explicaciones del Universo, y que cada una contiene elementos importantes. Aceptemos,
pues, el pluralismo del conocimiento. Estas razones, desarrolladas por James en los capítulos IV
y V de su libro sobre el Pragmatismo, constituyen, a mi ver, la parte más original de su filosofía;
y acaso lo haya él mismo estimado así, pues promete un nuevo libro sobre el Pluralismo.
En cuanto a Nietzsche, diré que la obra que indica claramente sus tendencias pragmatistas,
en la época de su plenitud, es La gaya ciencia. Recorriendo sus aforismos (que, como de
costumbre, se refieren a multitud de cuestiones) tropezamos con algunos cuyas afirmaciones
preludian claramente el movimiento pragmatista. Lo que importa, ha dicho Nietzsche, no es que
algo sea verdadero (en el sentido estático del intelectualismo), sino que se crea en que algo es
verdadero: pensamiento que podría equipararse a la defensa que hacen del dogma ciertos
católicos modernistas, singularmente Le Roy. “La dicha y la desgracia interior de los hombres —
dice Nietzsche en el aforismo 44 de La gaya ciencia— ha dependido de su fe en tal o cual
motivo, no de que el motivo fuese verdadero. Esto último ha sido de interés secundario.”
Hemos arreglado (dice en el aforismo 121) para nuestro uso particular un mundo en el cual
podemos vivir concediendo la existencia de cuerpos, líneas, superficies, causas y efectos,
movimiento y reposo, forma y sustancia, pues sin estos artículos de fe nadie soportaría la vida. Pero
esto no prueba que sean verdad tales artículos. La vida no es un argumento; entre las condiciones de
la vida pudiera figurar el error.
(William James ha llegado a decir: “¿No pudiera ser, después de todo, que hubiera
ambigúedad en la verdad? “)
“¿Cómo se formó la lógica en la cabeza del hombre?”
—pregunta Nietzsche (aforismo III).
Sin duda mediante lo ilógico, cuya esfera debió ser inmensa primitivamente... Una inclinación
predominante a considerar desde el primer instante las cosas parecidas como iguales (propensión
ilógica en realidad, pues no hay cosa que sea igual a otra), fue quien echó primeramente los
cimientos de la lógica... De igual manera, para que se formase la noción de sustancia, indispensable
para la lógica, aunque en sentido estricto nada existe que corresponda a ese concepto, fue preciso
que por mucho tiempo no se viera ni se sintiera lo que hay de mudable en las cosas:
Durante largas edades (aforismo 110) la inteligencia no engendró más que errores. Algunos de ellos
resultaron útiles para la conservación de la especie, y el que dio con ellos o los recibió en herencia
pudo luchar por la vida en condiciones más ventajosas y legó este beneficio a sus descendientes.
Muchos de estos erróneos artículos de fe, transmitidos por herencia, han llegado a formar como un
fondo y caudal humano. Se admitió, por ejemplo, que existen cosas iguales, que hay objetos,
sustancias, cuerpos, que las cosas son lo que parecen ser, que nuestra voluntad es libre, que lo que
es bueno para algunos es bueno en sí.
(William James también da una lista de cónceptos de sentido común: la cosa, lo igual y lo
diverso, cuerpo y espíritu, tiempo y espacio únicos, sujetos y atributos, causas, lo imaginario y lo
real; ideas que no son, como suele decirse, innatas ni necesarias.)
Muy tarde aparecieron los que negaron y pusieron en duda semejantes proposiciones, y muy
tardíamente también surgió la verdad (tomada en el sentido intelectualista), forma la menos eficaz
del conocimiento... La fuerza del conocimiento no reside en el grado de verdad que tenga, sino en
su antigüedad, en su grado de asimilación, en su carácter de condición vital... No sólo la utilidad y
el placer, sino toda clase de instintos, tomaron parte en la lucha por las verdades... El conocimiento
se convirtió en una parte de la vida, y, como tal parte de la vida, en potencia cada vez mayor, hasta
que al final el conocimiento y aquel antiguo error fundamental llegaron a chocar mutuamente... El
pensador es el ser en quien el instinto de la verdad y aquellos errores que conservan la vida riñeron
la primera batalla, cuando el instinto de la verdad pudo presentarse también como una potencia
conservadora de la vida... En lo que atañe a la condición vital, puede decirse que se ha planteado
aquí la cuestión última y se ha hecho la primera tentativa para contestar por medio de la experiencia
a esta pregunta: ¿Hasta qué punto soporta la asimilación la verdad? Es cosa nueva en la historia
(dice, aforismo 123) que el conocimiento pretenda ser algo más que un medio.
Debemos considerar la ciencia (aforismo 112) como una humanización de las cosas, todo lo fiel
posible. Al describir las cosas, lo que hacemos es aprender a describirnos a nosotros mismos con
mayor exactitud. Causa y efecto: he ahí una dualidad que probablemente no existe. En realidad, lo
que tenemos delante es una continuidad, de la cual aislamos algunas partes, de la misma manera que
percibimos un movimiento como una serie de puntos; pero no lo vemos, lo suponemos.
(Aquí Nietzsche hace pensar. en la vieja crítica pragmática de la causalidad por David
Hume, y al mismo tiempo en los análisis de Bergson, en su Ensayo sobre los
datos inmediatos de la. conciencia). Por fin, preludia el pluralismo (aforismo 374):
Creo que ya estamos curados de aquella ridícula inmodestia que afirmaba desde nuestro punto de
vista que únicamente dentro de nuestro ángulo óptico era lícito trazar perspectivas. Por el contrario,
el mundo se ha vuelto por segunda vez infinito para nosotros, por cuanto no podemos refutar la
posibilidad de que sea susceptible de infinitas interpretaciones.
México, 1908
Referencias:
Obras Completas / Recopilación y prol. De Juan Jacobo de Lara. Santo Domingo, R.D. :
Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, 1977.