Anita Garibaldi
Hoy, nuestro pasaje de la historia está dedicado a una mujer intrépida, a una
aventurera sin igual que estuvo al lado de su hombre – como ella dijo – en todo
momento, en toda exigencia, en toda vicisitud, hoy hablamos de Anita Garibaldi.
El siglo XIX fue sin duda alguna una centuria épica, se combatió en cualquier
punto del planeta, luchando en las últimas fronteras,
reivindicando la libertad, la revolución. No pocas
revoluciones surcaron las tierras europeas, pero
también se traspasaron, como era de esperar,
lógicamente, a las… a los territorios americanos, y
en Brasil se dio una historia fantástica, emotiva,
llena de romanticismo, y en el fondo, la selva, en el
fondo, la libertad, de una república que se enfrentó a
todo un imperio, la república ganadera de Río
Grande, aquellos luchadores, que además, esas
filas de luchadores estaban integradas por gentes
libertarias de cualquier parte del planeta, dieron una
buena medida de lo que serían las revoluciones en Europa años más tarde. Pero
vamos a contar, al margen de los detalles políticos, militares, estratégicos, vamos a…
a contar, vamos a narrar una simple y llana historia de amor, la que se dio entre una
criolla hermosísima, escultural, fantástica, rebeldona, llamada Anita - Ana María
Ribeiro de Jesús -, con un criollo rubio, llamado Giuseppe, Giuseppe Garibaldi, un
gringo de armas tomar, como daría muestras en el mundo. Pero como os digo, hoy en
nuestros pasajes de la historia, sólo nos interesa la fascinante historia de amor entre
ambos.
Tan sólo tenía quince años, 1836. Y Manuel no desatendió su vida anterior,
siguió bebiendo en exceso, los licores, siguió maltratando a todos aquellos que se
cruzaban en su vida, incluida la propia Anita. La adolescente sufrió esos malos tratos,
y a pesar de su belleza, a pesar de su inteligencia, era sojuzgada continuamente por
su esposo, su primer esposo. Pero he que aquí, que Laguna, la muy importante ciudad
de Laguna, fue tomada por las tropas rebeldes, las tropas republicanas. En ese tiempo
nacía una república, la de Río Grande. Pequeña en extensión, pero que se enfrentó al
poder imperial brasileño. Y para ayudar a esa república, acudieron gentes de cualquier
parte del mundo. Uno de los que se dio cita en Laguna era un tal Giuseppe Garibaldi,
un gringo rubio, de ojos azules, bien plantado, buen mozo, que era capitán de la nave
“Insignia”, del buque “Insignia”, de la flamante flota republicana, el Río Pardo. Nos
encontramos en el verano de 1839. Anita tiene dieciocho espléndidos años, y un
aburrido Giuseppe se encuentra oteando la costa, el puerto, los… las… los pisos, las
haciendas de Laguna, está con su catalejo, observando, así de forma anodina,
aburrido hasta la saciedad, por que no había combates en ese momento, y observaba
con su catalejo el trasiego de las gentes, el movimiento de las personas, cómo estaba
la ciudad, más por divertimento que por otra cosa. Y justo en el transcurso de una
tarde, una tarde llena de sol, llena de luminosidad, enfocó su catalejo hacia un lugar
próximo al puerto, por ahí caminaba una
joven, una joven de belleza marcada. Esta
joven se internó en una de las casas, abrió
una ventana y se puso a contemplar la flota
republicana que estaba atracada en el
puerto de Laguna, y esa joven se… se
percató, se dio cuenta que alguien la
contemplaba desde un barco. Con
ingenuidad propia de su edad, saludó,
sonrió y eso provocó el flechazo más
romántico de todo el siglo XIX brasileño:
Giuseppe Garibaldi quedó prendado por el
rostro de Anita. Sin pensárselo dos veces,
desembarcó, enfiló proa hacia esa casa,
pidió permiso para entrar, y nada más
contemplar a la bella Anita, le dijo lo siguiente: “usted debe ser mía”.
En ese momento, Giuseppe podía esperar cualquier cosa, una reacción brusca,
una bofetada, un desaire, pero no, Anita le miró de forma encendida, y muy expresiva,
comentó al gringo: “yo a ti ya te conozco, te vi reflejado en las aguas de un pozo”.
Giuseppe retrocedió un paso, y estremecido preguntó por aque… por aquella
circunstancia. Anita explicó entre risas que hacía unas fechas había ido a visitar a una
vieja bruja, a una vidente, para preguntarla sobre su futuro, estaba muy angustiada por
el mal trato de… de su marido, y le preguntó si era eso en realidad lo que iba a vivir y
si no había nada más. La bruja dijo a la joven que se acercara a las aguas del pozo y
que mediante un sortilegio vería su futuro. Pues lo que vio Anita al parecer fue la cara
de Giuseppe Garibaldi. El destino, las brujas… ¿quién lo sabe? Lo cierto es que desde
entonces, no pudieron… no pudieron separarse jamás. Pero claro, había un pequeño
inconveniente, y ese era el zapatero Duarte, ¿qué pasaría con él? Los dos jóvenes
estaban dispuestos a escapar, a huir de aquel lugar, y lo hicieron en una fuga
ciertamente épica, asombrosa. Duarte, como siempre estaba borracho y de momento
no se enteró. Años más tarde, fallecería víctima de los excesos con el alcohol, pero
Anita ya había elegido su destino, y ése estaba al lado de Giuseppe Garibaldi. La
primera noche la pasaron a bordo del Río Pardo, ahí se amaron, ahí se quisieron,
envueltos por el aroma a pólvora, por los preparativos de los marineros, ya sabían que
la flota imperial brasileña se dirigía hacia Laguna para iniciar el combate. Pero Anita,
aventurera consumada, quiso luchar al lado de su hombre, y le pidió que le diera
algunas clases de esgrima y sobre todo, algunas prácticas de tiro. Para sorpresa de
todos los marineros del Río Pardo, Anita se mostró como una consumada
espadachina, manejaba la espada con ardor, pero lo mejor, disparaba como el mejor
de los tiradores. Y de esa guisa, amor y guerra, empezaron a conjugarse en las vidas
de Giuseppe y Anita. Se enfrentaron al buque “Insignia” de la flota imperial brasileña,
escaparon a duras penas, lo cierto es que la guerra no iba bien para la república de
Río Grande.
Giuseppe Garibaldi quería regresar a Italia para luchar por la unificación del
país, y envió como embajadora a Anita. Ésta llegó al país neolatino, el loor de
multitudes, fue recibida como una auténtica heroína, iba con sus hijos y preparó muy
bien el camino para el regreso de Giuseppe. Éste regresó con muchos “camisas rojas”.
Los “camisas rojas” son la tropa característica de Giuseppe Garibaldi, en la
reunificación italiana. Este cuerpo, este… este grupo de ejércitos había creado en
Montevideo, en el sitio de Montevideo, porque Anita había elegido unas telas rojas –
eran las únicas disponibles – para diferenciar a
los luchadores italianos de otras nacionalidades.
Y ése fue el germen de las famosas “camisas
rojas”, del asedio de Montevideo, y gracias a una
decisión apresurada de Anita. Pues con estos
“camisas rojas”, Giuseppe Garibaldi llegó a Italia,
y junto a su mujer combatió, ella famosa, marcha
hasta Roma. Con sus mil “camisas rojas”, la
defensa de Roma asediada por las tropas
francesas, la lucha contra los austriacos, lo de
Roma fue tremendo, fue una auténtica carnicería,
una masacre. Giuseppe Garibaldi, Anita, y sus
hombres, las escasas tropas que aún le restaban, huyeron de Roma en un repliegue
cruel. Llegaron a la república de San Marino, ahí se tuvieron que disolver. Dada la
necesidad de… del momento, pero Anita estaba embarazada nuevamente, de su
quinto hijo, y había contraído unas fiebres malignos. La retirada había sido penosa,
llena de rigores, falta de alimentos, como siempre, como ocurrió en la selva de Brasil.
En las inmediaciones de Rávena, la muchacha no pudo más, no había cumplido los
veintiocho años de edad. El cuatro de Agosto, víctima de la fiebre, Anita Garibaldi
fallecía en brazos de su gran amor, Giuseppe. Éste, en un último minuto, en una última
decisión, ordenó que le quitaran las vestimentas de hombre, de soldado – por que ella
siempre se vestía como soldado – con su bandera en el pecho, con su sombrero, sus
pantalones, sus botas, y Giuseppe ordenó que la vistieran de mujer, y de esa manera
falleció Anita Garibaldi. Ni siquiera la pudo rendir homenaje pues las tropas enemigas
hostigaban, estaban muy cerca, la tuvieron que dejar medio enterrada. Garibaldi partió
con el corazón contraído por el dolor. Fue el cuatro de Agosto de 1849. Si es cierto
que Giuseppe se casó en dos ocasiones más, pero también es verdad que nunca
pudo olvidar el rostro de aquella mujer que había alimentado la pasión de su vida. Una
pareja épica, un amor a prueba de bomba, de tiros, de cañones y de guerras. Los hijos
de Giuseppe Garibaldi fueron fiel reflejo de sus padres. Una de ellas, Rosita, había
fallecido de forma prematura, hecho que desconsoló a Anita, falleció con tan sólo dos
años y medio. Pero Menotti, Ricciotti, Teresita, la verdad es que fueron tan guerreros
como sus progenitores. Son las pequeñas historias que hacen grande este transitar de
los humanos por la tierra. Hoy hemos rendido homenaje a una mujer de armas tomar:
Anita Garibaldi.