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Le Monde diplomatique / Septiembre 2008

Chile y la construcción de su imaginario

por Miguel Rojas Mix*


* historiador y pensador latinoamericano. candidato al premio nacional de historia 2008, propuesto por la usach, universidad
que hace tres años lo distinguió con el grado de doctor honoris causa.

El Bicentenario:
Una historia en imágenes

Toda Ibero América parece haber decidido conmemorar el Bicentenario de una u otra Independencia. El
movimiento independentista se inicia en Nuestra América en 1810 y se extiende en la América del Sur
hasta fines de 1824, cuando Sucre con un ejército de patriotas de todo el continente derrota en Ayacucho
al último ejército español.

La dimensión hispánica y continental del hecho no debe hacernos olvidar que antes, al iniciarse el año
1804, Haití había declarado su independencia conjuntamente con la abolición de la esclavitud. Hace poco se
reunieron en Río de Janeiro los mandatarios de Brasil y Portugal, Lula da Silva y Cavaco Silva para
conmemorar los 200 años de la llegada de la familia real portuguesa a la ciudad carioca el 8 de marzo de 1808.
Entre 1808 y 1822, el país fue sede de la corona portuguesa sin dejar de ser colonia.

Les queda a los brasileños por conmemorar 1824, cuando de imperio a imperio el país se hizo
independiente con don Pedro I, y 1889 cuando dejó de ser imperio y pasó a ser república. Por esas fechas, años
después, en 1898, obtuvo Cuba su independencia de España -aunque quedó bajo la Enmienda Platt. Y no digo
Puerto Rico porque acabó asociado a los faldones de los EE.UU. Pero no sólo las naciones de América,
también España está de Bicentenario. Goya pintó las fechas: el 2 de mayo de 1808, cuando el pueblo se levanta
atacando con palos y cuchillos a los mamelucos, mercenarios egipcios del ejército francés, que recordaban a los
españoles los temidos moros, y el 3 de mayo, cuando contempló desde su ventana la ejecución de los
sublevados.

CARICATURA ANONIMA (Rojas


Mix)
Goya fijó para la historia las imágenes del levantamiento con que se inicia la Guerra de
Independencia. En Chile nos preparamos desde la vuelta del siglo a esta conmemoración. El
Bicentenario es un jalón que nos obliga tanto a mirar la historia como a avizorar el futuro. Abre
espacios para la reflexión. Obliga a plantearse muchas preguntas. Sin duda muchas de las que se han
propuesto carecen de sentido histórico, como si valió la pena la independencia. Son preguntas que
pertenecen al género de la ucrania, no de la historia. En el concreto campo de la historiografía, el
Bicentenario obliga a pensar la forma de difundir mejor los hechos históricos fundacionales y de los
años transcurridos desde entonces. Conmemorar quiere decir "recordar con", memoria conjunta,
colectiva. A eso tenemos que abocarnos. La historia es la base de nuestra identidad, la que da sentido a
nuestra cultura. Pero como decía Ortega y Gasset la identidad cultural no es sólo un elemento que se
busca en el pasado, sino que mira al futuro en tanto es un proyecto colectivo. Escribí en alguna parte
que las raíces de la identidad estaban en el futuro.

La historia hay que contarla; para que la nación exista es necesario que se cuente. Si no se cuenta no
construye una imagen que le permita hacerse. No hay posibilidades de crear un imaginario nacional sin un
relato sobre los orígenes de la nación, sus cualidades únicas, sus héroes y sus hazañas. Mas es preciso
analizar cómo se cuenta la nación. En el contexto del Bicentenario debemos comenzar por establecer las
secuencias de acontecimientos que preparan los hechos. Desde luego la independencia no se produjo de un
día para otro, se fue causando con los años. Desde el siglo XVIII empieza a desarrollarse con el
pensamiento de la Ilustración una idea de progreso que se asocia a un sentimiento nacional naciente; senti-
miento que se expresa particularmente a fines de la Colonia en el amor a la tierra, en la pugna por la
libertad de comercio y en los deseos de autonomía; sentimiento que incuba el criollismo intelectual que se
exacerba precursor en el exilio jesuita. El abate Molina que escribe en Bolonia el Saggio sulla storia naturale del
Cile (1782) y cinco años más tarde el: Saggio sulla storia civile del Cile es el mejor ejemplo de este sentimiento
que inscribe la historia de Chile en la senda del progreso.

José Gil de Castro, Don Bernardo O'Higgins, Director Supremo, 1821


(Colección MNBA)

Los pueblos se cuentan y se imaginan. Hace años que me


dedico a estudiar los imaginarios históricos. A trabajar la imagen
como documento, no a utilizarla como ilustración. La imagen tiene
la ventaja de agregar el sentimiento a la información, por eso los
símbolos nacionales resultan tan emotivos. Es mucho más duro ver
una masacre en televisión que leer el suceso en un periódico.
Además revela lo que los textos a menudo no muestran, incluso lo
que ocultan, las circunstancias en que las cosas se vivieron; las
imágenes realzan la acción y, eventualmente, a sus protagonistas los transforma en iconos referenciales. El
imaginario nacional es un referente que me indica quién soy en el planeta, fija mi identidad, me enseña a
reverenciar y a emocionarme, a la vez que condensa valores y principios en que la nación fundamenta su
cohesión.
La nación es una comunidad imaginada...

Toda nación tiene que dar una imagen de sí misma que reproduce en sus símbolos patrios. Los
himnos nacionales dan testimonio. La Marsellesa define la Francia por el sentido republicano con que se
cancela la monarquía: "Adelante, hijos de la Patria" -exclama. La revolución los ha hecho ciudadanos, han
dejado de ser súbditos del rey. Los chilenos cuando entonamos el himno nacional, en primer lugar
cantamos a la geografía. La geografía siempre fue una obsesión, un elemento significante de la identidad
chilena. La ha magnificado Neruda: "Antes de la peluca y la casaca /fueron los ríos, ríos arteriales/ fueron
las cordilleras...", enloquece a Benjamín Subercaseaux: "Chile una loca geografía". Y Huidobro, con
ingenio, alude a sus desacompasadas dimensiones cardinales cuando anota: "Los cuatro puntos cardinales
son tres: norte y sur". Todavía comenzando el siglo XX decían los historiadores eurocéntricos mirando a la
extera europa que hay pueblos que sólo tienen geografía, pero no tienen historia. Chile ha hecho de su
geografía, historia; en parte porque desde Ercilla a Neruda, artistas, escritores e historiadores han pensado e
imaginado el país ajustado en su paisaje.

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Tapices de Indias, Mobiliario
Nacional, Francia (© Rojas Mix)

Cuando la historia se cuenta, siempre se imagina. A menudo asalta la duda sobre cuál es la parte de realidad
y cuál la dosis de fantasía en un relato. Según sea la proporción estamos en la ficción o en la historia. En
historia la imaginación a menudo toma forma de ideología: selecciona hechos y personajes para legitimar
situaciones de poder o de casta. Voltaire satirizando esta práctica decía: "Los historiadores son unos
tramposos que hacen triquiñuelas con los muertos". En los años cuarenta del siglo en que nací se publicó
un tomo titulado Episodios Nacionales. Guardo un ejemplar en mi biblioteca. Ilustra 150 hechos que cons-
tituirían el devenir histórico de Chile. Como su prólogo lo reconoce, son todos -de cerca o de lejos- hechos
de armas.

Hace algo así como diez lustros que comencé a estudiar las representaciones sociales y los
imaginarios. La imagen artística de Chile que publiqué a fines de los años sesenta fue un primer ensayo; el
último, en búsqueda de un método para abordar el conocimiento visual. El imaginario: civilización y
cultura del siglo XXI, es obra de hace poco más de un año. Complementar los métodos tradicionales de
investigación histórica con el estudio de la imagen no sólo profundiza la comprensión de los hechos, sirve
asimismo para captar la historia desde el imaginario de estereotipos que circulan en nuestra comprensión
de los hechos. Y abre un espacio a la crítica histórica pues permite ver cómo evolucionan los valores y
precisa las circunstancias en la lectura de los hechos. El discurso que hoy se maneja de la multi-culturalidad
o de la interculturalidad, en el siglo XIX y hasta hace poco -si es que todavía no subyace al socaire de las
palabras-, estuvo marcado por la dicotomía "civilización y barbarie", un imaginario que pasaba y pasa por el
lenguaje, como cuando refiriéndose a las luchas mapuches contra el conquistador se habla de "tropelías" de
los indios.

No sólo las repúblicas americanas, prácticamente todas las naciones nacen hace casi ya dos siglos.
Cuando la Revolución francesa cancela la monarquía y se inicia la república. Toda nación necesita un
imaginario inclusivo para fusionar el cuerpo social. La nación es una comunidad política imaginada como
intrínsecamente limitada y soberana. Es un proyecto que se alimenta de una imagen de síntesis. Una
figuración compuesta de un conjunto de efigies a la vez heterogéneas y coherentes a partir de las cuales se
plasma la vida del grupo social. Heterogéneas pues comprende diversos géneros, y coherentes porque todas
apuntan a una idea cohesionadora de la nación.

Chile comenzó hace 200 años a construir el imaginario nacional.

El imaginario nacional es un referente. Son hechos iconizados por el arte o narrados por la literatura
que aluden a la construcción de la nación. Chile -como América- para independizarse debió abandonar el
imaginario histórico español y construir su propia imagen, recoger en estampas la vida cotidiana. Para ello
tema que heroizar personajes y hechos recientes. A esa tarea se dieron artistas de dentro y de fuera del pais,
al igual que se volcaron los escritores para captar el ritmo de la chilenidad, exaltar la naturaleza y, en
definitiva, narrar la vividura nacional.

Juan Mauricio Rugendas, La Reina del


Mercado,
1833 (Colección MNBA)
La pintura va a acreditar la presencia de una nueva clase dominante. En ese sentido los géneros
privilegiados son el retrato y el retablo histórico. José Gil de Castro, "el Mulato Gil", fue el gran maestro de
la iconografía del prócer americano y de la casta emergente, del criollo que tomaba el poder. Perpetuar el
hecho histórico es una forma de crear la identidad nacional. Muchos de los artistas conocidos a principios
de siglo son extranjeros, casi todos fueron grandes retratistas, cronistas sociales o pintores de historia,
Monvoisin, Rugendas y Charton, figuran entre los más señalados de los que trabajan en Chile. A
Monvoisin se le debe la famosa tela de la renuncia de O'Higgins y a Rugendas la más exhaustiva
exploración de la sociedad chilena. Sarmiento decía: "Humboldt con la pluma y Rugendas con el lápiz, son
los dos europeos que más a lo vivo han descrito la América". Chile en particular, donde Rugendas
pernoctó diez años, dejando cantidad de dibujos y pinturas. Algunos sirvieron para ilustrar la vida cotidiana
en la Historia Física y Política de Chile de Claudio Gay (París, 1854). Charton se volcó en el costumbrismo.
Entre sus dibujos recuerdo uno que me ha fascinado desde niño, El velatorio del angelito. Todos ellos
participan en construir la iconografía de la nueva nación o en crear la nación en imágenes. Ya más
avanzado el siglo a ellos se incorporaron los artistas chilenos: Antonio Smith, paisajista y destacado
caricaturista, Manuel A. Caro famoso por su zamacueca, Nicanor Plaza escultor... También están los que
sin pisar el suelo americano ilustraron desde Europa la gesta emancipadora. En París encontré el original de
la famosa "Batalla de Maipú". Pocos lo saben, pero es obra de uno de los más grandes pintores románticos:
Géricault.

Pero no sólo el contenido, incluso los estilos cuentan en el imaginario histórico. A comienzos del
siglo XIX la Independencia marca la ruptura de América con el barroco. Para la clase que aspira a asumir el
poder, el neoclásico aparece como correlato artístico de las nuevas ideas. Si el barroco es el arte de la
monarquía absoluta, el neoclasicismo es proclamado el estilo de las ideas liberales y de la burguesía
emancipadora. El neoclásico va a dar imagen a las recién creadas repúblicas. En Chile, el Palacio de La
Moneda, centro neurálgico de la vida ciudadana, es construido por un arquitecto neoclásico, Joaquín
Toesca. E1 romanticismo, que sucede al neoclacisismo pregona "el retorno a la naturaleza y el gusto por lo
popular", lo cual significa no sólo el descubrimiento del paisaje, sino además una exploración de la
sociedad, de lo cotidiano. Genera la aparición de un costumbrismo que retrata los modos de vida de las
nacientes clases sociales, lo que en Hispanoamérica llamamos criollismo; constituye, a la vez una explo-
ración y un acto de fundación de la identidad nacional. Ahí quedan fijados los tipos sociales: el caballero, el
medio pelo, el futre, el lacho, el roto, el cholo, el huaso...

La Independencia fue un hecho histórico y a la vez una promesa, "la promesa de una vida
republicana". Esa promesa se ilustra en los procesos que el tránsito del pareado de dos siglos ha suscitado.
La historia puede condensarse, en la medida que ella remueve la memoria, despierta el sentimiento y
convoca la sapiencia. La imagen influye en la creación del valor. Es preciso crear valor para recuperar la
autoría y la pertinencia de nuestro pensamiento, recuperar figuras semi olvidadas, como Bilbao, que fue el
creador del nombre y la idea de América Latina, de la que luego han querido apropiarse los franceses. Nada
sintetiza mejor estos procesos que la imagen. Es por ello que con un grupo de historiadores chilenos
hemos decidido desarrollar un proyecto conmemorativo, el Bicentenario en imágenes: 200 años, 200
imágenes. Exposición doblada por un libro, Una imagen por año, la imagen más significativa de cada año.
Así, a vía de ejemplo: 1818, la Batalla de Maipú, 1856, Bilbao crea en Francia el nombre "América Latina",
1879, Combate Naval de Iquique, 1891, suicidio de Balmaceda, 1906, Terremoto de Valparaíso, 1907,
Santa María de Iquique, 1945, Primer Premio Nóbel Latinoamericano: Gabriela Mistral, 1962, El Mundial
de Fútbol (Leonel Sánchez le rompe la nariz a David); 1971, Neruda, Premio Nóbel, 1973, La Moneda en
llamas. Así, sucesivamente. Si sabemos hacerlas hablar, las imágenes nos dan una información
suplementaria, y si queremos difundir los hechos ningún medio es más eficaz para comunicarlos y
transformar la historia en verdad de masas.
Pablo Neruda recibe homenaje en Chile por el Premio Nobel, atrás aplaude
Pinochet (© Rojas Mix)

Aparte de las imágenes del Chile republicano, hay otra figura que es preciso reivindicar, la del
mapuche. Hay un maravilloso tapiz de 500 x 400 que se conserva en el Mobiliario Nacional de París y que
es la primera imagen conocida con valor etnográfico de un indio chileno, un indio a caballo. Hace parte de
la llamada serie de Les Tentures des Indes (Las tapicerías de indias). ¿Por qué no tejerlo de nuevo fes-
tonado con el tricolor nacional?

Pero el Bicentenario es también una interrogación sobre el futuro y la cuestión capital es cómo
plantearse en Chile, en el contexto de la geopolítica, los grandes compromisos que presenta el siglo XXI.

Sería ingenuo imaginar el Bicentenario como escenario en que pueden desatarse todos los nudos del
futuro. Pero llegamos a esta conmemoración con cuatro compromisos a los que tenemos que hacer frente.
Los cuatro son distinguibles, pero están estrechamente relacionados: el compromiso nacional, el regional,
el continental y el planetario. El compromiso nacional es la democracia y la disminución de las desigualda-
des sociales; el regional es el desarrollo, el continental es la integración y el planetario, la globalización. En
el revés de la trama que une estos compromisos se tejen diversas cuestiones: el Estado de derecho y los
derechos humanos, la relación entre lo público y lo privado, la conciliación de lo universal y lo particular
para construir una modernidad sobre la base de valores propios; el acceso a la sociedad de la información
con criterios de pertinencia y relevancia para crear la sociedad del conocimiento (el conocimiento es la
información seleccionada y procesada y por eso cada cultura, cada nación, debe crear la suya); la configura-
ción de una idea de nación no excluyente, sino abierta a una comunidad hecha de naciones, que aloje una
sociedad transcultural; la valoración del pensamiento propio como proyecto emancipatorio de formas
soterradas de colonialismo, cultural o académico. Al consagrarse, la literatura latinoamericana ha dado un
gran paso hacia la independencia cultural; la articulación de un proyecto que tenga como meta la utopía, la
utopía concreta. Para todo esto es preciso construir el Estado desde el imaginario pedagógico. Construirlo desde la
cultura.
Terremoto de Valparaíso, 1906 (© Rojas Mix)

La educación constituye una dimensión fundamental de la cultura. Y es preciso recordar que el desarrollo
cultural y económico es un reto antes que una cuestión técnica. Son la cultura y las circunstancias las que dan
un semblante a las promesas de futuro. Hoy son más borrosas de lo que eran para los jóvenes de mi generación. La
reflexión sobre el Bicentenario debe tenerlo en cuenta. En un bar de Avenida Matta -barrio de mi infancia-, Los
Tres mosqueteros, que tenía por lema en sus muros "No son muertos los que yacen en la tumba fría, pero sí lo son los
que viven y no beben todavía", me encontré, ya adulto, con un borrachín-filósofo. Entre copa y copa, hablando
de la vida, en una frase me enseñó a pensar el futuro. Me dijo: "El futuro no es ya lo que había sido". Me
recordó a Ortega, que comentaba que "lo malo de la vida humana es haber nacido ya". En realidad siempre
llegamos tarde al futuro, por eso tenemos la responsabilidad de pensarlo para las generaciones que nos siguen, las
del Bicentenario, y que están en condiciones de alcanzarlo a tiempo.

He aquí un desafío.
M.R.M.

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