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Derecho Diccionario OMEBA

DERECHO. *(1)
SUMARIO: I. La realidad del Derecho: 1. Diferencia entre leyes de la
naturaleza y normas. Causalidad y acción finalista. 2. El Derecho no es
realidad psicológica. 3. El Derecho no es pura idea de valor. 4. El Derecho
como obra humana. 5. El problema sobre qué clase de realidad es la del
Derecho. 6. Triplicidad de puntos de vista y superación de esta triplicidad.
7. Triplicidad de estudios sobre el Derecho tanto en el plano filosófico como
en el empírico. II. Derecho como norma social: 1. Preliminares: Derecho
como forma objetivada de vida humana. 2. Carácter circunstancial del
Derecho. 3. Cumplimiento y aplicación de las normas jurídicas. 4. Socialidad.
5. Normatividad. III. Diferenciación entre las normas jurídicas y otras
clases de normas: 1. Preliminares. 2. Distinción entre Moral y Derecho. 3.
Diferencia entre las reglas del trato social y las normas jurídicas. 4.
Diferencia entre mandatos jurídicos y mandatos arbitrarios. IV. Funciones
del Derecho: 1. Resolución de los conflictos de Intereses. 2. La función de
seguridad y la función de cambio progresivo. 3. Organización del poder
político. 4. Legitimación del poder político. 5. Limitación del poder político.
V. El Derecho como hecho social: 1. El Derecho como efecto de unos
hechos sociales y como causa de otros hechos sociales. 2. El Derecho
vigente como resultado del poder social predominante.
Capítulo I
LA REALIDAD BEL DERECHO
1. Diferencia entre leyes de la naturaleza y normas. Causalidad y
acción finalista. En el mundo de la naturaleza física los hechos acontecen
según leyes de causalidad. Los diversos fenómenos se hallan ligados los
unos a los otros de un modo forzoso, por ejemplo: el hecho m acaece
porque antes se han producido los hechos a, b, e, d, etcétera, y
simultáneamente los hechos i, j , k, etcétera. Desde este punto de vista,
consideramos al hecho m como efecto de los otros hechos anteriores y
simultáneos, a los cuales llamamos causas.
El hecho m, a su vez, será una de las causas que contribuyan a dar lugar a
otros hechos, los cuales serán vistos como efectos respecto de aquel hecho
m. Así, verbigracia: Cuando en determinadas condiciones, por el espontáneo
fluir de los hechos de la naturaleza se produce una conexión entre un
elemento eléctrico positivo y otro negativo, surgirá una corriente. Las leyes
naturales de causalidad son la realización de una infalible forzosidad, al
menos en el campo de lo perceptible —sin perjuicio de los problemas hoy
planteados en el estudio de los elementos que actúan dentro de la
interioridad del átomo (Heissenberg), problemas que a pesar del enorme
alcance que puedan tener no afectan los hechos naturales cuyo tamaño
rebasa el ámbito intraatómico.
Las leyes naturales de causalidad no posen una significación, no tienen un
sentido, no responden tampoco a un propósito, ni apuntan a la realización
de valores. Son, sencillamente, conexiones necesarias —estructurales o
mecánicas—, entre fenómenos, ciegas para los valores, ignorantes de
finalidades y carentes de expresividad, porque la naturaleza física no tiene
una intimidad que expresar. .

1
* Por el Dr. Luis BECASÉNS SICHES.

1
Derecho Diccionario OMEBA

Si, por el contrario, dirigimos nuestra mirada al campo de lo humano,


advertiremos que en la existencia del hombre los hechos presentan un
aspecto diferente, el cual no existe en el mero dominio de la naturaleza
física. En efecto, aquí, en el terreno de lo humano, las cosas ocurren de
otra manera. Los hombres toman en consideración puntos de vista
estimativos, criterios de valor: distinguen entre lo conveniente y lo
inconveniente, entre lo útil y lo inútil, entre lo santo y lo pecaminoso, entre
lo bueno y lo malo, entre lo justo y lo injusto, entre lo hermoso y lo feo.
Guiados por juicios o intuiciones de valor, conciben como propósito la
producción de ciertos comportamientos y la obtención de ciertos
resultados, que estiman como valiosos. Es decir, establecen determinadas
finalidades, ciertas metas para su conducta.
Una vez hecho esto, afánanse los hombres buscando los medios
adecuados para el Cumplimiento de aquellos propósitos, esto es, para la
realización de aquellos fines, y ponen en práctica tales medios.
Adviértase que la acción humana encaminada a la realización de fines, y
que busca los medios idóneos para el cumplimiento de tales propósitos,
representa la inversión mental del proceso de causalidad.
Podría decirse que, en la realidad, primero son las causas y luego son los
efectos. Pero cuando el hombre se propone fines y busca medios para llevar
tales fines a cabo, entonces piensa primero en algo que todavía no existe,
al menos en el modo en que él desea que exista, es decir, piensa en un
efecto aún no producido, y piensa después en los medios, esto es, en las
causas para producirlo. Así, pues, el hombre imagina primero unos efectos
(fines), y pone después en acción unas causas (medios) para lograrlos.
Ahora bien, todo .eso sucede no porque si, fortuitamente, sino en virtud
de características esenciales del hombre. Antes y por debajo de ese
esquema de anticipación intelectual del proceso causal, hay una específica
raíz humana, un peculiar porqué (que en este caso no significa causa, sino
que significa motivo), el cual consiste en que el hombre tiene problemas,.
cuya solución no le es dada gratuita y automáticamente por la naturaleza, a
diferencia de lo que les suele pasar a los animales, para la satisfacción de
cuyas necesidades la naturaleza les ha provisto resolver con instintos
autoperantes. Por ejemplo, hay animales que construyen su nido según
mecanismos instintivos, hay -aves que al enfriarse el clima emigran por
instinto a zonas más templadas. El hombre tiene necesidad de cobijo y de
defensa frente a los factores hostiles del clima, pero la naturaleza no lo ha
dotado con un pelambre que lo defienda del frío riguroso, ni con un instinto
para construir automáticamente una morada, ni con una fuerza que le
impela ciegamente a buscar un ambiente natural más propicio. El hombre
siente frío, y para remediarlo tiene que resolver este problema por sí
propio, haciendo uso de su imaginación. El hombre siente una urgencia,
una penuria, un vacío, que le incita a buscar, a imaginar algo con lo cual
pueda colmar esa necesidad. La conciencia de tal vacío y el deseo de
llenarlo es lo que constituye el porqué inicial del hacer humano, la
motivación de éste, por ejemplo: el hombre siente miedo de los animales
salvajes, y esto le incita a buscar, a imaginar algo que remedie esta
penuria; el hombre se siente amenazado por algunas posibles conductas de
sus semejantes, y esto le incita á elaborar Derecho; etcétera. El porqué o
motivo de lo que va a hacer consiste en ¡a conciencia del dolor que le
produce la penuria y en el deseo de remediar ésta. Tal fuerza motivadora
pone en movimiento su imaginación. Llega un momento en que logra ya
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imaginar algo, que, cuando se haya producido, satisfará aquella urgencia:


una casa, unas normas jurídicas y un poder para imponer su cumplimiento,
etcétera. Pues bien, esto imaginado, propuesto, constituye el para qué o
propósito de su acción, es decir, la finalidad. Una vez que ha determinado
esto, el hombre busca las actividades apropiadas para la realización de
aquella finalidad, es decir, los medios. Nótese que el esquema fin-medio
(causalidad revertida mentalmente: efecto-causa) sólo entra en escena
después de haberse producido el hecho pura y típicamente humano que he
descrito: el motivo (porqué) y el propósito al servicio de este motivo (para
qué>. Así, pues, el esquema medio-fin se apoya y queda inserto en un
supuesto humano radical, que consiste en la conexión motivo-fin (2) .
El Derecho no es un producto de la naturaleza física, como, por ejemplo,
una piedra, ni de la naturaleza biológica, como, por ejemplo, el plátano o la
ardilla. Por el contrario, el Derecho es obra del hombre, es algo que los
seres producen en su vida social, respondiendo a unos motivos y
proponiéndose la realización de unas finalidades. El Derecho pertenece al
campo de la cultura.
2. El Derecho no es realidad psicológica. Sería erróneo concluir que el
Derecho, porque no es un fenómeno de la naturaleza material, tendrá que
ser una realidad psicológica. El reino de lo no corpóreo no se agota en el
campo de lo psicológico. El reino de los objetos no materiales comprende
no solamente los fenómenos psicológicos (por ejemplo, percepción,
imaginación, memoria, abstracción, impulsos, emociones, etc.), sino que
abarca también otros sectores: así, el sector de las ideas, el sector de las
significaciones. La psicología estudia los mecanismos mentales (intelectivos,
emocionales, impulsivos, volitivos, etc.). Cierto que estos hechos, a
diferencia de los fenómenos de la naturaleza, tienen sentido y son
expresivos, y deben, por tanto, ser estudiados en estas dimensiones, es
decir, interpretando su sentido; pero aunque sea así, estos hechos, sin
embargo, tienen de común con los objetos de las ciencias naturales el
constituir realidades sometidas a leyes de causalidad. El estudio de los
mecanismos psicológicos no nos conduce al hallazgo del Derecho. Desde
luego que el Derecho puede darse como objeto o término de referencia de
tales fenómenos psicológicos: el entendimiento piensa el Derecho; hay
emociones de satisfacción incitadas por la contemplación del Derecho
triunfante, y emociones dolorosas provocadas por la comisión de un
entuerto; y la voluntad puede encaminarse a la realización del Derecho.
Pero la esencia del Derecho no la hallamos escudriñando esos procesos
psicológicos, pues semejantes mecanismos mentales se dan cuando se
piensa, se siente o se quiere el arte, o la religión, o la técnica, etcétera. El
Derecho no es un especial mecanismo psíquico, sino que es un objeto que,
al igual que otros objetos, puede constituir el contenido o el punto de
referencia de los mecanismos psíquicos. Cierto que se ha hablado de una
intuición de lo justo, de un sentimiento jurídico, de un raciocinio jurídico y
de una voluntad jurídica. Sin embargo, en todo eso lo jurídico será lo
mentado en un pensamiento, en una emoción o en una volición, pero no
será de ningún modo esos procesos intelectuales, emotivos o volitivos, en
tanto que meros fenómenos psíquicos. Lo jurídico de una intuición o
sentimiento no es un ingrediente real de estos fenómenos, sino que es una
cualidad relativa de ellos, es decir, algo que les nace por relación del
objeto a que se refieren, que en este caso es algo jurídico. No hay que
2
Recaséns Siches. L., Vida humana, Soaietli'.d y Derecho, fundamentación de la
Filosofía del Dfrcrlio, 37 ed., págs. 62-66 Ed. Porn'm Móxin>. 195».
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confundir el espejo con la imagen que eventualmente refleje; ni debemos


tampoco confundir el escoplo y el martillo con la estatua que se esculpa
mediante tales instrumentos.
3. El Derecho no es pura idea de valor. De las conclusiones que se
acaban de establecer que el Derecho no es ni naturaleza física inorgánica, ni
naturaleza biológica, ni naturaleza psicológica, sería también equivocado
derivar que el Derecho sea pura idea, o puro valor.
Llámanse seres ideales a los objetos irreales (que no tienen existencia en
el tiempo y el espacio), pero que poseen una validez que se impone con
evidencia a nuestro intelecto, por ejemplo: las verdades lógicas, los
principios matemáticos. Obviamente, el Derecho no es un objeto de esta
índole.
Mientras que el principio de que todos los radios del círculo son iguales
tenía consistencia ideal antes de que el primer geómetra lo descubriese, por
el contrario, un código civil no existe antes de haber sido elaborado y
promulgado.
Ahora bien, entre los seres ideales hay una especial casta de ellos con
peculiares características: los valores. Según algunas escuelas filosóficas
(Scheler, N. Hartmann), los valores son objetos ideales con una propia
validez. Si bien podemos descubrirlos en aquellas cosas o conductas que
estimamos como valiosas, no constituyen empero un pedazo de la realidad
de esas cosas o 'conductas, sino que son una cualidad que ellas nos
presentan en tanto en cuanto coinciden con las esencias ideales de valor.
Adviértase que aunque según dichas escuelas —Husserl, Max Scheler, etc.—
los valores sean objetos ideales, se diferencian de todos los demás objetos
ideales por unas particulares características. Los otros objetos ideales, por
ejemplo, las leyes lógicas, las conexiones matemáticas, además de su
consistencia ideal, constituyen forzosamente también en cierta dimensión
estructuras propias del ser real; por ejemplo: 2 + 2 = 4 es una relación
matemática ideal, pero es a la vez una estructura de lo real, porque no
cabe duda que dos manzanas más dos manzanas sean cuatro manzanas.
Por el contrario, los valores —por ejemplo, la bondad, la justicia, la belleza,
la vitalidad, la utilidad, etcétera—, constituyen calidades ideales frente a
las cuales sin embargo las conductas pueden ser indóciles y discrepantes.
La validez ideal de los valores no va acompañada forzosamente de su
encarnación en la realidad, pues cabe que ésta se muestre en desacuerdo
con los valores. Las gentes deben ser veraces, lo cual no obsta para que
tropecemos a menudo con personas mentirosas y traicioneras. Esa ausencia
de forzosa realización de los valores determina que ellos se presenten con
una dimensión de deber ser, de deber hacerse o cumplirse, que pertenece
a su misma validez ideal, pero que no lleva aneja la forzosidad de un
cumplimiento inexorable. De los valores derivan normas que imponen
deberes a la conducta humana. Pero la noción de deber implica
esencialmente la posibilidad psicobiológica de no cumplirla. Si lo que se
formula como deber fuese algo de forzosa e inevitable realización, no
tendría sentido prescribirlo como norma, porque sería sencillamente una
ley de la naturaleza que se cumpliría siempre y necesariamente, sin
excepción, de modo forzosamente inescapable, o sería un principio lógico
de carácter necesario. Así, pues, los valores, a diferencia de las leyes de la
naturaleza y a diferencia también de los otros objetos ideales, poseen
además algo especial que podríamos llamar vocación de ser realizados,

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pretensión de imperar sobre la conducta, intención de ser cumplidos,


inspiración de normas para el comportamiento.
Ya a primera vista barruntamos que el Derecho tiene algo que ver con el
mundo de los valores, pues parece que no se puede hablar de lo jurídico
sin referirlo a algún valor. Este barrunto es correcto; pero, en cambio, sería
erróneo suponer por ello que el Derecho sea pura y simplemente un valor.
El Derecho no consiste en ideas puras de valor. Por el contrario, consiste en
una obra humana, producid" en el área de la historia, con el propósito de
cumplir en una determinada realidad social con la inspiración que emana
de unos valores. Lo jurídico, lejos de ser idea pura, está constituido por un
conjunto de actividades y de obras reales de los hombres, obras y
actividades insertas en su vida, condicionadas por ella, en las cuales .late la
referencia a unos valores (seguridad, justicia, bienestar social, etc.), es
decir, late el propósito intencional de cumplir con las exigencias que se
derivan de esos valores en relación con una determinada realidad colectiva
(*).
4. El Derecho como obra humana. El Derecho se presenta como un
conjunto de normas elaboradas por los hombres con el propósito de
realizar determinados valores en su existencia social: claro que con esta
caracterización que antecede' no se especifica lo esencialmente
característico del Derecho, sino que simplemente se le sitúa dentro de una
provincia de la cultura humana: en la región de las normas elaboradas por
los hombres para satisfacer necesidades por éstos sentidas, mediante el
cumplimiento de unos determinados fines.
Aparecen las normas humanas como medios para la realización de unos
ciertos fines. Si queremos comprender con rigor y de modo suficiente la
esencia del Derecho, será necesario aprender a distinguir las normas
jurídicas frente a otras clases de normas, corno, por ejemplo, las morales,
las del trato social, las técnicas y los mandatos arbitrarios.
Pero antes de establecer esas diferenciaciones que permitan dibujar con
precisión la esencia del Derecho, conviene examinar previamente
problemas generales sobre la índole de la realidad jurídica. Es decir,
conviene proceder a la indagación acerca de qué clase de realidad es la
propia del Derecho.
5. El problema sobre qué clase de realidad es la del Derecho.
Trátase de averiguar si el Derecho es un objeto de índole ideal,
específicamente un valor puro o una ley puramente racional; o si es una
norma humana con validez fundada y circunscrita por el poder que tiene
competencia para dictarla y aplicarla, es decir, por el Estado, o si es una
realidad sociológica, un hecho de conducta efectivamente realizada, hecho
que aparece como el efecto de otros fenómenos sociales y actúa a su vez
como causa produciendo nuevos efectos sociales; o si no es ninguna de
esas cosas en singular y exclusivamente, antes bien por el contrario, una
compleja realidad que participa de las tres dimensiones apuntadas, es
decir, que posee aspectos ideales, aspectos de normatividad positiva y
aspectos de hecho.
En alguna medida, lo dicho y señalado da ya la pista para la solución de
este problema. Al mostrar que aunque esencialmente el Derecho aspira a la
realización de ciertos valores (por ejemplo: seguridad, justicia y bienestar
social), el Derecho real, el Derecho efectivo, es decir, el orden jurídico

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positivo no es valor puro, con esto se ha descartado que pueda darse una
definición de lo jurídico situándolo en la especie ideal de los valores.
Por otra parte, en la medida en que se ha esbozado, ya que las regías
jurídicas no son leyes fenoménicas de la naturaleza que impliquen una
forzosa causalidad, sino que, por el contrario, son expresivas de un deber
ser dirigido a la conducta humana, se puso ya de manifiesto la dimensión
esencialmente normativa, que es propia de lo jurídico.
Y, por fin, al haber puesto en evidencia que el Derecho es una obra
humana, algo que los hombres hacen —y seguramente tienen la necesidad
de hacer— por algo y para algo en su vida, se ha apuntado ya que lo
jurídico se produce en unos especiales hechos, los cuales ciertamente no
son hechos de la naturaleza, sino que, por el contrario, son hechos
humanos, pero, en fin de cuentas, hechos. O dicho con otras palabras, con
ello se aclaró ya la dimensión láctica del Derecho.
Con todo, a pesar de esos esclarecimientos iniciales, conviene obtener
mayor iluminación sobre este punto, sobre el punto de cuál sea la realidad
del Derecho, con el fin de evitar confusiones que impidan limpidez en la
doctrina y que originen graves perturbaciones prácticas.
6. Triplicidad de puntos de vista y superación de esta triplicidad.
Precisamente por haber observado que desde un cierto punto de vista el
Derecho aparece conectado con el mundo ideal de los valores o con la
razón, que desde otro punto de vista el Derecho constituye un sistema de
normas positivas elaboradas por los hombres y dotadas de una específica
validez que le otorga la comunidad política, es decir, el Estado, y que,
además, desde un tercer punto de vista el Derecho aparece como una
determinada realidad social que produce unos especiales modos colectivos
de conducta, algunos pensadores han puesto en duda que pueda darse un
concepto unívoco del Derecho. Así Eduardo García Máynez (3) observa que
cuando se trata de definir el Derecho, según cuál sea el punto de vista que
se adopte, entre los tres mencionados, se apunta a un objeto diferente.
"Piensan algunos en un Derecho justo; otros tienen presente el conjunto
de preceptos que el poder público crea o reconoce, y no pocos sólo
consideran como jurídicas las reglas que efectivamente norman la vida de
una comunidad en un momento dado de su historia, sea que provengan de
los cuerpos legislativos o que tengan su origen en la jurisprudencia o la
costumbre. Y aun cuando en todas las definiciones figura en primer término
la palabra Derecho, como sujeto del juicio, el equivoco resulta inevitable,
porque los objetos definidos no son reductibles entre sí, ni cabe
subordinarlos bajo un género común. Pues si bien unas veces se habla de
Derecho natural, otras de Derecho vigente y algunas más de Derecho
positivo —en el sentido de efectivo, esto es realizado y cumplido de hecho
—, lo cierto es que no se trata de especies diversas de un solo género ni de
facetas diferentes de una misma realidad, sino de objetos distintos... Tan
desconsoladora situación debería haber despertado la sospecha de que no
se ha podido llegar a un acuerdo porque lo que se trata de definir es, a
veces, un objeto de conocimiento, y a veces otro objeto diverso, al que se
da obstinadamente el mismo nombre.
Resulta entonces que una definición correcta, desde el punto de vista de
una concepción determinada, aparece como falsa si se la examina desde
3
García Máynez, E., La definición del Derecho: Ensayo de perspfctirtsmo jurídico,
páginas 9 y sigs.. Ed. Stylo. México. 1948. •
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otro ángulo. El punto de partida puede ser, sin embargo, correcto en los
dos casos, y la inadecuación es entonces puramente verbal. El equivoco
obedece a que se aplica el misino vocablo a cosas heterogéneas o, mejor
dicho, a que se pretende obtener, relativamente a objetos de
conocimientos distintos entre sí, una definición común".
El planteamiento dado a. este problema por Eduardo García Máynez es sin
duda correcto. Pero precisamente en los términos de este acertado
planteamiento podemos encontrar la pista adecuada para la satisfactoria
resolución de dicho problema.
Subraya atinadamente García Máynez que la existencia de los tres puntos
de vista mencionados (el axiológico o sea el del Derecho natural o Derecho
justo, el normativo o sea el de regla vigente sostenida por el poder público
y el sociológico, o sea 61 del cumplimiento regular efectivo) crea tres
acepciones diferentes de la palabra "Derecho", las cuales son irreductibles
entre si a un sentido unívoco. Ahora bien, tendríamos que preguntarnos si
en una actitud de rigor mental las tres acepciones de ese vocablo son
igualmente correctas, o si lo es solamente una de ellas, o si quizá ninguna
de las tres sea correcta y debamos hallar otra con la cual y gracias a la cual
se supere aquella triplicidad. Seguramente lo que sucede es que el objeto
"Derecho" en sentido auténtico, verdadero, posee tres dimensiones, cada
una de ellas relacionada —aunque no identificada— con cada uno de
aquellos tres puntos de vista. En este caso se deberá explicar con toda
precisión ese auténtico sentido de. la palabra Derecho, y entonces relegar a
sentidos meramente parciales o figurados las otras tres acepciones
mencionadas.
Para los Iusnaturalistas a ultranza sólo las normas con intrínseca validez
ideal merecen el nombre de Derecho. Los positivistas extremos en el
Derecho ven sólo el conjunto de mandatos emitidos por el poder público, o
el conjunto de normas que tienen una validez formal dentro del sistema del
orden jurídico positivo, y en el Derecho contemplan única y exclusivamente
este aspecto. Los sociologistas —los cuales son algo muy diferente de los
sociólogos— consideran que el Derecho está constituido exclusivamente
por las pautas que se cumplen de modo real y efectivo en una determinada
sociedad, es decir, ven en el Derecho tan sólo el conjunto de unos hechos
sociales de un cierto tipo. En cada, una de estas tres actitudes encarna un
punto de vista desde el cual se contempla un aspecto del Derecho,
diferente de los otros dos aspectos iluminados respectivamente desde los
otros dos puntos de vista.
Ahora bien, en verdad eso que se llama Derecho, eso que es
auténticamente el Derecho, no consiste exclusivamente en una sola faceta
de las tres indicadas. Consiste, por e! contrario, en un objeto que
esencialmente contiene los tres aspectos íntima y recíprocamente unidos
de modo inseparable. En verdad el Derecho es el conjunto de normas
humanas, es decir, elaboradas por los hombres en una situación histórica,
apoyadas e impuestas por el poder público, normas con las cuales se aspira
a realizar unos valores. Llamar "Derecho" al Derecho natural, es decir, a
unas normas puramente ideales o racionales dotadas de intrínseca y
necesaria validez, es usar la palabra Derecho en sentido figurado o
traslaticio. Con esto no se niega justificación al problema de la estimativa o
axiologia jurídica, ni se niega tampoco que este problema pueda, y aún
deba, resolverse reconociendo que hay tales principios ideales con validez
intrínseca y necesaria. Lo que se dice es sencillamente que esos principios
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ideales, ellos por sí solos, no son Derecho en el sentido auténtico de esta


palabra. Esos principios son los que deben inspirar y dirigir la elaboración
del Derecho; son consiguientemente además los criterios bajo cuya luz
podemos y debemos enjuiciar críticamente la realidad de un determinado
Derecho histórico. Bien está que se mantenga una de las tesis llamadas
más o menos adecuadamente "Derecho natural". Lo que no es admisible es
que se piense en serio que esas normas ideales son auténtico Derecho.
Son el norte y guía que los hombres deben adoptar en la elaboración de sus
normas jurídicas. Ahora bien, Derecho propiamente lo son tan sólo esas
normas fabricadas por los hombres para regir las relaciones sociales de una
comunidad política en un cierto lugar y en una determinada época, las
cuales se refieren intencionalmente a unos valores y están sostenidas y
apoyadas por el poder público.
Por otra parte, es verdad que un sistema de normas, sea puramente
ideales, sea elaboradas positivamente por los hombres en una cierta
situación histórica y de las cuales se predica vigencia formal, pero que en
su conjunto no han obtenido una habitual realización efectiva, es decir, que
no son de hecho cumplidas regularmente, no constituyen Derecho. Tales
normas carentes de realización fáctica regular no son Derecho. Serán a lo
sumo una pretensión de Derecho, un propósito o plan frustrado de
Derecho, un intento fallido de ser Derecho. Podrán ciertamente tener forma
jurídica, pero no pasarán de ser meramente Derecho imaginado, una
fantasía de Derecho, pero no Derecho en la significación genuina de esta
palabra.
El Derecho es una obra humana, uno de los productos de la cultura. Por
consiguiente, brota en unos especiales hechos de la realidad humana
social. Como tal obra humana o producto de cultura trasciende los límites
domésticos de esa realidad para apuntar necesariamente, esencialmente,
hacia unos valores. Los hombres hacen Derecho porque tienen necesidad de
él; lo hacen al estímulo de unas necesidades y apuntando a la consecución
de unos propósitos con cuyo cumplimiento satisfacen esas urgencias. Pero
eso que hacen de tal modo lo hacen esencialmente queriéndose orientar
hacia la realización de unos valores, por ejemplo, la justicia. En toda acción
humana, lo mismo que en todo producto de ésta, es decir, en toda obra de
cultura, late esencialmente la referencia a un valor, el propósito de realizar
ese valor.
Tal propósito podrá tener o no tener éxito, o tenerlo en mayor o menor
proporción, pero existe siempre esencialmente como propósito. Entonces
resulta que al estudiar la realidad del Derecho no puede prescindirse de
reconocer que los hechos que integran tal realidad poseen necesariamente
una dimensión de referencia a valores.
Esa realidad que constituye el Derecho y que posee la dimensión de
referirse a valores, tiene forma normativa. O sea, el Derecho es norma
elaborada por los hombres con el propósito de realizar unos valores.
En esta concepción se conservan las tres dimensiones de las que se ha
venido hablando —valor, norma y hecho—, pero indisolublemente unidas
entre sí, en relaciones de esencial implicación recíproca.
Derecho no es un valor puro, ni una mera norma con ciertas
características especiales, ni un simple hecho social con notas particulares.
El Derecho es una obra humana social (hecho) de forma normativa,
encaminadas a la realización de unos valores.

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Claro que, por poseer esas tres dimensiones, aunque unidas


inextinguiblemente por una triple reciprocidad, el Derecho puede ser
estudiado desde tres puntos de vista.
Puede ser estudiado como valor desde el punto de vista de la axiología;
puede ser estudiado como norma vigente; y puede ser estudiado como
hecho. Ahora bien, aunque se reconozca la posibilidad de estos tres
enfoques, cabe preguntar hasta qué punto pueda existir una total
independencia entre dichos tres ángulos, o si, por el contrario, siempre
habrán de mediar recíprocos enlaces entre ellos.
7. Tres tipos de estudio sobre el Derecho. Tanto en el plano filosófico
como en el empírico. La existencia de esas tres dimensiones (como valor,
como norma y como hecho), en efecto ha dado origen a tres tipos
diferentes de estudios jurídicos, cada uno de los cuales a su vez puede
desenvolverse en dos distintos planos: en el plano filosófico y en el plano
empírico o positivo (4) El estudio del Derecho como valor, en el plano
filosófico suscita la estimativa o axiología jurídica; es decir, la consideración
del tema tradicionalmente llamado del "Derecho natural"; y, en el plano
empírico suscita el establecimiento de directrices para la "Política del
Derecho" —política legislativa y política judicial—, es decir, la aplicación de
los criterios estimativos a la elaboración práctica : del Derecho.
El estudio del Derecho en su aspecto formal de norma ha dado lugar, en el
plano filosófico, a la "Teoría Pura del Derecho" (por ejemplo: Kelsen) ( 5); y
en el plano empírico o positivo origina la llamada Ciencia Dogmática o
Técnica del Derecho positivo.
El estudio del Derecho como una especial clase de hechos sociales, como
una especial clase de obra humana, lleva, en el plano filosófico a la
elaboración de una "Culturología jurídica", como la llama Miguel Reale (6),
es decir, a una doctrina del Derecho como objeto cultural, como producto
de vida humana objetivada; y en el plano empírico conduce, por una parte,
a la "Historia del Derecho" (descripción de realidades jurídicas particulares),

4
V. Keale. M., Filosofía do Derecho. t. 2, vol. 1, paga. 443-530, El Saravia, San
Paulo, 1953.
5
(6) Cír. Kelsen, H., Compendio de teoría general del Estado, trad. de Luis Becaséns
Slches y Justino de Azcárate, 2' ed., con un Estudio preliminar sobre la teoría pura
del Derecho y del Estado por Luis Becaséns Siches, Bosch, Barcelona, 1934; El
método y los conceptos fundamentales de la teoría pura del Derecho, trad, por Luis
Legaz Lacambra, Ed. de la Revista de Derecho Privado, Madrid, 1933; La teoría pura
del Derecho; Introducción a la problemática científica del Derecho, trad. por Jorge
Tejerina, Losada. Bs. Aires. 1946; Teoria general del Derecho y del Estado, trad. de
Eduardo García Máyneg, Imprenta Universitaria, México, 1953. Sobre Kelsen:
Becaséns Siches, L., Direcciones contemporáneas del pensamiento jurídico, cap. 5,
Labor, Barcelona, 1928; Legaz Lacambra, L., Kelsen; Estudio crítico de la teoría
pura del Derecho y del Estado de la Escuela de Viena, Bosch, Barcelona, 1933;
Cossio, C., "Hans Kelsen: el jurista de la época contemporánea", en Anales de la
Facultad de Ciencias Jurídicas de La Plata, 1941; Nieto Arteta, L. E., La
interpretación exacta de la teoría pura del Derecho, 1942; Ebensteln, W., La teoría
pura del Derecho, trad. de J. Malagón, Fondo de Cultura Económica, México, 1947;
Kunz, J. L.. La teoría pura del Derecho (Cuatro conferencias en la Escuela Nacional
de Jurisprudencia de México), Imprenta Universitaria, México, 1948; Gioja, A., La
arquitectónica del conocimiento jurídico, Bs. Aires, 1945; Buis Moreno, M. T.,
Filosofía del Derecho, págs. 430-432, Kraít, Bs. Aires, 1944; Soler, S., La fe en el
Derecho, págs. 205 y 206, Tip. Edit. Arg., Bs. Aires. 1956.
6
Cfr. Reale. M.. ob. cit.. págs. 283-287.
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y, por otra parte, conduce a la "Sociología del Derecho", esto es, a la


investigación sobre tipos y regularidades de los fenómenos jurídicos.
Esta clasificación doblemente tripartita (en el plano filosófico, y en el
plano empírico) de las disciplinas jurídicas puede ser útil a los menesteres
de la exposición y del estudio, sencillamente porque a veces no es
conveniente, y acaso ni siquiera posible, ocuparse de todos los aspectos a la
vez. En este sentido, una correcta división y distribución de los temas de
estudio puede resultar plausible.
Pero la verificación de la variedad de puntos de vista desde los cuales
puede ser contemplado el Derecho plantea un inquietante problema: el ya
mencionado problema de saber si es posible hablar del Derecho en términos
generales, como de un objeto único, perfectamente identificado; o si, por
el contrario, la palabra Derecho es multívoca y contiene referencias a
objetos diferentes (valores, normas, hechos).
Ahora bien, ya se ha mostrado cómo no sólo, se puede, sino que se debe
superar aquella triple equivocidad, porque el Derecho en el sentido propio y
genuino de esta palabra —y, por lo tanto, de este concepto—, es una obra
humana, un producto de cultura y, por ende, es histórico, de forma
normativa y con vigencia dada por el poder público, que aspira a realizar en
la vida social unos determinados valores. Posee, consiguientemente, tres
dimensiones: hecho, norma, valor; pero esas tres dimensiones no se dan
como tres objetos yuxtapuestos, sino que, por el contrario, son tres
aspectos esencialmente entrelazados de modo recíproco.
Ahora bien, este problema sobre la realidad de Derecho, problema que a la
luz de lo expuesto anteriormente parece solventado de modo satisfactorio,
tiene otra versión en el campo del conocimiento: ¿puede haber sobre el
Derecho tres disciplinas filosóficas distintas e independientes, y además tres
disciplinas científicas también diferentes y autónomas, una disciplina
separada para cada una de las tres dimensiones (valor, norma, hecho) ? Es
decir, se pregunta si cada una de las tres disciplinas filosóficas sobre el
Derecho puede constituirse con independencia de las otras dos, y si cada
una de las tres ciencias jurídicas empíricas puede desenvolverse sin tomar
en consideración las otras dos.
El planteamiento de este problema en el campo del conocimiento no
supone poner en duda que para los efectos de un buen orden en la
investigación y en el estudio pueda adoptarse como predominio cada uno
de los tres puntos de vista en tres sucesivos estudios. Lo que se pregunta
es otra cosa: se pregunta si al adoptar un punto de vista cabe prescindir de
los otros dos, o si, por el contrario, un punto de vista puede ser
considerado sólo de manera preponderante, sin que esto excluya la
necesidad de tomar en Cuenta en perspectiva secundaria los otros dos.
Es decir, se pregunta si, por ejemplo, al estudiar el Derecho como norma
humana positiva, sea en el plano filosófico —teoría general del Derecho—,
sea en el plano empírico —ciencia dogmática o técnica del Derecho—, se
debe hacer por entero abstracción de los valores y se debe además dejar
por entero a un lado el estudio sociológico del Derecho; o si, por el
contrario, aunque sea admisible y aun conveniente en uno de los tratados
el estudiar el Derecho predominantemente como norma humana vigente, al
hacerlo así sin embargo, no cabe prescindir de tener a la vista que esa
norma humana positiva apunta a la realización de determinados valores, y

10
Derecho Diccionario OMEBA

además que ha sido engendrada en una cierta realidad social y en vista a


remodelar esta realidad.
Análogamente se pregunta si al estudiar el Derecho desde el punto de
vista de los valores, bien en el plano filosófico —Estimativa o Axiología
jurídica—, bien en el plano empírico —Política del Derecho—, se puede
prescindir de tener siempre a la vista que se trata de considerar unos
valores en cuanto a ellos se siga inspiración para elaborar unas normas
humanas con vigencia estatal en una situación histórica de hecho y para
imperar sobre esta situación; o si, por el contrario, en ese estudio
estimativo, sea filosófico y en términos generales, sea empírico para la
directa aplicación práctica a una determinada circunstancia correcta, hay
que incluir necesariamente la referencia a la normatividad humana y
también la referencia a- los hechos de los cuales brote el Derecho y sobre
los cuales quiere éste revertir en acción estructurante o modeladora.
Y por fin, de modo paralelo, se pregunta también si al estudiar el Derecho
en cuanto a su dimensión fáctica, ora en el plano filosófico —Culturología
jurídica—, ora en el plano empírico —Historia del Derecho y Sociología del
Derecho—, se puede tratar aquellos hechos pura y simplemente como
hechos, o, por el contrario, es ineludible advertir que tales hechos poseen
esencialmente otras dos dimensiones: la dimensión de constituir normas, y
la dimensión de referirse intencionalmente a valores con el propósito de
realizar directrices axiológicas.
Después de todo lo expresado anteriormente, parece claro que se debe
contestar esas tres preguntas negando el primer extremo de la alternativa
—posibilidad de que cada uno de esos conocimientos se constituya y
desenvuelva con independencia frente a los otros dos— y afirmando el
segundo extremo —es decir, sosteniendo que no es posible abstraer tajante
y totalmente una dimensión frente a las otras dos. i Para lograr un mejor
orden en el estudio y una mayor meticulosidad en el análisis, puede
convenir que elaboremos, lo mismo en el plano filosófico que en el plano
científico-empírico, tres distintas disciplinas sobre el Derecho: una para
estudiarlo como norma humana con vigencia formal (Teoría General del
Derecho —filosófico— y Ciencia Dogmática o Técnica); otra consagrada a
considerarla como unos peculiares hechos humanos (Culturología jurídica, e
Historia y Sociología del Derecho); y otra dedicada a inquirir sobre los
problemas axiológicos (Estimativa jurídica, y Política del Derecho). Pero, y
es importante acentuar esto enérgicamente, esas disciplinas que pueden
ser relativamente distintas, no deben de ningún modo aspirar a constituirse
por entero independientes.* Por el contrario, entre los tres puntos de vista
median esencialmente recíprocas conexiones que deben aparecer en cada
una de esas disciplinas.
Cuando la Teoría General o fundamental del Derecho contempla éste
como un conjunto de normas humanas vigentes, apoyadas por el poder
público, podrá dedicar a tal aspecto un estudio más extenso y un examen
más minucioso, pero tendrá que percatarse de que este aspecto incluye en
escorzo la referencia esencial a los hechos de los cuales brotaron tales
normas y a los hechos hacia los cuales ellas se encaminan, así como
también la necesaria referencia a las valoraciones en que tales normas se
inspiran. Así, por ejemplo, en la Teoría General del Derecho la atención
preferente se dedicará al aspecto normativo de éste, pero se deberá aludir a
los hechos en los cuales se gestan las normas y a las realidades sociales
que las normas quieren regular. Por otra parte, la Teoría general del
11
Derecho Diccionario OMEBA

Derecho no definirá los valores jurídicos; pero sí deberá ciertamente


mencionar que es esencial a las normas juridicidad al querer realizar unos
determinados valores, entre ellos la seguridad y la justicia. En cambio, la
aclaración sobre qué cosa sea seguridad y sobre qué cosa sea justicia es
remitida a la estimativa jurídica.
Paralelamente, la Ciencia Dogmática o Técnica del ordenamiento vigente
se desenvolverá sobre la base de un fiel acatamiento a las disposiciones de
éste, estudiándolas como tales normas formalmente válidas; pero puesto
que se trata no de normas puramente ideales, no de normas utópicas ni
ucrónicas, sino antes bien, por el contrario, de normas que fueron
elaboradas en una determinada circunstancia histórica, bajo el estímulo de
las necesidades de esa situación, y con el propósito de producir
determinados efectos precisamente en esa realidad social, la Ciencia
Técnica o Dogmática del Derecho vigente, para entender correctamente el
sentido y el alcance de esas normas, deberá tomar en consideración la
realidad social en la que ellas emergieron, y también y todavía más la
realidad social sobre la cual van a aplicarse.
Además, por otra parte, la Ciencia Dogmática o Técnica debe
ineludiblemente tomar en consideración y acatar las valoraciones que
inspiran el ordenamiento vigente, si es que quiere entender correctamente
el sentido y alcance de los preceptos; e incluso debe acudir a criterios
transcendentes o filosóficos para colmar los vacíos en el ordenamiento
formulado, cuando esos vacíos no han podido ser rellenados valiéndose de
ningún otro método.
La Estimativa o Axiología jurídica estudia filosóficamente los valores en
que el Derecho debe inspirarse; pero al llevar a cabo este cometido no
debe moverse exclusivamente en la región de las ideas axiológicas puras,
sino que, por el contrario, debe considerar esos valores como guías para
elaborar precisamente los contenidos de las normas jurídicas, esto es, de
las normas con especiales características (por ejemplo, con la nota de
impositividad inexorable o coercitividad) que los hombres elaboran para su
vida social. Y como quiera que los contenidos de esas, normas, en los que
deben encarnar las exigencias axiológicas, se refieren no a generalidades
abstractas antes bien por el contrarío, a situaciones sociales históricas y
particulares, la Estimativa Jurídica debe tener en cuenta esta relación de las
normas (cuya elaboración quiere orientar) con las realidades para las que
dichas normas son proyectadas. La Estimativa o Axiología jurídica
examinará filosóficamente en términos generales estos problemas. La
Política del Derecho tratará de esos mismos problemas, pero en los
términos concretos de una singular situación histórica.
La Culturología jurídica contempla el Derecho como una obra de vida
humana objetivada, como un producto de la cultura. La Sociología jurídica
observa el Derecho en la dimensión que éste tiene de un hecho social, el
cual es el efecto de otros hechos sociales antecedentes (por ejemplo:
creencias morales y religiosas, intereses, movimientos de opinión pública,
etc.), y que a su vez obrará como causa de otros hechos sociales (es decir,
estructurará o modelará determinadas realidades colectivas). Pero tanto la
Culturología jurídica como la Sociología del Derecho, aunque enfoquen
predominantemente las dimensiones fácticas, no deberán prescindir de
tomar en consideración la dimensión normativa y la referencia a valores. En
efecto, para que. por ejemplo, la Sociología jurídica pueda escoger y
delimitar los hechos que son su objeto de estudio, tendrá que valerse de la
12
Derecho Diccionario OMEBA

definición del Derecho como conjunto de normas. Es decir, la Sociología


jurídica .estudiará la gestación y los efectos solamente de un tipo especial
de hechos sociales, de los hechos que se manifiesten como normas con
vigencia apoyada y mantenida por el poder público. Por otra parte, aunque
en el Derecho la Sociología contempla preponderantemente la dimensión
fáctica, no puede olvidar que esos hechos en los cuales el Derecho se
genera, y en los cuales después se realiza, incluyen esencialmente una
referencia a valores (7).
Capítulo II
DERECHO COMO NORMA SOCIAL
1. Preliminares: Derecho como forma objetiva de vida humana.
Contemplando el Derecho predominantemente desde el punto de vista de
que él constituye un conjunto de normas, hay que destacar los siguientes
aspectos o dimensiones: 1º) El Derecho está constituido por formas
objetivadas de vida humana. 2º) Se trata de formas de conducta colectiva.
3<? Estas formas tienen carácter normativo.
El Derecho pertenece al reino de la vida humana objetivada, o sea al
campo de lo que ordinariamente ha sido llamado mundo de la cultura. Hay
una serie de objetos que no son hechos ni cosas producidos por la
naturaleza, sino que son creaciones de los hombres, o resultados de
actividades de éstos, por ejemplo: utensilios, máquinas, estatuas, cuadros,
leyendas, mitos, plegarias, poemas, libros (con múltiples y variados
contenidos: científicos, filosóficos técnicos, literarios, etc.), recetarios,
máximas y reglas de conducta (morales, sociales, jurídicas), modos
consuetudinarios de comportamiento (usos, hábitos), valoraciones,
instituciones, etcétera. Tales objetos no son propiamente vida humana
auténtica, es decir, viva, pero constituyen rastros, huellas, resultados o
productos de vidas humanas. Esas cosas constan de ingredientes
materiales (por ejemplo, el mármol de la estatua, o el papel y la tinta del
libro), o psíquicos (verbigracia, el recuerdo de una virtud o de una canción);
pero su ser esencial, lo que son peculiarmente no consiste en esos
componentes, sino en su sentido o Significación,- esto es, en constituir la
expresión de intencionalidades humanas.
El Derecho es una forma objetivada de vida humana. Está constituido por
un conjunto de ideas —mejor diríamos de significaciones—, que constituyen
normas para la conducta humana. Esas significaciones fueron gestadas por
unas mentes humanas, y aun vividas originariamente por unos hombres —
por los que han creado una norma jurídica—. Ahora bien, esas
significaciones que fueron construidas, fabricadas, por unos hombres, una
vez que han sido producidas, esto es, una vez que se han objetivado en
preceptos legislativos o en costumbres jurídicas, han adquirido una
consistencia propia o autónoma, pareja a la de los objetos ideales. Las
significaciones que integran las normas jurídicas tienen de común con los
objetos ideales puros —como los matemáticos, los lógicos, los valores, etc.
—, la dimensión de que son seres intemporales e inespeciales, entes
espectrales, ideas idénticas a si mismas (es decir, capaz la misma idea de
ser pensada por múltiples sujetos y en diversos momentos, sin que la idea
en cuestión se confunda con los actos mentales múltiples de pensarla).

7
(8) V. Hecaséns Siches, L.. Lecciones de sociología, págs. 533-539 Ed. Porrúa,
México, 1948: Tratado general de sociología, págs. 468-472 y 543-584.
13
Derecho Diccionario OMEBA

Ahora bien, el contenido de una disposición legislativa, o de un reglamento


o el principio inspirador de una sentencia, aun teniendo de común con el
ser ideal esa especial consistencia de idealidad, de especialidad de
objetividad, se diferencia de los objetos ideales matemáticos y de los
valores puros, en lo siguiente: un principio matemático, un valor puro,
tienen una consistencia y una validez propias, por entero independientes y
ajenas al hecho eventual de que una cabeza humana las haya pensado o
no, y así, recordemos lo que tantas veces se ha dicho de que los radios de
la circunferencia eran ya iguales antes de que ningún geómetra hubiese
pensado en ello. Pero, en cambio, un artículo del Código civil no era, no
existía antes de que el legislador lo fabricase. Una idea matemática no ha
sido construida, fabricada, por el matemático, quien lo único que hace es
descubrir algo, que ya era antes, con entera independencia de él.
En cambio, un reglamento nace con el acto de quien lo emite, y gracias a
él: si bien después de fabricado, después de nacido, cobra un ser propio,
independiente de los actos que lo han gestado; adquiere un ser objetivo
ideal de pensamiento cristalizado de idea. Las significaciones que integran
los preceptos jurídicos-positivos no tienen una entidad ideal absoluta, no
tienen una validez eterna y necesaria —en la medida en que no sean
purísima, rigurosa y exclusiva expresión de unos valores, y en la medida en
que contengan otros ingrediente;; circunstanciales. Esas significaciones (en
suma, esas normas) han sido elaboradas, confeccionadas, en unos actos
vitales y por estos, en una conducta humana —bien en la mente y
voluntad del legislador o del juez, o bien en la comunidad productora de
costumbres jurídicas—. Además, esas normas jurídicas, en cuanto se
cumplen, en cuanto se realizan efectivamente, constituyen la configuración
de una sociedad, la forma o estructura de unas existencias Humanas.
El Derecho, al igual que todos los demás productos culturales u
objetivaciones de la vida humana, posee una estructura análoga a la de la
vida humana propiamente dicha, esto es, de la vivida por los individuos,
pues en fin de cuentas es su producto, es su cristalización. Los productos
culturales tienen, por consiguiente, la estructura de los humanos haceres,
es decir, responden a un porqué o motivo, y se orientan hacia un para qué
o finalidad.
Las objetivaciones de la vida humana, en tanto que cristalizaciones, son
incapaces de transformarse por sí mismas, porque en definitiva no son
vida auténtica, sino fotografías sin vida que fue, y eventualmente pautas
para nuevas conductas.
Por eso constituye monstruoso error pensar esos productos como
realidades substantes vivas, con movimiento propio, cual lo hicieron Hegel
y los románticos alemanes. No hay un espíritu objetivo como realidad
substante; no hay un alma, nacional ni colectiva con existencia propia,
distinta de las almas individuales. Esos objetos no son espíritu objetivo
aparte, sino objetivaciones del espíritu de sujetos humanos.
La cultura no vive por si misma; antes bien es algo que fabrican los
hombres. Ya fabricada, queda ahí, tal y como fue hecha, fósil, petrificada.
Ocurre, sin embargo, que tales objetivaciones de la vida que quedan ahí,
come pensamientos expresados están a la disposición de otros seres
humanos. Esos otros seres humanos, al leer el libro, al cumplir o aplicar
una ley, al contemplar la estatua, al utilizar la máquina, vuelven hasta
cierto punto a pensar de nuevo los pensamientos depositados en tales

14
Derecho Diccionario OMEBA

objetos, viven de nuevo, re-viven la vida humana objetivada en esas cosas.


De tal manera las objetivaciones de vida humana, cristalizadas, inertes,
cobran nueva vida efectiva y actual en las conductas de las nuevas
personas que sucesivamente piensan y viven otra vez las significaciones
insertas en tales cosas.
Las normas jurídicas, en la medida en que están no sólo formalmente
vigentes, sino también además en tanto que cobran efectiva realización,
son revividas por otras personas, por las personas que las cumplen y por
las personas que las aplican.
El hecho de que tales objetivaciones de la vida humana son re-vividas, re-
actualizadas sucesivamente por nuevos seres humanos, explica el hecho de
que esos objetos culturales, a pesar de ser ellos en sí inertes, cristalizados,
adquieren nueva vida, cambian, se transforman y evolucionan.
Al re-vivir una norma jurídica acontece que las gentes que la cumplen
espontáneamente, o los órganos jurisdiccionales que la aplican, la adaptan
a las circunstancias concretas de cada caso singular, y la individualizan
para ese caso particular. Y acontece también que, al correr del tiempo,
cuando las normas jurídicas pre-existentes son aplicadas a nuevas
situaciones de la vida social, en esa operación de ser aplicadas a nuevos
hechos, van engendrando nuevos sentidos, cobran alcance diferente, y
producen otras consecuencias, diferentes de las que produjeron antaño .
La correcta inteligencia o comprensión de los productos humanos, de las
objetivaciones de la vida humana —o de la cultura, si es que se prefiere
usar ese viejo término, a pesar de su lastre de equívocos—, requiere que
nos acerquemos a tales objetos con los métodos adecuados a la especial
manera de ser de éstos. No se puede conocer un producto humano desde
el punto de vista de las categorías que manejamos para la aprehensión de
los fenómenos físicos o biológicos. Es necesario que descubramos las notas
esenciales de esos objetos humanos, para saber el método que debemos
emplear para conocerlos.
Nunca nadie podrá captar el ser verdadero de una institución jurídica, de
una obra de arte, o de una herramienta, si se acerca a esos objetos
empleando solamente las categorías y los métodos de las ciencias
naturales.
Pero si tales objetos no pueden ser conocidos adecuadamente desde el
punto de vista de la física o de biología resulta que tampoco pueden ser
captados correctamente considerándolos, por ejemplo, como entidades
espirituales a la manera hegeliana. La vida humana no es simplemente
espíritu: sobre todo no es simplemente lo que con esta palabra se ha
querido indicar por algunos filósofos del siglo xix ().
Los fenómenos de la naturaleza se conocen en la medida en que se los
explica desde el punto de vista de sus causas y sus efectos, y nada más. A
todo lo que puede llegar la física es a averiguar las causas de un hecho y a
registrar sus efectos. El hecho físico es explicable, pero no es inteligible. No
es inteligible, no se le puede comprender, porque no tiene un sentido; es
un hecho bruto, que está ahí, pero que no dice nada como tal hecho físico.
Lo explicamos, cuando conseguimos establecer su génesis y filiación
causales.
Eso es todo, y no hay más. No hay más, desde el punto de vista de la
ciencia. En contraste con los puros fenómenos de la naturaleza, los hechos

15
Derecho Diccionario OMEBA

y los productos humanos, aparte de las causas que los engendren y de los
efectos que originen, tienen algo más. que no se encuentra en la tísica,
tienen sentido.
2. Carácter circunstancial del Derecho. Ahora bien, los productos
humanos, y entre ellos el Derecho, no pueden ser tampoco considerados
correctamente como si fuesen ideas con validez, en sí mismas, al modo
que lo pretendía Hegel. El reino de la cultura no es un sistema ideal con
validez en si y por sí. Es el campo de las obras humanas, las cuales tienen
una significación. Tal significación consiste precisamente en que esas obras
del hombre han nacido al estímulo de unas determinadas necesidades,
sentidas de peculiar manera en cierto momento, en una cierta situación
histórica. Bajo la presión de tales necesidades, ¡os hombres, usando su
imaginación, tratan de buscar mentalmente algo, que si existiese real y
efectivamente en la actualidad, colmaría aquellas necesidades. Cuando por
fin se deciden por alguna de las posibilidades que su imaginación ha
explorado para satisfacer la necesidad que sienten, para resolver el
problema con el que se enfrentan, entonces ponen ese algo como finalidad,
como meta.
Después de la elección de ese fin, se lanzan a buscar los medios que sean
a la vez adecuados y eficaces para lograr la realización de tal fin.
Esta observación pone de manifiesto que el sentido de la obra cultural —
de conocimiento, de" arte, de política, de Derecho, etcétera—, es siempre
un sentido circunstancial, es decir, un sentido referido a las circunstancias
concretas en qué se presentó la necesidad estimulante, en las que se
concibió la conveniencia y la adecuación del fin, y en el que se apreció la
propiedad y la eficacia de los medios adoptados.
Esta dimensión circunstancial del sentido de toda obra cultural, por lo
tanto también de las normas jurídicas, no excluye que ese sentido tenga
además otra dimensión de tipo trascendente, es decir, no excluye que en
ese sentido haya la referencia de valores, cuya validez rebasa los límites de
la situación concreta dentro de la cual se pensó en tales valores, cuya
validez puede ser a priori, es decir, necesaria. Así, pues, la obra de cultura
es una obra circunstancial, aunque esté inspirada en valores a priori.

Ahora bien, aunque la obra cultural —ciencia, arte, Derecho, etc.—, se


oriente hacia valores objetivos, ella no está constituida por esos valores, no
es valor puro, sino que es acción humana, o el producto de la acción
humana, que intenta inspirarse en esos valores. Por consiguiente, la obra
cultural no puede ser tratada como un sistema de ideas puras. Por el
contrario, debe ser considerada como un producto histórico
intencionalmente referido a valores (8).

3. Cumplimiento y aplicación de las normas jurídicas. Las normas


jurídicas son vida humana objetivada, en tanto que están ahí como pautas
o modos de conducta. Pero cuando las normas jurídicas son cumplidas por
los sujetos de ellas, y sobre todo cuando son aplicadas por los órganos
jurisdiccionales, son vividas de nuevo actualmente por quienes las cumplen,
y por quienes las aplican, y entonces son formas de vida humana viva, es
decir, presente, real y efectiva.

8
(12) V. Becaséns Biches, L., Tratado general de sociología, págs. 468 y sigs.,
Porrúa, México, 1956, y Nueva filosofía de la interpretación del Derecho, págs.
132-169, Fondo de Cultura Eeconómica, México. 1956.
16
Derecho Diccionario OMEBA

Ahora bien, sucede que ese proceso de re-vivir, de cumplir, de aplicar una
norma jurídica aporta modificaciones al esquema objetivado. En primer
lugar, si se trata de una norma general, cuando ésta es cumplida por un
sujeto, lo que éste hace es modelar su conducta concreta, ajustándola a la
pauta genérica y abstracta señalada por la norma. Entonces la realidad de
vivir, o mejor dicho de re-vivir esa norma general, consiste en una conducta
concreta, singular, con particulares características, que es configurada o
modelada de acuerdo con aquella norma general. Resulta, pues, que esa
realidad de la conducta jurídica, configurada según la norma general,
consta de la forma de comportamiento diseñada en términos abstractos y
genéricos por la norma, pero consta además del contenido concreto y
singular de esa conducta. Ahora bien, incurriríamos en una visión errónea,
si nos dejáramos llevar por la metáfora geométrica de pensar en una forma
o en un molde dentro del cual se vierte el contenido de la conducta. No es
eso. Se trata de otra cosa. La norma general, al proyectarse sobre una
conducta singular, pasa por el proceso de ser individualizada, de ser
concretada respecto de ese comportamiento singular, de ser interpretada
en cuanto al sentido y al alcance que deba tener para ese caso singular. El
resultado de ese proceso es lo que constituye el revivir actual de la norma,
el cumplimiento de ésta en un caso particular. Por lo tanto, el cumplimiento
de una norma general en cada caso particular no consiste en reproducir la
norma general, sino en un adaptar la pauta general por ella señalada a
cada caso singular; consiste en cumplir de modo concreto en la conducta
singular el sentido formulado en términos genéricos y abstractos por la
norma general. Lo que acabo de explicar es verdad para todos los casos de
cumplimiento de las normas generales.

Es asimismo verdad para los casos en que la norma general es aplicada


por un órgano jurisdiccional, es decir, para los casos en que es el órgano
jurisdiccional el que individualiza la norma respeto de una situación
concreta sometida a su conocimiento, mediante una sentencia judicial o
una resolución administrativa, que es requerida porque, o bien habían
surgido dudas o conflicto respecto de cuál fuese el alcance de la norma
general en relación con un caso singular, o bien porque, aun sin haberse
producido una controversia, no se podía aplicar directamente la norma
general sin proceder previamente a concretar e individualizar su sentido y
su alcance, para una determinada situación. Ese proceso de
individualización y concreción se da siempre, se da en todos los casos de
cumplimiento de una norma general, pero resalta mucho más en los casos
en que se produce la aplicación de esa norma por un órgano jurisdiccional.
En los casos de aplicación jurisdiccional, esa individualización resalta más
que en los de cumplimiento espontáneo sin controversia ni conflicto,
porque en éstos, en los de cumplimiento espontáneo, la interpretación de lo
que la norma exige para la situación singular parece no ofrecer graves
dificultades, mientras que, por el contrario, cuando se hace necesaria la
aplicación por el órgano jurisdiccional, esto suele ser porque la
individualización o concreción resulta más difícil, suscita controversia, y por
eso se hace preciso que el órgano del orden jurídico pronuncie una
decisión, mediante la cual se determine el sentido, el alcance y las
consecuencias singulares que esa norma deba tener para el caso planteado.

Nótese además que el Derecho, en su sucesiva realización, experimenta


necesariamente cambios. En efecto, aun cuando la norma general
permanezca invariable, las aplicaciones de ésta a la vida van cambiando a

17
Derecho Diccionario OMEBA

medida que cambia la vida. Esto es así, por la sencilla razón de que el
sentido, el alcance y las consecuencias que se expresan en la norma
individualizada de la sentencia o de la resolución administrativa son el
resultado de referir el sentido abstracto de la norma general a la
significación concreta del caso singular. Entonces sucede que, aunque el
sentido abstracto de la norma general no haya variado, resulta que, por
virtud de que en cambio ha variado la significación concreta de cada uno
de los nuevos casos singulares, el producto de relacionar aquel sentido
abstracto con esta significación concreta deberá variar también.

4. Socialidad. Las formas de conducta objetivadas en el Derecho son


modos colectivos. Los modos de vida humana, los cuales son siempre
vividos por individuos, pueden ser clasificados en dos tipos: individuales y
no individuales (9 ).

Constituye modo individual de vida, en sentido estricto, aquello que el


sujeto vive con radical originalidad, en tanto que persona profunda y
entrañable, como sujeto único e insustituible; es decir, los modos
privativos y exclusivos creados por él, a su propia medida, como algo
singular. Son, pues, vida humana individual: los pensamientos que pienso
como íntimamente propios, como algo prístino; las emociones que me
brotan como genuinamente mías; los afanes auténticamente míos; las
decisiones tomadas íntegramente por mi cuenta, no sólo en cuanto al ocio
de decidirme, sino también en lo que se refiere al contenido de la decisión,
en la medida en que éste ha sido elaborado por mí; las actividades cuyo
plan he inventado por propia obra; lo que construyo por virtud de mi
ocurrencia personal.

Pero los modos individuales de vida, es decir, los comportamientos —


mentales, emotivos y prácticos— creados por la propia individualidad,
constituyen solamente una parte, y por cierto pequeña, de la vida humana.
La existencia del hombre se compone además y sobre todo de una enorme
cantidad de contenidos mentales, sentimentales y prácticos, que no han
surgido en el hontanar de la individualidad única e incajeable, sino que han
sido tomados de modelos ajenos, esto es, copiados de otros sujetos,
copiados de módulos de vida humana objetivada, que están ahí, y que
pueden ser repetidos, revividos por nuevas personas. Tal ocurre cuando
pienso pensamientos que he aprendido de otros hombres; cuando mis
sentimientos adoptan, por contagio o por imitación, el tono de las
emociones del prójimo; o cuando sigo, en mi obrar, patrones que han
regido o rigen conductas ajenas. En esos casos, tales actos o
comportamientos se componen de dos tipos de ingredientes, a saber: un
ingrediente individual (la decisión) y unos ingredientes objetivos y ajenos,
que consisten en el contenido de lo que se hace, el cual se toma de algo
que está ya ahí configurado, ya hecho previamente por otro o por otros
sujetos. En tales casos, el querer hacer lo que hago emana de mí como
individuo; pero lo que hago, el contenido de mi acción, no procede de mí,
sino que Jo tomo de otro o de otros; es previamente una forma de vida
humana ya objetivada, que recojo o revivo, por propia decisión, en mi
comportamiento.

9
(13) V. Recaséns Siches. I,.. Tratado general de sociología, p&gs. 176-196, Porrúa,
México. 1956. y Vida humana. Sociedad y Derecho. 3? ed., págs. 111 a 139,
Porrúa, México, 1953.
18
Derecho Diccionario OMEBA

Los modos no individuales de vida se subclasífican en dos clases: a)


interindividuales y b) colectivos.

Obrar interindividual de una persona es aquel en el cual la conducta de


esta persona está decisivamente influida por su relación con otro u otros
individuos en tanto que tales individuos. Esto puede suceder de dos
maneras: a) porque copie o imite un comportamiento de otro individuo,
que éste ha formado como conducta individual suya; y b) porque la
conducta de una persona está decisivamente influida por la conducta
individual de otro individuo, sin que esa influencia sea precisamente la de
suscitar una imitación o copia, sino que consista en otro tipo de influencia,
por ejemplo, en estimular un complemento, una articulación o una
contradicción, etcétera, o en suscitar un amor, una amistad o una simpatía,
o sus contrarios.

Obrar colectivo es aquel en el cual la conducta de un individuo está


decisivamente influida y determinada por pautas genéricas que dominan en
un grupo, en las cuales participan los miembros de ese grupo en su calidad
de tales miembros, y no como individuos únicos. Esto sucede cuando el
individuo actúa de acuerdo con los usos, las costumbres, las valoraciones,
vigentes en un cierto grupo. Sucede también cuando el individuo como
miembro de un grupo cumple en éste con funciones especificas en el
esquema de división del trabajo dentro de dicho grupo, por ejemplo, cuando
actúa como directivo, como representante del grupo, o como ejecutor de
los acuerdos de los directores de éste, o con una misión singular por
cuenta de éste.

Las normas jurídicas son no sólo ejemplo, sino además máximo prototipo
de modos colectivos de conducta, es decir, de formas funcionarías y
genéricas de comportamiento, formas despersonalizadas, tópicas. Desde el
punto de vista jurídico no encontramos jamás la auténtica personalidad del
individuo, que es úrica, intransferible, incanjeable, sino que encontramos
categorías o funciones genéricas: el ciudadano, el extranjero, el domiciliado,
el recaudador de contribuciones, el contribuyente, el comprador, el
vendedor, el arrendador, el arrendatario, etcétera. Cuando el sujeto actúa
según alguno de esos modos colectivos de conducta, ejecuta un repertorio
de actos que no provienen de él como individuo singular, de los cuales no
es autor responsable, y que tampoco provienen de otro sujeto individual
como individuo, sino que están definidos impersonalmente como algo
genérico; es supeditar la propia individualidad a algo común, esto es, a las
pautas comunes de un grupo social.

5. Normatividad. Entre las significaciones que piensa el hombre, podemos


establecer una clasificación formal en dos grupos: a) significaciones o
proposiciones enunciativas, y b) significaciones o proposiciones normativas
(10).

Proposiciones enunciativas son aquellas que enuncian en qué consiste un


ser, qué es una realidad, la existencia de un hecho, la manera efectiva
como ha ocurrido ese hecho, el modo regular de acontecer unos
fenómenos, etcétera. Son proposiciones respecto del ser, denotan un ser,
dan cuenta de la existencia de algo, o de cómo es ese algo, o de la
conexión entre varios algos.
10
(14) V. Becaséns Sichos. £,., Vida humana. Sociedad y Derecho. 3» ed., páf?s.
107-110, Porrúa, México, 1953.
19
Derecho Diccionario OMEBA

Tales son, por ejemplo: las proposiciones referentes a la naturaleza, tanto


de tipo singular (verbigracia, descripción de una cordillera), como de tipo
general (conexión entre varios fenómenos: la caída de los cuerpos, su
dilatación, su vibración); también las proposiciones de la ciencia psicológica,
que manifiestan el modo de ser y producirse los fenómenos anímicos; los
teoremas matemáticos (que expresan conexiones ideales); los relatos
históricos (Colón descubrió América en 1492), que exponen hechos que han
sido; el anuncio astronómico de un eclipse, etcétera. Todas esas
proposiciones enuncian algo que es, algo que fue o algo que será. Esas
proposiciones, en su conjunto, constituyen el esquema del mundo dado
realmente; valen por razón dé su coincidencia con la efectividad de los
hechos; y, consiguientemente, tienen validez sólo en tanto en cuanto
concuerdan con los hechos. La discrepancia entre una de esas
proposiciones y los hechos a que ella se refiera entraña la falsedad de la
proposición. Si resultase que la altura que el Popocateptl tiene sobre el
nivel del mar no es, como se ha dicho, de 5.452 metros, sino mayor o
menor, la proposición que así lo afirmaba quedaría invalidada, sería errónea.
Si un fenómeno singular de la naturaleza discrepase de la manera de
producirse como fue prevista en una ley física, ello constituiría la palmaria
prueba de que la ley física había sido formulada erróneamente y quedaría
invalidada. Si resultase que Crisótbal Colón no desembarcó por vez primera
en tierras americanas en 1492, sino en 1493, aquel enunciado histórico
resultaría falso.

Las proposiciones normativas, en cambio, no enuncian la realidad de unos


hechos, ni el modo como efectivamente éstos acontecen, sino que
determinan un deber ser; es decir, prescriben una cierta conducta como
debida. Tales, por ejemplo, los preceptos morales, las reglas del decoro, las
leyes del Estado. Se refieren a la conducta humana; pero no como
explicación de sus hechos reales, no como enunciación de las conexiones
efectivas en los procesos reales del humano obrar, sino determinando
como debido, como debiendo ser, cierto comportamiento. Las normas no
enuncian lo que ha sucedido, sucede o sucederá, sino lo que debe ser
cumplido, aunque tal vez en la realidad no se ha cumplido, ni se vaya a
cumplir —puesto que es posible que haya quien infrinja la norma—.
Cabalmente la condición para que una norma sea tal, para que tenga
sentido como norma, radica en que aquello que estatuye como debiendo
ser, no tenga que acontecer forzosa e inevitablemente en el mundo de los
hechos. La norma prescribe lo que debe ser, lo cual en la realidad tanto
puede ser como no ser, puesto que depende de un arbitrio humano.
Precisamente porque en el mundo real puede no cumplirse lo que la norma
estatuye, por eso la norma tiene sentido como tal norma. Si lo que la norma
dice se realizara siempre y necesariamente, forzosamente, entonces la
norma perdería su carácter de "deber ser" dejaría de constituir tal norma, y
se transformaría en una ley (en la expresión de una concatenación causal
constante de fenómenos). Una norma que rezase "debe suceder lo que
realmente sucede" o "debes comportarte del mismo modo como realmente
te comportas", no sería una norma, carecería de sentido normativo. Sería
como si dijésemos que la llama debe dilatar la columna de mercurio
calentada por ella, lo cual no tiene sentido, porque la columna de mercurio
no es capaz de un acto de rebeldía en contra de esta ley, y siempre y
necesariamente se dilatará cuando sea calentada.

20
Derecho Diccionario OMEBA

Así, pues, es supuesto esencial de la norma la posibilidad material de que


sea violada, de que la conducta del sujeto por ella obligado pueda
contravenirla; pues, de otra manera, no seria una norma, sino un mero
enunciado de hechos. Si uno no se conduce del modo prescrito en la
norma, si deja de hacer aquel comportamiento a que está obligado por
ella, u omite lo prohibido, la norma no sufre nada en su esencia normativa
por tales hechos adversos: su validez normativa, su deber ser persiste
incólume. Cuando se dice que la norma ha sido violada, lesionada o
quebrantada, no se quiere decir con esto que a la norma como tal le haya
ocurrido algo, que ella haya sufrido en su validez menoscabo alguno, sino
que la conducta del sujeto representa un apartamiento de ella, una no
realización de sus exigencias; pero eso es así, precisamente porque la
norma sigue siendo norma, a pesar de que haya quedado incumplida. La
normatividad de una regla se afirma cabalmente en el contraste con su
inobservancia de hecho. El tipo de necesidad de la exigencia normativa no
es causal, no es una forzosidad real, sino que es un tipo de exigencia ideal.
Las normas son, pues, proposiciones que valen, a pesar de su no
coincidencia con la realidad, porque no tratan de expresar cómo es
efectivamente ésta, sino cómo debe ser; es decir, tratan de prescribir una
conducta.

Adviértase que entre las proposiciones de tipo normativo podemos


establecer la siguiente distinción o clasificación: a) Proposiciones de forma
normativa, cuyo contenido tiene su origen en una elaboración humana —
esto es, que ha sido fabricado por el hombre—; poi ejemplo: los preceptos
de un reglamento de tránsito; y b) Proposiciones normativas cuyo contenido
es la pura expresión de un valor ideal; por ejemplo: los principios puros y
absolutos de la moral, los primeros principios del valor justicia.

Nótese que en las proposiciones del segundo tipo (b), ocurre que no sólo es
normativa su forma, sino que también es normativo su contenido, en sí y
por sí. Sucede que a la esencia de algunos valores pertenece una
dimensión de "deber ser" y aún de "deber hacer", en el sentido de deber
ideal o puro. Este deber ideal o puro —en virtud de la misma índole del
valor, y dentro de las condiciones exigidas por el mismo contenido y
sentido del valor— constituye un deber ser absoluto, que se funda sobre sí
mismo, cuya validez no deriva de nada extrínseco a él. Y así, sucede que en
los principios que constituyen pura y perfecta expresión de valores ideales,
no sólo es normativa la forma en que se presentan, sino que lo es también
su materia, es decir, su contenido.

Nótese que la normatividad de las proposiciones de la vida humana


objetivada, verbigracia, el ejemplo que antes poníamos del reglamento de
tránsito, es formal; pero, por el contrario, su contenido dimana de una
elaboración humana, es el producto de los pensamientos y de la voluntad
que han tenido unos determinados hombres de carne y hueso, no es pura
esencia de valor, aunque, desde luego, trate de fundarse o de orientarse
en determinados valores. Tal reglamento de tránsito tiene forma normativa,
porque no constituye la enunciación de una realidad, sino que constituye
un precepto, un imperativo. Pero, de un lado, aunque este reglamento se
oriente hacia unos valores e intente fundarse en ellos, la base próxima o
inmediata de su deber ser, de su normatividad, radica en una voluntad, es
decir, en un mandato (de la autoridad competente). El Derecho positivo
rige como norma no por su mayor o menor acierto intrínseco (por su más o
menos lograda justicia), sino por su vigencia, es decir,, por haber emanado
21
Derecho Diccionario OMEBA

de la instancia competente. Y, además, por otra parte, el contenido de un


precepto positivo (por ejemplo, de la reglamentación a que me he
referido), aunque intencionalmente apunte a determinados valores
(verbigracia, seguridad, bien común, libertad, etc.), alberga una serie de
elementos históricos, circunstanciales, de finalidades concretas, singulares,
condicionadas a situaciones particulares, y puede encarnar sólo
imperfectamente los valores a que aspira.

Capítulo III

DIFERENCIACIÓN ENTRE LAS NORMAS JURÍDICAS Y OTRAS CLASES


DE NORMAS

1. Preliminares. Tratase en este artículo de conseguir una definición


esencial del' Derecho. Hasta aquí se ha aclarado:

1) Que el Derecho es una obra humana, un producto objetivado de la vida


humana, por tanto, circunscrito en cada uno de sus casos por una situación
histórica, esto es, condicionado e influido por una circunstancia social y
destinado a configurar o reconfigurar esta realidad social.

2) Que esa obra humana tiene forma normativa, esto es, que está
constituida por normas, las cuales poseen la vigencia que dimana del
poder público.

3) Que esas normas están intencionalmente dirigidas hacia el cumplimiento


de unos valores, esto es, que se encaminan a la realización de unos fines
fundados en unos valores.

Todos estos caracteres presentados en el estudio que antecede son


verdaderos, constituyen dimensiones esenciales de la realidad jurídica; pero
no son suficientes para una definición cabal del Derecho. Son desde luego,
caracteres que pertenecen esencialmente al Derecho, pero que éste los
posee no de un modo exclusivo, antes bien, por el contrario, en común con
otras obras humanas o productos de la cultura. Para lograr una definición
suficiente del Derecho, será necesario que aprendamos a diferenciarlo de
otras normas, como, por ejemplo, de los preceptos morales, de las reglas
del trato social, de las reglas técnicas y de los mandatos arbitrarios.

Para definir un algo, es preciso ciertamente aprender a distinguir ese algo


de los demás algos, y muy especialmente de aquellos que por estar más
cercanos, o por presentar con él algunos rasgos semejantes, corren el
peligro de ser confundidos con el objeto cuya esencia deseamos captar. Por
eso es necesario aclarar las diferencias esenciales entre lo jurídico y lo
moral; entre lo jurídico y las reglas del trato social (decoro, decencia,
cortesía, buenas maneras, etc.), y entre los mandatos jurídicos y los
mandatos arbitrarios.

2. Distinción entre Moral y Derecho. Preguntarnos por.la distinción


entre Moral y Derecho no significa de ninguna manera querer desmoralizar
el Derecho o vaciarlo de su contenido ético. Nada de eso. Significa tan sólo
que al contemplar el mundo de la cultura nos hallamos, entre otras, con
dos clases de reglas: unas llamadas preceptis morales, y otras denominadas
normas jurídicas. Un primer contacto con esos dos tipos de normas parece
indicarnos que, aun cuando puede haber relaciones de íntimo parentesco
entre ambos (por ejemplo, su común pertenencia al reino de la ética), hay
22
Derecho Diccionario OMEBA

también importantes diferencias. Se trata, por lo tanto, de descubrir cuáles


sean tales diferencias. Obsérvese, por vía dé~ ejemplo ilustrativo, que
incluso en el seno de la Iglesia católica la diferencia entre Moral y Derecho,
en este caso Derecho canónico, se ha manifestado prácticamente en una
dualidad de instituciones. Así, por ejemplo, en la curia episcopal, trata de
los problemas morales el canónigo penitenciario conforme a los criterios de
lo que se llama teología moral; y de los problemas jurídicos se ocupa el
juez eclesiástico, quien procede de acuerdo con las normas del Derecho
canónico.

Conviene advertir, además, que aquí no se trata de formular valores, no se


trata de investigar sotare los valores morales, ni tampoco de formular los
ideales jurídicos, lo que debe ser Derecho. Se trata de otra cosa: de
averiguar qué se entiende, en términos generales, por regulación jurídica,
a diferencia de lo que se entiende, también en términos de definición, por
regulación moral. La caracterización de lo jurídico, que se obtenga bajo la
luz de tal diferencia, será aplicable a todos los Derechos que en el mundo
han sido, a todos los que son y a todos cuantos puedan ser en el futuro. De
análoga manera, la caracterización que desde este punto de vista logremos
de lo moral podrá referirse a todas las morales y a todas las filosofías
morales que se hayan producido o se puedan producir. Se trata, por ende,
de una labor que consiste tan sólo en definir las diferencias entre el sentido
genérico de lo moral y el sentido genérico de lo jurídico.

Moral y Derecho son tipos .de normas que se dirigen a la conducta


humana. Por consiguiente, es obvio que tanto la Moral como el Derecho
habrán de referirse a valores intrínsecamente relacionados con la conducta
en tanto que tal conducta, esto es, a valores éticos. Así, pues, la Ética
abarca no solamente la moral, sino también lo jurídico (aparte de que
además comprende asimismo lo decoroso).

Ahora bien, sucede que aun siendo éticos los valores hacia los que apunta
el Derecho y en los cuales éste debe inspirarse, tales valores de
orientación para lo jurídico son diferentes de los valores pura y
estrictamente morales. Y la diferencia entre la índole de los valores morales
—en la acepción rigurosa y restringida de esta palabra— y la índole de los
valores que se refieren al Derecho, trae consigo que necesariamente
hayan de ser también esencialmente diversos él sentido de lo moral y el
sentido de las normas jurídicas.

La norma moral enjuicia la conducta a la luz de los valores supremos hacia


los cuales debe orientarse la vida humana; toma la vida humana en sí
misma, en su .plenitud, centrándola en su auténtica y más radical
significación, atendiendo a su supremo destino o misión, y contemplándola
en su auténtica realidad, que es siempre la realidad individual, única,
singular e intransferible. En suma, enjuicia la vida humana desde un punto
de vista plenario y absoluto.

En cambio, la norma jurídica enjuicia y regula el comportamiento humano


desde el punto de vista de las repercusiones de éste en otras personas y
en la sociedad.

La Moral considera los actos humanos en relación con el sujeto mismo que
los cumple, determinando entre los actos posibles de éste cuál es la
conducta debida: selecciona, entre las posibilidades del comportamiento,

23
Derecho Diccionario OMEBA

aquellas que son debidas o son lícitas, y las opone a aquellos otros
comportamientos posibles, pero indebidos. Ilícitos, prohibidos. El Derecho,
en cambio, pone en referencia los actos de una persona con los de otra (u
otras), estableciendo una coordinación objetiva bilateral o plurilateral entre
el obrar de uno y el obrar de los otros, de modo que la posibilidad debida o
lícita de un acto en un sujeto supone la facultad de éste de impedir todas
aquellas conductas de los demás qué resulten incompatibles con el acto
que él puede o debe lícitamente realizar. Y, viceversa, la prohibición para
un sujeto de cierto comportamiento se funda en que éste resulta
incompatible con la conducta debida o licita de otros sujetos.

A tal respecto, Del Vecchio ( 11 ) da una caracterización magistral de la


diferencia entre Moral y Derecho desde este punto de vista. "Un principio
ético se traduce en un doble orden de valoraciones, porque los actos que
se trata de valorar pueden considerarse bajo dos aspectos. Los actos
humanos pueden considerarse, ante todo, en relación al sujeto mismo que
los realiza.

Todo sujeto, en un momento dado, puede cumplir ésta o aquella acción.


Todos los actos posibles para un sujeto dado pueden representarse como
convergentes en él. Entre estas varias posibilidades prácticas subjetivas,
una sola será la prescripta, la que resulte conforme con el principio; y todas
las demás quedarán excluidas, por no ser compatibles con la primera en el
mismo sujeto. Se ve, pues, que, hasta aquí, la elección de las acciones a
realizar y la omisión de aquellas otras que serían físicamente posibles en
lugar de las primeras, es algo que pertenece al campo subjetivo y se
realiza dentro de él. El principio ético, aplicado en tal forma, establece,
pues, un orden de necesidad, positiva y negativa, que es cabalmente el
deber (moral), La antítesis se da, pues, aquí, entre aquello que se deje
hacer, y aquello que no se debe hacer. Debe tenerse presente, sin
embargo, que estos dos términos se refieren ambos siempre al sujeto
mismo. Pero las acciones humanas pueden además ser consideradas bajo
otro aspecto: una determinada acción, en lugar de ser parangonada con las
demás acciones del mismo sujeto, puede compararse o ponerse en relación
con los actos de oíros sujetos. Así se establece una consideración objetiva
del obrar: y en correspondencia con los términos cambiados de la relación,
varia también la forma de las normas de la conducta. La relación es
compatible entre acto y acto, se dibuja aquí con perfiles distintos de los
que adquiere en la valoración moral; la interferencia se determina aquí en
forma objetiva, además de subjetiva. A la acción ya no se le contrapone
sólo la omisión (por parte del mismo sujeto), sino el impedimento (por
parte de otros). La delimitación se refiere aquí al obrar de varios sujetos. Si
se afirma que una determinada acción es, en este sentido objetivo,
conforme al principio ético, con esto se afirma solamente que por parte de
otros sujetos no debe ser realizada una acción' incompatible con ésta. Lo
que un sujeto puede hacer no debe ser impedido por otro sujeto. El
principio ético, pues, en esta forma, tiende a instituir una coordinación
objetiva del obrar, y se traduce en una serie correlativa de posibilidades e
imposibilidades de contenido con respecto a varios sujetos. Esta
coordinación ética objetiva constituye el campo del Derecho. De un mismo
principio, según su diverso modo de aplicación, se derivan las dos especies

11
Cír. Del Vecchio. O., Filosofía del Derecho, trad. de la 4* ed. Italiana por Luis
Recaséns Sienes, t. 1. pags. 11 1 y slgs., UTEHA, México, 1946.
24
Derecho Diccionario OMEBA

fundamentales de valoración del obrar; que son cabalmente las categorías


éticas de la Moral y el Derecho".

Carlos Cossío y otros autores de la escuela egológica —por ejemplo:


Enrique B.

Aftalión, Fernando García Olano y José Vilanova— ha insistido mucho sobre


este punto de que el Derecho enfoca la conducta humana desde el punto
de vista de la interferencia intersubjetiva de ésta (12).

Para comprender bien la distinción entre la norma moral y la norma jurídica


conviene que nos percatemos de la diferencia entre el sentido que inspira la
Moral y el sentido que inspira el Derecho.

La moral valora la conducta en si misma, plenariamente, de un modo


absoluto, radical, en la significación integral y única que tiene para la vida
del sujeto, sin ninguna reserva ni limitación. En cambio, el Derecho valora
la conducta desde un punto de vista relativo, en cuanto^ al alcance que tal
conducta tenga para los demás y para la sociedad.

El campo de imperio de la Moral es el de la conciencia, es decir, el de la


intimidad del sujeto. En cambio, el terreno sobre el cual se proyecta y
quiere actuar el Derecho es el de la coexistencia y cooperación sociales.

Tanto la Moral como el Derecho se encaminan a la creación de un orden;


pero son diferentes el orden propio de la Moral y el orden propio del
Derecho. El orden de la Moral es el que debe producirse dentro de la
conciencia, dentro de la intimidad, entre los afanes, las motivaciones, los
propósitos, etcétera; es el orden interior de nuestra vida auténtica, es decir,
de la vida que cada cual vive por su propia cuenta de modo intrasferible.
En cambio, el orden que el Derecho trata de crear es el orden social, el
orden de las relaciones objetivas entre las gentes, el orden del entresijo
compuesto por las vinculaciones entre los varios sujetos; en suma, el orden
de las estructuras colectivas, el orden del tejido en que se enlazan y
condicionan mutuamente de un modo objetivo las conductas de los varios
sujetos.

La norma moral valora las acciones del individuo en vista a su supremo y


último fin; en cambio, el Derecho las pondera exclusivamente en relación
con las condiciones necesarias para una ordenación pacífica, segura y justa
de la vida social La moral mira a la bondad o maldad de un acto desde el
punto de vista de la significación que dicho acto tiene para la vida del
individuo. En cambio, el Derecho no mira la bondad de un acto para el
sujeto que lo realiza, ni atiende al alcance que este acto tiene para su
propia vida, sino que toma solamente en cuenta el valor relativo que tenga
para otro u otro sujetos o para la sociedad. Además, la moral considera por
completo la vida total del individuo, sin prescindir de ninguno de sus
factores y aspectos, sin excluir nada, y enfocándola en términos absolutos.
En cambio, el Derecho trata solamente de hacer posible una armonización
mínima de las conductas para la convivencia y la cooperación colectivas, y,
por tanto, del comportamiento ese es el único aspecto que toma en cuenta;
pues el Derecho no se propone llevar a los hombres al cumplimiento de su

12
Cír. Cosslo, C., La teoría egológica del Derecho, Losada. Bs. Aires, 1944; Aftalión,
E. B., García Olano, P., y Vilanova, J., Introducción al Derecho, t. 1, cap. 5. Bs. Aires,
1956.
25
Derecho Diccionario OMEBA

supremo destino, ni hacerlos radicalmente buenos, sino tan sólo armonizar


el tejido de sus relaciones externas, en vista de la coexistencia y la
cooperación.

Empleando sólo a título de ejemplo una expresión estimativa, se podría


decir que la moral aspira a crear una situación de paz; pero su país es la
paz interior. También el orden jurídico pretende lograr una situación de paz,
pero su paz es la paz externa de las relaciones sociales, es la paz exterior
de la colectividad, es la paz que deriva de una regulación segura y justa.

La Moral nos pide que seamos fieles a nosotros mismos, que respondamos
auténticamente a nuestra misión en la vida. En cambio, el Derecho ríos
pide sólo una fidelidad externa, una adecuación a un orden establecido.

La diferencia entre la Moral y el Derecho no significa que el campo de la


conducta humana quede dividido en dos sectores, de los cuales uno se
entregue a la Moral y el otro se adjudique al Derecho. No es esto; pues
todo el comportamiento humano es objeto de consideración, a la vez por la
Moral y por el Derecho, si bien desde diverso punto de vista y, además,
atendiendo a diferentes aspectos del mismo. Así, por ejemplo: la Moral nos
obliga a esforzarnos por hallar la verdad, y, en cambio, el Derecho
garantiza la libertad de pensamiento decretando que éste quede exento de
la intervención coercitiva; la Moral prescribe una cierta conducta en
materia sexual, en tanto que .el Derecho se limita a prohibir determinados
actos (violación, abusos deshonestos, etc.) y garantiza como jurídicamente
permitidos todos los demás, entre los cuales pueden figurar algunos que
sean moralmente prohibidos. Ya los antiguos dijeron con acierto: non omne
quod licet honestum est no todo lo lícito es moral). Esa diferencia entre los
puntos de vista moral y jurídico no implica contradicción entre uno y otro.
Habría contradicción si el Derecho ordenase hacer algo prohibido por la
Moral. Pero no 3a hay si el Derecho, simplemente, delimita como libre una
cierta esfera de comportamiento con varias posibilidades, dentro de las
cuales cabe realizar lo mandado por la Moral.

A veces sucede que respecto de la misma situación, Moral y Derecho


prescriben comportamientos, los cuales a primera vista parecen similares,
pero que en el fundo tienen sentido y alcance diferentes. Así, por ejemplo,
tanto la Moral como el Derecho prescriben el pago de ana deuda.

Ahora bien, la Moral apunta predominantemente hacia la intención de la


conducta del deudor, prohibiendo a éste sentimientos de hostilidad contra
su acreedor; mientras que lo que le importa al Derecho es exclusivamente
la realidad objetiva del pago.

La diferencia entre Moral y Derecho se contempla también desde el punto


de vista de cuál es el sujeto que, respectivamente, encarna en una y otro la
finalidad de la norma; es decir, cuál es el sujeto por razón del cual se da la
norma moral, y cuál es el sujeto por razón del cual se establece la norma
jurídica. En la Moral, el deber se impone por causa del sujeto llamado a
cumplirlo, porque se estima que tal conducta constituye un elemento para
la realización del fin del hombre. En cambio, la norma jurídica se dicta no en
consideración de la persona que debe cumplirla, sino de aquella otra
persona (titular de la pretensión), autorizada para exigir el cumplimiento
de una conducta ajena, en su propio beneficio o en el de la sociedad. Así,
pues, sucede que en la Moral no existe propiamente un prójimo titular de

26
Derecho Diccionario OMEBA

una pretensión frente a la conducta del obligado. En la Moral hay deberes


pura y simplemente. En cambio, en el Derecho los deberes jurídicos tienen
siempre el carácter esencial de una deuda a otra persona.

Se establece un deber jurídico para un sujeto, porque y en tanto que se


quiera autorizar o conceder a otro la facultad de exigir ciertos actos u
omisiones del primero. En suma, cuando se impone un deber jurídico a un
sujeto, no se piensa en éste, no se hace para servir a un fin de éste, sino
para servir a otro sujeto, que es el que ha de resultar autorizado a exigir el
cumplimiento de la obligación del primero.

La diferencia entre la Moral y el Derecho se manifiesta también en otro


aspecto: en el aspecto de que la Moral se fija predominantemente en la
intimidad del sujeto, mientras que el Derecho atiende
preponderantemente al resultado externo de la conducta. En virtud de que
una conducta es estimada moralmente en cuanto al valor que tenga en la
vida y para la vida de su autor, y de que, en cambio es valorada
jurídicamente en cuanto se aprecia su significación para otra persona o
para la colectividad, de esto se deduce una diferencia en cuanto al panto
de partida y centro de gravitación entre estas dos clases de normas. El
punto de partida y a la vez el centro de gravitación de la norma moral es la
intención subjetiva, el ámbito de la conciencia, la raíz íntima del obrar, el
fondo interno de éste. Por el contrario, el arranque del Derecho y a la vez
su centro de gravitación es el plano externo de la conducta, es el resultado
objetivo de ésta. No se trata de dividir —pues ello constituiría un error—a
las conductas humanas en internas y externas, atribuyendo las primeras a
la Moral y relegando las segundas al Derecho. Esto no puede ser, porque
todo comportamiento posee a la vez una raíz íntima y una expresión
externa —incluso los íntimos pensamientos van acompañados de
resonancias o expresiones corporales, por pequeñas que éstas puedan ser.
Lo que se hace es otra cosa; es distinguir entre la raíz interna y el aspecto
externo en todos los comportamientos.

Nótese que no se afirma que la Moral atienda exclusivamente a la


intención, y el Derecho exclusivamente al resultado externo. Se afirma tan
sólo que la Moral gravita preponderantemente hacia la raíz intencional, y el
Derecho preponderantemente hacia la faz externa de la conducta.

A veces la Moral obliga no sólo a una buena intención, sino a un esfuerzo


para el logro de un cierto resultado externo. Por su lado, el Derecho valora
a veces aspectos intencionales de los actos, pero esto lo hace en la medida
en que considere que la intención tiene consecuencias directas e inmediatas
para otras personas o para la sociedad. Pero hay que advertir, además, que
cuando el Derecho quiere valorar las intenciones, tiene que juzgar sobre
éstas partiendo dé los indicios externos del comportamiento, pues otra
cosa no es posible, ya que a ningún humano le es dado transmigrar al alma
de otro sujeto para ver directamente lo que en ella ocurre. Esto pueden
hacerlo sólo el propio sujeto y Dios.

Por eso nadie puede juzgar con plenitud de conocimiento sobre la


conducta moral de otro sujeto. Pero, en cambio, en materia jurídica, como
ésta consiste en la textura externa de las conductas de un sujeto con las
conductas de otros sujetos, en aquello que se da entre una persona y otra,
no se puede juzgar desde el punto de vista de ninguno de los vinculados en

27
Derecho Diccionario OMEBA

la relación, sino solamente desde un punto de vista objetivo externo; por lo


cual se dice que no se puede ser juez en la propia causa jurídica.

La Moral supone y requiere que sus normas se cumplan libremente por el


sujeto.

Por el contrario, el Derecho puede esencialmente ser impuesto dé modo


coercitivo.

Para que una conducta pueda ser objeto de un juicio moral, es preciso que
la persona la realice por sí propia, es preciso que esa conducta responda a
una posición de su propio querer. Lo que yo haga, o mejor dicho, lo que
ocurra en mí,, independientemente de mi querer, ni es moral, ni es Inmoral;
si mi brazo es movido violentamente por otro más fuerte, lo que ejecute no
tiene sentido moral, no es bueno ni malo. Para que una conducta sea
considerada como moral o como inmoral, es necesario que el sujeto haya
obrado libremente, libre de toda coacción irresistible.

El hombre no puede cumplir su supremo destino forzado por la


gendarmería; uno no puede llegar a los valores morales conducido por la
policía; a ellos hay que ir por el propio esfuerzo, libremente, por propia
vocación. En cambio, el Derecho posee esencialmente la posibilidad de que
su cumplimiento sea impuesto por la fuerza —incluso por la violencia física
—, porque el sentido intencional de la norma jurídica consiste en que
objetivamente se produzca el comportamiento que establece como
necesario para la vida social.

A esta característica esencial de lo jurídico de imponerse


incondicionalmente, tanto si cuenta con la voluntad del sujeto, como si
esta voluntad le es adversa, se la ha llamado tradicionalmente
coercitividad.

También se la ha llamado autarquía. Parece preferible denominar esta


característica impositividad inexorable o inexorabilidad. Se trata de que
esencialmente el Derecho aspira a obtener cumplimiento a todo trance,
cueste lo que cueste, con sin, o en contra de la voluntad del obligado.

La impositividad inexorable es algo que se desprende esencialmente del


sentido mismo de lo jurídico. Como el sentido esencial del Derecho consiste
en establecer los límites recíprocos y los enlaces necesarios entre las
conductas de varios sujetos, para ordenar de un modo objetivo y externo la
vida social, de un modo pacífico, seguro y justo, Ig, realización de las
normas jurídicas no puede estar condicionada al azar de cuál sea la
voluntad de los sujetos cuyo comportamiento se quiere sujetar en una
estructura colectiva. Precisamente porque el Derecho es un intento de
organizar las relaciones externas entre los miembros de la sociedad, en
aquellos puntos en que la conducta de unos es condición imprescindible
para los demás, esta condición no puede depender de la voluntad fortuita e
imprevisible de los llamados a cumplirla.

Por el contrario, en el caso de que ello resultase preciso, tiene que ser
impuesta de modo incondicionado, es decir, inexorable. Como el Derecho
requiere el sujetar necesariamente a una persona en interés o por motivo
de otra u otras, no puede dejar a aquélla en libertad de cumplir o no los
deberes que !e impone. El pensamiento de un Derecho que no fuese

28
Derecho Diccionario OMEBA

inexorable (coercitivo, autárquico) constituiría un absurdo, es decir, un


pensamiento irrealizable.

La coercitividad o "impositividad inexorable" consiste en que la norma


jurídica —a diferencia de otras normas, entre ellas la moral— no se detiene
ante la voluntad del sujeto, dejando a éste que decida libremente, sino que,
por el contrario, trata de anular la voluntad adversa, trata de hacer
imposible la rebeldía a la norma. La Moral liga normativamente la voluntad,
pero no trata de forzarla de hecho, antes bien la deja en libertad, en
franquía, pues ésta es la única manera en que la norma moral puede ser
cumplida. Por el contrario, el Derecho no se detiene respetuoso ante el
querer del sujeto, sino que alienta esencialmente el propósito de
encadenarlo, si esto fuere menester, para que el comportamiento debido se
produzca. La inexorabilidad consiste en que la norma no se detiene ante la
voluntad del sujeto, sino que atraviesa ésta, para aplicarse sobre la
realidad externa del comportamiento. Por eso, el cumplimiento de los
deberes jurídicos es exigible por vías de hecho, por una imposición
coercitiva que produzca el resultado debido o uno sucedáneo, o que impida
la conducta prohibida, o que remedie en la misma forma impositiva la
infracción, si ésta se había ya producido.

Conviene subrayar que la forma primaria y plenaria de la impositividad


inexorable no es la pena como sanción contra determinadas conductas
constitutivas de delito.

Aparte de que la pena no la hallamos en todas las ramas del Derecho, sino
tan sólo en la punitiva, en las correcciones administrativas y en las
cláusulas penales de los contratos que las establezcan, hay, además, otra
consideración de decisiva importancia que evidencia que la pena no es la
manifestación ni primaria ni perfecta de la impositividad inexorable. El
sentido primario y pleno de la impositividad se manifiesta en la imposición
a todo trance de la conducta debida (o de una sucedánea, como la
indemnización de daños y perjuicios), y también en el de impedir a todo
trance la realización de la conducta prohibida, cuando lo uno o lo otro
resulta posible de hecho en la práctica; verbigracia: procedimiento de
ejecución forzosa, y evitación de ¡a conducta prohibida mediante el empleo
de la violencia necesaria por los agentes de la autoridad para impedir la
comisión de un delito.

De todo lo dicho se sigue que para que un deber moral exista de hecho
como tal en un cierto individuo, precisa que éste tenga la, conciencia de
dicha obligación. Aun cuando se piense que las normas morales se fundan
en valores ideales, o en la razón y voluntad divinas, o en la razón objetiva,
no se puede decir que para un determinado individuo se dé un deber
concreto y singular en cierto caso, mientras que el sujeto no tenga
conciencia, en su fuero interno de la norma y de la obligatoriedad de ésta
para él. No se trata de un reconocimiento o adhesión que sea el producto
de un libre acto voluntario, de suerte que fuese igualmente posible prestar
ese reconocimiento o negarlo. Se trata de una íntima convicción que no se
deja timonear por la voluntad, sino que se presenta independientemente
del querer o no querer.

En cambio, con el deber jurídico sucede lo contrario: la obligación jurídica


es establecida por el Derecho de una manera pura y exclusivamente
objetiva, es decir, con total independencia de lo que intimamente piense y
29
Derecho Diccionario OMEBA

sienta el sujeto, el cual está obligado a la conducta que le impone la


norma, sea cual fuere la opinión que dicha norma le merezca. La norma
jurídica crea deberes en el sujeto obligado, tanto si éste está de acuerdo
con ella como si no lo está; rige, y se impone, con independencia de cuál
sea la convicción íntima del sujeto. Adviértase que esto es así, por lo que
respecta al sentido esencial de la norma jurídica, cuya validez y
obligatoriedad se imponen a todo trance. Pero, en cambio, desde un punto
de vista valorativo para el establecimiento de las normas, es decir, de
estimada política orientadora de la labor legislativa, ha de afirmarse que el
Derecho que se va a dictar debe corresponder a la manera de pensar y
sentir de las gentes, cuya conducta regula, es decir, debe tener un apoyo
en la Opinión predominante. A este criterio estimativo debe añadirse la
observación sociológica de que un orden jurídico positivo no tiene realidad
de hecho si no cuenta con una fundamental adhesión de la colectividad. La
democracia no es solamente una filosofía política, precisamente !a filosofía
política correcta, sino que desde otro punto de vista constituye también
una ley sociológica. Ahora bien, ni aquella estimación política, ni esta
observación sociológica alteran, en cuanto al concepto esencial del
Derecho, la característica as que los deberes jurídicos, a diferencia de los
deberes morales, se constituyen objetivamente por la norma, sin que su
existencia dependa de la opinión del sujeto.

La diferenciación entre Moral y Derecho pone de manifiesto que la Moral


toma en cuenta la vida individual auténtica en toda su plenitud y el destino
absoluto del individuo en tanto que tal. La Moral toma en consideración la
vida del individuo en todos los aspectos de ésta, y además en su radical
singularidad, es decir, en su dimensión de algo único, privatísimo e
intransferible. Este es el sentido intrínseco de la norma moral, incluso
cuando se recibe dicha norma moral a través de una tradición social, como
por ejemplo la costumbre. Lo que la costumbre tiene de forma
consuetudinaria es social; pero el sentido de una costumbre en materia
moral, por lo que atañe a esa su materia moral, es el indicado, o sea la
referencia a la vida individual, al destino plenario y auténtico de la
persona. Por el contrario, el Derecho constituye una norma social, un modo
normativo de conducta colectiva. Y aún podría decirse que en el Derecho se
da la expresión máxima de los caracteres de ¡o colectivo, la realización
extrema de las notas peculiares de los modos colectivos.

La diferencia esencial de sentido que media entre la Moral y el Derecho de


ninguna manera implica que el Derecho quede vaciado de orientación
ética. Por el contrario, hay que subrayar que ei Derecho debe orientarse
esencialmente hacia unos valores, los cuales pertenecen a la familia de los
valores éticos. Sin la pretensión de agotar aquí el tema sobro la
clasificación de los valores éticos, es oportuno mencionar que a primera
vista ya podemos descubrir tres clases de valores éticos: a) Los
estrictamente morales, que son los que fundan la moral propiamente dicha,
los que se refieren al cumplimiento del supremo destino o misión del
hombre; b) los de la justicia, mejor dicho, los que deben servir de guía para
el Derecho, ye ) los del decoro relativos a algunos aspectos externos de las
relaciones interhumanas, que son los que fundan las reglas del trato social
(cortesía, buenas maneras, etiqueta, etc.).

No cabe duda de que el Derecho se debe inspirar en valores éticos; pero


esos valores éticos hacia los cuales se debe orientar el Derecho y en los
cuales éste debe buscar su justificación, no son los mismos valores éticos
30
Derecho Diccionario OMEBA

que se refieren a la moral propiamente dicha, en ei sentido estricto de esta


palabra, como criterio absoluto para orientación de la conducta hacia su
último fin.

A diferencia de ¡a Moral, que da la norma plenaria que abarca todos los


ingredientes del comportamiento y se fija sobre todo en la intima raíz de
éste, proponiéndose conducir al hombre a la realización de su supremo
destino, el Derecho, por el contrario, se propone tan sólo la realización de
un orden cierto, seguro, pacífico y justo de la convivencia y de la
cooperación humanas. Sucede que, aun cuando el Derecho se funde en
principios éticos, sin embargo, a veces frente a determinadas situaciones el
alcance de sus normas puede diferir de lo ordenado por la moral respecto
de esas mismas situaciones. Esto pasa incluso cuando se trata de una
Moral y de un Derecho pertenecientes ambos al mismo sistema, ideal o
positivo. Ahora bien, esas discrepancias, que en ocasiones son muy
grandes, no implican, sin embargo, ninguna contradicción, es decir, no
envuelven ninguna incompatibilidad. Puede haber discrepancia porque el
sentido de lo ordenado por el Derecho es diferente del» sentido de lo
prescripto por la Moral. Pero no hay incompatibilidad porque el precepto
jurídico no prohíbe cumplir lo que la norma moral manda; ni la norma
moral impide ajustar la conducta externa a lo determinado por el Derecho.
A este respecto resulta muy elocuente un ejemplo presentado por el jesuita
Francisco Suárez, el cual puede servir de ilustración a este punto El padre
Suárez no se plantea propiamente el problema de distinguir formalmente
entre Moral y Derecho, sino la cuestión de qué cosa pueda y deba ser el
contenido del Derecho positivo, a diferencia de otras materias que son
ordenadas solamente por la ley moral y que no deben caer dentro de la ley
jurídica humana. Suárez afirma que no todo lo ordenado por la ley moral
debe entrar en el contenido del Derecho positivo. En efecto, el Derecho
positivo no puede mandar todas las virtudes ni debe prohibir todos los
vicios. Esto es así, porque el Derecho positivo difiere de la ley moral en
cuanto al fin, en cuanto a la extensión, en cuanto al carácter, y en cuanto al
contenido. El Derecho se inspira, no en la bondad intrínseca de los actos —
que es lo que hace la Moral—, sino que se inspira en lo que requiere directa
e inmediatamente el bien común.

Precisamente por esa diversidad de fin, resulta que el contenido de lo


jurídico debe ser menos extenso que el contenido de la Moral; y por la
misma razón es diferente el respectivo sentido que anima a cada una de
las dos regulaciones. Así, por ejemplo, dice Suárez que el Derecho positivo
no debe prohibir la fornicación simple no escandalosa, con lo cual resulta
que debe permitirla. Tal cosa no implica contradicción ninguna con la ley
moral. No hay tal contradicción, porque, en primer lugar, puesto que el fin
del Derecho no es lograr la beatitud, la salvación de los individuos, sino tan
sólo ordenar la paz y la justicia, lo que es directamente indispensable o
muy conveniente para el bien común, debe prohibir solamente aquellos
pecados que infieren de modo directo e inmediato un daño en la
colectividad; pero no debe prohibir aquellos otros pecados que no
perjudican de manera próxima a la sociedad, ni tampoco aquellos cuyo
castigo podría acarrear mayores males a ésta. Al proceder de ese modo el
Derecho no incurre en ninguna inmoralidad, ya que el Derecho no manda
algo que sea deshonesto. Se limita a no prohibirlo.

Ahora bien, no lo prohíbe, porque el prohibirlo no pertenece al fin del


Derecho. En segundo lugar, hay otra razón para sostener que el Derecho no
31
Derecho Diccionario OMEBA

debe prohibir los pecados que no dañan directa e inmediatamente a la


colectividad: dice Suárez que según el Derecho natural, debe haber un
campo de la conducta que esté libre de las intromisiones coercitivas del
Derecho, aunque dentro de dicho campo recaigan deberes morales. Debe
ser así, poique el Derecho natural exige que haya un campo1 de libertad
individual frente al poder político.

Así, pues, cuando el Derecho no prohíbe, y por lo tanto permite, ciertas


conductas inmorales, su materia no es el mal de tales comportamientos,
sino por el contrario el bien de la libertad individual, libertad que es
precisamente una condición para la posibilidad de la moral, porque sólo las
conductas libres pueden ser morales o inmorales, mientras que los
comportamientos forzosos caen fuera del campo de la moral propiamente
dicha.

3. Diferencia entre las reglas del trato social y las normas


jurídicas. Bajo la denominación de reglas del trato social o
convencionalismos, se comprende las reglas siguientes: la decencia, el
decoro, la buena crianza, la corrección' de maneras, la cortesía, la
urbanidad, el respeto social, la gentileza, ciertas normas del estilo oral y
del estilo epistolar, las exigencias sobre el traje, el compañerismo, la
caballerosidad, la galantería, la atención, el tacto social, la finura, etcétera.

Las reglas del trato social representan a primera vista, como dimensiones
comunes a todas ellas, dos caracteres negativos: el no ser ni normas
morales ni normas jurídicas, aunque muchas veces se parezcan a las
primeras y no pocas veces a las segundas. Se parecen al Derecho, por
ejemplo, en cuanto a su dimensión social y en cuanto a la exterioridad. En
cambio, desde otros puntos de vista ofrecen alguna semejanza con las
estimaciones morales, como sucede, por ejemplo, en algunos principios del
decoro. Sin embargo, no son ni Derecho ni son tampoco Moral (13).

De ordinario, la mayor parte de las reglas del trato social se presentan bajo
forma consuetudinaria. Ahora bien, sería erróneo considerar estos dos
términos ("reglas del trato social", por una parte, y por otra parte "usos
sociales" y "costumbres") como equivalentes. Hay usos de carácter moral,
otros de índole técnica, así como hay también costumbres jurídicas. A
través de la vía consuetudinaria, pues, se manifiestan diversos tipos de
normas. Por el hecho de que la mayor parte de las reglas del trato social
aparezcan en forma consuetudinaria, no podemos identificarlas ni
asimilarlas a todas las costumbres ni a todos los usos.

Lo que importa aquí es distinguir correctamente entre normas jurídicas y


reglas del trato social. Mas para ello, y con el objeto de evitar confusiones,
conviene también diferenciar entre normas morales y reglas del trato
social.

Aunque las reglas del trato social tienen una dimensión común con las
reglas mora-, les, la dimensión de carecer unas y otras de un aparato
coercitivo que compela de modo irrefragable a su cumplimiento, sin
embargo se distinguen esencialmente de los preceptos morales. Las
normas del trato social se diferencian de las normas morales, porque en
contraste con éstas tienen las características siguientes: a) Las reglas del
13
Trato con mayor extensión este tema en mi libro Vida humana. Sociedad y
Derecho, 3» ed., cap. 4. Forrúa. México, 1953.
32
Derecho Diccionario OMEBA

trato social constituyen una forma normativa de vida colectiva, a diferencia


de la Moral que es una valoración de la conducta del individuo, como tal
individuo, en su auténtico ser peculiar e intransferible, en su radical
intimidad y con referencia a su último destino. Las reglas del trato no
toman en cuenta a la persona como individuo en su vida plenaria y propia,
sino que la consideran como miembro de un grupo, por ejemplo, de una
clase social, de un círculo profesional, etcétera. No se refieren a lo que el
individuo hace como tal individuo, sino a aquello que hay en su vida de
comunal, de mostrenco, de tópico, de cauce o sendero genérico; se refieren
a su pertenencia a un grupo social.

b) Las normas del trato se refieren a la dimensión no sólo externa sino


superficial le los actos de un sujeto en consideración i los demás sujetos
del mismo grupo o de otro grupo.

c) Las reglas positivas del trato rigen solamente en tanto en cuanto tienen
una vigencia social efectiva, en tanto en cuanto constituyen un uso que de
hecho se cumple por lo demás, o una convicción que está viva en la
totalidad o en la mayoría de los miembros del grupo.

d) Las reglas del trato proceden de una fuente externa, el hecho de las
convicciones sociales vigentes; y su pretensión de obligatoriedad, por lo
tanto, no está condicionada a la íntima adhesión sincera del sujeto. Obligan
independientemente de cuál sea la opinión que sobre ellas tenga el
miembro del grupo.

Las notas diferenciales de las normas del trato frente a la Moral (carácter
colectivo, exterioridad, fadicidad y heteronomía) son también notas
características del Derecho.

Sin embargo, el hecho de que las reglas del trato social posean en común
con las normas jurídicas esos cuatro caracteres no las asimila en modo
alguno a las normas jurídicas. De ninguna manera. A pesar de que las
reglas del trato social se parezcan 'en alguna medida al Derecho por virtud
de esos cuatro caracteres (colectivas, externas, fácticas y heterónomas)
tienen un sentido y un alcance esencialmente diferentes del sentido y
alcance intrínsecamente propios de las normas jurídicas.

Antes de explicar la diferencia esencial que media entre las reglas del trato
y las normas del Derecho, conviene despejar al.gunos intentos erróneos
que se produjeron en este tema de la distinción entre esos dos tipos de
regulaciones.

La distinción entre reglas del trato y Derecho no puede referirse, como lo


hizo Hatschek, al origen efectivo de unas y otras normas; pues hay Derecho
consuetudinario, el cual, aunque aparezca en forma de costumbre, es
también auténtico Derecho (14).

La diferencia entre reglas del trato y normas jurídicas tampoco puede


referirse a una diversidad esencial de contenido entre unas y otras como
quería Ihering (15), pues tanto el contenido del Derecho como el de las
reglas del trato varía en el curso de la historia y en los diversos pueblos. Y
14
Véase su artículo en el Jahrbuch ¿es oeffentllches Rechtes, t. 3, págs. 1 y slgs.
También, Somlo, Juristische Grundlehre, 2* ed., 1927, páginas 72 y slgs.
15
Oír. Iherin, B. yon, Zweck im -Recht, t. a, págs. 79 y slgs.
33
Derecho Diccionario OMEBA

así, vemos que lo que ayer constituía materia de mera regulación por las
reglas del trato social es hoy objeto de preceptos jurídicos taxativos; y,
viceversa, observamos también que muchos aspectos de la conducta, que
antes estuvieron sometidos a una normación jurídica, han quedado después
relegados a simple ordenación por las reglas del trato.

Tampoco puede sostenerse, como lo ha sostenido Stammler (16), que las


reglas del trato social constituyen nada más que invitaciones a
comportarnos de determinada manera por parte de un círculo social; pues
cuando' alguien falta a una regla del decoro o de la cortesía no se considera
que haya declinado una invitación, sino que se entiende que ha violado
una norma que le obligaba. Las reglas del trato social tienen la pretensión
de constituir auténticas normas; tienen pretensión normativa, y, por tanto,
de determinar deberes. Una norma que no fuese nada más que una
invitación, que condicionase su pretensión de validez al puro albedrío del
sujeto, es un concepto imposible, es un absurdo lógico; ya que tal
condicionamiento es incompatible con el sentido de lo normativo. El sentido
de lo normativo consiste en querer vincular la conducta del sujeto, en crear
en éste un deber; por tanto, una supuesta norma que no imperase sobre el
sujeto, que no determinase en él ningún deber, cuya validez quedase por
entero subordinada a que el sujeto la aceptase en función de su puro
albedrío, no sería una norma. Por consiguiente, no es posible obtener la
diferenciación entre normas jurídicas y reglas del trato asignando a estas*
últimas' el carácter de pura invitación.

Binder ( 17 ) y Tsatsos ( 18 ) han señalado como diferencia entre el Derecho


y las reglas del trato el que mientras que el primero cuenta con órganos
para imponerlo, las segundas no los tienen; es decir, que las reglas del
trato social carecen de un aparato organizado de coacción que actúe sobre
los sujetos imponiéndose y exigiendo responsabilidades. En el fondo de este
ensayo de distinción, tal vez apunta muy en lontananza una idea certera,
aunque confusa y equivocadamente concebida. Pero formulada
simplemente de ese modo, dicha distinción es muy tosca y es formalmente
errónea: no pasa de una observación a ojo de buen cubero, que, a lo sumo,
puede mostrar aproximadamente cómo es una gran parte de' las normas
del trato en contraposición a las normas jurídicas de una sociedad
civilizada; pero de ninguna manera ofrece una delimitación esencial. En
efecto, para que el Derecho sea Derecho, no precisa que cuente con
órganos judiciales y ejecutivos especializados, que estén rigurosamente
diferenciados en la división social del trabajo, que es lo que ocurre en los
modernos Estados constitucionales de los pueblos civilizados de Occidente.
Pues en las ordenaciones jurídicas primitivas no siempre existen esos
órganos; y en ellas ocurre que es el mismo ofendido quien asume la
reacción coercitiva del Derecho en contra del ofensor: así sucede en la
venganza privada como institución jurídica en muchos pueblos primitivos; y
así también en el apresamiento del deudor por el acreedor para que trabaje
a beneficio de éste hasta la extinción del débito. Y, viceversa, podernos
registrar en algunos casos el hecho de que ciertas reglas del trato social
cuentan con órganos para imponer al transgresor de ellas determinadas
sanciones de censura o de exclusión, cual, verbigracia, sucede con los
16
Cfr. Stammler, R.. LehrbucK cLBr Rechtphilosophie, 1923, §§ 37 a 42.
17
CIr. Binder, J., Philosophie des Rechtes, 1925, págs. 811 y sigs.
18
Cfr. Tsatsos. C., Der Begriff des positiven Rechtes, 1928, págs. 101 y sigs.
34
Derecho Diccionario OMEBA

tribunales de honor, que se limitan a declarar una in~ compatibilidad sin


efectos jurídicos.

La diferencia esencial entre las reglas del trato social y las normas jurídicas
consiste en una diferencia fundamental entre la forma de imperio de unas
y otras y, consiguientemente, también en una diferencia entre el tipo de
sanción de unas y otras. Las reglas del trato social tienen la pretensión de
normas, es decir, pretenden validez normativa, constituyen mandatos para
sus sujetos. Además, el incumplimiento de las reglas del trato social
desencadena una sanción de reprobación social o de exclusión de un
determinado círculo colectivo, sanción que puede resultar gravísima para el
sujeto, y cuyo temor suele ejercer una vigorosa influencia, hasta el punto de
que, en algunos casos, sea incluso más fuerte que el de la amenaza de las
sanciones jurídicas.

Hay quien viola un deber jurídico para cumplir una regla del trato, por
miedo al "qué dirán" del círculo social a que pertenece, de lo cual había
antes ejemplos en el caso del duelo. Ahora bien, esa sanción por el
incumplimiento de las reglas del trato social es sólo expresiva de una
censura —que puede llegar hasta a excluir del círculo social
correspondiente al infractor—; pero no es jamás la imposición forzada de la
observancia de la norma. Los efectos de esa sanción de las reglas del trato
podrán resultar para el sujeto todo lo terribles que se quiera; pero esa
sanción nunca consiste en imponer de un modo forzado al sujeto la
conducta debida. La sanción de las reglas del trato puede incluso estar
contenida previamente en la norma, cual sucede en los llamados códigos
del honor; pero esa sanción no consiste en forzar inevitablemente al
cumplimiento de lo que la regla manda.

Por el contrario, lo esencialmente característico del Derecho es la


posibilidad de imponer forzosamente, de modo inexorable, irresistible, la
ejecución de la conducta debida, o de una sucedánea prevista en la misma
norma (o de evitar a todo trance el comportamiento prohibido, o de
imponer como equivalente otra conducta). La sanción jurídica como
ejecución forzada de la conducta prescripta —lo cual constituye la forma
primaria y normal de la inexorabilidad del Derecho— es una nota esencial
de lo jurídico; y, por el contrario, la ausencia de esta forma de sanción,
consistente en forzar al cumplimiento, es lo que caracteriza esencialmente
las reglas del trato social, como diferencia de éstas frente a las jurídicas. Y
no se diga que en la vida jurídica no siempre es posible imponer
forzosamente el cumplimiento de la conducta debida y que lo que ocurre es
que se impone, o bien otro comportamiento, o bien una sanción punitiva;
porque a esto he de contestar que la indemnización y la pena no son las
expresiones primarias de la inexorabilidad del Derecho, sino
manifestaciones substitutas, para el caso de que la forma primaria (que es
la ejecución forzada) resulte imposible de hecho. Aunque desde luego
también en estas formas secundarias se hace patente la misma esencial
inexorabilidad del Derecho. Efectivamente, la manifestación primaria,
exacta, natural, del sentido autárquico o inexorable del Derecho consiste en
que cuando el sujeto no cumpla espontáneamente el precepto, se le
imponga violentamente la ejecución de lo debido o se le impida también,
por la fuerza, la realización de lo prohibido. Cuando por limitaciones de la
realidad no es posible forzar a un sujeto a realizar actos personalísimos, que
sólo resultan practicables por voluntad, entonces la misma norma jurídica
prevé la imposición de un comportamiento compensador, que pueda ser
35
Derecho Diccionario OMEBA

realizado por presión externa irresistible, verbigracia, la ejecución en el


patrimonio para satisfacer una indemnización de daños y perjuicios. Y en el
caso en que se haya cometido una conducta antijurídica con algún efecto
irremediable (de ofensa o alarma social), entonces se impone una pena
como retribución inexorable —como un pagar de otro modo lo que no se
quiso cumplir.

La regla del trato social manda una determinada conducta; la inobservancia


de ella puede ser sancionada con censuras, reprobaciones y exclusiones
(que tal vez lleguen a ser dolorosísimas); pero esa sanción no consiste
nunca en la imposición forzada de la conducta debida, ni tiene tampoco el
sentido 'de una inexorable retribución —de un pagar de otro modo lo que
no se quiso cumplir—, sino que constituye un simple reaccionar reprobatorio
o excluyente, por parte del círculo colectivo en que rige la regla, contra el
miembro infractor de ésta. De la norma del trato social está esencialmente
excluida la imposición inexorable; porque en el momento en que se diese
tal dimensión, cesaría de ser pura regla del trato social y se transformaría
en precepto jurídico. O dicho de otra manera: la norma del mero uso social
manda o impera; pero su modo formal de imperio es esencialmente diverso
del modo formal de imperio que es característico del Derecho; pues la
norma del trato social se detiene ante el albedrio del sujeto, que es quien
decide sobre su cumplimiento o inobservancia, que siempre son libres para
él; en tanto que, por el contrario, la norma jurídica, en virtud de su
inexorabilidad, no se detiene ante el albedrio del sujeto, sino que trata de
anularlo en caso de que éste intente sustraerse al precepto; y trata de
anularlo por todos los medios, a todo trance, físicamente. El Derecho
esencialmente quiere anular la voluntad adversa a él. Por el contrario, las
reglas del trato social, aunque de ellas se deriven sanciones para el caso de
incumplimiento, no anulan la voluntad del sujeto. Frente a los usos sociales,
puedo colocarme en actitud de rebeldía y mantener, esa, rebeldía, sin que
dichas reglas puedan anular mi querer hostil a ellas: vengan sanciones y
más sanciones, que, si estoy dispuesto a soportarlas, seguiré infringiendo el
uso tantas cuantas veces quiera; lo cual, por el contrario, es imposible
respecto de una norma jurídica.

Desde el punto de vista de los respectivos sentidos y alcances de estos dos


tipos de regulación (reglas del trato y Derecho), el Derecho es quien decide
las materias que van a ser objeto de regulación jurídica, y aquellas otras
que por no ser objeto de regulación jurídica preceptiva quedan como libres
para que en las mismas puedan imperar reglas del trato social. Así, en
principio, las reglas del trato social tan sólo pueden avecindarse en los
espacios que el Derecho les deja libres. Sin embargo, de hecho sucede
algunas veces que en la realidad la fuerza de las reglas del trato social es
tan enorme que resisten el ataque de las prohibiciones jurídicas, como
sucedió por largo tiempo con las costumbres de los mal llamados lances de
honor.

Algunas veces, para determinados casos, el Derecho recoge algunas


normas del trato social y las convierte en normas jurídicas.

Así, por ejemplo, en ciertos casos la ley de Derecho transforma en norma


jurídica una regla de decoro, de pudor, de compostura, de decencia,
etcétera. Esto es lo que sucede cuando el Derecho prohíbe aquello que
ofende a las buenas costumbres, los atentados al pudor, y el
comportamiento inde coroso en una sala de administración de justicia o en
36
Derecho Diccionario OMEBA

un aula o en el Parlamento. En estos casos, la norma jurídica no define que


es lo que debe entenderse por buenas costumbres, decoro, decencia,
pudor, compostura, etcétera, sino que remite a lo que establezcan los usos
sociales vigentes en el lugar y en el momento de que se trate.

4. Diferencia entre mandatos jurídicos y mandatos arbitrarios. A


veces se producen mandatos apoyados por una fuerza de imposición
irresistible, a los cuales negamos carácter jurídico y llamamos arbitrarios
(19).

La calificación de arbitrario denota la negación del Derecho. Pero esta


calificación de arbitrario no se aplica a todos los actos que son contrarios al
Derecho, sino solamente a aquellos actos que proceden de quien dispone
del supremo poder social efectivo y que se entiende como antijurídico; es
decir, tal calificación se aplica a los mandatos antijurídicos dictados por los
poderes públicos con carácter inapelable. Por el contrario, los actos
antijurídicos de los particulares y también los de los órganos subalternos
del poder público y todos aquellos susceptibles de apelación o de alzada
son calificados, según los casos, de ilegalidad civil, de falta, de delito, de
contravención administrativa, o de errores judiciales; y son sancionables o
rectificables por instancias superiores.

No hay que confundir la calificación de arbitrariedad con la de injusticia. La


calificación de justicia o de injusticia se predica de los contenidos de una
norma (general o individualizada), Por el contrarío, la calificación de
arbitrariedad no se refiere al acierto o desacierto, a la justicia o injusticia de
una ley o de una sentencia, sino al hecho de que un mandato emitido por
un órgano del poder público sea formalmente negador de lo jurídico. Lo
arbitrario no es una calificación estimativa sobre el contenido de una ley,
de un reglamento, de una sentencia, sino que es una calificación que
denota un poder ajeno y contrario al Derecho. Las normas que sean
jurídicas podrán ser mejores o peores, acortadas o extraviadas, justas o
injustas, pero, en fin de cuentas. Derecho, en cuanto posean los
ingredientes esenciales de lo jurídico. Por el contrario, la arbitrariedad es
algo que formalmente está extramuros del Derecho y que lo niega
rotundamente; es la negación de la esencia formal de lo jurídico.

Hubo quien se inclinó a definir lo jurídico como lo legítimo como lo


procedente de la autoridad positiva legítima, consagrada por el Derecho),
frente a lo arbitrario que se definiría como lo ilegitimo, es decir, como lo
dimanante de un poder ilegitimo, del usurpador que se apodera del mando
por un golpe de Estado o por una revolución.

Pero no sirve este criterio formal del origen. Porque es un dato innegable-
que una revolución o un golpe de Estado triunfantes pueden determinar la
caducidad del Derecho anterior y la creación de un nuevo orden jurídico —
siempre y cuando en la nueva regulación que nace concurran los
caracteres esenciales de la forma jurídica y logre asentimiento voluntario
en la comunidad—. No es, pues, posible vincular lo jurídico a la legalidad
19
(23) Trato con mayor extensión este tema en mi libro Vida humana. Sociedad y
Derecho, 3' ed., cap. 5, Ed. Ponüft, México, 1953. Véase tambi;n Soler, S. , La fe en
el Derecho y otros ensayos, páginas 143-149. Tipográfica Editora Argentina, Bs.
Aires. 1956.

37
Derecho Diccionario OMEBA

formal de su primitivo origen, y llamar arbitraria a toda norma que en su


orto careciese de tal carácter de legitimidad formal. Adviértase que si se
pretendiese establecer este criterio, se habría de concluir que no hay
actualmente, en el mundo entero, ordenamiento jurídico alguno, pues en la
historia de ninguna nación faltan revoluciones y golpes de estado que
hayan roto la continuidad del Derecho.

La Filosofía jurídica de nuestro tiempo ha aceptado como distinción


esencial entre el mando jurídico y el mando arbitrario la doctrina elaborada
por Stammler. Siguiendo esta inspiración —aunque dándole algunos
matices de mayor precisión— puede decirse que a lo jurídico es esencial la
nota de regularidad inviolable; mientras que, por el contrario, el mandato
arbitrario se presenta como una irregularidad caprichosa. La arbitrariedad
consiste en que el poder público, con un mero acto de fuerza, salte por
encima de lo que es norma o criterio vigente en un caso concreto y
singular, sin responder a ninguna regla o principio de carácter general que
anule la anterior y la substituya. El mandato arbitrario es aquel que no se
funda en un principio general —aplicable a todos ¡os casos análogos—, sino
que responde a uri simple porque si, porque me da la gana, en suma, a un
capricho o antojo que no dimana de un criterio general.

En cambio, el mandato jurídico es el fundado en normas o criterios


objetivos de una manera regular, que tienen validez para todos los casos
parejos que se presenten. Es precisamente característica esencial de la
norma jurídica el ligar necesariamente al mismo poder que la dictó —se
entiende, mientras éste no la derogue con carácter genera!, en uso de una
competencia de igual rango que la que había originado la norma anterior
—. El poder jurídico está ligado por las normas vigentes; y sólo obra
jurídicamente .en la medida en que se acomode a ellas y dentro de las
facultades que las mismas le conceden. Es, pues, característico del Derecho
el constituir una ordenación regular, inviolable, estable (en tanto no sea
derogada) que, mientras rige, ata por igual al subdito y al poder. En
cambio, el mandato arbitrario consiste en actos de fuerza que no se fundan
en ningún criterio previo general, sino que obedecen a un fortuito antojo
de quien dispone del poder; se caracteriza por situarse por encima de toda
norma, haciendo prevalecer sobre ella un capricho, esto es,, algo no
reductible a criterio fijo.

No hay que confundir el mandato arbitrario con la resolución discrecional —


de la que tan abundantes ejemplos hay en la vida del Derecho—. En lo
arbitrario se da un puro capricho, que no responde a ninguna regla ni
principio general. Por el contrario, el poder discrecional de muchos órganos
del Derecho —jueces, gobernadores, etc.— está sometido a normas tan
inviolables como las reglas taxativamente determinadas. Todos los órganos
jurisdiccionales —jueces, funcionarios administrativos con competencia
para dictar resoluciones— es decir, los órganos encargados de establecer
normas individualizadas aportan al cumplir esta función ingredientes,
apreciaciones, estimaciones, especificaciones que no están contenidas en
las normas generales. Sin embargo, esos órganos jurisdiccionales, al llevar
a cabo su función, que siempre tiene unas dimensiones creadoras, deben
operar conforme a criterios objetivos, de acuerdo con las valoraciones
sobre las cuales se fundan las normas formuladas. Esto debe ser así
esencial y necesariamente en todos los casos, porque es inherente a la
función judicial algunas dimensiones creadoras Pero además ocurre algunas
veces que las normas jurídicas generales formuladas —ley, reglamento, etc.
38
Derecho Diccionario OMEBA

— expresamente confieren al órgano jurisdiccional un amplio campo de


facultades discrecionales con el fin de que ante cada situación concreta
conjugue con los elementos de ésta los principios o valoraciones generales
para que de ese modo obtenga la solución más adecuada. En materias en
las cuales interviene una complejísima variedad de factores, el legislador
prefiere a veces no regular taxativa, minuciosa y casuísticamente la
solución que se deba dar a cada tipo de casos, sino que, por el contrario,
considera más discreto confiar al órgano jurisdiccional la ponderación de
esos factores. Ahora bien, esto no supone que el órgano jurisdiccional
pueda proceder a capricho. Por el contrario, el juez debe elaborar la
solución concreta, inspirándose en criterios objetivos, los cuales deben ser
aplicados a todos los otros casos análogos. Obrar discretamente no quiere
decir obrar arbitrariamente, sino regirse por principios generales, aplicarlos
a las particularidades de cada caso concreto, y sacar las consecuencias.
Tanto es así, que en los sistemas jurídicos más perfectos se ha introducido
el recurso contencioso-administrativo por desviación de poder, es decir, el
recurso contra la Administración pública por un acto de la misma en el cual,
aun cuando no se haya infringido ninguna ley ni reglamento y haya obrado
la Administración en el ejercicio de sus facultades discrecionales, lo ha
hecho de modo que contradijo la finalidad para la cual se le otorgaron tales
facultades discrecionales.

La diferencia entre la arbitrariedad y el Derecho consiste en suma, en. la


diferencia entre dos tipos de mando esencialmente diversos: a) el mando,
que se funda exclusivamente en la voluntad del superior, y concibe la
relación entre éste y su subdito, librada exclusivamente al antojo del
primero, como basada en la supremacía de un hombre sobre otro hombre;
y b) el mando fundado sobre una norma y regulado impersonalmente por
ésta, con validez objetiva.

En la historia de los regímenes estatales, el progreso se señala por una


serie de procedimientos y de instituciones con las que se trata de evitar la
arbitrariedad y de asegurar la legalidad de los mandatos de los titulares del
poder público. Las declaraciones de derechos del hombre y las garantías
constitucionales de éstos, la norma de que el gobierno es responsable de
sus actos, la institución del un poder judicial independiente, las regías de
procedimientos (a que deben acomodar sus actuaciones los cuerpos
legislativos, los funcionarios administrativos y los tribunales), constituyen
medios ideados para extirpar la arbitrariedad en el Estado.

Capítulo IV

PUNCIONES DEL DERECHO

1. Resolución de los conflictos de intereses. Todo Derecho tiene por


esencia como una de sus dimensiones funcionales intrínsecas, la resolución
de los conflictos de intereses por medio de normas de imposición
inexorable.

Cada persona tiene una multitud de deseos que anhela satisfacer. Como
dice el refrán, "cada quien desea poco menos que la tierra entera". Pero
mientras que los seres humanos son muchos, en cambio, solamente hay
una tierra. Así, los deseos de cada uno, esto es, los intereses de cada cual
frecuentemente caen en competencia o incluso en conflicto con los deseos
de sus prójimos. Hay competencia y conflictos entre los intereses de los

39
Derecho Diccionario OMEBA

varios seres humanos. En este sentido se entiende por interés, la demanda


o deseo que los seres humanos tratan de satisfacer, bien individualmente,
bien a través de grupos y asociaciones, bien en sus relaciones con los
demás. Como la satisfacción de todos los intereses de todos los seres
humanos no es posible, por eso hay competencia' entre los hombres en
cuanto a sus varios intereses concurrentes; y esa competencia da origen
muy a menudo a conflictos.

En principio no hay más que dos procedimientos para zanjar los conflictos
de intereses: o bien la fuerza —triunfo de quien sea más fuerte, por su
vigor- muscular, o por las armas que tenga, o por su astucia—, o bien una
regulación objetiva (es decir, que no derive de ninguna de las partes en
conflicto, sino que sea impuesta a ellas por un igual), la cual sea, obedecida
por los antagonistas.

Las normas jurídicas positivas representan precisamente la adopción del


segundo tipo de procedimiento para resolver los conflictos de intereses, es
decir, el camino de una regulación objetiva, que se imponga por un igual a
las partes en oposición, con el fin de evitar que sea la fuerza la que decida
tales conflictos ( 20) Veamos de qué modo opera el Derecho positivo. Para
zanjar los conflictos de intereses entre los individuos o entre los grupos, el
Derecho positivo obra de la siguiente manera: A) Clasifica los intereses
opuestos en dos categorías: 1, intereses que merecen protección, y 2,
intereses que no merecen protección. B) Establece una especie de tabla
jerárquica en la que determina cuáles intereses deben tener prioridad o
preferencia sobre otros intereses, y los esquemas de posible armonización
o compromiso entre intereses parcialmente opuestos.

C) Define los límites dentro de los cuales esos intereses deben ser
reconocidos y protegidos, mediante preceptos jurídicos que sean aplicados
congruentemente por la autoridad judicial o por la administrativa, en caso
necesario, es decir, en caso de que tales preceptos no sean
espontáneamente cumplidos por sus sujetos.

D) Establece y estructura una serle de órganos o funcionarios para: a)


declarar las normas que sirvan como criterio para resolver los conflictos de
intereses (poder legislativo, poder reglamentario); b) desenvolver y
ejecutar las normas (poder ejecutivo y administrativo); y c) dictar normas
individualizadas —sentencias y resoluciones— en las que se apliquen las
reglas generales (poder jurisdiccional).

En la realización de dichas tareas (esto es, en la clasificación de los


intereses, la determinación de los límites dentro de los cuales algunos
intereses merecen protección, la especificación de las prioridades y
preferencias de unos intereses sobre otros, y la formulación de esquemas
de compromiso o armonización entre intereses contrarios), operan muchos y
variados hechos sociales. También el modo de cumplimiento concreto de
esas tareas está influido por una serie de varios factores sociales.

20
Oír. Pound, B.. "A theory oí social Int?rests", en Papers and proceedings of the
American Sociological Socieiy, vol. 15, 1921; An -introduction to tfie fhilosophy of
law, 7» ed.. 1927, Yaíe University Press, New Baven; Social control thrcmgh law,
Yale University Press, 1943; "A survey oí social interests", eu Harvard Lctw Keview
Association. 1943; ."The lawyer as a social engineer", en Journal of Public Law, vol.
3, núm. 2, 1956, Emory University Law School.
40
Derecho Diccionario OMEBA

Así, los conflictos concretos de intereses y su solución dependen de cuáles


sean las situaciones sociales en que tales antagonismos surgen. Dependen
de las necesidades que las gentes sientan. Dependen de la mayor o menor
abundancia de medios naturales o técnicos para la satisfacción de esos
deseos. Dependen de las creencias o convicciones sociales vigentes sobre
lo que es justo, sobre lo que es decente y sobre lo que es honesto.
Dependen de la influencia que las ideas y los sentimientos religiosos
ejerzan sobre tales convicciones. Dependen de la acción que las tradiciones
tengan sobre tales creencias. Dependen de la intensidad mayor o menor
con que las gentes anhelan un progreso o de la fuerza mayor o menor con
que se sientan adheridas a los modos del pretérito. Dependen de las
aspiraciones colectivas que vayan pretendiendo en el ánimo de la mayor
parte de las gentes. Dependen de los peligros por los que las gentes se
sientan más inminentemente amenazadas, para la defensa contra los
cuales estén dispuestas a sacrificar otros deseos. Dependen de la
respectiva influencia que sobre la vida nacional ejerzan los varios estratos o
clases socia!&s. En suma, las pautas que se establezcan para la resolución
de los conflictos de intereses dependen de una muy variada multitud de
factores sociales, entre los cuales hay factores de ¡a naturaleza, hay
factores espirituales, hay factores económicos, hay factores de situación y
de dinamismo colectivo, y hay factores políticos. En el campo de todos
esos factores hay que distinguir entre aquellos suscitados por los
problemas que nacen de determinadas realidades sociales y concretas, tal
y como ellas son en un momento determinado, por una parte, y factores
que consisten en fuerzas dinámicas propulsoras de cambios sociales, por
otra parte, por ejemplo, ideales, aspiraciones y tendencias.

Todos esos factores actúan sobre la mente y la voluntad de quienes hacen


el Derecho; legislador, funcionarios administrativos, entes colectivos (en la
medida en que ellos fabrican autónomamente sus propias reglas para su
vida interior), particulares (quienes en uso de la competencia que se les
conceda elaboran normas contractuales) y jueces.

La tarea del orden jurídico consistente en reconocer, delimitar y proteger


eficazmente los intereses reconocidos nunca llega a terminarse
definitivamente, sino que, por el contrario, está siempre en curso de
reelaboración. Es así, porque los intereses no reconocidos siguen hoy
ejerciendo constantemente una presión paro, obtener mañana el
reconocimiento que ayer no consiguieron. Los intereses hoy reconocidos
sólo parcialmente se esfuerzan por ampliar el ámbito de su protección.
Viejos intereses reconocidos en el pretérito, al cambiar las circunstancias, al
modificarse las realidades sociales, pierden volumen e intensidad, o
pierden título razonable para seguir siendo protegidos. Al correr de los días,
surgen nuevos intereses, aparecen nuevas demandas, que presionan al
legislador, al gobierno o a los jueces. Al transformarse las realidades
sociales, resultan a veces modificadas las relaciones entre los varios
intereses concurrentes; y sucede que esa modificación afecta a las
consecuencias que se siguen de aplicar los criterios de valoración para el
reconocimiento de loa intereses y para la reciproca delimitación de la
protección de éstos.

Per otra parte suele acontecer con frecuencia que la solución dada por el
legislador, o por el gobierno, o por ¡03 jueces, a determinados tipos de
conflictos, al ser llevados c. la práctica, produce resultados contrarios a los
que se quería, o se muestra como ineficaz ¡o cual plantea tanto ni
41
Derecho Diccionario OMEBA

legislador como a los tribunales el problema de rectificarlos criterios antes


establecidos.

Los órganos del Derecho (legislador, gobierno, jueces) se hallan también


ante el conflicto entre las fuerzas sociales que desean conservar lo que
ellos llaman el orden social, el cual suele ser una especie de cuadro
idealizado del orden del pretérito, por una parte, y por otra parte, las
fuerzas que pugnan por establecer un nuevo orden social más de acuerdo
con las necesidades del presente y con las tareas a cumplir en el próximo
futuro, así como más de acuerdo con las exigencias de la justicia.

Nótese que el Derecho trata de resolver o zanjar los conflictos de intereses


no de un modo teórico., sino de una manera práctica eficaz, es decir, de tal
manera que la solución que él da a tales conflictos sea cumplida
necesariamente, forzosamente. Es decir, el Derecho impone, sus
soluciones, sus pautas, sus normas, de un modo inexorable, irrefragable,
sin admitir la posibilidad de rebeldía. O expresado con otros términos, las
normas jurídicas son coercitivas, no admiten en principio libertad de
dejarlas incumplidas; en caso de rebeldía, son impuestas, si fuese
menester, mediante la violencia física. Por eso el Derecho es dictado y
aplicado por la organización social que quiere ser más fuerte que todas las
más fuertes, puesto que sus decisiones deben ser impuestas no sólo a los
débiles, sino incluso a los más fuertes, es decir, el Derecho es dictado y
aplicado por el Estado, el cual sociológicamente se define como la
organización política que intenta crear un poder capaz de imponerse a
todos, incluso a los más fuertes.

Que el Derecho sea dictado y aplicado por el Estado no quiere decir que los
contenidos del Derecho sean siempre efectivamente elaborados por Ion
órganos del Estado. Quiere decir meramente que los contenidos de !as
normas jurídicas, los cuales pueden ser elaborados no sólo por los oréanos
del Estado (legislador, gobierno, jueces), sino también por la sociedad —
normas consuetudinarias—, por los particulares —normas contractuales—,
por los entes colectivos —estatutos—, son aceptados corno Derecho por el
Estado, es decir, por los órganos de éste, los cuales hablan en su nombre.

La variadísima multitud de intereses que demandan protección jurídica


podría reducirse a dos tipos principales: intereses de libertad —estar libro
de interferencias, de obstáculos, de ataques, de peligros, en una serie de
aspectos de la vida material y espiritual, individual y social—; e intereses
de cooperación —obtener la ayuda o asistencia de otras personas,
individuales o colectivos, privadas o públicas, para la realización de
múltiples y varios fines humanos, que no pueden ser cumplidos, o que al
menos no pueden ser cumplidos satisfactoria o suficientemente, sin dicha
colaboración, A estas dos categorías, libertad y cooperación, se reducen
todos los variadísimos intereses humanes que demandan protección
jurídica. Podría decirse que el Derecho actúa a veces como tapia o cerca,
que devengue el ámbito de la libertad contra indebidas intromisiones, y
otras veces como visagra o engranaje, que articula en obra de
colaboración las actividades de dos o más individuos.

Pero a quienes deseen obtener un cuadro más detallado de los varios tipos
concretos de intereses humanos que claman por protección jurídica, tal vez

42
Derecho Diccionario OMEBA

sea oportuno ofrecerles un resumen de la clasificación más detallada que


de esos intereses hace Roscoe Pound (21).

A) Intereses individuales, los cuales comprenden los relativos a la


personalidad (vida, integridad corporal, salud, libertad frente a la coacción
y el engaño, libertad de domicilio, libertad de locomoción, libertad de
contratación, libertad de creencia y de opinión, libertad de trabajo,
reputación, etc.). Pero cada uno de esos intereses tropieza a veces con otros
intereses también reconocidos, y, por lo tanto, requiere limitación. Así, por
ejemplo, los intereses de libertad de contratación y de trabajo caen en
competencia con las demandas de los obreros, mantenidas por los
sindicatos. De tal guisa, se han planteado problemas difíciles, tanto para el
legislador como para los tribunales de justicia. Entre los intereses
individuales figuran también los concernientes a las relaciones familiares
(de ambos esposos, demandando que los extraños no se interfieran en la
esfera de sus relaciones; de un esposo frente al otro; de los hijos frente a
los padres y de los padres frente a los hijos; etc.). Pertenecen también al
grupo de los intereses individuales las demandas o deseos de carácter
económico (propiedad; cumplimiento de contratos; etc.).

B) Intereses públicos, por ejemplo, los intereses del Estado en tanto que
tal, es decir, en tanto que la organización política puede tener
determinadas necesidades.

C) Intereses sociales, por ejemplo, la paz y el orden, la seguridad general


(la cual comprende también la seguridad en la eficacia de todas las normas
jurídicas), el bien común (la interpretación del cual plantea graves
problemas cuando parece entrar en competencia con ciertos intereses
individuales, algunos considerados superiores al bien común, pero otros
tenidos por inferiores a éste), progreso y difusión culturales, decencia
pública, conservación de los recursos sociales, existencia de un orden
social que provea a todos con oportunidades en todos los campos, etcétera.

2. La función de seguridad y la función de cambio progresivo.


Mediante el Derecho positivo los hombres tratan de asegurar la realización
de los valores cuyo cumplimiento consideran indispensable en la vida
social. Todo orden jurídico positivo en- general, y cada norma jurídica en
particular, se inspiran en determinadas valoraciones, esto es, tratan de
proteger efectivamente lo que los hombres de una cierta sociedad
consideran como justo, y todos los demás valores implicados por esa
concepción de la justicia.

Ahora bien, en tanto que la protección y la realización de esos, valores se


intenta mediante el orden jurídico positivo, con ello se trata de obtener
alguna certeza y alguna seguridad respecto de que una serie de relaciones
sociales quedarán reguladas de un modo definido y que tal regulación será
garantizada de una manera efectiva (22).
21
Cír. Pond. B.. Social control through law paga 08 y slgs., Yale Unlversity PTCSK,
1943

22
Véase Recaséns SIches. L.. Vida humana. Sociedad y Derecho, 3» ed., cap. 6,
Porrúa, México 1953: Nueva filosofía de la interpretación del Derecho, cap. 7. Fondo
de Cultura Económica, 1956; Tratado general de sociología, páginas 271. 272. 555
43
Derecho Diccionario OMEBA

Así, pues, resulta que, aunque el Derecho positivo se inspira en valores de


contenido (por ejemplo, justicia, bien común, etc.), y se considera que está
justificado en la medida en que cumpla las exigencias de tales valores
hasta donde sea humanamente posible, no obstante, el Derecho nace
originariamente en la vida humana para colmar una urgencia de certeza y
seguridad en determinadas relaciones sociales, que son reputadas de
máxima importancia.

Así, pues, lo jurídico no radica en el qué, sino en el cómo. Entre los


múltiples quehaceres individuales y sociales que se proponen los hombres
de una determinada sociedad, hay algunos que son reputados por éstos
como necesarios, como de ineludible realización, mientras que otros,
aunque considerados como importantes, son dejados a la libre iniciativa de
individuos y grupos. Los primeros, es decir, los fines considerados como de
indispensable cumplimiento, son perseguidos mediante el Derecho, son
convertidos en contenido de una normación jurídica, esto es, dotada de
impositividad inexorable, precisamente para establecerlos de modo cierto, y
para asegurar de manera efectiva su cumplimiento. Los otros fines, esto es.
aquellos que, aunque importantes, no son estimados como de
imprescindible o de perentoria realización, quedan confiados a la buena
voluntad de las gentes, son fines meramente sociales, que permanecen
extramuros de la regulación jurídica. Así, pues, hay muchos fines cuya
consecución puede intentarse por varios medios. La regulación jurídica es
uno de esos medios, pero no el único; la regulación jurídica es el medio con
el que se pretende dar certeza y seguridad a la realización de unos
determinados fines.

Desde un punto de vista formal, lo jurídico no es un concepto de finalidad,


sino que es el concepto de un especial medio, el cual puede ser puesto al
servicio de muy varias finalidades.

Esto no supone que, desde el punto de vista de la valoración, de la


estimativa jurídica, no haya distinción entre fines malos y fines buenos. Por
el contrario, la hay y muy definida; y, además, desde el punto de vista de
la estimativa jurídica, no todos los fines buenos podrán ser perseguidos
jurídicamente, pues hay muchos valores —por ejemplo, los religiosos y los
morales puros— cuya realización no es lícito promover mediante el Derecho,
ni tiene sentido que así se pretenda. Por consiguiente, la Estimativa jurídica
determinará las directrices que deben orientar al Derecho; esclarecerá
cuáles son los supremos valores que deben ser realizados por medio del
Derecho; y, consiguientemente, establecerá qué es lo que puede
justificadamente entrar en el contenido del Derecho, y qué es lo que no
puede lícitamente constituir objeto de normas jurídicas (por ejemplo, el
pensamiento religioso y científico, frente al cual el Derecho no debe sino
garantizar su libertad, pero de ninguna manera regularlo taxativamente); y
asimismo determinará en qué casos y bajo qué condiciones pueden
determinados fines ingresar en la normación jurídica. Todo eso, sin
embargo, en nada menoscaba la afirmación de que, desde el punto de vista
formal, lo jurídico es un medio especial para dar certeza y para asegurar la
realización de aquellos fines que una determinada sociedad considera como
de cumplimiento necesario. Precisamente, lo que el Derecho tiene
formalmente de Derecho —por ejemplo, su nota de impositividad

y 556, Porrúti. México, 1956: Soler. 8. . ob. cft. . págs 17 y slgs.


44
Derecho Diccionario OMEBA

inexorable, o coercitividad— es lo que tiene de orden seguro, esto es, de


cumplimiento garantizado.

El hombre no tan sólo experimenta el dolor de la inseguridad frente a la


naturaleza, sino que también se plantea análogo problema respecto de los
demás hombres; y siente la urgencia de tener a qué atenerse en relación
con sus prójimos: la urgenci-- de saber cómo se comportarán ellos con él, y
de saber qué es lo que él debe y puede hacer frente a ellos. Ahora bien,
precisa no sólo saber a qué atenerse sobre lo que debe ocurrir, sino
también saber que esto ocurrirá necesariamente; es decir, necesita.certeza
sobre determinadas relaciones sociales, y además seguridad de que la
regla se cumplirá a todo trance, porque, si fuese menester, habrá de ser
aplicada por la fuerza, esto es, inexorablemente.

Claro que con la certeza y seguridad no basta, porque lo que importa es


certeza y seguridad en la justicia. La justicia y el séquito de otros valores
por ella implicados tienen un rango considerablemente más alto que la
seguridad. Pero la seguridad, que es notoriamente muy inferior a aquellos
otros valores, constituye, sin embargo, el valor funcional de lo jurídico. Y
aún puede decirse que, hasta cierto punto, la realización de un mínimum
de seguridad constituye una condición para que pueda haber justicia. En
este sentido se dice que, siendo la seguridad un valor inferior, sin
embargo, es un cimiento necesario para que reine un orden justo en
términos generales dentro de la sociedad.

Así, pues, la seguridad es la motivación inicial Q la razón de ser formal del


Derecho, el valor funcional de éste, aunque no sea su fin supremo.

Sin embargo,, no debe entenderse esta función de certeza y seguridad en


términos absolutos. Por el contrario, hay que pensarla sólo con un alcance
limitado y relativo.

Esto es así por las siguiente razones: 1) Aunque los hombres elaboran el
Derecho positivo movidos por el deseo de obtener alguna certeza y
seguridad en determinadas relaciones sociales, lo que les importa no es
cualquier certeza y seguridad, sino precisamente certeza y seguridad en lo
que entienden como pautas de justicia. 2) Aunque el deseo de seguridad es
uno de los afanes fundamentales de la vida humana, no es el único de
éstos, sino que coexiste con otros deseos de tipos contrarios, tales como el
anhelo de cambio, la aspiración de mejora y progreso.

En efecto, sucede que si bien por una parte el Derecho sirve a un propósito
de certeza y seguridad, por otra parte sirve también a las necesidades
suscitadas por el cambio social y por los deseos de progreso.

Así, pues, el Derecho, por una parte pretende ser estable, mas por otra
parte no puede permanecer invariable, sino que, por el contrario, debe ir
cambiando al compás de las nuevas circunstancias y necesidades sociales.
La seguridad perfecta equivaldría a la absoluta inmovilidad de la 'sociedad.

El cambio constante, sin ningún elemento y formas estables, haría


imposible la social.

De esta suerte, aunque el Derecho se propone crear un orden cierto y


seguro, hay inevitablemente un margen de incertidumbre y de inseguridad
en todo sistema jurídico, para que éste pueda irse adaptando a los cambios
45
Derecho Diccionario OMEBA

de la realidad social, y también para que pueda ir progresando en el


sentido de un mayor acercamiento a los valores que intenta realizar.

Ese margen de incertidumbre e inseguridad en el Derecho existe: A) A


veces y en alguna medida en cuanto al resultado del proceso jurisdiccional
(judicial o administrativo), en cada caso concreto. B) También en cuanto al
hecho de que la producción legislativa de normas jurídicas nunca cesa, sino
que, por el contrarió, sigue siempre en movimiento, abrogando viejas
reglas, substituyéndolas por otras y dictando nuevas reglas.

Para comprender y explicar el proceso social de formación y


desenvolvimiento del Derecho, es preciso tener a la vista esos dos
aspectos: el hecho de que los hombres al producir Derecho tratan de dar
certeza y segundad a determinadas relaciones interhumanas; y el hecho de
que a pesar de que el orden jurídico tiene una función estabilizadora de
determinadas relaciones sociales, sin embargo, no puede substraerse a las
necesidades de cambio, suscitadas por el cambio social, por el nacimiento
de nuevas necesidades, por la modificación de antiguos menesteres y por
la aparición de nuevas circunstancias.

3. Organización del poder político. El Derecho, para zanjar los conflictos


de intereses, necesita no solamente un criterio para resolver tales
conflictos, sino que además necesita estar apoyado por el poder social que
quiere ser más fuerte que todos los demás poderes sociales, es decir, por el
poder político, o sea por el Estado. Ahora bien, el Derecho satisface
también la necesidad de organizar este poder político, esto es, el poder del
Estado. El Derecho precisamente organiza la serie de órganos competentes
que hablan y actúan en su nombre.

Ahora bien, si por una parte el Derecho positivo vigente es realmente tal
Derecho positivo vigente de un modo efectivo, porque lo apoya el poder del
Estado, por otra parte acontece también que el poder del Estado está
organizado y ungido por el Derecho, o, dicho con otras palabras, el Derecho
es uno de los ingredientes más importantes del poder del Estado. En efecto,
el poder del Estado se apoya sobre una serie de hechos sociales; es poder
estatal, precisamente porque es el resultado de los poderes sociales más
fuertes; pero, a su vez, el Derecho da al poder del Estado su título de
legitimidad, su fuerza moral y su organización.

4. Legitimación del poder político. El Derecho no sólo organiza el


poder político; además, lo legitima. A este respecto observa Francisco Ayala
(23 ) que "en el Derecho el puro acto técnico de la dominación del hombre
por el hombre queda cohonestado, ingresando en la esfera de los valores
espirituales: el Derecho legitima al poder político en cuanto que lo organiza
según criterios de justicia. El valor justicia es, pues, en términos absolutos,
el principio de legitimación del orden político-social, lo que hace de él un
orden jurídico. Eso, en términos absolutos, y desde la perspectiva del
Derecho mismo. Mas, como la sistematización en que éste consiste tiene
carácter histórico y está respaldada en último término por aquella
estructura de poder que ella viene a organizar jurídicamente, el ingreso del
hecho técnico de la dominación en la esfera espiritual se cumple, no en la
invocación directa de la Justicia según sus concepciones abstractas (que ya
supone de por sí una actitud cultural contingente, a saber, la actitud

23
Cfr. Ayala, F., Tratado de sociología, t. 2, pág. 420, Losada, Bs. Aires.
46
Derecho Diccionario OMEBA

racionalista), sino en la intuición directa de lo espiritual a partir de una


determinada conexión de realidad.

Así, los principios de legitimación del poder aparecen funcionando al


mismo tiempo como principios inmediatos de la organización del Derecho".

5. Limitación del poder político. La organización del poder por medio


del Derecho implica una limitación de ese poder.

En efecto, un poder no organizado, no sometido a determinadas formas, no


especificado en una serie de competencias, sería un poder que llegaría tan
lejos como llegase la influencia efectiva, que ejerciera en cada momento
sobre sus súbditos. La existencia de ese poder no organizado y su alcance
en cada momento dependerían exclusivamente de cuál fuese la influencia
que de hecho ejerciese en cada instante en la conducta de las gentes sobre
las cuales tratase de imperar. El alcance de tal poder no estaría limitado
nada más que por los límites de su propia fuerza: llegaría en cada instante
hasta donde llegase esa fuerza; en ocasiones sería tal vez abrumador, y
carecería de límites; otras veces, cuando fallase total o parcialmente su
influencia efectiva, o llegaría a no existir en aquel momento, o su alcance
vendría a ser muy corto cuando fallara en parte. La organización jurídica
del' poder, como ya se expuso, dota a éste de una mayor estabilidad, de
una mayor regularidad; pero al mismo tiempo limita el alcance de ese
poder, porque tal alcance está definido, determinado, delimitado por el
Derecho, y, consiguientemente, no puede ir más lejos de lo establecido en
el Derecho, en tanto quiera permanecer como poder jurídico, y no quiera
intentar ser un poder arbitrario.

Capítulo V

EL DERECHO COMO HECHO SOCIAL

1. El Derecho como efecto de unos hechos sociales y como causa de


otros hechos sociales. El Derecho en su producción, en su
desenvolvimiento, en su cumplimiento espontáneo, en las transgresiones
que sufre, en su aplicación forzada, en sus proyecciones prácticas, se
muestra como un conjunto de hechos sociales (24).

Las gentes se afanan, en sus movimientos políticos, por la configuración del


Derecho en un determinado sentido. En esos procesos sociales encaminados
a la gestación y desenvolvimiento del Derecho pesan o influyen: las
tradiciones de unos determinados modos colectivos de vida; las
necesidades presentes; las creencias religiosas; las convicciones morales;
las ideas políticas; los intereses económicos; las representaciones
colectivas que los hombres tienen de la nación, de la región, de la aldea, de
la humanidad; los sentimientos familiares; los sentimientos colectivos de
reparación, de esperanza y de preferencia de que están animados,
etcétera. Todos estos fenómenos constituyen hechos sociales que
producen cómo efecto el hecho social del Derecho.

Hay hombres que obran por su voluntad de determinada manera y no de


otra, precisamente porque el Derecho positivo vigente prescribe aquella
conducta. Con eso practican modos sociales de comportamiento.

24
Véase Recaséns Biches. L.. Tratado general de sociología, cap. 31 ("Socioloeia flél
DereeMó"}. Porrúa-, México, 1956.
47
Derecho Diccionario OMEBA

Gracias al Derecho, muchas personas pueden realizar actos que serian


incapaces de cumplir, si tuvieran que contar exclusivamente con sus
propias fuerzas naturales.

Por ejemplo: envían dinero a países lejanos mediante un cheque o una


transferencia bancaria; un teniente domina sobre una compañía; un agente
de tránsito detiene la circulación; el propietario de un terreno lo es aunque
no esté asentado materialmente en él: etcétera. En todos esos hechos, y en
la innúmera multitud de otros similares nos hallamos con actos humanos
que producen determinados efectos, no por sí mismos, sino en virtud de
una organización jurídica.

Hallamos también el ingrediente jurídico efectivo, sólo que en otra forma,


en aquellas conductas ilegales, cuyos autores están dominados por la
preocupación de eludir las consecuencias que el Derecho prescribe para
tales comportamientos.

En todos los aspectos presentados por las consideraciones anteriores,


quedan claras dos cosas: A) El Derecho, que existe en determinado
momento, constituye el resultado de un complejo de factores sociales.

B) El Derecho, que desde un punto de vista sociológico, es un tipo de


hecho social, actúa como una fuerza configurante de las conductas, bien
moldeándolas, bien interviniendo en ellas como auxiliar o como palanca, o
bien preocupando en cualquiera otra manera al sujeto agente.

2. El Derecho vigente como resultado del poder social


predominante. De modo directo e inmediato, el sistema del Derecho
vigente en un determinado pueblo y en un cierto momento, se apoya sobre
un fenómeno de poder social. Debajo del sistema jurídico-positivo hay,
como cimiento de éste, un hecho de poder, consistente eh una realidad
social, que. en la resultante de sus fuerzas, hizo nacer efectivamente ese
sistema de Derecho: el hecho constituyente, el poder constituyente.

No se malinterprete esta observación, en el sentido de que el poder sea la


.fuente material del Derecho, muchísimo menos en el sentido de que el
poder, por el mero hecho de serlo, implique la legitimación de todos sus
mandatos. Por encima de la realidad bruta de los hechos hay desde luego
criterios ideales, pautas axiológicas, principios éticos. Sólo esos principios o
criterios pueden servir como justificación intrínseca de las normas
jurídicas. Consiguientemente, se puede y se debe juzgar los hechos,
declarando legítimos o justos aquéllos que hallen fundamento en los
principios éticos, y tachando de injustos, de indebidos, o incluso do
monstruosos, aquellos otros hechos que constituyan una negación o una
contradicción de los criterios de valor. El poder triunfante por e) mero hecho
de ser tal. no tiene necesariamente que ser considerado como bueno, o
como justo. Puede ser bueno y justo, si su conducta se amolda a los
dictados éticos. Mas, si, por el contrario, su comportamiento contradice
aquellos principios éticos, habremos de considerarlo como malo o como
injusto, aunque sea de hecho el poder que prevalezca. Esto es verdad.
Pero es también verdad que una norma jurídica rige como vigente no por
razón de su justicia intrínseca, sino sólo cuando está efectivamente
apoyada por el poder social predominante, es decir, por el poder social que
impera sobre todos los demás» esto es, por el poder político electivo, por
el Estado. Lo que da justicia a un Derecho es su concordancia con los

48
Derecho Diccionario OMEBA

valores, su adecuación las pautas éticas. Pero lo que da realidad de orden


vigente, de norma imperante efectivamente, a un Derecho, es el hecho de
que esté sostenido y apoyado por el poder social más fuerte. El mejor
esquema de Derecho ideal no obtiene vigencia simplemente por virtud de
ser muy valioso.

La vigencia deriva del poder social que lo apoye y que, llegado el caso, lo
imponga contra los individuos remisos o rebeldes.

No hay ninguna regla jurídica que por virtud de su bondad intrínseca


adquiera vigencia efectiva y sea impuesta de un modo inexorable. Una
regla jurídica se convierte en norma vigente, cuando la apoya y la impone
el poder social más fuerte, el poder del Estado.

Adviértase, por otra parte, que poder social no es sinónimo de fuerza bruta.
Nada de eso. Todo poder social es en última instancia un poder psicológico
de influencia sobre las gentes. Y, por tanto, además, en muchos casos, la
influencia que las valoraciones ejercen en ¡a actitud y en la conducta de
los hombres llega a constituir un ingrediente muy importante del poder
social.

Ahora bien, lo que importa subrayar ahora es el hecho de que la


implantación de las bases de un sistema jurídico-positivo se produce en
virtud de un hecho constituyente, por ejemplo: la fundación de un Estado;
o, tras la ruina del régimen anterior, mediante un hecho revolucionario, la
construcción de otro Estado nuevo, que viene a sustituir al precedente.

Adviértase que si un sistema de ordenación jurídica no consigue ninguna


eficacia en la realidad, si no es apoyado por un hecho de poder como
resultado preponderante de las voluntades del pueblo, si no es aceptado y
cumplido ordinariamente por la inmensa mayoría de los ciudadanos,
entonces: esa ordenación no puede ser considerada como Derecho vigente.

Lo expresado en el párrafo anterior se refiere a un sistema de ordenación


jurídica tomado en su conjunto; y no a la cuestión respecto de una cierta
norma singular, lo cual constituye un problema diferente. Saber si una
determinada norma es o no Derecho vigente constituye una pregunta que
debe ser contestada por la ciencia dogmática y técnica del Derecho positivo
Esta ciencia, para dar respuesta a tal pregunta, operará: a) según los
criterios lógico formales que determinan si esa norma en cuestión
pertenece o no al sistema jurídico positivo, es decir, averiguará si ha sido
dictada o reconocida por el órgano que según ese sistema está autorizado
para ello y dentro de la esfera de competencia de éste; y b) según los
criterios de la interpretación, a la te de la cual se esclarezca si una
supuesta norma, en apariencia vigente, es aplicable o no es aplicable al
caso planteado, y si lo fuese, cuál es el alcance concreto que debe
atribuírsele para dicho caso singular.

Mas, por el contrario, si lo que se pregunta no se refiere a la validez de una


norma singular, sino que se plantea la interrogación sobre la vigencia de la
totalidad del sistema de Derecho, entonces este problema no puede ser
resuelto acudiendo a criterios formales de lógica jurídica, ni tampoco a los
esclarecimientos de la interpretación, sino que tiene que ser solventado a la
luz de la realidad social. Es decir, un sistema de Derecho está vigente,
porque se ha producido un hecho de poder social que creó sus bases, esto
es, que creó su cimiento, y además porque perdura el apoyo de ese poder.
49
Derecho Diccionario OMEBA

Pero la actuación de ese hecho de poder social la hallamos no solamente


en el momento de la fundación de un Estado o sistema de Derecho positivo,
sino que además la encontramos también en todas las etapas posteriores.
Para que el sistema de Derecho positivo, que nació mediante un hecho de
poder social, siga como vigente en etapas posteriores, es necesario que en
estas exista una realidad de poder colectivo que siga apoyando dicho
sistema. Cuando esa realidad falta, entonces se derrumba o se disuelve la
efectividad del sistema jurídico positivo: o se entra en una fase de
anarquía; o se produce un hecho revolucionario, a través del cual aquel
orden jurídico anterior, falto de apoyo, es sustituido por otro nuevo, que
consiga efectivo sostén.

La realidad de poder, qué crea, mantiene, o, en su caso derriba el Derecho


positivo y engendra la sustitución de éste, se compone dé una serie de
hechos sociales múltiples y varios. Fundamentalmente, ese fenómeno real
de poder consiste en el resultado efectivo de las voluntades o, mejor dicho,
de las conductas de los hombres que integran el Estado; y consiste además
en la existencia de una unidad efectiva de decisión suprema sobre la
regulación jurídica de la vida común. No se trata, de ninguna manera, de
una voluntad colectiva en el sentido literal de estas palabras, entendida
místicamente como una entidad aparte e independiente de los hombres que
componen el Estado y de sus voluntades propias. Por el contrario, se trata
solamente de una efectiva resultante unificada de la conjunción de factores
que integran la asociación política. Entre todas las voluntades de los
hombres —muchas veces diversas y aun contradictorias— surgen procesos
que vienen a desembocar en una determinada dirección unitaria, la cual
aparece como resultante decisiva, como producto último, formado a través
de todos los mecanismos que integran la colectividad política estatal.

Así, pues, la norma básica de un sistema jurídico-positivo, el cimiento de


un Estado es la expresión normativa del hecho social de un poder
predominante; el cual, a su vez, es el resultado de un complicado conjunto
de procesos sociales. Todo el edificio jurídico-positivo descansa, en su base,
sobre la realidad política que constituye la instancia suprema de la decisión
colectiva.

Tales realidades social-políticas son solamente la fuente generadora


originaria del sistema jurídico-positivo, sino que son además la fuente que,
después de ya fundado o establecido este sistema, sigue dándole vigencia.
No basta con que haya sido creado un sistema de Derecho positivo.

Para que éste siga existiendo como realidad, es necesario que continúe
teniendo el apoyo de la resultante decisiva del poder social.

Pero hay más todavía. Esos hechos político-sociales influyen en la


configuración de los ulteriores desarrollos normales del sistema de
Derecho positivo, es decir, operan sobre los sucesivos desenvolvimientos
de éste dentro de los marcos por él establecidos. Un orden jurídico-positivo
no es, mientras está vigente, un producto fósil, un cuadro invariable y
estático; sino que, por el contrario, es un sistema que se desenvuelve, es
un mecanismo en movimiento, que va innovando y reformando algunas de
sus partes y creando nuevas formas. Estos desarrollos, estás reformas e
innovaciones, pueden explicarse desde el punto de vista formal de una
pura lógica jurídica, mediante la teoría de Kelsen de las delegaciones
escalonadas o jerarquía de los órganos: la Constitución establece quién
50
Derecho Diccionario OMEBA

tiene la potestad legislativa y dentro de qué márgenes; las leyes determinan


quiénes poseen la facultad de dictar reglamentos; aquéllas y éstos
confieren competencia a las personas particulares para la creación de
normas concretas en los negocios jurídicos, verbigracia en los contratos; y
las leyes y los reglamentos otorgan también facultades a los funcionarios
ejecutivos para dictar resoluciones administrativas y a los tribunales para
dictar sentencias. Ahora bien, nótese que este sistema de jerarquía de las
normas o de escalonamiento de las delegaciones de competencia jurídica
para dictar los diversos grados de normas —sistema que está muy bien
visto por la teoría pura del Derecho— no es, por sí mismo, desde el punto
de vista formal, un sistema vivo que posea efectivamente dentro de sí
propio la fuerza efectiva de su dinamismo.

Por el contrario, hemos de reconocer que este sistema se pone en


movimiento por la acción de fuerzas sociales efectivas. Esas fuerzas
sociales son las que, dentro de los cauces formales del sistema jurídico-
positivo, determinan y configuran los contenidos de las nuevas normas que
se van produciendo en éste. Veamos un poco más de cerca este proceso.

Sucede que, en virtud de las normas positivas básicas, que son la clave del
sistema, los órganos del Estado tienen una esfera más o menos amplia de
facultades discrecionales para dictar las normas, cuyo establecimiento les
está delegado. Así, por ejemplo, el poder legislativo ordinario posee la
facultad de dictar leyes, en la forma preestablecida por la Constitución y
dentro de las directrices de contenido trazadas por ésta —en el caso de
que la Constitución señale orientaciones en cuanto al contenido de las
leyes futuras, lo cual sucede algunas veces. Pero, adviértase que, dentro de
las formas prefijadas e incluso dentro de las orientaciones prescritas por la
Constitución, cabe un amplio repertorio de contenidos posibles; es decir,
resulta lícito dictar sobre una misma materia leyes de contenido diferente,
todas ellas de acuerdo con los requisitos constitucionales de forma y
fondo. Así, pues, el legislador, dentro del margen de discrecionalidad que le
confiere la Constitución, dicta una ley con determinado contenido y no con
otro, sencillamente por el hecho de que en la constelación de factores
político-sociales fue esta orientación la que triunfó y no otra. Dentro de una
misma Constitución y siempre con estricto respeto a ella, pueden gobernar
igualmente un partido avanzado que un partido moderado; y en cada uno
de esos dos casos, la legislación que se produzca será diferente aunque
ambas respeten los principios constitucionales. El hecho de que gobierne un
partido o que gobierne otro es algo que no se puede explicar a la exclusiva
luz de la teoría formal del Derecho. Tal hecho es simplemente el efecto de
que en las elecciones para el poder legislativo triunfó un partido o triunfó
otro. Resulta, pues, que los contenidos de las leyes vienen determinados —
dentro del esquema formal del Derecho— por acontecimientos políticos, en
los que se entrecruzan diversas necesidades, múltiples y diferentes
aspiraciones, varias fuerzas sociales y fenómenos de poder de diversa
índole.

La acción de los hechos social-políticos en la determinación de los


contenidos de las normas jurídicas- se manifiesta no solamente en el caso
de las leyes dictadas por el Parlamento, las cuales están influidas
directamente por la constelación política, sino que se produce también
respecto de los reglamentos, de las resoluciones administrativas y de las
sentencias judiciales. Así, el hecho de que entre los varios reglamentos —
que es posible dictar dentro de los cauces ordenados por la Constitución y
51
Derecho Diccionario OMEBA

por las leyes— un ministro elija uno determinado y no otro se funda y se


explica por una cierta situación social-política.

Los hechos social-políticos ejercen influencia también sobre las sentencias


judiciales. En efecto, sucede que el sentido de las leyes y reglamentos tiene
que ser integrado o completado mediante una articulación de esas normas
con los modos vigentes de vida colectiva. Así, por ejemplo, cuando la ley
habla del pudor, o de la ganancia lícita, o de las exigencias de la economía
nacional, o de la existencia digna del trabajador, muchas veces no contiene
una definición de esos conceptos; y entonces sucede que expresa o
tácitamente se remite a las valoraciones sociales que están vigentes sobre
tales puntos en un determinado lugar y en un cierto momento. Esas
convicciones colectivas sobre tales materias y sobre otras muchas análogas
son hechos sociales, que están influyendo en la determinación de las
normas jurídicas concretas que se dictan en las sentencias judiciales.

Por otra parte, sobre todas las fuentes productoras de normas jurídicas, lo
mismo sobre las que emiten leyes, reglamentos, como también sobre las
que dictan disposiciones concretas, influyen los procesos de la opinión
pública, los cuales son hechos sociales. El partido o la coalición de partidos
que ocupa el poder puede modificar su línea de conducta, por la presión de
la opinión pública. Pero incluso el juez que quiera ser más respetuoso de la
ley positiva experimente el influjo de la opinión pública sobre las
operaciones interpretativas que ha de realizar.

Queda, pues, claro que, por debajo del ordenamiento jurídico-positivo


vigente, existe una realidad, que lo produce inicialmente, que lo mantiene
después, que lo va reelaborando en lo sucesivo de modo constante, y que
lo condiciona en todo momento.

El Derecho aparece, por tanto, como resultado de una serie de procesos


sociales.

Las normas jurídicas positivas son la cristalización de un conjunto de


procesos colectivos, de aquellos procesos que las han engendrado
efectivamente, y que les han dado no sólo su vigencia, sino también su
contenido. Esto se advierte, como ya se ha mostrado, no sólo en la base
fundamental del sistema jurídico-positivo, sino también en las leyes, en los
reglamentos, en el Derecho particular gestado en la contratación y en otros
negocios jurídicos, en el de los entes autónomos, en el Derecho concreto
expresado en las resoluciones administrativas y en los fallos judiciales; y se
advierte también en las reglas consuetudinarias.

Sería grave error interpretar el fenómeno de poder social predominante


como mera relación de violencia material. El poder social es cosa muy
distinta de la fuerza física.

Aun cuando al poder jurídico le sea dada esencialmente la facultad de


acudir a resortes de fuerza material para imponer el cumplimiento de una
norma al rebelde individual, el poder jurídico no es fuerza física. Los resortes
de fuerza corporal y mecánica son meros instrumentos que maneja el
poder jurídico, precisamente por ser pode r jurídico.

El poder social es cosa muy distinta de la fuerza física. Aun cuando el


poder social aparezca manejando resortes de fuerza corporal y mecánica,
éstos no constituyen la raíz del mismo, sino meros instrumentos que
52
Derecho Diccionario OMEBA

maneja el poder, por ser precisamente poder social, ya que de otro modo
no los tendría a su disposición. En definitiva, el poder social se funda sobre
factores de conciencia. No consiste puramente en la posesión de vigor
corporal, de armas y de otros elementos materiales, sino en la obediencia
de las personas que manejen las armas y que acepten el dinero como medio
de pago.

Todo poder social se apoya, en último término, en el reconocimiento del


mismo por quienes a él se someten.

Sin embargo, hay que registrar que a veces ocurre por desgracia el hecho
de que el dominador político, explotando la fuerza que le proporciona una
organización rígida, logra la sumisión forzada de una colectividad cuyos
componentes se le han vuelto hostiles en su mayoría; y ocurre así, porque
el dominador posee el resorte de la disciplina y la fuerza de la inercia que se
da en una organización, palancas ambas de las cuales carecen los
individuos aislados, de modo que éstos son llevados a servir de
instrumento de aquel poder, que repudian en el fondo de su conciencia.
Pero estos casos de poder social no elaborado ni apoyado efectivamente
sobre la auténtica realidad social, sino logrado bien por la violencia, bien
por la argucia de una organización que anula las oposiciones —en cuanto
impide que éstas se conecten—, llevan dentro de sí el germen de su
inevitable derrumbamiento. Cuando se da un radical divorcio entre el poder
que triunfó por la fuerza —o que se mantiene artificiosamente— y el sentir
auténtico de la comunidad nacional, entonces ese poder está condenado a
marchitarse, cuando no a derrumbarse estrepitosamente. ; Cuando el poder
social se halla fundado casi exclusivamente sobre la mera brutalidad de la
fuerza física o sobre el terror inspirado por ésta, entonces, tal hecho no
constituye propiamente un mando jurídico, no es la expresión de un
auténtico poder social, sino que es un caso monstruoso de pura agresión
contra un pueblo.

Cierto que a veces nos encontramos con hechos de poder social fundado
casi exclusivamente sobre la mera brutalidad de la fuerza material o sobre
el terror inspirado por ésta. Pero tal hecho no constituye propiamente un
mando jurídico, no es la expresión de un auténtico poder social. Quien
cuente exclusivamente con la brutalidad de una fuerza material prepotente
podrá dirigir una agresión contra un pueblo, y aun sostenerla durante algún
tiempo; pero propiamente no ejercerá un mando jurídico sobre él. Y a la
postre, su reinado será efímero, ya que el mando no puede apoyarse sobre
las armas, ni siquiera cuando se dispone de ellas, pues incluso en este caso
el poder descansa en última instancia sobre el hecho psíquico de la
obediencia de quienes manejan esas armas.

Ahora bien, refiriéndonos a algunas realidades de nuestro tiempo


convendría hacer la siguiente observación: esta ley de que a la postre se
impone la opinión pública es siempre válida; pero puede variar
considerablemente el plazo de su cumplimiento.

En los tiempos actuales, ocurre que la realización de esa ley de gravitación


de la opinión pública puede sufrir un considerable retraso en su
cumplimiento, debido a un nuevo hecho que ha irrumpido en nuestra
época: la pavorosa potencialidad de la técnica mecánica aplicada a las
armas. Los efectos destructores de las ametralladoras, tanques, gases
asfixiantes, etcétera, son de tal calibre, que quien disponga hoy de la
53
Derecho Diccionario OMEBA

posesión de estos instrumentos, podrá mantenerse en el poder sólo por la


fuerza bruta un tiempo muchísimo más largo que el que habría aguantado
en otros tiempos. Aun cuando, desde luego, a la postre, habrá de sucumbir
al imperio de una situación de opinión pública autentica.

BIBLIOGRAFÍA. — La Indicada en el texto y notas DERECHO A LA


AUDICIÓN RADIOFÓNICA. Entre los inventos modernos, uno de los que más
auge ha tenido es la radiofonía. No existe —sobre todo en los centros
urbanos— casi un hogar que no ostente uno de estos aparatos. Ello ha
traído consigo una serie de complejidades en las relaciones individuales
que han llevado al Estado a reglamentar en cierta forma el uso de los
citados aparatos.

Casi todas las medidas tomadas son por motivos de vecindad y pertenecen
a la esfera de acción de la Municipalidad o de la Policía. Así, se ha prohibido
el uso de altavoces al exterior, no elevarse más de un volumen
determinado, sobre todo después de ciertas horas, no permitir el uso de
aparatos que interfieran las recepciones radiofónicas o imponer el uso de
dispositivos que impidan esas interferencias, etcétera. Pero, también —y
por razones de política internacional—, el Estado central interviene, como
cuando prohíbe escuchar determinadas estaciones de radiofonía de otras
naciones.

En nuestro país, se han dictado leyes y decretos reglamentando el


funcionamiento de las estaciones emisoras. Así se han promulgado, la ley
12.421 y los decretos 1895 y 33.310 del año 1944, 7507 de 1946, 9967,
17.959 y 25.004 de 1954 y 170 y 686 de 1955.

Todas las Municipalidades han reglamentado, en mayor o menor extensión,


el uso de los aparatos radiofónicos y establecidos requisitos para evitar
interferencias. (A.J.R.) DERECHO A LA COSA.25 1) El derecho a la cosa,
clásicamente conocido como jus ad rem, no ofrece un contenido invariable
a través de los tiempos, por lo que su definición debe necesariamente
modificarse según el intérprete le ubique en una época o en otra de su
evolución histórica.

Este hecho exige, por ello mismo, una mayor objetividad que la
usualmente empleada dentro del tipo ya objetivo que Informa a las voces de
esta Enciclopedia.

De otro lado, como el derecho a la cosa no se encuentra por lo general


desarrollado dentro de los diccionarios o de las enciclopedias jurídicas de
modo autónomo, en una voz especial, en gracia, a veces, de su íntima
vinculación con otros temas más extensos, esta voz deberá ser integrada
con las correspondientes a los DEEKCHOS REALES, OBLIGACIONES,
etcétera.

2) Origen. Según lo expresa una importante corriente doctrinaria, el


Derecho canónico fue el que comenzó a emplear esta figura jurídica.
Rigaud afirma al respecto que "es una creación del Derecho canónico, que
fue luego extendida al Derecho feudal y que se intentó introducir en el
Derecho civil" (El Derecho real, pág. 65, Madrid, 1928).

25
• Por el Dr. Luis M» BOPPI BOGGEHO.
54
Derecho Diccionario OMEBA

En dicho ordenamiento —prosigue— "todo oficio eclesiástico, está, por lo


regular, unido a un beneficio, es decir, a un conjunto de bienes cuyas
rentas deben asegurar la subsistencia del titular.

"El beneficiario tiene un derecho real (jus in re) sobre el conjunto del
beneficio, y cada uno de los bienes que lo componen; derecho real que le
permite hacerse con los frutos para poder cumplir el ministerio que le ha
sido confiado. Es, por otra parte, un derecho real sui generis que no debe
ser asimilado ni a la propiedad, ni al usufructo, ni a la enfiteusis, ni al feudo;
está sancionado por una acción real, y el beneficiario tiene, para hacerlo
valer, la vía petitoria y la vía posesoria" (ob. cit., págs. 65 y 66).

Este derecho era uno real pero sui generis, que se hallaba defendido por la
vía posesoria, y, también, por conducto de la vía petitoria. Además era un
derecho que se transmitía por la investidura que le confiere la posesión, lo
que se hacía mediante el procedimiento denominado colación.

Esta última no era "siempre libre para el superior eclesiástico", pues


muchas veces "el candidato al beneficio eclesiástico vacante" debía "ser
designado por una presentación o una elección, presentación que emana
de un patrón laico o eclesiástico; elección, de un cabildo" (ob. cit., pág. 66).

Una vez formalizada la elección y en el interregno entre esta última y el


acto de colación, el candidato, todavía no titular del beneficio al que se le
llama, tiene con todo un derecho. Este no es, como resulta lógico, un jus in
re, pero entraña que el beneficio se encuentra anticipadamente afectado al
candidato. Es más un derecho real imperfecto que uno personal, habiéndose
calificado "como una expectativa de derecho real", pero como su
naturaleza es bien diversa de este último, sólo fluyente en estos casos de la
colación, los canonistas del medioevo le designaron como jus ad rem en
oposición al jus in re (ob. cit., pág. 66).

Esta teoría, que se extiende hasta el otorgamiento de una acción personal


para proteger el jus ad rem, "parece haber sido creada por el Papa
Inocencio IV" (ob. cit., pág. 67).

Según expresa Gorostiaga, los canonistas introdujeron la voz jus ad rem en


sustitución de la voz romana jus in personam.

V. La reforma del Código civil argentino, t. VI, "El Código civil y su


reforma ante el Derecho civil comparado. De las obligaciones en general",
Bs. Aires, 1941, págs. 374 y sigs. , así como minuciosas citas y
transcripciones que allí se contienen.) Para Mitteis y otros autores, en
cambio, el origen del jus ad rem se encontraría en el Derecho romano y a
propósito del fideicomiso. (Consultar Mitteis, Romisduz privat recht bis auf
die ferd. Diakletians, núm. 88; etcétera.) Como puede apreciarse, el
problema del origen de esta institución se halla vinculado estrechamente al
Derecho canónico, por lo que su estudio profundizado excede
notoriamente los límites asignados a esta voz, que está circunscripta al
tratamiento de la materia en el campo del Derecho civil.

3) Según lo que hemos visto, el jus ad rem constituía un derecho


intermedio entre el jus in re —o derecho sobre la cosa o derecho real— y el
jus in personam —o jus personóle, obligatio, derecho personal, derecho de
crédito u obligación, según se vea el lado activo o pasivo respectivamente.

55
Derecho Diccionario OMEBA

Ésta figura jurídica se difundió en diversos ordenamientos del medioevo,


según se ha de expresar a continuación.

Sabido es que, entre el Derecho romano y el Derecho germánico primitivo,


mediaban hondas diferencias acerca del modo de transferir los derechos
reales. En Derecho romano, luego de las transferencias por mancipatio e in
jure cesto, se llegó a la tradición real, es decir, que se operaba realmente en
los hechos, lo que se compagina perfectamente con el sentido de la palabra
contractus, que en Roma era acto jurídico liberal idóneo para dar
nacimiento a los derechos creditorios y no a los derechos reales. (V. Salvat,
Obligaciones, con la actualización de Galli, I, núm. 318; Busso, comentario al
art. 577 del Cód. civ.; Planiol, Traite élémentaire de Droit civil, t. I, página
803, París, 1911; Boffi Eoggero, L. M., "Acto jurídico bilateral", publicado en
el número de 24 de julio de 1953 de Jurisprudencia Argentina; etc.) Es por
ello que el propietario no lo era desde la compraventa sino desde la
entrega real, concretando el derecho real de dominio por conducto del
derecho personal a la entrega de la cosa y la ulterior tradición de la misma.
Ello no obstante, se admitía por excepción un tipo de entrega simbólica,
sin contenido de realidad como la anterior, lo que acaecía en la tradición
llamada manu longa, o en la denominada brevi manu y en el constituía
posesorio (ver voces respectivas), figuras jurídicas instituidas por lo que
Pianiol denomina la "jurisprudencia romana" (ob. cit., núm. 2591).

En el Derecho germánico, en cambio, la transferencia se operaba por


medio de la investidura simbólica, corporizada por el bastón o por la lanza
(Salvat, loe. cit.; Busso, loe. cit.; Rigaud, ob. cit., pág. 67; etc.)'.

Esa diferencia de sistemas hizo que se estableciera una coordinación entre


los mismos, criticada con acritud por Rigaud (ob. cit., pág. 67), que llevó a
establecer un doble tipo de derechos sobre la cosa: el adquirido mediante la
tradición romana, o sea por la efectiva, y otro, "derecho más débil
conferido por la investidura formal o simbólica", antecedente obligado para
llegar al derecho primeramente citado (Rigaud, loe. cit.).

Los civilistas tomaron esta doctrina y procuraron, utilizándola


adecuadamente, conferir firmeza al derecho del acreedor de cosa cierta. El
comprador, verbigracia, amparado por conducto del jus ad rem, tenía un
derecho de preferencia frente al de los adquirentes ulteriores, inclusive los
que poseyeran la cosa de mala fe o a título gratuito. Es decir, que seguía
asignándosele al derecho a la cosa un lugar intermedio entre el típico
derecho creditorío y el derecho real.

En el Derecho francés de los siglos xiv y xv, el jus ad rem significaba el


usufructo mientras que el jus in re entrañaba la propiedad (Rigaud, ob. cit.,
pág. 70, donde examina el problema en el Gran Código consuetudinario de
Jacques d'Ableigs y en la Suma Rural de Jehan Boutillier; etc.).

Pero a partir de Pothier, principalmente, el jus ad rem fue el derecho de


crédito y no una forma intermedia. (V. Pothier, Tratado del derecho de
dominio de la propiedad, Madrid, núm. 1 del capítulo preliminar.) Ello no
obstante, las ideas del Derecho medieval tuvieron repercusión en el
Derecho francés clásico, de modo que, llevadas a un grado de
generalización filosófica por Grotius y Puffendorf principalmente, dieron la
base para permitir que el derecho real se adquiere por conducto de la sola
tradición, razonándose del modo siguiente: la posesión, que era para ellos

56
Derecho Diccionario OMEBA

un hecho, requería el acto material de la entrega; pero la propiedad, que


era una cualidad puramente moral, podía nacer de la simple convención.

(Consultar Domat, Lois civiles, lib. I, tít. II, sec. II, núms. I, etc.; Planiol, ob.
cit., número 2594; Salvat-Galli, Zoc. cit.; Busso, Zoc. cit.; etc.) Sabido es
que Francia hubo de modificar el sistema que prescindía totalmente de la
entrega material (Busso, Zoc. cit.; etc.), pero el estudio de este aspecto
excede también la estructura de la presente voz.

En Prusia también produjo interesantes consecuencias el jus ad rem, ya


que, si bien no llegó a conceder el nacimiento de un derecho real por el
simple acuerdo de voluntades —sistema que tan fuertemente combatió
Vélez en la nota 577 de su Código—, al menos reconoció que el acreedor de
una cosa determinada podía perseguirla contra todo tercero de mala fe, en
una suerte de acción semejante a la Pauliana, fundada más en la mala fe
del tercero que en derecho real del acreedor. (Sobre este aspecto y sus
variantes, que llegan hasta la eliminación del sistema en 1872, pueden
consultarse Planiol, ob. cit., núm. 2599, y Rigaud, que muy de cerca lo
sigue en la extensa nota 1, que comprende buena parte de las págs. 68 y
69 de su obra citada.) 49 Se dijo ya que el Derecho civil moderno, al
compás de la asimilación introducida por juristas como Pothier, conceptuaba
que, frente al derecho real o jus in re se hallaba el derecho creditorio o jus
ad rem. En este sentido, serían aplicables a la voz del epígrafe todos los
conceptos que oportunamente se han de verter en oportunidad de la voz
OBLIGACIONES.

Pero, aun aceptando esta sinonimia moderna, debe separarse la extensión


del concepto que pertenece al jus ad rem de otras magnitudes
conceptuales que integran, junto con ese tipo de derecho, el género de
"derecho de las obligaciones".

Sabido es que los créditos pueden consistir lo mismo en dar, que en hacer,
que en no hacer, lo que filosóficamente lleva siempre a una conducta
positiva o negativa como contenido del derecho creditorío. (V. artículo 495
del Cód. civ y su nota respectiva; asimismo, ver voces OBLIGACIONES DE
DAR, OBLIGACIONES DE HACER y OBLIGACIONES DK NO HACER.) El jus ad
rem, en cuanto derecho a la cosa, constituye, desde el punto de vista del
deudor, una obligación de dar.

No se concibe un derecho a la cosa que entrañe una obligación de hacer u


otra de no hacer, al menos que, transgrediendo todo el sentido que el jus
ad rem, con independencia de su variable contenido, ha ido mostrando
necesariamente en su ya extensa evolución histórico-doctrinaria. E] jus ad
rem es el derecho a exigir la entrega de la cosa y ese derecho puede versar
lo mismo en prestaciones de objeto determinado (V. OBLIGACIONES DE DAR
COSAS CIERTAS) o de objeto indeterminado (V. OBLIGACIONES DE DAR
COSAS INCIERTAS, OBLIGACIONES ALTERNATIVAS, OBLIGACIONES
FACULTATIVAS, OBLIGACIONES DE GÉNERO, OBLIGACIONES DE CANTIDAD),
según el objeto se encuentre precisado des-de el nacimiento de la
obligación o se lo individualice con ulterioridad a ese nacimiento.

JURISPRUDENCIA. — Ante las manifestaciones que anteceden, debe


remitirse al lector a la Jurisprudencia que se explicará en las diversas voces
premencionadas.

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Derecho Diccionario OMEBA

BIBLIOGRAFÍA. — Fuera de la ya aludida, puede remitirse al lector a la que


menciona cada una de esas obras. Asimismo, puede verse el Anteproyecto
del doctor Bibiloni y el Proyecto de la Comisión Reformadora

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