A lo largo de la historia el arte ha estado presente como testigo de
absolutamente todos los acontecimientos importantes del mundo. Era clara prioridad para reyes y personalidades, lo que se ve reflejado en los múltiples retratos de sus esposas, amantes, descendientes e incluso de coronaciones y nombramientos. Así que, aunque contemos con el arte como un ente subjetivo y personal, este deja (tal vez sin querer) un sinfín de pistas acerca del entorno y de la sociedad en los cuales se encontraba el artista. Esto se debe a la necesidad de amoblar los cuadros y las esculturas con utilería cotidiana del tiempo histórico en el cual se realizó. Es lo equivalente a carros, edificaciones vestuarios, tecnología y objetos que vemos en las películas que, sin que sea algo intencional, reflejan tendencias y modas que hacen parte de la cultura que rodea a los realizadores de las mismas. Es claro entonces que el arte da indicios de lo que pasó y de lo que está pasando en el mundo. Surge entonces la siguiente inquietud: ¿Podemos utilizar el campo artístico para “capturar” la cultura que nos rodea y transmitirla a los visitantes de galerías y museos? Más allá de generar pistas sobre cómo se vive lo cotidiano por medio de añadiduras en un trabajo artístico, dentro de un tiempo histórico en el que la tecnología ha desarrollado infinitas posibilidades para todas las áreas del conocimiento, ¿podremos encontrar la manera de generar una especie de retrato socio-cultural? Partiendo de la realidad en la cual la función del arte se basaba en la necesidad de registrar hechos históricos: ascendencias, retratos familiares y demás, con la aparición de la fotografía podemos afirmar que el arte en nuestros días está liberada de las ataduras de registrar, de forma casi documental, el entorno. Sin embargo, el trabajo de los artistas parte necesariamente de ese entorno, del cual surgen una serie de “caracteres pre-ocupantes”, que son el conjunto de elementos que rodea a los artistas y que es utilizado como materia prima para la creación de sus obras. De esta manera el artista siempre “pinta” literalmente con lo que tiene a la mano. Es bastante atractivo este término que se ha popularizado como sinónimo de “plantear”, así que usando tanto el significado formal como el popular, considero importante pensar que lo que nos rodea es la esencia de lo que producimos como artistas. Es claro que en Colombia lo que tenemos a la mano incluye indígenas, política, costumbres y realidades latinoamericanas que desafortunadamente abarcan temas que se han convertido en clichés referentes hacia nuestro país como la guerra y el narcotráfico. Esta investigación me ha abierto muchos cuestionamientos a partir de eso que tengo como pre-ocupación. El mes pasado, un francés que estaba de visita dijo al ver un par de mis trabajos que le parecían muy "latinos”. Hasta el día de hoy no sé qué quiso decir con el comentario, y quedé con la siguiente duda: ¿Qué hace que mis trabajos sean “muy latinos”? La respuesta obvia la da mi lugar de procedencia. Nacer en Colombia es una base para pensar que mis trabajos sean considerados “latinos”, ¿pero entonces por qué habló de “muy latinos”? ¿Cómo distinguir el arte latino de otros artes? Es claro que la cosa no va por la temática, pues soy consciente que no he tratado ningún tema relacionado con problemáticas y acontecimientos que tiene Latinoamérica. Tampoco puede ser por el uso de colores vivos y brillantes que normalmente serían relacionados con Latinoamérica porque no los uso. Así que luego de analizar mis trabajos en retrospectiva, tomé el comentario del francés como un cumplido, pues por lo visto se pueden generar proyectos que hablen de Latinoamérica, sin caer en clichés publicitarios que normalmente nos “caracterizan”. Continúo entonces, ésta investigación, sabiendo que hay un “algo” que está hablando de mi identidad cultural involuntariamente. (Agradezco de antemano al francés por estas palabras, literalmente tan inspiradoras). Pero hay algo que me genera una inquietud, (tratando de continuar con este texto, y dejando por un momento ese “algo desconocido” en el tintero…): ¿Qué hacen los artistas luego de descubrir su pre-ocupación? Es entonces cuando empieza el planteamiento, la construcción, el desarrollo y la exposición de las obras. Este último paso invita a reflexionar sobre la forma por medio de la cual exponemos ese ente cargado de cultura y entorno social. Aparece entonces, para beneficio de los artistas, una labor al servicio de estos fines instalativos: la museografía. Este invento parte de la necesidad de solucionar la disposición de los elementos dentro de los espacios de exhibición al público. Pero el inconveniente que me genera el papel de este oficio es la necesidad de buscar herramientas y dispositivos para la buena lectura de las obras de los artistas. Entonces, la cultura (eso que ha sido llamado “lo que tenemos a la mano” durante todo el texto) que ha hecho un recorrido por el cerebro y las manos del artista hasta que se condensa en una pieza, se presenta de una manera “filtrada” y maquillada. Aclaro que personalmente disfruto en exceso cuando visito un museo o una galería porque esta “ciencia” hace una labor estupenda y necesaria; sin embargo es importante recordar que es una puesta en escena al público. ¿De qué manera se podría plantear una utilización de lo que tenemos a la mano sin falsearlo en una puesta en escena? Es claro que los museos nos ofrecen un espacio atractivo, con paredes en blanco, humedad y temperatura moldeables a las necesidades de las obras, que lo convierten en un espacio manipulable a los intereses el artista. ¿Qué pasa con mi interés que es precisamente lo opuesto? La finalidad de este texto es buscar la manera de tumbar las paredes blancas para lograr en el visitante una experiencia cultural real, sin spotlights y demás maquillajes museográficos. En otras palabras: invadir ese espacio, reservado para elementos “Culturales” (con C mayúscula), con elementos culturales (con c minúscula)1, los cuales se basan en eso que nos caracteriza y construye diariamente. Sitios de la ciudad, personajes, vecinos, tenderos, plazas de mercado, entre millones de otros elementos, incluso olores y sabores que, sin saberlo, nos generan una identidad por sí mismos. (Nótese la majestuosidad de lo que teóricamente he considerado “minúsculo”). Entonces, teniendo en cuenta el objetivo de invadir un espacio expositivo con elementos que retengan la “cultura”, es necesario encontrar una estrategia de invasión la cual, con el fin de no caer en la tentación de utilizar las infinitas posibilidades museográficas que existen, debería partir desde una perspectiva que literalmente no dependa de paredes. Esta estrategia lograría presentar elementos que reflejen la “cultura” de una manera directa, lo cual no puede hacerse con elementos que puedan colgarse. He considerado para ello, el olor de alguna comida por su capacidad de generar un sentido de propiedad e identidad muy especial. Personalmente considero una maravilla sentir el olor de un tamal caliente o toparse con el olor de los buñuelos frescos al caminar por la calle y pasar por una panadería. Ahora bien, la elección de un elemento de estas características requiere que la estrategia sea de arte no-visual. Que refrescante sería un proyecto artístico que parta del ideal de invadir un espacio de exposición con absolutamente nada más que un olor inconfundible y específico. A continuación se presenta algunas frases que no son más que un seudónimo de conclusiones que se dieron en el texto, aclarando que la finalidad del mismo es generar interrogantes a partir de las “pre-ocupaciones” (algunos respondidos exitosamente y otros dejados para textos futuros: – Tengo “algo” a la mano, una pre-ocupación basada en la cultura con c minúscula. 1 En este punto se plantea crear una diferencia entre Cultura (con C mayúscula) y cultura (con c minúscula), con base en la idea del Arte con A mayúscula que plantea Gombrich, del cual dice que tiene por esencia ser un fantasma y un ídolo. Así que, siguiendo con esta idea, en este texto, la Cultura se refiere a la Cultura de los museos, la cual es maquillada museográficamente. – Los olores y sabores hacen parte de la cultura con c minúscula. – Las comidas son un elemento característico de toda cultura y Latinoamérica no es la excepción. – La museografía tradicional fomenta que el arte contenga elementos de Cultura con C mayúscula y no de cultura con c minúscula. – Para transmitir cultura con c minúscula a través del arte se hace necesario tumbar las paredes de los museos y galerías. – La estrategia más eficiente para tumbar las paredes de los museos y galerías puede ser por medio de artes no-visuales, pues implica una comunicación un tanto más directa con la “cultura”. Todo esto me deja una inquietud adicional: ¿Será posible plantear un proyecto “no-visual” dentro de una carrera que se denomina bajo el nombre de “artes visuales?