Anda di halaman 1dari 58

Y comieron del árbol

Daniel Albarrán
Autor: Daniel Albarrán
Título Original: Y comieron del árbol

Con el visto bueno del Sr. Obispo de la Diócesis de Barcelona – Venezuela:


Mons. César Ramón Ortega Herrera.

ISBN 9803321609
Depósito Legal: 081 2001 200 896
Escrita en diciembre de 2.000, en Barcelona (Venezuela).
(1)

Llovía. Las nubes grises cargadas de agua cubrían casi toda


la ciudad. Más de dos horas de constantes precipitaciones y la
incapacidad de los drenajes en eliminar el agua hacía pensar que el
mar había decidido cambiar de ruta. Los carros a duras penas
podían avanzar. Y el pánico comenzaba a invadir a muchos
habitantes de aquella ciudad. Muchas familias hacían pequeñas
barricadas improvisadas para montar sus pertenencias y evitar así
que se malograran. Algunos ya habían perdido algunas pequeñas
cosas, de poco y mucho valor, al mismo tiempo. De poco porque no
era gran cosa. Pero de mucho, porque las cosas adquiridas con
sacrificio y trabajo tienen un significado importante para el que las
pierde. Y siente en esa pérdida como si se tratara de una ruina y una
desgracia irreparable.
La Televisión comenzaba a reportar las primeras
consecuencias de las incesantes lluvias de aquella tarde. Algunas
casas ya habían sido inundadas por las aguas. Algunas paredes de
algunas casas comenzaban a ceder. Los auxilios y la solidaridad ya
no se daban abasto en cubrir las emergencias de los que más
estaban comenzando a padecer. Sin duda que era un caos. En
algunos sitios más y en otros menos. Pero todos ya estaban
justificadamente preocupados. No era para menos.

3
-- ¡Fin de mundo! – pensaban unos. Y ciertamente no
parecía otra cosa. – ¡Es castigo de Dios! – ¡Creo en Dios Padre! –
¡Ave, María Purísima!. El pánico ya era el común denominador.
Mientras tanto Rosa María Aguilar seguía iluminando a los
santos en su pequeño altar doméstico. El viento le apagaba las
velas. Y ella volvía a encenderlas. Su mente estaba en sus hijos que
vivían precisamente en la zona donde, según la televisión, el
desastre era mayor. Le angustiaba el pensar cualquier noticia de
desgracia. Y el llanto era ya dueño de ella. Se movía sin sentido. Iba
a la cocina, regresaba a la sala, a conversar con los santos y a seguir
mirando la televisión. No se sabía dónde estaba más atenta, sin en
el rezo a los santos, o si en las imágenes de la televisión. En ambos,
sin duda. Los padrenuestros y avemarías eran interrumpidos
constantemente porque no podía dejar de mirar lo que estaba
mirando. Y lo que miraba, igualmente, era interrumpido por los
padrenuestros y avemarías que estaba rezando. Una mezcla de
intenciones y una mezcla de atenciones. Aquí y allá,
simultáneamente. Pero lo que si no interrumpía era el llanto que iba
ganando intensidad en su corazón de madre. Su suerte no era menor
que la de los vecinos. Su casa igualmente se estaba inundando. Pero
no le preocupaba tanto porque no era mucho lo que podía perder.
En cambio, el pensar que les pudiera suceder algo a sus hijos, lo
veía como una verdadera pérdida. Y aquí estaba su sufrimiento y
angustia.

4
Todo era movimiento. Todo era griterío. La calle parecía un
mar. Los niños aprovechaban para hacer sus juegos sin comprender
la magnitud de lo que sucedía. Algunos daban muestras de saber
nadar. Otros se zambullían compitiendo en quien lo hacía mejor. Y
lo hacían bien. Quien mejor, y quien que lo mejoraba a cada intento
nuevo. Estaban acostumbrados a que sucediera de vez en cuando. Y
esta vez la veían como otras tantas. Pero las cosas eran distintas
esta vez. Y peores.
De hecho, las consecuencias se evidenciaban en algunas
familias que ya comenzaban a perderlo todo. Algunos hasta
sumaban a la pérdida, familiares desaparecidos. En algunos lugares
sólo quedaba el camino por donde pasaban las aguas desbocadas de
lo que antes había sido una calle con casas. El llanto desesperado de
muchos era la nota común.
La televisión cumplía su papel de informar. Era lastimoso lo
que se veía. Pero eran los hechos y no podían mostrar lo que no era.
Era, simplemente. Muchos se olvidaron de las novelas. Aquello era
más real. Y si con las tramas de las novelas muchos lloraban, con lo
que estaban mirando, no había quien no sintiera una lágrima que le
quemara el rostro. Era desgarrador. Parecía que no estuviera
sucediendo. Se estaba acostumbrado que unas noticias semejantes
sólo sucedían fuera de nuestras fronteras. Pero era evidente que les
tocaba el turno. Y, esta vez, más catastrófico.

5
6
(2)

En los días inmediatos se podían evidenciar las


consecuencias del aluvión: familias desmembradas, barrios
arrasados, gente desaparecida, puentes caídos, calles inservibles. Y
la solidaridad de los que podían remediar un poco la situación
haciendo lo que mucho o poco que podían hacer. Y unos echando
culpas a diestra y a siniestra. Los que tenían la oportunidad de hacer
leña del árbol caído, buscaban sacar su provecho. Por un lado, los
políticos de oficio, por otro, los anunciadores de desastres, también
de oficio. Los que tenían la ocasión de hacer alarde de “su espíritu
de caridad” y de desprendimiento, tampoco perdían la ocasión.
Como tampoco los que podían arrebatar algunas de las muy pocas
pertenencias de los que ya habían caído en desgracia. El caos.
Las ayudas internacionales no se hacían esperar. Unos,
mandaban médicos. Otros, equipos. Otros, su experiencia. Y otros,
los análisis. Todos se hacían presentes. Muchos
desinteresadamente. Otros, con cálculos. Y a nivel interno, todos los
programas de emergencia: escuelas que servían de refugio,
cuarteles que se acondicionaban para refugios humanitarios.
Estadios que se abarrotaban de familias. Y los coleados, también de
oficio, que no perdían la oportunidad.
-- ¡La culpa la tiene fulano! –

7
-- ¡La culpa la tienen los otros! --
-- ¡La culpa es de todos! –
-- Es un castigo de Dios! –
-- ¡Se trata del fin del mundo! ¡Porque estamos cerca ya del
año 2.000! ¡Y eso estaba vaticinado ya!
Muchos y parecidos, como también divergentes, eran los
comentarios para tratar de buscar explicaciones posibles. Y muchos,
sobre todo los más aferrados a sus mezquinas ideas, llegaban
inclusive a pensar que se trataba realmente de un castigo de Dios
porque en los días inmediatamente anteriores el jefe de Estado
había hecho unas declaraciones que sonaban como un reto a la
naturaleza y con ello a Dios. Por eso está sucediendo lo que está
sucediendo, decían, porque Dios nos está castigando. ¡Semejante
atrevimiento!
Todo comportamiento humano, con repercusiones sociales,
lo mueve, sin duda, una suma de intereses. Y los acontecimientos
inmediatos que estaba viviendo Venezuela evidenciaban esos
intereses. Se estaban gestando muchos cambios a nivel político, con
repercusiones sociales, por supuesto, y despertaban todos los
intereses, aún hasta los más escondidos y de quienes no se
esperaba. Todos parecían tener la razón. Y todos esgrimían los
argumentos habidos, y no también, para sostener lo que sostenían.
Se acudía a la historia, a la sociedad, al pasado, al futuro, a las
profecías, a la Biblia, a la idiosincrasia del pueblo, a las

8
experiencias de otros países. A todo lo que permitiera dar
fundamento, o no, a lo que cada cual defendía. Y todos tenían
razón. Y todos no tenían la razón. Pero lo que sí era evidente era
que el país estaba atravesando una situación nunca vivida: los
cambios. Aún cuando se negara aceptarlos. Era, simplemente, el
curso de la historia y de la historia concreta de Venezuela. Para mal
o para bien. El tiempo se encargará de dar crédito o de desacreditar.
Pero eso pertenece al tiempo. Tiempo al tiempo. Y el tiempo en
esos precisos momentos era de cambios. Con sus respectivas
repercusiones históricas concretas.
Todos buscaban sus propios intereses. Ya los políticos, sobre
todo ellos. Ya los económicos, lo más importantes de todos, y de los
que depende el anterior. Los ideológicos, que en el caso concreto no
parecían ser claros ni precisos. Ya los religiosos, que tampoco
parecían estar claros porque cada cual presentaba a Dios y los
acontecimientos a su antojo y provecho. Ya los sociales, de los que
cada uno pretendía ser el verdadero líder, aun cuando no lo fuera.
Pero era la oportunidad. O ahora, o nunca.

9
10
(3)

En los días inmediatos se hallaba un grupo de personas


asistiendo a unas clases de formación humana. Se trataban todos los
temas. Y como la tragedia era reciente, el tema no podía ser otro.
Cada uno iba exponiendo sus ideas según como veía y creía. Todos
tenían y no tenían razón. Pero, igualmente se hablaba, con razón o
sin ella. Mas con sentido para todos. Algunos de ellos tenían
familiaress en las partes más afectada de la tragedia. Y en cierta
manera, aun cuando ya no había nada qué hacer, el tema era
importante.
-- ¡El gobierno tiene la culpa de todo eso! – apuntó María
Auxiliadora, una muchacha de unos veintisiete años de edad. Era
estudiante de Sistemas y estaba ya a punto de entregar la tesis para
graduarse de Ingeniero en Sistemas. Muy elegante y natural en su
desenvolvimiento. Su mirada era sincera y segura.
-- ¡No creo! – refutó inmediatamente el señor Luciano, un
profesor de liceo, que se hallaba muy atento en el desarrollo de
tema que se estaba tratando. Así cada uno, de manera espontánea,
iba aportando, según consideraba oportuno y con ello el tema se iba
enriqueciendo.
Se discutía de quién era la responsabilidad. Unos decían que
del gobierno. Otros, que de los políticos. Otros, que la necesidad.

11
Otros, que la pobreza. Un rosario de responsables salían a relucir en
aquella noche del viernes. Tal vez todos tendrían razón. O tal vez,
nadie la tenía. Pero el hecho de conversar sobre ese tema en
concreto iba haciendo mella una verdadera toma de conciencia
social y también personal. Ahí, estaba la utilidad.
Nada cambiaría la suerte y los acontecimientos. Ya había
sucedido. Con echar culpas no se resolvía nada. Era una como una
manera de buscar maneras de prevenir males posteriores,
simplemente. Pero en lo que si coincidían casi todos los presentes
era en una especie de indignación y de impotencia al pensar en la
posibilidad de que todo eso se podía haber prevenido. ¿Y cómo?
Ahí estaba el meollo del problema.
La clase que se estaba dando por esos días era de
Antropología Teológica. El que hacía las veces de conductor de
debates y moderador general buscaba generar discusión en todo.
Era parte de su metodología y le daba resultados. A veces se veía en
apuros para salir de algún atolladero que él mismo, a veces sin
querer, se metía. Le daba resultados, en todo caso. No se trataba de
un sabelotodo, sino de una persona inquieta, y aún sin tener
respuestas a muchas inquietudes, disfrutaba meterse por caminos
desconocidos para ver en dónde paraban sus inquietudes. Lo
importante de su metodología era que contagiaba siempre a sus
oyentes y casi siempre terminaban superándolo en preguntas e
inquietudes. Más fascinante le resultaba, entonces. Y más

12
emocionante les parecía a todos que así fuera. Lo mejor de todo era
que ninguno terminaba sabiendo y todos terminaban inquietos. Se
les despertaba el hambre de preguntar y de preguntar. Las
respuestas las daban todos con la ayuda de todos. Por consiguiente,
la clase con este moderador en concreto, les era ya una necesidad.
Todos eran pensadores, todos preguntadores, y todos llegaban a las
respuestas. Se trataba de sorpresas para todos. Era como un
aprender aprendiendo. O, más aún, un responder preguntando.
Fascinante, sin duda. El moderador sabía que su rol lo desempeñaba
bien. Las intervenciones de sus oyentes eran una prueba más que
evidente. Y ya no podía salirse de ese círculo porque para él mismo
era también una necesidad. Los necesitaba porque se alimentaba de
ellos. Y ellos no sabían cuánto. Él, simplemente, colocaba el
impulso inicial, con una pregunta inquieta porque verdaderamente
le inquietaba a él mismo, y de inmediato se formaba una cadena.
Era irresistible y un vicio del que ya no podía salir. O mejor dicho,
del que ya no podían salir: ni moderador ni oyentes.
El tema de esos días era sobre el libro del Génesis (1.1-31),
en donde se narra, desde la dimensión de fe, la creación. Y en
donde se insiste, después de cada intervalo de creación, que vio
Dios que estaba bien:

En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era


caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un

13
viento de Dios aleteaba por encima de las aguas. Dijo Dios:
«Haya luz», y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y
apartó Dios la luz de la oscuridad; y llamó Dios a la luz «día»,
y a la oscuridad la llamó «noche». Y atardeció y amaneció: día
primero. Dijo Dios: «Haya un firmamento por en medio de las
aguas, que las aparte unas de otras.» E hizo Dios el
firmamento; y apartó las aguas de por debajo del firmamento,
de las aguas de por encima del firmamento. Y así fue. Y llamó
Dios al firmamento «cielos». Y atardeció y amaneció: día
segundo. Dijo Dios: «Acumúlense las aguas de por debajo del
firmamento en un solo conjunto, y déjese ver lo seco»; y así
fue. Y llamó Dios a lo seco «tierra», y al conjunto de las aguas
lo llamó «mares»; y vio Dios que estaba bien. Dijo Dios:
«Produzca la tierra vegetación: hierbas que den semillas y
árboles frutales que den fruto, de su especie, con su semilla
dentro, sobre la tierra.» Y así fue. La tierra produjo
vegetación: hierbas que dan semilla, por sus especies, y
árboles que dan fruto con la semilla dentro, por sus especies; y
vio Dios que estaban bien. Y atardeció y amaneció: día
tercero. Dijo Dios: «Haya luceros en el firmamento celeste,
para apartar el día de la noche, y valgan de señales para
solemnidades, días y años; y valgan de luceros en el
firmamento celeste para alumbrar sobre la tierra.» Y así fue.
Hizo Dios los dos luceros mayores; el lucero grande para el

14
dominio del día, y el lucero pequeño para el dominio de la
noche, y las estrellas; y púsolos Dios en el firmamento celeste
para alumbrar sobre la tierra, y para dominar en el día y en la
noche, y para apartar la luz de la oscuridad; y vio Dios que
estaba bien. Y atardeció y amaneció: día cuarto. Dijo Dios:
«Bullan las aguas de animales vivientes, y aves revoloteen
sobre la tierra contra el firmamento celeste.» Y creó Dios los
grandes monstruos marinos y todo animal viviente, los que
serpean, de los que bullen las aguas por sus especies, y todas
las aves aladas por sus especies; y vio Dios que estaba bien; y
bendíjolos Dios diciendo: «sed fecundos y multiplicaos, y
henchid las aguas en los mares, y las aves crezcan en la
tierra.» Y atardeció y amaneció: día quinto. Dijo Dios:
«Produzca la tierra animales vivientes de cada especie: bestias,
sierpes y alimañas terrestres de cada especie.» Y así fue. Hizo
Dios las alimañas terrestres de cada especie, y las bestias de
cada especie, y toda sierpe del suelo de cada especie: y vio
Dios que estaba bien. Y dijo Dios: «Hagamos al ser humano a
nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los
peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en
todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean
por la tierra. Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a
imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó. Y
bendíjolos Dios, y díjoles Dios: «Sed fecundos y multiplicaos

15
y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y
en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la
tierra.» Dijo Dios: «Ved que os he dado toda hierba de semilla
que existe sobre la haz de toda la tierra, así como todo árbol
que lleva fruto de semilla; para vosotros será de alimento. Y a
todo animal terrestre, y a toda ave de los cielos y a toda sierpe
de sobre la tierra, animada de vida, toda la hierba verde les
doy de alimento.» Y así fue. Vio Dios cuanto había hecho, y
todo estaba muy bien.

Todo esta bien, ciertamente.

16
(4)

“Y vio Dios que estaba bien”, día primero, día segundo; y


así, sucesivamente, hasta llegar a la creación del hombre, que dice,
según el libro del Génesis, “y vio Dios que era muy bien cuanto
había hecho”. En esta parte, el grupo que se reunía todos los
viernes, a la misma hora y en el mismo lugar, se había detenido a
discurrir. No había quien no sacara parte de chiste. Pero aún en el
chiste había algo de verdad, por lo menos, permitía poner un poco
de chispa a las intervenciones, para hacerlas más amenas.
-- ¿Saben por qué la mujer es casi perfecta? – intervino con
una pregunta Alfredo, un joven de veinticinco años, de piel canela.
Todos lo miraron con seriedad. La pregunta era seria. Casi todos se
quedaron mudos por un momento. La pregunta los había
sorprendido. Los varones sentían un palpitar bonito al pensar en la
mujer, como una de las mejores manifestaciones de Dios en el
mundo. Las mujeres se sintieron halagadas por la pregunta. No se
hicieron esperar todas las respuestas. Algunos alegaban porque se
trataba de la maternidad y de ese don maravilloso propio de la
mujer y de lo femenino. Otros, con galantería decían cosas bonitas,
ciertamente, de la mujer. Ellas, no dejaban de ruborizarse. Todos

17
hicieron sus observaciones hasta que se respondió el mismo Alfredo
diciendo que porque la mujer había sido sacada de una de las
costillas del hombre. Todos soltaron las carcajadas porque todas las
respuestas hubieran sido posibles, menos la que daba Alfredo, que
lo decía para colocarle picardía al momento. Las risotadas fueron
espontáneas. Y las mujeres se sintieron incómodas por un
momento. Pero era una ocurrencia jocosa y se valía.
“Y vio Dios que todo era bueno” o que “estaba bien”. La
misma afirmación del Génesis es repetitiva después de cada acción
creadora. Lo que significa que todo lo que ha hecho Dios es
realmente bueno. Y esta insistencia del Génesis los tenía
sorprendidos y admirados. Algunos de ellos, con cierta tendencia
moralista, comenzaban a intuir que estaban equivocados en algunas
maneras de ver la vida y con ello la creación.
-- ¡Lo que significa, entonces, que ya la Biblia lo dice! –
comentó Adriana, una muchacha alta y poco conversadora, sino lo
esencial.
-- Es decir, que todo es bueno. ¡Qué maravilla! –
interrumpió Julián. Y se le dibujaba en el rostro un aire de
satisfacción por el descubrimiento.
-- ¡Oye, qué bonito y hermoso, muchachos! – mientras los
ojos de María Auxiliadora, la muchacha que estudiaba Sistemas,
brillaban con un brillo especial. No se sabía qué de cosas podían

18
estar pasando por su cabeza en ese momento. Tal vez intuía o
quizás comprendía las maravillas de la creación.
Volvieron a leer el texto del Génesis, en voz alta. Y mientras
Luis iba leyendo la cita referida en el apartado anterior, los oyentes
como que iban comprendiendo cosas nuevas. Parecía que nunca
antes habían leído esa parte. Ahora, parecía tener otro sentido. Tal
vez el verdadero.
-- Y, ¿entonces por qué nos la pasamos viendo cosas malas o
como malas, donde en verdad, todo está bien? Todos voltearon a
mirar a Alejandra que llevaba varios días pensativa. Alejandra daba
clases en la Universidad. Había tenido que divorciarse de su marido
por la mala vida que le daba. Y estaba afectada por la decisión que
había tomado. Lo amaba pero era más el mal trato y la falta de
respeto constante a su persona que le habían llevado a tomar esa
decisión. No tenía otra salida. Se las había jugado todas por un
poquito de tranquilidad y de paz. Tenía cuarenta y tres años y había
preferido rehacer su vida sin ataduras, a pesar de los comentarios de
la sociedad. No pensaba en otra unión. Muy en el fondo se había
jurado fidelidad a su único amor. Y se había mantenido. No por
escasez de oportunidad, porque era todavía atractiva y simpática.
-- ¡Lo que significa que Dios todo lo hizo bien para nuestra
felicidad! No para que vivamos amargados y viendo pecado donde
no lo hay – intervino otro.
-- ¡Claro que sí! – otra intervención.

19
-- O sea, que, ¿también el sexo es bueno, es decir, está bien?
– acuñó otra observación y comentario Luis, el mismo que estaba
leyendo y que no lo dejaban terminar de leer por completo la cita
que les tenía entretenidos y admirados.
Eran ya las nueve de la noche. Se habían pasado media hora
de lo acostumbrado. Había que dejar tema para el otro viernes. Las
ideas fluían aquella noche. Las inquietudes revoloteaban en el
fondo de sus corazones inquietos. La sorpresa iba en aumento. Y
con ella las ganas de continuar.

20
(5)

Por más que quisieran no volver el viernes siguiente, no


podían pensar abandonar la gran oportunidad que estaban viviendo.
Ya estaban como enviciados. Se les estaba convirtiendo el día
viernes en un día muy especial. La señora de Romero, por ejemplo,
le pedía la cola a su amiga Rita Josefina. La señora de Romero a
pesar de que le costaba caminar por la artritis que la estaba
aquejando no quería perderse las clases de los viernes. A pesar de
que casi no intervenía no se perdía detalle. A veces hacía algunas
muecas con la boca como desaprobando lo que oía. Pero iba
asimilando poco a poco lo que le parecía un descubrimiento nunca
antes hecho en su vida. Permanecía casi siempre muda. Pero, tal
vez, era la que más estaba rumiando y asimilando. No decía ni
comentaba nada. Pero no podía faltar.
El tema, como ya lo tenemos dicho anteriormente, era los
primeros capítulos del libro del Génesis. Y el apartado de ese
viernes era, nada más y nada menos, que la creación de Adán y Eva.
Por demás interesante. Sabían de antemano que no se agotaría en
una sola clase. Pero harían todo el esfuerzo por escudriñar lo más
que se pudiera. Y estaban dispuestos. La presencia puntual de todos

21
los asistentes era la prueba evidente del éxito. Si no alcanzaba el
tiempo, se tomarían los viernes necesarios para ello. No había prisa.
El encargado de turno de leer el texto, después de carraspear
y de dar el número de la cita correspondiente (2,7-10), se dispuso a
leer. Con vos segura, leyó:

Entonces Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e


insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un
ser viviente. Luego plantó Yahveh Dios un jardín en Edén, al
oriente, donde colocó al hombre que había formado. Yahveh
Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles deleitosos a la
vista y buenos para comer, y en medio del jardín, el árbol de
la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. De Edén
salía un río que regaba el jardín, y desde allí se repartía en
cuatro brazos.

Después el moderador con tiza hizo algunas rayas en el


pizarrón. Ya la atención de todos se estaba entonando. Como si se
tratara de una orquesta que tiene que dar una función. Unos
tiemplan las cuerdas del violín. Otros, se acomodan en sus sillas.
Otros, miran al director. Todos se miran entre todos. Todo
dispuesto. Sólo esperando la batuta del director que dé la orden de
la ejecución. Y todos esperando que la interpretación sea magistral.

22
-- Anotemos aquí – empezó el moderador y con él la
orquesta – lo que a mí me llama la atención. Espero que a ustedes
también. Y anotó “un jardín”. Y esperó para ver quién señalaba otra
palabra del texto. Se miraron entre todos como asintiendo que era
precisamente la palabra que les había llamado la atención.
-- En Edén – propuso Julián.
-- Árbol del bien y del mal – señaló otro.
-- Árboles deleitosos --
Otros iban señalando otros detalles del texto citado. Pero en
esencia, casi todos estaban de acuerdo que las que estaban anotadas
en el pizarrón eran las claves. Ahora se trataba de hacerse
preguntas, aún las más descabelladas, porque ese era el instrumento
de trabajo que hasta los momentos se había utilizado, dando sus
benéficos resultados.
-- ¿Qué significa “un jardín”? Vamos a ver. No sabemos –
señaló el moderador.
Fueron surgiendo opiniones tímidas. A cada intervención le
seguía otra. Y con ellas el interés. Comenzaban a dar vueltas, una
complementaba a la otra, y así todas eran útiles y necesarias.
-- ¿Habrá alguna relación entre la creación y jardín? –
preguntó la señora Romero que muy rara vez intervenía.
-- ¡Verdad! – señaló otro.
-- ¡Tal vez!

23
Y se dedicaron a comparar estas dos realidades. ¿El mundo
será el jardín del Edén? ¿El mundo es un jardín? Y si el mundo es
un jardín, entonces, el mundo es bello, porque todo jardín es bello.
Las ideas no daban descanso. Salían. Se exponían. Se compartían.
Y sus corazones vibraban de emoción ante las sorpresas del
descubrimiento, por lo menos para ellos.
De hecho, el sólo pensar en que el mundo es el jardín del
que habla el libro del Génesis hace que veamos toda la creación
como algo bellamente hermoso. Y no solamente que lo veamos
porque nos conviene, sino porque así lo dice la misma Revelación,
es decir, las Sagradas Escrituras. ¡Cuántas veces, sin embargo, no
hacemos si no presentar como malo lo que no es! Por algo en las
primeras líneas del Génesis se repite con insistencia, que vio Dios
que todo estaba bien, después que, desde la perspectiva de fe y no
cronológica, el libro sagrado nos cuenta cada elemento de la
creación. Era comprensible que aquel grupo de los viernes se
emocionara, y algunos hasta lloraran, al descubrir lo que
descubrían. El mismo moderador se hallaba sorprendido de esa
nueva manera de mirar los textos sagrados. Para él mismo era una
fuente sin fondo y en la que quería adentrarse más y más, a pesar de
sus limitaciones intelectuales y comprensivas.
No había dudas que aquella aventura les resultaba muy
interesante. A cada paso nuevo había que dar necesariamente otro.
No se podían quedar con el paso dado. Porque no era suficiente.

24
Había que acompañarlo y complementarlo con el siguiente. Era ya
para ellos una necesidad y una obligación. No había posibilidad de
quedarse porque era estancarse. Había que seguir caminando.

25
26
(6)

Otro viernes. Más de lo mismo. Y los mismos. Con más


curiosidad y con más deseos de seguir la aventura en la que se
hallaban. No se podían permitir regresar porque sería como
traicionarse a sí mismos. Inevitable. Un juego sin salida. Tal vez
sería igual que una mafia: el que se sale asume las consecuencias. Y
éstas eran irreparables. Porque se perdían de algo que les llenaría
para la vida. Para enamorarse más de la vida y para amar más lo
creado y con ello al Creador. Tal vez en ese sentido tenga toda la
razón Teilhard de Chardin al decir que si llegara a perder la fe en
Dios, en la vida, se quedaría con la tierra, porque desde allí, con
toda seguridad volvería a recuperar la fe que hubiese perdido. Lo
que quiere decir que desde la creación se puede descubrir a su
Hacedor. Y muy en el fondo el grupo de los viernes ya había
descubierto esa experiencia. ¡Realmente, maravillosa!
El texto era la continuación del libro del Génesis. Esta vez
era, precisamente, la condición que colocaba el Creador para que la
criatura viviera en el jardín de Edén (2,15-17), es decir, el árbol
prohibido:

Tomó, pues, Yahveh Dios al hombre y le dejó en el jardín de

27
Edén, para que lo labrase y cuidase. Y Dios impuso al hombre
este mandamiento: «De cualquier árbol del jardín puedes
comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no
comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin
remedio.»

Ciertamente todo le estaba permitido al hombre. Pero Dios


le había colocado un recordatorio: no comerás del árbol del bien y
del mal. El hombre ha sido colocado en el jardín. Pero el jardín no
le pertenece. Puede disfrutar de él y de todo lo que hay. Menos del
árbol prohibido. ¿Por qué?
Aquí el grupo de los viernes se valía de la ayuda de algunos
estudiosos sobre la materia. Grande fue la lista de los autores que
barajearon y consultaron. Pero el que más le ayudó fue el libro de
Francesco Rossi de Gasperis titulado La Roca que nos ha
engendrado. Y del que tomaban algunas ideas útiles para su
búsqueda y descubrimiento.
El autor citado insistía en su análisis en que el hombre es
colocado en el jardín, no como “dueño”, sino como” huésped”. En
la medida que el hombre respete esa condición no habrá ningún
problema. Este se presenta cuando el hombre infringe esa ley en la
naturaleza puesta por Dios, sin duda. Lo esencial para vivir en el
jardín, para que la tierra siga siendo un jardín, es el temor del
Señor, la fe, la obediencia, la relación dialogal de la escucha de su

28
palabra, es decir, mantenerse como interlocutores de Dios: decir a
Dios “tú”, del mismo modo que él nos lo dice a nosotros. Se vive en
el jardín cuando en el mundo se percibe la presencia de Dios sin
atemorizarnos de su presencia.
Vivir en el jardín exige una actitud de enorme respeto,
lealtad y solicitud por la naturaleza, aun cuando creamos estar solos
en ella. Significa no ser dueños de nada y de nadie. Vivimos en el
jardín cuando estamos desnudos, es decir, confiadamente abiertos
a los ojos de Dios y de los demás; cuando la tierra es un lugar de
diálogo, de comunión, de encuentro, de bendición, de respeto.
Las ideas se iban exponiendo teniendo como base el libro de
Rossi. Somos “huéspedes” y no “dueños”. Aquí está, ciertamente,
el problema.
-- ¿Lo que significa que cuando rompemos esa experiencia
nos metemos en problemas? – señaló Alejandra, la profesora
universitaria, que ya estaba rompiendo su mutismo en la que se
hallaba desde algunos días.
--¿Lo que quiere decir que en todo hay “un árbol
prohibido”? – apuntó otro.
¡Ciertamente! Cuando en cualquier situación nos
convertimos en dueños, en la circunstancia que sea, estamos
rompiendo el orden establecido por Dios. Es decir, cuando
manipulamos voluntades y cuando nos apropiamos decisiones o las
forzamos, asumiendo la actitud de ser los dueños no siéndolo.

29
Porque, por el contrario, para no enajenarnos tenemos que ser
dueños de nuestras propias situaciones y no dejarnos invadir por
ellas doblegándonos a ellas, perdiendo con ello nuestra identidad y
control.
-- ¿O sea que yo no hice mal en divorciarme de mi marido?
– volvió a intervenir la profesora Alejandra, a quien le atormentaba
el pensar que se había equivocado en la decisión que había tomado.
– Porque, por ejemplo, cuando el esposo considera que su mujer es
una esclava y un muñeco a quien trata a su antojo, no está
respetando el orden establecido por Dios. Porque el orden sería
disfrutar del jardín, que es el mundo, para nuestra felicidad. Si él no
me respetaba como persona y me amargaba la vida porque se le
antojaba se estaba convirtiendo en querer ser “dueño”. Y yo era su
compañera para la vida, a quien tenía que tratar con la dignidad de
la persona humana, no como una cosa...
-- ¡Claro que sí! – intervino en ese momento la señora de
Romero con su mueca característica.
-- O sea que – y no terminó su pensamiento María
Auxiliadora porque la interrumpió Luciano, el profesor de liceo.
Aumentaban los comentarios y las intervenciones. Algunos
sentían humedecerse los ojos. Tal vez porque se les venía el
recuerdo de alguna experiencia similar a la de la profesora
universitaria o cualquier otra parecida. Somos “huéspedes” no

30
“dueños”. De nada y de nadie. Porque el mundo es un jardín para
disfrute de todos y para nuestra felicidad.
-- ¡El marido no es dueño de su mujer. Ni la mujer de su
marido! – replicó Adriana con sentimiento y de manera impulsiva,
cosa extraña en ella, porque se caracterizaba por su actitud
moderada y medida para todo.
Cuando no respetamos esa realidad ya fijada en lo creado
vienen los problemas. Cuando damos a la tierra un sentido
equivocado. Cuando la tierra es vista como lugar de rapiña y de
saqueo, de satisfacción de la codicia, entonces, el jardín pierde
características de jardín y se convierte en un desierto. Y volvía a
servir de apoyo el libro citado.
Todos traían sus vivencias a sus mentes. Algunos se atrevían
a exponerlas. Sin duda que les estaba ayudando como terapia
liberadora. A medida que las espontáneas intervenciones se hacían
el ambiente se iba llenando de un especial recogimiento. Tal vez,
reconocían el no haber sido los huéspedes que deberían haber sido.
Tal vez, habían sido dueños. Algunos estaban llorando. No podían
disimularlo. Sentían que les llegaba y sentían que habían invertido
el orden establecido por Dios. Y la consecuencia era el desierto, la
soledad, la amargura; en cierta manera, un pequeño infierno. Era
doloroso reconocerlo. Pero era útil descubrirlo.
La profesora Alejandra, por su parte, reconocía que había
agotado todos los recursos respecto a su esposo. Ella había puesto

31
todo lo que estaba a su alcance para no tomar la decisión que había
tomado. Había querido dialogar y cumplir lo dialogado. Pero
Ernesto, su esposo, cambiaba las reglas cuando aparentemente todo
iba bien. Se ponía intransigente en unos derechos que sólo eran
derechos para él. Entonces, era cuando la profesora Alejandra,
sentía que el matrimonio no tenía que ser una carga insoportable,
sino un contribuir en hacer la vida más agradable y llevadera. Y
para ella, las más de las veces, era lo primero. Amaba a Ernestro.
Pero así como eso era verdad, también lo era, el que sus vidas era
parecido a un pequeño infierno. Maltrato físico y mental. No era un
himno a la dignidad de la persona humana. Sentía que el amor no es
suficiente. Ella estaba enamorada todavía. Pero “el amor son
buenas acciones no buenas razones“, pensaba.

32
(7)

El viernes anterior había sido muy intenso. Quizás se


hallaban en el meollo del estudio de los primeros capítulos del libro
del Génesis. Descubrían las profundidades de la Revelación y de las
sabrosuras descubiertas. Les tocaba las fibras. Les removía algo allá
adentro. Comenzaban a sentir como un especial enamoramiento por
la creación, por el Creador, y por la Biblia que guardaba todas estas
cosas, a la vista de todos, pero no escudriñadas como ahora, por lo
menos para ellos. Se comenzaban a sentir privilegiados de estar
haciendo lo que venían haciendo desde hacía algunas semanas
atrás. Y sentían que muchos se beneficiarían si tuvieran la misma
suerte que ellos.
La señora de Romero ya no hacía las muecas con la boca.
Tal vez porque ya estaba de acuerdo con todo lo que iba
descubriendo o tal vez porque se sentía de alguna manera afectada,
como de hecho lo manifestó en su intervención de este otro nuevo
viernes.
-- Tengo algo que contarles – dijo la sra. de Romero. – Creo
que yo hice algo sobre ser dueña y me tiene dando vueltas en la
cabeza. Mi hija salió embarazada. Ella tenía veintidós años. Tenía
su novieicito. Ella lo asumió con toda naturalidad. En mi casa

33
aquello fue un infierno. La peleamos. Le sacamos todos los trapitos
al sol. Y la obligamos a que se casara. Ella no quería. Decía que no
amaba lo suficiente a su novio. Y que lo que había pasado lo asumía
ella sola. Nosotros nos impusimos. Tuvo que casarse. Hicimos un
bonche y de los buenos. Ella no estaba contenta. Y como era lógico
ese matrimonio no funcionó. Terminaron enemigos. Y nos
enemistamos con su esposo. Un día en que estábamos cenando con
ella y con nuestro nietecito, bellísimo, por cierto, ella nos lo sacó en
cara. Nos reclamó el que no la respetamos. Y que todos éramos
responsables de esa situación. No la respetamos. No valió su
opinión. Todos lloramos. Le pedimos disculpas. Y creo que no
fuimos huéspedes. Nos impusimos. Nos hicimos valer. No contó
para nosotros su persona. – En ese momento la sra. de Romero
rompió en llanto. Y con ella casi todos los presentes.
-- Ciertamente, muchos de los problemas está en que se nos
olvida que somos huéspedes y no dueños – señaló Julián. -- Y que
el mundo es un jardín, en donde todo está bien hecho. A veces hasta
los padres de familia consideran que sus hijos tienen que pensar y
hacer lo que ellos quieren como padres. Sobre todo cuando los hijos
llegan a su mayoría de edad. Quieren determinar sus
comportamientos y hasta sus decisiones. Tal vez sea la razón
teológica y humana, porque no se oponen, la respuesta
aparentemente grosera de Jesús a María cuando se perdió en el
templo. Tal vez, Jesús le estaba diciendo, aquí decido yo. No te

34
metas. Tal vez. Quizás por eso era la insistencia de Jesús de
Nazareth de quien quiera seguirlo que cargue con su cruz y lo siga.
Tal vez la cruz, quiera decir que cada uno tiene que asumir su vida,
la que haya escogido. Y quizás sea un recuerdo para todos que no
podemos meternos a decidir por los demás. Precisamente, porque
no somos dueños de nada y de nadie.
-- ¡Ese es el árbol prohibido! – apuntó María Auxiliadora.
Porque en todo hay un árbol prohibido: en la familia, en el hogar,
en la sociedad, en la amistad, en el amor. En todo, definitivamente.
Y cuando no se respeta comemos del árbol prohibido y vienen los
problemas.
-- Por lo visto es así – acotó el moderador sorprendido de lo
que él mismo no lograba ver con claridad, respecto a lo del árbol
prohibido, y que ahora, parecía como esclarecérsele. Ahora cobraba
sentido esa sentencia bíblica tan repetida.
-- O sea, ¡qué lo del árbol prohibido no se trata de sexo, sino
de un orden establecido en la naturaleza! – señaló inmediatamente
Gilberto, quien había pasado casi desapercibido, cosa que no le era
característico, ya que en todo se hacía sentir, sobre todo con alguna
ocurrencia pícara y jocosa. Y esa intervención era la propicia.
Parecía una ocurrencia banal pero tenía profundidad y sentido. Y
era muy válida. Ya que si “todo estaba bien”, según la Biblia,
también, entonces, el sexo. Por algo Dios lo había creado. Tenía
sentido lo que apuntaba Gilberto.

35
-- ¡Por supuesto! – intervino inspectivamente Antonio, quien
se hallaba junto a Gilberto y que tampoco se había hecho sentir.
Parecía que era la hora de la manifestación de los que no habían
hecho sus intervenciones. Y todos soltaron una risotada porque
Antonio lo hacía para romper su silencio y complementar la idea de
Gilberto, pero con un sentido festivo y de alegría. No era para
menos.
-- Pero, no nos olvidemos que a pesar de que es bueno, ¡y
que si que! – reaccionó Luis – hay también allí un árbol prohibido.
-- ¡Pues, claro! – añadió Adriana para seguir manteniendo la
idea de que todo es bueno, pero que en todo, absolutamente en
todo, hay, sin embargo, un límite – Todo es bueno – continuó – pero
todo, igualmente, tiene un árbol, es decir, una ley que respetar. De
lo contrario...
-- ¡Un chiste, un chiste!—interrumpió Gilberto. No se había
notado. Pero, ahora, no había quien lo obviara. Todos dirigieron la
atención en él. – “El caso es – sin más ceremonias fue a lo que iba
Gilberto – que una muchacha le pregunta al cura de su parroquia
que si en el cielo hay sexo. El padrecito le contesta que no “porque
allá todos serán como ángeles, hija mía”. ¡Uy, qué aburrido, padre!,
le contestó la muchacha”. Todos los presentes irrumpieron en
carcajadas. Cuándo no, Gilberto! era el comentario general. Y el
chiste ayudaba al tema.

36
En todo caso la idea de ser huéspedes en la tierra, que es de
por sí el jardín creado por Dios, estaba haciendo su trabajo
lentamente en todos. Nadie es dueño de nada y de nadie. Nada le
pertenece a nadie y todo es de todos. Así lo ha creado Dios. Perder
esa dimensión es meterse en problemas. Invertir el orden de
huéspedes a dueños va a traer sus graves consecuencias. En todos
los sentidos y en todas las facetas de la vida. Olvidarlo es invertir el
orden, y, precisamente, es lo que sucede en el caso concreto de
muchas familias en donde se imponen los criterios personales, sin
el verdadero respeto de la persona humana. Y ello destruye la paz,
como es lógico, generando un círculo de violencia.

37
38
(8)

Ya todo estaba bien cimentado. El mundo es el jardín. Todo


es bello. Y todo está bien, según la insistencia del libro del Génesis.
Pero existe un árbol prohibido del que no se puede comer. Hacerlo
es infringir y por consiguiente, morir. En todos los aspectos: a nivel
personal, cuando se va contra la naturaleza, tanto física como
mental y espiritualmente; en lo familiar, cuando se irrespetan las
leyes propias de la familia: el padre no toma en cuenta las
decisiones de los hijos; los hijos no respetan la intimidad de la
relación de los padres irrespetando su pasado, su historia y su
relación de pareja. En lo social, cuando se daña el bien común y el
bienestar de la comunidad; en la naturaleza, cuando nos respetamos
sus leyes físicas; en el amor, cuando se engaña o se forzan las
libertades, o cuando fulano o fulana tiene que querernos porque sí,
a veces por caprichos; en el noviazgo, cuando uno de los dos
inventan una estrategia para obligar a que la otra parte tenga que
amarrase de alguna o de otra forma: un embarazo planificado, a
veces de muchas mujeres para asegurar al hombre. En la amistad,
cuando se manipula al amigo para que sea sólo su amigo, como si
fuese de su propiedad; en lo ideológico, cuando marginamos al que

39
piensa distinto o diferente y se opone a nuestras manera de ver las
cosas; en lo religioso, cuando con engaño y falsos temores creamos
conciencias escrupulosas para ver pecado donde no lo hay; en lo
religioso también, cuando hacemos apariciones de vírgenes para
tergiversar el verdadero sentido de la presencia de Dios en el
mundo. En lo político, cuando manipulamos en el poder, sea el que
sea, para mantener nuestros intereses. En fin, en todo. No hay
aspecto de la vida que no tenga un árbol prohibido del que no hay
que comer, so pena de castigo y de expulsión. Aún en el caso de la
tragedia con la que comenzamos este libro. Quizás, por eso, será
que el hombre intuyendo esa gran verdad revelada en las Sagradas
Escrituras redactó un catálogo de Derechos y Deberes propios de
la persona humana. Derechos, porque somos habitantes huéspedes
de ese jardín. Lo que significa que podemos usar de todo lo del
jardín para nuestro bien y felicidad, comenzando por nuestro propio
cuerpo. Y vio Dios que estaba bien, nos dice el Génesis. Pero con
un árbol que no debemos comer. Y es, entonces, cuando ese
derecho se nos convierte, automáticamente, en nuestro deber.
Porque es nuestro derecho y también nuestro deber. El Jardín es de
todos y a todos pertenece. Nadie es su propietario. Todos tienen
acceso a él: es un derecho. Todos tenemos que dejar que los otros
los disfruten: es un deber. Somos huéspedes. Y esa experiencia
llevará a vivir eternamente agradecido. Agradecido de todo y de
todos. Y eternamente enamorado de todo y de todos. Y, por

40
consiguiente, eternamente admirados y admiradores. ¡Realmente
bello! Infringir esa ley es invertir el orden. Es querer cambiar los
roles: de huésped a querer ser dueño. Con sus consecuencias.
Eso es, precisamente, lo que nos cuenta el libro del Génesis
en la desobediencia de Adán y Eva. Comieron del árbol prohibido.
Lo curioso es que tenían todo un jardín y venir a antojarse
precisamente de ése. Claro, es en un sentido teológico lo que se nos
cuenta en el relato del Génesis. Y esa historia se repite y la
repetimos. Se nos olvida que no somos sino invitados. No nos falta
nada. Lo tenemos todo. Y todo bueno, porque vio Dios que todo
estaba muy bien. Pero no podía faltar el pero.
El grupo de los viernes se hallaba satisfecho de la aventura
realizada. Había valido la pena. La fatiga ya no parecía tal. Y si
pesaba era justificada. Sin embargo, querían más. Pero todo a su
justa medida para no infringir las leyes de la naturaleza. Por ahora
era suficiente. Más, era forzar y eso sería no respetar las leyes
anímicas, físicas, emocionales, y, por consiguiente, era comer del
árbol prohibido, a pesar de que todo estaba bien, según el proyecto
del Génesis. Todo con su límite.
Y terminaron la sesión de ese viernes con la lectura
correspondiente de la desobediencia de Adán y Eva, del Génesis
2,25-3,24. El turno le tocó a Angélica María, que hasta ahora casi
no había tenido participación activa. Con voz segura y firme se
colocó de pie. Todos escuchaban:

41
Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, pero no se
avergonzaban uno del otro. La serpiente era el más astuto de
todos los animales del campo que Yahveh Dios había hecho.
Y dijo a la mujer: «¿Cómo es que Dios os ha dicho: No
comáis de ninguno de los árboles del jardín?» Respondió la
mujer a la serpiente: «Podemos comer del fruto de los
árboles del jardín. Mas del fruto del árbol que está en medio
del jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, so
pena de muerte.» Replicó la serpiente a la mujer: «De
ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el
día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis
como dioses, conocedores del bien y del mal.» Y como viese
la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la
vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y
comió, y dio también a su marido, que igualmente comió.
Entonces se les abrieron a entrambos los ojos, y se dieron
cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera
se hicieron unos ceñidores. Oyeron luego el ruido de los
pasos de Yahveh Dios que se paseaba por el jardín a la hora
de la brisa, y el hombre y su mujer se ocultaron de la vista de
Yahveh Dios por entre los árboles del jardín. Yahveh Dios
llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?» Este contestó:
«Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy

42
desnudo; por eso me escondí.» El replicó: «¿Quién te ha
hecho ver que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol
del que te prohibí comer?» Dijo el hombre: «La mujer que
me diste por compañera me dio del árbol y comí.» Dijo,
pues, Yahveh Dios a la mujer: «¿Por qué lo has hecho?» Y
contestó la mujer: «La serpiente me sedujo, y comí.»
Entonces Yahveh Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho
esto, maldita seas entre todas las bestias y entre todos los
animales del campo. Sobre tu vientre caminarás, y polvo
comerás todos los días de tu vida. Enemistad pondré entre ti
y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza
mientras acechas tú su calcañar.» A la mujer le dijo: «Tantas
haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás
los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará.
Al hombre le dijo: «Por haber escuchado la voz de tu mujer y
comido del árbol del que yo te había prohibido comer,
maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el
alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te
producirá, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu
rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él
fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás.» El
hombre llamó a su mujer «Eva», por ser ella la madre de
todos los vivientes. Yahveh Dios hizo para el hombre y su
mujer túnicas de piel y los vistió. Y dijo Yahveh Dios: «¡He

43
aquí que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, en
cuanto a conocer el bien y el mal! Ahora, pues, cuidado, no
alargue su mano y tome también del árbol de la vida y
comiendo de él viva para siempre.» Y le echó Yahveh Dios
del jardín de Edén, para que labrase el suelo de donde habiá
sido tomado. Y habiendo expulsado al hombre, puso delante
del jardín de Edén querubines, y la llama de espada vibrante,
para guardar el camino del árbol de la vida.

Muchas inquietudes habían quedado en el ambiente: Adán


que echa la culpa a Eva. Eva a la serpiente: ¿qué hay de fondo? ¿No
será ese mismo mecanismo psicológico ya una violencia y será no
asumir con dignidad sus propios errores? Pero era para otra
ocasión. Por ahora, era suficiente. Porque todo a su justa medida.

44
(9)

— Para terminar esta visión nueva, miraremos el momento


crucial del Huerto de los Olivos — intervino el moderador, quien se
hallaba igualmente sorprendido — Veremos la importancia de este
momento, su transcendencia teológica y como es lógico sobre su
repercusión para el hombre en concreto y de todos los tiempos.
Porque es importantísimo aclarar que no existe verdadera teología,
o intento de ella, sin su estrecha conexión con el hombre; es decir,
para utilizar términos técnicos, que teología y antropología son
inseparables; o lo que es lo mismo, que todo el actuar de Dios está
en función del hombre.
Se habían reunido el sábado siguiente, en la mañana, para
dar los últimos retoques al tema que los tenía entretenidos.
— Así, en el Huerto de los Olivos comienza el último paso y
el primero del cumplimiento definitivo del plan de salvación
proyectado por Dios — prosiguió el moderador — En ese preciso
momento comienza a cumplirse de manera definitiva el plan de
Redención. Miremos los hechos, y sorprendámonos de la grandeza
expresa y clara de los evangelios, pero oculta a nuestro
entendimiento, por los afanes de la vida o tantas otras motivaciones
personales. Así, detengámonos en el evangelio de San Lucas ( 22,
37-46). Dice Jesús: “Porque lo mío toca a su fin. » Ellos dijeron:
«Señor, aquí hay dos espadas. » Él les dijo: «Basta. » Salió y, como de

45
costumbre, fue al monte de los Olivos, y los discípulos le siguieron.
Llegado al lugar les dijo: «Pedid que no caigáis en tentación. » Y se
apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba
diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga
mi voluntad, sino la tuya. » Entonces, se le apareció un ángel venido
del cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su
oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en
tierra. Levantándose de la oración, vino donde los discípulos y los
encontró dormidos por la tristeza; y les dijo: «¿Cómo es que estáis
dormidos?”
Gilberto y Antonino comenzaban a mirarse más de lo que lo
habían hecho antes. De hecho Antonino daba muestras de sorpresa y
se rascaba la cabeza no disimulando interés. — Existe en esa
referencia — seguía el moderador — del Evangelio de Lucas todo un
resumen teológico que vale la pena resaltar en esta mañana y al que
invito que dediquemos todo nuestro interés. Independientemente, del
hecho que les haya llamado la atención a los discípulos, y, que es el
trasfondo ideológico del evangelista, se dan y se repiten los mismo
acontecimientos del libro del Génesis, del relato de la desobediencia
de Adán. En los dos casos, comienzan dos historias diversas. Y lo que
una no completa, la realiza la otra. Y allí es donde se desenvuelve y
desarrolla la Redención. Con sus respectivas consecuencias.
Esto nos obliga, como es de suponer, mirar el libro del Génesis
(3,1-12): Dice el texto que: “La serpiente era el más astuto de todos

46
los animales del campo que Yahveh Dios había hecho. Y dijo a la
mujer: «¿Cómo es que Dios os ha dicho: No comáis de ninguno de los
árboles del jardín?» Respondió la mujer a la serpiente: «Podemos
comer del fruto de los árboles del jardín. Mas del fruto del árbol que
está en medio del jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo
toquéis, so pena de muerte. » Replicó la serpiente a la mujer: «De
ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en
que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses,
conocedores del bien y del mal. » Y como viese la mujer que el árbol
era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr
sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que
igualmente comió. Entonces se les abrieron a entrambos los ojos, y se
dieron cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera
se hicieron unos ceñidores. Oyeron luego el ruido de los pasos de
Yahveh Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, y el
hombre y su mujer se ocultaron de la vista de Yahveh Dios por entre
los árboles del jardín. Yahveh Dios llamó al hombre y le dijo:
«¿Dónde estás?» Este contestó: «Te oí andar por el jardín y tuve
miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí. » Él replicó:
«¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo? ¿Has comido acaso
del árbol del que te prohibí comer?» Dijo el hombre: «La mujer que
me diste por compañera me dio del árbol y comí. »
Las cosas estaban resultando más emocionantes, todavía.

47
— Sin duda que en el Evangelio de San Lucas se repiten los
mismos elementos teológicos y antropológicos del Génesis — Ya no
había quien detuviera al moderador. Se hallaba a sus anchas. — Así
tenemos: Jardín, en Génesis; monte, en el evangelio, tanto de
Lucas, como en los sinópticos. No olvidemos que según el
evangelista Lucas la tentación de Jesús en el Huerto de los Olivos
es continuación de las tentaciones de Jesús en el desierto. Luego,
está implícito en los Olivos la comida y el hambre que
experimentó Jesús al final del tiempo de su retirada al desierto.
También, en el caso del Génesis, aparece la comida: comer del
árbol. En ambos casos, en Lucas, incluyendo en una sola línea
narrativa y temática, las tentaciones, como en el Génesis, aparece la
posibilidad de poderío. En el caso del Génesis es la figura de la
serpiente la que presenta esta posibilidad: Le dice la serpiente a la
mujer: «De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que
el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como
dioses, conocedores del bien y del mal. » En el caso del Evangelio de
Lucas (4,3-11): “Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di a
esta piedra que se convierta en pan. » Jesús le respondió: «Esta
escrito: No sólo de pan vive el hombre. » Llevándole a una altura le
mostró en un instante todos los reinos de la tierra; y le dijo el diablo:
«Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque a mí me ha
sido entregada, y se la doy a quien quiero. Si, pues, me adoras, toda
será tuya. » Jesús le respondió: «Esta escrito: Adorarás al Señor tu

48
Dios y sólo a él darás culto. » Le llevó a Jerusalén, y le puso sobre el
alero del Templo, y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo;
porque está escrito: A sus ángeles te encomendará para que te
guarden. Y en sus manos te llevarán para que no tropiece tu pie en
piedra alguna. » Jesús le respondió: «Está dicho: No tentarás al
Señor tu Dios”. Y, ciertamente, hay una repetición de la escena
teológica. Lucas repite el relato del Génesis pero con un toque de
diferencia, como lo es el acontecimiento del pecado y el evento de la
Redención. Acontecimiento y evento, no como espectáculo, sino como
realidad intrínseca a la persona humana. Por eso, no hay teología sin
antropología, como señalé al comenzar.
Y aquí están los dos polos fascinantes que nos presenta las
Sagradas Escrituras. En una estrecha relación y en una maravillosa
conexión. En los que la casual repetición no es si no una constante
repetitiva de la Revelación; es decir, Dios que a través de los autores
bíblicos mantiene abierto el canal de comunicación de su gracia para
con el hombre. Y que es un misterio. Ciertamente escondido a los
sabios y entendidos y revelado a los sencillos, como nos lo revela
igualmente el mismo Jesús, según otro pasaje de los mismos
Evangelios. Y del que nosotros, hoy, tenemos que sentirnos
agradecidos de estar escudriñándolos, con algunas posibilidades, con
altos grados de certeza, de acercarnos a ese misterio revelado, y que no
es otro que en Cristo Jesús, la palabra hecha carne. “Porque quien me
ve ha visto al Padre, Felipe”, según palabras propias de Jesús.

49
Sin duda, que los mismos elementos se repiten, en las dos
referencias que nos tienen ocupados. Una cosa es cierta en la
repetición de la misma idea: el hombre ya ha sido colocado como
quien puede disponer de lo creado. Olvidarlo es el inicio de los
problemas. De hecho, en el libro del Génesis (1:26-31) dice,
textualmente, así: “Y dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra
imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en
las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas
terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra. Creó,
pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó,
macho y hembra los creó. Y bendíjolos Dios, y díjoles Dios: «Sed
fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en
los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que
serpea sobre la tierra. » Dijo Dios: «Ved que os he dado toda hierba
de semilla que existe sobre la haz de toda la tierra, así como todo
árbol que lleva fruto de semilla; para vosotros será de alimento. Y a
todo animal terrestre, y a toda ave de los cielos y a toda sierpe de
sobre la tierra, animada de vida, toda la hierba verde les doy de
alimento. » Y así fue. Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy
bien. Mas adelante vuelve a decir que (2, 15): “Tomó, pues, Yahveh
Dios al hombre y le dejó en al jardín de Edén, para que lo labrase y
cuidase”. ¿Dónde está, entonces, el problema? En que el hombre
olvidó esa realidad. ¿Necesitaba, acaso, de disponer de lo que ya podía
disponer? Ciertamente, no. Pero lo había olvidado. Y, por ahí, se

50
presenta el problema. ¿Tenía, acaso, hambre? ¿Hambre de qué? De
poder. Pero ya lo tenía. Además, el Génesis es insistente al decir, que:
“Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien”. Un problema,
que no hacía falta, ciertamente. Pero es que los problemas se llaman
problemas, porque viéndolo bien, se trata de una alteración de lo que
está bien, y que viene a dañar, y que tampoco hace falta, pero que
complica las cosas, desestabilizando el futuro. Si no, no fuera
problema. Y estos no son otra cosa que la pérdida de la dimensión de
futuro, dañando con ello, el presente. Es el problema. Con sus
consecuencias. Un futuro cierto que se transforma en un futuro
incierto por olvidar que ya podemos disponer para nuestro bien, sin
ninguna clase de alteración. El problema está en el alterar ese orden ya
establecido por Dios. Con su árbol prohibido, como es también lógico,
y que las mismas Escrituras nos refieren en la cita del libro del
Génesis. Un futuro incierto, olvidando el propio presente, porque en el
caso del Génesis, el presente es que el hombre podía disponer de todo,
porque para él todo había sido creado. Pero olvidó esa realidad. Y la
serpiente, descrita como la más astuta de todos los animales, para
representar la tentación, se aprovecha de esa debilidad, y le propone:
«De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día
en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses,
conocedores del bien y del mal. » ¿Dónde está el olvido? En que podía
disponer de todo. ¿Dónde está el ofrecimiento? En que se os abrirán
los ojos y seréis como dioses. El olvido de su presente le trae

51
problemas. Porque perdió su dimensión de futuro. Su futuro era su
presente. Aquí radican todos los problemas. También los nuestros.
Ahora, todos se miraban entre todos. Podríamos decir que
como boquiabiertos. Sorpresa tras sorpresa. Y buenas.
— Y, sobre esas mismas ideas, vuelve el evangelista Lucas, al
referirnos la experiencia de Jesús, tanto en el Desierto, como en el
Huerto de los Olivos — el moderador no podía detenerse en su
análisis. Hubiera sido un desastre. — Y, aunque, se repiten las mismas
ideas, en el evangelio de Lucas, Jesús, vuelve a poner las cosas en el
orden que Dios había establecido y que el hombre había invertido.
Para eso había venido. Y eso no es otra cosa que la Redención. Y que
comienza en las tentaciones del Desierto, se confirma en el Huerto de
los Olivos, y se completa en la Cruz. Pero en el Huerto de los Olivos
fue una lucha que generaba sudor de sangre, como nos lo refiere el
autor evangélico porque se trataba de la lucha de la tentación de
pretender ser el propio dueño de lo que ya podía disponer. Es sutil, lo
que estamos analizando: ya podía disponer, porque tenía esa facultad
dada por Dios. Lo era en el caso del Génesis. ¿Para qué más? Y como
en el Génesis, Adán lo olvidó; en el Huerto de los Olivos (se repite la
idea del jardín), se repetía la experiencia de poder olvidarlo una vez
más. Por eso la tentación: “Padre, si quieres, aparta de mí esta copa”.
Pero, inmediatamente se da el abandono: pero no se haga mi
voluntad, sino la tuya. » Entonces, se le apareció un ángel venido del
cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su

52
oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en
tierra. No podemos olvidar, bajo ninguna perspectiva, que hay en todo
ese relato un gran contenido teológico, que no tiene ninguna discusión.
También, netamente humano, con clara referencia a nuestras vidas
personales. No me detengo en lo del sudor de sangre, porque ya el
mismo evangelista cierra toda posible complicación, al respecto, al
decir, que “su sudor se hizo como gotas espesas de sangre”. La clave
de la analogía está en el “como gotas”. Lo que significa que no fueron
gotas, sino como gotas. Se nota allí un claro recurso analógico y
comparativo. En todo caso, ¡cuántas “como gotas de sangre” no
tenemos que sudar en nuestros propios huertos, es decir, jardines!
La señora de Romero había sacado varias veces el pañuelo,
para quitar de su rostro algunas lágrimas disimuladas pero inevitables,
a estas alturas del tema. Gilberto tenía ganas de reírse al ver a la señora
Romero, pero no podía porque de hacerlo, hubiera estallado en llanto y
con ruido, y temía hacer llamar la atención. Pero todos hubiesen hecho
otro tanto, sin la menor duda.
— De manera que en el Evangelio de Lucas no se hace otra
cosa que repetir el mismo acontecimiento narrado, en su total
dimensión teológica, del libro del Génesis — parecía indetenible el
moderador. —Ahora se entiende, por qué el evangelista coloca como
circunstancia histórica y real, como repetida en nuestras vidas, la idea
de no caer en tentación y con ella la de velar y estar despierto.
Precisamente, para no caer en tentación. Que no es otra, que la de

53
invertir el orden ya establecido por Dios. ¿Por qué querer ser dueños si
ya podemos disponer? Con sus respectivos árboles prohibidos. No
debemos olvidarlo.
— No todo termina allí. Al contrario, comienza a comenzar,
precisamente allí. Es decir, en ese preciso momento teológico-
humano, Jesús dice que “llegó la hora”. De hecho, los testigos
presenciales nos cuentan que lo apresan y comienza todo el proceso de
su condenación hasta terminar en la cruz. Porque ésa era la hora. Y en
el proceso, vuelve a repetirse el acontecimiento teológico y humano
del relato del Génesis. Adán se siente desnudo. Porque sabe que
comió del árbol prohibido. Y, enseguida, le echa la culpa a Eva. Las
cosas se complican más todavía. No asume. Eso nos dice el
Génesis. Y los evangelios, por su parte, en continuación de la
misma idea, como instrumento de la revelación, nos cuentan que
Jesús no responde nada. Se queda callado. No se defiende. Tenía
todas las de ganar: no había comido del árbol prohibido. Había
respetado el orden establecido por Dios. Pero todavía, no lo había
restablecido. Estaba a punto de lograrlo en la cruz. No se defiende.
De hecho, no podía. Había renunciado a ese derecho en el Huerto
de los Olivos, al decir: “Padre, si quieres, aparta de mí esta copa”; :
pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. » ¿Para qué hablar?:
hubiese sido otra vez la misma historia. Y Él venía a redimir,
precisamente, esa historia. ¡Ése era su presente! ¡Y ése era su futuro!
No perdió jamás el sentido de su historia. Futuro y presente. Presente y

54
futuro. Una repetición, sin duda, pero una teología profunda en esa
trabazón histórica existencial. Y, en ese preciso momento, estaba
comenzando a redimirse y restableciéndose el olvido de Adán, tan
nefasto para la humanidad; pero tan consolador, desde el Huerto de los
Olivos. Es decir, se realiza, desde entonces, la restauración de la
historia: pasado, presente y futuro, al mismo tiempo, en una trabazón
sin desface de tiempo, en el que ya no habrá más posibilidad de
ruptura, por toda la eternidad.
¡No es realmente bello este misterio! ¡No es abrumadoramente
fascinante la estrecha conexión y ligazón de las Sagradas Escrituras!
¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Y muchos síes, tienen que sumarse en una constante
aprobación interior, acompañados de algunas lágrimas, tal vez
místicas, o tal vez, de arrebatos comprensivos e intuitivos en la
comprensión de tan grandes misterios! Y, que todo junto, hace que
saboreemos los tragos amargos de la vida como momentos en que se
tiene quedar en nosotros la redención de lo que tenemos que redimir;
es decir, el restablecimiento del orden establecido y querido por Dios
para cada uno de nosotros. Porque al igual que en Jesús se repite en
nosotros esa lucha. Por eso es teológico: porque en Jesús se manifiesta
el Cristo, a través de la cruz, con su conexión en el Huerto de los
Olivos. Y por eso es humano: porque se repite en cada uno de nosotros
esa misma experiencia de la lucha del orden invertido y que tiene que
restablecerse, como lo quiere Dios. En eso consiste su gloria: en la paz
del hombre. Y no puede ser, sino también con nuestro propio paso por

55
nuestros respectivos huertos de los Olivos. Jesús es el modelo y la
revelación misma. En Él, el primer Adán queda en el pasado. Es el
nuevo Adán. Las cosas quedaron restablecidas; es decir, redimidas,
desde entonces y para siempre.
— Sólo nos queda reconocer que estamos tentados. Fácil
perdemos nuestra dimensión de futuro. Se nos olvida lo que somos:
nuestro presente y futuro, al mismo tiempo. Señor, ¿a quién vamos a
acudir?. ¡Sólo tú tienes palabras de vida eterna! No nos dejes caer en
tentación. Ahora, sí se entiende el por qué de la oración del
Padrenuestro. Allí se dan los mismos elementos del Génesis y del
Evangelio. Y nos las enseñaste a través de tu Hijo. Por eso podemos
terminar rezándola, porque estamos comenzando a comprender que
comienza a tener sentido para nuestra vida:

Padre nuestro, (Creador de todo)


Que estás en el cielo; (que ocupas todo de lo creado),
Santificado sea tu nombre (sea reconocido
tu poderío y reinado);
Venga a nosotros tu Reino (haz que hagamos
siempre tu voluntad).
Hágase tu voluntad (y que la busquemos
queriéndolo),
así en la tierra como en el cielo (en cada momento: presente y
futuro).
Danos hoy nuestro pan de cada día (a enfrentar
soberanamente nuestro presente),
Perdona nuestros pecados (las veces que hemos
perdido la dimensión de futuro),

56
No nos dejes caer en tentación (Padre, si es posible aparte de mí
esta copa)
Y líbranos del mal (pero no se haga mi voluntad, sino la tuya).
Amén.

A decir verdad no sabían si llorar, si aplaudir, si quedarse


sentados como estaban. Pero lo que sí era cierto era el silencio
respetuoso que los embargaba. Y se volvían a mirar no sabiendo qué
decirse.

57

Anda mungkin juga menyukai