La novedad indoárabe
La novedad de la ‘mercantesca”
la algoritmia o aritmética de origen indoárabe no tuvo
una acogida triunfal, sino por el contrario. “En
realidad, se trata de una transición demasiado lenta
que requirió largos siglos. La lucha entre ‘abaquistas’
que defendían la tradición romana y los ‘algorítmicos’
o nuevos abaquistas, que propugnaban por su
reforma, duró desde el siglo XI hasta el siglo XV.
algunos países las cifras arábigas fueron excluidas de
los documentos oficiales; en otros, fueron totalmente
prohibidas. A pesar de ello, como siempre sucede, la
prohibición no llevó a la abolición, sino únicamente a
difundir su uso secreto, del cual se han hallado
amplios testimonios en los archivos italianos del siglo
XIII: a partir de ellos resulta que los mercaderes
italianos usaban las cifras arábigas como una especie
de código secreto.
De este modo, en la demora de esta lenta y
contrastante consolidación, las cifras árabes tuvieron
todo el tiempo para sufrir estilizaciones gráficas
sucesivas, hasta alcanzar su forma definitiva impuesta
por la reproducción de la imprenta después del siglo
XV.
En el siglo XVII todas las reglas que actualmente se
enseñan en las escuelas elementales, a propósito de
las operaciones con números enteros, con fracciones
ordinarias y con decimales, estaban definidas y ya se
difundían sin ninguna prohibición ni resistencia. Sin
embargo, para ello fueron necesarios casi cinco siglos.
El sistema de numeración romano sobrevivirá
hasta nuestros días, pero sólo en las lápidas, en
aquellos documentos a los cuales se quisiera
garantizar un signo de aulicidad, o bien como
alternativa respecto a las cifras árabes, pero ya desde
el siglo XIII se derogó radicalmente en la práctica de la
técnica de contabilidad y técnico-- científica.
la introducción de la cifra O, que permitía eliminar
las columnas decimales del ábaco ya limitado en sus
funciones, como se dijo, hacía posible efectuar, sin
más, cálculos con cifras escritas, en lugar de hacerlo
con objetos que representaban cantidades.
De hecho, no faltaron las manifestaciones concretas
de gratitud de los mercaderes hacia la nueva
contabilidad, aun cuando oficialmente se haya
prohibido. Cuando el mercader no estaba a la altura
de este lujo, recurría a la compañía en la que
participaba en ese momento, o al arte al que estaba
inscrito, para usufructuar de cualquier modo la
asistencia de un neobaquista.
El nuevo ábaco
El libro de ábaco no trataba sólo de aritmética tal
como actualmente la entendemos, sino de “aritmética
en sentido amplio, matemática financiera, geometría”.
Además, en algunos talleres de ábaco también se
enseñaba astronomía, astrología y taccuinurn (arte del
calendario, como efemérides, lunario, fecha de la
Pascua, Este cálculo, que hoy se hace en pocos
minutos con una calculadora de bolsillo para los
próximos cien años, en ese entonces presuponía
técnicas lentas y complejas, siempre discutidas y
perfeccionadas.
Tampoco se puede pensar en el libro de ábaco como
en un manual escolar de la época, que habría de
distribuirse entre los pupilos entusiastas.
Basta pensar que hasta la mitad del siglo XIX, los
libros de lectura para la escuela elemental aún no
estaban destinados a los alumnos sino a los maestros,
El libro de ábaco, en todas sus manipulaciones y libres
transcripciones (y asimismo las reediciones del De
arithmetica del ya citado Boecio, que circularon hasta
el siglo XVI), era un texto inteligible y utilizable
legítimamente sólo por expertos muy selectos, como
lo eran los maestros de ábaco, sin cuya mediación
aquellas páginas habrían quedado envueltas en el
más oculto de los secretos.
En general, los niños entraban a la escuela de ábaco a
la edad de nueve o diez años, después de que habían
aprendido a leer ya escribir y acudían a ella durante
dos años aproximadamente. La enseñanza era
gradual, se empezaba por la lectura y la escritura de
los números, para proseguir con los cuadernillos (es
decir las “tablillas”), en donde se aprendían las
operaciones con números enteros y fracciones.
Latinados y no latinados
Ya desde el siglo XIV los maestros de gramática,
particularmente en las ciudades que ya para ese
entonces estaban dominadas por la burguesía
mercantil, como Florencia y Génova distinguían entre
alumnos latinados y no latinados. Incluso los no
latinados debían seguir el aprendizaje básico en el
antiguo texto gramatical latino de Donato y,
frecuentemente, bajo la guía de un ayudante de
maestro (obviamente el maestro principal prefería
dedicarse a los latinados), aprendían a legere el
scribere o de quaderno et de chata probablemente
también en lengua vulgar. Inmediatamente después,
existía la distinción definitiva entre los legentes
auctores y los non legentes auctores, o bien volentes
audire tragedias y los non audientes. Los primeros
estaban destinados a proseguir los estudios
tradicionales del trivio y del cuadrivio para luego
acceder a las profesiones liberales; los otros, en
cambio, accedían generalmente a las escuelas de
ábaco con el propósito de prepararse para un buen
empleo administrativo o contable. No es muy claro a
qué edad los no latinados y similares terminaban los
estudios de gramática, para entrar a las escuelas de
ábaco. Según algunos, esto sucedía sin más alrededor
de los diez años; según otros, mucho más tarde. G.
Manacorda latinantes-legentes-estudios liberales)
respecto al segundo (non latinantes-non legentes-
escuela de ábaco) seguían aún un método basado
totalmente en el legerc, o sea, en aprender cierto
número de textos y su traducción, más que nada
mnemotécnicamente, logrando a lo máximo algunas
simples composiciones en latín.
Los mercaderes fueron los primeros que mostraron
gran interés por apropiarse de todos los
perfeccionamientos del arte del cálculo, así como en
impedir, al mismo tiempo, su divulgación sin control.
Estas resistencias llevaron a las autoridades
municipales a prohibir el uso del cálculo aritmético o
algorítmico.
La pedagogía del fúndago
El mercader no sólo estaba interesado en la nueva
contabilidad bancaria y comercial. Poco a poco se
interesaba más en otras cosas, por ejemplo, en los
mapas de tierras y mares, instrumentos
indispensables para la expansión y la aceleración de
los tráficos, asaz perfeccionados gracias a las
aplicaciones cartográficas de nuevas elaboraciones
astronómicas y geométricas. Deberá conocer la
algoritmia, las reglas contables y actuariales, saber
leer y actualizar una carta o un mapa en detalle,
escribir con precisión y sobriedad en la lengua vulgar
de su propio uso, e incluso en la lengua vulgar usada
en los centros de mayor tráfico.
En las compañías mercantiles el trabajo se dividía
entre los socios de la misma empresa (la participación
tenía carácter privado y por tiempo indefinido, a veces
breve y a veces duradero, pero no interfería con las
artes y su régimen) que se ocupaban personalmente
de ello y los diversos adeptos: “factores”, notarios,
escribanos y contables, cajeros, mandaderos y
mancebos.
Tal desarrollo tuvo lugar sobre todo en el siglo XIV, a
medida que la mercancía definitivamente superaba en
poder y en riqueza al artesanado.
No debe sorprender, pues, la capacidad contable de
personas prácticamente analfabetas, si nos salimos de
nuestros actuales parámetros y pensarnos que hasta
la alfabetización de masas, es decir, en tiempos muy
recientes, un gran número de estos analfabetas
efectuaba compraventas incluso considerables y
administraba su propio patrimonio o de otros (materia
prima y rebaños, latifundios, inmuebles, etc.) usando
sistemas empíricos de contabilidad pero, por lo que
parece, bastante eficaces.
Ser Lapo Mazzei, confiándole a Francesco Datini a
su propio hijo de dieciséis años como aprendiz de
mercader en Barcelona, donde Datini tenía uno de sus
fúndagos más prósperos, le daba al amigo una amplia
autoridad educativa: “Me basta que el mancebo sea
educado en honradez y costumbres, dándole tareas de
día y de noche y que se olvide de las plañideras
usanzas de Florencia”; y a continuación “si no te
obedece por bien, ya te dije, golpéalo como a un
perro, ponto en la cárcel como [si fuese] tuyo”.
Se trata, sin duda, de métodos pedagógicos muy
duros, incluso drásticos. Pero si así se comportaban
los padres, ¿hasta dónde llegaban los maestros de las
artes y todos los que tenían autoridad sobre los
muchachos y jovencitos en el periodo de su
aprendizaje?
En cuanto a la familia, baste recordar las costumbres
violentas, siempre con propósitos educativos, del
marido con la mujer, narradas por cronistas y
escritores de la época, sobre todo por el famoso lema
de Sacchetti: “Mujer, sea buena o mala mujer, bastón
requiere”.
La novedad del manual
Otra gran novedad del siglo XIV fueron los manuales
de artes y oficios, así como los diversos libros técnicos
usados en las empresas productivas y los libros
comerciales que adoptaron las compañías, ambos
concernientes a las artes. En ese entonces, el término
se refería más bien al volumen que al contenido o al
destinatario, y el formato usual del libro era más
cercano al de los ejemplares colocados en los atriles
de las catedrales, que hoy resultan enormes para
nosotros, que a los ágiles pockezs de nuestros días.
El método de enseñanza que se usaba por doquiera
era todavía el oral-gestual. El libro era aún demasiado
raro y costoso, demasiado estorboso y desagradable
como para pensar en ponerlo en manos de muchachos
despreocupados.
De hecho, en esos manuales no sólo se explicaban
minuciosamente todas las operaciones que poco a
poco se hacen necesarias para la producción, sino que
se enlistaban también minuciosamente cantidades y
calidades de los distintos materiales, instrumentos
técnicos, características gestuales y el tiempo que en
promedio se requería para cada operación en los
distintos momentos del ciclo.
Otro ejemplo de la segunda mitad del siglo XV es el
Tratado del arte de la seda o “verdadero opúsculo del
arte o sobre el arte de la secta para dar información a
los que lo desconocían o eran novatos que deseaban
saber dicho arte” Es probable que los “ignorantes y
novatos” fueran los inspectores de producción que
debían vigilar a los maestros, laborantes y operarios
en sedes alejadas, o a los que habían aceptado
trabajo a domicilio y que, naturalmente, debían
adquirir nociones suficientes para no ser engañados y
probablemente para sorprender con las manos en la
masa a los desobligados y a los flojos.
Una articulación por vía práctico-oral
un artesano podía ser analfabeta en el sentido que
damos hoy a este término, es decir, ser incapaz de
leer y escribir fluida y correctamente y de hacer
cuentas con el método aritmético. Si esto sucedía
hasta en el siglo XIV a no pocos eclesiásticos,
imaginemos lo que sucedería a un artesano o “artista
mecánico”, a pesar de que fuese un “maestro en
piedra”, constructor de palacios y catedrales
Sin embargo, eso no quiere decir que el maestro
constructor fuese incapaz de resolver empíricamente
problemas de estática, a menudo complejos, ni que el
maestro tintorero no supiera prever reacciones y
combinaciones de las sustancias tratadas para
colorear las telas.
Este prejuicio nos podría llevar a pensar que una
persona instruida de aquel tiempo debería estar a la
altura, por lo menos, de un buen alumno de quinto
año de primaria de nuestros días.
Cada época posee una idea propia sobre la
instrucción, del mismo modo que posee modos y
tiempos propios para realizarla.
En tanto, hay que señalar que los libros —aunque
esto ya se dijo— en ese tiempo eran raros, asaz
estorbosos y costosos porque todos aún eran copiados
o escritos a mano. O sea, mucho menos de lo que
ahora ofrece un libro de lectura para un alumno de
primer año de primaria. El baño consumista en el que
estamos inmersos es reciente, pero tan intenso que
nos hace perder la perspectiva y nos induce a pensar
que las cosas fueron siempre más o menos así. según
el cual todo lo que existe existió siempre, si bien en
distintas proporciones.
El aprendizaje como escuela
En realidad el aprendizaje en el Medievo, e incluso
después, por lo menos hasta el siglo XVI, se entiende
en sentido amplio, es decir, como un tipo de
experiencia guiada con carácter de adiestramiento, en
la que se aprendían directamente los
comportamientos requeridos para determinada
ocupación, ya fuese “mecánica”, intelectual o
espiritual,
Desde un punto de vista pedagógico, el modelo
práctico y de adiestramiento para tareas
determinadas fue común a todos los currículos
formativos en una época que duró aproximadamente
diez siglos.
. A veces en el contrato entre padres y patrón se
especificaba que este último se comprometía a
enseñar su propio oficio y a proveer la instrucción y la
manutención del muchacho. Las tareas hacia las que
se encaminaba—al muchacho eran, generalmente, la
de camarero personal, escudero, paje y similares, pero
a veces se extendían a las de secretario o incluso
joven de estudio legal o notarial.
), sino corno encaminar a un muchacho para que
llegue a ser hombre de confianza, asistente personal o
maestro de cámara o de ceremonia, cuando no para
dar, sin más, un neto salto de clase social con ayuda
de la suerte. En tal afortunado caso, “de sirviente
podrás transformarte en patrón y podrás hacer que te
sirvan, mereciendo respeto y honor y, finalmente,
conquistar la salvación del alma”.
Sin lugar a dudas Ariès tiene razón cuando señala
que en general el aprendizaje (siempre que no se le
confunda con toda forma de educación fuera de la
familia) era una forma muy difundida de educación. El
niño aprendía con la práctica y esto no se detenía en
los límites de una profesión, dado que en ese
entonces y aún durante un buen trecho no existían
límites precisos entre la profesión y la vida privada
(...). De este modo, toda educación era fruto de un
aprendizaje en sentido mucho más extenso al que se
adoptó más tarde. Mientras tanto vimos repetidas
veces que debemos adaptarnos a la imagen de una
escuela sin libros o con muy pocos, donde leer y sobre
todo escribir, exceptuando los formularios oficiales de
la rutina profesional, era casi facultativo, aun en
niveles superiores, donde “saber latín” podía limitarse
a la capacidad de repetir plegarias o letanías, o bien
preceptos médicos de la escuela salernitana y cosas
parecidas.
La evolución del significado de “lectura”
Según Cipolla, en Normandía ya desde el siglo XIV,
los contratos de aprendizaje también contemplan para
el maestro de taller contratante la obligación de
envoier a l`escolle al alumno, además de procurarle
alimentación y alojamiento. En la parte opuesta de
Francia, en Tolosa, resulta que algunos aprendices en
los días o periodos de fiesta, iban con los notarios a
aprender los rudimentos de las letras (pero ¿cuáles y
en qué medida?), En París, prácticamente todos
los muchachos entre los 5 y los 15 años habrían sido
capaces de leer y escribir, lo cual parece
verdaderamente poco creíble, aunque se refiera a la
mitad del siglo XVI. . En cambio, resulta mucho más
convincente la otra afirmación de que más de mil
alumnos iban a escuelas florentinas especializadas
para “aprender ábaco y algoritmo”; en fin, eran casi
seiscientos los que habrían estudiado “gramática y
lógica”, es decir, el trivio.
Antes que nada, Villani habla únicamente de
lectura, con toda la imprecisión del significado del
término en aquella época, y no de escritura.