MODULO 1
CARRERA:
CONTADOR PUBLICO
AUTOR: Dr. ARMANDO ISASMENDI
PROF.: Dra. GRACIELA E. MORENO
CURSO: 4º AÑO
SALTA
1
2
Educación
A DISTANCIA
AUTORIDADES DE LA UNIVERSIDAD
CANCILLER
Su Excelencia Reverendísima
Vice-Canciller
Monseñor OSCAR MARIO MOYA
RECTOR
Dr. PATRICIO COLOMBO MURUA
VICE-RECTOR ADMINISTRATIVO
ADMINISTRA
Ing. MANUEL CORNEJO TORINO
SECRETARIA GENER
SECRETARIA AL
GENERAL
Prof. CONSTANZA DIEDRICH
3
4
Indice General
5
UNIDAD VI
UNIDAD VII
UNIDAD IX 351
UNIDAD X 351
UNIDAD XI
6
Currículum Vitae
A.- Antecedentes Personales:
Apellido: Moreno
Nombres: Graciela Edith
Nacionalidad: Argentina
Lugar de Nacimiento: Salta - Capital
7
6.- Asistente a las XX Jornadas Nacionales de Derecho Administrativo, organiza-
das por la A.A.D.A., Santa Fe, noviembre de 1994.
7.- Asistente al II Congreso Nacional de Ciencia Política, organizado por la Univer-
sidad Nacional de Cuyo, Mendoza, noviembre de 1995.
8.- Asistente al Curso Introductorio de Mediación, organizado por la Fundación
Arché, dictado en la Universidad Católica de Salta, Mayo de 1996.
9.- Asistente al Curso de Entrenamiento en mediación, organizado por la Funda-
ción Arché, dictado en la Universidad Católica de Salta, Junio de 1996.
10.- Asistente al Seminario "Evaluación de la Jurisprudencia de la C.S.J.N. en De-
recho Administrativo desde 1990 hasta la actualidad, organizado por la Uni-
versidad Austral, Buenos Aires, 17 y 18 de Abril de 1997.
11.- Asistente al Seminario "Recursos y Procedimiento Administrativo" organizado
por la Universidad Austral, Buenos Aires, 15 y 16 de Mayo 1997.
12.- Asistente al Seminario Preparatorio de Maestría en Derecho Administrativo
de la Economía, 1er. Módulo, Colegio de Abogados de la Provincia de Salta,
30 y 31 de Mayo de 1997.
13.- Asistente al Seminario Preparatorio de Maestría en Derecho Administrativo
de la Economía, 2º. Módulo, Colegio de Abogados de la Provincia de Jujuy, 12
y 13 de Junio de 1997.
8
Carrera: Contador Público
Curso: 4º Año
Materia: Derecho Administrativo
Autor: Dr. Armando Isasmendi
Profesor: Dra. Graciela E. Moreno
Unidad 1
Sociedad y Estado. Estado Poder y Derecho. Bases conceptuales del derecho ad-
ministrativo: El Estado, distintas concepciones, teoría, causas y elementos. La Perso-
nalidad del Estado. Derecho público y privado, criterios de distinción. El Estado y la
justicia.
Unidad 2
Caracteres del Derecho Administrativo. Relación con otras ramas del derecho. Cien-
cia de la administración.
9
Segunda Parte
Unidad 3
Unidad 4
Unidad 5
10
Tercera Parte
Unidad 6
Unidad 7
Elementos del acto administrativo. Caracteres y efectos. Estabilidad del acto admi-
nistrativo; Doctrina de la C.S.J.N.. Suspensión de los efectos del acto en sede admi-
nistrativa y judicial. Silencio de la Administración. Legislación nacional y provincial.
Unidad 8
11
Unidad 9
Unidad 10
Unidad 11
Cuarta Parte
Unidad 12
12
da. Aclaratoria. Revisión. Queja. Avocamiento por alzada. Reclamaciones y denun-
cias, la denuncia de ilegitimidad, procedencia. Reclamo administrativo previo: Con-
cepto, procedimiento. Diferencia con la vía recursiva, régimen nacional y régimen
provincial.
Unidad 13
Unidad 14
Quinta Parte
Unidad 15
13
Entes regulatorios: creación. Condición jurídica. Fines y objetivos. Competencia.
Potestades. Control administrativo y judicial.
Unidad 16
Unidad 17
Sexta Parte
El Régimen Patrimonial
Unidad 18
14
Expropiación: concepto y fundamento. Naturaleza jurídica. Elementos. Procedimien-
to. Abandono de la expropiación. Expropiación irregular y diferida. Concepto, requisi-
tos. Retrocesión. Concepto. Casos en que procede. Análisis de la legislación nacional
y provincial.
Finalmente, incluiremos la lectura de los más destacados fallos que en estos años
nos brinda la copiosa jurisprudencia en materia de Derecho Público en general, y de
Derecho Administrativo en particular, poniendo especial énfasis en los fallos de la
S.C.J.N..
15
1988-E-1103; Sobre la fundamentación y límites de la potestad reglamentaria en
LL-1991-E-1179; Acerca de la caducidad y prescripción de los plazos para de-
mandar al Estad Nacional en ED-45-829; Los contratos de la Administración Pú-
blica en ED 57-793;
- COMADIRA Julio: La anulación de oficio del acto administrativo, Ed. Astrea, Bs.
As. 1987; El acto administrativo municipal, ed. Depalma, Bs. As. 1993; La Posición
de la Administración ante la ley inconstitucional en Rev. de Der. Adm. 1-151; La
responsabilidad del Estado por las obligaciones de sus entes descentralizados
en ED 19.02.92.
- GAUNA Octavio: Ejercicio privado de funciones públicas en LL 1990-D-1205.
- DIEZ Manuel M.: Tratado de Derecho Administrativo; Derecho Procesal Adminis-
trativo (en colaboración con T. Hutchinson), Depalma.
- DROMI Roberto: Derecho Administrativo, Ed. Astrea, Bs. As. 1979; Reforma del
Estado y Privatizaciones, Ed. Astrea. Bs. As. 1991.
- GORDILLO Agustín: Tratado de Derecho Administrativo, Ed. Macchi, Bs. As. 1978;
Introducción al Derecho Administrativo, Ed. Abeledo Perrot, Bs. As. 1966; Recla-
mo administrativo previo en ED 89-7.
- GRECCO Carlos: Sobre el silencio de la Administración en LL-1980-C-777.
- HUTCHINSON Tomás: Ley Nacional de Procedimientos Administrativos, Astrea,
Bs. As. 1986; La acción contencioso administrativa (pretensiones y plazos), Bs.
As. FDA 1981.
- LINARES Juan F.: Fundamentos de Derecho Administrativo, Ed. Astrea, Bs. 1971;
Derecho Administrativo, Ed. Astrea, Bs. 1971; Derecho Administrativo, Ed. Astrea,
Bs. As. 1986; Lo contencioso administrativo en la justicia nacional federal en LL-
94-919; Recurso de alzada contra actos de sociedades del estado y otras en LL-
1980-A-72;
- MAIRAL Héctor: La evolución del régimen de sentencias contra la Administra-
ción Pública; Control Judicial de la Administración Pública, Ed. Depalma, Bs. As.
1984; Los vicios del acto administrativo y su recepción por la jurisprudencia en
LL-1989-C-1014;
- MARIENHOFF Miguel: Tratado de Derecho Administrativo, Ed. Abeledo Perrot,
Bs. As. 1988; Demandas contra el Estado Nacional, los artículos 25 y 30 de la
LPA en LL 1980-B-1024.
16
Punto Nº 4 - Características de la asignatura
El derecho administrativo es el conjunto de normas jurídicas que regulan la activi-
dad administrativa del Estado. A su vez, la ciencia del derecho administrativo es el
conjunto de métodos y técnicas mediante los cuales se alcanza el conocimiento y el
manejo de tales normas jurídicas.
17
18
Diagrama General de Contenidos
Módulo 1 - Parte 1
BASES BASES
CONCEPTUALES HISTORICAS
19
TRANSFORMACION
RESPONSABILIDAD
PATRIMONIAL
20
Diagrama de Contenidos
Unidad 1
BASES
CONCEPTUALES
DERECHO
ADMINISTRACION
ADMINISTRATIVO
CONCEPTO DESCRIPCION
Régimen
exorbitante
Prerrogativas
Garantías
21
22
Punto Nº 5 - Guía de Estudio
UNIDAD I
Primera Parte
Lecturas obligatorias:
a.- Juan Carlos Cassagne, Derecho Administrativo, 5ta. Edición actualizada (inclu-
ye Reforma Constitucional de 1994). Editorial Abeledo Perrot - Año 1996: Tomo
1 - Título primero, capítulos 1 y 3 completos; Tomo 2, título tercero, capítulo 1,
puntos 3 a 6 inclusive.
b.- Rodolfo Carlos Barra, Principios de Derecho Administrativo. Editorial Abaco,
Capítulos V, VI y VII.
c.- Módulo 4 de la asignatura Derecho Político, Prof. Titular, Dr. Patricio Colombo
Murúa, págs. 7 a 45 (Temas Sociedad y Estado - Elementos del Estado).
d.- Módulo 2 de la asignatura Derecho constitucional. Prof. Dr. Carlos Abdo, págs.
92 a 96.
Los volúmenes citados se encuentran disponibles en la Facultad.
Lecturas alternativas.
a.- José Roberto Dromi, Derecho Administrativo, Ediciones Ciudad Argentina. 1994
o posterior (un tomo).
b.- Manuel María Diez (colaboración de Tomás Hutchinson). Manual Derecho Ad-
ministrativo, Editorial Plus Ultra, año 1996 (dos tomos).
c.- Bidart Campos, Germán Tratado Elemental de Derecho Constitucional Argenti-
no.
23
Estado, bien común e interés público
Introducción
Ello impone, entonces, como una tarea fundamental a afrontar, la de definir cada
uno de los vocablos meramente yuxtapuestos, para verificar si entre los mismos exis-
te alguna relación. Pero esa investigación admite ser encarada desde perspectivas
formales muy diferentes como, por ejemplo, la etimológica o la histórica o en fin la
fenomenológica.
* RENE GOANE. Es abogado, graduado en la Universidad Nacional de Tucumán, previo concurso de antece-
dentes y oposición. Es profesor titular de las cátedras de "Filosofía del Derecho" y "Derecho Administrativo"
en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Tucumán, es Director Asistente
del Curso de Post-Grado de Derecho Administrativo en la misma Casa de Estudios. Publicó diversos artículos
doctrinarios sobre temas de Filosofía del Derecho y del Derecho Administrativo. Fue miembro del Consejo
superior de la Universidad Nacional de Tucumán y del Consejo Directivo en la Facultad de Derecho y Ciencias
Sociales de esa Universidad. Integró la comisión Honoraria que redactó el Código Procesal Administrativo de
esa provincia. En cuanto a su actuación pública, fue Abogado Jefe en la Asesoría Jurídica de Previsión y
Seguridad Social de Tucumán, fue Vocal del Directorio de la Caja Popular de Ahorro de la Provincia de Tucumán,
actualmente es Vocal de la Excelentísima Corte Suprema de Justicia de la Provincia de Tucumán.
24
Estado
Su esencial
Ello así, el Estado es un ente real. Estamos, pues ante una esencia la cual le
compete existir, con una existencia primaria extramental y, por ende, independiente-
mente de nuestro pensamiento. La realidad entitativa del Estado repele toda concep-
tualización de éste como mera idealidad, puro ser de razón que no puede existir sino
en nuestro espíritu.
Pero afirmar que el Estado es un ente real, no significa predicar de él que se trate
de una esencia a la cual competa existir en sí. El Estado no es pues, un ente real
sustancial Y ello ya de alguna manera se lo insinuaba cuando afirmábamos que aquél
se inscribe en el orden de las operaciones humanas. Se trata entonces de un ente
cuya esencia no es absoluta ni completa, sino por entero relativa al sujeto de esas
operaciones: la persona humana singular, la cual si inviste la calidad de ente real
sustancial.
Ahora bien; aquello que es sustentado por la sustancia, que su existencia real es
inherente a ella, lo que esse es inesse, es decir, inherir, un ser-en otro recibe el
nombre de accidente.
1.- Aplicando la conclusión arribada en el texto, los respectivos estatutos ontológico de la persona concreta
(ente real sustancial) y el estado (ente real accidental) dan razón, medida y sentido a la afirmación de que
la sociedad política existe en y para el hombre singular, referibilidad que se inserta totalmente en el dinamis-
mo de la perfección temporal del hombre concreto.
25
Esta entidad real y accidental -el Estado- se inscribe, según ya adelantáramos, en
el orden de las conductas de una multitud de sujetos. Como tal, la sociedad política
no puede reclamar la unidad sustancial que es propia de los sujetos actuantes. No
obstante ello, implica una cierta unidad. El Estado no es, por tanto, una pura privación
de unidad, sino la concreción de una forma de unidad contraria a aquella propia del
ser sustancial. Como advierte Lachance, siendo el ser y el uno convertibles, "... una
ligazón con el ser importa una cierta relación con la unidad".(2) De donde, constituyen-
do el Estado un ser real accidental, de alguna manera tiene que estar contenido en la
unidad.
Por lo tanto el ser mismo del hombre en razón de su peculiar estatuto ontológico -
entidad personal finita- es apertura y constitutiva relación, por la cual realiza su mi-
sión de alcanzar su perfección.(5)
2.- Cfr. Lachance, Louis. El concepto de derecho según Aristóteles y Santo Tomás. Buenos Aires, pág. 284.
3.- El orden, en cuanto forma, es el acto de la esencia del Estado y, como tal, en principio de su perfección. En
definitiva, es el orden el que da el ser de politicidad a esa multitud de conductas, ordenándolas a la conse-
cución del fin en gracias al cual los hombres constituyen el Estado.
4.- Cfr. Zubiri, Javier. Naturaleza. Historia, Dios. Ed. Nacional, Madrid, págs. 370-371. Es que en la persona
humana, la perfección es algo a lograr, un persistente "infieri" en palabra de Bargallo Cirio, actualidad que
no es un simple factum, sino que es misión, en espléndida expresión de Zubirí (op. cit. pág. 371).
5.- Supuesta la religación a Aquél que nos hace ser -de Quien nos viene el ser y es el fundamento fundante que
nos apoya en la existencia y nos da la fuerza de hacernos, de realizarnos-, existir, para la persona humana,
es existir con -con cosas, con otros, con nosotros mismos-. Este "con" pertenece al ser mismo del hombre,
confiriéndole aquella constitutiva apertura o relacionalidad.
26
Esta ontológica relación con sus congéneres, se expresa sicológicamente, como
impulso o apetito social, tendencia consecutiva al hontanar más profundo de su ser y
respuesta a la exigencia inelectable de realizar su proceso de personalización.(6)
Concepto de Estado
Siendo el principio formal del Estado, el orden que determina y proporciona las
conductas sociales y personales a la perfección entitativa del sujeto actuante -o sea,
del hombre mismo- la sociedad política se inscribe, formalmente,, en el ámbito de lo
6.- "El mismo ser personal sólo puede constituirse en apertura a los demás hombres" y más adelante agrega:
"Desde el plano material de la pura biología hasta lo más elevado del espíritu la radical indigencia del
hombre requiere la comunidad" (Ferrer Arellano, Joaquín: Filosofía de las relaciones jurídicas. Estudio Ge-
neral de Navarra, Rialp, Madrid, pág. 259; 262).
7.- Es entonces el Estado, como un todo potestativo respecto a sus partes -los hombres concretos y las socie-
dades imperfectas- el término que puede y debe hacer realizable la perfección inmanente y temporal de la
persona singular. Ilustrativamente, Manfred Riedel dice: "... sistematiza Aristóteles la múltiple y rica vida de
las asociaciones de la democracia ática. Pero, todas estas Koinoniai abarcadas por el derecho y la amistad
no constituyen ni un ámbito independiente entre los individuos y la polis ni tienen un concepto propio inde-
pendiente de aquella". Metafísica y Metapolítica. Ed. Alfa, Buenos Aires, pág. 129. (El subrayado me perte-
nece).
8.- Cfr. Bargallo Ciro, Juan M.; "Bien común y perfección personal", Prudencia Iuris Nº III.
9.- Al respecto expresa Brunner Otto, en su obra: "Nuevos Caminos de la Historia Social y Constitucional" Ed.
Alfa, Buenos Aires, pág. 139. "La koinonia politiké, la societas civilis, había sido desde la antigüedad la
sociedad estatalmente constituida, política, formada según el modelo de la antigua Estado-ciudad, de la
Polis, de la Civitas. Ella fue deslindada de la casa, de la societas doméstica. Societas civilis y Res publica y
popolus eran aquí idénticos. De ahí que la Política era la doctrina de la societas civilis, la Oeconomica la de
la casa en sentido amplio".
27
agible; la razón de su ser y de su actuar dice constitutiva finalidad respecto a la actua-
lización entitativa del hombre, a su personalización, a su perfección temporal.(10)
Bien Común
Ese "por qué" es el motivo del obrar. Motivo que consiste siempre en la valiosidad
del objeto de ese obrar. Hay, pues, en el obrar humano una estructura de
entrelazamiento necesario entre objeto y motivo, que acontece en el sujeto operante.
A éste, la valiosidad motivante del objeto suscita el apetecerlo como un bien.
10.- En sentido contrario al del texto Kauffmann Matthias, en su obra ¿Derecho sin reglas?, Ed. Fontamara S.A.,
México, pág. 81, expresa: Hasta Thomas Hobbes, la pregunta acerca de la legitimidad de la dominación no
rezaba (sobre) si y por qué debe existir, sino quien debía gobernar y cómo. Una cuestión central, reiterada-
mente analizada, era si debía gobernar un solo, o un grupo pequeño o más bien una multitud de personas.
Como criterio se utilizaba la cuestión de saber las decisiones de quiénes eran más conciliables con el bien
común".
11.- El estado, considerado analógicamente como obra del orden operativo factible, es valorable como útil y
consecuentemente en esta perspectiva cabe juzgar de su eficacia, postular su mayor o menor extensión
cuantitativa, su conveniencia o inconveniencia. En esta consideración analógica, como estructura orgáni-
ca, el Estado es contingente, variable, incluso puede devenir antagónico al desarrollo del dinamismo per-
fectivo del hombre concreto. En este orden puede hablarse de "reforma del Estado" de "achicamiento del
Estado".
28
Inferirnos, así, una primera conclusión: la idea de bien es primordial en toda la
operación propiamente humana, pues toda ella se orienta hacia un bien.
Este bien, que orienta a sí toda la actividad del entendimiento práctico y todo el
movimiento de la voluntad y de los apetitos, materialmente fundado y coincidente con
el ser real del objeto, es el mismo ser de la cosa objetivada por el mecanismo de la
acción humana, en cuanto expresa la perfección en sí misma y en cuanto perfectivo
de otro.
En tanto que en todo ente se está ejerciendo el acto de ser, es ya, por ello, una
cierta perfección. Toda cosa es buena según que ella es perfecta. Por tanto, la bondad
es la perfección, el grado especial de acabamiento o plenitud de aquélla en las cosas.
Si nos ceñimos a los bienes que el hombre persigue como aptos y convenientes
para su perfección entitativa, el bien reviste la calidad de causa final, lo que equivale
a decir, que es aquello en gracias a lo cual el sujeto humano operante actualiza una
perfección de su ser. El bien, en cuanto fin, influye la perfección de ser en el sujeto
humano.
12.- Urdanoz, Teófilo, El bien común según S. Tomás. Apéndice II al T. VIII. B.A.C., Madrid, pág. 757.
29
y motiva la apetencia de su voluntad, por representárselo intencionalmente como
algo perfectivo, cuya actualidad de ser se le ofrece como completiva y conveniente
para alcanzar su perfección ontológica.
¿Cuál es, entonces, ese bien que causa teleológicamente las operaciones de una
multitud de hombres y sociedades imperfectas, influyendo en ellas esa unidad de
orden que configura al Estado como la sociedad política, necesaria y suficiente en su
género?
Así como la idea de bien es fin y motivo de todo obrar voluntario del hombre singu-
lar, con pareja evidencia se presenta la idea de un bien común en el obrar solidario y
comunitario de las personas singulares, en tanto que éstas se unan ente sí y de
cualquier manera actúen su natural apetito de socialidad. Con apalabras de Urdanoz:
"El bien común corresponde exactamente, en la vida y actividad de los grupos socia-
les, al bien privado en la vida y actividad ética de la persona singular, con funciones
enteramente equivalentes"(13).
30
Como se advierte de inmediato, un tal bien común por su propia índole, no puede
ser atribuido a una persona singular, pues ésta en razón de su entidad finita, no
puede alcanzarlo por sí sola sino en unión con los demás. Así, el bien común es el
bien de todos, sin exclusiones; simultáneamente, es el fin de una dada sociedad en
cuanto tal, "como constituyendo una unidad de orden, al unir los esfuerzos de todos
los particulares en una aspiración común"(14).
La primera propiedad, vale decir, aquello que sin constituir la esencia del bien co-
mún, sin embargo se deriva inmediata y necesariamente de aquélla, es su unidad. Se
trata del motivo o aspiración única de todos y, simultáneamente, la télesis única de la
organización social. Una segunda propiedad es su universidad, pues es un bien que
implica su participabilidad por todos los sujetos. Además, presenta el carácter de
totalidad, pues contiene todos los bienes necesarios para la parcial perfección que
dicha sociedad debe satisfacer. Finalmente, el bien común es social, no puramente
particular sino de la comunidad y público, no privado desde que su obtención exorbita
la posibilidad de cada miembro por sí mismo, siendo el resultado de la acción unitaria
de todos.
Acometemos, ahora, sobre la base de las precisiones ganadas hasta aquí, la in-
vestigación por la esencia, propiedades, contenido y primacía, dentro de su género,
del bien común político.
Siendo el Estado un todo, su causa final, el bien común político presenta el carác-
ter de constituir una totalidad.(16)
31
Esta totalidad universalmente participable plantea, de inmediato, la necesidad de
esclarecer con precisión qué significación tiene, tratándose del bien común político,
la afirmación de que éste consiste en una totalidad.
Ahora bien; esta comunicación a cada persona singular no acontece en todas sus
virtualidades, sino en modos parciales y escalas variables, proporcionalmente a la
32
aptitud funcional y posición social de los mismos. Al modo que el alma no se comuni-
ca uniformemente y con toda su virtualidad a las distintas partes del cuerpo humano,
aunque esté presente en todos ellos animándolos, análogamente el bien común se
comunica a todos los miembros del todo social político, proporcionalmente. Por eso
podemos decir, que el bien común político, es un todo analógico proporcional o todo
potestativo.
Esta concepción del bien común, el implicar una constitutiva referencia al bien
propio relativamente entendido, proporcionalmente al bien de los demás, no previene
sobre la legalidad propia de la concepción orgánica de la sociedad: si el bien privado
de un miembro de la sociedad es deficiente, sufre detrimento el bien común; si la
parte trata de acrecer su bien particular y expensas del de los demás partes del todo
social, inflige un daño al bien común, no por haber crecido su bien privado sino por-
que no ha aumentado conjuntamente el de los demás, antes ha redundado en perjui-
cio de éstos. (21)
Queda así explicitada la afirmación de que el bien común político, por ser un todo
universal analógico, está en acto en cada bien particular, comunicándole la debida
actualidad a éste proporcionándolo al bien particular de los demás. Formalmente, no
hay pues contrariedad entre bien particular y bien común político sino que, precisa-
mente es este último el que, proporcionándolo, da acabamiento y perfección según la
razón de bien al bien singular.
33
4.- Primacía del bien común político.
Siendo el bien común el bien de todo y estando las partes inordinadas en el todo,
existe una evidente superioridad del bien común sobre los bienes de los individuos.
Esta primacía es su propiedad más característica. El bien común se distingue del
bien individual como lo perfecto de lo imperfecto, como el fin universal se distingue
del fin particular.(22)
A esta primacía del bien común político se corresponde, como necesario correlato,
las relaciones de subordinación de los bienes particulares y de las personas singula-
res a aquél.(24)
Con esta fórmula implica todas las relaciones jurídicas, es decir, deberes de los
particulares para con el todo social y derechos de la sociedad y del poder público
sobre los individuos.
Afirmar que las personas singulares están ordenadas a la comunidad -en razón de
la primacía del bien común sobre los bienes individuales- significa que aquéllas de-
ben tender a la promoción y búsqueda de ese bien común, porque sólo en él y a
través de él han de conseguir su propio bien y perfección personal. El Estado es en y
para la persona singular, pero ésta se perfecciona en y por la sociedad política.(25)
Es del caso resaltar que esta ordenación no tiene por objeto puros deberes éticos
sino que, una vez constituida la comunidad política, estas obligaciones para con el
bien común son exigidas por el derecho de los otros, del todo social, que proporciona
a cada uno de los medios de la perfección y, como contraprestación, exige la com-
pensación de las aportaciones de éste.(26)
22.- Esta superioridad del bien común es no sólo cuantitativa, como una suma lo es respecto de uno de los
sumandos, sino formal y cualitativamente. Dentro del mismo orden el de la perfección temporal e inmanen-
te de la persona- el bien común es superior y más notable que el bien singular.
23.- Adviértase, empero, que la primacía del bien común sobre el bien individual se ha entendido siempre
dentro del mismo plano u orden de bienes. De donde, en cosas de distinto género, nada impide que lo
propio sea superior a lo común. Así, vgr. como ejemplifica Urdanoz, el bien de gracia de una sola persona
es mayor que todo el bien natural del universo entero.
24.- Los individuos así como el bien singular de ellas, se ordenan al bien común y a toda la comunidad de la cual
son una parte. Análogamente a lo que acontece con los miembros del cuerpo humano, todos los individuos
se han de ordenar, como a su fin, al bien común de la familia, de la sociedad política, en el género de la
perfección temporal.
25.- Cfr. Urdanoz: ob. cit. y loc. cit. pág. 770.
26.- Cfr. Urdanoz: ob. cit. y loc. cit. pág. 770.
34
El bien común político adquiere, así, la modalidad de un bien común debido, de
término de exigencias, propiamente objeto de la justicia general o legal, imponiendo
ante todo, la ordenación de las personas singulares a sí.(27)
Con palabras de Urdanoz, "... el orden de las personas singulares al bien común de
la sociedad está basado, en primer plano, en normas de justicia legal, exigibles por el
poder público y la fuerza imperativa de derecho".(28)
Concluyendo: por lo expresado hasta aquí, el bien común político deviene principio
de exigencias sobre los particulares, en cuanto objeto de la justicia -general o legal-
constructora del orden social. Este orden social al bien común está cimentado en
débitos jurídicos, constituyendo propia y formalmente, un orden de justicia.(29)
35
titud, es decir, en la abundancia perfecta de bienes materiales, intelectuales y mora-
les, y medios de toda clase que las personas singulares deben encontrar en el Esta-
do para su perfección entitativa temporal.(32)
36
todo social, o la primacía de éste, puesto que los individuos son por igual sujetos de
deberes y derechos, acreedores y deudores para con el bien común, y estos dere-
chos de los individuos respecto del bien común es sobre todo el poder público el que
debe satisfacer".(37)
Queda así allanado el camino para afrontar la tercera y última cuestión que plantea
el título de la disertación que me ha sido encomendada.
Interés público
Si el bien común político es, por una parte, la causa final, es decir, principio y razón
de la constitución del Estado y, por otra parte atendiendo a su estructura formal impli-
ca la sobreabundancia de bienes para la suficiencia perfectiva inmanente de toda la
multitud, resulta pertinente preguntarnos si la sucesión de nombres con que se es-
tructura el título de esta disertación acaso incluya dos términos que no sean diferen-
tes: bien común e interés público.
Una respuesta afirmativa nos pondría en presencia de dos términos sinónimos, por
tener ambos la misma significación, pudiendo ser sustituidos recíprocamente en un
enunciado sin alterar la significación de este.
En esta perspectiva, se suele definir las funciones del Estado respecto al modo
peculiar a cada una de ellas de satisfacer los requerimientos del bien común o del
interés público (también se usa la expresión interés general), utilizándose dichos tér-
minos alternativamente. En mi opinión quienes siguen este criterio, por lo general
37.- En la perspectiva universalista de la primacía absoluta del bien común parecería que no hay lugar para la
defensa de los derechos naturales y anteriores de la persona, que establezcan una cierta autonomía de la
misma frente al poder estatal absorbente y señalen los límites de la autoridad civil. Queda así planteado el
delicado problema de las relaciones entre individuo y Estado, entre persona y autoridad. En la perspectiva
del realismo tomista, el dilema se resuelve si recordamos que la ordenación de los individuos al bien común
y el ámbito de sus obligaciones para con él es universal extensivamente, más no intensivamente.
Extensivamente: porque se refiere a cualesquiera de las esferas de su operación exterior. Mas no
intensivamente, pues no se da de manera omnímoda, por la exigencia de la totalidad de sus actos, en
todas sus formas, momentos y circunstancias, sino que aquella ordenación tiene su medida y limitaciones.
Las personas son partes del todo social solo por analogía, como partes de un todo accidental y no sustan-
cial, al tiempo que ellas son todos sustanciales que sirven a otro bienes y finalidades superiores. De donde,
la ordenación de marras tendrá limitaciones y las personas, a su turno, sus derechos y exigencias frente a
ese todo social. Así destaca Urdanoz que: "Un sencillo análisis de la estructura del bien común social
dentro de los bienes comunes nos da la clave de estas limitaciones. Bien patente está que este bien común
se presenta como superestructura de otros bienes comunes, como la sociedad política es la sociedad
temporal perfecta que se superestructura sobre otras sociedades inferiores y naturales, al menos genéri-
camente (...). Por lo mismo, debe respetar las ordenaciones anteriores de los individuos a esos bienes
comunes inferiores, con los derechos naturales inherentes a los mismos (...). La ordenación, pues, de los
individuos al bien común social no significa la absorción de sus actividades todas, sino respeto para esas
primeras sociedades -las cuales ya limitan así el poder del Estado- y función supletoria y perfectiva de las
mismas. Es el hoy llamado principio de supletoria y perfectiva de las mismas. Es el hoy llamado principio de
supletoria y perfectiva de las mismas. Es el hoy llamado principio de subsidiariedad" (pág. 778). De otra
parte, la primacía del bien común temporal sólo significa superioridad sobre el bien particular de la persona
en ese orden temporal de la vida social.
37
prefieren utilizar el vocablo bien común para aludir a la causa teleológica del Estado
y, en cambio, usar el término interés general para integrar la conceptualización de las
funciones de la comunidad política. Lo característico de este uso promiscuo de voca-
blos diferentes -bien común, interés público o interés general- es que quienes así
proceden no se hacen cuestión, al menos explícitamente, sobre si se está o no en
presencia de palabras sinónimas.
Otra vertiente doctrinaria, que prescinde del vocablo bien común, entiende al inte-
rés público como el resultado de un conjunto de intereses individuales compartidos y
coincidentes. Se le niega entidad ontológica propia y específica, por tratarse de un
mero resultado "... de la sumatoria valiosa de un conjunto de intereses individua-
les".(38)
Por las razones ya expresadas hasta aquí y las que paso a exponer no comparto
ninguno de los criterios precedentemente reseñados.
El Estado es el todo que contiene a las personas singulares y a las demás socieda-
des imperfectas, como ordenación completiva en función de su fin especificativo o
bien común. Entonces, el bien común político, será primeramente y por sí: "la conser-
vación y la activa promoción de ese mismo orden que constituye su ser".(39)
a.- en primer lugar, que el bien común político especificativo del Estado se aseme-
ja con la propia forma de éste es decir, con el orden, pues es bien común "con-
siste en la plenitud ordenada de los bienes necesarios para la vida humana
perfecta".(40)
De donde, materialmente, el bien común político es la sobreabundancia de bie-
nes, de toda índole, necesaria para la perfección temporal del hombre concreto.
Formalmente, es la ordenación de esa sobreabundancia de bienes, a fin de
proporcionada suficiencia para logro de ese telos.(41)
38.- Cfr. Escala, Héctor Jorge. El interés público como fundamento del derecho administrativo. Ed. Depalma,
Buenos Aires, pág. 350.
39.- Cfr. P. Pinto, Mario Agustín, "La noción del Bien Común según la filosofía tomista". Prudentia Iuris. Nº III,
pág. 16.
40.- Cfr. P. Pinto, Mario Agustín, ob. y loc. cit. pág. 17.
41.- Digo semejanza y no identidad, pues el orden, tratándose del estado es principio formal determinativo del
ser de éste, y, como tal, se inscribe en el ámbito de lo entitativo. En cambio el orden, como constitutivo
formal del bien común, pertenece al ámbito de las operaciones, con sus necesarios presupuestos de
facultades y hábitos.
38
b.- en segundo lugar, el bien común político como término del dinamismo perfecti-
vo de la persona humana, haciendo posible el acabamiento temporal del proce-
so de personalización, pertenece propia y formalmente al orden agible de las
operaciones humanas, cuyo fin es la perfección del mismo sujeto operante.
Ahora bien; la prudencia, virtud propia del intelecto en su función práctica, esto es
directiva del obrar de la persona también se inserta en lo agible humano; éste es el
ámbito propio de la prudencia a la que compete determinarlo en su máxima singula-
ridad conforme a todas sus circunstancias de lugar, tiempo y persona.
Llegamos, así, a una distinción formal entre bien común político e interés público
que, a esta altura de mi reflexión personal sobre el tema, propongo a propósito de la
incitación motivante de la sucesión de nombres con que se estructura el título de esta
disertación.
Por lo tanto, en primer lugar, afirmo que el término bien común político no es sinó-
nimo del vocablo interés público.
Ahora bien, la constitutiva temporalidad especificativa del bien común político, dice
necesaria referencia a variabilidad de circunstancias por las que discurren tanto el
hombre concreto como la sociedad perfecta a la que se ordena como la parte al todo;
variabilidad que implica multiplicidad de rutas para la actualización, hic et nunc, del
bien común que es el fin.
Aparece así la noción de interés público como el acto prudencial del gobernante,
ejercido acorde a las modalidades propias de sus respectivas funciones estatales
atribuidas según el orden de reparto instituido por la Constitución, determinando en-
tre varios medios el más idóneo para la consecución del bien común.
39
Por lo tanto, mientras el bien común político es "plenitud ordenada de los bienes
necesarios para la vida humana perfecta"(42) y tiene razón de fin o término en ese
proceso del dinamismo perfectivo temporal del hombre concreto; el interés público es
la determinación electiva, según un juicio prudencial del gobernante, de los medios
conducentes, hic et nunc, para conseguir de hecho aquel fin o término.
Enseña Urdanoz que "... el bien común aparece como objetivo especificador de la
prudencia política que, bajo el imperio de la justicia legal, provee a la elaboración de
las leyes, a la construcción del orden social y cuidado del bien común".(43)
El interés público, añado por mi cuenta, en cuanto juicio prudencial relativo a los
medios para la construcción y cuidado del bien común, se especifica en cada órgano
supremo del Estado, acorde a la peculiaridad de su propia función.
Conclusiones
42.- Cfr. P. Pinto, Mario Agustín; op. y loc. cit., pág. 17.
43.- Cfr. Urdanoz: ob. cit. y loc. cit., pág. 771.
44.- Lo inferido en el texto confiere, a mi criterio la correcta inteligencia de la afirmación de Ernesto palacio,
contenida en su obra Teoría del Estado. Eudeba. Buenos Aires, pág. 103: "Sabido es que esta cuestión de
la libertad es la más importante que se plantea dentro de la especulación política, porque pone en causa
hasta la propia legitimidad del poder. ¿Es el Gobierno defensor, protector y aún creador de la libertad de los
ciudadanos, o es su peor enemigo? ¿Hasta qué punto puede ella coexistir con la coerción?".
40
supraordenación de sociedades y personas individuales en orden a su perfec-
ción temporal. Caso contrario, se pondrá en grave peligro el dinamismo perfec-
tivo de la persona individual, con la disolución del orden y unidad de la multitud,
lanzada a su destrucción. La historia, en todos sus momentos remotos y cerca-
nos demuestra, con verificación incontestable de realidad existencial, la rela-
ción dialéctica y de mutua implicancia de las perfecciones entitativas del Esta-
do y de sus miembros.
e.- finalmente siendo el interés público el juicio prudencial propio del ejercicio ar-
quitectónico y constructivo, por parte de los gobernantes en orden a la organi-
zación y consecución del bien común político, pertenece al ámbito de la propia
discrecionalidad con que cada uno de los órganos fundamentales del Estado
deben gestar en el marco genérico de la juridicidad pero con las modulaciones
de las circunstancias particularísimas de tiempo, lugar y persona.(45)
El anexo científico de cualquier sector del conocimiento exige, como tarea previa e
inexcusable, la delimitación de su objeto. Así ocurre, por supuesto, en el Derecho
administrativo, expresión ésta, que primariamente evoca dos hechos: de una parte,
una realidad objetiva, la Administración; de otra, el dato de que dicha realidad es
objeto del Derecho, es regulada por éste.
Es necesario, pues, analizar estas dos circunstancias: primera, qué sea o qué de-
bamos entender por Administración (I); segunda, cuál sea el significado y contenido
de la expresión con la que se designa el Derecho que se refiere a la Administración,
del Derecho Administrativo (II).
I.- La administración
45.- Al respecto resulta interesante la observación de David Osborne y Ted Gaebler en su obra: "la Reinvención
del Gobierno". Paidós. Estado y sociedad. Barcelona, pág. 66. "En el mundo contemporáneo las institucio-
nes públicas también requieren flexibilidad para responder a situaciones complejas y en rápida transforma-
ción... Los gobiernos burocráticos no pueden hacer ninguna de estas cosas con facilidad debido a sus
regulaciones de la Administración Pública y a los sistemas de posesión de los cargos". La inadvertencia,
propia de una concepción racionalista de que la discrecionalidad al no ser otra cosa que juicio prudencial
político jurídico, ha desarrollad prejuicios que se traducen en serias trabas a las rutas que la variabilidad
continua de las circunstancias resultan idóneas para la consecución en los hechos del bien común. Entien-
do en este sentido la observación realizada por Alejandro Nieto en su libro: La organización del Gobierno.
Ariel, Barcelona, pág. 52. "La clave de la disfunción que se denuncia se encuentra en la circunstancia de
que la legalidad está siendo entendida, no ya sólo como el sometimiento de la Administración a la ley, sino
como la exigencia de que todas las tomas de decisión han de ir precedidas de una norma general sin lo
cual, se consideran ilegales".
41
sumamente problemática, de dudosa utilidad didáctica, y, con toda probabilidad, abo-
cada al fracaso. La Administración, en efecto, es un producto cultural de una comple-
jidad extraordinaria, cuya esencia y límites sólo pueden irse perfilando e interiorizando
a lo largo del estudio de las disciplinas científicas que se refieren a la misma (y quizás
nunca de modo total).
Para ello, hemos de llevar a cabo una doble tarea. En primer lugar, examinar las
diferencias alternativas que nos permiten aproximarnos al concepto de Administra-
ción que ha de servir de base a nuestro estudio (A). Precisado ya, en sus líneas
generales, cuál sea el sentido instrumental que haya de otorgarse al concepto de
Administración, es necesario efectuar una descripción elemental y orientativa de la
misma, situándola en el marco de los poderes de nuestro Estado (B).
42
1.- La alternativa metodológica: el estudio de la Administración
desde los puntos de vista jurídico y no jurídico.
Esta toma de postura no entraña de modo alguno una obviedad, contra lo que pudiera
parecer (es lógico, podría decírsenos, que una obra de Derecho administrativo se centre
en la problemática jurídica); centrarse en los temas jurídicos no es lo mismo que limitarse
o circunscribirse al estudio de éstos. Lo que se pretende expresar con este matiz es una
pura opción didáctica que entraña excluir dos hipótesis: primera, la de que el análisis
jurídico sea el único válido para abordar el fenómeno administrativo; segunda, la de que
el jurista deba prescindir radicalmente de las aportaciones y planteamientos de las res-
tantes disciplinas científicas en aras de una absoluta pureza metodológica.
43
metodológica; esto es, la necesidad de depurar la ciencia del Derecho de todo elemento
no estrictamente jurídico, ya sea histórico o sociológico y, por supuesto, de todo juicio de
valor.
44
neamente cubiertas por los individuos privados); y su medio más característico es el
ejercicio del poder público (mediante el cual puede vencer unilateralmente las resisten-
cias que los ciudadanos opongan a la realización del interés general); en tanto que los
particulares persiguen fines e intereses privados, siendo su medio de relación más ca-
racterístico el contrato, como forma típica de relación entre personas situadas, por defi-
nición, en un nivel de igualdad jurídica.
Como todas las formulaciones dialécticas simples, esta distinción resulta excesiva-
mente simplificadora y, por ende, inexacta: no es cierto que los particulares no puedan
perseguir -lo hacen, de hecho- fines de interés general, ni tampoco que las técnicas de
decisión unilateral autoritaria sean desconocidas en el mundo privado (como lo prueban,
por ejemplo, la patria potestad y el poder de dirección empresarial); por otra parte, la
Administración emplea, cada vez con mayor extensión, las formas privadas de contrata-
ción junto a las técnicas de imposición autoritaria. Pero, con todo, la contraposición es
expresiva y útil en una primera aproximación al tema.
La opción entre uno y otro significado ha sido objeto de una polémica secular que,
por supuesto, excede con mucho de los aspectos puramente lingüísticos, y de la que
aquí sólo puede darse cuenta de modo esquemático.
45
que realizan los restantes: el poder legislativo, junto a la función de este nombre,
desempeña funciones materialmente administrativas (las relativas a su organización
interna y al régimen de su personal, de sus bienes y de sus contratos) y aún jurisdic-
cionales (en algunos países, el enjuiciamiento de determinados delitos de las autori-
dades supremas del Estado); por su parte, el poder judicial realiza también activida-
des materialmente administrativas (como la organización y gestión de su personal y,
entre nosotros, los llamados actos de jurisdicción voluntaria) e incluso normativa (hoy,
en España, como veremos, los reglamentos dictados por el Consejo General del Po-
der Judicial).
De entonces acá son millares las páginas escritas para tratar de aislar el factor, la
nota característica que permitiera definir de modo inequívoco esa abstracta función
administrativa. Por recordar aquí sólo alguna de las múltiples líneas ensayadas, se la
ha intentado caracterizar como la actividad de ejecución de la Ley en posición de
dependencia, frente a la posición independiente de los jueces (tesis propugnada por
los miembros de la escuela vienesa, principalmente Hans KELSEN y Adolf MERKL);
como actividad para la consecución de los fines del Estado (tesis de la escuela clási-
ca italiana: V.E. ORLANDO y F. CAMMEO) o de los intereses públicos o colectivos
(también de gran predicamento en la doctrina italiana de la primera mitad del siglo; O.
RANELLETTI, S. ROMANO, G. ZANOBINI); como actividad de gestión de los servi-
cios públicos (tesis dominante en Francia hasta los años cincuenta y cuyos mejores
representantes fueron G. JEZE, R. BONNARD y L. ROLLAND). Y así, prácticamente
hasta el infinito, en una labor de resultados siempre insatisfactorios -o sólo mediana-
mente satisfactorios- que llevaron a una buena parte de la doctrina alemana (desde
G. JELLINEK y O. MAYER) a una tesis tan pragmática como desalentadora, conocida
como teoría negativa o residual: después de definir positivamente la legislación (como
creación normas jurídicas de carácter general) y la jurisdicción (como resolución de
conflictos intersubjetivos de intereses) se concluye que la función administrativa en
todo aquello que queda de la actividad estatal una vez que se han separado aquellas
funciones.
El fracaso con que se han saldado los intentos de definir la función administrativa
en abstracto ha llevado a un amplio sector de la doctrina a retomar a los planteamien-
tos orgánicos o subjetivos originales; aún reconociendo la heterogeneidad de las fun-
ciones que desempeña, se parte del criterio de que el objeto primario de análisis del
Derecho administrativo es, ante todo, la Administración pública como organización (o
como persona jurídica).
46
Esta afirmación no es contradictoria con el hecho de que un importante sector de la
doctrina española más moderna, sea explícitamente partidaria de la definición del Dere-
cho administrativo como Derecho de la función administrativa objetivamente considera-
da (así, aunque con diferencias sustanciales de planteamiento, M. BALLBE, J. M. BO-
QUERA, S. MARTIN RETORTILLO, R. MARTIN MATEO y -recientemente, y rectificando
sus anteriores tesis orgánicas- F. GARRIDO FALLA: vid. la nota bibliográfica al final de
este capítulo): en definitiva, se trata de una pura toma de posición conceptual, no segui-
da después en el desarrollo didáctico de la disciplina, que continúa ajustándose a patro-
nes orgánicos: patrones éstos predominantes entre nosotros en los últimos años, desde
las exposiciones de F. GARRIDO FALLA y E. GARCIA DE ENTERRIA.
En definitiva, la polémica parece haber perdido hoy interés en la doctrina europea; con
la notable excepción de Italia, donde la última línea de razonamiento ensayada apunta a
una caracterización de la función administrativa en base a datos formales o
procedimentales: vid. F. BENVENUTI. Funzione amministrativa, procedimento, processo,
Milano, 19659. La doctrina mayoritaria y más autorizada, sin embargo, parece decidida a
abandonar la indagación, reputada inviable dada la heterogeneidad de las tareas realiza-
das por la Administración: tal es la conclusión de la excelente obra de la profesora M. A.
CARNEVALE VENCHI, Contributo allo studio della nazione di funzione pubblica, Padova,
2 vols, 1969, ratificada por la superior autoridad de M. S. GIANNINI, Diritto amministrativo,
Milano, 1970, ratificada por la superior autoridad de M. S. GIANNINI, Diritto amministrativo,
Milano, 1970, I, pág. 79, que parece haber sentenciado el tema en Italia con una declara-
ción tajante: "una caratterizazione oggettiva de la funzione amministrativa non esiste".
47
Actividad Nº 1
1.- Subraye los cuidados que debemos tener en cuenta cuando se pretende estu-
diar la Administración desde el punto de vista jurídico.
48
4.- Administración pública, organizaciones estatales, extraestatales
y semipúblicas
De una parte, es necesario individualizarla dentro del total aparato del Estado, en
cuyo seno coexiste con otra organizaciones de estructura y funcionamiento material-
mente similares. Por Administración Pública se entiende, exclusivamente, el aparato
orgánico al servicio del Gobierno o poder ejecutivo del Estado y de los restantes
entes públicos territoriales. Los demás poderes y estructuras constitucionales del
Estado poseen también organizaciones burocráticas a su servicio (así, el Parlamento
y el Poder Judicial; entre nosotros, también, la Corona, el Tribunal Constitucional, el
Tribunal de Cuentas y el Defensor del Pueblo); pero tales organizaciones no han
recibido el nombre de Administración pública ni su estudio es normalmente objeto del
Derecho administrativo.
La exclusión del análisis del régimen jurídico interno de las organizaciones estatales
no administrativas (Corona, Parlamento, poder judicial, etc.) no debe interpretarse, en
manera alguna, como el resultado de una exigencia científica; tampoco constituye, como
se verá una directriz metodológica rigurosa. Lo que quiere expresarse, sencillamente, es
que el objeto primordial de nuestro estudio ha de ser la Administración pública, y que
sólo marginalmente nos ocuparemos del régimen interno de los referidos órganos cons-
titucionales.
El escaso rigor lógico de este planteamiento, que no podemos por menos de dejar de
reconocer, es sólo explicable si se tiene en cuenta, que nos encontramos ante una de las
más difíciles encrucijadas del Derecho público español. Tradicionalmente, el Derecho
administrativo se ha ocupado solo del estudio de la Administración pública, en tanto que
el Derecho constitucional se limitaba al examen de la estructura y funciones constitucio-
nales de los restantes poderes del Estado. El régimen interno de estos últimos apenas si
era objeto de atención específica, en la medida en que poseía una entidad prácticamen-
te despreciable (así, los servicios internos de los Parlamentos hasta fecha reciente) o era
directamente gestionado por los órganos de la Administración pública (así, en el caso de
la Corona o Presidencia de la República y del poder judicial, administrado por el Ministe-
rio de Justicia).
49
nadie; el Derecho constitucional la ignora, al no tratarse de funciones típicamente políti-
cas o constitucionales; y lo mismo hace el Derecho administrativo, al tratarse de activida-
des de órganos distintos de la Administración pública. Lo cual no sólo se traduce en un
indefendible vacío didáctico, sino ante todo en una grave indefinición práctica de su régi-
men jurídico: en ausencia de norma escrita, ¿por qué reglas se rigen su personal, sus
contratos, sus bienes, su responsabilidad?
Hablar del Derecho administrativo como un sistema normativo supone dar por sen-
tadas dos afirmaciones: primera, que la Administración pública está sometida al De-
recho; y segunda, que este sometimiento se da, no solo al Derecho en general, sino
a una rama o sector específico del mismo, el Derecho administrativo. Y estas afirma-
ciones son en sí mismas problemáticas, porque así como la Administración es una
realidad tan vieja y constante como la sociedad misma (bajo una forma u otra, todo
grupo social mínimamente evolucionado ha dispuesto siempre de algún tipo de orga-
nización dedica a velar por la consecución de los intereses colectivos), el Derecho
administrativo es un producto contingente, un subsistema cultural históricamente li-
mitado, exclusivo de un cierto ámbito geográfico y de un determinado nivel de civiliza-
ción.
50
Por ello, quizás una buena forma de aproximarse al Derecho administrativo sea
cuestionarse históricamente las dos afirmaciones que antes sentamos. Las pregun-
tas que podríamos formularnos serían, por tanto, dos: ¿cómo y por qué hablamos de
"Derecho"? ¿cómo y por qué hablamos de Derecho "administrativo"? La primera nos
lleva a interrogarnos por la razón y los orígenes de que la Administración esté some-
tida al Derecho (1); la segunda a indagar los motivos de que este sometimiento se de,
precisamente, a un sector individualizado y concreto del Derecho, el Derecho admi-
nistrativo (2). A estas dos cuestiones debe añadirse una tercera, en la que deberán
analizarse sumariamente los rasgos característicos de esta rama del Derecho en
cuanto sistema normativo (3).
Como antes se dijo, la sujeción del poder político -y de su instrumento más directo,
la Administración- al Derecho no es, en absoluto, una constante histórica. Antes bien,
y como ha dicho Prosper WEIL, esta sujeción tiene algo de anómalo, cuando no de
milagroso: "la actividad de los particulares está regulada por un Derecho que se les
impone desde el exterior y el respeto de los derechos y obligaciones que lleva consi-
go estar bajo la autoridad y la sanción de un poder externo y superior: el del Estado.
Pero resulta extraño que el Estado acepte voluntariamente considerarse obligado por
la ley. Está en la naturaleza de las cosas que un Estado crea, de buena fe, estar
investido de poder para decidir discrecionalmente sobre el contenido y las exigencias
del interés general".
Como es natural, el principio absolutista no suponía que los órganos del poder públi-
co actuaran por completo al margen de toda normación jurídica, sin más regla que su
capricho. De una parte, el poder del monarca se hallaba limitado -teóricamente, al me-
51
nos- por el derecho divino, el derecho natural y el de gentes; de otro, los funcionarios u
oficiales regios estaban sujetos a la observancia de las normas y mandatos emanados
del monarca. Este sometimiento al Derecho era, sin embargo, fuertemente nominal, ha-
bida cuenta de la confusión entre los poderes normativos y ejecutivos (los órganos en-
cargados de dictar la normas, eran, frecuentemente, los mismos a quienes correspondía
su ejecución) y, sobre todo, entre los poderes ejecutivos y jurisdiccionales; la resolución
definitiva de las controversias sobre derechos suscitadas por la acción de los oficiales
regios correspondía a ellos mismos, en los supuestos en que estas reclamaciones eran
admitidas. En el capítulo siguiente volveremos en profundidad sobre estos temas.
Con variantes en ningún caso sustanciales, estos principios constituyen aún hoy el
basamento político de todas las sociedades democráticas occidentales. Las difíciles
circunstancias por las que éstas vienen atravesando durante el presente siglo han
determinado un creciente liderazgo del Gobierno (que es ya mucho más que un po-
der meramente "ejecutivo"), paralelo a una profunda crisis de la ley y de la institución
parlamentaria; pero no han alterado -antes bien, ha contribuido a reafirmar y profun-
dizar- el principio básico: el de que la Administración pública debe actuar, en todo
caso, "con sometimiento pleno a la ley y al Derecho", pudiendo los ciudadanos exigir
esta sujeción ante los Tribunales, a los cuales se encomienda la tarea de controlar "la
potestad reglamentaria y la legalidad de la actuación administrativa", tal y como dicen
literalmente los artículos 103.1 y 106.1 de nuestra Constitución.
52
En el continente europeo, sin embargo, las cosas han discurrido de manera dife-
rente. Por motivos históricos un tanto complejos, que analizaremos en el capítulo
siguiente, el Estado surgido de la revolución burguesa alumbró un sistema jurídico-
público en el que, junto a elementos liberales de nuevo cuño (división de poderes,
principio de legalidad, garantía jurisdiccional de los ciudadanos), incorporó la tradi-
ción absolutista de la existencia de un régimen normativo especial para los órganos
estatales; un régimen, ante todo, distinto del normalmente aplicado en las relaciones
entre particulares. De un lado, las necesidades de la gestión de los intereses genera-
les imponían que la Administración dispusiese de potestades y privilegios autorita-
rios, desconocidos o simplemente excepcionales, en el mundo de las relaciones pri-
vadas (como la potestad de expropiación, la potestad sancionadora y el poder de
ejecución de sus actos, entre otras; muchas de las cuales ya existían en el Antiguo
Régimen).
53
La evolución del régimen jurídico de la Administración en los países anglosajones
es totalmente diversa (como, por otra parte, ocurre en todas las ramas del Derecho).
Sin intentar agotar, ni con mucho, su temática, puede señalarse que Gran Bretaña ha
conservado hasta fechas recientes un sistema jurídico público en el que los órganos
administrativos se encuentran sometidos al common law (esto es, al mismo régimen
que los particulares) y sin disfrutar de fuero jurisdiccional alguno, pero con importan-
tes privilegios y potestades coercitivas. Ello permitió que, a fines del pasado siglo, un
célebre jurista británico, A. V. DICEY, en una obra clásica (Introduction to the study of
the law of the Constitution, London, 1885), llevara a cabo una descripción hagiográfica
del sistema, al que consideraba mucho más adecuado para preservar la libertad civil,
en contraposición dialéctica con el régimen administrativo vigente en los países con-
tinentales, reputado como la suma misma del autoritarismo.
54
cutible efecto creador de nuevas normas complementarias de las que se interpretan
(de hecho, lo que el jurista aplica no es nunca el desnudo texto literal de una norma,
sino dicho texto con las adherencias y significados que le han sido añadidos por la
interpretación doctrinal y jurisprudencial). Pero, sobre todo, el estudio coherente y
científicamente articulado de un conjunto de normas termina por crear un sistema:
esto es, una totalidad cuyos elementos se hallan interrelacionados y en la que dichas
relaciones están presididas por un elenco de principios ordenadores; principios que
actúan como elementos vertebradores del sistema y que, al tiempo, reobran sobre el
mismo al operar como fuente de nuevas normas y de criterios interpretativos.
Pues bien: estos sistemas normativos (cuyos elementos integrantes, como hemos
visto, no son sólo las normas escritas, sino también las reglas, conceptos y principios
generados por la labor interpretativa) poseen, desde luego, una utilidad científica y
expositiva; pero no se detienen en este plano, sino que trascienden, en cuanto tales
sistemas, al plano de la aplicación práctica del Derecho. Y ello en dos formas, al
menos: primera, en cuanto que las normas, conceptos y principios creados en el
seno del sistema se utilizan como criterios de resolución de cuestiones y conflictos en
el ámbito judicial o extrajudicial. Y segunda y fundamental, en cuanto que el sistema,
considerado en su totalidad global, es empleado en ocasiones por las propias nor-
mas escritas como concepto delimitador del ámbito de competencias de determina-
dos órganos jurisdiccionales, o bien como conjunto orgánico de normas a aplicar
genéricamente a determinadas relaciones jurídicas.
Así ocurre en España, donde dicho concepto es empleado en los dos sentidos
indicados: como criterio de acotamiento de los asuntos reservados a la competencia
de los Tribunales contencioso-administrativos (y excluidos, por tanto, el conocimiento
de los restantes jueces y tribunales), asuntos definidos como los recursos contra "los
actos de la Administración Pública sujetos al Derecho Administrativo" (art. 1º LJCA); y
como forma de determinar las normas reguladoras de determinados contratos admi-
nistrativos (art. 4º LCE).
Esta concepción legal del Derecho administrativo plantea graves problemas en el mo-
mento de definir cuales sean las fronteras, los límites de ese conjunto de normas: ello ha
llevado a la doctrina a un esfuerzo sin precedentes en orden a la búsqueda de un ele-
mento o factor que permitiese reconocer, en cada caso concreto, la presencia del Dere-
cho Administrativo y, en consecuencia, cual fuera la jurisdicción competente para cono-
cer de un determinado litigio (esto es, la jurisdicción ordinaria o la contencioso-adminis-
trativa).
55
eran los propios del Derecho administrativo; cuando este poder no se utilizaba, actuando
la Administración "como un particular podía hacerlo en la administración de su patrimo-
nio" (BERTHELEMY), se daban los llamados actos de gestión, sometidos a los tribuna-
les ordinarios. Desde 1873 y arret Terrier, de 6 de Febrero de 1903): el Derecho adminis-
trativo es el propio de los servicios públicos, entendiendo por tales las actividades de la
Administración tendientes a satisfacer una necesidad general; allí donde no existía servi-
cio público, el Derecho aplicable era el privado, y la competencia, de los tribunales ordi-
narios. Pero también este criterio entra en crisis desde los años treinta del presenta siglo,
siendo sustituido por una pluralidad de nociones tales como las de utilidad pública (M.
WALINE), de la puissance public o poder público (G. VEDEL), del interés general (J.
CHEVALLIER), y otras muchas.
De igual forma a como antes veíamos que ocurrió en torno a los intentos teóricos por
hallar una función administrativa abstracta, la moderna doctrina ha renunciado definitiva-
mente a esta estéril búsqueda, habiéndose llegado a decir, no sin cierta desesperanza,
que "il critere du droit administratif n’existe pas" (J. RIVERO). Y es que, realmente, la
búsqueda emprendida era inútil por puro defecto de planteamiento: una realidad tan
compleja como la Administración, que realiza un conjunto tan heterogéneo de activida-
des, no puede reducirse ni nuclearse en torno a ningún tipo de criterio simple. La defini-
ción de los límites del Derecho administrativo no puede hacerse con un solo, sino con
múltiples criterios: de modo empírico, sobre cada caso concreto y en base a la norma
aplicable al mismo en cada momento histórico, porque esos límites no solo son ambi-
guos y difusos, sino que ni siquiera son estables en el tiempo.
Debe observarse que cuando la Ley hace uso de la expresión Derecho administra-
tivo como concepto legal no pretende formular ninguna definición científica, sino sólo
delimitar instrumentalmente, a unos concretos efectos, un sector del ordenamiento
jurídico. No debe extrañar, por ello, que los contenidos de cada uno de los conceptos
legales no sean en absoluto coincidentes entre sí (así, el que emplea la LCE es más
restringido que el utilizado para delimitar la competencia de la jurisdicción contencio-
sa por la LJCA, que incluye, entre otras, las materias tributarias), ni que tampoco
coincidan con la delimitación convencional del Derecho administrativo como discipli-
na científica, como más adelante comprobaremos.
56
Actividad Nº 2
ADMINISTRACION
57
4.- Derecho administrativo y Derecho privado
Por trivial que parezca, el fondo común de toda esta polémica histórica se encuentra
en un antiguo sentimiento de inferioridad de los tratadistas de Derecho administrativo
frente al Derecho civil: aparece históricamente como un conjunto de reglas especiales,
que excepcionan las contenidas en el Código civil para aquellas relaciones en las que la
Administración está presente; y se desarrolla como ciencia mediante la utilización de los
esquemas y conceptos acuñados por el pandectismo privatista germano (principalmen-
te, con F.F. MAYER, P. LABAND y O. MAYER en Alemania y A. P. BATBIE y E. LAFERRIERE
en Francia). Aún así, frente a la majestad de una ciencia multisecular como el Derecho
civil, el Derecho administrativo continuaba apareciendo como una rama menor del cono-
cimiento jurídico, en la que una incipiente madurez dogmática no alcanzaba compensar
su imagen de disciplina difusa y memorística, mosaico desordenado de cientos de textos
legales siempre cambiantes y carentes de solidez científica.
El que esta actitud psicológica se haya prolongado durante más de medio siglo se
debió a la incidencia de nuevos hechos. La intervención frontal de la Administración en el
mundo económico, consecuencia de las guerras y crisis que jalonan la primera mitad del
siglo XX, llevó a la doctrina a conclusiones aparentemente contradictorias: mientras los
privatistas analizan no sin temor lo que para ellos se presenta como un fenómeno de
publificación del Derecho, del otro lado de la ciencia jurídica se observa, con no menor
alarma, que el Derecho administrativo es totalmente inadecuado para la actividad de
gestión de la intervención económica y que los entes públicos se ven forzados a echar
mano de normas y técnicas de Derecho privado. Este, cual ave Fénix, renace de sus
58
cenizas y amenaza de nuevo la independencia, tan laboriosamente construida, de la
ciencia-administrativa.
No es del caso dar cuenta ahora de las respuestas formuladas a esta nueva situación.
Algunas de éstas han sido claramente positivas, al haber llevado al Derecho administra-
tivo a un más alto nivel de tecnificación: otras, sin embargo, han insistido en la vía equi-
vocada de la autonomía científica, tendiendo a presentar al Derecho administrativo como
una realidad separada y autosuficiente, como un mundo hermético e impermeable a
cualquier importación o influencia provenientes de otras ramas jurídicas y que por sí sólo
bastaba para regular (potencialmente al menos: otra cosa es que la Administración hicie-
ra libremente un uso instrumental del Derecho privado) toda la actividad de la Adminis-
tración, acudiendo a sus propios principios para suplir sus lagunas y sin acudir para ello
a la aplicación supletoria del Derecho privado.
En el tiempo histórico que vivimos, es evidente que esta forma de plantear el pro-
blema no tiene sentido alguno. Hoy es un hecho notorio que la Administración pública
no se rige sólo, en su organización y en su actividad, por el Derecho administrativo, y
como tal hecho debe ser tranquilamente asumido. Lo que importa es saber cuando se
aplica éste, y cuándo otras ramas del Derecho, a cada situación jurídica: una tarea
harto compleja, que exige unas puntualizaciones previas.
a.- La primera de ellas, en cierta forma obvia, es necesaria a los solos efectos de
deshacer el equívoco inherente a la esquematización dualista de las relaciones
entre Derecho administrativo y Derecho privado. Este modo de plantear la cues-
tión es incorrecto, en cuanto viene a reproducir inconscientemente el dogma
decimonónico de separación entre Estado y sociedad, que podría expresarse
sumariamente así: Administración y sociedad civil son dos realidades indepen-
dientes, cada una dotada de su propio sistema normativo; la Administración se
regiría por el Derecho administrativo, y la sociedad civil por el Derecho privado.
59
es, el Derecho civil -desde luego-, pero también el Derecho mercantil, el labo-
ral, y aún el procesal y el penal. Ocioso es decir que ello entraña una evidente
impropiedad terminológica, y que si seguimos utilizando la expresión es sólo
por respeto a un lenguaje de empleo común y, por ende, significativo.
Hechas estas precisiones, abordemos el tema central que nos ocupa. A esta
respecto, debe advertirse que no existe una regla simple que permita determi-
nar, en cada caso, cuando se aplica el Derecho administrativo y cuando las
restantes ramas del Derecho distintas de éste: lo más que puede hacerse es
avanzar uno cuantos criterios orientativos muy generales. Y, para ello, es preci-
so distinguir, al menos, dos planos.
Dos ejemplos sencillos. Primero: ante la decisión de crear una persona jurídica para
gestionar un servicio, la pregunta que la Administración se formula es la de si dicha
persona ha de constituirse en forma pública (p. ej., organismo autónomo) o en forma
privada (p. ej., sociedad mercantil). Segundo: ante la necesidad de realizar el
amoblamiento y decoración de un inmueble de la Administración, la pregunta es si el
contrato deberá someterse al régimen de los contratos administrativos de obra, o si pue-
de efectuarse al margen del mismo.
El problema hace su aparición, claro está, en ausencia de una norma legal o regla-
mentaria expresa sobre el particular. En tal caso, los criterios de decisión -siempre
aproximativos, insistimos- pueden ser los siguientes. Primero, el del primado de la
organización: los entes constituidos en forma de Derecho privado (p. ej., una empre-
sa pública constituida en forma de sociedad anónima) emplearán normalmente for-
mas y técnicas de Derecho privado:; y de Derecho administrativo si el ente actuante
es de Derecho público (p. ej., la Administración del Estado, un Ayuntamiento, un orga-
nismo autónomo). Segundo, el de la naturaleza de la función a la que pertenece la
operación cuestionada: si la función es de carácter público, que exige el empleo de
técnicas de autoridad (p. ej., policía sanitaria de los alimentos), la forma a emplear
deberá ser normalmente de Derecho administrativo; si, en cambio, es de carácter
económico o de naturaleza semejante a la de las transacciones privadas (p. ej., com-
pra en el mercado exterior de alimentos de primera necesidad) la técnica de actua-
ción será normalmente de Derecho privado. Y tercero, el del carácter y dimensiones
de la operación misma: parece de todo punto lógico que la adquisición de bienes de
gran valor (p. ej., una emisora de televisión, o un buque oceanográfico) se realice con
arreglo a formas y contratos de Derecho administrativo; el Derecho privado parece
más aconsejable, sin embargo, para pequeñas adquisiciones (p. ej., de una pieza
para reparar un aparato de aire acondicionado) o para operaciones de carácter singu-
lar e irrepetible (p. ej., la compra o recuperación del Guernica de Picasso).
60
En este plano, el jurista (sea administrador, abogado o juez) se encuentra ante una
situación ya consumada: p. ej., un contrato de venta de un inmueble por un Ayunta-
miento, o una sanción impuesta a un industrial. La cuestión se centra en saber, por
ejemplo, si los preceptos del Código civil sobre vicios ocultos de la cosa vendida son
aplicables al caso, o si en el procedimiento sancionador debió aplicarse la eximente
de estado de necesidad prevista en el Código penal. Se supone que, en todo caso, la
norma administrativa guarda silencio sobre el particular, y que lo que ha de hacerse
es emitir una opinión o decisión sobre la legalidad de lo realizado o sobre las medidas
a adoptar en lo sucesivo.
61
Las dificultades de la delimitación del ámbito de aplicación del Derecho administra-
tivo frente al de las normas de los restantes sistemas sectoriales tienen quizás su
origen, no obstante, en un fenómeno más profundo, cual es el de la progresiva con-
vergencia de múltiples sectores de las diferentes ramas jurídicas. La publificación del
Derecho y del mundo privado es un hecho correlativo al de la creciente privatización
de las actividades de los entes públicos: dos fenómenos de aproximación, en definiti-
va, que están dando lugar a la aparición de un nuevo tipo de derecho común; de una
regulación de caracteres unitarios, o sensiblemente próximos, aplicable tanto en ám-
bitos privados como públicos, y a la que el Derecho administrativo ha tenido el honor
de aportar no pocos elementos.
62
Actividad Nº 3
1.- ¿Qué opina Ud. sobre el Derecho Administrativo vs. Derecho Privado?
- El Derecho Administrativo.
- El Derecho Privado.
63
64
Diagrama de Contenidos
Unidad II
BASES
HISTORICAS
EDAD MEDIA
PODER PROCESO DE
ATOMIZADO CONCENTRACION
TIEMPOS
MODERNOS
ESTADO ESTADO DE
MONARQUIA
LIBERAL BIENESTAR
65
66
UNIDAD II
Derecho administrativo. Definición. Contenido y evolución histórica: El dere-
cho regio. Edad media. Tiempos modernos. Derecho administrativo en el
Estado Liberal; en el Estado de bienestar. La ecuación entre Administración
Pública y Derecho Administrativo: su ruptura.
Caracteres del Derecho Administrativo. Relación con otras ramas del dere-
cho. Ciencia de la administración.
Lectura obligatoria
Lecturas alternativas:
Idem Unidad 1.
67
I
Así, en literatura jurídica la primera vez que aparece la referencia al acto adminis-
trativo, por ejemplo, es en la edición del "Repertoire de Jurisprudence de Merlín",
publicada en Francia en 1812. Pero es verosímil que, con anterioridad a esa fecha, en
los Estados o países se emitieran diversos actos que prácticamente eran "actos ad-
ministrativos". Esto no debe asombrar, ya que como lo manifestó con agudeza el
autor italiano Carlo Tivaroni, así como se compusieron versos antes de conocerse la
métrica y se hizo música antes de que fuese conocido el arte de la composición
musical, así también se emitieron actos administrativos mucho antes de que apareciere
lo que hoy se llama derecho administrativo.
Del mismo modo, la noción de dominio público -aunque no con los caracteres es-
pecíficos que hoy la determinan- es tan antigua como las primeras comunidades
humanas. Se ha dicho que el derecho de las cosas públicas debió encontrar su pri-
mera expresión jurídica en la forma social primitiva de esas comunidades rurales.
Tratábase de una noción conceptual indeterminada, lo que no es de extrañar, ya que
la teoría del dominio público, por obra de la doctrina científica, recién comenzó a
gestarse en el siglo pasado, continuando su movimiento evolutivo hasta mediados del
siglo actual. En el viejo derecho romano, la noción de dominio público no respondía a
un criterio técnico.
68
1827 en la jurisprudencia de la Suprema Corte Federal de los Estados Unidos de
Norte América, a través de una sentencia de John Marshall, quien en su voto se
refirió al "police power". La Constitución Argentina de 1853 no mencionó al "poder de
policía"; en cambio la reciente Constitución de 1994, sí lo menciona en su artículo 75,
inciso 30, al establecer que las provincias y municipalidades conservarán los "pode-
res de policía" en los lugares que ahí adquiera la Nación.
II
Así, y en cuanto a la vinculación de las aguas con el régimen jurídico del dominio
público. Las aguas constituían un capítulo aparte. En una publicación yo había recor-
dado que la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en un fallo entonces recentísimo
y novedoso, declaró que los derechos emergentes de una concesión de uso de un
bien del dominio público se encuentran tan protegidos por las garantías consagradas
en los artículos 14 y 17 de la Constitución como pudiera estarlo el titular de un dere-
cho de dominio. Recordé las palabras de Proudhon, autor de una de las primeras
obras jurídicas sobre dominio público y que tuvo el privilegio de ejercer una gran
influencia en el mundo del derecho. Según Proudhon, si bien las dependencias domi-
nicales, en su estructura física y material, son o pueden ser entre sí heterogéneas o
diversas, el régimen jurídico que la disciplina es "único": no hay tantos regímenes
como categorías de bienes integrantes del dominio público. Dicho régimen es uno
sólo; la índole del bien únicamente podrá determinar una diferente aplicación de los
principios constitutivos de ese régimen. Pero los principios son siempre los mismos.
Así, a pesar de que un río y un cementerio son bienes materialmente distintos en su
estructura o composición, la concesión de uso de las aguas del río y la concesión de
uso otorgada en el cementerio se rigen por los mismos principios básicos; de igual
modo, la protección jurídica del derecho emergente de una concesión de sepultura,
se rige por análogos principios que la protección del derecho emergente de una con-
cesión de uso de agua fluvial. Algunos autores, impresionados por el hecho aparente
de la diversa índole del bien, habían creído equivocadamente en la existencia de
69
principios propios y especiales para determinados bienes, como ocurrió en materia
de cementerios, olvidando que éstos son bienes dominicales como cualquiera de los
otros que integran el dominio público. Era ya un progreso.
III
Son muchos los adelantos del derecho administrativo argentino de hoy, máxime
comparándolo con la situación que tenía hace algunos años. Ese adelanto no sólo se
observa en el orden normativo o legal, sino también en los órdenes doctrinario o
substancial, literario o bibliográfico y en el didáctico.
IV
a.- Desde el punto de vista normativo, nuestro derecho administrativo actual cuen-
ta ahora con disposiciones legales que a la vez que introdujeron disciplina en el
ámbito de la Administración Pública, implican una garantía para los administra-
dos.
En ese orden de ideas cabe recordar las leyes sobre procedimiento administra-
tivo, vigentes en la Nación y en las provincias. Esas leyes contribuyeron a juridizar
la actividad administrativa.
Asimismo, nuestro derecho administrativo cuenta con una ley nacional sobre
expropiación, de amplio contenido, de la cual se eliminaron asperezas o roces
que la ley anterior tenía con respecto a la Constitución. Esta ley, a diferencia de
algunas leyes extranjeras, incluye en su texto todo lo referente a la ocupación
temporánea, claramente dividida en normal y anormal, lo cual facilita la aplica-
ción de esas normas en los casos ocurrentes.
La actual ley nacional de expropiación constituye efectivamente una ejecución
de la disposición constitucional que garantiza la inviolabilidad del derecho de
propiedad. Hoy nadie teme ante la posibilidad de que su propiedad le sea ex-
propiada, porque, en base a la ley vigente, la expropiación ya no sirve como
medio de venganza o de opresión, sino como procedimiento para la conmuta-
ción honesta de valores. También nuestras provincias cuentan con leyes simila-
res, muchas de ellas inspiradas en la ley nacional.
b.- La "responsabilidad extracontractual del Estado" en el ámbito del derecho pú-
blico está plenamente aceptada en nuestro país, ya se trate de las consecuen-
cias dañosas de su actividad lícita o ilícita. El fundamento positivo de tal res-
ponsabilidad es el Estado de Derecho y el respectivo complejo de principios
propios del mismo, emergentes y contenidos en la Constitución Nacional,
concordantes con principios capitales del derecho, como el de dar a cada uno
lo suyo y no dañar a otro, que rigen en todo país civilizado. Quedó atrás la
época del Estado irresponsable.
c.- En Argentina la clasificación de las personas jurídicas sigue un criterio que
tiende a superar las dificultades derivadas de la actividad de entes que no son
estrictamente públicos, ni estrictamente privados. De ahí la clasificación en per-
sonas jurídicas públicas y personas jurídicas privadas, con la subclasificación
de las personas jurídicas públicas en "estatales" y "no estatales". Esta clasifica-
ción se abrió paso y se afincó en nuestro ámbito: leyes y fallos judiciales, inclu-
70
so el estatuto de algunas Academias científicas, utilizan esa terminología. Ori-
ginariamente este problema fue advertido y sugerido por el jurista francés León
Michoud, cuya idea fue captada y perfeccionada por la escuela jus-
administrativista rioplatense.
d.- La teoría de la imprevisión, o del riesgo imprevisible o de lesión sobreviniente,
expresión del álea económica, en nuestro país, en el ámbito del derecho públi-
co, sin perjuicio de su origen jurisprudencial francés, es tenida como de base
constitucional, siendo, además, de orden público dada su razón de ser. Como a
través de esa teoría sólo se tiende a reparar o compensar pérdidas, la repara-
ción que otorga excluye el lucro cesante, que se refiere a ganancias. En Argen-
tina, en el ámbito del derecho público la expresada teoría tuvo vigencia antes
que en el derecho privado.
e.- Otro avance fundamental del derecho administrativo argentino, hoy, lo repre-
senta el acto que, al aislarlo y separarlo conceptualmente del conglomerado de
actos conocidos como "políticos o de gobierno", denominé "acto institucional",
cuyos caracteres y régimen expliqué, dando ejemplos del mismo.
El carácter esencial del acto institucional es su no justicibilidad por la autoridad
jurisdiccional judicial. Con esto quedó aclarado el viejo problema, mal plantea-
do, de la justiciabilidad de los actos políticos o de gobierno, generalmente
resuelto en forma casuista y caprichosa, a veces arbitraria, sin sujeción a "prin-
cipio" alguno. El "acto institucional" y las reglas que lo gobiernan superó todo
eso, supeditando las cosas a "principios", no al casuismo o a la improvisación.
Implicó un fundamental adelanto en el derecho administrativo argentino.
f.- En nuestro país, con relación al acto administrativo, se ha analizado la "lesión"
considerada como vicio posible de dicho acto. Se la tiene como vicio autónomo,
que puede ser alegado por el administrado y en modo alguno por el Estado. La
"lesión" queda desligada del vicio de error. La ley de procedimiento administra-
tivo de La Pampa contiene un precepto en cuyo mérito el Estado no puede
alegar la "lesión" para obtener la nulidad o la revisión de sus actos o contratos.
Es una disposición de contenido ético que afianza la seguridad jurídica de los
administrados. Pocos son los ordenamientos legales que se ocupan en forma
tan específica de la lesión en el derecho administrativo.
g.- En Argentina hoy se acepta, sin discrepancias, la existencia de actos adminis-
trativos bilaterales, tanto en su formación como en sus consecuencias. Esto
facilita la solución de muchas cuestiones que de otra manera sería difícil expli-
car.
h.- La doctrina administrativa argentina, siguiendo las conclusiones del derecho
público contemporáneo, no hace diferencia alguna en la naturaleza jurídica de
un derecho según que éste haya nacido de un acto administrativo emitido en
ejercicio de la actividad reglada o de la actividad discrecional. De ambos tipos
de actividad el derecho nacido puede ser perfecto o no. Todo depende del obje-
to de que se trate, de su substancia. La índole de la actividad no influye en esto.
i.- Con referencia a las nulidades de los actos administrativos, la doctrina argenti-
na mayoritaria rechaza la categoría de acto llamada "inexistente", concebido en
el ámbito del derecho civil. Se niega que tal categoría de acto tenga utilidad
alguna en derecho administrativo, donde la clasificación de las irregularidades
de los respectivos actos en los nulos y anulables, con su correlativa distinción
71
de nulidad "absoluta" (manifiesta y no manifiesta) y "relativa", considera plena y
satisfactoriamente las gradaciones de los vicios de legalidad. Todos los vicios
posibles del acto administrativo quedan involucrados o comprendidos en esa
clasificación. No es necesario, entonces, recurrir a un tercer grupo, que sería la
"teoría de la inexistencia" o el "acto inexistente".
Como lo que desea expresarse con la expresión "acto inexistente" no es otra
cosa que la flagrante, manifiesta, grosera y grave violación de la legalidad, para
resolver los problemas que surgen de esa situación debe recurrirse a reglas
más acordes con la misma, como serían las reglas de la "vía de hecho adminis-
trativa" que, dada su índole, carece de naturaleza administrativa y escapa a los
principios reguladores de los actos administrativos, incluso en lo atinente al
control jurisdiccional. El juzgamiento de los hechos constitutivos de la "vía de
hecho" le corresponde a la jurisdicción judicial ordinaria, no a la contencioso-
administrativa.
j.- En nuestro país se auspicia que, aparte de los elementos "esenciales" del acto
administrativo -sujeto, causa, objeto, forma y finalidad- la "moral" también sea
tenida como un elemento esencial y autónomo de dicho acto, y no sólo como
un ingrediente o nota accesoria de los elementos clásicos.
En los pueblos cultos, regidos por un Estado de Derecho, no es concebible un
acto jurídico, sea éste de derecho privado o de derecho público, contrario a la
ética y más concretamente a la moral. Una regla jurídica carente de substrato
ético, vacua de base moral, implicaría un sarcasmo, una burla.
Del complejo normativo argentino -Constitución y Código Civil-, y más concre-
tamente del grado de cultura general ya alcanzado, se desprende que en nues-
tro país la moral es un elemento inexcusable del acto administrativo, de rango o
jerarquía igual al de los elementos clásicos. La falta de elemento "moral" cons-
tituye un vicio del acto administrativo.
VI
72
Lo cierto es que el alto prestigio del derecho administrativo argentino, de hoy, es
obra conjunta de los estudiosos del derecho de constructiva labor.
I.- Introducción
Explicar el por qué de una exposición sobre las bases históricas del Derecho admi-
nistrativo parece necesario desde el momento en que se trata de una opción
metodológica sobre la que no existe, ciertamente, una opinión unánime. Son mayo-
ría, en España, los manuales universitarios que omiten el tratamiento de estas cues-
tiones. A nuestro juicio, sin embargo, existen muchas y buenas razones que aconse-
jan un proceder diverso; de ellas, destacaremos exclusivamente dos.
73
pretación de las normas se lleve a cabo atendiendo, entre otros criterios, a "los
antecedentes históricos y legislativos" de las mismas.
2.- Pero la historia permite ir más allá, en segundo lugar, de la mera comprensión
pasiva del sentido de las normas y de las instituciones: permite, también, em-
prender un examen crítico del estado actual de nuestro Derecho administrati-
vo, que en no pocos casos pugna con elementales principios de justicia. Es
muy humano la tendencia a aceptar como lógico y razonable todo lo que existe,
simplemente por el hecho de que existe y de que goza de una cierta tradición.
La historia permite comprobar, en ocasiones, que no todo lo que existe es lógi-
co ni razonable, y que no puede beneficiarse, por tanto, de la presunción de
bondad que la tradición proporciona, porque sus orígenes son simplemente
arbitrarios, cuando no inconfesables. Desde este punto de vista, la historia se
convierte en un factor decisivo de apoyo al progreso jurídico, a la depuración
del Derecho de residuos incompatibles con el estado actual de la sociedad.
A nuestro entender, la fijación del contenido de este estudio debe hacerse sobre la
base de tres premisas.
En segundo lugar, el estudio que aquí ha de realizarse Debe llevarse a cabo desde
una perspectiva sintética y global. La evolución individualizada de cada una de las
instituciones del Derecho administrativo sólo puede analizarse al hilo de la exposición
de la regulación positiva de las mismas. Aquí cabe realizar únicamente un plantea-
miento de conjunto, un estudio global -y, por ello, obligadamente sucinto- de la evolu-
ción de las grandes estructuras que integran la Administración pública y el Derecho
por el que se rige.
Por último, este planteamiento global exige superar la tentación de limitar el análi-
sis a alguno de los grandes temas de la disciplina (p. ej., la organización, las garan-
tías jurisdiccionales o los medios de actuación), con olvido de los restantes. Cree-
74
mos, antes bien, que el estudio de las bases históricas del Derecho administrativo
debe abordar el examen de cuatro grandes aspectos: el primero, el relativo a los fines
o tareas que la Administración asume como propias en cada etapa histórica; el se-
gundo, el de las estructuras u organizaciones que se montan para atender aque-
llos fines; el tercero, el régimen jurídico al que se somete la actuación de estas orga-
nizaciones, con particular atención a las normas especiales que lo distinguen del
Derecho privado, y a los medios o garantías establecidos para asegurar que esa
sujeción al Derecho sea efectiva y real; y el cuarto y último, la ciencia jurídica, esto es,
las obras de los juristas que, reflexionando sobre todos los datos anteriores, les die-
ron un sentido de conjunto y propiciaron su perfeccionamiento técnico.
La elección del punto de partida o fase histórica de la que debe arrancar la investi-
gación ha sido objeto, en nuestra doctrina, de una polémica de trasfondo político, que
ha enfrentado a los autores que pensaban que el estudio histórico del Derecho admi-
nistrativo solo puede partir de la Revolución Francesa de 1789 (por entender que el
núcleo de éste radica en las ideas de supremacía de la ley y garantía judicial de los
particulares, inexistentes con anterioridad), a aquellos otros que propugnaban partir
de etapas más alejadas en el tiempo (por entender que es en ellas, y no en la Revo-
lución, cuando se gestan las técnicas propias del Derecho administrativo).
A nuestro juicio, esta polémica, surgida al calor de una singular coyuntura histórica,
carece hoy de sentido y debe ser, por tanto, cancelada; y ello, sobre todo, en la medi-
da en que la razón asistía a ambas partes, a las que solo separaban cuestiones de
perspectiva y de planteamiento político. Por ello, sin minimizar en absoluto el corte
radical que la Revolución Francesa supuso y el cambio de sentido que el Derecho
público experimentó desde entonces, nuestro análisis debe partir de épocas más
remotas: concretamente, del período tradicionalmente conocido como Alta Edad Me-
dia.
Todo ciclo histórico del poder se inicia, en efecto, en un momento en que la preceden-
te estructura política se ha derrumbado: el poder se halla disperso en múltiples unidades
sociales y la vida jurídica y política es muy débil y desformalizada. Esta sería la situación
en Europa subsiguiente a la caída del Imperio Romano. A partir de este momento se
inicia un estado de reconstrucción, en el que el poder político va trabajosamente afirmán-
dose y enriqueciéndose, hasta tomar una forma definitiva: tal sería el período que se
inicia en Europa a finales del siglo XI, y que finaliza con la consolidación del Estado
moderno, de los Estados nacionales, en los siglo XV y XVI. Tras la reconstrucción adviene
el estadio de concentración, en el que el poder se centraliza y desarrolla sus estructuras
en forma autoritaria, por lo general bajo las exigencias derivas del montaje y manteni-
miento de un vasto aparato militar: es, en Europa, la época del Estado absoluto, que dura
escasamente tres siglos, hasta las revoluciones liberales de fines del siglo XVIII. A la
75
concentración sigue un estadio de racionalización, que en Europa coincide con el siglo
XIX: la complejidad social y de la maquinaria del poder imponen una ordenación racional
de la estructura política, con separación de funciones homogéneas y ampliación del
número de personas llamas a tomar las decisiones que el ejercicio del poder político
exige. Y la racionalización conduce a un estadio de intensificación: el crecimiento econó-
mico y el proceso de urbanización conlleva un fuerte incremento del grado de interde-
pendencia entre los hombres (FORSTHOFF) que obliga al poder a extender y profundi-
zar sus intervenciones en todos los ámbitos de la vida social; entre nosotros, este estadio
hace su aparición con el fenómeno de crecimiento de los servicios públicos a fines del
siglo XIX, y se consolida con la generalización del intervencionismo estatal tras la prime-
ra guerra mundial.
76
Actividad Nº 4
77
II.- La edad media: dispersión del poder político y construcción
del sistema de estados nacionales
El año 476 d.C. Odoacro, rey de los hérulos, entra en Roma y depone al joven
emperador Rómulo Augústulo. Este hecho supone, como es sabido, la desaparición
definitiva de la estructura política del Imperio de Occidente y marca el comienzo del
período de diez siglos que conocemos convencionalmente con el nombre de Edad
Media.
El sistema político resultante de la caída del Imperio puede resumirse en una sola
frase: dispersión del poder. De un lado, el territorio del Imperio se fragmenta en
reino, gobernados por las élites militares de los pueblos germánicos. Sin embargo,
los nuevos reinos no supusieron una reproducción, a escala territorial más reducida,
del aparato estatal romano: dicho aparato se mantuvo nominalmente en una primera
fase, para luego desaparecer en virtud de un proceso de dispersión interna del
poder, paralelo al experimentado en el nivel superior, que alcanzaría su cota máxima
a fines del siglo XI.
Los intentos de corrección de este estado de cosas discurrieron por dos líneas
contrapuestas. De una parte, los intentos de reinstauración de la vieja estructura uni-
taria del Imperio de Occidente: el mito de la renovatio imperii es una idea que subyace
en toda la Edad Media y que pugna por implantarse en sucesivas ocasiones: el Sacro
Imperio Romano de Carlomagno, la versión germánica de los Otones, el imperialis-
mo papal de los siglos XII y XIII, y aun los intentos tardíos de Carlos I de España.
Estos proyectos estaban abocados al fracaso: frente a ellos se desarrollará la segun-
da línea, la reconstrucción del poder en el seno de cada uno de los reinos, que se
inicia en el siglo XII y que acabará triunfando, al final del período que consideramos,
con la implantación del Estado moderno.
Esta evolución quebrada del sistema de poder nos permite dividir nuestro estudio
en dos fases:
- La primera, de dispersión, que llega hasta fines del siglo XI, caracterizada por la
pervivencia parcial y progresivo deterioro del sistema institucional heredado del
mundo antiguo, y que se conoce usualmente con el nombre de Alta Edad Media
(B).
- A partir del siglo XII, sin embargo, se produce en el mundo del Derecho y de las
instituciones públicas un profundo movimiento de renovación, que culminará a
fines del siglo XV con el establecimiento del Estado moderno: es el período cono-
cido como Baja Edad Media (C).
- En el análisis de estas fases, distinguiremos los cuatro grandes temas que, con-
forme antes avanzamos, constituyen al nervio de nuestro estudio: los fines, las
organizaciones, el régimen jurídico y la ciencia del Derecho.
78
B.- El período altomedieval
La alta Edad Media se caracteriza en el plano político, ante todo, por el hecho de
que las estructuras públicas de los reinos quedan reducidas a dimensiones ínfimas.
En el plano que aquí nos interesa, son tres sus notas más destacadas.
a.- En primer lugar, los fines institucionalmente perseguidos por el poder po-
lítico se reducen al máximo.
b.- En segundo lugar, la simplicidad de los fines se corresponde con el escaso
desarrollo de las estructuras organizativas, de nula complejidad y en la
que se produce una total confusión de funciones. No hay, ni lo habrá en
muchos siglos (totalmente, hasta fines del XVIII) una diferenciación de órganos
que asuman separadamente cada una de las tres funciones clásicas que hoy
conocemos (legislativa, ejecutiva y judicial).
c.- Por último, el ejercicio del poder público se patrimonializa. El desplazamien-
to del poder hacia los latifundios rurales hace que sus propietarios lo ejerzan en
virtud de los mismos títulos jurídicos por los que poseen la tierra: el poder sobre
el territorio no será ya un poder abstracto y público de dominación, sino un
conjunto de facultades derivadas del derecho de propiedad; y el poder sobre
las personas que trabajan en la explotación agraria será el derivado de contra-
tos de arrendamiento, o de pactos privados a través de los cuales los colonos
buscan la protección física del señor a cambio de jurarle fidelidad (hechos es-
tos en los que se encuentra el origen jurídico del sistema feudal).
a.- A la cabeza de los órganos centrales de gobierno se sitúa, claro está, el Rey;
una magistratura de carácter popular en los comienzos (antes que nada, un jefe
militar) pero que, a partir del siglo VI, comenzó a asumir los símbolos
mayestáticos de los últimos emperadores romanos (en España, desde Leovigildo,
568?-586). Teóricamente, todos los poderes (por otra parte, escasos) se con-
centran en el Rey: es el protector del reino, jefe máximo del ejército y juez
supremo, con jurisdicción sobre todos los súbditos; en suma, administración de
justicia y caudillaje militar son las dos funciones en que se resume la figura
institucional del Rey altomedieval.
b.- El núcleo de lo que hoy llamaríamos Administración central estuvo constitui-
do por el Officium Palatinum (que a su vez formaba parte del Aula Regia), inte-
grado por oficiales que inicialmente desempeñaban funciones estrictamente
domésticas, de servicio a la persona y casa del Rey; funciones que más tarde
se mezclaron, un tanto confusamente, con otras de carácter público.
79
De entre estos oficios, cuyo número de denominación varió según las épocas,
cabe destacar cuatro, que son comunes a todos los reinos europeos:
1.- El Mayordomo o Senescal, jefe del oficio platino y primero de sus miembros,
al que incumbía la dirección de los servicios del palacio y la administración
de la Casa del Rey, de la hacienda regia y de los dominios de la Corona.
2.- El Stabularius o Caballerizo, jefe de las caballerizas reales.
3.- El cubicularius regis o Camarero, al que correspondía cuidar de los aposen-
tos reales.
4.- El Scanciarius o Copero, encargado de las bodegas del Rey.
c.- La base de la organización pública en la Alta Edad Media se encuentra en lo
que hoy denominaríamos Administración territorial: una administración de
una gran simplicidad, pese a la abundancia de nombres, pero cuyos límites no
se hallaron nunca bien definidos. En las épocas visigótica, los reyes colocaron
al frente de cada una de las antiguas provincias romanas a un dux o duque y,
más tarde, a unos gobernadores de los territorios de los antiguos municipios,
sometidos a la alta inspección del duque, denominados iudices (jueces) o co-
mes (conde); es dudoso si estos magistrados ejercían competencia sobre los
latifundios señoriales, que sus propietarios administraban a través de su ma-
yordomo o villicus. Tras la invasión musulmana, el esquema se repite parcial-
mente: el Rey confía los diversos territorios (condados, mandaciones) a un
magnate que recibe también nombres variables: Iudex, Potestad (o Comes -
conde-, si el titular poseía esta dignidad personal). Estos oficios cuenta con la
colaboración de diversos auxiliares, no bien conocidos, que en el siglo XI plas-
man en la figura del Merino, que deriva del mayordomo señorial (maiordomus,
maiorinus, merino) y que se configura como la pieza clave de la organización
territorial, ejerciendo no solo funciones de recaudador fiscal, sino también judi-
ciales en causas menores.
Obvio es decir, como más arriba advertimos, que la competencia de todos es-
tos oficios era prácticamente universal: ante todo, ostentaban la potestad judi-
cial (de ahí el nombre de iudices con que se les conoce), pero también, al
tiempo, las más amplias funciones políticas, financieras y militares.
d.- La Administración local, por último, es casi inexistente en cuanto tal en este
período. Durante el siglo VI, la antigua Curia municipal romana perduró con
algunas reducidas funciones en materia física; en el siguiente siglo, sin embar-
go, se extingue totalmente, pasando los municipios a ser gobernados directa-
mente por los oficiales regios o señoriales que antes mencionamos. El munici-
pio, como ente jurídico-público dotado de organización propia, desaparece en
este período y solo comenzará a renacer en el siglo XI, al amparo del floreci-
miento comercial.
80
Actividad Nº 5
81
3.- Estado y Derecho
Cuál es la relación entre estos oficios públicos y el Derecho es algo nada fácil de
comprender desde nuestra mentalidad actual, en la que el Derecho posee en sentido
totalmente diverso al vivido en el período altomedieval. Por ello, es preciso analizar
los caracteres generales del sistema jurídico (a) antes de describir la forma en que
éste incidía sobre el ejercicio del poder público (b).
En tercer lugar, este localismo deriva ante todo, de la creencia de que el Derecho
es una emanación espontánea de la sociedad (y, por tanto, de Dios, en último térmi-
no); de hay su carácter eminentemente consuetudinario. Y ello no se debe solo a la
ausencia de un poder político lo bastante fuerte como para formular e imponer efec-
tivamente un sistema normativo. Es, también, la convicción íntima de que el Derecho
es algo connatural a cada ente social; algo preexisten, que no cabe crear o establecer
en forma racional, sino sólo "descubrir" o "hallar" en actos judiciales: en la Alta Edad
Media, gobernar no equivalía a crear Derecho, sino a descubrirlo, guardarlo y aplicar-
lo.
82
del Derecho objetivo, de las leyes generales (prácticamente desconocidas en esta
época), sino como la manifestación primaria y original del Derecho mismo.
b.- En este marco, la instrumentación jurídica del poder público había de ser
necesariamente, muy peculiar para nuestra mentalidad moderna.
Todo ello permite afirmar que el poder público es en esta época poco más que una
simple gestión patrimonial, pura potestad doméstica (Hausmacht, en expresión de
FORSTHOFF), como reflejan tanto la naturaleza de los derechos regios cuanto la
propia organización del officium palatinum. Es lógico, por lo mismo, que la palabra
Administración -administratio- reaparezca en estos siglos con el mismo sentido de
administración o gestión de un patrimonio privado que había tenido en el Derecho
romano. La administratio regni de que hablan los textos carolingios es, en definitiva, la
administración de un propietario sobre su patrimonio, de lo que luego ha de llamarse
el dominio real, etiqueta que integra cosas, derechos y regalías.
83
o exilio, paralelo civil de la excomunión canónica; de donde proviene, entre nosotros,
la palabra bandido).
84
Actividad Nº 6
- Concepción Teocéntrica.
- Universalismo y Localismo.
- Emanación espontánea del Derecho. Principio del derecho subjetivo.
- Regalía.
- Bann
- Fehde.
85
4.- Una ciencia jurídica casi inexistente
Apenas superada la cota fatídica del año mil, el Occidente europeo parece desper-
tar de un prolongado letargo: una época de grandes transformaciones se inicia, que
afectan a todos los órdenes de la vida social. Estos cambios son claramente percep-
tibles en el plano económico y social (a), pero poseen una singular intensidad en el
aspecto institucional (b). Se trata, con todo, de una evolución muy lenta y quebrada,
que solo cristalizará, quinientos años más tarde, con el alumbramiento de una nueva
estructura política, que hoy conocemos con el nombre de Estado moderno (c).
86
b.- En este marco de progreso económico y social no es de extrañar que se produ-
jera una auténtica revolución institucional en el seno de las estructuras polí-
ticas.
Desde la perspectiva de los que luego serán los diversos Estados europeos, la
situación de partida es la ya descrita de minimización del poder monárquico. Un
poder, que, en el plano internacional, se ve jurídicamente minusvalorado por la exis-
tencia de ese ente unitario que es la Cristiandad, gobernada al más alto nivel por la
diarquía Papado-Imperio, fuertemente establecida desde la era de Carlomagno; y
que, en el plano interno, aparece vaciado por la dispersión política que supuso el
sistema feudal. Obviamente, la construcción del Estado moderno había de pasar por
el quebrantamiento de estas estructuras de poder supra e infraestatales.
Sin embargo, los fenómenos que ponen en marcha este proceso no se localizan en
el seno de las monarquías nacionales, sino en la propia evolución interna de los dos
poderes universales, el Imperio y el Papado; y concretamente en el conjunto de acon-
tecimientos que se conocen históricamente como la reforma gregoriana de la Iglesia
y la lucha que ella desata entre el Pontífice y el Emperador por lograr el dominium
mundi, la primacía del poder sobre el orbe cristiano.
87
fueron sentando las bases dogmáticas que permitieron la instauración del Estado
moderno.
c.- Todo este proceso había de desembocar en un nuevo tipo de estructura políti-
ca, que emerge a fines del siglo XV y que ha dado en llamarse Estado moder-
no. Se trata, desde luego, de un concepto eminentemente impreciso y variable,
que puede aplicarse -y de hecho se ha aplicado- a realidades históricas muy
88
diversas: en cualquier caso, no designa a un hecho concreto, cuyo comienzo
pueda fijarse en una fecha cronológica determinada, sino a un cierto estadio en
la evolución de las monarquías nacionales europeas, en el que concurren una
serie de notas claramente discordantes con las típicas de la estructura política
medieval.
Pero una caracterización más exacta del Estado moderno solo puede llevarse a
cabo desde la perspectiva de los principios institucionales que lo animan. Aun
cuando parezca un juego de palabras, podría decirse que el Estado moderno es, ante
todo, una forma de entender la vida política, el Estado mismo, como entidad sustantiva
e instrumental. El Estado moderno nace desde que se admite la existencia del Estado
como una realidad, como un entidad propia, superior y trascendente al rey y a los
estamentos; de una entidad, además, que no se presenta como algo dado e incon-
movible, sino antes bien, como una empresa creada artificialmente por el hombre
para lograr determinados objetivos y que, por tanto, es independiente de toda inter-
vención sobrenatural. En suma, el Estado como un proyecto racional y secularizado
que, por lo mismo, ha de ser manejado conforme a una ética peculiar, la ética utilitaria
de la raison d’Etat, que atiende, ante todo, al principio de la posibilidad y de la necesità,
que dirá MAQUIAVELO, más que a exigencias religiosas o metafísicas.
89
lo predeterminado. Su objetivo básico sigue siendo la riqueza, y la guerra como me-
dio de conseguirla. Esta conformación llega de manera indirecta, pero inevitable. El
mantenimiento de las empresas exige dinero; dinero que hay que obtener, bien por la
vía del botín, bien por la del fomento de las fuentes de riqueza dentro de las propias
fronteras; y para todo ello se requiere una amplia burocracia profesional. La guerra,
pues, como causa última; la recaudación tributaria como instrumento capital, y la
burocracia como sostén de una y otra actividad, son las palancas que hacen emerger
al Estado moderno, con unos caracteres que ya comienzan a sernos familiares.
90
Actividad Nº 7
1.- Realice una síntesis, señalando la evolución del sistema feudal al de estado
moderno.
91
2.- Las estructuras políticas y administrativas
La organización del poder estatal sigue conservando en la Baja Edad Media unas
acusadas características de primitivismo e indiferenciación de funciones. Su configu-
ración general, no obstante, sufre cambios profundos, que son especialmente apre-
ciables en España, país en el que vamos a centrarnos con preferencia.
El instrumento principal a través del cual el Rey consolida su poder radica, sin
embargo, en la creación de una densa red de oficiales regios; en suma, en la instau-
ración de una estructura burocrática que, aunque incipiente, supera con mucho la
puramente doméstica del período saltomedieval. A través de ella, el monarca se des-
embaraza de las limitaciones que a su poder suponía la presencia de la Curia Regia,
y extiende su dominación a las tierras de señorío y a los municipios.
Por su parte, la Curia extraordinaria o pleno (constituida, además de por los miem-
bros de la ordinaria, por todos los restantes magnates del país, llamados a tal fin por
el Rey) experimenta una mutación sustancial cuando, a partir de la segunda mitad del
siglo XII, comienzan a ser también convocados a ella los representantes de las ciuda-
des. Tal es la génesis de la institución que tempranamente comienza a conocerse con
el nombre de Cortes, que no sitúa en los albores de las instituciones parlamentarias.
92
c.- Las alteraciones más espectaculares de la época se producen, sin embargo,
en el marco de la administración municipal, consecuencia directa del vigoro-
so renacimiento urbano y tiene lugar desde el siglo XI. En este período comien-
za a tomar cuerpo el Concilium o Concejo, asamblea de todos los vecinos,
gobernados inicialmente por un oficial de nombramiento regio o señorial (Juez,
Alcalde, o Merino, en Castilla; Justicia o Zalmedina, en Aragón).
93
Actividad Nº 8
94
3.- El régimen jurídico del poder público
Y este último dato nos pone sobre la pista de la segunda nota, cual es el progresivo
predominio de la creación artificial del Derecho. La secularización del mundo jurídi-
co hace entrar en crisis la concepción del Derecho como una emanación espontánea
de la sociedad, poniéndose en primer plano su aspecto funcional: el Derecho será,
ante todo, un instrumento del poder para el cumplimento de un proyecto de Estado; y,
como tal instrumento, no ha de ser llamado, sino creado por obra de la voluntad
humana.
b.- La posición preeminente del Rey en el plano político había de tener lógicas
repercusiones en el plano jurídico, convirtiéndose en una figura claramente
singular: el rey y el poder real se convierten en el centro de gravedad del Esta-
do. Ello es consecuencia de una compleja evolución del pensamiento jurídico-
político, cuyos trazos principales conviene analizar brevemente.
95
to investido del imperium, el emperador será titular de la plena et rotunda potestas o,
como dice ACCRUSIO, de la judisdictio plena (frente a la non plena que corresponde
a los demás príncipes), la cual conlleva el poder de hacer las leyes: solus conditor
legis est imperator, sólo el Rey es el constructor de la ley. Estos dogmas proporcionan
al emperador algo tan valioso como un título general de poder; en lo sucesivo, sus
intervenciones ya no tendrán que apoyarse necesariamente en algún título singular o
regalía.
Esta posición soberana del rey en el interior de su reino conlleva, como hemos
visto, un poder de la misma naturaleza sobre el Derecho. El poder de disposición
sobre la comunidad -el rey como dominus- entraña un poder de disposición paralelo
sobre el producto típico de esta comunidad, el Derecho. El monopolio legislativo del
monarca, al que antes aludimos, se justifica jurídicamente diciendo que el Rey es
solus conditor legis en su reino, de igual modo que el emperador lo es en el imperio.
A apoyar esta conclusión cooperarán diversas fórmulas que los juristas toman de los
textos justinianeos, como la de quod principi placuit legis habet vigorem (ULPIANO,
en D. 1, 4, 1), o la calificación del rey como lex animata in terris (Nov., 105, 4); o
también fórmulas de nuevo cuño, como la de a Deo rex, a rege Lex, propia de la
práctica francesa.
Como es lógico, esta posición del monarca como señor del Derecho había de sus-
citar de inmediato el problema de su sometimiento a las normas por él dictadas. Ini-
96
cialmente, el principio que se acepta es el de la sujeción real al Derecho (así, en
España, el Espéculo, I, 1, 9, según el cual las leyes deben ser obedecidas por el Rey
y por el pueblo); un principio difícilmente compatible con la posición soberana del
monarca, que pronto se apropia de la fórmula romana princeps legibus solutus para
justificar su absoluta desvinculación y libertad frente a todo tipo de normas jurídica.
Ello nos sitúa en los umbrales mismos de la siguiente etapa histórica.
c.- Y, junto a los poderes, las garantías de los súbditos. En un mundo fuertemen-
te impregnando por el Derecho, no es insólito que los súbditos no encontrasen
dificultades formales para litigar contra el Monarca en defensa de sus intere-
ses, de la misma manera que litigaban contra cualquier otra persona. Hoy nos
consta documentalmente la existencia de distintas vías de recurso (entre noso-
tros llamados alzada y apelación) a disposición de los ciudadanos contra los
actos del Monarca y de sus oficiales; vías de recurso, por lo demás, normal-
mente utilizadas, y de las que conocían las autoridades judiciales ordinarias
(sin que existiera en este período, por tanto, fuero especial alguno del Rey).
Desde esta perspectiva, pues, es evidente la existencia de un cierto principio
general de sujeción al Derecho del poder público, formalmente instrumentable,
como también lo prueba el empleo usual de determinadas técnicas de resisten-
cia contra mandatos ilegales, como la cláusula obedézcase, pero no se cum-
pla, la figura de las cartas desaforadas y la de los rescriptos contra jus naturale
ac gentium: un principio, sin embrago, teórico, no indiscutido y que convive con
otros de signo opuesto, antes mencionados. Un principio general de legalidad
es, en esta época, inexistente.
97
de León de 1188, ya citadas, o con el Privilegio general de Aragón, otorgado por el
Rey Pedro III en las Cortes de Zaragoza de 1283.
98
Actividad Nº 9
2.- Enumere las consecuencias de abandonar la idea del derecho como emana-
ción espontánea de la sociedad y pasar a considerarla como producto de la
voluntad humana.
99
4.- El Derecho romano y la reaparición de la ciencia jurídica
En realidad, una ciencia del Derecho público en cuanto tal no aparecerá sino en los
últimos años del período que consideramos y en forma muy incipiente, como fruto de
tres tendencias doctrinales muy dispares:
- En primer lugar, toda la literatura política que surge en Europa a partir del siglo
XI como consecuencia de las luchas entre Papado e Imperio: una literatura de
carácter polémico, dirigida a apoyar dialécticamente a una de las partes en con-
flicto, y en la que se mezclan indiscriminadamente los argumentos históricos,
filosóficos y teológicos con los estrictamente jurídicos, pero que es la primera en
intentar una construcción racional de la posición jurídica y de los poderes del Rey.
- En segundo lugar -y ante todo- la corriente doctrinal denominada jurisprudencia
dogmática-sistematizadora. Surgida en el siglo XVI como una continuación de
las escuelas humanistas, sus fundadores pretenden superar la metodología tra-
dicional de los estudios jurídicos, basada en la glosa o comentario de los textos
romanos, para lograr una elaboración científica y sistemática de la materia legal
apoyada en conceptos o divisiones generales, una de las cuales es, precisamen-
te, la clásica romana entre jus publicum y jus privatum. En esta tendencia, origi-
nariamente patrocinada por Johannes Oldendorp (1480-1567), por los france-
ses Hugo Donellus (o Doneau, 1527-1591) y Petrus Gregorius Tholosanus
(1540-1617), y, sobre todo, por Johannes Althusius (1557-1638), la que induce
la aparición de los primeros libros dedicados específicamente al Derecho público,
si bien con un contenido que aún no se asemeja apenas al que hoy nos es fami-
liar. Para ello, habrá que esperar a la inauguración del período absolutista, con la
paz de Westfalia y el comienzo del siglo XVII.
100
III.- Los tiempos modernos: la monarquía administrativa y el
absolutismo
101
Y nuevamente contradictoria aparece la historia europea de este período en el
terreno político. En el plano internacional, el sistema de Estados nacionales se con-
solida definitivamente: los antiguos poderes universales (Papado e Imperio) dejan de
representar un papel efectivo, y el mundo europeo se asienta, desde la paz de Westfalia,
sobre el dogma del equilibrio entre los Estados. Este equilibrio no es, sin embargo,
más que una aspiración parcial: la vieja idea imperial no ha desaparecido por comple-
to (Carlos I, Felipe II) y es sustituida en cierta manera por la hegemonía de facto de
uno u otro Estado sucesivamente (España, Países Bajos, Francia, Inglaterra).
En el plano interno, por otra parte, las contradicciones son también patentes. De un
lado, l protagonismo de la institución real se afianza de modo definitivo, hasta crista-
lizar en las teorías absolutistas: el Rey se convierte en la fuente de todo poder, un
poder incondicionado y total que borra por completo la relevancia teórica de las insti-
tuciones representativas de origen feudal y estamental. Es, sin embargo, en el seno
de este Estado absoluto, donde aparecen y se consolidan todo el mundo de ideolo-
gías que, frontalmente antiabsolutistas o no (contractualistas, monarcómanos; Locke,
Rousseau, Montesquieu), darán al traste con aquél, de forma violenta, a fines del
siglo XVIII. Y, de otro lado, asistimos en este período a la creación de una fuerte
estructura administrativa estatal, que prefigura la existente en la actualidad, y que se
forma el hilo del crecimiento del poder del monarca. Esta estructura, sin embargo, ha
de coexistir con importantes residuos estamentales, que actúan a modo de poderes
compensatorios: las tendencias uniformadores y centralizadoras chocan con la reali-
dad de los Estados, internamente compuestos de unidades políticas semiautónomas
y mínimamente vertebradas en una estructura común (así, en España, en el Sacro
Imperio y aun en Francia). Y los intentos reales por crear una burocracia racional y
moderna se ve frenada por la resistencia de instituciones donde se refugia la nobleza
estamental (Consejos, en España; Parlamentos, en Francia) y, aún más, por el fenó-
meno refeudalizador que supone la venalidad y patrimonialización de los oficios pú-
blicos. Sobre todos estos temas volveremos de inmediato.
La concentración del poder es la mejor y más simple descripción del Estado abso-
luto. En él, el Monarca se convierte en titular por derecho propio de todas las funcio-
nes y potestades del Estado: todo el poder emana de él, y en él reside, pudiendo
ejercerlo libremente y no compartiéndolo con ninguna otra persona o institución. Des-
de el punto de vista histórico, el absolutismo es la negación dialéctica del pluralismo
feudal y del dualismo estamental: el proceso de asunción de poderes en la Edad
Media ha llegado a su culminación.
102
Desde nuestra perspectiva, sin embargo, más que profundizar en la descripción o
definición del absolutismo, interesa ante todo insistir en sus causas, en los motivos
determinantes de su aparición; y ello, no tanto en el plano ideológico cuanto en el de
los puros hechos.
Las consecuencias de estos cambios son fáciles de suponer: de una parte, reduje-
ron a la nada el papel de los señores territoriales, a los que se priva de su forma
tradicional de guerrear (la caballería) y de toda posibilidad de intervención unilateral
en la guerra: solo el monarca tendrá, en los sucesivo, la suficiente capacidad econó-
mica para afrontar los enormes gastos de una campaña. Y de otra, y sobre todo, la
puesta a punto de grandes ejércitos obliga al montaje de toda una compleja organiza-
ción burocrática de apoyo inmediato (tesorería militares, tribunales, asistencia médi-
ca y religiosa, intendencia y avituallamiento) y, lo que es más importante, a un creci-
miento de la presión fiscal que generase los recursos públicos suficientes para aten-
der estos gastos y, paralelamente, al establecimiento de un perfeccionado aparato
administrativo dedicado a la recaudación de los nuevos tributos: todo ello, bajo la
directa dependencia del monarca y de sus colaboradores íntimos, que de ese modo
concentran en sus manos todo el poder físico del Estado y los medios para ejercerlo.
Las razones de esta nueva actitud del Estado son de tres tipos. En una primera
etapa, es una consecuencia directa de las necesidades militares: la recaudación de
103
los recursos precisos para el sostenimiento de las campañas exigía fomentar la crea-
ción de fuentes de riqueza tributables en el interior del propio país. Esta necesidad
encuentra de inmediato una justificación teórica en la doctrina económica reinante en
los siglos XVI y XVII, el mercantilismo: constituido en principio básico de la economía
estatal la acumulación máxima de metales preciosos, la actividad pública debía ten-
der a favorecer el tráfico comercial, activar la producción interior y las exportaciones,
y por el contrario, contener la importación de bienes. De esta forma, la economía se
convierte en "política", esto es, en tarea pública fundamental, como lo demostró la
acción del ministro COLBERT en la Francia de Luis XIV. Y una última justificación
teórica aparece, ya en el siglo XVIII, a través de la filosofía política del iluminismo, que
da lugar al conocido como absolutismo o despotismo ilustrado: la justificación del
poder estatal se halla en la consecución del máximo bienestar de los súbditos, están-
dole autorizado, para ello, intervenir en todos los ámbitos de la vida social, incluso en
el de la libertad personal.
104
Actividad Nº 10
CARACTERES GENERALES
CRECIMIENTO
IDEAS ECONOMIA POLITICA DE LA FUNCION
PUBLICA
105
B.- La organización del poder público
Sin embargo, el ritmo histórico que marca la relación entre ambos tipos de admi-
nistración, es diverso según los países.
106
estándoles reservadas todas las funciones no atribuidas expresamente a órga-
nos territoriales inferiores. En definitiva, un sistema abigarrado y carente de
toda racionalidad burocrática, al no existir ningún tipo de organismo coordina-
dor entre ellos; un sistema lento e ineficaz, paradigma de lo que se ha denomi-
nado régimen polisinodial y al que un autor francés ha podido calificar, con justa
dureza, como "la facade majestueuse d’un empire léthargique".
107
Junto al corregidor, las autoridades estrictamente locales eran de lo más varado.
En Castilla, los antiguos concejos son sustituidos por un conjunto de regidores, en
ocasiones de designación real, en otras de elección popular restringida, siendo tam-
bién, a veces, oficios enajenados y vitalicios. A ellos se suma una autoridad de carác-
ter judicial, denominado alcalde ordinario, que preside el ayuntamiento en defecto del
corregidor.
108
Actividad Nº 11
109
3.- La burocracia
La burocracia del Estado absoluto no ofrece, sin embargo, el aspecto global, ho-
mogéneo y racionalizado que hoy la caracteriza. Antes bien, participa de las contra-
dicciones internas que, como antes vimos, señalan al Estado en esta época. En ella
cabe distinguir, al menos, una burocracia estamental, frecuentemente de signo nobi-
liario, y una burocracia de creación real, surgida al calor de las exigencias militares y
de la política económica intervencionista que dichas exigencias imponen. Pero sería
inexacto reducir la dinámica de esta época a una pugna entre estos dos tipos de
burocracia, por cuanto en la mayor parte de los países europeos entra en juego un
fenómeno adicional, cual es el de la patrimonialización de los oficios. El monarca, en
efecto, actúa sobre la burocracia de dos maneras: una, incrementando artificialmente
los cargos públicos estamentales, cargos que se venden a quien se encuentre en
disposición de adquirirlos (a): otra, creando nuevas estructuras de carácter comisarial
para atender al desarrollo de su política (b).
a.- La venta de oficios públicos, en primer lugar, es un fenómeno que debe ser
entendido en su justa medida y de acuerdo con la mentalidad de la época.
Aunque objetivamente se tratase de una forma de corrupción de la función pú-
blica y una técnica de debilitamiento del poder estamental, es improbable que
su utilización se efectuar con estos fines conscientes: antes bien, la venta de
oficios es, en la época, una forma de financiación casi normal del Tesoro públi-
co, empleada sistemáticamente, como ha probado R. MOUSNIER, cuando las
necesidades fiscales son más apremiantes. Una técnica, por lo demás, que en
cierta manera fortalece el poder estamental en pugna con el monarca: los
adquirentes de oficios son, por lo general, burgueses que pretenden ennoble-
cerse e integrar a su familia, por vía matrimonial, en el estamento aristocrático,
cuyos intereses y mentalidad asumen.
110
b.- De manera simultánea el proceso de venta de oficios, sin embargo, el monarca
procede a crear una nueva burocracia, que la doctrina ha calificado como
comisarial. El comisario -titular de una comisión- se opone al oficial -titular de
un oficio- en cuanto que aquél es un agente de carácter extraordinario, libre-
mente revocable por el rey y cuya función se agota en la realización de un
mandato concreto (la comisión, expresada en instrucciones concretas, que suele
consistir en una labor de inspección o control de la actividad de los oficiales
permanentes) pero que más tarde deviene estables, suplantado en sus funcio-
nes a los antiguos oficios estamentales. Como OTTO HINTZE ha demostrado,
la técnica comisarial es muy antigua (su origen se remonta a la reforma
gregoriana de la Iglesia), pero adquiere un desarrollo singular en este período,
en cuanto que constituye la palanca fundamental en la consolidación del abso-
lutismo regio.
Las relaciones que se dieron en esta época entre el poder público y el Derecho no
son aún bien conocidas, en el nivel actual de la investigación histórica. La doctrina se
mueve todavía en base a hipótesis más o menos demostradas y muchas de ellas se
encuentran sometidas a constante polémica. Por ello, nos referiremos solamente a
los rasgos generales de estas relaciones que hoy pueden tenerse como indubitados
y que afectan a tres aspectos: la posición del monarca (a), los títulos o conceptos que
el poder público emplea para justificar su actuación sobre los ciudadanos (2) y las
garantías institucionales de éstos (3).
111
el ejercicio de una función definida y que sólo a ella puede referirse, de manera que
por necesidad de su propia naturaleza queda reducido a lo que tal función reclama"
(MARVALLE). Está también limitado por el principio de inalienabilidad de los bienes y
derechos del Reino, así como por las llamadas "leyes fundamentales" (concepto ope-
rante sobre todo en Francia). Y también encuentra un límite, finalmente en los dere-
chos privados de los súbditos, principalmente los que nacen de la propiedad y de los
contratos, que reciben genéricamente el nombre de derechos adquiridos (jura quaesita,
wohlerworbene Rechte).
La existencia en esta época de una idea o título general que, como la soberanía,
justificase cualquier tipo de actuación del poder real no impide la pervivencia de otros
títulos singulares. La idea de un título genérico y abstracto era demasiado nuevo y
revolucionaria como para poder ser opuesta con éxito a los derechos singulares y
exhibían, como obstáculos a la acción del monarca, los poderes estamentales y los
súbditos individuales.
Algunos de estos títulos singulares empleados por el poder real son de vieja factu-
ra: así, las antiguas regalías, que en esta época perviven intactas y perduran hasta la
misma Revolución Francesa. También, la idea de la pax pública, de singular importan-
cia en una etapa histórica tan atormentada por guerras y discordias civiles. Importan-
cia especial tiene la técnica, ya citada, de los llamados rescriptos contra jus naturale
ac gentium; siendo los derechos privados o jura quaesita un límite al ejercicio del
poder (en cuanto que la propiedad y los contratos eran instituciones de Derecho na-
tural y de gentes), su quebrantamiento o privación mediante órdenes y disposiciones
reales constituía un rescripto contra jus; el cual, sin embargo, era válido si hubiera
sido dictado cum causa rationali. La concurrencia de dicha causa racional o de utili-
dad pública permitía al monarca quebrantar tal derecho singular, lo cual, no obstante,
engendraba una obligación de indemnizar. En la época que examinamos, este técni-
ca capital de intervención (de la que surge, entre otros institutos, la expropiación
forzosa) se concibe como la consecuencia de un poder general, que HUGO GROTIUS
denominará dominium eminens o dominio eminente y que Samuel PUFENDORF
definirá como la potestad que corresponde al Estado sobre las cosas de los ciudada-
nos por causa de utilidad pública.
112
del monarca y sus agentes, sin que contra las decisiones recaídas en ellos cupiera
recurso ante los Tribunales: de hay la célebre fórmula im Polizeisachen gilt keine
Apellation). Más tarde, se excluyen del concepto de policía los asuntos relativos a las
Administraciones exterior, militar y financiera; y ya a fines del siglo XVIII, queda redu-
cida a las actividades estatales que persiguen la prevención de los peligros mediante
el uso de la coacción (cura advertendi mala futura), excluyéndose del mismo las diri-
gidas a la promoción del bienestar y felicidad de los súbditos (cura promoviendi salutis)
que entre nosotros recibirán el nombre de administración de fomento.
Desde comienzos del siglo XVIII, este panorama comienza a sufrir una transforma-
ción radical, a través de las nuevas autoridades y agentes creados por el Monarca
(principalmente, los de carácter monocrático y comisarial). Estas autoridades reci-
ben, como era habitual, todas las competencias -administrativas y judiciales- referen-
tes a las materias que se les confían, pero con dos novedades capitales: primera, la
de que sus decisiones quedan exentas de la fiscalización (por vía de recurso o apela-
ción) ejercida por las "Justicias ordinarias" (esto es, los antiguos órganos estamentales:
entre nosotros, principalmente, las Audiencias y Chancillerías): estas autoridades son
calificadas como "jueces privativos", pudiendo apelarse de sus decisiones solo ante
el Rey o, en su caso, ente el Consejo central competente por razón de la materia. Y
segunda, la de que sus disposiciones creadoras ordenan con frecuencia a estas nue-
vas autoridades que actúen siempre en forma gubernativa: estos es, sin forma solem-
ne de juicio, de modo ágil y expeditivo, aunque los asuntos que hubiera que decidir
fueran de naturaleza contenciosa (esto es, afectantes a derechos subjetivos). Son
precisamente estos "jueces privativos" los que prefiguran el régimen de las potesta-
des administrativas y de su control que se instaurarán a partir de la Revolución Fran-
cesa, como más adelante veremos.
113
D.- La doctrina del Derecho público
Los siglos XVII y XVIII son, sin lugar a dudas, los de la aparición decidida del
Derecho público en el campo de la doctrina jurídica. Este florecimiento no tiene lugar,
sin embargo, de la misma forma en toda Europa: en puridad, sólo se da en los países
germánicos; Alemania es, sin lugar a dudas, la patria del Derecho público moderno
hasta la Revolución francesa. Y ello tiene una explicación distinta de la que pueden
darnos los tópicos acerca de la capacidad germana para el razonamiento abstracto:
el Derecho público es un producto intelectual sumamente delicado e inestable, que
sólo puede fructificar en los regímenes políticos donde se da una limitación jurídica
efectiva del poder. Y esto es justamente lo que ocurre en la Alemania del Sacro Impe-
rio Romano-Germánico: hasta el siglo XVII existe una tensión constante entre el po-
der del emperador y el de los príncipes territoriales, con una división efectiva de com-
petencias entre uno y otros; una situación que consagran los Tratados de Westfalia de
1648, que convierten al Imperio en poco más que una confederación de Estados; una
situación, por tanto, enormemente compleja en términos jurídicos que no es de extra-
ñar que estimulase la aparición de textos de Derecho público.
Allí donde no se dan estas condiciones, dado el carácter absoluto de sus regíme-
nes monárquicos, el Derecho público no se desarrolla apenas: así ocurre en Francia
y España, donde florecen, en cambio, el derecho privado y la teoría política y también
en el seno de los propios principados territoriales de Alemania, cada uno de los cua-
les reunía individualmente los caracteres del Estado absoluto (la práctica totalidad de
las obras que conocemos se aplican a Derecho público del Imperio, no de los Esta-
dos que lo componen).
Con todo, la doctrina jurídico-pública de esta época reviste unos caracteres singu-
lares: en primer lugar, es muy poco conocida, debido a la ausencia de reediciones
modernas de la mayor parte de las obras, así como al hecho de estar escritos, en su
inmensa mayoría, en lengua latina. A su olvido (que ha sido prácticamente total, salvo
en Alemania), ha constituido también el escaso rigor de su metodología: el Derecho
público es una ciencia aún en formación, en la que sus tratamientos dogmáticos mez-
clan con frecuencia perspectivas muy diversas de análisis; junto al razonamiento es-
trictamente jurídico se encuentran la teoría política, el derecho privado, el derecho
natural y de gentes, los consejos morales a los príncipes, la economía, la estadística,
las finanzas y la pura acumulación documental de textos legales. PO lo mismo, no es
tampoco insólito que en obras dedicadas a cada una de estas ciencias o perspectivas
metódicas se encuentren excelentes análisis jurídico-políticos.
114
Actividad Nº 12
1.- ¿Qué justificación histórica tiene la venta de oficios públicos durante el surgi-
miento de la burocracia?
- regalías:
- pax pública:
- policía:
115
El estado liberal y la génesis del Derecho Administrativo
Al alborear el último tercio del siglo XVIII, la sociedad europea ofrecía el panorama
de una efervescencia sin precedentes: una efervescencia cuyos síntomas resultaban
apreciables por igual en los terrenos económicos, ideológico y político, y que hacía
inevitable pensar en la inminencia de un cambio radical.
La economía aparece marcada en estas fechas por tres grandes rasgos. En primer
lugar, un crecimiento demográfico espectacular; la población del continente europeo pasa
de 118 millones de habitantes hacia 1700 y 187 millones a final de siglo; un crecimiento
de la población activa, pues, que la economía de la época, aún preponderantemente
agrícola, es incapaz de absorber. En segundo lugar, el cambio de la coyuntura económi-
ca; tras un período de prosperidad iniciado hacia 1730 -alza de precios-, desde 1770 la
economía se vio sacudida por bruscas alteraciones, debidas, al parecer, a irregularida-
des climáticas; los años de cosecha escasa (p.ej., 1770, 1774, 1785-84, 1788-89), segui-
dos de épocas de superproducción, ocasionaron oscilaciones violentas en el nivel gene-
ral de precios, que arruinaban alternativamente a productores y asalariados. Y, en tercer
lugar, el siglo contempla la aparición del fenómeno crucial de la producción en masa, que
hoy conocemos con el nombre de revolución industrial, y que se inicia en Inglaterra con
las innovaciones tecnológicas en el sector textil (Kay, lanzadera volante, 1738; Hargreaves,
spinning jenny, 1765; Crompton, mule jenny, 1779); Cartwright, telar mecánico, 1785), en
el energético (Watt, máquina de vapor, 1767-1775) y en el metalúrgico (Huntsmann,
acero fundido, 1749).
El paro creado por el crecimiento demográfico; las crisis agrarias y la revolución indus-
trial; y la pugna de interés entre el estamento campesino y la pujante burguesía, de un
lado, y las clases privilegiadas, de otro, elevaron el nivel general de descontento, que
pronto afloró al plano de las ideas bajo la modalidad de una sensación generalizada de
necesidad de reformas. Los descubrimientos científicos, de un lado, y el racionalismo
filosófico, de otro (en 1751 se publica el primer volumen de la Enciclopedia, y treinta años
más tarde, en 1781, aparece la Crítica de la razón pura de Kant) son el caldo de cultivo
en el que fermentan las nuevas ideas económicas (Quesnay, Tableau economique, 1758;
Turgot, Essais sur la formation et distribution des richesses, 1765; Adam Smith, The
Walth of Nations, 1776) y, sobre todo, las especulaciones políticas; en 1748, Montesquieu
publica el Espíritu de las leyes, y en 1762 aparece el Contrato Social de J.J.Rousseau,
por no citar sino las dos obras claves del período.
116
viejos privilegios feudales; lo que no hará sino fomentar el descontento campesino.
Frente a la burguesía, se esfuerza para restringir el acceso a los títulos nobiliarios y
por controlar todo el aparato administrativo y militar, en cuanto fuente de ingresos
personales (en 1773 y 1774, las reformas del conde de Saint Germain en el ejército y
de Sartine en la marina reservarán a la nobleza la totalidad de los grados militares);
de esta forma, la burguesía, detentadora del poder comercial, industrial y financiero,
veía drásticamente frenada su apetencia de completar aquél con una participación
efectiva en el poder político.
El conflicto más agudo fue, sin embargo, el que enfrentó a la nobleza francesa con
la monarquía borbónica: un conflicto de singular importancia para nosotros, en la
medida en que en el él se hallan las claves históricas que provocaron la gran Revolu-
ción de 1789 y aún algunos de los principales factores de conformación del Derecho
Administrativo.
El primer enfrentamiento tiene lugar en vida de Luis XV, cuyo ministro Maupeou llevó
a cabo en 1771 una profunda reforma judicial que entrañaba la supresión de los Parla-
mentos; la oposición nobiliaria a la medida hizo que, subido al trono Luis XVI, la reforma
fuese de inmediato derogada, en 1771.
117
sentado el proyecto más tarde al Parlamento de París, este lo rechazó, exigiendo de
manera explícita la convocatoria de los Estados Generales.
La destrucción del sistema social y político del Antiguo Régimen no se llevó a cabo
sin esfuerzo. Es inexacto, sin embargo, reducir este fenómeno de cambio a la Revolu-
ción Francesa de 1789; un acontecimiento éste capital, ciertamente, pero que no
constituye un hecho aislado; ni tampoco definitivo. La instauración del Estado liberal
es fruto de un amplio abanico de movimientos revolucionarios que afectaron a la
práctica totalidad de los países occidentales (y no siempre inducidos por el ejemplo
galo) y que, por otra parte, no se consuman en los últimos años del siglo XVIII: antes
bien, dichos movimientos integran un proceso largo y complejo, en el que cabe distin-
guir hasta tres sucesivas oleadas revolucionarias de distinta significación; a ellas hay
que sumar, además, un poderoso movimiento de reacción intercalado entre la prime-
ra y la segunda oleada. Las examinaremos sucesivamente.
De entre todos estos movimientos destaca con luz propia la Revolución Francesa,
iniciada en 1789 y finalizada con el golpe de Estado bonapartista de 18 brumario (9
de noviembre de 1799), en la que se formalizan la práctica totalidad de los grandes
principios sobre lo que se estructurará el Estado liberal (soberanía nacional, división
118
de poderes, igualdad jurídica, libertad económica, principio de legalidad, derechos
fundamentales de los ciudadanos).
c.- De 1820 a 1830 tiene lugar en Europa una segunda oleada de movimientos
revolucionarios de signo liberal, que terminan en algunos países con los regí-
menes monárquicos "restaurados" e implantan, de modo definitivo, la estructu-
ra del Estado constitucional y el dominio de la burguesía. Nuevamente, sin
embargo, la influencia de la etapa política precedente se hace notar, al dar a luz
una ideología política liberal fuertemente mitigada, el doctrinarismo o liberalis-
mo doctrinario.
Los movimientos se inician en la década de los veinte con una serie de pronuncia-
mientos del más clásico tipo liberal, por lo general de duración efímera: resuelta
carbonaria en Nápoles (1820) y Piamonte (1821); complots militares de la charbonnerie
francesa (1821-22); insurrección decembrista en Rusia (1825). Sólo el pronuncia-
miento de Riego en España dará lugar a un breve período de gobierno constitucional
(trienio liberal, 1820-23). El movimiento se consolida, sin embargo, a partir de 1830,
con la revolución de julio, en Francia (caída de Carlos X e institución de la dinastía
liberal orleanista de Luis Felipe) y de agosto, en Bélgica, que produjo la creación de
este país. En Alemania, en cambio, las tímidas manifestaciones liberales y naciona-
listas del Vormärz (reunión de Hambach) fueron aplastadas por la reacción de
Metternich, que alcanzó a la revocación de la Constitución otorgada de Hannover y a
la destitución de los famosos siete profesores de la Universidad de Göttingen (uno de
los cuales, E.ALBRECHT, volverá a aparecer en estas páginas).
d.- La tercera y última oleada está representada por los movimientos revoluciona-
rios de 1848, que se inician con las jornadas de 22 a 24 de febrero en París
(caída de la monarquía de julio, establecimiento de la República y del sufragio
119
universal), extendiéndose con gran rapidez a Italia (Turín, Roma, Nápoles y
Florencia), Austria y Alemania (Baviera, Sajonia, e incluso en Berlín) todo ello
en marzo del mismo año.
120
tuación de determinadas tendencias; el esquema estatal es radicalmente nuevo y
opuesto dialécticamente, punto por punto, a cada uno de los extremos homólogos del
Estado del Antiguo Régimen.
121
Como se ha expresado en una síntesis magistral, esta ideología concibe a la sociedad
como "un orden espontáneo dotado de racionalidad, pero no de una racionalidad previa-
mente proyectada, sino de una racionalidad inmanente, ... una racionalidad expresada
en leyes económicas, y de otra índole, más poderosas que cualquier ley jurídica, y una
racionalidad, en fin, no de estructura vertical o jerárquica, sino horizontal y sustentada
capitalmente sobre relaciones competitivas, a las que se subordinaban las otras clases o
tipos de relaciones. Tal estructura inmanente a la sociedad no sólo tiene una solidez
superior a cualquier orden o intervención artificial, sino que genera, además, el mejor de
los órdenes posibles tanto en el aspecto económico, mediante los maravillosos resulta-
dos de la oferta y la demanda, como en el aspecto intelectual, ya que sólo de la concu-
rrencia de opiniones sale la verdad, o como en el social, ya que... se impide la consolida-
ción de situaciones adscriptivas... y se abre paso a la acción de los mejores a los que
asigna el status debido a su capacidad;... bajo estos supuestos, el Estado, organización
artificial, ni debía, ni a la larga podía tratar de modificar el orden social natural, sino que
su función habría de limitarse a asegurar las condiciones ambientales mínimas para su
funcionamiento espontáneo y, todo lo más, a intervenir transitoriamente para eliminar
algún bloqueo a la operacionalización del orden autorregulado de la sociedad": M.GARCIA
PELAYO, Las transformaciones del Estado contemporáneo, Madrid, 1977, pág. 22; vid.
también E.GARCIA DE ENTERRIA, Revolución Francesa..., cit., págs. 17 y ss..
122
lois, Libro XI, Cap. VI). La libertad, de este modo es el vector resultante de los frenos
y contrapesos derivados de la separación: en suma, del equilibrio de los poderes
entre sí, como el propio MONTESQUIEU expresó en otro pasaje célebre: "Pero es
una experiencia eterna que todo hombre que tiene poder siente inclinación de abu-
sar de él, yendo hasta donde encuentra límites... Para que no se pueda abusar del
poder, es preciso que, por la disposición de las cosas, el poder frene al poder" (ibidem,
XI, IV).
123
siones"), y la "puissance exécutrice des choses qui dépendet du droit civil" o "puissance
de juger" (mediante la cual "castiga los delitos o juzga las diferencias entre los particula-
res"; no tiene paralelo en la clasificación de LOCKE, para quien la función jurisdiccional
carece de entidad propia, comprendiéndolo en cierto modo como parte del poder legisla-
tivo; vid, parág. 131 y 136). No hay en MONTESQUIEU un paralelo del poder de prerro-
gativa de LOCKE.
124
tes sólo pueden ser determinados por la ley"). En segundo término y como correlativo
lógico, la libertad posee vis expansiva; es la regla, y la limitación la excepción, de
donde se deduce que "todo lo que no está prohibido por la ley, no puede ser impedi-
do, y nadie puede ser constreñido a hacer lo que ella no ordena" (art. 5º).
Más importante aún, si cabe, tiene la segunda vertiente del principio como regla de
estructuración interna del Estado. Siendo la ley la expresión de la voluntad general
(Declaración de Derechos, art. 6º; Constitución montagnarde de 1793, art. 4º) y, por
tanto, la manifestación primaria de la soberanía, sus mandatos son supremos e indis-
cutibles. Ella es la fuente de toda autoridad, superior, por supuesto a la del Rey: "No
hay en Francia autoridad superior a la de la ley. El Rey no reina sino por ella, y sólo en
nombre de la ley puede exigir obediencia", dirá enfáticamente la Constitución de 1791
(Tit. III, Cap. II, Sec. 1a., art. 3º). Consecuencia natural de esta premisa es la califica-
ción del monarca como titular del poder ejecutivo; su función básica, pues, es la de
"hacer ejecutar las leyes", que es justamente uno de los contenidos básicos del jura-
mento que el Rey ha de prestar (Const. de 1791, Tít. III, Cap. II, Sec. 1ª, art. 4º). La Ley
se convierte, por lo tanto, en la única manifestación posible de la voluntad estatal; la
Asamblea Nacional se expresa mediante leyes, y el poder ejecutivo no tiene más
misión que ejecutarlas de modo estricto. La Constitución montagnarde de 1973 lo
dirá de modo rotundo: "le conseil (exécutif) est chargé de la direction et de la surveillance
de l’administration; il ne peut agir qu’en exécution des lois et des décrets du corps
législatif".
125
Actividad Nº 13
1.- Mencione las causas del surgimiento del proletariado industrial y urbano y el
enfrentamiento del estamento nobiliario con los demás poderes sociales.
2.- Realice un gráfico o diagrama sobre las Revoluciones llevadas a cabo durante
1770 a 1870.
126
b.- La realidad de la actividad estatal: racionalización, intensificación y am-
pliación
Es ocioso decir que esta creencia es totalmente errónea. Ciertamente, los grandes
principios revolucionarios no contemplan a la Administración como uno de sus prota-
gonistas: ello se debe, simplemente, a que tales principios se mueven en un plano
diverso y superior, el de la titularidad y ejercicio de la soberanía en el nivel constitu-
cional. Tampoco puede desconocerse el hecho de la hostilidad que en el punto álgido
de la crisis revolucionaria se expresa hacia la Administración, en la que se ve una
constante amenaza de resurrección de la odiada burocracia de la monarquía absolu-
ta.
Sin embargo, ni la Revolución ni el siglo XIX son solidarios de estos hechos, cierta-
mente aislados. Aún antes de Napoleón, los revolucionarios prestaron una atención
singular a las estructuras administrativas, especialmente a las locales (Ley de 26 de
febrero - 4 de marzo de 1790, sobre constitución de los Departamentos; Ley de 14 de
diciembre de 1789, sobre los municipios; Ley de 22 de diciembre de 1789, sobre
constitución de asambleas primarias y administrativas; Ley de organización y reforma
de 4 de diciembre de 1793; las Constituciones de 1791, 1793 y del año III contienen
también minuciosos preceptos relativos a estos extremos); la primacía de la Adminis-
tración es neta a partir de las reformas del año VIII (1799), y sus dimensiones y
capacidad de influencia no dejarán de crecer desde entonces. Es equivocado, pues,
pensar en la Revolución como un proceso de ruptura y destrucción de la Administra-
ción absolutista, sin edificar otra en su lugar. Ciertamente, las estructuras organizativas
del Antiguo Régimen experimentaron un cambio extraordinario en su configuración
formal, pero sin discontinuidad ni debilitamiento: antes al contrario.
127
Discontinuidad, desde luego, no hubo. En Francia, el cansancio creado por la épo-
ca del Terror condujo, a partir de la reacción termidoriana, a una recuperación progre-
siva y acelerada de las técnicas administrativas del Antiguo Régimen, que Bonaparte
llevó al límite. Así lo probó de manera exhaustiva Alexis de TOCQUEVILLE, en un
libro clásico: en una de sus primeras páginas afirma que "por radical que haya sido la
Revolución, innovó, sin embargo, mucho menos de lo que generalmente se supone";
afirmación que más adelante prueba respecto de instituciones administrativas capita-
les como la centralización, la tutela administrativa y el contencioso-administrativo.
128
indispensable para conocer el tránsito de la Revolución al Estado liberal del XIX; la refe-
rencia al Marqués de Argenson se encuentra en el mismo libro, pág. 55, de donde tam-
bién tomamos el juicio sobre el fortalecimiento del poder estatal surgido de la Revolución.
Sus palabras son ya célebres; tras constatar la labor destructiva que la Revolución había
operado sobre las instituciones del Antiguo Régimen, dice: "Pero apártense estas ruinas,
y se percibirá un Poder central inmenso, que ha atraído y absorbido en su unidad todas
las partículas de autoridad que antes estaban dispersas en una infinidad de poderes
secundarios, órdenes, clases, profesiones, familias e individuos, y como difuminadas en
todo el cuerpo social. No se había visto en el mundo poder semejante desde la caída del
Imperio romano. La Revolución ha creado este poder nuevo, o mejor dicho, ha nacido por
sí mismo de las ruinas amontonadas por la Revolución. Es cierto que los Gobiernos por
ella fundados son más frágiles; pero al mismo tiempo son más poderosos que los que
había derrocado" (op.cit., págs. 20 y 21).
El siglo XIX es, sin lugar a dudas, el siglo del protagonismo de la Administración del
Estado: el siglo en que cobra identidad orgánica (a) y en el que su volumen crece
espectacularmente, adquiriendo a la par una organización interna racional (b); el si-
glo, en fin, en que sus funciones crecen de forma sustancial (c), en perjuicio de las
administraciones locales. La Administración estatal se convierte, de esta manera, en
el principal centro de poder civil de la totalidad del Estado.
129
a.- El primero de los procesos que la Administración central experimenta desde
comienzos del siglo XIX es la asunción progresiva de una identidad orgáni-
ca propia dentro del poder ejecutivo. Dicha entidad era ya un hecho real en la
España del Antiguo Régimen, en el que las funciones administrativas eran des-
empeñadas de forma separada por el sistema de Consejos, al que antes se
aludió; la dinastía borbónica intenta cambiar paulatinamente este estado de
cosas, haciendo pivotar un creciente número de asuntos a través de la figura de
los Secretarios de Estado y del Despacho, colaboradores directos del monarca
y estrechamente vinculados al mismo por relaciones de confianza. La Adminis-
tración española tiende así, a lo largo del siglo XVIII, a acomodarse al modelo
absolutista francés, en el que el aparato administrativo constituye una mera
prolongación personal del Rey, que lo controla mediante agentes unipersonales
de cuño comisarial (Secretarios de Estado e intendentes).
La creación del Consejo de Ministros tiene lugar en España mediante un Real Decreto
de 19 de noviembre de 1823 (sobre el precedente inmediato de la Junta Superior de
Estado o reunión semanal de los Secretarios de Despacho, formada por Real Decreto de
2 de noviembre de 1815). Por cierto que la creación del Consejo tiene lugar en pleno
comienzo de la segunda reacción absolutista: no es impensable, por lo tanto, que la
influencia francesa fuese decisiva, ya que es el Rey Luis XVIII quien crea en el país
vecino el Consejo de Ministros por la ordenanza de 9 de julio de 1815.
Sobre todos estos temas, vid.J.A.ESCUDERO, Los orígenes del Consejo de Ministros
en España, Madrid, 2 vols. 1979; F.SUAREZ VERDEGUER, La creación del Ministerio
130
del Interior, AHDE 19 (1948-49), págs. 15 y ss., y Notas sobre la Administración en la
época de Fernando VII, en Actas del I Symposium de Historia de la Administración,
Madrid, 1970, págs. 441 y ss.; F.FONTES, El Consejo de Ministros en el reinado de
Fernando VII, RFDUC 71 (1985); J.SANCHEZ ARCILLA, Consejo Privado, Consejo de
Ministros. Notas para el estudio de los orígenes del Consejo de Ministros en España,
RFDUC 71 (1985); J.SANCHEZ BELLA, La reforma de la Administración Central en 1834,
en Actas del III Symposium de Historia de la Administración, Madrid, 1974, págs. 655 y
ss. F.GONZALEZ MARIÑAS, Génesis y evolución de la Presidencia del Consejo de Mi-
nistros en España (1800-1875), Madrid, 1974.
131
Departamentos, creados por la Ley de 26 de febrero-4 de marzo de 1789; en
España, las provincias, previstas en abstracto por la Constitución de 1812, esta-
blecidas por vez primera en 27 de enero de 1822 e implantadas definitivamente
por el célebre Real Decreto de Javier de Burgos de 30 de noviembre de 1833), a
cuyo frente se sitúa un agente del poder central encargado del control de las
Administraciones locales y de la coordinación de los órganos estatales existentes
en dicha circunscripción (prefectos, en Francia; en España, Gobernadores civi-
les). En el incremento del número e importancia de los órganos estatales actuantes
en las divisiones territoriales se encuentra el origen de la división formal de la
Administración del Estado entre su nivel central y su nivel periférico (Administra-
ción central y periférica).
132
Actividad Nº 14
- Crecimiento orgánico.
- Incremento competencial.
133
2.- Centralización y declive de las Administraciones locales.
Las fases por las que atraviesa la formación de este modelo son muy conocidas. La
primera línea marcada por los revolucionarios franceses es claramente descentralizado-
ra y democrática: tras la "revolución municipal" del verano de 1789 (revueltas parisinas
del 13 y 14 de Julio, "Gran Miedo" en el campo) alimentada por la ideología federativa
inspirada en los Estados Unidos (14 de Julio de 1790: fiesta de la Federación nacional),
la Asamblea Constituyente lleva a cabo, de una parte, la división territorial en Departa-
mentos (ley de 15 de Enero-26 de Febrero de 1790) y la regulación de las entidades
municipales (leyes de 14 y 22 de Diciembre de 1789), constituidas sobre base electiva,
con una estructura netamente colegial y amplísimas funciones: el Departamento, en pri-
mer lugar, está regido por un Consejo electivo, que a su vez elige de su seno un directo-
rio ejecutivo de ocho miembros; sus funciones son absolutamente generales, abarcando
el bloque común de la acción administrativa (art. 2, ley 22-12-89: "les administrations de
departament seront chargées, sous l’autorité et l’inspection du roi, comme chef supreme
de la Nation et de l’administration genérale du royaume, de toutes les parties de cette
administration"). El municipio -commune-, en segundo lugar, se gobierna por un
Consejo general electivo con un alcalde (maire) a su cabeza, de elección directa; sus
funciones son dobles (art. 49 ley 14-12-89; "les corps municipaux ont deux espéces de
fonctions az remplir, les unes propres au pouvoir municipal, les autres propres à
l’administration génèrale de l’Etat et délèguées para elle aux municipalités").
134
revolucionarios espontáneos de obediencia jacobina (clubs y sociedades populares, co-
mités de vigilancia) y, sobre todo, en comisarios de la Convención ("représentants du
peuple en mission") desplazados a la periferia y dotados de potestades omnímodas (sus
decisiones se califican de "lois provisoires", ley de 17-7-1793).
135
y órganos colegiados (Ayuntamiento-Diputación Provincial), todos los cuales, salvo
el Jefe Superior, son de carácter electivo.
- Sistema jerárquico entre órganos de la misma naturaleza (el Alcalde está some-
tido al Jefe Superior, y el Ayuntamiento a la Diputación Provincial), pero no entre
sí, aunque el predominio de facto de los primeros sobre los segundos es notorio.
- Atribución de amplísimas funciones administrativas a los Ayuntamientos (y, en
segundo grado, a las Diputaciones provinciales); no obstante, el vaciamiento que
estas funciones experimentarán a lo largo del siglo por obra de la Administración
central potencia indirectamente el papel de los órganos monocráticos, cuya jerar-
quización es la base del sistema centralizado español.
136
El resultado dialéctico de esta contradicción habría de venir por la vía de las solu-
ciones intermedias, de los compromisos en el funcionamiento de los diversos centros
de poder del Estado. Uno de estos compromisos -quizás el más importante y durade-
ro- sería el relativo a la Administración. Sus términos afectan a dos de los principios
cruciales de la Revolución: los de legalidad (1) y garantía judicial de los ciudadanos
(2), así como al proceso de juridificación del poder público (3). Su resultado es lo que
conocemos con el nombre de régimen administrativo: más simplemente, como Dere-
cho administrativo.
Con todo, dicha potestad reglamentaria, aunque de una importancia política tras-
cendental, no deja de tener carácter subordinado: ha de ejercerse siempre "para la
ejecución de las leyes", esto es, en desarrollo de una ley previa y con la exclusiva
finalidad de facilitar o hacer posible su aplicación. En España, sin embargo, el pano-
rama se complica con la recepción insensible, a partir de los años treinta del pasado
137
siglo, del esquema dualista propio de las monarquías limitadas alemanas (que exa-
minaremos con detalle en un momento posterior) que admitían, junto a un poder de
desarrollo reglamentario de las leyes dictadas en materias afectantes a la libertad y
propiedad de los ciudadanos, una potestad reglamentaria (o de ordenanza) autóno-
ma, utilizable en todas las restantes materias que, por no afectar a dichos ámbitos, no
requerían de una ley previa. La adopción de este esquema lleva a la aparición espon-
tánea de una potestad reglamentaria independiente (apoyada en una interpretación
modificativa del sentido de los textos constitucionales: la "ejecución de las leyes" no
consistirá sólo en el desarrollo por menudo de las leyes previas, sino en la adopción
de todas las medidas normativas que sean precisas para la buena marcha del orde-
namiento jurídico), cuyo riguroso ejercicio se ha prolongado hasta hoy mismo.
138
troubler, de quelque manière que ce soit, les opérations des corps administratifs, ni citer
devant eux les administrateurs pour raison de leurs fonctions"), luego recogido en lo
sustancial en la Constitución de 1791 (III, 5, art. 6) y del año III (art. 203).
139
Actividad Nº 15
1.- Subraye las ideas principales sobre el tema "centralización y declive de la Ad-
ministración Locales".
140
3.- La juridificación del poder público
141
Actividad Nº 16
142
La administración y el Derecho Administrativo en el estado
contemporáneo
Al alborear el último tercio del siglo XIX, los principios del liberalismo aparecían
sólidamente asentados en la Europa occidental: pasados los momentos críticos de
1848, la sociedad burguesa dejaba transcurrir el tiempo en un ambiente de euforia y
prosperidad económica sin precedentes, que no hacía presagiar las convulsiones
que habrían de sobrevenir casi de inmediato; convulsiones éstas cuyo germen se
hallaba en la propia estructura de las sociedades europeas, y que sólo los teóricos
socialistas habían acertado a anunciar. El desenlace de la guerra franco-prusiana
(1870-71) sitúa a Europa en el umbral de un marco histórico totalmente nuevo (1) que
había de suponer transformaciones radicales en la configuración misma del Estado
(2).
Desde la victoria de las tropas prusianas en Sedan hasta nuestros días han trans-
currido poco más de cien años: un suspiro, en términos históricos, pero en el que la
sociedad y la política han experimentado transformaciones quizás mayores que en el
resto de este segundo milenio. Y ello, tanto en lo económico, como en lo político o en
lo estrictamente social.
a.- Los cambios económicos, en primer lugar, son bien conocidos. En 1870, Europa vivía
en pleno auge de la civilización industrial, y en un ciclo de prosperidad de onda larga
iniciado hacia 1850, que, salvo un período de recesión desde 1873 a 1895, se prolonga
hasta la primera guerra mundial. Las cifras hablan por sí solas: en este período, la
población europea se duplicó, y el volumen del comercio mundial se multiplicó por más
de diez, facilitado por la explosión de los transportes (en 1840, la red ferroviaria de todo
el mundo no llegaba a cinco mil millas, pero se acercaba a seiscientas mil en 1914; la
marina mercante europea, que no alcanzaba los cinco millones de TRB en 1850, era de
casi veinte millones al iniciarse la primera gran guerra). A todo ello coadyuvó la creación
o apertura de grandes mercados nacionales (Alemania, Italia, Rusia, China, Japón), el
fortalecimiento del sistema bancario (que permitió a las empresas afrontar grandes
inversiones mediante la apelación al crédito), y la expansión colonial de todos los paí-
ses europeos.
Estas tendencias parecían acentuarse hacia fines del siglo, con un capitalismo poten-
ciado por la aparición de grandes unidades productivas (Trusts y Kartell) y con el adve-
nimiento de lo que PASDERMADJIAN llamó la segunda revolución industrial (aplicación
industrial de la electricidad, del motor de explosión y de los descubrimientos químicos).
Sin embargo, con el fin de la primera guerra mundial sobrevino una etapa de profunda
inestabilidad monetaria que culminaría en la Gran Depresión, iniciada formalmente con
el crack de la Bolsa de Nueva York de 1929. La adopción de políticas económicas acti-
vas, de corte keynesiano, permitieron la apertura de una nueva etapa de prosperidad a
partir de 1945, que se truncó, como es bien sabido, desde la crisis energética de 1973.
143
b.- En el terreno político, el cambio viene anunciado por la ruptura del tradicional equilibrio
europeo merced a la aparición en 1871, de dos nuevos Estados: en este año se procla-
ma el Imperio alemán y se culmina la unidad italiana con la entrada en Roma de las
tropas de Vittorio Emmanuele II. Desde una perspectiva global, sin embargo, este he-
cho no es más que una de las causas de dos fenómenos de mucha mayor trascenden-
cia: el primero de ellos radica en el desplazamiento de la hegemonía mundial desde
Europa a las grandes potencias exteriores (los Estados Unidos y la Unión Soviética;
también en un segundo plano, Japón y China), que comienza a producirse con el debi-
litamiento de las economías europeas producido por la primera guerra mundial y que es
ya patente a partir de 1945. La estructura bipolar del poder en el planeta ha llevado,
entre otras consecuencias, a un sistema de relaciones internacionales de dependencia
no muy diversa de las existentes en la Edad Media, con la pugna entre el Papado y el
Imperio: la soberanía limitada de la mayor parte de los Estados es, hoy de nuevo, un
hecho indiscutible.
c.- Aún sin desdeñar los anteriores, los hechos que mayor relevancia han tenido para la
perspectiva que nos interesa son los acaecidos en el campo social. Entre los múltiples
que sería preciso aludir en un estudio en profundidad, mencionaremos solamente tres.
En primer lugar, la irrupción de los principios democráticos o, dicho con mayor preci-
sión, el ascenso a un plano activo de clases sociales o colectivos tradicionalmente mar-
ginados de la posesión de bienes económicos y culturales, así como de la participación
en el poder político. Mientras que las revoluciones liberales se limitaron a sustituir una
oligarquía dominante por otra (la nobleza y el alto clero por la burguesía económica e
intelectual), desde fines del siglo XIX las clases proletarias y campesinas comienzan a
reclamar y obtener -parcialmente al menos- la protección del Estado, primero, y des-
pués un acceso efectivo al poder estatal y a los niveles de bienestar antes monopoliza-
dos por la burguesía. A ello coadyuvará la implantación progresiva del sufragio univer-
sal y los progresos de la ideología socialista, que culminan con la Revolución soviética
de octubre de 1917.
144
social, lo bastante notorio como para ser recordado aquí, ha determinado unas reper-
cusiones en la esfera pública coincidentes con las que antes se expusieron.
La bibliografía sobre el marco histórico de los sucesivos períodos históricos que aquí se
consideran crece en progresión geométrica según nos acercamos al presente: la relati-
va a la época contemporánea escapa a cualquier posible selección, por lo que habrá de
bastar la referencia a las de carácter más general. Particularmente brillantes y comple-
tas son los tomos XVIII a XXI de la colección Peuples et civilizations (París, P.U.F.),
debidos a M.BAUMONT, P. RENOUVIN y H.MICHEL, con diversas ediciones; también,
los volúmenes X a XII de la New Cambridge Modern History, dirigidos respectivamente
por J.P.T.BURY, F.H.HINSLEY y D.THOMPSON (este último en particular, The Era of
Violence, 1898-1945, London, 1960); y, por último, los tomos VIII a X de la Propyläen
Weltgeschichte, de W.GOETZ (ed.). Abarcando sólo la primera época, pero magistral, J.
von SALIS, Weltgeschichte der neuesten Zeit, I, Die Historischen Grundlagen des 20.
Jahrhunderts, 1871-1904, Zürich, 1951. Una visión global, breve y atípica, pero suma-
mente lúcida, en el clásico libro de G.BARRACLOUG, An Introduction to Contemporary
History, London, 1964 (trad.esp., Madrid, 1965).
145
Con respecto a la tercera fase los acontecimientos históricos de los años treinta
probaron de forma concluyente que las intervenciones en el terreno social y económi-
co no respondían a exigencias coyunturales: antes bien, todas las circunstancias
empujaban a las sociedades occidentales a continuar y a intensificar, incluso, esta
línea de acción. La lucha contra las consecuencias de la Gran Depresión, de una
parte; el ejemplo de los éxitos económicos logrados por los regímenes totalitarios,
tanto de izquierdas (Unión Soviética) como de derechas (Alemania, Italia), de otra; y
la movilización y planificación generales impuestas por la segunda conflagración
mundial, finalmente, acabaron por destruir los últimos vestigios de la concepción libe-
ral del Estado. Los sistemas políticos que surgen de la victoria aliada de 1945 se
inspiran en la reafirmación rotunda de los viejos valores de libertad y democracia,
tradicionales en las potencias vencedoras. El Estado, sin embargo, había experimen-
tado una transformación cualitativa: el siglo XIX quedaba definitivamente atrás, y el
clásico Estado de Derecho había pasado a convertirse, en la práctica totalidad de los
países europeos, en un Estado social y democrático de Derecho.
a.- Las causas de la aparición de esta nueva forma estatal son muy variadas, pero
pueden reducirse a dos fundamentales. En primer lugar, su causa remota pue-
de localizarse en el afán de reducir al máximo los antagonismos sociales por
procedimientos reformistas y no violentos. Los principios de igualdad y de dig-
nidad humana, elevados al máximo rango por el liberalismo, resultaban incom-
patibles con el estado de explotación y miseria en que la Revolución industrial
había sumido al proletariado urbano y rural; un proletariado al que la ideología
socialista había dado conciencia de su situación, y cuyo creciente poder ame-
nazaba con subvertir violentamente el establishment económico y social. La
reforma social en profundidad, impulsada y dirigida por el Estado, será la única
salida que evite la revolución.
Junto a este modo de ver las cosas, típico de ciertos sectores socialdemócratas
del siglo XIX, cabe señalar, además, una causa próxima, cual es la extrema comple-
jidad del tejido social y del proceso económico propios de las sociedades industriales.
La idea del Estado social no se debe sólo al humanitarismo de algunos y al miedo a
la revolución de otros; antes bien, es la consecuencia lógica e inevitable, la forma
natural de estructurarse las sociedades avanzadas que practican el llamado capitalis-
mo tardío. La complejidad de las sociedades industriales alcanza un grado tal que
impide que puedan funcionar de modo espontáneo, como sistemas autorregulados:
el incremento, y aún el simple mantenimiento, de las cotas de bienestar alcanzadas
por ellas, exige que la mayoría, si no la totalidad, de los procesos sociales y económi-
cos sean coordinados y dirigidos por una instancia superior. La célebre mano invisi-
ble de Adam SMITH puede actuar como mecanismo regulador sólo en sectores con-
cretos y limitados; el conjunto del sistema, en cambio, sólo puede funcionar con cohe-
146
rencia bajo la dirección e impulsión de una mano bien visible y autoritaria, la del
Estado.
b.- Directriz básica del Estado social es, por tanto, la asunción por éste de una
posición activa y beligerante frente a la sociedad. Contrariamente a lo que ocu-
rría en la etapa liberal, el Estado social "no puede limitarse a asegurar las con-
diciones ambientales de un supuesto orden social inmanente, ni a vigilar los
disturbios de un mecanismo autorregulado, sino que, por el contrario, ha de ser
el regulador decisivo del sistema social y ha de disponerse a la tarea de estruc-
turar la sociedad a través de medidas directas o indirectas".
Esta nueva actitud del Estado opera en un doble sentido. Desde la perspectiva de
su extensión, la actividad del Estado social adquiere un carácter global: ya no se trata
sólo, como en el pasado, de adoptar medidas concretas y aisladas para remediar la
pobreza del proletariado (la llamada "política social") o para corregir algunas desvia-
ciones del sistema económico, sino de dirigir la marcha entera de la sociedad, y aún
de modificar su estructura misma para hacerla más justa y para extender el bienestar
a toda la población: "resumiendo, y para decirlo en términos alemanes -intraducibles
literalmente-, la Sozialpolitik se ha transformado en una Gesellschaftspolitik; la políti-
ca social sectorial se ha transformado en política social generalizada, la cual no cons-
tituye tanto una reacción ante los acontecimientos, cuanto una acción que pretende
controlarlos mediante una programación integrada y sistemática"; dicho de otro modo,
"lo que podríamos denominar política social y económica factorial, es decir, com-
puesta por una pluralidad de medidas desconexas e independientes entre sí, se ha
transformado en una política socioeconómica sistemática".
El segundo sentido en que el Estado social opera es discernible desde una pers-
pectiva material. Frente al Estado liberal, estructura limitada cuyo fin básico consistía
-en términos puramente kantianos- en la realización del Derecho, el Estado social se
presenta ante todo como un aparato prestacional. La complejidad de la civilización
tecnológica, la urbanización creciente y la progresiva división del trabajo han conver-
tido al ser humano en un ser radicalmente dependiente de un conjunto de sistemas,
prestaciones y servicios públicos sin los cuales su existencia se colapsaría de forma
irreversible. Función capital del Estado es asegurar unos y otros, esto es, proveer al
conjunto de la sociedad de sistemas vitales (servicios públicos esenciales) y de pres-
taciones (empleo, seguridad social, sanidad, acceso a bienes culturales) que garan-
ticen su funcionamiento y un nivel mínimo de bienestar. El Estado social es, pues,
ante todo, un Estado de prestaciones.
147
controlar y estructurar intensivamente por sí mismo o, lo que es igual, el espacio sobre el
que ejerce señorío (que no tiene que coincidir necesariamente con la propiedad) y, de
otro lado, el espacio vital efectivo, constituido por aquél ámbito en el que el individuo
realiza fácticamente su existencia y constituido por el conjunto de cosas y posibilidades
de las que se sirve, pero sobre las que no tiene control o señorío. Así, por ejemplo, el
pozo de la casa o de la aldea, la bestia de carga; el cultivo de su parcela por el campesino
o la distribución de los muebles en la propia vivienda, pertenecen al espacio vital domina-
do; el servicio público de aguas, los sistemas de tráfico o de telecomunicación, la ordena-
ción urbanística, etc., pertenecen al espacio vital efectivo. La civilización tecnológica ha
acrecido constantemente el espacio vital efectivo, al tiempo que la estructura y medios
de su propia existencia. Esta necesidad de utilizar bienes y servicios sobre lo que se
carece de poder de ordenación y disposición directa, produce la "menesterosidad so-
cial", es decir, la inestabilidad de la existencia. Ante ello, le corresponde al Estado como
una de sus principales misiones la responsabilidad de la procura existencial de sus ciu-
dadanos, es decir, llevar a cabo las medidas que aseguren al hombre las posibilidades
de existencia que no puede asegurarse por sí mismo". Esta tesis fue formulada primera-
mente en su trabajo Die Werwaltung als Leistungsträger, publicado en 1938 (trabajo al
que no son ajenas resonancias de la doctrina nacionalsocialista; hay trad. esp. en el
volumen Sociedad Industrial y Administración Pública, Madrid, 1967), y posteriormente
en su Lehrbuch des Verwaltungsrechts, München (1ª ed.) 1950, y en su ensayo Die
Daseinsvorsorge und die Kommunen (1958), recogido en su recopilación Rechtsstaat im
Wandel, 1964. Sobre ella, vid. el trabajo de L. MARTIN RETORTILLO, La configuración
jurídica de la Administración pública y el concepto de Daseinsvorsorge, RAP 38 (1862),
págs. 35 y ss., y el de V.STOROST, Staat und Verfassung bei Ernest Forsthoff, 1979.
c.- Las consecuencias que el advenimiento del Estado social ha entrañado son
fáciles de adivinar. Dejando para un momento posterior las producidas en el
campo del Derecho, las que más nos interesan pueden reducirse a tres. En
primer lugar, un nuevo impulso en el imparable proceso de crecimiento de las
estructuras y órganos estatales; principalmente, de las administrativas y, dentro
de éstas, de las encargadas de gestionar la dirección y control de la economía
y el sistema de prestaciones sociales (en sentido amplio: trabajo y seguridad
social, pero también sanidad, cultural, educación, urbanismo, protección del
consumidor, medio ambiente, investigación y tecnología, etc.). Un crecimiento
que ha aumentado exponencialmente el gasto público (en la actualidad, el Es-
tado recicla a través del sistema tributario un porcentaje cercano o superior al
40 por 100 del PIB en todas las sociedades industriales), que ha hecho del
Estado el mayor empleador de la nación (el personal a su servicio se cuenta
por millones en los países europeos), y también el mayor holding de empresas
industriales y de servicios (dando así la razón, una vez más, a la intuición de
TOCQUEVILLE: "dans chaque royaume, le souverain devient le plus grand des
industriels").
148
las decisiones públicas, que requieren un aparato de información y mando inasequi-
ble a los órganos legislativos. La novedad de nuestro tiempo radica en que dicho
predominio se ha trasladado al plano de la legitimidad. La situación de crisis perma-
nente en la que el mundo vive desde la primera guerra mundial ha hecho pasar a un
segundo plano (aún sin hacerlos desaparecer) los valores legitimadores del Estado
liberal de Derecho (garantía jurídica de la libertad, de la seguridad, de la propiedad
privada y del proceso electoral), anteponiéndoles el valor de la funcionalidad eficacia
en la gestión. El Estado social es, ante todo, un Estado manager cuya fuente primaria
de legitimidad se encuentra en sus performances, en sus éxitos operativos. Las con-
secuencias que ello entraña para el conjunto de relaciones entre el Parlamento y la
Administración son trascendentales, como en su momento se verá.
La tercera y última de las consecuencias que deben ser aquí aludidas se refleja en
el fenómeno de interpenetración entre el Estado y la sociedad y el correlativo
desdibujamiento de sus fronteras respectivas. En el régimen liberal, Estado y socie-
dad eran concebidos como dos sistemas autónomos, conexos por un número limita-
do de relaciones y dotados de un ordenamiento jurídico propio y distinto (Derecho
público-Derecho privado). Hoy día, la creciente intervención del Estado ha solapado
e interrelacionado ambos sistemas, haciendo prácticamente imposible, en muchos
aspectos, su diferenciación. El marco de relaciones es hoy totalmente nuevo: de una
parte, ha dado lugar a un flujo recíproco de interferencias entre uno y otro sistema:
como se ha dicho gráficamente, la sociedad se ha "estatizado", en tanto que el Esta-
do se ha "socializado"; la llamada publificación del Derecho privado y el empleo siste-
mático por los entes públicos de instituciones y técnicas propias de éste son dos
ejemplos bien notorios de este intercambio y penetración bidireccional. De otra parte,
la imbricación Estado-sociedad ha conducido a la aparición de subsistemas
organizativos híbridos, intermedios, cuyo carácter público o privado es literalmente
indiscernible en términos nítidos: así ocurre con el mundo de las sociedades filiales
de las empresas públicas, de las sociedades privadas prestadoras de servicios públi-
cos esenciales, o de las llamadas Corporaciones de derecho público, ámbitos en que
el Derecho público y el Derecho privado se funden a nivel de molécula (EISENMANN).
"No es, pues, extraño -se ha dicho- que hoy estemos ante una cierta decadencia de la
teoría del Estado, que tiende a ser sustituida por la teoría del sistema político, que 'se
ha dicho' que hoy estemos ante una cierta decadencia de la teoría del Estado, que
tiende a ser sustituida por la teoría del sistema político, que engloba factores estata-
les y sociales y que más que ante dos términos definidos nos encontramos con lo que
los norteamericanos denominan "complejo público-privado", en el cual muchas de las
funciones del Estado se llevan a cabo por entidades privadas, a la vez que éstas no
pueden cumplir sus fines privados sin participar en las decisiones estatales".
149
Actividad Nº 17
2.- ¿Qué significa afirmar que el Estado Social, es ante todo, un estado de presta-
ciones?
150
B.- La revolución organizativa: inercia y cambio
Los cambios sufridos por la estructura y funciones del Estado durante el período
histórico que consideramos han inducido transformaciones sustanciales en el com-
plejo organizativo de las Administraciones públicas. Tal consecuencia, sin embargo,
se ha producido sólo en parte: la organización administrativa adolece de una inercia
considerable, y su resistencia al cambio es más notoria. De 1870 a 1970, por lo tanto,
no ha tenido lugar una remodelación de las Administraciones públicas paralela a la
transformación del Estado, como quizá hubiera cabido esperar. Antes bien, la organi-
zación de la Administración central y de las Administraciones locales, así como la
dinámica de sus relaciones, han permanecido dentro de las líneas de tendencia ya
establecidas en la primera mitad del siglo XIX (1). Sin embargo, la asunción de múlti-
ples funciones de nuevo cuño ha hecho reventar, literalmente, las costuras de los
modelos organizativos clásicos, dando lugar a la aparición de nuevas costuras de los
modelos organizativos clásicos, dando lugar a la aparición de nuevas estructuras y
técnicas de actuación (2). Este proceso de renovación está teniendo lugar de modo
empírico y no planificado, mediante el establecimiento de estructuras paralelas de
difícil vertebración con las existentes, que no dejan de suscitar disfunciones de suma
gravedad. Desde esta perspectiva, pues, el período que consideramos es, eminente-
mente, una etapa de transición, de alumbramiento espontáneo de fórmulas de tanteo
cuyo futuro es incierto: el establecimiento de una organización administrativa de nue-
va planta es una tarea que habrá de abordarse, en su caso, ya en el próximo milenio.
151
Estado a mediados de los años cincuenta de este siglo; en 1973, una estadís-
tica oficial fijaba el número en quinientos sesenta y cuatro mil (en uno y otro
caso, sin contar los organismos autónomos y las empresas públicas, que su-
maban otra cifra similar).
152
grado de independencia que determina, globalizan todos los conflictos, de tal modo
que las decisiones adoptadas por una entidad local repercuten normalmente fuera de
su ámbito territorial y afectan, no ya a los estrictos intereses municipales, sino posi-
blemente a toda la nación. En uno y otro caso, el Estado se ve obligado a intervenir:
en el primero, para subvenir con ayuda financiera -que siempre tiene contrapartidas-
al sostenimiento de aquellos servicios; en el segundo, para condicionar las decisio-
nes locales, en la medida en que afectan la interés de la nación misma.
Estas necesidades son de muy diversa naturaleza. En unos casos, las nuevas
técnicas organizativas han hecho aparición por motivaciones estrictamente políticas,
cual es la conveniencia de una redistribución territorial del poder público. Otras técni-
cas, en cambio, han sido ideadas como un medio de corregir la insostenible acumula-
ción de competencias en la Administración estatal, como formas de escapar a la
rigidez del Derecho administrativo y de la disciplina presupuestaria, o, finalmente,
153
como medios de luchar contra la excesiva burocratización e inasequibilidad a los
ciudadanos derivadas de los modelos tradicionales de organización. Son estas exi-
gencias las que, aisladamente o de modo conjunto, se hallan en la raíz de las innova-
ciones: innovaciones locales son de muy diversa índole: pero en todo caso revelan
una que se lleva a cabo en otros lugares de esta obra.
154
vidades económicas, la solución se encuentra recurriendo al Derecho privado,
creando empresas o sociedades públicas (de propiedad pública total o
mayoritariamente), en forma privada y con sujeción en su actividad, también, al
Derecho civil, mercantil y laboral; empresas que, al igual que las Administracio-
nes autónomas, poseen personalidad jurídica propia, distinta de la del ente
propietario.
d.- Las dos últimas innovaciones organizativas alumbradas en este período de las
que debemos dejar aquí constancia son las muy diversas que se engloban en
los conceptos de autoadministración y de participación: dos conceptos muy
ligados y de distinción no siempre nítida. En el primero se comprenden todos
aquellos supuestos en los que la ley confiere el ejercicio de determinadas fun-
ciones públicas a organizaciones de base privada, integradas total o
mayoritariamente por las propias personas o entidades a las que dichas funcio-
nes van dirigidas; y ello con el objeto de que dichas organizaciones gestionen
por sí mismas, democráticamente, una especie de autodisciplina del sector.
Una fórmula cuyo ejemplo más conocido (aunque ni mucho menos el único) es
el de los colegios profesionales, y que responde, bien a razones tradicionales,
bien a la posibilidad de gestionar una función pública con mayor eficacia (nadie
conoce mejor que los interesados los problemas y las debilidades de un sector)
y sin incremento del gasto que supondría crear una organización ad hoc estric-
tamente burocrática.
155
Actividad Nº 18
1.- ¿Por qué cree Ud. que el panorama evolutivo que se ha estudiado en este
período entró en una etapa de inercia?
156
C.- El ordenamiento jurídico-administrativo: madurez y crisis
157
jurídica de la Administración: de una parte existe un Derecho administrativo oficial,
cuyos principios se recogen en la Constitución y en las principales leyes, y cuya es-
tructura responde fundamentalmente a la del Estado liberal de Derecho. De otra par-
te, sin embargo, ha aparecido un Derecho administrativo subterráneo, compuesto por
reglas y exigencias opuestas a ese núcleo de principios clásicos, que conviven difícil-
mente con él, bajo la veste de excepciones o matizaciones de aquellos principios,
pero que de hecho los contradicen (de forma que se llega a situaciones próximas a la
esquizofrenia: se proclama solemnemente la vigencia de unos principios, sabiendo
más o menos oscuramente que la realidad discurre por canales diversos). Y ha apa-
recido, también un Derecho administrativo marginal, integrado por técnicas e institu-
ciones de nuevo cuño, nacidas con un escaso respaldo normativo -o con ninguno- y
que, por su contradicción con las técnicas y principios estereotipados del Derecho
administrativo oficial, no han sido aún "oficializadas", no han recibido carta de natura-
leza para hacer su entrada e incorporación solemnes en éste.
La descripción de este Derecho administrativo oficial, así como de este nuevo ordena-
miento underground surgido junto a aquel, es el contenido propio de esta obra. Para
ilustrar lo dicho, pues, deben bastar aquí algunos ejemplos tomados al azar. Así, el que
hemos denominado metafóricamente Derecho administrativo subterráneo opera funda-
mentalmente en el sector capital del principio de legalidad y de la teoría de las fuentes: el
primado absoluto de la institución parlamentaria y de la ley como instrumento habilitante
de potestades a la Administración se halla socavado por instituciones que hacen realidad
el fenómeno del desplazamiento del poder normativo en favor del Ejecutivo: decretos-
leyes, decretos legislativos, deslegalización, reglamentos independientes, reglamentos
de entidades autónomas. Se proclama enfáticamente el principio de vinculación positiva
de la Administración a la ley, pero todos sabemos que la realidad es muy otra: que,
irresistiblemente, la ley sigue siendo un mero límite, y no solo la fuente única de poderes
de la Administración, como veremos en un capítulo posterior. Se afirma que la potestad
reglamentaria pertenece al gobierno (así, art. 97 CE), pero ello no obsta a que también la
ejerzan muchas de las autoridades y organismos subordinados a él, con o sin habilita-
ción al respecto.
Por su parte, el que hemos llamado Derecho administrativo marginal posee una ex-
tensión material muy superior: la teoría clásica de los actos administrativos (declaracio-
nes de voluntad, de juicio, de conocimiento o de deseo de la Administración) ignora el
inmenso mundo de las actividades materiales, prestacionales o no, que la Administra-
ción hoy realiza. La teoría de los contratos administrativos continúa anclada en la con-
templación beatífica de la trinidad de tipos contractuales propia del Estado liberal (ejecu-
ción de obras, servicios y suministros), cuando la actividad convencional del Estado se
desarrolla en una inmensa gama de contratos y convenios atípicos, que van desde las
compras de productos de primera necesidad a los convenios urbanísticos, pasando por
los contratos -programa celebrados con empresas públicas. La propia teoría de las nor-
mas, por último, se halla aún encorsetada por la dualidad ley- reglamento olvidando
figuras atípicas -pero capitales- surgidas a su margen, como las directivas, los planes de
toda índole, las recomendaciones y las normas que emanan no de un mandato unilate-
ral, sino de un procedimiento accionado.
Por otro lado, la dualidad descrita del Derecho administrativo de nuestro tiempo
debe ser entendida rectamente. La contradicción hoy existente entre los principios
básicos del que hemos llamado Derecho administrativo oficial, correspondientes al
Estado liberal de Derecho, y las nuevas técnicas surgidas al calor del Estado social y
democrático no entraña, en modo alguno, una invitación a arrojar por la borda un
158
ordenamiento pretendidamente obsoleto y sustituirlo por otro de nueva planta. En
absoluto. Incluso como estrategia tal pretensión desconocería la realidad de las co-
sas: el Estado actual no constituye la negación dialéctica del constitucionalismo libe-
ral, sino la inserción en el mismo del momento social y democrático; en términos
escolásticos, podría decirse que el Estado social no niega al Estado liberal, sino que
lo perfecciona. Aún cuando sus presupuestos históricos hayan quedado parcialmente
superados, la inercia del ordenamiento jurídico cumple una capital función de freno
que permite a la sociedad amortiguar y asimilar, a la velocidad justa, los cambios
bruscos impulsados por la ideología política; que no siempre son acertados. Una
función de freno, además, indispensable para contrarrestar la íntima tendencia al
totalitarismo y a la regimentación que es inherente a los postulados del Estado social.
La era de la incertidumbre
Motivos para ello no faltan, ciertamente. Como hemos podido apreciar, el ciclo de
reconstrucción del poder que se abre con la destrucción formal del Imperio romano
de Occidente parece haber llegado a su fin. Un ciclo cuyas fases no han sido diseña-
das ad hoc a los meros fines didácticos, o al modo dramático: el telón cae no porque
toda obra literaria exija un final, sino porque la historia verdadera que dicha obra
relata ha llegado, realmente, a su término. Es un hecho notorio, y resaltado unánime-
mente desde hace años, que el mundo está entrando en una nueva era: una era
cuyos rasgos característicos no podemos, claro está, adivinar, pero que,
incuestionablemente, se nos presagia cargada de tintes amenazadores. Sabemos,
porque lo estamos viviendo ya, que la civilización va a experimentar, en los próximos
cien años, cambios de una intensidad y celeridad sin precedentes, cuyas manifesta-
ciones se están haciendo patentes desde el final de la segunda guerra mundial. Pare-
ce obligado preguntarse, pues, si el Estado y la Administración de que hoy dispone-
mos son instrumentos válidos para afrontar ese cambio y, más aún, si el Derecho
administrativo que conocemos va a servir para ordenar la convivencia entre el poder
público y los ciudadanos en las primeras etapas del próximo milenio.
Los términos del cambio histórico que están comenzando a producirse son muy cono-
cidos -y no es el objeto de este libro analizarlos-: bastará pues, con una escueta relación
de los más relevantes, que afectan, de una parte, al medio físico en que la humanidad
desarrolla su existencia y, de otra, a la civilización misma.
En el primer plano, los dos problemas que la especie humana tiene planteados son
obvios: el agotamiento de los recursos naturales del planeta y los daños irreversibles que
la civilización industrial está ocasionando al ecosistema global. Uno y otro constituyen
cuellos de botella que han de frenar, indefectiblemente, el proceso galopante de indus-
trialización y de crecimiento económico emprendido a fines del siglo XVIII, sobre la base
159
del consumo masivo de energías y recursos no renovables. El progreso industrial ha
permitido acrecer hasta límites insospechados el nivel de bienestar material y cultural de
una parte de la población del globo, pero ha envenenado los ríos y los mares, está
devorando sus bosques, ha hecho palidecer definitivamente el sol sobre muchas ciuda-
des prósperas, ha convertido su entorno en basureros y ha depositado en la atmósfera
un nivel de dióxido de carbono que puede provocar cambios radicales en el clima.
El sólido equilibrio del llamado con fortuna "navío espacial Tierra" no está amenazado
solamente por la industrialización, sino por otros dos factores en cierta forma contradic-
torios -y, sin embargo, coherentes. De un lado, el brutal crecimiento demográfico, que
hace duplicar la población del planeta cada treinta o treinta y cinco años y que, paradóji-
camente, es un índice de bienestar (erradicación de epidemias, mejora de las condicio-
nes sanitarias y de la alimentación) y una fuente de problemas de extrema gravedad
(crisis previsible de alimentos, que ya previera Robert Malthus, y pobreza creciente en el
hemisferio sur: decenas de millones de seres humanos mueren cada año de desnutri-
ción, de un hambre que no distingue entre el Este y el Oeste). Y junto a la explosión de la
vida, y como siniestro contrapunto, la de la muerte: por vez primera en la historia, la
humanidad dispone hoy de medios bélicos más que sobrados para aniquilarse a sí mis-
ma como especie en muy pocos días. Por una sarcástica ironía del destino, la física
moderna ha permitido realizar el sueño demente de Calígula, que se lamentaba de que
la humanidad no tuviera un sólo cuello que se pudiera cortar de un solo tajo: los dueños
actuales de las manufacturas de la muerte tienen hoy en sus manos esa apocalíptica
posibilidad.
El sombrío horizonte que trazan estos problemas puede ser, sin embargo, abordado
racionalmente gracias a las innovaciones técnicas; la vida humana no será la misma,
pero las amenazas que pesan ella pueden conjurarse. Otros fenómenos, en cambio, se
han producido ya de manera irreversible, sin que sus consecuencias a largo plazo pue-
dan hoy siquiera entreverse. De una parte, la tecnología de la máquina, primero, de la
automatización y de la electrónica, después, ha llevado a una creciente "terciarización"
de la especie humana: en Europa, desde el neolítico hasta el siglo XVIII una proporción
abrumadora de la población se dedicaba al trabajo agrícola; desde entonces hasta nues-
tros días se ha trasvasado a la industria, pero la creciente mecanización de ésta va a
hacer repetir el proceso, concentrando la fuerza humana de trabajo en actividades ter-
ciarias y de orden intelectual. Consecuencia de todo ello es el fenómeno de urbanización
creciente, al que ya nos referimos anteriormente, así como una disminución de la canti-
dad absoluta de trabajo a realizar por los seres humanos. Con una población en creci-
miento acelerado y un volumen global de trabajo personal en disminución, la economía
mundial habrá de optar entre tasas muy elevadas de desempleo (como las hoy existen-
tes, que no se deben sólo a la recesión económica) o un nivel de empleo generalizado,
pero distribuido y combinado con una reducción drástica del tiempo de trabajo (o, lo que
es lo mismo, con un aumento del tiempo de ocio de cada persona).
160
Las reflexiones que brotan espontáneamente ante este abrumador catálogo de
problemas son bienes simples. En primer lugar, la constatación elemental de que el
Estado y el Derecho de la sociedad actual no son, ciertamente, los que habrán de
ayudar a abordar y resolver estos problemas. El Estado y el Derecho público de nues-
tro tiempo son productos culturales creados para afrontar la primera revolución indus-
trial y los cambios sociales que la misma supuso: los problemas planetarios de una
era basada en la escasez les desbordan por todos lados, obviamente. No sabemos
que serán la estructuras políticas y jurídicas del próximo futuro; pero, desde luego,
serán bastante diferentes a las que conocemos.
161
Actividad Nº 19
1.- ¿A qué se refiere el autor que estamos estudiando cuando expone sobre los
derechos administrativos oficial, subterráneo y marginal?
2.- Enumere los acontecimientos más importantes entre 1870 y 1970 que mere-
cieron el calificativo de edad diosa del derecho administrativo.
162
El estado actual del Derecho Administrativo1
por AGUSTÍN A. GORDILLO, en Revista de Derecho
Administrativo Nº 14, Sept.-Dic. de 1993.
1.- Introducción
Sin embargo, decir al mismo tiempo que un cambio se está produciendo cuál es él,
exactamente resulta a la postre casi tan azaroso como hablar del futuro. Es así como
ya dos veces en el último par de años tuve oportunidad de hablar del "presente"3 y en
cada ocasión pude decir o destacar algo diferente.
En todo caso, el comienzo es fácil: para hablar del estado actual del derecho admi-
nistrativo resulta inevitable referirse al pasado no sólo mediato (antes de la reforma
del Estado) sino también inmediato (los primeros tiempos de la reforma), de lo cual
hay muchísimo escrito4.
1.- Conferencia pronunciada en ocasión de recibir el nombramiento como profesor honorario de la Universidad
Nacional de Cuyo, Mendoza, 3 de setiembre de 1993.
2.- Presente y futuro del derecho administrativo en Latimoamérica, en el libro del Instituto Internacional de
Derecho Administrativo Latino, El derecho administrativo en Latinoamérica, Bogotá, 1978, ps. 24 y ss..
Habíamos incursionado antes en el tema en nuestro Tratado de derecho administrativo. Parte general, t. 1,
ed. Macci, Bs.As., 1974 y reimpresiones, 2ª edición en prensa, capítulo II: "Pasado, presente y futuro del
derecho administrativo".
3.- Las tendencias actuales del derecho administrativo, en el libro colectivo Las tendencias del derecho. Unam,
Instituto de Investigaciones Jurídicas, México, 1991; Panorama del actual derecho administrativo argentino,
en la "Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales", año XXXII, enero-junio de 1991, nos. 1-2,
Montevideo, Uruguay, 1991, ps. 18 a 36.
4.- Ver: Hutchinson, Barraguirre y Grecco, Reforma del Estado. Ley 23.696. Ed. Rubinzal-Culzoni, Santa Fe,
1990; Guillermo E. Fanelli Evans, La concesión de obra pública. La reforma del Estado (nueva legislación),
ed. Ciencias de la Administración, Bs.As., 1989; Rodolfo C. Barra, La concesión de obra pública en la ley de
reforma del Estado, en la revista "Régimen de la Administración Pública", año 12, nº 126, Bs.As., 1990, ps.
9 y ss.; las diversas contribuciones al libro Primer seminario internacional sobre aspectos legales de la
privatización y desregulación. Agosto 9/11 de 1989, misma editorial, Bs.As., s/d y sus referencias; Carlos
Menem y Roberto Dromi, Reforma del Estado y transformación nacional, ed. Ciencias de la Administración,
Bs.As., 1990; Gustavo E. E. Pinard, La reforma del Estado, "J.A.", 18 de julio 1990, p. 12; Juan Octavo
Gauna, Ejercicio privado de funciones públicas, "L.L.", 1990-D, p. 1203; Guillermo E. Fanelli Evans, La
privatización de los ferrocarriles nacionales, "L.L.", 1990-D, p. 1281; Gustavo Ariel Kaufman, La suspensión
de subsidios en la ley de emergencia económica, "L.L.", 1990-C, ps. 761 a 770; Lira Bernardino Bravo, La
ley extraparlamentaria en Argentina 1930-1983: leyes y decretos-leyes, "L.L.", 1990-C, p. 1193; Héctor R.
Trevisán, Reflexiones sobre el nuevo régimen de inversiones extranjeras, "L.L:", 1990-A, ps. 781 a 784;
Martín R. Bourel, Nuevo régimen de inversiones extranjeras en la Argentina, "L.L.", 1990-A, ps. 920 a 923;
Miguel Angel Ekmekdjian, El instituto de la emergencia y la delegación de poderes en las leyes de reforma
del Estado y de emergencia económica, "L.L.", 1990-A, ps. 1125 a 1129; Guillermo E. Fanelli Evans, El
control en las privatizaciones y concesiones, 17 de julio 1990, "L.L.", p. 3; Juan Carlos Cassagne, La
transformación del Estado, 8 noviembre 1990, "L.L.", p. 1 a 3; Néstor Pedro Sagüés, Derecho constitucional
y derecho de emergencia, 18 setiembre 1990, "L.L.", ps. 1 a 7; Cristián J. P. Mitrani, Privatización: métodos
y cuestiones jurídicas, 5 octubre 1990, "L.L.", ps. 1 a 2; Horacio Ruiz Moreno, La emergencia a la luz de
nuestra Constitución, 6 noviembre 1990, "L.L.", ps. 1 a 3; etc..
163
Pero como el cambio continúa operándose tanto en la normativa como en la juris-
prudencia, en la realidad como en la doctrina, aún la referencia al presente seguirá
teñida hasta del pasado inmediato y resultará de inevitable modificación en el futuro
próximo. Ni qué decirlo, también influyen la propia evolución del proceso político,
alineamientos y realineamientos de fuerzas, reevaluaciones más optimistas o pesi-
mistas del pensamiento político, etc..
Sigue, pues, escribiéndose mucho sin poderes claramente diferenciar sub etapas:
pasado inmediato y presente continúan imbricados y todavía unidos y entrelazados
en lo también mucho escrito más recientemente5.
Empezaremos aquí por la pare final del pasado mediato (antes de la reforma y lo
que de aquél aún subsiste después de ésta), seguiremos con el pasado inmediato (el
ya terminado tiempo de la emergencia) y lo que de él se trasvasa al presente y conti-
núa en el futuro inmediato.
5.- Numerosísimos trabajos recientes analizan este proceso de transformación; tan sólo en la "Revista de
Derecho Administrativo", desde su nacimiento: Héctor Masnatta, En torno a "privatización y desregulación
en la Argentina, Presente y futuro", nº 2, Bs. As., 1989, ps. 301 y ss.; Pedro Aberastury (h.), Reglamentos
de necesidad y urgencia en el actual proceso de democratización, nº 2, ps. 502 y ss.; Carlos R. S. Alconada
Aramburú, Rol del Estado en la economía: privatización, desregulación; nacionalización; estatización, nº 3,
1990, ps. 85 y ss.; Rodolfo Carlos Barra, La transformación del Estado y el Poder Judicial, nº 4, 1990, ps.
247 y ss.; Carlos Manuel Grecco, Potestad tarifaria, control estatal y tutela del usuario (A propósito de la
privatización de Entel), nº 5, 1990, ps. 481 y ss.; Guillermo Andrés Muñoz, Reglamentos de necesidad y
urgencia, nº 5, 1990, ps. 519 y ss.; Jorge A. S. Barbagelata, ¿Emergencia moral o económica frente a los
reclamos contra el Estado?, nº 5, ps. 625 y ss.; Alberto B. Bianchi, De las leyes "de facto" en los gobiernos
"de iure", nº 5, ps. 649 y ss.; Rodolfo Carlos Barra, La concesión de obra y de servicio público en el proceso
de privatización, nº 6, ps. 17 y ss.; Juan Carlos Cassagne, La desregulación de actividades dispuesta por el
decreto 2284/91, nº 7/8, ps. 379 y ss.; Armando N. Canosa, El proceso de desregulación, nº 7/8, ps. 579 y
ss.; Héctor M. A. Pozo Gowland, Las leyes y decretos de necesidad y urgencia ante la Constitución nacio-
nal, nos. 7/8, ps. 527 y ss.. Existe desde luego una abundantísima bibliografía adicional, alguna de la cual
mencionamos más adelante en el punto 4.2.. En todos ellos existen más referencias bibliográficas contem-
poráneas, por lo que un solo folleto podría ya confeccionarse con la mera lista bibliográfica actualizada,
tarea que sin duda excede a este trabajo.
6.- Los ya citados Las tendencias actuales del derecho administrativo, México, 1991, y Panorama del actual
derecho administrativo argentino, Montevideo, 1991. También nuestros artículos La validez constitucional
del decreto 2284/91, en el "Periódico Económico Tributario", Bs.As., nº 1, noviembre de 1991; La concesión
de obras públicas y la privatización de empresas públicas por la concesión. Aspectos comunes, en Inicia-
tiva privada e servicios públicos, separata de la "Revista de Direito Público", vol. 98, San Pablo, abril-junio
de 1991, ps. 9 a 17; El informalismo y la concurrencia en la licitación pública, en la "Revista de Derecho
Administrativo", nº 11, Bs.As., 1992, ps. 293 a 318; Desregulación y privatización portuaria, en la "Revista
de Derecho Administrativo", nº 9, Bs.As., 1993, ps. 31 a 46.
164
2.- El "Estatu Quo Ante"
Desde fines del siglo pasado hasta la década de los años 80 se fueron constituyen-
do los principios del derecho público que hemos recibido como una expresión mayo-
ritaria y pacífica de la concepción política, social y jurídica del Estado7.
El statu quo del liberalismo decimonónico pasó a ser sustituido por el nuevo statu
quo del Estado social de derecho o Estado de bienestar.
2.2.- Nacionalizaciones.
7.- Principios que hemos recogido en el Tratado de derecho administrativo. Parte general, t. 1, Ed. Macchi,
Bs.As., 1974, reimpresión 1986, 2ª ed., en prensa, capítulos I y III, entre otros. También en nuestra Teoría
general del derecho administrativo, Ed. Instituto de Estudios de Administración Local, Madrid, 1984, capítu-
lo 1.
8.- Nuestro libro Empresas del Estado, Ed. Macchi, Bs.As., 1966, Introducción, ps. 15 y ss.; Derecho adminis-
trativo de la economía, Ed. Macchi, Bs.As., 1966.
9.- Nuestro libro Empresas del Estado, ob. cit., capítulo II, ps. 57 y ss..
10.- Nuestro libro Empresas del Estado, ob. cit., capítulo V, ps. 119 y ss..
11.- Tema, éste, al cual dedicamos sucesivamente tres obras: Derecho administrativo de la planificación, Bogo-
tá, 1967, ed. de la O.E.A. Planificación, participación y libertad, ed. Macchi y Alianza para el Progreso,
México y Buenos Aires, 1973; Introducción al derecho de la planificación, Editorial Jurídica Venezolana,
Caracas, 1981.
12.- Ver Introducción al derecho de la planificación, ob. cit., Prólogo, ps. 5 y 6.
165
3.- Génesis y desarrollo de la crisis.
166
Al margen de las consideraciones que sobre esto cabe hacer en materia de dere-
chos humanos, lo cierto es que este masivo incumplimiento normativo constituye un
ingrediente más de la virtual disolución del Estado como lo concibieron los pensado-
res del siglo pasado.
17.- Ver nuestro artículo La supranacionalidad operativa de los derechos humanos en el derecho interno, "La
Ley", 17 de abril de 1990, reproducido como capítulo II de nuestro libro Derecho humanos, ob. cit., ps 43 y
ss.. Como explica Ataliba Nogueira, es uno de los signos que acompaña el colapso de la idea corriente de
Estado: O perecimento do Estado, Revista dos Tribunais, San Pablo, 1971, ps. 24 y 25. Ver también, del
mismo autor, Liçoes de teoria geral do Estado, Revista dos Tribunais, San Pablo, 1969, ps. 46 a 67.
18.- Nuestro libro Derechos humanos. Doctrina, casos y materiales. Parte general, Ed. Fundación de Derecho
Administrativo, Bs.As., 1990, reimpresión 1992; Jonathan M. Miller, María Angélica Gelli, Susana Cayuso y
otros. Constitución y derechos humanos, Astrea, Bs.As., 1991; Daniel E. Herrendorf y Germán J. Bidart
Campos, Principios de derechos humanos y garantías, Ediar, Bs.As., 1991; Miguel M. Padilla, Lecciones
sobre derechos humanos y garantías, Abeledo-Perrot, Bs.As., 1986/7; Juan Carlos Hitters, Derecho inter-
nacional de los derechos humanos, Ediar, 1991; Marcelo A. Sancinetti, Derechos humanos en la Argentina
post-dictatorial, Lerner, Bs.As., 1988; Carlos E. Colautti, El Pacto de San José de Costa Rica. Protección a
los derechos humanos, Lerner, Bs.As., 1989; Hortensia D. T. Gutiérrez Posse, Los derechos humanos y las
garantías, Zavalía, Bs.As., 1988; Eduardo Angel Russo, Derechos humanos y garantías, El Derecho al
mañana, Plus Ultra, Bs.As., 1992; Eduardo Rabossi, La carta internacional de derechos humanos, Eudeba,
Bas. As., 1987; Genaro Carrió, El sistema americano de derechos humanos, Eudeba, Bs.As., 1987.
19.- Hemos tratado el tema en nuestro libro Derechos humanos, ob. cit., capítulo V; ver también Rafael Bielsa;
comparar Roberto Dromi, Los jueces ¿Es la justicia un tercio del poder?, Ediciones Ciudad Argentina,
Bs.As., 1992.
167
3.5.- Servicios públicos y poder de policía: su crisis.
Era también evidente, para mí, que se había creado toda una mitología peligrosa e
inútil, alrededor de viejas nociones como "servicios públicos"20 y "poder de policía"21,
que acompañó el proceso de deterioro del Estado, torciendo en favor de la autoridad
el equilibrio entre autoridad y libertad22.
20.- La exposición de esta crisis, en nuestro país, la realizamos entre otros libros en el Tratado de derecho
administrativo. Parte General, t. 2, Ed. Macci, Bs.As., 1975, reimpresión 1986, capítulo XIII. En el derecho
comparado ver, entre otros, Jean-Louis de Corail, La crise de la notion juridique de service public en
droit’administratif français, L.G.D.J., París, 1954.
21.- Quien primero expuso la crisis fue Walter Antoniolli, Allgemeines Verwaltungsrecht, ed. Manzsche y
Universitätsbuchhandlung, Viena, 1954, ps. 288 y ss.. La desarrollamos en nuestro Tratado..., t. 2, ob. cit.,
capítulo XII. Una refutación a la crisis, que hemos contestado, en Clovis Beznos, Poder de policía, ed.
Revista dos Tribunais, San Pablo, 1971.
22.- Lo planteamos en nuestro Tratado, ob. cit., t. I, capítulo III, punto 1.
23.- Recientemente Ismael Farrando, Poder de policía y derecho público provincial, en el libro colectivo Dere-
cho público provincial, t. II, Depalma, Mendoza, 1991, ps. 275 y ss..
24.- La bibliografía es vasta. Ver, entre otros, Shoshana Zuboff, In the age of the smart machine. The future of
work and power, Basic Book, Nueva York, 1988.
25.- U otros excedentes por bonanzas históricas que son manejados con mentalidad de "Estado rico": Boneo,
ob. cit., ps. 32 y ss.. Sobre el "potencial económico excepcionalmente apto" del país ver Aldo Ferrer, Crisis
y alternativas de la política económica argentina, F.C.E., Bs.As., 1977, p. 119.
26.- Recientemente el enjundioso trabajo de Joaquín López, Los recursos naturales, la energía y el ambiente
en las constituciones de las provincias argentinas, en el libro colectivo Derecho público provincial, t. III,
Depalma, Mendoza, 1993, ps. 1 y ss..
168
3.8.- La crisis económica27.
La crisis económica opera como elemento detonante del sistema: situación de en-
deudamiento externo28 no ya coyuntural29 sino estructural, recesión sistemática, el
fantasma constante de la hiperinflación, el desajuste estructural de las cuentas fisca-
les, la quiebra virtual del aparato del Estado.
La deuda externa creció sin pausa desde 197031. En verdad, desde 1973 el déficit
presupuestario se hace crónico en casi todo el mundo; la insuficiencia de recursos
del sector público se solventaba con más déficit presupuestario, más endeudamiento,
más emisión, más inflación.
La década de 1970-1980 contuvo así lo que algunos llamaron "la peor crisis econó-
mica del país en este siglo"32.
27.- Nos hemos referido al tema en La emergencia económica y administrativa argentina, en el libro de home-
naje al profesor Eduardo Ortiz, San José, Costa Rica, en prensa.
28.- Sobre algunas de sus particularidades ver Geraldo Ataliba, Emprésimos públicos e sea regime jurídico,
ed., Revista dos Tribunais, San Pablo, 1973, y nuestro artículo. El contrato de crédito externo, "Revista de
Administración Pública", Madrid, 1982, nº 97, ps. 423 a 449, reproducido en el libro de la A.A.D.A.. Contra-
tos administrativos. Contratos especiales, t. II, Astrea, Bs.As., 1982, ps. 187 a 226.
29.- Lo que nació bajo el rótulo benevolente de Foreign Aid -ayuda externa- se transforma así en Foreign Debt
-deuda externa-. Es algo más que un cambio Eckaus, Foreign Aid, Penguin, Bungay, Suffolk, 1970.
30.- Rudiger Dornbusch y Juan Carlos de Pablo, Deuda externa e inestabilidad macroeconómica en la Argen-
tina, ed. Sudamericana, Bs.As., 1988, p. 11.
31.- Dornbusch y de Pablo, ob. cit., ps. 45 y ss.. Al comienzo los bancos prestaban, aún sólo para financiar los
préstamos viejos, sin inconvenientes.
32.- "The Economist", Argentina: a survey, 26 enero 1980, ps. 11 y ss., 19 y ss..
33.- Por ejemplo las que surgen de la ley 19.597 para ciertos productos estacionales. Las palabras de uno de
los empresarios afectados al entrar en quiebra (uno más entre varios) fue "que la crisis actual [...] no es ni
la más larga, ni la más profunda, ni la más grave: es la crisis terminal de la actividad" (ing. Jorge de Prat
Gay, "La Gaceta", 13/12/90). Algo similar se puede decir del Estado a fines de la década del 80 cuando ya
no puede prestar ni siquiera los servicios que Adam Smith preconizaba.
169
Ya el endeudamiento externo se venía acelerando desde 197834, y ante la crisis del
sistema financiero a partir de 198035 el Estado resuelve trasformar deuda privada en
deuda pública externa36.
170
El Estado había crecido a impulso de la doctrina económica que veía en él la salida
a la crisis de los años 3043, pero en esos años creció más de lo manejable44 y ya no
pudo proveer siquiera seguridad y justicia; se aproximaba al ideario anarquista45 de la
inexistencia o la disolución46, o en particular a "la necesidad imperiosa de liberar al
Tesoro de los déficit crecientes producidos por las empresas no redituables"47.
Quebró, en suma, el sistema por expandirse más allá de lo posible como gasto
público eficaz48.
43.- J. M. Keynes, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, F.C.E., 6ª ed., México, 1963.
44.- Desde luego, ésta es una verdad de Perogrullo. Ver Horacio Boneo y otros, Privatización: del dicho al
hecho, ed. El Cronista Comercial, Bs.As., 1985, ps. 31 y 49; William P. Glade, en el mismo libro, p. 251.
45.- Algo que avizoró Roulet cuando advertía contra "esta especie de neoanarquistas de derecha, no quieren
un control social ni reglas de juego", quien también preconizaba un Estado "flaco y fuerte", trayendo a la
menta la tesis actual de la empresa privada "lean, mean and hungry". Ver Jorge Esteban Roulet, El Estado
necesario, Ed. Centro de Participación Política, Bs.As., 1987, ps. 20 y 22.
46.- O, como también la vaticinó un catedrático de teoría del Estado, a la desaparición de la noción entonces
"moderna" del Estado. Ver Ataliba Nogueira, Perecimento de Estado, Ed. Revista dos Tribunais, San Pablo,
1971, quien aclara que desde luego no se trata de la anarquía, porque subsiste la sociedad política, el
derecho y la autoridad: es la forma de organización que varía, ps. 19 y ss., y O estado é melo e nao fin, ed.
Saraiva, 3ª ed., San Pablo, 1955, y las modificaciones de sus Liçoes de teoria geral do Estado, ob. lug. cits.
47.- William P. Glade, en el libro de Boneo y otros, ob. cit., p. 253.
48.- "Bajo el peso de una competencia que comprende todo, el Estado sucumbe por su incompetencia para
hacer todo. Cumple mal su tarea, cuando la cumple": Ataliba Nogueira, O perecimento do Estado, ob. cit., p.
20.
49.- Ernst Forsthoff, Rechtsstaat im Wandel, Kohlhammer, Stuttgart, 1964, ps. 63 y ss..
171
4.- El nuevo modelo mundial y local50.
Esta situación es mundial, es el fin de una época sin que se sepa qué quedará
luego vigente51: el liberalismo, que había muerto52 por inviable53, pareció renacer: ¿vol-
vimos al siglo pasado54, o se trata de los eternos corsi e ricorsi de la historia55?
En poco tiempo más la crisis económica se trasforma en crisis política, con el fin
del gobierno soviético y el triunfo del libre mercado, la crisis del modelo burocrático, la
sensación del fracaso de la empresa y en general la propiedad pública, privatizaciones
por doquier.
50.- De la conferencia de Eduardo García de Enterría el 6 de diciembre de 1990 en Curitiba, en el Seminario del
IDEPE, Instituto de Direito Público Empresarial de San Pablo. Ver también a Francis Fukuyama, The end of
history and the last man, Ed. The Freee Press, Nueva York y Toronto, 1992; el contexto económico de esta
tesis puede complementarse en James M. Buchanan y Gordon Tullock, The calculus of consent. Logical
foundations of constitutional democracy, University of Michigan Press, Michigan, 1992; y Buchanan y Robert
D. Tollison (compiladores), The theory of public choice-ll, The University of Michigan Press, 1984, especial-
mente James M. Buchanan, Politics without romance: A sketch of positive public choice theory and its
normative implications, ps. 11 y ss., y Gordon Tullock, The backward society: static inefficiency, rent seeking,
and the rule of law, ps. 224 y ss.; James M. Buchanan, Economics. Between predictive science and moral
philosophy, Texas A&M University Press, 1987.
51.- El presente es claro, como fue en 1930. Las recetas son opuestas. Como dice el humorista: "No conviene
hacer predicciones. Menos sobre el futuro". No acertó nadie, ni siquiera los dedicados al tema, antes de la
década del 80. Ver por ejemplo Alvin Toffler, Previews and premises, Bantam, Nueva York, 1985; La tercera
ola. Plaza and Janes, Barcelona, 1980. Tal vez más genéricamente estuvo precavido Jean-Francois Revel,
El conocimiento inútil, Planeta, Barcelona, 1989.
52.- Para una descripción de ese proceso nos remitimos a Alejandro Nieto, La burocracia. I. El pensamiento
burocrático, Instituto de Estudios Administrativos, Madrid, 1976, ps. 82 y ss.
53.- Como posiblemente lo vería Aldo Ferrer, quien ya se ha referido al "círculo vicioso liberalismo-populismo"
en Crisis..., ob. cit., ps 104 y ss..
54.- "Medio vil y endeble es la experiencia, pero la verdad es tan grande que bien merece que no se desdeñe
recurso alguno que a ella nos conduzca. La razón tiene tantas formas que no sabemos a cuál ajustarnos",
decía Montaigne, Ensayos completos, t. IV. ed. Iberia, Barcelona, 1953, p. 172, libro tercero, capítulo XIII.
55.- Aldo Ferrer, Crisis y alternativas de la política económica argentina, ob. cit., ps. 76 y ss..
56.- Ver entre otros las publicaciones del Banco Mundial, Argentina, Economic recovery and growth, Washing-
ton, D.C., 1987; Argentina, social sectors in crisis, Washington, D.C., 1988; Argentina, Reformas encamina-
das a lograr estabilidad de precios y creicmientos, Washington, D.C., 1990; Argentina. Reforma tributaria
para la estabilización y la recuperación económica, Washington, D.C., 1990.
57.- William P. Glade, en Boneo y otros, ob. cit., p. 240.
58.- Banco Mundial, World development report, Johns Hopkins Press. 1983, p. 56; Peter J. Kennedy Jr., en
Boneo y otros, ob. cit., p. 177. Una somera descripción de los cambios mundiales de política en esta década
en William P. Glade, en Boneo y otros, ob. cit., ps. 219 y ss..
172
Desregulación, desmonopolización, privatización, dejan de ser banderas políticas
inglesas o norteamericanas59, son políticas económicas mundiales, del Oeste60 y del
Este, de las naciones y los organismos multinacionales de los cuales depende nues-
tro crédito externo; "las ideologías son más potentes que los Estados"61.
Entre los principios que consagran el nuevo orden económico internacional apare-
cen en Europa la liquidación de los monopolios existentes (que no sean propios de la
defensa o la prestación de servicios llamados públicos), evitar el abuso de posición
dominante en el mercado y la práctica de fijación de precios o reparto de mercados,
la prohibición de ayuda de los Estados a las empresas, ayudas, éstas, que
distorsionarían los mercados, creación de fondos estructurales comunitarios para
concurrir a situaciones de crisis u homogeneizar el mercado.
Toda política, decía Paul Valéry, implica alguna idea del hombre, y toda administra-
ción también64. El contexto mundial es entonces, al menos por este fin de siglo, el de
una ideología y una concepción del hombre y del Estado distinta de la que prevaleció
durante el siglo.
59.- A partir de 1980 con la Staggers Rail Act sobre desregulación ferroviaria en los Estados Unidos. Edouard
Cointreau, Privatización. El arte y los métodos, Unión Editorial S.A., Madrid, 1986, ps. 97 y ss.. En general
el origen de la idea de desregulación de la economía se remonta a los Estados Unidos. Jean Loyrette,
Dénationaliser. Comment réussir la privatisation, Dunod, París, 1986, p. 19.
60.- Croisset, Prot, de Rosen, Dénationalisations. Les leçons de Pétranger, Ed. Económica, París, 1986, p. 8.
61.- Ataliba Nogueira, Parecimento do Estado, ob. cit., p. 8. El empresariado argentino reunido en FIEL también
asume estas banderas en el libro colectivo. El fracaso del estatismo. Una propuesta para la reforma del
sector público argentino. Ed. Sudamericana-Planeta, Bs.As., 1987.
62.- El decreto 1842/87.
63.- Ver: Gabriel Stiglitz, Protección jurídica del consumidor, Depalma, Bs.As., 1986.
64.- Gérard Timsit, Le nouvel ordre économique international et l’administration publique, Institut International
des Sciences Administratives y Unesco, Aire-sur-la-Lys, 1983, p. 13.
173
4.2.- El sistema legislativo a partir de la emergencia.
Cabe destacar que todo ello se da: a) en el marco de la inserción del Estado en el
doble sistema supranacional operativo del Pacto de San José de Costa Rica y del
Mercosur, así como también de la estabilidad monetaria y del ajuste fiscal e impositi-
vo en marcha, como datos positivos; y b) como datos negativos, la persistencia de un
sistema paralelo66, la crisis permanente del poder judicial67, un desequilibrio adicional
entre el ejercicio de facultades legislativas y ejecutivas68, y el quedar aún otras impor-
tantes reformas pendientes69.
65.- Entre los trabajos más generales ver Hutchinson, Barraguirre y Grecco. Reforma del Estado, Ley 23.696,
Ed. Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 1990; las diversas contribuciones al libro Primer seminario internacional
sobre aspectos legales de la privatización y desregulación. Agosto 9/11 de 1989, editorial Ciencias de la
Administración, Bs.As., s/d, y sus referencias; Carlos Menem y Roberto Dromi, Reforma del Estado y
transformación nacional, ed. Ciencias de la Administración, Bs.As., 1990; Gustavo E. E. Pinard, La reforma
del Estado, "J.A.", julio 18 de 1990, D, p. 1203; Juan Carlos Cassagne, La transformación del Estado, 8
noviembre 1990, "L.L.", ps. 1 a 3; Néstor Pedro Sagüés, Derecho constitucional y derecho de emergencia,
18 de setiembre 1990, "L.L.", ps. 1 a 7; Cristián J. P. Mitrani, Privatización: métodos y cuestiones jurídicas,
5 octubre 1990; "L.L.", ps. 1 a 2: Horacio Ruiz Moreno, La emergencia a la luz de nuestra Constitución, 6
noviembre 1990, "L.L.", ps. 1 a 3; etc..
66.- Supra, punto 3.2..
67.- Supra, 3.3. y 3.4.
68.- Infra, 4.4.
69.- Algunas de las cuales mencionamos infra, nº 5, y otras hemos reseñado en nuestro artículo El informalismo
y la concurrencia en la licitación pública, "Revista de Derecho Administrativo", nº 11, Bs.As., 1992, espe-
cialmente ps. 304 a 306.
70.- "Avico c. de la Pesa", "Fallos", t. 172, p. 21, año 1934.
71.- En el caso "Ercolano", "Fallos", t. 136, ps. 170 y ss., 1922.
72.- "D’Aste vs. Caja Nacional de Previsión Social para el Personal del Estado", "Fallos", t. 269, p. 417, año
1967; revista "La Ley", t. 130, ps. 485 y ss..
174
etc.73, monopolios estatales que regulan la producción privada en materia de car-
nes74, yerba mate75, vinos76, grano77, algodón78, y así sucesivamente.
73.- "D’Aste vs. Caja Nacional de Previsión Social para el Personal del Estado", "Fallos", t. 269, p. 417, año
1967; revista "La Ley", t. 130, ps. 485 y ss..
74.- El caso de las leyes 11.226, 11.228, 11.563 y 11.747, de 1933, esta última de creación de la Junta nacional
de Carnes, declarada constitucional por la Corte Suprema en el año 1944 en el caso "Inchauspe", t. 199, p.
483. En sentido similar: "Frigorífico Anglo S.A. vs. Gobierno Nacional", "Fallos", t. 171, p. 366, año 1934;
"Cía Swift de La Plata y otros c. Gobierno Nacional", t. 171, p. 348, año 1934. Ver: maría Susana Taborda
Caro, Derecho agrario, Plus Ultra, Bs.As., 1979, ps. 400 y ss.. La solución se mantiene en el caso "Cavic",
1970, "La Ley", t. 139, p. 527, con nota de Carlos Sáenz Valiente, y nota de Julio Oyhanarte en "La Ley", t.
139, p. 1118.
75.- Ley 12.236. Ver: José María Sáenz Valiente (hijo), Curso de derecho federal, ed. Dovile, Bs.As., 1944, ps.
287 y ss.; Zavalía, Derecho federal, t. II, ps. 982 y ss..
76.- Leyes 12.137 y 12.355; Zavalía, ob. cit., p. 987; Sáenz Valiente, ob. cit., ps. 290 y ss..
77.- Ley 12.253, luego de un decreto de 1933; Sáenz Valiente, ob. cit., ps. 293 y ss.; Taborda Caro, ob. cit., ps.
461 y ss..
78.- Decreto del 27 de abril de 1935; Sáenz Valiente, ob. cit., p. 294.
79.- Caso "Horta", 21 de agosto de 1922, "Fallos", t. 137, p. 47.
80.- "Muñiz Barreto de Alzaga vs. Antonio Destéfanis", 1958, "Fallos", t. 270, p. 379.
81.- "Ferrari", año 1944, t. 199, p. 496; "Giraldo", t. 202, p. 456, año 1945; "Ciarrapico", t. 204, p. 195, año 1946;
"Caillard de O’Neil", t. 234, p. 384, año 1956; "Russo", t. 243, p. 467, año 1959; "Nadur", t. 243, p. 449, año
1959; "Diodato", "Fallos", t. 266, p. 170, año 1966; "La Ley", t. 125, p. 402, "Inco", "Fallos", t. 268, p. 364, año
1967; "La Ley", t. 128, p. 419; "Banco Hipotecario Franco Argentino", "Fallos", t. 270, p. 462, año 1968, "La
Ley", t. 132, p. 797; etc..
82.- "Mango vs. Traba", año 1925, "Fallos", t. 114, p. 219: "en las condiciones expresadas no es posible ya
considerar razonable la restricción extraordinaria al derecho de usar y disponer de la propiedad que man-
tiene en vigor la ley 11.318 y que en su origen fue sancionada como una medida excepcional destinada a
salvar una grave emergencia".
83.- Es la expresión de Juan Francisco Linares, Razonabilidad de las leyes, Astrea, Bs.As., 1970, ps. 130 y 131.
84.- Miguel M. Padilla, Lecciones sobre derechos humanos y garantías, Abeledo-Perrot, Bs.As., 1986, p. 79, y
sus referencias. Con todo, "la Corte, por tanto, dijo primero que no podía analizar la eficacia de los medios
elegidos para obtener el fin propuesto, y a continuación se remitió a una serie de circunstancias de hecho
que, a su juicio, acreditaban suficientemente la referida eficacia. También se puede verificar la misma
contradicción en el caso Ercolano" (Padilla, ob. cit., p. 78).
175
Se ha sugerido, posiblemente con acierto, que el análisis de los hechos por nues-
tra Corte Suprema es menor en esta materia que el de los tribunales norteamerica-
nos cuyos procedentes con frecuencia se invocan85.
Algunos casos son más complejos por una tradición de pensamiento muy diferente
en la materia88, pero también pensamos que superarán el test constitucional.
Los decretos dictados luego de las leyes 23.696 y 23.697 durante los dos o tres
primeros años de ejecución de esta legislación se dividen básicamente en: a) los que
sientan principios y normas legales no establecidos en esas leyes, pero con funda-
mento en el mismo estado de necesidad pública; por tanto, "reglamentos de necesi-
dad y urgencia"; b) los que constituyen la ejecución del principio desregulatorio y
desmonopolizador del art. 10 de la ley 23.696; por tanto, reglamentos de ejecución o
delegados.
85.- Padilla, ob. cit., p. 79, quien señala que aquel tribunal "estimó indispensable un examen de la realidad para
poder decidir si los medios ordenados por el legislador mantenían una adecuada equivalencia respecto de
los fines que buscaba alcanzar". Sobre el tema en la jurisprudencia actual de los Estados Unidos se puede
ver, entre otros, John E. Nowak, Ronald D. Rotunda y J. Nelson Young, Constitutional law, 3ª ed., St. Paul,
Minnesota, 1986, capítulo 11, ps. 331 y ss., y la más completa exposición de rotunda, Nowak y Young,
Treatise on constitutional law: substance and procedure, St. Paul, 1986.
86.- André G. Delion y Michel Durupty, Les nationalisations, ed. Economica, París, 1982.
87.- Jaime Vidal Perdomo, Nacionalizaciones y emergencia económica, Universidad Externado de Colombia,
Bogotá, 1984.
88.- Ver nuestro artículo Desregulación y privatización portuaria, en la "Revista de Derecho Administrativo", nº
9/10, Bs.As., 1993, ps. 31 a 46.
89.- Corte Suprema de Justicia de la Nación, caso "Delfino", "Fallos", t. 148, ps. 434 y ss., año 1927, que
reproducimos y comentamos en nuestro Tratado de derecho administrativo. Parte general, t. I, Ed. Macchi,
Bs.As., 1974, capítulo V, ps. 47 y ss., 57 y ss..
176
A diferencia de las clásicas delegaciones para la regulación de derechos individua-
les90, éstas son principalmente delegaciones para la desregulación91, lo cual supone
expandir el ámbito de los derechos individuales -en una concepción clásica, se en-
tiende92- antes restringidos por la legislación que se abandona93.
Concluimos, pues, que los decretos que individualizan leyes que se identifican como
derogadas por aplicación del principio de los arts. 10 y 61 de la ley 23.696 son cons-
titucionales y no constituyen reglamentos de necesidad y urgencia ni necesitan ratifi-
cación legislativa.
Destacamos también que por aplicación del viejo principio de que la abrogación de
una norma abrogatoria no hace renacer la norma inicialmente abrogada (Messineo),
las leyes así dejadas sin efecto sólo pueden ser restablecidas por nueva ley del Con-
greso, siendo imposible tanto hacerlas renacer por acto reglamentario como sustituir-
las por normas nuevas regulatorias en sede con sólo ejercicio de competencia admi-
nistrativa.
90.- Un listado de ellas en Bianchi, ob. cit., capítulo IV, apartado B, ps. 180 a 195.
91.- Ver nuestro artículo La validez constitucional del decreto 2284/91, en el "Periódico Económico Tributario",
Bs.As., nº 1, noviembre de 1991; Juan Carlos Cassagne, La desregulación de actividades dispuesta por el
decreto 2284/91, en la "Revista de Derecho Administrativo", nº 7/8, Bs.As., 1991, ps. 379 y ss..
92.- No se trata, obviamente, de una expansión de los llamados derechos sociales. Sobre el tema de los dere-
chos sociales, económicos y culturales nos remitimos a nuestro libro Derechos humanos, ob. cit., ps. 99 y
ss..
93.- El principal supuesto es el contemplado en el art. 10 de la ley 23.696.
94.- Federico Cammeo, Corso di diritto amministrativo, reimpresión de la obra concebida en los años 1911-
1914, ed. Cedam, Padua, 1960, p. 95.
177
haya resuelto: sustento fáctico de la decisión concreta, proporcionalidad, adecuación
de medio a fin, ausencia de desviación de poder, no creación de tributos, etc..
En cualquier caso, cabe recordar que no entran en esa lista los decretos que ejer-
cen la delegación o realizan la ejecución del art. 10 de la ley 23.696.
De todos modos, se ha de evitar caer en las peligrosas doctrinas de que los hechos
crean derecho96, el derecho de necesidad97, la necesidad como fuente de derecho98,
el derecho de emergencia99 y parecidas variantes argumentales, como la legitimación
de hecho "por consenso" que alguna doctrina argumentó a comienzos del gobierno
de facto instalado en 1966.
En cualquier caso, ésta es sin duda una diferencia capital frente a otros supuestos
históricos de concentración legislativa en el ejecutivo, en los que se trataba del ejerci-
cio de una política intervencionista y restrictiva de los derechos100, o de hipótesis de
guerra101.
95.- Dentro de la copiosa bibliografía ver Rafael Bielsa, El "decreto-ley". Caracteres generales y régimen jurídi-
co, en Estudios de derecho público, t. III, Derecho constitucional, ed. Depalma, Bs.As., 1952, ps. 431 y ss.;
César A. Quintero, Los decretos con valor de ley, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1958, ps. 84 y ss..
Para una bibliografía específica en materia de decretos-leyes de gobiernos de facto ver la que reseñamos
en nuestro Tratado de derecho administrativo. Parte general, t. I, Bs.As., 1974, reimpresión 1990, capítulo V,
p. 38, nota 1.
96.- Walter Jellinek, Verwaltungsrecht, Lehrmittel-Verlag, Offenburg, 3ª. ed., 1948, ps. 125 y 126. Comparar, del
mismo autor, Gesetz, Gesetzesanwendung und Zweckmässigkeitserwägung, ed. Mohr, Tübingen, 1913,
ps. 13 y ss.
97.- Un ejemplo en María Antonia Leonfanti, Derecho de necesidad, Astrea, Bs.As., 1980, ps. 85 y 86.
98.- De la cual hay poca bibliografía en épocas constitucionales, y copiosa en épocas de guerra, como la que
cita Giovanni Miele en su nota b a la p. 95 de la reimpresión de la obra de Cammeo, ya citada. Lo mismo
ocurre entre nosotros: cuando decae el constitucionalismo y se debilita el Estado de derecho, aumentan los
poderes de facto y sus defensores.
99.- Néstor Pedro Sagüés, Derecho constitucional y derecho de emergencia, conferencia de incorporación a la
Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires, 10 de mayo de 1990, en prensa, que
reseña Liendo, ob. cit., p. 92, nota 1. Sagüés considera más "moderado" el principio necessitas jus constituit
que el necessitas non habet legem (y habla de un "derecho de emergencia supraconstitucional"). La distin-
ción es demasiado próxima a la que recuerda Zuppi entre el jus and bellum y el jus in bello (Zuppi, ob. cit.,
p. 188).
100.- Sobran ejemplos. Entre otros ver el que relata Roger Bonnard, Le droit et l’Etat dans la doctrine nationale-
socialiste, 2ª ed., L.G.D.J., París, 1939, ps. 5 y 6, y sus referencias.
101.- Como ley inglesa de 1940 Emergency Powers (Defence) Act, también denominada cáusticamente
"Everything and Everybody Act". Ver Carleton Kemp Allen, Law and orders, ed. Stevens and Sons, Londres,
1947, ps. 206 y ss..
178
Y cabe también advertir que la reversión de los datos económicos posiblemente
permita sostener que el estado de necesidad pública terminó aproximadamente en
1992, cesando de partir de entonces la habilitación para el dictado de reglamentos de
necesidad y urgencia.
La reforma que venimos de explicar ha desarmado mucho del viejo aparato estatal,
pero le ha faltado ajustar el resto a la nueva dinámica que ha creado. Corre con ello el
riesgo de quedar claudicante frente a la nueva realidad que ha creado. Hemos men-
cionado ya algunas de las cuestiones jurídicas que quedan por ahora en saldo nega-
tivo102.
179
núan una tendencia actual en los países de América Latina107, bajo la sugerencia
externa de procurar eficientizar el proceso de contratación estatal y bajar sus costos.
107.- Por ejemplo Colombia, Brasil, Uruguay. Hemos comentado la ley brasileña 8666 en nuestro trabajo Prin-
cipios de la licitación pública en la ley 8666, conferencia pronunciada en el III Congreso Internacional de
Derecho Administrativo, primera parte, Foz de Iguazú, Brasil, 9 de setiembre de 1993, en prensa.
108.- Algo hemos dicho en nuestro artículo El informalismo y la concurrencia en la licitación pública, "Revista
de Derecho Administrativo", nº 11, Bs. As., 1992, ps. 293 a 318.
109.- Algo parecido está ocurriendo en otros países latinoamericanos, que por igual sugerencia externa están
modificando su legislación general de contratos administrativos, con eficacia variada. Hemos tratado el
tema en Principios de la licitación pública en la ley 8666, conferencia pronunciada en el III Congreso Inter-
nacional de Derecho Administrativo, primera parte, Foz de Iguazú, Brasil, 9 de setiembre de 1993, en
prensa.
180
Actividad Nº 20
181
Actividad Nº 21
1.- Subraye en el módulo las ideas rectoras de la formulación del Derecho Admi-
nistrativo en cada etapa histórica.
5.- C.S.J.N.: Agregue a su material de estudio los siguientes fallos: "Montalvo" del
02/12/90 L.L. 1991-C-80, y "Peralta" del 27/12/90 L.L. t. 1991-C.-158, exprese
su opinión personal sobre los mismos a partir de la lectura obligatoria enco-
mendada.
182
Sres. Alumnos:
Atentamente.
Graciela E. Moreno
Prof. en Ciencias Jurídicas
183
184
Diagrama Conceptual
Unidades III y IV
SUJETOS DEL
DERECHO ADMINISTRATIVO
PERSONA
Concepto - clasificación
Jurídicas
Privadas
Públicas
Estatales No Estatales
Carácter de Públicos
sus actos Privados
Mandato
Principios Actuación Representación
Teorías
Jurídicos del Estado Organo
Adm. Adm.
Central Descentralizada
Agentes
Relaciones
Administrativas
Poder Ejecutivo Territorial Institucional
Jefe Gobierno
Organo
Entidad
Ministerial Entidad
Empresas Desc.
autárquicas
Organo Burocrático atípicas
Consultiva
Contralor
185
186
Guía de Estudio
SEGUNDO EJE TEMÁTICO
Los Sujetos del Derecho Administrativo:
UNIDAD III
La persona. Concepto y clasificación. Personas jurídicas públicas y privadas; estatales y
no estatales. El carácter público de los actos de las entidades estatales. Personas públi-
cas no estatales. Personas jurídicas privadas estatales.
Lectura obligatoria
Lectura alternativa:
a.- José Roberto Dromi, Derecho Administrativo, Ediciones Ciudad Argentina, última
edición.
b.- Manuel María Diez (Colaboración de Tomás Hutchinson) Manual Derecho Adminis-
trativo, Editorial Plus Ultra, año 1996 (dos tomos).
UNIDAD IV
Principios jurídicos de la organización administrativa: Jerarquía: concepto y consecuen-
cias. Competencia: concepto, caracteres, clasificación, conflictos que pueden suscitarse.
Delegación: distintas especies. Avocación: régimen legal.
Lectura Obligatoria:
187
d.- Ley de Procedimientos de la Provincia de Salta, nº 5348, o su similar en la Provincia
a la que corresponde la Tutoría.
e.- Ley Provincial nº 6811 Orgánica del Gobernador, del Vice-Gobernador y de los Mi-
nistros, o su similar en la Provincia a la que pertenezca la Tutoría.
Lectura Alternativa:
188
El jefe de gabinete en la organización administrativa
ISMAEL MATA
1.- Introducción
En función de ello, las notas negativas del régimen presidencialista argentino se-
rían:
1.- ALFONSIN, Raúl R., "Núcleo de coincidencias básicas", L.L., del 26-VIII-1994, págs. 1 a 7.
2.- ALFONSIN, R.R., "Núcleo...", cit. págs. 4/5.
189
Tal es el pensamiento de uno de los líderes políticos que impulsó la reforma y que
se inserta en la línea de trabajo del Consejo para la Consolidación de la Democracia,
creado en 1985 durante su gestión presidencial.
Asimismo, la opinión transcripta, a pesar de que puede ser considerada como una
expresión de carácter partidario, resulta concordante con el "Núcleo" de la ley 24.039
que al establecer "la finalidad, el sentido y el alcance de la reforma", determinó que la
creación de un jefe de gabinete era una política básica para satisfacer el objetivo de la
"atenuación del sistema presidencialista".
La política desenvuelta por la monarquía de consultar y discutir con los pares del
reino los asuntos del Estado en el Consejo Real (Curia Regis) fue el origen del vigo-
roso parlamentarismo inglés y, a su vez, el tronco del que se desprendieron los más
importantes cargos públicos británicos, tales como el Treasury, los Courts of Common
Law, la House of Lords y el Privy Council (base del actual gabinete).
3.- DE SMITH, S.A., Constitucional and Administrative Law, Penguin Books Ltd., Harmodns Woth, Middlesex,
England, Third edition, reprinted 1979, pág. 32.
4.- Las antiguas petitions fueron llamadas luego bills y esta denominación se mantiene hasta nuestros días.
190
Con el advenimiento de la dinastía alemana de los Hannover, en 1714, se vio deci-
sivamente impulsada la transformación de la monarquía británica en una monarquía
de carácter parlamentario.
La falta de conocimiento del idioma y el desinterés por los asuntos británicos hizo
que los monarcas mencionados dejaran de participar en las reuniones del Gabinete,
con lo que éste fue adquiriendo en forma gradual una gran independencia.
Cabe destacar, por otra parte, que durante el reinado de Jorge I se produjeron en el
Parlamento gravísimas tensiones entre los tories y los whigs, ya que éstos gozaron
de la preferencia de la casa Hannover y consecuentemente, los tories quedaron ex-
cluidos de casi todos los cargos importantes.
La lucha entre tories y whigs y la consolidación del poder de estos últimos permitió
que surgiera la figura de Robert Walpole, que puede ser considerado el primer premier
de Gran Bretaña.
5.- Vid. STAMMEN, Theo, "Sistemas políticos actuales", Madrid, 1969 (traducción de la obra Regierungssysteme
der Gegenwart, 1967), págs. 55/56.
191
En síntesis, el sistema parlamentario de gobierno se caracteriza por las notas si-
guientes:
192
mayoría en la Asamblea, lo que provocaba un Parlamento fuerte y enfrentado al Go-
bierno.
La crisis final de la IV República fue causada por las graves cuestiones de Indochina
y Argelina, que demostraron la inoperancia del sistema y dieron lugar a la Revolución
de 1958 y a la instalación de la V República conducida por De Gaulle.
193
Sin duda, por la necesidad de funcionamiento del sistema, la separation of powers
en la realidad configura un régimen de coordinación de poderes (checks and balan-
ces), lo que en la doctrina constitucional se califica como un "sistema de coordina-
ción" frente al parlamentario, que se considera "sistema de integración".
194
La creación del nuevo órgano motivó la remodelación de las atribuciones del presi-
dente que ahora es el jefe supremo de la Nación, el jefe del Gobierno y el responsable
político de la administración general del país (art. 99, inc. 1º, Const. Nac.).
En particular, pienso que la jefatura del gobierno fue especificada entre las funcio-
nes básicas del presidente para que no quedaran dudas de que ese papel no le toca
al jefe de gabinete, de modo que esta circunstancia está marcando una diferencia
sustancian con los sistemas parlamentarios.
No hay, por lo tanto, relación de confianza sino simplemente una forma de control
político que busca acentuar las potestades del Congreso, el que puede disponer la
remoción sin necesidad de expresión de causa o de interpelación previa11.
Las importantes atribuciones políticas del jefe de gabinete consiste en una de las
técnicas de control constitucional entre titulares de poderes que desempeñan los
primeros niveles de la gestión estatal. En concreto, se trata de un control "interórganos"
cuya denominación está inspirada en el derecho constitucional de los Estados Uni-
dos, que distingue entre jurisdicción de los Estados componentes de la Unión (intra-
state) y jurisdicción interestatal o federal (inter-state)12.
9.- LINARES QUINTANA, V., Gobierno y Administración de la República Argentina, T. I, Buenos Aires, 1959,
pág. 454.
10.- EKMEKDJIAN, Miguel Angel, "El Poder Ejecutivo y el gabinete ministerial", en Reforma Constitucional,
Buenos Aires, 1994, pág. 14-18.
11.- Con lo que, a nuestro entender, la interpelación prevista en el art. 101, Const.Nac.., resulta de carácter
potestativo para el Congreso y no es condición ni de la censura ni de la remoción.
12.- Vid. LOEWENSTEIN, Karl, Teoría de la Constitución, Barcelona, 1976, Caps. VI a IX, págs. 232 a 346.
195
En torno a la remodelación de las atribuciones del presidente, luego de la reforma,
puede señalarse de modo esquemático lo siguiente:
13.- En cambio, el Congreso mantuvo su atribución de legislación en el territorio de la Capital de la Nación (art.
75, inc. 30, Const. Nac.).
14.- Vid. BARRA, Rodolfo Carlos, El Jefe de Gabinete en la Constitución Nacional, Buenos Aires, 1995, págs.
47-48.
196
La Constitución Nacional ha sido y es precisa en este punto ya que establece la
carencia de eficacia ante la falta de refrendo, es decir, que los actos del presidente
aunque válidos y teniendo todos los elementos como tales, no pueden producir efec-
tos15 sin dicho "requisito".
Sobre el punto Marienhoff16 enseña que válido es el acto que ha sido creado con-
forme al derecho, mientras que la eficacia sólo se vincula con su ejecutoriedad.
Los ministros -según Fiorini- nada pueden resolver por mayoría pues su voluntad
no cuenta en las decisiones, aunque su acuerdo crea la responsabilidad, porque
como órgano del Poder Ejecutivo realizan colaboración de asesoramiento. La deci-
sión es y proviene del presidente, su acuerdo es para adquirir responsabilidad y leal
ejecución. La decisión es previa, el acuerdo es posterior18.
15.- A veces la validez se confunde con la eficacia, como acontece con una de las acepciones del vocablo
"refrendo" que contiene el Diccionario de la Real Academia Española: "Firma puesta en los decretos al pie
de la del jefe del Estado por los ministros, que así completan la validez de aquéllos" (edición 1992), Madrid,
T. II, pág. 1160).
16.- MARIENHOFF, Miguel S., Tratado de Derecho Administrativo, T. II, Buenos Aires, 1966, págs. 336-337.
17.- GARRIDO FALLA, Fernando, Tratado de Derecho Administrativo, Vol. I, Madrid, 1994, pág. 497. Comentan-
do la reforma del anterior texto del art. 572, este autor escribe que hasta tal punto son dos nociones
distintas la de validez y la de eficacia que hay actos administrativos inválidos que producen efectos jurídi-
cos en tanto no se anulan (id.id. nota 2).
Vid. asimismo, en el art. 11 de la ley 19.549, la notificación o publicación como condición de eficacia en los
actos administrativos.
18.- FIORINI, B., Manual de Derecho Administrativo, Parte Primera, pág. 180.
197
Si bien la calificación de "suprema" que tiene la jefatura puede parecer un arcaís-
mo o un pleonasmo19, lo cierto es que está indicando una posición de "supremacía"
que da lugar a relaciones jurídicas de contenido sustancialmente político.
Al más alto nivel de la organización del Estado, esto es, en la relación entre "pode-
res", sin perjuicio de la igualdad entre ellos por ser parte del "Gobierno federal"20, hay
una posición de preeminencia del Poder Ejecutivo que se traduce en la representa-
ción de la Nación ante los Gobiernos de las provincias y la comunidad internacional,
así como en ciertas atribuciones de impulso o aseguramiento de la continuidad de su
funcionamiento con respecto a los otros dos poderes estatales. Así acontece, a título
de ejemplo, en los casos de participación en la formación de las leyes (art. 99, inc.
39), apertura anual de las sesiones del Congreso (art. 99, inc. 8º), prórroga de las
sesiones del Congreso o convocatoria a sesiones extraordinarias (art. 99, inc. 9º) y de
designación en comisión durante el receso del Senado (art. 99, inc. 19).
Tal potestad no tiene que ver con la denominada competencia "residual" del Poder
Ejecutivo, que se refiere a las atribuciones no otorgadas a los otros dos poderes por
la Constitución o que su ejercicio no está prohibido por ésta al Poder Ejecutivo, como
en el caso del artículo 109, Constitución Nacional. La categoría, aunque discutible, ha
sido aceptada por la doctrina (Bidart Campos y Ramella, entre otros) y la jurispruden-
cia de la Corte Suprema (Fallos, 156:81; 191:197).
No consiste tampoco en una potestad organizativa relacionada con los otros pode-
res; porque ese cometido está asignado al legislador que puede hacer todas las leyes
y reglamentos que sean convenientes para poder en ejercicio los poderes concedi-
dos por la Constitución al Gobierno Federal (art. 75, inc. 32, Const. Nac.).
19.- Vid. EKMEKDJIAN, "El poder...", cit., pág. 17, nota (2). LINARES QUINTANA, por su parte, lo considera un
pleonasmo porque el concepto de "jefe", del francés "chef" y éste del latín "caput", ya indica que es el
superior o cabeza de un cuerpo u oficio (gobierno..., cit., T.I., págs. 441/442).
20.- El Sistema de la Constitución Nacional sitúa dentro del Gobierno Federal las tres Secciones que contienen
sucesivamente la organización de los Poderes Legislativos, Ejecutivo y Judicial (V. asimos, art. 75, inc. 32).
198
tos órganos hacia un cometido común o, con mayor precisión técnica, la relación de
competencias en que la decisión de un órgano es presupuesto no normativo de la
decisión de otro21.
La doctrina también incluye entre las relaciones de primacía a las que se estable-
cen entre la administración central y la descentralizada23, aunque en este caso, tam-
bién llamado relación de "tutela", el cometido técnico es el predominante, mientras
que la finalidad política resulta el rasgo saliente de las relaciones entre poderes.
Hay calificados autores que sostienen que entre el presidente y el jefe de gabinete
(como lo hubo y hay con respecto a los "demás ministros") las relaciones son de
carácter jerárquico24, lo que encontraría apoyo en las atribuciones de:
a.- nombrar y remover al jefe de gabinete (art. 99, inc. 7º, Const. Nac.);
b.- darle instrucciones para la ejecución de las leyes (art. 99, inciso 2, Const.Nac.);
21.- Vid. DE VALLES, Arnaldo, Teoría Giurídica della Organizacione dello Stato, Padova, 1931, T. II, págs. 244 y
sigs..
22.- Conf. MENDEZ, Aparicio, La Teoría del Organo, Montevideo, 1971, pág. 153.
23.- Conf. MENDEZ, La teoría.., cit., pág. 153.
24.- CASSAGNE, Juan Carlos, "En torno al Jefe de Gabinete", Anticipo de Anales, año XXXIX, Segunda Epoca,
nro. 32, Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales, Buenos Aires, 1994, págs. 9/10 y "El jefe de
gabinete y las facultades del presidente", diario La Nación de Buenos Aires, del 29-IX-1994, pág. 9.
199
c.- delegarle facultades administrativas (art. 100, incs. 2º y 4º); y
d.- darle indicaciones para resolver temas determinados (Art. 100, inciso 4º)25.
A partir de los conceptos precedentes resulta difícil pensar que un ministro, que
pone en juego su responsabilidad política a través del referendo (arts. 100 y 53, Const.
Nac.), esté sujeto a la potestad jerárquica del presidente y deba responder a sus
órdenes. Menos aún, en el caso del jefe de gabinete que ejerce la administración
general del país y tiene la responsabilidad política adicional que establece el artículo
101 de la Constitución Nacional.
25.- DROMI - MENEM, La Constitución..., cit., pág. 331. Escribe CASSAGNE que "algunos creen que la rela-
ción entre el presidente y el jefe de gabinete traduce un vínculo de coordinación y no de jerarquía. Pero es
evidente que, si el poder de dar órdenes o instrucciones sólo se concibe en el marco de una relación
jerárquica o de mandato, la relación entre ambos no puede ser de coordinación, pues las voluntades
jurídicas no se encuentran en el mismo plano orgánico sino en un nivel respectivo de superioridad y subor-
dinación" ("En torno...", cit., pág. 9).
26.- FIORINI, Bartolomé A., "Los actos administrativos generales y su impugnación en la ley 19.549", L.L., 149-
908.
27.- Vid. MENDEZ, Aparicio, La Jerarquía, Montevideo, 1973, págs. 128/130.
200
ción por el Poder ejecutivo no constituye una sanción disciplinaria, sino el efecto po-
lítico de la pérdida de confianza.
Con respecto a las delegaciones que el jefe de gabinete recibe del presidente (art.
100 incs. 21 y 4º), cabe señalar que por sí solas no son indicativas de una relación
jerárquica, ya que entre delegante y delegado no es menester que exista tal vínculo.
Con la creación del jefe de gabinete, según expresa Quiroga Lavié, el ejercicio del
Poder Ejecutivo ha quedado dividido en dos grandes áreas: la política, a cargo del
presidente, y la administrativa, a cargo del jefe de gabinete31, por lo tanto, el primero
"es responsable político de la administración, ya que la conduce en tanto que acción
de gobierno. Pero no la ejerce, es decir no la tiene a su cargo"32.
28.- Conf. CASSAGNE, "En torno...", pág. 10, BARRA, El Jefe..., cit., págs. 73/75.
29.- La supresión fue consecuencia del Concordato celebrado en 1966 entre nuestro país y la Santa Sede, por
el cual se reconoció a la Iglesia el libre ejercicio de su poder espiritual y el público ejercicio de su culto.
30.- En el lenguaje de la reforma "ejercer" aparece con doble significado: en el art. 100, inc. 4º se usa distin-
guiendo entre titularidad y ejercicio, mientras que en el art. 75, inc. 17, in fine, su sentido es de titularidad.
31.- QUIROGA LAVIE, Humberto, "El Jefe de Gabinete: Técnica dirigida a consolidar el sistema sustitucional de
la República", L.L., Actualidad, del 24-V-1994, pág. 1.
32.- BARRA, El Jefe..., cit., pág. 57.
201
En mi opinión, tanto la titularidad como el ejercicio de la administración general
están atribuidos al jefe de gabinete, con las responsabilidades políticas para este
último, que determina el nuevo texto constitucional y con responsabilidad también de
carácter político para el presidente, que se traduce en la correcta elección del jefe de
gabinete y en su dirección política eficiente. Por supuesto, la división no es categórica
ni afecta la unidad del Poder Ejecutivo, por lo pronto, el presidente tiene atribuciones
de carácter administrativo, como las siguientes:
a.- concede jubilaciones, retiros, licencias y pensiones (art. 99, inc. 6º);
b.- nombra y remueve a distintos funcionarios de la Administración, por sí solo33 o
con acuerdo del Senado según los casos, y los empleados cuyo nombramiento
no esté reglado de otra forma por la Constitución (art. 99, inc. 7º);
c.- supervisa el ejercicio de la facultad del jefe de gabinete, respecto de la recau-
dación de las rentas y de su inversión (art. 99, inc. 10);
d.- es comandante en jefe de todas las fuerzas armadas (art. 99, inc. 12);
e.- hace los nombramientos militares (art. 99, inc. 13);
f.- dispone de las fuerzas armadas y corre con su organización y distribución (art.
99, inc. 14);
g.- puede pedir informes al jefe de gabinete, a los ministros y, a través de ellos, a
los demás empleados (art. 99, inc. 17);
h.- puede efectuar nombramientos en comisión durante el receso de, Senado (art.
99, inc. 19);
i.- puede delegar funciones y atribuciones en el jefe de gabinete (art. 100, incs. 2º
y 4º);
j.- preside las reuniones del gabinete de ministros (art. 100, inc. 5º); y
k.- recibe la delegación legislativa "en materias determinadas de administración"
(art. 76).
Por su parte, el jefe de gabinete también tiene atribuciones y deberes propios del
Poder Ejecutivo en lo concerniente a su relación con el Congreso, como los siguien-
tes:
a.- refrendar los decretos reglamentarios de las leyes, los decretos de prórroga de
las sesiones ordinarias o de convocatoria a sesiones extraordinarias, y las ini-
ciativas legislativas (art. 100, inc. 8º);
b.- concurrir a las sesiones del Congreso y participar en sus debates (art. 100, inc.
9º);
c.- presentar al Congreso junto con los demás ministros una memoria detallada
del estado de los asuntos de cada departamento (art. 100, inc. 10);
d.- refrendar los decretos de delegación legislativa (art. 100, inc. 12);
e.- refrendar los decretos de necesidad y urgencia y someterlos a consideración
de la Comisión Bicameral Permanente (art. 100, inc. 13);
33.- "Por sí solo" significa sin acuerdo de otro poder (Senado), lo que se extiende también para los ascensos en
el campo de batalla, los que de todos modos no están excluidos del refrendo ministerial (Conf. FIORINI,
Manual, Primera Parte, pág. 174).
202
f.- concurrir mensualmente al congreso para informar sobre la marcha del Gobier-
no (art. 101);
g.- ser interpelado, recibir una moción de censura o ser removido por el Congreso
(art. 101; y
h.- ser sometido a juicio político (art. 53, Const. Nac.).
Por otra parte en razón de su carácter, no puede delegarlas en los demás minis-
tros, ni tampoco el presidente está facultado para autorizar su delegación o disponer
su traspaso.
Dentro del cuadro de distribución de atribuciones diseñado por los artículos 99,
100 y 101, la Constitución prevé expresamente la posibilidad de delegación de fun-
ciones del presidente al jefe de gabinete, en el artículo 100, incisos 2º y 4º.
El jefe de gabinete expide los reglamentos (actos de alcance general) y actos (de
alcance particular) necesarios para el ejercicio de la delegación. En estos casos es
menester el refrendo del ministro con competencia material en el asunto delegado
(inc. 2º). Por su parte, el inciso 4º, se refiere al ejercicio de las "funciones y atribucio-
nes" delegadas, con lo que no se agregaría nada nuevo, ya que no parece posible en
este nivel de la organización, distinguir entre delegación normativa y de ejecución.
Cabe ahora preguntarse qué atribuciones del presidente pueden ser objeto de de-
legación y, en tal sentido, deben considerarse indelegables las inherentes a la jefatu-
ra de la Nación (o del Gobierno) y delegables las propias de la administración civil.
Por lo tanto, puede darse delegación en las materias del artículo 99, incisos 6º, 7º
(en los casos que no se requiera acuerdo del Senado y no se trata del nombramiento
de los ministros del despacho) y 17 (aunque tal atribución debe considerarse implícita
entre las del jefe de gabinete).
34.- Vid. TORTORA, Carlos, "El futuro jefe de gabinete, ¿tendrá injerencia en las FF.AA.?", en diario Ambito
Financiero de buenos aires del día 19-IV-1995, pág. 18.
203
En consecuencia, la declaración de guerra, prevista en esta última norma, el presi-
dente la realiza en su carácter de "jefe supremo de la Nación" y no en su condición de
titular de las potestades militares.
Conviene aclarar que no deben confundirse las atribuciones militares con las de
mayor amplitud, relativas a la defensa -y que comprenden a las primeras35- o las
concernientes a la seguridad, ya que ambas pueden estar incluidas, según el tema,
entre las facultades del jefe de la Nación -como presidir el Consejo de Defensa Nacio-
nal36- o las administrativas propias del presidente -v.gr. supervisar la ejecución del
presupuesto de defensa- o, finalmente, entre las de "administración general" del jefe
de gabinete -caso de la planificación y coordinación de la defensa civil o, en general,
de las actividades de la defensa-37.
5.- El gabinete
35.- "Las Fuerzas Armadas son el instrumento militar de la defensa nacional" (art. 20, ley 23.554).
36.- Art. 14, ley 23.554.
37.- "El ministro de Defensa ejercerá la dirección, ordenamiento y coordinación de las actividades propias de la
defensa que no se reserve o realice directamente el presidente de la Nación o que no son atribuidas en la
presente ley a otro funcionario, órgano u organismo" (art. 11, ley 23.554).
204
presidente será asistido en sus funciones por los ministros, en forma individual o en
conjunto constituyendo el gabinete nacional, el que será convocado siempre que lo
requiera el presidente (arts. 2º y 3º).
a.- los decretos dictados por razones de necesidad y urgencia (arts. 99, incs. 3º y
100, inc. 13);
b.- las que le indique el Poder Ejecutivo al jefe de gabinete (art. 100, inc. 4º);
c.- las que decida el jefe de gabinete por su importancia (art. 100, inc. 4º);
d.- los proyectos de Ley de Ministerios y de Presupuesto (art. 100, inc. 6º); y
e.- los decretos que promulgan parcialmente leyes (art. 100, inc. 13).
Sobre este punto no han perdido actualidad las reflexiones de Fiorini: "El órgano
presidencial no manifiesta sus decisiones como resultado de las deliberaciones y por
la voluntad de la mayoría. Esto no excluye la posibilidad de la consulta, el acuerdo y la
responsabilidad conjunta. El acuerdo, la consulta, la responsabilidad ministerial y la
legalización del decreto no son elementos que comprueben la existencia de un órga-
no colegiado"39.
38.- En contra, DROMI - MENEM, La Constitución..., cit., págs. 332/333, quienes sostienen que se trata de un
cuerpo colegiado en cuya regulación deberán tenerse en cuenta los principios de "sesión", "quórum" y
"deliberación".
39.- FIORINI, Manual de Derecho Administrativo, Parte Primera, pág. 166.
40.- MARIENHOFF, Tratado..., cit., T. I, págs. 109/110.
205
general" (art. 99, inc. 3º), indicando con relación a este último, que el acto necesita del
refrendo de todos los ministros y del jefe de gabinete (arts. 99, inc. 3º y 100, inc. 13).
A mi entender, los textos expresan que en el gabinete pueden tener lugar acuerdos
"parciales" y acuerdos "generales" y que los primeros se producen cuando el refren-
do del acto -provenga éste del presidente o del jefe de gabinete- es acordado por dos
o más ministros que asumen, consecuentemente, responsabilidad solidaria. Esta in-
terpretación se armoniza con el artículo 102 de la Constitución Nacional, en cuanto
hace responsable solidariamente a cada ministro de los actos que acuerda con sus
colegas.
Reitero que hará acuerdo parcial cuando la decisión cuente con dos o más refrendos,
sin llegar al de la totalidad de los ministros, en cuyo caso sobreviene el acuerdo
general.
206
e.- Ejerce el control de legitimidad y de mérito sobre los actos administrativos de
su ámbito y el de los demás ministros, por lo que resuelve en forma definitiva
los recursos jerárquicos interpuestos contra las decisiones de estos últimos.
207
208