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Acerca de Dos amores y un Amante solitario

Ese día resolví con mis dos mejores amigos escapar por unos días de nuestras casas,
lejos de la ciudad y del agotador frenesí diario, que termina por acabar con nuestras
ilusiones y encarcelar nuestros sueños de libertad.

Mi nombre no es de importancia en esta historia. Tampoco lo es la ciudad, o el tiempo,


pues los sentimientos humanos no cambian con los años. Y muchas otras personas
vivirán esta historia de uno u otro modo, y se sumarán a los muchos otros que ya la han
vivido.

Éramos un trío bastante singular. Mi amigo, tan atractivo para las mujeres como
siempre, era quizá la persona que con más autoridad podía hablar de mí, sin temor a
equivocarse. Nunca le oculté mis pensamientos, ni mis emociones. No sé si el lo hacía,
pero parecía confiar en mí. Lo realmente importante, era que nunca nos traicionamos, y
guardábamos celosamente lo que sabíamos del otro.

Para completar el trío, estaba una muchacha. Nunca fue considerada como la más bella
de las mujeres que conocíamos, en mis conversaciones con mi amigo. Pero sin duda, su
inteligencia, su personalidad reservada y su talento para las artes llamaban la atención
de los dos en lo más profundo de nuestras mentes. Una mujer no tiene que ser bella para
ser amada. Basta que tenga un corazón de oro y un alma pura. Y eso yo lo sabía mejor
que nadie.

No teníamos planeado donde quedarnos durante nuestra breve desaparición.


Simplemente nos reunimos y caminamos sin rumbo, hablando sobre nuestras vidas
como en cualquier conversación cotidiana. Los viejos temas salieron a relucir, y cada
uno intentaba ser lo más agradable posible a los demás con sus palabras. Yo consideraba
mis dos acompañantes como mis mejores amigos, aunque la relación entre ellos dos era
de simples conocidos. Eso me hacía sentir extraño, y de vez en cuando andaba un largo
tramo sin decir palabra alguna. Prefería estar a solas con cualquiera de los dos, hablando
de asuntos más personales y trascendentales, con mucha más confianza que en ese
momento, así que me dedicaba a realizar mis propias reflexiones acerca de lo que serían
estos días juntos. Ya había hecho esto antes, pero nunca mis pensamientos habían sido
tan tristes como ahora.

En un principio me opuse a realizar este escape. No me gustaba hacer enojar a mis


padres, y pese a que no necesitaba su permiso para hacer lo que quisiera debido a la
confianza que tenían en mí, no abusaba de la misma. Era un buen hijo. Pero esa no era
la principal razón de mi negativa inicial, y un par de días después, cuando retorné a mi
casa, me dí cuenta que siempre tuve razón. Y que mis pensamientos, tan
menospreciados por los demás, eran más reales que cualquier otra realidad, por más
cruel que fuese.

Cuando el cansancio nos invadió, nos detuvimos a orillas de un camino silvestre. No


teníamos idea de donde estábamos en ese momento, ni nos importaba. De algún modo
encontraríamos el camino de regreso – y eso hacía parte de la aventura. El campo verde
nos rodeaba. No había personas ni hogares a la vista. Ni ríos o aguas a orillas de las
cuales pudiéramos pasar la noche que se aproximaba. En vísperas de esta situación,
continuamos nuestro camino.
Siempre me ha gustado decir que soy una persona bastante sentimental. Mis amigos lo
saben, pero no les importa demasiado lo que yo pueda sentir. No están acostumbrados a
pensar como yo lo hago. No digo esto último de un modo egoísta, pues cada uno piensa
de uno modo distinto y hace sus propias aseveraciones acerca de la realidad. Pero mi
pensamiento siempre fue el más sentimental, aunque nunca lo expresé. Por esta razón,
solía tener fama de insensible y egocéntrico –lo opuesto a lo que yo mismo me
consideraba- pero en vez de intentar cambiar esa imagen de mí empecé a plasmar mis
pensamientos en papel. Al principio, eran poemas eran historias épicas, envueltas en un
mar de esperanzas para amores imposibles, y de amantes suicidas que lo daban todo por
mujeres incapaces de comprenderlos. Luego llegaron los ensayos filosóficos, buscando
razones trascendentales para aquellas primeras historias. Dí a conocer pocos de estos
ensayos, mucho menos que las historias. A quién le interesa la filosofía? Todos lloraban
con el héroe caído en busca de un amor perdido, pero a nadie le importaba intentar
pensar como él. Y mucho menos atreverse sentir en sí mismo sus emociones.

Por último, decidí recrear fragmentos de mi vida, narrando los hechos desde mi
perspectiva y revelando a los demás lo que sentía con el correr del tiempo. Pocos se
daban cuenta que hablaba de mi mismo. Y nadie valoraba la filosofía que solía mezclar
con los hechos reales. Estas líneas son sólo la continuación de mis memorias, y espero
que algún día alguien pueda mirar al horizonte y saber que existí y sufrí como cualquier
ser humano, pero que nunca quise llorar por temor a sumergirme en un mar de lágrimas.

Caída la noche, acampamos bajo los árboles más altos que encontramos. Mi amigo
estaba extenuado y fue el primero en quedarse dormido. Mi amiga y yo decidimos
contemplar por un momento el paisaje nocturno. De que servía escapar de la ciudad sin
contemplar la naturaleza?

Nos alejamos un poco de nuestro improvisado campamento y nos sentamos a mirar el


firmamento. A pesar de ser la típica escena romántica que cantan los bardos y acerca de
la cual se ríen los ingenuos, no había sentimientos similares entre nosotros dos. O más
bien, yo no conocía esos sentimientos en ella, mientras yo pretendía ocultar los míos.

Algunos años atrás me había enamorado profundamente de una muchacha que conocí.
Nunca se lo dí a conocer, por temor a la indiferencia. Siempre me he considerado de lo
menos atractivo e interesante que una mujer puede encontrar, así que dedicaba mis
noches a pensar en ella y llorar por ella. Mis sentimientos eran sinceros, pero, Qué
importancia tenían en ese momento? Si ella no se fijaba en mí, de que servía darlos a
conocer? No quería parecer un fracasado marginal ni un corazón roto, pese a que ya lo
era para mi mismo.

Los meses pasaron y con ellos el llanto. Cuando mis sentimientos por ella se
desvanecieron, comprendí lo importante que había sido esa experiencia para mí. Había
aprendido a querer a una mujer, mucho antes de sentir gusto físico por ella. Mi único
error había sido conocerla desde un principio. Todo lo demás era inevitable. Me prometí
a mi mismo no volver a llorar, y no he roto esa promesa.

Pasaron algunos años antes de posar mi mirada en otra mujer. Sólo que esta vez las
cosas fueron más superficiales. Me atraía mucho su hermosa figura, femenina y
seductiva como pocas. No me importó esta vez dar a conocer lo poco que pudiera sentir
por ella, así que le dije lo mucho que me gustaba. Fue mi primera negativa, obviamente.
Pero lo superé con franqueza y rapidez. A fin de cuentas, ella no era una mala persona, y
terminé estimándola más luego de su rechazo. No podía juzgarla por no fijarse en mí, y
comprendí que seguramente nadie nunca lo haría. Estaba condenado a vivir sólo. – El
amor va más allá del físico- dicen todos. Ya lo había dicho: conozco eso mejor que
nadie.

Por último llegó esa mujer que ahora estaba sentada a mi lado. No era, ni mucho menos,
la primera vez que me sentaba a solas con ella. Pero nunca le demostré mis
sentimientos: con tenerla como amiga era suficiente. Para qué arriesgarme a perderla?

Conversamos acerca de temas que se esperarían de cualquier par de jóvenes observando


un anochecer a las afueras de la ciudad: las estrellas, la inmensidad de la nada, las
constelaciones y toda la leyenda que sobre ellas se cierne. Pero para mí, cada minuto de
silencio era una oportunidad más para pensar en temas mucho más personales. Apenas
volviéramos al campamento, seríamos de nuevo tres. Ellos dos volverían a hablarse. El
momento no tardaría en tornarse romántico, y yo sería una vez más un simple aparecido
entre dos personas que se gustan. Varias veces antes me había sucedido. Los que nunca
han pasado por una de esas situaciones no tienen otra opción que imaginarla, aunque es
realmente imposible asumir los mismos sentimientos que aquellas personas que
sufrimos. No son capaces de asimilar el dolor, la tristeza y la soledad que nos
acompaña. Ni el vacío de saber que no hay un ser especial a nuestro lado dispuesto a
acompañarnos y superar esos momentos. Ni mucho menos se dan cuenta del dolor que
provoca el amor cuando está frente a nuestros ojos, pero pertenece a otro.

Por un instante quise decírselo. Confesarle lo que sentía por ella. Hacerle entender que
había esperado todo este tiempo sólo por conocerla más, y poder encontrar algún
pequeño detalle que me hiciera desistir, que lograra hacerme olvidarla, y que para bien
o para mal nunca se hizo presente. Pero su actitud indiferente, sus palabras inmersas en
indiferencia nunca valorarían las mías. Me miraría a los ojos del mismo del mismo
modo que cualquiera de las muchas estrellas que nos rodeaban en ese momento
contemplan a un ser humano: como un ser lejano y silencioso, que nunca lograría
acercarse. Volvería con prisa al campamento, intentando alejarse de mí, avivando
solamente mi tristeza, y haciendo despertar en mí envidia y rencor hacia aquellas
personas que estimo.

Me callé, esperando solamente una palabra de sus labios que me hiciera creer que en lo
profundo, ella sintiera algo similar por mí.

Al poco tiempo ella se levantó. Me pidió que volviéramos al campamento. Negarme


sería despertarle desconfianza, así que la seguí. Cuando llegamos, mi amigo estaba aún
despierto, y observaba fijamente la hoguera que habíamos encendido. Mi amiga se sentó
a su lado, y empezaron a conversar.

Hay momentos en los cuales no somos consientes de lo que hacemos sentir a las demás
personas. En ese momento, ellos no detallaban a aquel muchacho, sentado sobre una
piedra, que ahora observaba la llama fijamente mientras los escuchaba conversar. Y que
por cada instante que pasaba y que sus cuerpos se juntaban, se sumergía más en la
nostalgia. Qué los podía interrumpir? Que podía impedir un romance a la luz de la luna
entre dos muchachos que se gustan, alejados de la sociedad y acompañados por un
Nadie que se encierra en el silencio?
Dejé pasar un poco el tiempo. Veía sus sonrisas, sus miradas siempre inquieras, sus
gestos de picardía juvenil. Notaba como sus manos se tocaban cada vez con más deseo,
y pude ver a través de la llama y la oscuridad como los labios de mi amigo se posaban
sobre los de ella.

La desesperación me venció por primera vez en mucho tiempo. Intentando escapar del
llanto, escapé de aquel lugar. Corrí sin rumbo fijo en medio de la noche, buscando
solamente la distancia, quería llorar en soledad, mientras otros destinaban la noche al
amor.

Me detuve al fin, sin saber en donde me encontraba. Evité llorar guardando lo único que
me quedaba de autoestima y esperanza. Y me dispuse a pensar en lo sucedido. Una vez
tras otra me vería obligado a repetir esa escena. Mi vida estaba condenada a girar en
torno a una mujer, para luego verla sonreir por amor a otra persona. Hasta que punto los
amigos logran entender estas situaciones? Que tanto podrían estos dos compañeros en el
camino entender mi situación? De nada valía pensarlo. Así lo entendieran, así intentaran
ponerse en mi lugar, no encontrarían una solución a mi vida. Darían alegría a sus
propias vidas sin darse cuenta que otra vida aparte nunca podría alimentarse de la
misma. No lo harían con intención de lastimar. Cada ser humano tiene derecho a buscar
su felicidad. Pero a personas como yo, se les negó la oportunidad de encontrarla.

Dormí poco, esperando ansiosamente el amanecer que me iluminara el camino hacia mi


hogar. No me importaban mis pertenencias. Cuando ellos notaran mi ausencia, lograrían
pensar por un momento en mi situación. Luego le restarían importancia y seguirían su
camino. A fin de cuentas, habrían encontrado la felicidad, y nada podía ser más
importante que eso.

Tardé un día entero en regresar a mi casa sin pasar por el campamento. La naturaleza no
podía vencerme con la sed y el cansancio. Al contrario, no se puede hacer llorar a un
cuerpo cansado y débil. Y eso fue exactamente lo que yo busqué.

Transcurrieron los días con absoluta normalidad. Dije la verdad a mis padres acerca del
escape, pero mentí acerca del motivo de mi regreso. No valía la pena enterarlos del
asunto.

Pasaron unos días sin hablarme con mis amigos. No quise llamarlos. No lograba olvidar
aquella noche, y por más importantes que ellos fueran para mí y yo extrañara su
amistad, no podía arriesgarme a crearme más dolor. Verlos juntos de nuevo sería avivar
mi tristeza. Y no podría aguantarme para siempre.

Una tarde, mi Amigo fue a visitarme, extrañado de mi desaparición. Nunca le ocultaba


nada, así que le dí a entender todo lo que pasó por mi mente esa noche. Él no tenía la
culpa de lo sucedido. Interpretaba un papel como cualquier persona en el interminable
libreto de la vida.

Cuando terminé, el muchacho me miró fijamente, y sonrió por un momento. “Nada pasó
entre los dos esa noche. Nos dimos un beso, pero… acaso alguien más se va a enterar?
Ella tiene novio, me lo contó esa noche. Pensé que Ud ya sabía..”
Cada vez que recuerdo esos momentos, confundo a mi corazón intentando decirle que
sentir hacia Ella. Me había ocultado lo de su novio con el fin de no herir mis
sentimientos. Seguramente siempre supo de los míos, pero no quiso alejarse de mí por
más absurdo que fuera cualquier posible intento mío por conquistarla. En todo caso,
jamás sería mía. Fuera a mi amigo o no, su corazón pertenecía a otra persona. El mío
podría desgastarse de tristeza por el resto de mi vida, porque sólo lo acompañaría la
soledad, y sólo podría escuchar los pensamientos de un muchacho sin esperanzas que
ahora contempla todas las noches la misma estrella sin dejarse llevar por la pasión,
porque sabe que nunca podrá acercarse a Ella.

Eldanior

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