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Diálogo sobre la historia de la pintura en México
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Ebook172 pages2 hours

Diálogo sobre la historia de la pintura en México

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Síntesis de la historia de la pintura colonial escrita con notable pureza y elegancia de lenguaje, con la que Couto resuelve ese gran problema de cómo debe ser escrita una obra de arte acerca del arte. Es una obra que emplea la flexibilidad, elegancia y riqueza de nuestro idioma al estudiar y describir las creaciones más elevadas que ha producido el espíritu humano: las obras de arte.
LanguageEspañol
Release dateNov 15, 2011
ISBN9786071608291
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    Diálogo sobre la historia de la pintura en México - José Bernardo Couto

    José Bernardo Couto

    Diálogo sobre la historia

    de la pintura en México

    José Bernardo Couto


    Edición, prólogo y notas de Manuel Toussaint

    La primera edición del FCE fue publicada en 1947

    Edición conmemorativa 70 aniversario, 2006

    Primera edición electrónica, 2011

    D. R. © 2006, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

    Empresa certificada ISO 9001:2008

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-0829-1

    Hecho en México - Made in Mexico

    Prólogo

    La importancia del Diálogo de Couto

    en la historia de la pintura colonial

    Pocas veces se da el caso de que una obra de índole técnica sobreviva más de medio siglo a la fecha en que fue publicada. Cuando se trata de un trabajo erudito, generalmente los datos se renuevan por descubrimientos más modernos y aquellas informaciones que presentaron en su tiempo un atractivo de novedad, resultan después completamente atrasadas, por no decir inútiles. Se consulta a veces la obra para rectificar o comprobar algún dato, pero ya no se la considera dentro de una vigencia. No me refiero, naturalmente, a aquellos repertorios eruditos que sólo han reunido datos o referencias metódicamente, los cuales, aunque deficientes ya por el transcurso del tiempo, e incompletos a causa de nuevos descubrimientos, son consultados siempre en su calidad de diccionarios que aportan datos fundamentales. Así son las obras de Ceán Bermúdez, el benemérito compilador de datos acerca del arte en España, de Llaguno y Amírola, del conde de la Viñaza, del diligente Gestoso y otros. Sus autores, sacrificando sus propios ímpetus de creación, se han dedicado a ser auxiliares de los historiadores ofreciéndoles el material que era necesario para sus obras.

    Don Bernardo Couto no se encuentra en este último caso. Quienes escribimos acerca del arte colonial de México estamos obligados a ser nuestros propios eruditos e investigadores, a construir el armazón de nombres, fechas y datos que dan validez a nuestras afirmaciones; a investigar en archivos, crónicas, biografías, relatos, periódicos, revistas; en cualquier sitio en que pueda aparecer el menor vestigio, para allegar todo el material. Naturalmente la obra nuestra ofrece lagunas, huecos, defectos, fallas irreparables. El único recurso que puede salvarnos radica en el esfuerzo de síntesis creadora que, apoyándose en los datos habidos, puede reconstruir una etapa, un periodo o, con mayores ambiciones, una época, completa en su conjunto, aunque débil en sus detalles.

    El pequeño libro de don Bernardo Couto sobrevivió y sobrevivirá por diversos motivos. Él construyó, el primero, una síntesis de la historia de la pintura colonial. Antes de su Diálogo sólo existían informes aislados, muchos inexactos, otros exagerados, acerca de figuras pero no de movimiento. Realizó sus investigaciones eruditas con los elementos de que podía disponer, sólo impresos, y su criterio de historiador es tan honesto y firme que distingue desde 1860 la superchería que acerca de Rodrigo de Cifuentes había inventado regocijadamente el conde de la Cortina. Para que se juzgue del valor de este criterio, basta afirmar que hoy, personas que se dicen historiadores, creen en la existencia del pintor apócrifo, demostrando con eso que carecen en absoluto de criterio científicamente histórico.

    Couto escribe, además, con notable pureza y elegancia de lenguaje. Sin caer en imitaciones ni arcaísmos, su prosa es clara y castiza. Leer su Diálogo por vía de simple pasatiempo es una delicia. Alcanza a resolver, pues, este otro gran problema de cómo debe ser escrita una obra de arte o acerca del arte. Escribir de arte sin arte es algo tan torpe como ofrecer un licor delicado en un cacharro burdo. No que se recurra a la afectación o al pastiche, pero sí que se emplee la flexibilidad, elegancia y riqueza de nuestro idioma cuando se estudian y describen las creaciones más elevadas que han producido el espíritu humano: las obras de arte. Por todas estas cualidades de su Diálogo, que campean también en sus demás escritos, Couto merece ampliamente el dictado de clásico. Clásico en la más grande acepción del vocablo, clásico en su concepción, clásico en su desarrollo, clásico en su lenguaje.

    Desde el punto de vista técnico debemos marcar las debilidades del Diálogo, causadas por los escasos trabajos acerca de la materia. Era imposible que un hombre a quien acosaban múltiples actividades realizara investigaciones personales sobre un tema que era en ese tiempo no una actividad científica, sino motivo de esparcimiento intelectual. Algo así como lo que se designó después con el dictado de dilettanti, aficionados en nuestro idioma. No trato de restar mérito a su obra, sino marco su carácter.

    Las limitaciones de Couto, que siguieron todos los que le han copiado, que son muchedumbre, radican en defectos de información. Él no conoce la pintura mural del siglo XVI, descubierta en nuestra época; no se da cuenta del valor estético del arte pictórico indígena, aferrado a su concepto académico del arte. No aporta informaciones sino de los siglos XVII y XVIII, muchas exactas, otras erróneas y defectuosas. Ignora la pintura popular porque entonces la ignoraba el mundo. Fuera de eso su criterio y sus datos son válidos. La importancia del Diálogo se realza cuando pasamos una revisión de las obras que le han seguido: sus verdades permanecen incólumes y sus errores son copiados a la letra al parejo de sus verdades.

    El primer folleto publicado se debió a un médico, el doctor don Rafael Lucio. Era una aficionado como Couto, pero menos bien informado y más torpe escritor. Su Reseña histórica de la pintura mexicana en los siglos XVII y XVIII apareció en el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística en 1863. Como folleto aislado el año siguiente y en una segunda edición en 1889. Hoy es bastante raro. La publicación de este trabajo es, pues, anterior a la del Diálogo de Couto y algunos escritores mal informados lo han tomado como realmente anterior, sin darse cuenta de que Couto había escrito en 1860 o 1861.

    El valor crítico de la reseña de Lucio es escaso. Redúcese, en último término, a la nómina de pintores que incluye al final de su trabajo, organizada con las firmas que el autor había encontrado en los cuadros adquiridos por él, o en los que ornamentaban en aquella época los templos de la ciudad de México. El folleto es buscado hoy como una curiosidad bibliográfica dada su rareza y el hecho de que casi puede afirmarse que no se reimprimirá nunca.

    En 1879, aunque sin fecha impresa, apareció en Madrid el breve folleto intitulado Historia de la pintura en México, por don Francisco de Arrangóiz. En el primer párrafo nos dice que no se trata sino de un extracto del Diálogo de Couto. No merece, pues, crítica especial, sino un elogio por dar a conocer en Europa el movimiento artístico de un sector de México.

    La publicación del Diálogo sirvió de estímulo a otros escritores deseosos de dar a conocer diversas manifestaciones de la pintura colonial; esto viene a constituir un mérito más de la obra que prologamos. Así, en 1874 apareció en México el folleto que lleva por título Apuntes artísticos sobre la pintura en la ciudad de Puebla, por el profesor D. Bernardo Olivares Iriarte. Se trata de una carta dirigida al pintor mexicano don José Salomé Pina, fechada en Puebla el 17 de junio de 1873. El valor del ensayo es reducido; carece de crítica y sólo viene a interesarnos por la nómina de pintores que incluye, en la cual, naturalmente, ha asimilado lo que antes publicara Lucio. Realmente puede llamársele el Lucio de Puebla, lo que no constituye ciertamente ningún elogio.

    Por estímulo del Diálogo, asimismo, apareció en León en 1884 el opúsculo redactado en Guadalajara en 1879 por don Agustín Fernández Villa bajo el rubro siguiente: Breves apuntes sobre la antigua escuela de pintura en México y algo sobre la escultura. El folleto en su primera edición es en la actualidad rarísimo, por lo cual fue reproducido en 1919 con prólogo y notas del Lic. Alfonso Toro. El valor del folleto original es escaso; el autor confiesa que se ha limitado a reproducir todos los datos publicados antes y esta reproducción es, a veces, tan inexacta que, cuando Couto afirma Del mismo Antonio Rodríguez he visto en San Camilo una santa Teresa, él o sus amanuenses escriben que de Antonio Rodríguez existe un san Canuto en Santa Teresa. En realidad sólo pueden ser aprovechados, y eso con reserva, los datos acerca de pinturas que él ha visto. En la segunda edición no se han subsanado estos defectos; se insiste en Rodrigo de Cifuentes como persona real; pero se encuentran algunas informaciones útiles en las notas. Aparece la ya imprescindible nómina de pintores, acumulando las anteriores; pero esta misma no está libre de censura: a Diego de Borgraf lo hace fraile, cuando se sabe que fue casado tres veces, e incluye entre los pintores coloniales de México a nadie menos que a ¡Pantoja de la Cruz!

    Un norteamericano, Robert H. Lamborn, que había permanecido en México dos temporadas, reunió aquí una regular colección de pinturas antiguas que más tarde depositó en el Pennsylvania Museum anexo al Memorial Hall de Filadelfia, donde aún existen. Fruto de sus viajes y sus estudios fue el pequeño y pulcro libro publicado en Nueva York en 1891: Mexican Painting and Painters. A Brief Sketch of the Development of the Spanish School of Painting in Mexico. Sus informaciones son raquíticas y a veces equivocadas: él parece haber divulgado por primera vez la especie de que el Entierro de Cristo que existía en la iglesia franciscana de Tzintzuntzan era de Tiziano, cuando bien podía verse que se trataba de un cuadro del siglo XVII que no podía, ni por su composición ni por su colorido, alegar tan noble ascendencia. Al fin del libro aparecen la necesaria lista de pintores de los siglos XVII y XVIII y un catálogo de su propia colección de pinturas. He examinado ésta y puedo afirmar que no existe en ella una sola obra maestra y que muchas de sus atribuciones son inexactas.

    Don Manuel G. Revilla, Académico de la Lengua, profesor de español y de historia del arte en la Academia Nacional de San Carlos, fue autor de la obra que a seguidas estudiamos. Escribióla por encargo del director del plantel don Román S. de Lascuráin y con motivo del cuarto centenario del descubrimiento de América. El arte en México en la época antigua y durante el gobierno virreinal, aparecido en 1893, gozó de bastante y merecido prestigio para su época, pero la segunda edición, publicada en 1923, puso en relieve sus flaquezas. Desde luego la debilidad de criterio; para él no existe el arte indígena o si existe es muy inferior al europeo, y nuestro arte colonial no es sino una variante del genuinamente español. La escultura del virreinato empieza según Revilla con la llegada de Tolsá, y para la pintura sigue fielmente a Couto, a quien agrega algunos datos. Obra bien escrita, castiza, en la actualidad está perfectamente atrasada. Hay que hacer constar, en aras de la justicia, que el señor Revilla fue el primero en defender el llamado estilo Churriguera cuando la mayor parte de los escritores, cuyo criterio estaba limitado por el racionalismo por una parte y por el gusto académico por la otra, abominaban de él.

    En la obra monumental de Silvestre Baxter, Arquitectura hispano-colonial en México, aparecida en 1901 (traducción al español con introducción y notas de quien esto escribe, publicada en México en 1934), se lee un capítulo consagrado a la pintura. Naturalmente el autor se limita a reproducir las informaciones impresas: Couto, Lucio y Revilla. La nómina de pintores

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