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Resumen
1.- Introducción
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adherida a una ideología medicamentosa busca suprimir “lo real” y todo lo que
signifique la muerte, de esta manera, no se tolera el síntoma, ni el dolor, pues busca
"curarlo" con medicamentos. Tampoco nuestra sociedad tolera “lo real” bajo la forma
de fallas del cuerpo, handicaps, órganos colapsados o inertes, etc.
Bajo el argumento de mejorar la calidad de vida, o de salvarla, los desarrollos de
las biotecnologías, de la genética y de la robótica, buscan a todo precio mejorar las
capacidades (performances) del cuerpo, prolongar la vida pretendiendo eliminar la
muerte y así, “reparar” nuestra condición de mortales. Y de todo esto el resultado es un
hombre agotado por el evitamiento de sus pasiones, donde no le queda más que
obedecer al Ideal de cuerpo y salud que se le propone. En efecto, estas “propuestas”
que se le hacen al hombre moderno, serían, siguiendo a Michel Foucault nuevas
formas de gestión y del control del cuerpo por el “biopoder”, poder sobre la vida.
El desarrollo de la ciencia y sus consecuencias técnicas ofrecen al sujeto
sobreponerse a los límites del cuerpo y la existencia, de este modo, para todo aquello
que puede significar la presencia de lo real y de la muerte, la ciencia parece tener la
receta exacta para eliminar sus efectos y asegurar un armónico estado de salud.
En efecto, investigaciones inobjetables de la medicina se le ofrecen al enfermo
cómo imperativos para recuperar la salud corporal:
“para el envejecimiento, la medicina ofrece el lifting; para la obesidad, la
liposucción; para el órgano colapsado, el transplante; para el temor a la muerte, el
logro de una longevidad inédita aunque fuese por medio del recurso de conectar el
cuerpo inerte a un conjunto de aparatos; para fantasmas como el de Schreber de ser
una mujer en el momento del coito, las operaciones de cambio de sexo; para la
menopausia, la esterilidad, el celibato, el matrimonio homosexual: los bancos
genéticos, los embriones congelados, la inseminación artificial, la fecundación "in vitro";
para lo irremediable de la muerte, los proyectos de clonación cuya realización quizá ya
sea ingobernable; para la angustia ante las posibles imperfecciones de la
descendencia, la ingeniería genética, la dilucidación del genoma humano y su
manipulación intrusiva, la eugenesia; a la muerte siempre incontrolable, la eutanasia”.
La lista podría hacerse más extensiva, pero lo que interesa es destacar el rasgo
común de todas estas proposiciones: la idea básica de que todo malestar puede
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eliminarse o evitarse y la vida puede transcurrir sin la menor tensión. Pareciera ser que
la modernidad, con sus avances científicos y técnicos, se ha propuesto como meta
curar a la humanidad de su malestar.
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donación argumenta derivarse de una ética y de una lógica que no son las del mercado
y del beneficio, incluso, parece que se les opone. No se trataría más del “don reciproco
de cosas equivalentes”, tampoco el don que produce la obligación, en la persona quien
lo recibe, de devolverlo, e incluso devolver más, como sucedía en la donación llamada
por Mauss “Potlach” donde demostraba la lógica de los dones e intercambios
simbólicos, sino por el contrario, se trata de la donación caritativa, contraria a un
negocio social. En estos términos, la donación de órganos parece haber devenido
objetivamente un asunto subjetivo, personal e individual en donde toda deuda está a
priori negada. Pese a esta caracterización por parte del discurso oficial, la experiencia
clínica muestra que un órgano que no es incorporado en tanto que objeto de un acto
de donación simbólica, sino simplemente en tanto que objeto, o sea, fuera de la lógica
de la donación, es susceptible de provocar resultados negativos sobre el plano
orgánico, sobre el plano de la incorporación psíquica, y también sobre la dinámica
imaginaria y simbólica de la relación al otro.
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sociales y las distintas significaciones que tiene el cuerpo para el sujeto. Ello permitiría
ver la donación y el trasplante como un acto posible a ser integrado en la realidad
psíquica individual, es decir que la experiencia de la donación y del trasplante pueda
‘integrarse’ en la historia subjetiva de los sujetos ahí involucrados.
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existencia particular del cuerpo simbólico. La captura del cuerpo por el significante
agujera al cuerpo, el cual recibe el nombre de cuerpo en su dimensión imaginaria que
es un cuerpo agujereado por los “objetos a”, pedazos de cuerpo imaginariamente
perdidos. No se trata de objetos imaginados sino objetos imaginarios y perdidos que
dejan agujeros, estos agujeros exigen otro trabajo imaginario al sujeto: revestir un
cuerpo agujereado que da la posibilidad de tener un cuerpo “la experiencia misma de
tener un cuerpo está condicionada por la pérdida... El reconocimiento de la imagen
sólo es posible en la medida en que se asume que a ella algo le falta, lo que exige
vestirla, revestirla. Por eso, el cuerpo que ‘tengo’ es más que nada esa vestimenta,
mientras el cuerpo que ‘soy’ se asimila con la carencia en la imagen...”. Finalmente, el
cuerpo en lo real, se constituye por todo lo que del cuerpo escapa a las tentativas de
imaginarización y de simbolización.
En relación a los trasplantes, el sujeto se ve más o menos confrontado a una
intervención médica que desestructura o modifica la relación que tiene con su cuerpo
simbólico, imaginario y real. Dicha confrontación es doblemente complicada, pues para
empezar, el cuerpo es -ya hemos dicho- algo ajeno al sujeto; un órgano trasplantado,
reactualiza en el sujeto el extrañamiento respecto de su cuerpo y también
desencadena fantasías de fragmentación corporal y/o angustia. Las evidencias clínicas
en pacientes trasplantados muestran que las causas son: 1) la antropomorfización del
órgano, 2) atribución de vida autónoma al órgano transplantado, (pese a la
inmunosupresión), 3) fantasma de reencarnación y omnipotencia del pensamiento y 4)
sentimiento de culpa.
El hecho que un órgano trasplantado pueda suscitar angustia, guarda una
relación con las elaboraciones teóricas que se hacen desde el psicoanálisis, a saber,
que: estas manifestaciones, sobretodo constatan el hecho de que el cuerpo y lo
psíquico no son entidades autónomas ni separadas, como lo piensa la medicina, sino
que cuerpo y psique hacen digamos, una desestructurada y compleja unidad.
La presencia del órgano trasplantado despierta en algunos pacientes un
sentimiento particular, sentimiento ominoso, de extrañamiento productor de angustia,
pues el órgano trasplantado representa para ellos la intrusión del otro en sí. Cuando la
angustia rebasa ciertos límites, de la vulnerabilidad del yo o del cuerpo imaginario, las
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consecuencias pueden ser las del rechazo del órgano, o en casos menos graves,
frecuentes y largos episodios de desorganización somática. Tal aseveración puede ser
entendida a partir de la consideración de que entre lo psíquico y el cuerpo existe una
continuidad muy estrecha. Y lo que aparece pronto es que, en efecto, un órgano
trasplantado puede desestructurar las relaciones que el sujeto tiene con su cuerpo
simbólico, imaginario y real.
Un órgano tiene una dimensión real, la cual hace al órgano resistir a las
identificaciones imaginarias y simbólicas, en efecto, lo real del cuerpo está constituido
por todo lo que del cuerpo escapa a las tentativas de simbolización del significante.
Y finalmente, en lo que respecta al donante, el psicoanálisis señala que en la vida
psíquica fantasmática de todo Sujeto, existe la idea de no despojarse nunca de una
parte vital de sí. La idea contraria, afectaría su invulnerabilidad narcisista y su
integridad corporal, pero sobre todo la angustia se haría presente. La presencia de
angustia en el caso del donante, se explicaría a partir de la hipótesis freudiana que
relaciona el complejo de castración y el efecto de un sentimiento de extrañamiento
(unheimlich) o angustia que se produce en el sujeto cuando existen miembros cortados
o mutilados. Un órgano extraído puede venir a resonar a nivel inconsciente como un
equivalente de la castración simbólica.
5.- Conclusiones
Pese al poco interés del psicoanálisis por la articulación teórica que se hace de la
experiencia subjetiva de un trasplante con los tres registros; Simbólico, imaginario y
real, planteados por el psicoanalista francés J. Lacan, ella ofrece una perspectiva de
estudio original y con múltiples posibilidades para continuar con la reflexión sobre la
relación de extrañamiento cuerpo-sujeto. Este estudio obliga a repensar tanto la clínica
psicoanalítica de lo psicosomático y de la lesión de órgano así como plantear distintas
modalidades de intervención psicoterapéutica. La conclusión más evidente señala que
es ineludible la investigación sobre la donación y trasplante de órganos a partir de
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