La doctrina de la Iglesia Católica relativa del Espíritu Santo forma parte integral de su
enseñanza sobre el misterio de la Santísima Trinidad, de la cual San Agustín (De Trin., II,iii,5)
habla tímidamente diciendo: "En ningún otro tema, es tan peligroso el error, o tan difícil
avanzar, o tan apreciable el fruto de un estudio cuidadoso". Los puntos esenciales del dogma,
pueden ser resumidos en las siguientes afirmaciones:
Además de estos sistemas y escritores, que entraron en conflicto con la verdadera doctrina
sobre el Espíritu Santo solo indirectamente como resultado lógico de sus previos errores,
hubieron otros que atacaron directamente la verdad:
• Desde los tiempos de Potius, los cismáticos Griegos, mantuvieron que el Espíritu Santo
verdadero Dios como el Padre y el Hijo, procede sólo del Primero.
• El Espíritu Santo es una Persona realmente distinta como tal, del Padre y el Hijo;
• El es Dios y consustancial con el Padre y el Hijo.
Muchos otros textos declaran bastante claramente que el Espíritu Santo es una
Persona, una Persona distinta del Padre y del Hijo, y sin embargo, Un solo
Dios con Ellos. En varios lugares, San Pablo habla de El como si estuviera
hablando de Dios. En los Hechos, xxviii, 25, le dice a los Judíos: "Es muy
acertado lo que dijo el Espíritu Santo cuando hablaba a sus padres por boca
del profeta Isaías"; ahora bien, la profecía contenida en los dos versos
siguientes son tomados de Isaías, vi, 9,10 donde es puesta en boca del "Rey el
Señor de multitudes". En otros lugares usa las palabras Dios y Espíritu Santo
como simple y llanamente sinónimos. De este modo, escribe I Cor., iii,16: "¿No
saben que son el templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?"
y en vi, 19: "¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que han
recibido de Dios y que está en ustedes?" San Pedro afirma la misma identidad
cuando el habla con Ananías (Hechos v, 3-4): "¿Porqué haz dejado que Satan
se apodere de tu corazón?...¿porqué intentas engañar al Espíritu Santo?...No
haz mentido a los hombres, sino a Dios." Los escritores sagrados atribuyen al
Espíritu Santo todos las obras características del poder Divino. Es en Su
nombre, como en el nombre del Padre y del Hijo, que es dado el bautismo
(Mateo xxviii, 19). Es a través de Su operación que es realizado el mayor de
los misterios Divinos, la Encarnación del Verbo, (Mateo., i, 18-20; Lucas, i,35).
Es también en Su nombre y por Su poder que los pecados son perdonados y
las almas santificadas: "Reciban el Espíritu Santo: a quienes descarguen de su
pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos"
(Juan, xx, 22, 23); "Pero han sido lavados, han sido santificados y rehabilitados
por el Nombre de Cristo Jesús, el Señor, y por el Espíritu de nuestro Dios" (I
Cor., vi, 11); " la cual no quedará frustrada, pues ya se nos ha dado el Espíritu
Santo y por El el amor de Dios se va derramando en nuestros corazones"
(Rom., v, 5). El es, esencialmente el Espíritu de verdad (Juan, XIV, 16-17; xv,
26). Aquel cuya obra es el fortalecimiento de la fé (Hechos, vi,5), que confiere
sabiduría (Hechos, vi,3), quien dá testimonio de Cristo, lo cual equivale a decir
que confirma Sus enseñanzas internamente (Juan xv, 26) y que enseña a los
Apóstoles el completo significado de ellas (Juan, xiv,26; xvi,13). Con estos
Apóstoles, se quedará por siempre (Juan, xiv,16) Habiendo descendido a ellos
en Pentecostés, los guiará en su trabajo (Hechos, viii, 29), El inspirará a los
nuevos profetas (Hechos xi, 28; xiii,9) como El inspiró a los profetas del Antiguo
Testamento (Hechos, vii,51). El es la fuente de gracias y dones (I Cor., xii, 3-
11). En particular, El otorga don de lenguas (Hechos, ii, 4;x, 44-47). Y en tanto
habita en nuestros cuerpos, los santifica (I. Cor., iii, 16; vi, 19) y de esta manera
los levantará nuevamente, un día, de la muerte (Rom., viii,11). Aunque El obra
especialmente en el alma, dándole nueva vida (Rom., viii, 14-16; II. Cor., i,22;
v,5; Gal., iv,6). El es el Espíritu de Dios, y, al mismo tiempo, el Espíritu de Cristo
(Rom., viii,9); porque El está en Dios, El conoce los misterios mas profundos
de Dios (I.Cor., ii, 10-11) y posee todo el conocimiento. San Pablo termina su
segunda carta a los Corintios (xiii,13) con su fórmula de bendición la cual,
puede ser llamada una bendición de la Trinidad: "La gracia de nuestro Señor
Jesucristo, y la caridad de Dios y la comunicación del Espíritu Santo estén con
todos Uds." - ct. Tixeront "Histoire des dogmes", Paris, 1905, I,
80,89,90,100,101.
Pero debemos regresar al año 360 para encontrar la doctrina sobre el Espíritu Santo explicada
clara y totalmente. Es San Atanasio quien lo explica en sus "Cartas a Serapion" (P.G., XXVI,
col. 525 sg). El ha sido informado que ciertos Cristianos sostenían que la Tercera Persona de la
Santísima Trinidad es una creatura. Para refutar aquello, consultó las Escrituras y de ellas se
formularon argumentos tan sólidos como numerosos. En particular, ellas dicen que el Espíritu
Santo está unido al Hijo por relaciones tales como aquellas que existen entre el Hijo y el Padre;
que El es enviado por el Hijo; que El es su portavoz y lo glorifica; que, por el contrario a las
creaturas, El no ha sido hecho de la nada, sino que viene de Dios; que realiza obras
santificadoras entre los hombres de lo cual ninguna creatura es capaz; que al poseerlo,
poseemos a Dios; que Dios creó todo por El; que, en fin, El es inmutable, tiene los atributos de
inmensidad, unicidad y tiene el derecho a todos los apelativos y expresiones que son usados
para expresar la dignidad del Hijo. La mayoría de estas conclusiones son apoyadas en textos
de las Escrituras, unas pocas de ellas fueron dadas más arriba. Pero el escritor otorga especial
dedicación en lo que se lee en Mateo., xxviii, 19: "El Señor" - escribe (Ad. Serp., III, n6 en PG.,
XXVI 633 sg) "fundó la fé de la Iglesia en la Trinidad cuando Dijo a Sus Apóstoles: "Vayan por
todos lados y enseñen a todas las naciones; bautizenlos en el nombre del Pedre y del Hijo y del
Espíritu Santo". Si el Espíritu Santo fuera una creatura, Cristo no lo hubiera asociados con el
Padre; hubiera evitado hacer una Trinidad heterogénea, compuesta de elementos discímiles. ¿
Qué es lo que Dios necesita? Acaso El necesita unirse a Sí mismo con un ser de diferente
naturaleza?... No, la Trinidad no está compuesta por el Creador y la creatura". Poco más tarde,
San Basilio, Dydimus de Alejandría, San Epiphanius, San Gregorio de Nizianzus, San Ambrosio
y San Gregorio de Niza tomaron la misma tésis ex professo, apoyándola en su mayor parte con
las mismas pruebas. Todos estos escritos prepararon el camino del Concilio de Constantinopla
el cual, en el año 381 condenó a los Pneumatomaquianos y solemnemente proclamó la
verdadera doctrina. Estas enseñanzas forman parte del Credo de Constantinopla como era
llamado, donde el símbolo se refería al Espíritu Santo. "Quien es también nuestro Señor y
Quien dá vida; Aquel procede del Padre, Quien es adorado y glorificado junto con el Padre y el
Hijo; Quien habló a través de los profetas. ¿Fué este credo, con sus particulares palabras,
aprobado por el Concilio de 381?. Anteriormente esa era la opinión común e incluso en tiempos
recientes había sido sostenido por las autoridades como Hefele, Gergenrother y Funk; otros
historiados entre los que se encuentran Harnack al Duchesne, son de opinión contraria; pero
todos concuerdan al admitir que el credo del cual estamos hablando fué recibido y aprobado
por el Concilio de Chalcedon, el año 451 y que, al menos desde aquel tiempo, fué la fórmula
oficial del Catolicismo ortodojo.
A. Todos los Cristianos han admitido que el Espíritu Santo procede del Padre;
esta verdad está expresamente dicha en Juan XV, 26. Pero, los Griegos
después de Photius, negaron que El procediera del Hijo. Y, sin embargo, tal es
manifiestamente enseñado por las Sagradas Escrituras y por los Padres.
1. En el Nuevo Testamento
V. LA FILIACIÓN (FILIOQUE)
Habiendose tratado la parte que toma el Hijo en la Procesión del Espíritu Santo, estamos
próximos a considerar la introducción de la expressión Filioque, dentro del Credo de
Constantinopla. El autor del agregado es desconocido, aunque la primera huella se encuentra
en España. El Filioque, fué sucesivamente introducido dentro del Símbolo del Concilio de
Toledo en el año 447, entonces, en cumplimiento de una orden de otro sínodo sostenido en el
mismo lugar en el año 589, fué incluído en el Credo Niceno-Constantinopla. Admitido también
dentro del Símbolo Quicumque, comenzó a aparecer en Francia en el siglo octavo. Fué
cantado el año 767 en la capilla de Carlomagno en Gentilly, donde fué oído por embajadores de
Constantino Corponimnus. Los Griegos estaban impactados y protestaron. Las explicaciones
fueron dadas por los Latinos, y le siguieron muchas discusiones. El Arzobispo de Aquileia,
Paulinus, defendió el agregado en el Concilio de Friuli el año 796. Fué luego aceptado por el
conciclio en Aachen, el año 809. Sin embargo, como probó ser un obstáculo para los Griegos,
el Papa Leo III, lo desaprobó
Y, aunque corcordaba enteramente con los Francos sobre la cuestión de la doctrina, aconsejó
omitir la nueva palabra. El mismo dió origen a dos grandes planchas de plata, sobre las cuales
el credo, con la expresión disputada omitida, fué grabado para ser eregidas en San Pedro. Su
consejo fué desatendido por los Francos; y, como la conducta y el cisma de Potius parecía
jutificar a los occidentales en no dar mas crédito a los sentimientos de los Griegos, el agregado
de las palabras fué aceptado por la Iglesia Romana bajo Benedicto VIII (ct. Funk,
"Kirchengeschichte", Paderborn, 1902, p. 243). Los Griegos siempre habían acusado a los
Latinos del agregado. Consideraban que, bastante aparte de la cuestión doctrinal involucrada
en la expresión, la inserción fué hecha violando el decreto del Concilio de Efeso que prohibía a
cualquiera "producir, escribir o componer una confesión de fe otra que la definida por los
Padres de Nicea". Tal razón no resistiría análisis. Suponiendo la verdad del dogma (establecido
mas arriba), es inadmisible que la Iglesia pueda o pudiera haberse privado del derecho a
mencionarlo en el símbolo. Si la opinón adherida, y que posee fuertes argumentos que la
apoyan, considera que el desarrollo del Credo en lo que respecta al Espíritu Santo fueron
aprobados por el Concilio de Constantinopla (381), de inmediato puede establecerse que los
obispos en Efeso (431) ciertamente no estaban pensando en condenar o culpar aquellas de
Constantinopla. Pero, dado el hecho que la expresión disputada fué autorizada por el Concilio
de Chalcedon en el año 451, concluímos que la prohibición del Concilio de Efeso nunca fué
comprendida y no debe entenderse en un sentido absoluto. Podría ser considerada ya sea
como doctrinal, o como un mero pronunciamiento disciplinario. En el primer caso, podría excluír
cualquier agregado o modificación opuesta, o discrepante con el depósito de la Revelación; y
tal parece ser su importancia histórica porque fué propuesta y aceptada por los Padres en
oposición a la formula manchada con Nestorianismo. Considerado el segundo caso como una
medida disciplinaria, pudo vincular solo a aquellos que no eran depositarios del poder supremo
en la Iglesia. Los últimos, en tanto es su deber enseñar la verdad revelada y preservarla del
error, poseen autoridad Divina, el poder y el derecho de extender y proponer a la fe tales
confesiones de fe como las circunstancias puedan demandar. Este derecho es ilimitable como
asimismo inalinable.
Algunos escritores extienden este término a todas las virtudes sobrenaturales, o también, a los
actos de todas estas virtudes, en tanto son resultados de la misteriosa obra del Espíritu Santo
en nuestras almas por medio de Su gracia. Pero, con Santo Tomás, I-II, Q. 1xx,a.2, la palabra
está ordinariamente restringida a significar solo aquellas obras sobrenaturales que son hechas
con gozo y paz en el alma. Es, en este sentido, que muchas autoridades aplican el término a la
lista mencionada por San Pablo (Gal., v, 22,23): " En cambio, el fruto del Espíritu Santo es
caridad, alegría, paz, paciencia, benignidad comprensión de los demás, generosidad, bondad,
fidelidad, mansedumbre, continencia y castidad". Más aún, no hay dudas que esta lista de doce
- tres de las doce son omitidas en varios manuscritos Griegos y Latinos - no son para tomarse
en un sentido estrictamente limitado, sino, de acuerdo a las reglas del lenguaje Escritural, como
capaces de ser extendidos para incluir todos los actos de carácter similar. Es por eso que el
Doctor Angélico dice: "Todo acto virtuoso que el hombre realiza con placer es un fruto". Los
frutos del Espíritu Santo no son hábitos, cualidades permanentes, sino actos. Por lo tanto, no
pueden ser confundidos las virtudes y los dones, de los cuales se distinguen como el efecto es
a su causa, o del arroyo con su fuente. La caridad, paciencia, mansedumbre, etc., de las cuales
hablan los Apóstoles en este pasaje, no son las virtudes mismas, si no sus actos u
operaciones; porque, no obstante lo perfecta que las virtudes sean, no pueden ser
consideradas como los mas importantes efectos de la gracia, siendo en sí mismas destinadas,
en tanto ellas son principios activos, para producir otra cosa distinta. Ej. Sus actos. Aún más,
para que el nombre metafórico de frutos de estos actos se justifique totalmente, deben
pertenecer a aquella clase ( de actos) que son desempeñados con facilidad y placer; en otras
palabras, la dificultad involucrada en desempeñarlos debe desaparecer en presencia del deleite
y satisfacción que resulta del bien logrado.
Santo Tomás, a quien podemos seguir confiados, entrega un buen resumen de opiniones en II-
II, Q xiv. El plantea que la blasfemia contra el Espíritu Santo fué y puede ser explicado en tres
formas.
• Por otro lado, San Agustín, frecuentemente explica la blasfemia contra el Espíritu Santo
como impenitencia final, la perseverancia hasta la muerte en pecado mortal. Esta
impenitencia es contra el Espíritu Santo en el sentido que frustra y es absolutamente
opuesta al perdón de los pecados, y este perdón de apropiada al Espíritu Santo, el
mutuo amor del Padre y el Hijo. En esta perspectiva, Jesús, en Mateo 12 y Marcos 3
realmente no acusan a los Fariseos de blasfemia contra el Espíritu Santo, El solo los
advierte contra el peligro en que se encontraban al hacerlo.
Es fácil ver cómo esta amplia explicación se ajusta a todas las circunstancias del caso donde
Cristo dirige sus palabras a los Fariseos. Estos pecados son considerados comúnmente seis:
desesperanza, presunción, impenitencia o una fija determinación a no arrepentirse, obtinación,
resistencia a la verdad conocida y la envidia por el bienestar espiritual de otro.
Se dice que los pecados contra el Espíritu Santo son imperdonables, aunque el significado de
esta afirmación variará bastante de acuerdo a cual de las tres explicaciones dadas mas arriba
es aceptada.. En cuanto a la impenitencia final, esto es absoluto; y esto es fácilmente
entendido, porque incluso Dios no puede perdonar donde no hay arrepentimiento y el momento
de la muerte es el instante fatal después del cual ningún pecado mortal es perdonado. San
Agustín, al considerar en las palabras de Cristo la implicancia de absoluta inperdonabilidad,
que sostuvo que el pecado contra el Espíritu Santo es solamente el de la impenitencia final. En
las otras dos explicaciones, de acuerdo a Santo Tomás, el pecado contra el Espíritu Santo es
perdonable - no absolutamente y siempre, que (considerado en sí mismo) no sean extenuantes
las demandas y las circunstancias, la inclinación hacia el perdon, puede ser solicitado en el
caso de pecados de debilidad e ignorancia. Aquel que, por pura y deliberada malicia, rehusa
reconocer la obra manifiesta de Dios o rechaza los medios necesarios de salvación, actúa
exactamente igual al hombre enfermo que no solo rehusa toda medicina y alimento, sino que
hacer todo lo que está en su poder para aumentar su enfermedad, y cuyo mal se torna
incurable debido a su propia acción. Es verdad que, en cualquier caso, Dios podría, por un
milagro, vencer el mal; El podría, por Su propia onmipotente intervención, ya sea anular las
causas naturales de la muerte corporal, o radicalmente cambiar la voluntad del pecador
porfiado, pero tal intervención no estaría de acuerdo con Su providencia ordinaria; y si el
permite las causas secundarias para actuar, si El ofrece al hombre libre voluntad de gracia
ordinaria pero suficiente ¿ quién podría tener motivo de queja?. En una palabra, la
imperdonabilidad de los pecados contra el Espíritu Santo es exclusivamente por el lado del
pecador tomando en cuenta los actos del pecador.
Sobre el dogma ver:: STO. TOMAS, Summa Theol., I, Q. xxxvi-xliii; FRANZELIN, De Deo Trino (Rome, 1881); C. PESCH,
Pælectiones dogmaticæ, II (Freiburg im Br., 1895) POHLE, Lehrbuch der Dogmatik, I (Paderborn, 1902); TANQUEREY, Synop.
Theol. dogm. spec., I, II (Rome, 1907-8). Consideración de los argumentos del dogma en las Escrituras: WINSTANLEY, Spirit in
the New Testament (Cambridge, 1908); LEMONNYER, Epîtres de S. Paul, I (Paris, 1905). Consideraciones de la tradición :
PETAVIUS, De Deo Trino in his Dogmata theologica; SCHWANE, Dogmengeschichte, I (Freiburg im Br., 1892); DE REGNON,
Etudes théologiques sur la Sainte Trinité (Paris, 1892); TIXERONT, Hist. Des dogmes, I (Paris, 1905); TURMEL, Hist. de la
théol. positive (Paris, 1904).