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COMO DEBEIS PENSAR

“Dichoso el hombre cuyo corazón está dispuesto para recibir la


resonancia de todas las cosas; bienaventurado el varón, humilde y ecuánime,
cuya inteligencia es cera donde se graba la impronta de todos los
conocimientos.”

Las personas piensan constantemente, aunque muchas no se detienen


a examinar lo que piensan y cómo piensan.

Para empezar, evoquemos al niño que ofrece a su madre las flores que
recogió en el campo y le dice jubilosamente: “Mira, soy yo quien las ha
recogido”. ¿Hay una frase más sencilla y un gesto más espontáneo que la
frase y el gesto del niño? Con todo, en ellos se esconde ya un mundo de
afirmaciones y de pensamientos: el niño se señala a sí mismo, se ofrece al
reconocimiento y a la admiración de la madre; su frase equivale a decir:
“Soy yo, este yo aquí presente, el que ha recogido las flores y, sobre todo,
no vayas a creer que ha sido mi hermano o la niñera”. Sin embargo, el niño
no repara en todo lo que su frase significa; sus afirmaciones de gesto, de
palabra y de entonación son afirmaciones espontáneas, no reflexionadas.

Tomemos ahora otro ejemplo. Durante miles de años, los hombres


levantaban su mirada al cielo, veían el Sol y las estrellas, los nombraban,
tenían una idea de ellos; pero, hasta que Giordano Bruno dijo: “Las
estrellas son soles y el Sol es una estrella”, a nadie se le había imaginado
unir en una afirmación estos dos términos. Y, sin embargo, este juicio era
verdad y enriquecía a la humanidad con un conocimiento que serviría para
comprender mejor al universo. Antes los hombres habían dicho y decían
muchas cosas del astro de la mañana y de las estrellas de la noche, pero no
se habían percatado de la comunidad de naturaleza que había entre ellos.

Estos ejemplos nos muestran cómo en la vida enunciamos


constantemente temas e ideas sin reflexionar en la riqueza del pensamiento
que encierran o sin darnos cuenta de las verdades elementales que a ellos
se refieren. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que quienes así lo
hacen saben pensar. Aprendamos nosotros de ellos.
LA INTELIGENCIA Y EL MECANISMO DEL CEREBRO
HUMANO

Recordemos, en primer lugar, lo más sencillo de nuestra vida


intelectual. Sabemos que debemos la capacidad de pensar al espíritu y que
lo que piensa en nosotros no es, hablando con precisión, ni nuestros
nervios ni nuestro cerebro. Pero asimismo aprendimos que nuestro
espíritu no está nunca separado del cuerpo y que, además, el pensar
supone la existencia de sensaciones a cuya producción contribuye
esencialmente el cuerpo. Ahora bien, ya dijimos que el Orebro es el asiento
principal de todos los procesos orgánicos, sin cuyo concurso la vida
psíquica sería imposible. Sin este precioso órgano, el juicio, el
razonamiento y la imaginación, carentes de apoyo en el organismo
humano, desaparecerían, y con ello la libertad y la responsabilidad del
individuo, reducido a simples automatismos reflejos, como la ameba u
otros animales inferiores.

Durante muchísimo tiempo se ha creído que para cada acción de los


individuos, palabra, percepción de colores, sonidos, etc., había una región
localizada en el cerebro.

Este concepto no era arbitrario, y a que los exámenes realizados por


los anatomistas y fisiólogos comprobaron la verdad de estas localizaciones
cerebrales. Mas, sin embargo, pronto se presentaron hechos muy curiosos.
Personas que habían sufrido la destrucción de la porción de su cerebro
relacionada con las percepciones acústicas, por ejemplo, seguían oyendo.
Esto llevó a los fisiólogos a estudiar más detenidamente los mecanismos
del cerebro y llegaron así a la conclusión de que, si bien es cierto que en
determinadas partes están localizados los centros relacionados con una
función dada, no es sólo esta porción de masa encefálica la que concurre a
las percepciones de este tipo, sino todo el cerebro, en su conjunto, y que
cualquier porción de la masa cerebral puede, en caso de accidente de una
parte determinada, sustituirla en sus funciones específicas.
EL SUEÑO ES UN PODEROSO PROTECTOR NATURAL DEL
CEREBRO

En los seres vivos existen órganos que nunca descansan: el corazón y


los pulmones funcionan sin interrupción desde el momento de nuestro
nacimiento hasta nuestra muerte. Para ellos no existe el cansancio por que
continuamente sus tejidos se renuevan. Todos hemos observado cómo se
regenera una uña después que ha sufrido un accidente; lo mismo sucede
con todos los órganos del cuerpo menos con el cerebro y los nervios.

El tejido nervioso es el mismo desde el nacimiento hasta la muerte y


sufre un continuo desgaste que lo vuelve gradualmente más débil con los
años.

La naturaleza es previsora. El corazón no descansa, pero recupera sus


tejidos; el sistema nervioso no los recupera, pero descansa. De esta manera
se evita su pronto aniquilamiento. El sueño es el encargado de velar por la
integridad de las células nerviosas.

Durante bastante tiempo se creyó que el sueño era como el descanso


después de un ejercicio muy violento, que servía para reponer las fuerzas
gastadas. Sin embargo, el descubrimiento que hicieron los fisiólogos de que
las células nerviosas no se recuperan nunca, invalidó esta hipótesis. ¿Cómo
reponer las fuerzas la integridad de órganos que, sufrido un desgaste, no lo
reparan? El sueño no podía, pues, ser una función de recuperación y
entonces se llegó a la conclusión de que servía para prevenir contra la
excesiva fatiga. Todas las noches dormimos, aunque nuestro cerebro no
esté fatigado, y ello tiene por finalidad ayudar a reparar el resto del
organismo y evitar que las células cerebrales lleguen a cansarse.
DESCANSEMOS PARA PENSAR BIEN Y NO TENGAMOS
OCUPADA LA MENTE CON DOS IDEAS A LA VEZ

Cuando asistimos a una larga conferencia, o estudiamos durante


muchas horas, inevitablemente sentimos sueño. Esta sensación es el alerta
del cerebro que nos dice: “¡Alto ahí!, comienzo a fatigarme; un poco más de
esfuerzo y comenzaré a gastarme”. Y es un toque de atención que nunca
debemos desoír, pues de lo contrario puede acarrear graves consecuencias
para la salud mental. Muchos estudiantes tropezaron con grandes
dificultades, porque, en vez de estudiar un poco cada día durante todo el
año, pretendieron aprender sus lecciones en unos días antes de la fecha del
examen.

Comprenderemos mejor la segunda regla si comparamos al hombre


“que piensa” con el que “no piensa”. La diferencia de uno y otro consiste en
que el que piensa tiene pensamiento y se fija en ellos, y el otro los tiene y
no se fija. Hemos de fijarnos en los pensamientos, para que los que acuden
a nuestra mente, en el correr del día, no pasen por ella como si no los
hubiéramos tenido.

Ahora bien, para fijarnos en las cosas, lo que hemos de hacer es


concentrarnos. Si las cosas pasan muy rápidamente ante nuestra mirada, o
son muchas las que se juntan en un mismo momento, no nos dan tiempo
para fijarnos en ellas, o no atinamos a distinguirlas y escogerlas, con el
resultado de que se nos escapan en su totalidad. Fijarse equivale, pues, a
concentrarse, y concentrarse supone cerrar la puerta a muchas cosas y
atender sólo a una.

Todos queremos saber: a ninguno le gusta que lo tilden de ignorante.


Ahora bien; el que bien piensa es el que sabe, y para pensar bien hay que
empezar por fijarse, y para esto hay que concentrarse. Esto lo olvidan
algunos que quieren, por ejemplo, estudiar una lección pensando al mismo
tiempo en otra cosa, con el resultado descorazonador, pero muy evidente,
de que no aprenden y, a veces, cuando continúan este esfuerzo por
demasiado tiempo, lo único que consiguen es una fatiga igual o mayor que
la que proviene de estudiar robando tiempo al sueño.
EL SECRETO DEL ÉXITO DE TODOS LOS GRANDES
PENSADORES

Tenemos razón cuando admiramos las “creaciones del pensamiento”,


pero vamos equivocados cuando creemos que nos es imposible hacer otro
tanto. Es verdad que hay especialidades que requieren disposiciones
adecuadas y que unos hombres las tienen y otros carecen de ellas, como
ocurre, por ejemplo, con las matemáticas y con la música. Pero fuera de
esto, nada hay más cierto que el hecho de que la mayor parte de las grandes
ideas y casi todos los grandes descubrimientos del género humano
pudieron haber sido pensadas las primeras y hechos los segundos por
cualquiera capaz de interesarse y de prepararse para ellos.

Sin duda, las ideas, el juicio y el razonamiento pueden ser falsos o


verdaderos, o también puras ficciones, que no pretenden ser ciertas, como
cuando decimos que la luna tiene cara humana.

Podemos imaginarnos nuestra mente a la manera de un espejo en el


que se refleja el mundo exterior. Así pues, fuera de nosotros hay cosas, y la
reflexión de estas cosas en nuestra mente debe corresponder a ellas tal
como son. Las cosas de fuera y las ideas de dentro deben reflejarse
mutuamente y con fidelidad. Pero por lo común no sucede así. Nuestra
imagen del mundo exterior se falsea o desfigura o hay en ella enormes
lagunas que no debería haber.
LAS COSAS QUE CONTRIBUYEN A FORMAR UN GRAN
PENSADOR

Gran pensador no es que formula conceptos y juicios, sino el que hace


que sus afirmaciones estén en perfecto acuerdo con las relaciones de la
naturaleza. La virtud y el valor de la idea de que las estrellas son soles, está
en que la relación entre estos dos términos es perfecta para nuestra mente.

Por esto no hay preocupación mejor, si queremos pensar bien, que la


de la verdad y exactitud de nuestros juicios y razonamientos. Y no vayamos
a creer que es esto, en la práctica, tan fácil como parece. No sólo las cosas y
la ciencia son complejas, difíciles por lo tanto de traducir en conceptos,
sino que hay en los objetos de nuestro estudio razones a las que no
deberíamos atender si estamos enamorados de la verdad, y que, sin
embargo, atendemos. Todos oímos hablar de las “razones del corazón”
que, si son a veces plausibles, otras nos engañan y nos llevan al error.
Expliquemos un poco más este punto, que es de suma importancia.

COMO LA VOLUNTAD PUEDE FALSEAR EL CONOCIMIENTO

La inteligencia es como un faro luminoso que alumbra en su continuo


girar todo lo que abarca con sus rayos. Ahora bien, para que este haz de luz
convierta en saber los objetos que ilumina, es necesario –como decíamos
antes— que se fije o se concentre en las cosas.

Esto nos expone al peligro del error. Pues el fijarse, el detenerse en


una cosa, no depende de la inteligencia, sino de ella; concentrar los rayos
lumínicos de la inteligencia y hacer que incidan en este punto de la realidad
solamente depende de la voluntad; si no queremos fijar la atención, la
inteligencia no se fija en nada; si no queremos fijarnos en este objeto y
preferimos hacerlo en otro, la inteligencia atiende a éste y descuida al otro.
En segundo lugar, lo que hace que queramos una cosa no es su verdad, es
decir, el ser así y no de otra manera, sino su bondad, o se la relación de
utilidad y perfeccionamiento que pueda tener con respecto a nosotros:
queremos lo que amamos. Todo ello no enseña dónde y cómo se oculta el
peligro para la inteligencia. Pongamos, por ejemplo, que esta persona es
una enamorada del blanco hasta tal punto que nada quiere saber del negro;
cuando el haz de luz de la inteligencia ilumina un objeto en el que se
avecinan el blanco y el negro, la voluntad ordena que el foco se detenga en
el blanco y en él se concentre; la voluntad hace esto porque le gusta el
blanco, porque son éstos sus amores y nada más. La inteligencia obedece –
no puede hacer otra cosa—y comienza a darse cuenta del blanco, porque,
como sabemos, se da cuenta de aquello en que se fija; al cabo de algún
tiempo, juzga que lo ha visto todo, que nada más hay que ver y que lo sabe
todo. Entonces afirma: “Aquí no hay más que blanco”, y comete un error,
porque también había negro. Quizás ocurra que la inteligencia atisbe el
negro y sospeche la verdad; pero a la voluntad le molesta esta suspicacia y
manda a la inteligencia con más impero que se concentre en el blanco,
como susurrando a su oído: “Mira bien, ¿no ves que no hay nada más?” Así,
con inocencia unas veces, otras con remordimiento, la inteligencia se
equivoca y no es el espejo de la realidad que debería ser.

EL MAL QUE HAY EN CREER LO QUE SE QUIERE CREER

Este trastorno del conocimiento es tal que los hombres llegan a creer
lo que desean y quieren creer; y este hecho es tan importante en la vida del
género humano, que por sí solo explica muchos acontecimientos de la
historia.

Todos conocemos hombres tan apasionados por su partido, su clase


social o sus creencias religiosas, que no atienden otras razones fuera de las
que favorecen a aquello que aman; para ellos todo es blanco y jamás
reconocerán, en los objetos de su preferencia, la oscuridad del negro.
Notemos que no hay ningún mal en amar y aun sentir preferencia por
determinadas cosas o ideologías que pueden ser dignas de amor y hasta de
un amor que lleve al martirio. El mal está en no amar la verdad con la
misma intensidad. Amemos, pues, todo lo que puede ser digno de ser
amado, pero sepamos dominar nuestra pasión, aun la más legítima, por
medio del amor entrañable a la verdad de las cosas. Cuando este amor
existe, los otros amores alcanzan la belleza y la gracia; si él falta, nada los
liberará de la mancha de la mentira y del error. El que ama de manera que
no le queda amor fuera del objeto de su elección, es un fanático, y al
fanático se le rechaza y se le desprecia; pero el que ama en forma tal que el
objeto de su amor conjuga en su perfección el amor por la verdad de todas
las cosas, es un hombre nacido para lo grande –el genio, el héroe y el santo,
que jalonan la historia de la humanidad—, y frente a él nos inclinamos
todos con el orgullo de sentirnos sus semejantes.
Dichoso el hombre cuyo corazón está dispuesto para recibir la
resonancia de todas las cosas; bienaventurado el varón, humilde y
ecuánime, cuya inteligencia es cera donde se graba la impronta de todos los
conocimientos.

COMO EL SABER REQUIERE LA LENTA MADURACION DEL


TIEMPO

Finalmente hemos de persuadirnos de que el pensar bien requiere


maduración y tiempo. Las cosas nunca se entregan en una sola vez y hay
muchas que no se entregan nunca. Lo que sabemos es poco comparado con
lo mucho que nos falta saber y que quizá siempre ignoraremos.

Consideremos así lo que los siglos acumularon en su diálogo con el


universo: no podemos ignorarlo, ya que, a partir de sus respuestas,
debemos hoy empezar el nuestro. Consideremos la mirada múltiple con
que la inteligencia puede asombrarse ante la Creación, esa multiplicidad
que hemos de desarrollar en todas sus formas, pues no podemos
contentarnos con la geometría lógica del razonamiento y descuidar la
comunicación poética de la intuición. Admiremos el engarce con que ideas
y conceptos se relacionan entre sí, sin cuya armonía es imposible
estructurar el mundo disperso en moldes de civilización y de cultura. Todo
ello, como decimos, requiere tiempo. Hemos, pues, de constituir nuestro
conocimiento, tal como se levantaron las venerables catedrales del pasado:
juntemos primero los materiales, dotémonos de todos los instrumentos y
tracemos después esos planos ideales con la grandiosidad y el aparato con
que los puede soñar el corazón hambriento de saber. Pero, una vez hecho
esto, sepamos esperar, sin confundir la piedra del cimiento con el
arquitrabe del techo, o rebajar la nobleza del modelo a la pequeñez de las
ideas dispersas. Si aguijoneados por la premura no sabemos persistir hasta
comprender o recortamos pobremente el impulso hacia nuestro ideal de
conocimiento, nunca llegaremos a pensar bien. Dejemos, pues, que el paso
del tiempo calme nuestro afán desmedido contribuyendo a la sazón de los
frutos. Sepamos pensar.
BIBLIOGRAFIA:

la Enciclopedia
EL NUEVO TESORO DE LA JUVENTUD.

Editorial Cumbre (1980).

Tomo No. 19, Páginas: 251, 252 y 254, 255, 256.

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