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SUBSTITUCION

Era un hombre de modales suaves y voz calma, nada en el podría hacerle sospechar a uno
de lo que en realidad era, un despiadado asesino. Metro sesenta y cinco de estatura,
complexión robusta, más bien gordo, sombrero de fieltro cubriendo su calvicie parcial,
cara redonda, son-rosada como de bebé, inexpresiva, ojos azules, nariz pequeña, labios
gruesos, muy poco inte-resante en verdad. Salvo por esos ojos, vacuos y fríos, que hacían
que todo aquel que los mirara sintiera un leve estremecimiento en la espina dorsal.

La mayor parte de su vida, al menos la parte más importante que recordaba, había sido un
cazador. La vida según su punto de vista se dividía entre cazadores, que eran los que
sobre-vivían, y presas, las víctimas. En definitiva, la simple y cruel ley de la selva. Pero
allí los roles cambian rápidamente.

El último asesinato había fallado, y eso no se permitía, ahora él era la presa. Sabía que no
debía haber aceptado, desde un principio dudó, era algo grande, muy grande para su
gusto, pero con ese pago se hubiera podido retirar de por vida y ya estaba cansado del
trabajo que tenía, además se estaba volviendo viejo. Eso lo decidió a tomarlo y ahora era
tarde para arrepentimientos.

Necesitaba desaparecer y rápido o lo haría en forma permanente. Era más lógico que
huyera en el primer avión que saliera del país, que es lo que seguramente esperarían sus
perseguidores, por lo tanto lo último que él haría. Aguardaría a que pasara un tiempo
prudencial y cuando comenzaran a desanimarse, porque jamás desistirían, dejaría el país,
probablemente para irse a un paraíso tropical donde pudiera asolearse y beber leche de
coco.

Debido a su profesión no tenía muchos amigos, de hecho ninguno, el amigo de hoy podía
ser la víctima de mañana. Era un profesional y ese era un lujo que no se podía permitir.
No tenía lugar alguno donde pudiera refugiarse hasta que pasara la tormenta , así que se
vio obligado a buscar uno por su cuenta , los aguantaderos eran el primer lugar donde lo
buscarían , y no confiaba en nadie. Su único equipaje eran una maleta, su rifle con mira y
una cámara fotográfica para identificar a su víctima desde varios ángulos y no cometer
errores.

Había visto el anuncio en los clasificados, en realidad, al principio no le prestó la menor


atención, buscaba algún lugar barato cerca del aeropuerto, o de cualquier punto de partida
importante de algún medio de transporte que lo pudiera sacar de allí. Un lugar donde la
cantidad de gente le sirviera como un escudo para protegerse, no porque a los que lo
buscaban les importara mucho el hecho, sino para huir en medio de la confusión, además
la policía es más numerosa en esos sitios que en otros. Al principio le hizo gracia, él
viviendo como cualquier correcto ciudadano, pero cuanto más lo pensaba menos absurdo
le parecía. Un modesto departamento, con un precio razonable, en un barrio residencial,
lleno de gente respetable, el último lugar donde lo buscarían.
Hubo uno que le pareció especialmente adecuado para sus propósitos, tanto por su
ubicación geográfica como por sus vecinos , la mayoría empleados de oficinas o
vendedores\as de pe-queñas tiendas. Un lugar desde donde podía vigilar a los demás y de
difícil acceso, pero con
una rápida salida en caso de emergencia.
Contrariamente a lo que esperaba la casera no era una típica caricatura del diario del
domin-
go, eternos ruleros, cara de pocos amigos, o de ninguno, y una persistente obsesión por el
di-nero. Era eso sí una señora mayor pero no demasiado, rondaría los sesenta años, de
modales suaves y amables y un extraño acento sureño considerando la ciudad. Sólo tenía
un gato y de sus inquilinos lo único que pretendía era que pagaran del uno al diez de cada
mes y que se comportaran de una manera civilizada y respetuosa de los demás.
No tuvo mayores problemas para conseguir el departamento, pagó un mes de depósito y
el que venía, por adelantado. En cuanto a su profesión, pregunta inevitable, respondió de
una forma elusiva. No sabía qué justificaría su permanencia indefinida en ese lugar, lo
primero que se le vino a la mente fue un escritor, sí eso era. Y con la vida que había
llevado, ya tenía material suficiente como para una decena de novelas. Era un ex
empleado de banco, ahora retirado, más que nada se dedicaba a las liquidaciones, dijo con
un negro sentido del humor. Quería escribir una novela policial, así que en lo posible no
debía ser molestado. Si vas a escribir sobre algo, que sea sobre lo que mejor conoces.
La comida se la hacía traer de la tienda de comestibles, al menos se entretendría
cocinando y estaba seguro de que nadie iba a envenenársela. Los otros productos los traía
el muchachito de la tienda de la esquina.

Hacía ya tres semanas que estaba allí, al principio se dijo que era un descanso, a la
semana de no hacer nada comenzaba a arrepentirse de no haber huido, al menos estaría
haciendo algo, pero en su interior sabía que si lo hacía sólo lograría ocupar un espacio más
en el cementerio, ver crecer el pasto desde abajo, en fin, terminar como la mayoría de sus
víctimas, muerto.

Esperar, esperar, tan solo esperar. Sin saber que iba a ocurrir al minuto siguiente. La
espera lo estaba enloqueciendo, tenía que buscarse una ocupación sin pérdida de tiempo.
Su única compañía eran sus instrumentos de trabajo, lástima que no fueran muy
entretenidos. Fue así que un día sin darse cuenta, como jugando, se encontró estudiando
los movimientos de sus vecinos del edificio de enfrente, espiándolos a través de la mira
telescópica de su rifle, quizás por deformación profesional, aunque ya estaba bastante
deformado, vaya uno a saber.

Con el correr de los días ya tenía armado un esquema mental de las actividades de sus
vecinos, el del tercero que sacaba a pasear a su perro a la noche porque no podía dormir.
Las visitas semifurtivas que recibía la rubia del quinto, algo gordita pero no del todo fea,
y las peleas con su novio.
Pero había alguien que le llamaba la atención, le intrigaba, un hombrecito que no parecía
tener horarios definidos y sin embargo, había algo que no concordaba con él, se veía
demasiado metódico para llevar una vida desordenada. Después de dos semanas de su
llegada , los hábitos del hombrecito habían cambiado, se veía más próspero, sin ostentar,
pero para él, acostumbrado como estaba a observar, eso no pasaba inadvertido.
Habían pasado ya más de veinte días y todavía no lo habían descubierto. Sabía que era
una locura , pero ya no soportaba más el encierro y la ocasión le daba la excusa para salir,
seguiría al hombre y descubriría cual era su juego.

Si bien al principio no le resultó muy fácil, con el tiempo se había vuelto muy bueno
siguiendo gente, después de todo tenía que estudiar los movimientos de sus víctimas y no
confiaba en otros para que hicieran su trabajo. Ahora se alegraba de haber adquirido esas
habilidades.

Eran cerca de las doce del mediodía y el hombre iba a salir, era el momento perfecto para
se-guirlo. Una vez afuera, éste comenzó a caminar en dirección norte, por lo visto pensaba
ir a pie, lo que indicaba que el sitio al que iba no podía estar lejos. Perfecto, le facilitaría
el trabajo.

Durante todo el trayecto sólo volteó una o dos veces, aparentemente no creía que alguien
lo siguiera, o era un novato en la materia, probablemente ambos. A los diez minutos
llegaron a la estación de autobuses; al parecer ese era su destino.

En seguida se dirigió a los casilleros, donde sacó una llave y abrió el número 39, del que
sacó un sobre color marrón. Luego compró un periódico y se sentó en una banca a esperar.
Él hizo lo mismo, se preguntaba cuanto tendría que aguardar.
Afortunadamente no fue por mucho tiempo, un individuo de aspecto nervioso miró para
todos lados y luego pareció decidirse, ya que se sentó al lado de su presa. Aparentemente
entablaron una conversación casual, pero a él no lo engañaban. El individuo le deslizó un
fajo de billetes que el hombrecito procedió a contar , asintió con la cabeza y le entregó el
sobre. El otro sujeto lo abrió, miró el contenido y se levantó, su rostro reflejaba alivio, se
dirigió a la salida y no se detuvo.

Por fin tenía las pruebas que necesitaba, ya sabía lo que quería. Era un chantajista, un
maldito chantajista. Realmente los detestaba. Decidió desentenderse del sujeto, pero los
días pasaban, y el dinero se le acababa y ya no soportaba más la ciudad, debía irse y en
este momento, él era su única posible fuente de ingresos.

Nunca le habían gustado los chantajistas, no corrían riesgos y disfrutaban del esfuerzo de
otros, desde su punto de vista eran parásitos. Él en cambio, tenía que responder por los
resultados, como bien lo sabía ahora, y además implicaba todo un trabajo previo estudiar
a la víc-tima, encontrar el momento y lugar preciso y por supuesto, la ejecución y
posterior huída. Lo peor que le podía pasar a un chantajista era que lo denunciaran, no
cobrar el dinero, en cuyo caso buscaría una nueva víctima o la única posibilidad riesgosa,
que decidieran matarlo. En su caso en cambio eso no sería nada raro, tanto sea de parte de
la policía como de alguien que quisiera vengarse, o aún de un cliente insatisfecho. Pero
ahora irónicamente la suerte, su mala suerte, lo obligaba a convertirse en algo que
despreciaba. El destino siempre nos depara sorpresas.

En ese momento una carta, por demás inesperada, estaba llegando a su destinatario.¡Qué
ex- traño! Normalmente no acostumbraba a recibir cartas y esta no tenía remitente.
Bueno, la única manera de saber que contenía era abrirla. Al principio no entendía , pero
poco a poco su rostro demostró que lo estaba haciendo.
Era inconcebible, lo chantajeaban a él, después de 15 años viviendo del dinero que le
pagaban sus clientes, como solía llamarlos, por callar sus debilidades.

No era como todos los chantajistas, de ninguna manera, tenía reglas muy estrictas y las
res-petaba. Exigía un sólo pago grande o contribución como le gustaba llamarlo, y se
comprometía a no volver a molestarlo, al menos por ese asunto. Por supuesto si surgía
otro negocio con ese cliente eso ya era harina de otro costal , pero si no cumplían o
trataban de engañarlo entregaba las evidencias a la persona interesada, tenía una
reputación que mantener. Claro que eso normalmente no sucedía, elegía gente
suficientemente rica como para que pudieran pagar, pero no tanto como para que se
convirtieran en un enemigo peligroso de quien cuidarse.
Desgraciadamente este no había sido el caso de su último cliente, el tipo había hipotecado
la
casa sin que su mujer lo supiera , para financiar una inversión que pensaba que le daría
mucho dinero, lamentablemente el negocio fracasó y esto había dejado a su pequeña
empresa al borde de la quiebra. Un asunto desafortunado para ambos porque él tampoco
ganaba nada denunciando la infidelidad del marido a la esposa, pero reglas son reglas.
Días más tarde se había enterado de como terminó el asunto gracias al diario. Le gustaba
leer el diario de la mañana mientras desayunaba, muchos de sus negocios habían surgido
gracias a artículos que allí aparecían, o de las páginas de sociales, ámbito en el que su
socio se desenvolvía como pez en el agua, lástima que recientemente hubiera fallecido en
un trágico accidente de carre-tera. Especialmente debido a que éste antes de morir, había
consumido la mayor parte del dinero de la sociedad, dejándolo en una incómoda situación.

La noticia estaba junto a un pequeño recuadro que decía algo respecto de que aún no
había novedades acerca de los profanadores de la tumba del capo mafia. Muy poco
interesante en verdad.

La esposa venía de una familia de gran prestigio, que siempre había desaprobado su
matrimonio, y al enterarse, ésta inmediatamente pidió el divorcio. El apellido de la esposa
era lo único que impedía que algunos de sus acreedores le hubieran entablado juicio y al
perder el apoyo de esta y su familia cayeron sobre él como una jauría de chacales,
obligándolo a declararse en quiebra para poder pagar sus deudas. La custodia de los niños
la obtuvo la madre, ya que él no estaba en condiciones de mantenerlos. Hasta la amante
lo abandonó, debido al escándalo.

Sus ahorros se le estaban acabando, sólo podría mantenerse por un mes más por lo que se
había visto obligado a buscar una nueva víctima con más premura de lo que hubiera
querido. Sólo había conseguido 2.500 dólares, de un chantaje que no quería hacer, no era
de su estilo, pero no le quedó otra alternativa.
Por supuesto, estaba su negocio legítimo, su fachada por así decirlo, pero este apenas si
producía dinero, y ahora con el problema de la sucesión, se paralizaría todo por meses, si
era afortunado.

Estaba en esos menesteres cuando le llegó la primera esquela dirigida a su casa. La nota
era breve, le ordenaba depositar la cantidad de $ 20.000 en un lugar que le sería
debidamente in- dicado. La segunda nota llegó al día siguiente, debía estar a las diez de
la noche en la esquina de la primera y Chapel Street , donde se encontrarían para canjear
el dinero por las pruebas. Eso sólo quedaba a unas cuadras de allí, obviamente su colega
era de la zona o lo conocía demasiado bien.

Al principio no supo que hacer, la sorpresa le embotaba sus sentidos, pronto se dio cuenta
que eso no era ninguna broma, alguien sabía su verdadera profesión y estaba dispuesto a
sacar provecho de esa información, los papeles se invertían. Juntó todo el dinero que pudo
reunir y tuvo que empeñar algunos objetos de valor, pero al fin consiguió reunir unos
quince mil dólares, no era lo que pedían, pero esperaba que fuera suficiente. Cuando su
mano sujetaba el pomo de la puerta, se detuvo. No estaba seguro si hacía lo correcto,
después de todo no había muchos chantajistas que tuvieran tanto sentido de la ética como
él. En ese momento una imagen se le apareció en su cabeza , el sujeto podía estar armado,
y él completamente indefenso, la idea le provocó un ligero estremecimiento.
Al final se había decidido, tenía la certeza de que el individuo que lo chantajeaba
necesitaba aún más desesperadamente el dinero que él , por lo que esperaba que aceptara
su oferta, pero igual había tomado el revolver de su antiguo socio, primera vez en su vida
que llevaba un arma, y ahora aquí estaba esperando el momento propicio.

Eran las diez de la noche, el sujeto debía estar por llegar. A las diez en punto estuvo allí,
mirando para todos lados. Le gustaba la puntualidad, respetaba eso. Bueno, era hora de
actuar, dio un breve chistido, protegido en las sombras, y el hombre se acercó. En ese
momento se decidió a salir a la luz, no importaba que lo viera, de todas formas se iría a la
mañana siguiente a disfrutar del cálido sol caribeño.

En el momento en que vio sus ojos supo que todo estaba decidido, había visto muchas
veces esa expresión, cada vez que se miraba al espejo. Bueno , era mejor así, al menos
sería en su ley como estaba acostumbrado. Era la primera vez que veía un chantajista con
valor , quizás fuera porque los papeles se habían invertido. Sabía que el primero en
disparar sería el victorioso, el sobreviviente, sólo esperaba el momento en el que el
hombrecito se decidiera a hacerlo.
Sin embargo este le siguió el juego, por lo visto aún no encontraba el momento adecuado,
porque dijo :
- Necesito más tiempo , las cosas no anduvieron bien últimamente, traje todo el dinero que
tengo pero aún me faltan reunir cinco mil dólares, por favor acéptelo, no va a conseguir
más.

El interior del hombrecito bullía en un mar de sensaciones confusas y contradictorias, por


un lado le horrorizaba la idea de la sangre , en especial si era la suya , por el otro la idea
de ir a prisión no podía considerarla, sería una lenta agonía o en el mejor de los casos
algún guardia lo encontraría colgando en su celda, perspectiva que no le agradaba en lo
más mínimo. Debía arriesgarse , además había algo de orgullo profesional en todo esto ,
no podía tolerar que lo chantajearan a él, era insultante.

Qué extraña que es la vida, si hubiera sido una de sus víctimas no hubiera tenido la más
mínima contemplación para con ella, y ahora aquí estaba, suplicando por un poco de
misericordia. Con el aspecto de un animal asustado, pero como tal cuando se ven
acorralados, se vuelven más peligrosos porque atacan a su agresor.
El asesino cometió un error, tal vez pensó que a último momento se acobardaría o que
tenía más dinero, pero eso no importa, sus palabras exactas fueron:
_¡No!, de ninguna manera, quiero lo que pedí ni un centavo menos.

Jamás había disparado en toda su vida , ni siquiera por diversión , y ahora tenía que
matar para salvarse, su vida no estaba en peligro, pero no tenía el dinero y si lo
denunciaba iría a la cárcel y sabía que no lo soportaría.

Todo ocurrió en una fracción de segundo, se oyeron dos detonaciones simultáneas y sólo
uno quedó en pie.

Su falta de experiencia unida a su nerviosismo lo traicionaron, el temblor de su mano y su


pésima puntería le hicieron errar el tiro, solo lo había rasguñado en el brazo izquierdo. Su
carrera y su vida habían terminado en ese mismo instante. La bala le perforó el corazón ,
la muerte fue casi instantánea. Una vez más era el perdedor. Al menos casi ni lo había
sentido.

El asesino soltó un juramento y se tomó su brazo herido, por suerte no era grave, sólo un
raspón que se curaría al llegar a casa. En cualquier momento podía venir alguien o peor
aún la policía, ya fuera porque oyeron los disparos o por que algún vecino los hubiera
llamado. Sólo tenía unos momentos, e hizo un torniquete con su pañuelo para detener la
sangre, tomó el maletín y huyó sin siquiera voltearse a mirar atrás.

En realidad hizo algo más, tomó las llaves del difunto y su billetera, quería que la policía
tardara el mayor tiempo posible en darse cuenta de que era un asesinato y pensaran que
fue otro robo más, en el que la víctima se resistió, con funestas consecuencias para ella.
Bueno, de hecho era un robo así que no irían mal encaminados. Iba a irse a su casa y salir
a toda prisa de la ciudad, las cosas se estaban poniendo demasiado calientes para su gusto.
Maldijo el momento en que se le ocurrió volverse chantajista , pero qué remedio , él era
práctico y no perdió mucho tiempo en absurdas lamentaciones. Lo hecho, hecho está. En
ese momento se le ocurrió una idea que quizás fuera absurda, o tal vez sólo desesperada,
pero la casa del muerto estaba más cerca y se estaba sintiendo débil, sabía donde quedaba
y tenía las llaves. Además era posible que tuviera algo más de dinero escondido en alguna
parte de la misma. Era de noche y el lugar era un edificio de departamentos, nadie lo vería
entrar.

Con dificultad abrió la puerta de entrada y subió al ascensor, ya en el vestíbulo busco el


de-partamento tercero "B"-sí es éste, pensó al ver la letra en la puerta- a la tercera llave
que probó la puerta se abrió. Tanteó la pared buscando el interruptor, la luz iluminó la
estancia mostrando un departamento amueblado con buen gusto , con muebles costosos
pero no rebuscados. Pero en ese momento sólo le interesaba descansar, se recostó en el
amplio sofá de la sala, ya cuando se recuperara buscaría el dinero, si es que había alguno,
comenzaba a dudarlo. Su cabeza se sentía cada vez más pesada, no podía retener la idea
que tenía, debía asegurarse si el dinero estaba allí. Fue su último pensamiento, se había
quedado profundamente dormido.

Lo primero que oyó al despertar fue una voz que reflejaba todo el odio que sentía su
poseedor: _¡Arruinaste mi vida, pero ahora voy a acabar con la tuya!
Aún adormilado y débil por la herida trató de entender qué pasaba, mientras se quedaba
mi-rando con expresión atónita al que allí había irrumpido, un hombre joven de mediana
edad, con un arma apuntándole directamente a él. Intentó levantarse, inmediatamente
supo que había sido un error, un grave y fatal error.

Sólo hubo dos detonaciones secas, luego un gemido ahogado y el sonido sordo de un
cuerpo al caer. La sorpresa se reflejaba en su rostro, mientras sentía como su sangre tibia,
se escapaba.
Cada instante de su vida pasó delante de sus ojos y de una manera u otra siempre estuvo
re-lacionada con la muerte. Su padre, dueño de una funeraria, hasta que murió en un
accidente automovilístico. Luego de unos años su madre a quien diagnosticaron una
enfermedad terminal y terminó muriendo de ésta, pese a que su hijo intentó hacerse cargo
de la funeraria, sin mucho éxito, acabando en la bancarrota para pagar los costosos
tratamientos a los que ésta era sometida.
Quedó solo siendo un muchacho, en un barrio en el que había que ser rudo para
sobrevivir y se juró que no le pasaría lo que a su familia, jamás dependería de nadie y
viceversa. Con el tiempo se vio envuelto en actividades delictivas hasta convertirse en lo
que era ahora, pero había sido su elección y él lo sabía.
Empezaba a ver borroso, se le dificultaba respirar, los sonidos se hacían cada vez más
lejanos, ya la oscuridad lo envolvía y luego, nada. Se había ido.
Su último pensamiento no fue de venganza, ni de lamentación, sólo curiosidad. Era
irónico, ni siquiera sabía por qué.

El hombre se quedó allí, de pie, con el arma humeante aún en sus manos por largos
segundos antes de reaccionar. En realidad no era así como planeó las cosas, sólo hasta que
vio el cuerpo allí tirado tomó conciencia de lo que había hecho, sólo quería asustarlo,
verlo suplicar por su vida, humillado como lo había sido él, quizás recuperar su dinero o
al menos una parte, el abogado era muy costoso y le estaba quitando hasta el último
centavo de sus escasos ahorros. Ahora no importaba que lo acusaran de desfalco , era algo
peor ante los ojos de la ley, un homicida.

En ese momento sólo pensó en huir, cuando reparó en el maletín, al abrirlo no podía creer
lo que veía , no era una gran fortuna , pero sí suficiente para pagar buena parte de sus
deudas y ganar tiempo para refinanciar el resto, todavía tenía una esperanza de recuperar
a sus hijos. Debía huir de allí lo antes posible, aún tenía un grave problema, el detective
privado que había contratado para averiguar la dirección del chantajista, se daría cuenta
en cuanto la noticia apareciera en los periódicos , seguramente avisaría a la policía y lo
atraparían. A menos que él hiciera algo antes , no le pareció muy próspero cuando lo
contrató , pero no podía darse el lujo de pagar uno mejor, tal vez pudiera comprar su
silencio, si no ya vería que hacer.

El silencio de la noche fue quebrado una vez más, era un sonido que se iba haciendo más
in-tenso a medida que se acercaba , era profundo como un lamento , la patrulla policíaca
había llegado a la escena del crimen. Era un auto particular, el que bajó vestía de civil, por
lo visto era un detective.
Recibió la llamada cuando estaba fuera de servicio, en ese momento se dirigía a su casa.
Era un homicidio y quedaba a unas pocas calles de distancia de donde estaba. ¡Qué
diablos!, iría él.

Apartó a la muchedumbre de curiosos que siempre se forma cuando interviene un crimen,


nunca entendería que los obligaba a ser tan morbosos, llamó al encargado del edificio,
quien estaba a medio vestir , a quien reconoció por los pantalones grises de trabajo y su
gorra. Le ordenó que trajera a todos los vecinos, debía hacerles algunas preguntas, quería
saber quién había llamado y si este vio algo. Él asumiría toda la responsabilidad , pero
debía traerlos cuanto antes, ya se disculparía personalmente por levantarlos a esas horas.

Nadie había visto nada, sólo un vecino que oyó la detonación y dio inmediato aviso a la
policía, nadie se asomó por miedo a sufrir algún daño, no los culpaba, era comprensible.
Lo extraño era la forma en la que había muerto, se veía que no había intentado
defenderse, y la herida que tenía en el brazo no podían habérsela provocado por error,
nadie falla a tan corta distancia, menos aún profesionales como los que debían haber
hecho esto, lo último que terminaba de desconcertarlo era que no encontraron ningún
mensaje , o algo así como la mafia acostumbra dejar en esos casos.
La puerta había sido forzada, la cerradura era de mala calidad y no fue difícil violarla.
Los peritos llegarían pronto, pero dudaba que fueran a hallar huellas.

Algo dentro suyo le dijo que ese iba a ser otro crimen sin resolver , el segundo en lo que
iba del comienzo del año, le estaba sucediendo demasiado seguido y eso no podía ser
bueno para su carrera, de ninguna manera. Ya bastante tenía con el caso del mafioso que le
asignaron, crimen que sabía, y esperaba, nunca se iba a resolver.

No sé por qué les cuento esto, quizás sea porque a veces me aburro, o porque me siento
solo. Se preguntarán como me enteré de lo que les estoy relatando, o qué papel jugué en
esos acontecimientos, tómenlo como una confidencia, a su tiempo ya se enterarán.

Entiéndanme bien, no me quejo. No puedo decir que haya sido una mala jornada, pero
tampoco de las más fructíferas, he tenido días mejores, pero estoy satisfecho, soy alguien
que disfruta haciendo su trabajo, y el mío nunca termina. Ya me estoy preparando para el
día siguiente. De hecho este ha sido un buen año, pero a veces prefiero calidad a cantidad.

Se dice que de los impuestos y de la muerte nadie puede escapar. No soy contador, no se
nada de impuestos. Pero puedo asegurarles algo, de mí nadie se escapa.

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