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o La Divina Comedia o el Fausto o Hamlet o La crítica

de la razón pura.
Pero lo que no podremos esperar jamás es que una
máquina produzca un solo acto de carácter moral.
Para ello sólo está el hombre en su ser todo como to-
talidad espiritual y emocional. Siendo esto así, ¿nos re-
sistiremos a aceptar la llamada de la divinidad que otorgó
a nosotros, como hombres, esa alta misión?

II

EDUCACIÓN EN EL SER Y
EDUCACIÓN EN LOS VALORES

"A los hombres, más que valo-


res, les falta capacidad de goce pa-
ra ellos". Wilhelm Schapp. ("La
Nueva Ciencia del Derecho").

Así como hay una educación en el ser, hay también


una educación en los valores.
En cierto sentido, la cultura europea, la que nace
precisamente con los albores de la filosofía griega y toma
por primera vez conciencia de sí misma en la escuela
eleática, con Parménides, es, en un todo, una cultura
del ser.
Y tal vez la gran crisis a que ahora mismo asistimos,
reside justamente en que estamos haciendo el tránsito
de una cultura del ser a una cultura del valor.
No es casual que sea a la filosofía del siglo XX a la
que ha cabido la misión de advertir con plena concien-
cia que uno es el ser de las cosas y otro su valer.
No puede decirse ahora por dónde anda, en estos
mismos instantes que vivimos, la investigación filosófi-
ca sobre el ser y el valor y sobre las esferas ónticas, en Mas, en cambio, si enunciamos que es bello o fino,
que cada uno de estos extremos se comporta, se confi-/ ordinario o vulgar, cursi o ridículo, estas consideracio-
nes nos comprometen y debemos responder ante la vani-
gura y se precisa. dad femenina, halagada o contrariada, del adjetivo que
Sería menester retornar a muchos elementos previos hemos empleado.
para que mis palabras puedan tener algún sentido. Em- De esta clase eran los adjetivos que Clemenceau no
pero, unas cuantas observaciones a nuestro actuar de quería ver emplear al incipiente periodista, sin consulta
cada día podrá mostrar algo de lo que se pretende previa.
enunciar aquí, es decir, dónde hay ser y dónde hay Y estos adjetivos son, justamente, los que expresan
valor. valores. Y expresan valores, se dice, porque por ellos, las
Fue el filósofo alemán Lotze quien lanzó la idea, en cosas no tienen más ni menos ser, no son, propiamente
el siglo pasado, de que al lado de las cosas que son hay hablando, sino que valen.
cosas que valen. Que uno es el objeto ser y otro el objeto Es ostensible que tiene más entidad una libra de
valer. Veamos cómo sea todo esto. Una anécdota empe- cobre que una onza de oro. El peso es un ser.
zará por aclararlo: Cuando Clemenceau se empeñaba en También es claro que hay más ser en un poema épico
las más vehementes y ruidosas campañas periodísticas, de quinientas estrofas que en un madrigal de cinco lí-
a raíz del proceso Dreyfus, tomó a su cargo los servicias neas. El verso es un ser.
de redacción de un inteligente joven, brillante escritor, Por otra parte, hay también más fisiología, un sis-
pero apenas iniciado en el periodismo. Por ser tan inex- tema nervioso más extenso en el cuerpo de un elefante
perto, a cada paso perturbaba el trabajo de su favore- moribundo que en la fina figura juvenil de un deportis-
cedor en solicitud de consejos sobre lo que escribía. Has- ta. Lo fisiológico es, igualmente, un ser.
ta que el gran periodista, cansado un día de tanta im- Comparada la sonrisa de la Gioconda con la de Joe
pertinencia, dijo a su discípulo: "Ponga usted en sus tra- Brown, a no dudarlo los músculos cigomáticos de este
bajos sustantivos, verbos, preposiciones y publíquelos último tienen mayor entidad que los de Mona Lisa, que
sin más. Cuando le venga la tentación de un adjetivo, apenas se insinúan.
consúlteme". En efecto: no es que todo adjetivo exprese Un rascacielo neoyorkino alberga diez y más veces el
ya un valor; no ocurre tampoco que los sustantivos no Templo de Santa Marie delle Grazie, la famosa catedral
sean, en algunos casos, denominativos de valores; pre- de Milán. El espacio es un ser.
cisamente, el valor es siempre denotado con un sustan- Una porcelana del rococó, colocada por María Anto-
tivo. Pero las cosas que son seres y a las cuales atribuí- nieta en el Trianón, apenas cuenta a la fecha menos de
mos un valor, reciben de nosotros esta atribución por doscientos años, resultando así muy nueva ante los uten-
medio de un adjetivo. silios de trabajo que descubrimos hoy como de la civili-
En alguna ocasión dije que la valoración nos com- zación quimbaya o incaica. El tiempo pasado también
promete, mientras el ser deja intacta nuestra responsa- es un ser.
bilidad. Si afirmamos que el traje de una dama es verde, El estrecho abrazo de un amigo puede causarnos más
o grande, o amplio, o de lino, o de seda, bien podemos dolor que el empujón insidioso de cualquier transeúnte
estar seguros que, en el peor de los casos, sólo nos arries- que nos odie. El dolor es un ser.
gamos a sufrir algún error.
La herida abierta por un cirujano es muchas veces Vemos cómo Euclides, el clásico de la geometría, nos da
más honda y, también, más perjudicial que el lancetazo una ciencia mezclada de física. Su mismo nombre, geo-
de nuestro enemigo. Las lesiones son seres. metría, medida de la tierra, está diciendo hasta dónde
En fin, observaciones semejantes podríamos hacer en el grande espíritu que la creó no comprendió bien lo que
todos los órdenes de las cosas que nos rodean: en la ge- hoy entiende cualquier bachiller; es, a saber: que la
nuflexión para lo religioso, en la rubicundez para el geometría es una ciencia ideal que, si sirve para medir
pudor, en el colorido para la pintura, en la rigidez para la tierra, ello es por acaso, pero, en ninguna forma, lo
la solemnidad, en la soltura para la elegancia, en la ener- esencial.
gía para la voluntad moral. Recordad la lógica de Aristóteles, el altísimo genio
Pero ninguna de esas entidades que están por debajo de la Antigüedad; pues esa lógica es hoy muy poco apro-
de los valores enunciados es más o menos ser, a causa vechable para los profesores especializados en universi-
de éstos. Y sin embargo, con esas cosas trabaja el hom- dades europeas y americanas. La lógica de éstos es pura
bre sólo en cuanto pueden ser portadoras de algún valor. lógica, sin combinaciones con lo físico, sin intromisiones
Y aquí hemos de volver a la afirmación previa de que de lo psicológico, sin secretos maridazgos con lo metafí-
la cultura europea toda ha sido una cultura del ser. sico. Pero Aristóteles es y seguirá siendo el gran maestro
La expresión es exacta. Porque se habla del ser, pero de la Lógica en Occidente.
se habla también de la cultura. Y la cultura, subjetiva- Cuando surge en el cristianismo primitivo el proble-
mente hablando, es decir, el hombre de cultura, lo que ma de las dos naturalezas que hay en Cristo, el grande
los alemanes llaman "Bildung", formación, educación, obispo de Alejandría, San Atanasio, impone, en el Con-
es esa aptitud para tomar, escoger, elegir entre los se- cilio de Nicea, la tesis dogmática, que es eje de nuestra
res, aquellos que son justamente valiosos. Por otra par- religión, de la igualdad de naturaleza entre el Verbo en-
te, la cultura objetiva, la Kultura, con K, de los alema- carnado y las demás personas de la Santísima Trinidad.
nes, es la realización de ciertos valores en los objetos- Esto se afirmó contra los arríanos que, por cierto, en for-
seres. ma más inteligible al hombre común, defendían la doc-
Europa ha vivido, pues, ante un ser, pero ha vivido trina de la mera semejanza. La actitud de Atanasio per-
ante él, culturalmente, es decir, ha vivido en el sér, tenece al cristianismo clásico defensor de lo inefable, de
su valor. que por encima de lo que el hombre entiende está lo in-
Pero adherida al ser, aferrada a él como a una tabla inteligible para él, pero perfectamente visible para Dios.
de salvación. Y esto es lo clásico de la cultura europea. Ya hoy, en los círculos de las artes plásticas, no se
Cuando hablamos de los clásicos nos sentimos atur- llama clásicos solamente a los maestros del Renacimien-
didos y confusos, justamente, porque lo clásico nunca to, es decir, a los grandes espíritus del cinquecento ita-
es la expresión de un valor puro, sino el ser rodeado, liano. El apelativo retrocede al quattrocento, es decir, al
atravesado, transido de todos los valores de que el hom- Giotto, a Piero de la Francesca, a Sandro Botticelli, a
bre gusta. Lorenzo di Credi, a los que, en una forma injusta, se lla-
Lo clásico ostenta por esto una cierta rudeza, una, mó primitivos. Pues en ellos, en sus obras, florecen con
por así decir, impureza esencial. esa impureza a que nos hemos referido, todos los valo-
res pictóricos en que se especializaron, cada cual por su Dante Alighieri es una naturaleza turbulenta: en él
lado, el siglo XVI y el siglo XVII, es decir, el Renacimien- se aquilata la santa teología de Tomás de Aquino y todo
to strictu sensu, y el Barroco. El arte de los primitivos el arte romano-cristiano; pero, por otra parte, apoya,
no es solamente lineal ni solo pictórico; hay superficie como ardiente gibelino al Emperador contra el Papa.
pero también profundidad, hay tendencias no logradas Cervantes es el primer escritor de la lengua castella-
a la forma cerrada y aspiraciones larvadas hacia la for- na, y, sin embargo, nada tiene que ver con un purista.
ma abierta. Y si en el siglo pasado el nombre "primiti- Mejor lo hace, en este punto, cualquier cervantista de
vos" denotaba, en cierta forma, un defecto, hoy la crítica medianos quilates.
más reciente exalta a esos primitivos a la cumbre de lo Karl Marx afirmaba: "Moi; je ne suis pas marxiste". Y
clasico. en verdad que el maestro resultaba mucho menos puro
En lo clásico hay algo de tendencia, de larva, de pro- en sus tesis, en sus doctrinas, en sus grandes concepcio-
ducto no completamente acabado. Lo noble, que tam- nes que cualquier discípulo mediocre pero avispado, v. gr.
bién es lo clásico, muestra siempre esa rudeza de que los marxistas de la Tercera Internacional.
hablábamos antes. Miradlo en los linajes, y encontraréis Con razón don Miguel de Unamuno solía decir que
en la Edad Media la crueldad unida a la magnanimidad amaba a Hegel y odiaba a los hegelianos. Hegel es el
en un Bayardo, en un Francesco Sforza, en un duque Hegel concreto y vivo, pero los hegelianos son el maestro
de Benavente. Por esto ha podido escribir el gran psicó- purificado y deshumanizado.
logo Félix Krueger: "En todas las cosas exquisitas y no- Si lo clásico ostenta este sabor amargo mezclado a la
bles, así en el arte como en la vida, palpita una contra- dulzura, si es áspero dentro de lo terso, si es ingrato en
dicción íntima —a consecuencia de una necesidad estruc- los rincones de lo plácido, justamente por eso, la obra
tural interna— que les imprime una tirantez como la clásica es inagotable, nunca hostiga, jamás sacia com-
del acero. La hoja damasquina es flexible y dura a la pletamente.
par. Las frutas alemanas maduran lentamente y tal vez Lo clásico es lo único que resiste la vulgarización,
no alcancen nunca la dulzura —sin mezcla de sabor ex- digamos mejor, la divulgación.
traño— de las naranjas, higos y vinos meridionales... En el temor que algunos expresan porque algunas
Las naturalezas nobles guardan en su trato con las que obras maestras se ferien, se pongan al alcance de todas
les rodean un fondo de reserva, más, de recatada esqui- las fortunas, he visto siempre una sospechosa falta de
vez". seguridad interior, de riqueza íntima. Porque la obra
clásica, sin dejar de ser una, como que se esparce siem-
Todo lo clásico está tocado de esta imperfección ra- pre hacia sus admiradores sin igualarlos, antes bien de-
dical que hace de sus obras el producto genuinamente jando en ellos la jerarquía de sus almas. No es lo mismo
humano. el Tomás de Aquino que amaba el cardenal Cayetano,
La Iglesia Católica, que es clásica ante el Protestan- que el divulgado por tantos mezquinos textos de filoso-
tismo, sin duda alguna, y humanamente hablando, ha fía tomista.
contado en su seno hombres más perversos que ningún No es igual la primera parte de la quinta sinfonía
protestante, y atravesado épocas más tenebrosas que en de Beethoven que todo el mundo sabe, que la obra en sí
ninguna otra religión. misma admirada por el solitario virtuoso.
Y para hablar de lo nuestro, no es igual el Antonio con esta guerra asoladora. En alguna vez expresé que los
José Restrepo que hacía reír al público con sus grace- alemanes eran los aguafiestas de las grandes doctrinas
jos, que aquel que describieran Guillermo Valencia o Jo- teóricas del mediodía, incluyendo a Inglaterra.
sé Camacho Carreño en párrafos de selección. Esto dicho así, llevaba entonces una admiración que
Frente a lo clásico no está, según esta ilación que todavía conservo, pero con restricciones.
aquí conduzco, ni lo barroco, ni lo romántico; alguna En efecto, si queréis ver tratado con la mayor pureza
razón hay para que así se opongan, razón que en el sub- un tema cualquiera: el espacio, la razón, el ser, el tiem-
fondo se enlaza con lo verdaderamente opuesto al clasi- po, el estado, el lujo, la coquetería, etc., etc., leed un
sismo, pero de lo que me ocuparé en otra ocasión. Por- autor alemán.
que lo que se opone a toda obra clásica es la obra deca- La seriedad, la gründlichkeith de estos hombres los
dente. lleva a dedicarse al tema con un furor teutonicus puri-
Lo decadente es, justamente, lo puro, lo sin mezcla, ficador, de que sólo ellos son capaces. Y si deseáis un
lo perfecto en el sentido de lo fabricado y artificioso; lo concepto preciso, exacto, fijo de cualquier tema, sólo en
refinado, en suma. los alemanes podréis hallarlo.
Siempre se han enlazado estos dos términos: refina- Se ha dicho que la filosofía griega exaltaba el prima-
miento y decadencia. Si no conceptualmente, en la vida do del Logos sobre el Ethos, del conocimiento sobre la
han surgido juntos cuando quiera que tienen que surgir. acción, al par que la moderna, la que nace de las entra-
Así la filosofía escolástica decae hacia el siglo XV, ñas de la alta Edad Media, defiende el primado de la
con la silogística. Se hacen razonamientos muy puros y acción, de la voluntad sobre el conocimiento.
esos benditos frailes de la decadencia se burlan, con ra- Y esto es muy cierto de la filosofía griega y de la fi-
zón, de las torpezas de Santo Tomás, de San Buenaven- losofía moderna. Pero totalmente falso si se refiere al
tura, de Alberto Magno. hombre griego antiguo y al hombre moderno-alemán.
En las postrimerías del siglo XVIII, invade el radio
de la creación artística una sed de falso clasisismo, de Podríamos decir, aprovechando la hipótesis de Jung
sobre la compensación psicológica, que el hombre anti-
pureza académica. Hermosilla es un ejemplo que todos guo es en lo más íntimo de su ser, un gozador, y sólo
conocéis. Y en la pintura resurge, purificado, el Rena- como compensación reflexiva, un conocedor; y a la in-
cimiento Italiano; lo mismo en la estatuaria, en la arqui- versa, el alemán.
tectura. Producto de esta época es nuestro Bolívar de
Tenerani, discípulo éste de Cánovas, el gran restaurador De ahí que quien en el mundo antiguo más deseó
del arte clásico. Y cierto que al juicio de muchos críticos conocer, Aristóteles, lo pinte la leyenda suicidándose
esta obra, aunque no revele la garra del genio, no es, con desesperado por no acabar de entender el fenómeno de
todo, un puro producto de decadencia. las mareas. Al par que Goethe, el enamorado de Italia,
Pero si nos adentramos aún más en nuestra época, en el mundo alemán, ostente a través de su vida, según
el producto más puro de la decadencia en las ideas, del vio tan finamente Ortega y Gasset, no esa comodona se-
agotamiento interior, del odium profesionis que acomete guridad burguesa que se le ha atribuido, sino una in-
por etapas a los monjes tras larga vida enclaustrada, lo quietante "conciencia de náufrago", un doloroso vaivén
ostenta la Alemania que nace en Kant, y tal vez, muere entre el gozar y el conocer.
Pero decía que el pensamiento alemán es decadente, decadencia son, también, educación en los valores. El
como toda su cultura, no porque los alemanes sean raza valor ya no se mira en el ser, sino aislado del ser, sepa-
en decadencia, sino quizás porque todavía no se han rado de él y en su entidad abstracta.
hallado completamente a sí mismos, para realizar lo que Estamos justamente asistiendo a la quiebra de la
su propio paisaje les tiene destinado. educación en el ser para reemplazarla por una educa-
Y el no hallarse a sí mismos débese, en todo caso, a ción en el valor. Hemos perdido el terreno firme en que
que han vivido más propiamente de una cultura recibida se hallaban nuestros abuelos de la gran cultura de Oc-
y trabajado sobre los elementos legados por ella. El caso cidente y por este motivo nos encontramos azorados y
es que el alemán, con sus ansias infinitas de conocimien- confusos.
to, ha reemplazado las más hondas tendencias infinitas Para el hombre clásico, el valor casi nunca es expre-
de su intimidad hacia la acción; el alemán es, por natu- sado en su entidad abstracta. De Horacio recibimos la
raleza, el wikingo que, cuando no puede hacer travesías regla cabal que nos enseña a abstenernos de los vocablos
a lo largo de todos los mares, se embarca en el más in- largos y desmesurados: "Ampullas et sesquipedalia ver-
sondable aún del conocimiento, lo cual lo ha conducido ba", llamaba el clásico latino estas palabras en que se
a extremos imposibles. Por esto, en la cima de la más expresan las cualidades abstractas.
alta filosofía alemana, se halla la contradicción, las cipo- Pues, cabalmente, es en los períodos decadentes cuan-
rías, los sin caminos de esta razón humana que, de creer do tales vocablos tienen toda la acogida: Geometricidad,
a los alemanes, sólo serviría como mera sirvienta en los logicidad, esteticidad, eticidad, espacialidad, temporali-
quehaceres domésticos, en los afanes cotidianos, pero dad, términos todos éstos que los clásicos repudiaban
fracasa irremediablemente en la alta cumbre de la es- aún en los tratados más pulcramente dedicados a estas
peculación. Los alemanes, a fuerza de emplear la razón, materias. De "hispanidad", v.gr., jamás se habló cuando
han acabado por demostrar su insuficiencia, su quiebra España era verdaderamente grande.
interior, su fundamental inanidad. Pero no es al azar que el idioma alemán sea el que
"Amamos la belleza, pero con parsimonia y sin exa- más se preste a la formación de vocablos de esta estirpe.
gerada voluptuosidad amamos también la sabiduría", pu- Más aún diremos: un auténtico pensador alemán no
sieron los griegos sobre la tumba de Pericles. La parsi- puede hablar ni escribir sin estos flamantes términos,
monia es lo que falta siempre en el espíritu alemán y, expresivos de una pureza conceptual admirable pero en
generalizando, lo que se echa de menos en toda deca- los cuales el ser, la realidad, se desvanece. Por ello ha
dencia. sido posible que el espíritu de verdad (verdad meramen-
El gran conocedor como el gran gozador de los pe- te ideal) esté tan desacreditado entre ese pueblo, y al
ríodos augurales, de las épocas clásicas, nunca abusa de abuso de esa verdad tan purificada, opuso Nietzsche su
estos valores, ni de las capacidades humanas para acer- voluntad de poderío, y, recientemente, Keyserling les
carse a ellos. Vive prendido al ser y sabe que el ser no le ha pedido que reemplacen la verdad con la realidad.
permitirá, como el concepto, un sondeo exhaustivo y ago- Cuando predominan los valores abstractos, prevalece
tador. también una literatura de igual linaje; el escritor ya no
Al empezar dijimos que hay una educación en el ser es el artista, ya no es el poeta, sino el crítico, pero el
y hay una educación en los valores. Pues las culturas de crítico abstracto; pues también hay una crítica clásica,
una crítica auténtica que es la del genuino gustador de sión directa, de espontaneidad, es no solo peculiar de las
valores. filosofías de decadencia, sino de toda decadencia.
Crítica viene de crinein, que es discernir, cerner en "En una larga novela de Emilia Pardo Bazán, dice
el cedazo. La etimología nos dice exactamente toda la José Ortega y Gasset, se habla cien veces de que uno de
misión del crítico: su papel está en la realidad mezclada los personajes es muy gracioso; pero como no lo vemos
e impura en donde él ha de distinguir los valores sepa- hacer ninguna gracia ante nosotros, la novela nos irrita".
rándolos de las realidades naturales, pero no hasta el Y en seguida añade el mismo pensador, con gran
extremo de hacerlos vivir sin ellas. exactitud: "El imperativo de la novela es la autopsia.
Este arte nuestro contemporáneo, esta poesía que hoy Nada de referirnos lo que un personaje es; hace falta que
se produce, es decadente en la misma medida en que re- lo veamos con nuestros propios ojos". Y esta palabra
sulta mero juicio estimativo, mera apreciación de valo- autopsia empleada por el filósofo hispano ha de enten-
res. El poeta y el creador, se han vuelto horros y en vez derse en el sentido, no se olvide, de visión directa, de un
de dar a luz, se han convertido en espectadores de valo- ver por sí mismo.
res creados. Esta falta de autopsia no sólo la echamos de menos
Por esto acontece que la literatura de decadencia esté en la novela, sino en todas las manifestaciones del espí-
siempre plagada de adjetivos. El sustantivo no basta ritu moderno. El símbolo de nuestra cultura es el cara-
por sí solo, porque se ha perdido la capacidad de mirar col que da vueltas sobre sí mismo: hay la novela de la
en él una realidad portadora de valores. novela, la filosofía de la filosofía, la crítica de la crítica.
Y no sólo en lo construtivo es esto así, sino en lo que nie-
Los grandes maestros del arte de escribir, en teolo-
ga, en lo que destruye: se demuestra filosóficamente la
gía, en filosofía, en literatura en sentido estricto, ape-
miseria de la filosofía; en verso se dice que no se aman
nas adjetivan, y cuando lo hacen es porque adoptan la
los versos; se hace un silogismo contra el silogismo; con
actitud del crítico clásico. Recordad a Cervantes, a quien
un chiste se destruyen los chistes, con un refrán se mues-
rara vez se le sorprende adjetivando sin más; por cada
tra la futilidad de los refranes.
párrafo atraviesan, el ser o la acción; y cuán mesurado
es al hacer que don Quijote emita ciertos juicios sobre Emana esta propensión de que hemos fatigado con
las artes y sobre los antiguos caballeros, etc. También exceso los adjetivos que expresan valores hasta quedar-
Shakespeare tiene de esperar que alguien esté en tono nos con su mero caparazón abstracto.
de crítica para movilizar los adjetivos. Fenómeno es éste que surge justamente en los esta-
dios en que predomina la mentalidad urbana. Lo urbano
Monseñor Carrasquilla admiraba en el señor Suárez es, como ya ha sido tratado repetidas veces, una moda-
esa discreta y casi exigua colección de adjetivos de que lidad de la simulación. Y en los grandes momentos his-
el gran estilista sabía hacer tan acabado uso. tóricos en que surgen las ciudades tentaculares, donde
También cuando la filosofía llega a los períodos de el hombre se pierde en la fronda de la masa humana que
decadencia, surge el lenguaje de los valores filosóficos recuerda la horda primitiva, los valores son aprovecha-
puros. Existen hoy filósofos que más parecen filósofos dos por estas gentes sin conciencia de su responsabili-
de la filosofía que filósofos de la realidad. Este endobla- dad; irresponsables porque para nada viven del ser y sólo
miento, este girar sobre sí mismo, esta carencia de vi- se mueven en una red corsaria de valores hechos.
Es entonces cuando superabundan los sustitutivos, ciosista. Todo ello vano y sin sentido. El poeta es el que
los ersatz. Todas las cosas pueden ser imitadas; el pro- hace versos, pero no es el que informa, el que da forma
ducto sintético reemplaza al producto natural: el cuero a un material inerte.
fabricado llega a parecer mejor que el cuero natural; lo Hay también un lobismo político; antes se hablaba
mismo de las pieles, lo mismo del azúcar, igual del café mal del electorero porque este personaje era un tanto
o del tabaco. episódico; hoy ya no se le denigra porque parece consti-
Y los gustos ciudadanos se hallan a su acomodo en tuir la gran mayoría de nuestros hombres públicos.
estos productos ficticios. Incluso llega a tal perfección Existe, igualmente, un lobismo en el amor: he sor-
la capacidad urbana en el manejo de todos los valores, prendido a muchas de nuestras niñas en edad núbil mi-
los auténticos como los simulados, que no obstante gus- rando los valores del varón. ¡Qué poco saben !; cada una
tar más de éstos que de aquéllos, puede en cualquier se inspira en algún personaje de Hollywood; en vez de
momento distinguirlos con absoluta precisión y sacar dirigirse directamente al objeto amado, como ocurre en
las ventajas económicas ante los compradores. "Saben el amor primaveral, en este de la decadencia el varón
el precio de todo y el valor de nada", dice con profunda sólo es colocado como una premisa menor de un silogis-
penetración un personaje de Oscar Wilde, Dorian Grey, mo sentimental, bajo la proposición mayor presidida por
ante una tienda en Londres, la gran urbe. Tirone Power, o Clark Gable, o Robert Taylor. Y lo dicho
En Bogotá, ciudad pequeña, si se la compara con las de las mujeres vale también para los mozalbetes.
capitales del mundo, pero eminentemente urbana dentro En suma, toda nuestra formación espiritual está sa-
de Colombia, merced al gran aflujo de gentes de todos turada, penetrada de lobismo.
los rincones, se encuentra una entidad social, el "lobis- Es menester retornar al sér coronado de valores; es
mo", que es el producto más típico de la simulación ciu- necesario mirar el valor llevado, conducido por el sér. El
dadana. En la mujer, su voz es tersa y suave, llena de sér solo no educa, no forma. El mero sér engendra una
modulaciones que no da la dama del gran mundo, la educación naturalística de la que Europa no llegó a vi-
auténtica santafereña de estirpe. Maneja pieles compra- vir más que unos instantes, y casi que sólo en las cabe-
das por contados a los mercaderes judíos que nos inva- zas de imaginadores. El sér solo, embrutece, barbariza,
den; pero esas pieles son sintéticas, como es sintético su La barbarie es el hombre en el ser.
aparente señorío, su discreción, su pudor, su garbo y su Cuando he afirmado que la cultura occidental ha
elegancia. Genuino producto de la gran ciudad que apa- sido una cultura del ser, no olvidéis que he dicho cultura
renta todo y no es nada en el fondo. y no sólo sér. Lo que es urgente está en el enlace de sér
y valor y en la sedienta aspiración a ambos compenetra-
Pues esta categoría social del lobismo se está exten- dos y unidos.
diendo con signos catastróficos a todos los restantes ór- El valor sólo produce el plebeyismo, la ordinariez, la
denes del espíritu, en esta nación nuestra donde tenemos vulgaridad; pertenece a las épocas simuladoras, civili-
tanta tierra virgen, tantos elementos primitivos e inge- zadas.
nuos que podríamos aprovechar en su prístina sencillez. Que los maestros de Colombia sepan de los valores
Hay, en efecto, un lobismo en la literatura: abundan religiosos como la majestad, lo tremendo, lo uncioso, lo
los poetas cursis, los escritores abigarrados, la prosa pre- inefable, pero que no se limiten a hablar de ellos con
estas meras palabras, ni a describirlos en su forma abs- siones más trabajadas, la de la política, podríamos decir
tracta, sino que los muestren en las realidades espiri- que al cabo de una generación, nuestros partidos esta-
tuales y artísticas que nos rodean: Isaías, el Evangelio, rían transformados y engrandecidos, si diéramos a las
San Juan de la Cruz deben ser los ejemplos vivos en que gentes un olfato para el hombre, una prespicacia para
el estudiante mire y admire estos valores. lo humano. Por falta de esto, es por lo que pudo decir
Que muestren también los profesores de literatura, alguien que en Colombia no hay partidos políticos, sino
una vez enseñadas las reglas del ser, los valores propios odios hereditarios. Y el odio es eso: una ceguedad, una
del arte de las letras: lo elocuente, lo épico, lo lírico, lo incapacidad para ver valores, para comprender al hom-
nemoroso, lo dramático, lo trágico, lo cómico, junto con bre y enjuiciarlo en todas sus posibilidades.
los valores derivados, como lo rotundo, lo enfático, lo
enérgico, lo plácido. Que antes de teorizar sobre ellos,
vayan directamente a los ejemplares abundantes que nos
presenta toda la literatura de Occidente.
Pero quizás en donde menos trabaja el profesor de
todas partes es en mostrar los valores de que el hombre
como hombre es portador: Transcurren los años de en-
señanza primaria, pasan los de bachillerato, culmina una
carrera universitaria, y el estudiante no sabe ver bon-
dad, mansedumbre, ingenio, sutileza, sequedad, egoísmo,
vanidad, donaire, impulsividad, bajeza, bellaquería, li-
viandad, sobriedad, afectación, prudencia, ascetismo, pre-
cisión, etc., etc., en las demás gentes. Conoce estas pala-
bras, a no dudarlo, tal vez no ignora su significado exac-
to, pero no ha vivido ni en sí mismo ni en los demás es-
tos valores. Y como no los ha vivido, tampoco los ha go-
zado o repudiado; en suma, no ha tomado, en verdad,
jamás posición ante ellos.
Esa cultura del hombre está entre nosotros apenas
balbuciente. Por esto la irresponsabilidad en los adjeti-
vos, la prosa o siempre ditirámbica o siempre condena-
toria de nuestros periodistas. Carecen del justo sentido
de las cosas y por esto caen siempre en la exageración.
Sin contar cuántos males ha causado entre nosotros
esta ignorancia del hombre y sin anunciar las ventajas
que traería una formación humanística real y verdade-
ra. Pero para detenernos en una sola de nuestras dimen-

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