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En Buenos Aires, a los 27 días del mes de febrero de dos mil nueve, reunidos los

Señores Jueces de Cámara en la Sala de Acuerdos fueron traídos para conocer los

autos seguidos por “MOLAS QUIROGA SARA MERCEDES C/DE LA FRANCE

SA S/ORDINARIO” (expte. n° 82645/03), en los que, al practicarse la

desinsaculación que ordena el artículo 268 del Código Procesal Civil y Comercial de

la Nación, resultó que la votación debía tener lugar en el siguiente orden: Doctores

Monti, Caviglione Fraga.

El Dr. Ojea Quintana no interviene en este Acuerdo por estar excusado.

Estudiados los autos la Cámara plantea la siguiente cuestión a resolver.

¿Es arreglada a derecho la sentencia apelada de fs. 879/899?

El Señor Juez de Cámara Doctor José Luis Monti dice:


I.- Viene apelada la sentencia de fs. 879/899, que hizo lugar parcialmente a la

acción promovida por Sara Mercedes Molas Quiroga contra De La France S.A., y

condenó a esta última abonar la suma de $3.000, con más sus intereses.

II.- La actora demandó la resolución del contrato de compraventa de un rodado

marca Isuzu, modelo 1995, patente TFS69-HD, más un resarcimiento por daños y

perjuicios. Manifestó que el 22.7.03 había comprado el vehículo usado a la

concesionaria demandada por la suma de $24.470, el que habría sido revisado por un

mecánico de su conocimiento. Relató que recién pudo usar por primera vez el rodado

el 17 de agosto, para viajar al campo, pues durante un mes había permanecido en un

taller mecánico para el arreglo del freno de mano, el cual se habría demorado debido a

la dificultad en conseguir los repuestos importados. En ese primer viaje –dijo- intentó
utilizar la doble tracción, sin poder ponerla en funcionamiento y, a partir de ese

momento, el vehículo habría comenzado a presentar una serie de inconvenientes


mecánicos -que describió detalladamente-, por lo que se vio precisada de dejarlo para

su reparación en la concesionaria Isuzu más cercana, que era “Agrosur S.A.”. El costo
total de los arreglos habría sido de $23.556,59.
La demandante sostuvo que esos defectos existían al momento de la compra,

por lo que solicitó la resolución del contrato, con la consiguiente devolución recíproca

de prestaciones, más la restitución del costo de los arreglos. Invocó las normas de la

ley 24.240. Por otro lado, expresó que aún no se había completado la transferencia

porque la demandada había retenido la documentación necesaria. En síntesis, reclamó


una indemnización en concepto de daño emergente que cuantificó en $24.830; lucro

cesante, por $3000; daño moral, por $2000, y una suma de $3000 por los daños

provocados a raíz de la omisión en concretar la transferencia, más $ 1310 en concepto

de gastos de traslado y $100 correspondientes al pago del seguro.

III.- La demandada, por su parte, solicitó el rechazo de la demanda. Sostuvo

que no era aplicable la ley 24.240, puesto que el automóvil había sido adquirido con

factura A. Negó la existencia de vicios ocultos, manifestando que debía considerarse

que el vehículo enajenado era usado, con una antigüedad de ocho años y 180.000 Km,

de manera que la actora no podía pretender que tuviera el estado de un 0 Km. Señaló

también el lapso transcurrido entre la compra del rodado y la comunicación de los

supuestos vicios. En cuanto a la transferencia, sostuvo que no se había llevado a cabo

por culpa de la actora, pues la documentación había estado siempre a su disposición.

Por ese motivo la consignó en autos.

IV.- El a quo hizo lugar a la demanda únicamente en cuanto se reclamaban los


daños derivados de la imposibilidad de realizar la transferencia del automóvil.

Consideró que, si bien la actora no había realizado la verificación policial, la

transferencia del automotor tampoco se hubiera podido realizar porque la demandada

no había entregado la documentación necesaria. En cuanto al fondo del litigio,

entendió que no se habría acreditado que los defectos del automóvil fuesen o pudieran
ser considerados vicios redhibitorios. Para concluir así, se basó en el peritaje

mecánico, según el cual sería imposible determinar la existencia de los daños


denunciados porque al iniciar la demanda el rodado ya había sido reparado.

V.- Apelaron ambas partes. La actora se agravia por la valoración que hizo el a
quo de las pruebas producidas en el sub examine, y cita el testimonio de Mario Toro,

el informe de Agrosur S.A. y el peritaje técnico, como piezas concluyentes para

demostrar que las fallas estaban presentes al momento de la compraventa. Hace

hincapié, asimismo, en el expediente administrativo seguido ante la Asociación de

Defensa del Consumidor, prueba de la que habría prescindido el juez pese a que allí se

encontrarían todos los elementos tendientes a acreditar que los defectos debían

considerarse como vicios ocultos, teniendo en cuenta la multa que el citado organismo

aplicara a demandada por entender que había violado la ley.

De su lado, la demandada se agravia de la condena en su contra, manifestando

que la documentación en todo momento había estado a disposición de la actora (cita la


carta documento del 19.12.03). Insiste en que la demora fue provocada por la actora,

pues a ella correspondía hacer la verificación técnica del vehículo, por hallarse en

posesión de éste. Considera que el a quo no fundó el monto de esta condena, por

cuanto la actora no explicó qué perjuicio le habría irrogado la imposibilidad de hacer

la transferencia, máxime cuando reclamó por resolución contractual. Por último,

afirma que carecía de sentido la condena a entregar la documentación, pues se

encuentra consignada en autos, y también la que impone “finalizar los trámites de

transferencia en 10 días”, lo que solicita se aclare pues la inscripción no se podría

llevar a cabo sin los formularios que debe aportar la actora.


VI.- Un primer tema a considerar en el examen de los recursos que se traen a

conocimiento del Tribunal, consiste en determinar la aplicabilidad en el sub lite de la

ley 24.240. Cabe recordar que el artículo 2° de esa ley excluye de su ámbito de

aplicación a “quienes adquieran, almacenen, utilicen o consuman bienes o servicios

para integrarlos en procesos de producción, transformación, comercialización o

prestación a terceros...”. En el caso de autos, la actora acompañó la factura “A”

expedida por la compra de la camioneta, emitida a su nombre como “Responsable

inscripto” (copiada en fs. 11). En la práctica, este método de facturación que implica

la traslación del IVA, hace presuponer la ulterior inclusión en el mercado del

producto. Si bien, en rigor, esa circunstancia no podría erigirse en una presunción

irrefragable, juris et de jure, de la configuración del supuesto del referido art. 2 de la

ley, tiene cuanto menos el significado de una declaración atribuible a la adquirente en

ese sentido.

De todos modos, de confirmarse los presupuestos invocados en la demanda, la

pretensión deducida encontraría sustento en el genérico deber de garantía que

incumbe al vendedor, el cual, en última instancia, constituye una derivación del

standard de buena fe que consagra el art. 1198 del Código Civil. Asimismo, como he

sostenido en diversos precedentes, una óptica basada en los arts. 2164 y ss. del citado

código, en cuanto establecen el régimen de los vicios redhibitorios, puede servir de

base a la responsabilidad del vendedor de productos elaborados (esta Sala, in re

“Hladij Luis León c/Peugeot-Citroën Argentina S.A.”, del 19.9.08).

Por otra parte, esas reglas también serían aplicables por remisión del art. 18 de

la ley 24.240, lo que propicia una saludable coherencia en las soluciones derivables
del sistema jurídico. Desde este punto de vista, la controversia planteada en los

recursos en torno de la incidencia de la ley 24.240 en el sub lite, queda en un segundo

plano, y el eje de la cuestión a dirimir consiste en precisar si se trata de un supuesto de

vicios redhibitorios, en cuyo caso cobran operatividad las referidas normas del Código

Civil.

VII.- Siguiendo este enfoque, corresponde determinar si los defectos invocados

por la actora pueden considerarse, por su magnitud y preexistencia, propiamente vicios

redhibitorios. Habrá que considerar si existían al momento de concluirse la

compraventa y permanecieron ocultos, y si por su entidad frustraban la utilización del

vehículo tornándolo inapropiado para su destino normal.

Recordemos que los desperfectos del automotor alegados en la demanda, y

corroborados por el peritaje en fs. 199 y vta. según el informe de Agrosur S.A.,

concesionaria que realizó las reparaciones (ver fs. 45/47 y 395), fueron los siguientes:

(i) no funcionamiento de la doble tracción por desgaste de los cubos de las ruedas

delanteras; (ii) no funcionamiento del embrague; (iii) no funcionamiento de los

instrumentos eléctricos del tablero; (iv) falta de envase recuperador de agua del

circuito refrigerante; (v) rotura de mangueras, tubos, juntas, retenes, hojas de elásticos,

etc.; (vi) no funcionamiento del turbo ni el electroventilador; (vii) el alternador no

cargaba; y (vii) el perito advirtió que la “tapa de cilindro está soldada de rotura

anterior quebrada y partida (...) es decir, el motor fundido”.

Como puede verse con la sola enunciación de los desperfectos que registraba el
automotor al ingresar a la concesionaria donde se efectuaron los arreglos, apenas un

mes después de la compra, esos defectos eran de una inocultable gravedad y sin duda
impedían el funcionamiento de aquél.

Pues bien, dentro del presupuesto fáctico del art. 2164 del Cód. Civil, para que
un defecto sea considerado vicio redhibitorio, el vicio ha de ser de entidad tal que

obste a la utilización a que está destinada la cosa, “si de tal modo disminuyen el uso de
ella, que al haberlos conocido el adquirente, no la habría adquirido o habría dado

menos por ella” (art. 2164). La prueba en torno de su existencia al momento del
perfeccionamiento del contrato incumbe al adquirente (art. 2168), aunque en toda esta

materia es preciso tener en cuenta que, tratándose de cuestiones técnicas, para su


determinación cobran especial relieve las conclusiones del peritaje realizado en la

causa, criterio que aparece también corroborado por la directiva contenida en el art.

476, Cód. Comercio.


En autos, el a quo receptó las impugnaciones hechas por la demandada al

peritaje técnico y concluyó que, como el perito no había podido “afirmar la existencia

de los supuestos vicios anteriores, ni las posibles reparaciones mecánicas” porque al

realizar el peritaje la camioneta se encontraba ya reparada y en funcionamiento (fs.

298), la demanda debía ser rechazada por no haberse probado categóricamente la

preexistencia de esos vicios.

Sin embargo, tras explicar detalladamente la incidencia en el funcionamiento

del motor de cada uno de los desperfectos (fs. 199 vta./200), el perito concluyó que el

origen de las fallas radicaría en el probable desgaste de un vehículo con 180.000 km.

recorridos (fs. 298), pero al mismo tiempo dejó en claro que “el desgaste excesivo que

no permite el funcionamiento normal del mecanismo no es atribuible a golpe o

maniobra inadecuada reciente”(fs. 200 vta.). Asimismo, en su ampliación de fs. 273,

respuesta D, afirmó que “los daños de la camioneta descriptos (...), a mi criterio no se

habrían originado como consecuencia de la mala conducción reciente”.

Esta conclusión es, a mi entender, decisiva. Porque corrobora que los vicios no

se produjeron por culpa o negligencia de la actora, adquirente reciente del rodado, sino

que precedieron a la compra y ya existían cuando ésta se celebró, originados

probablemente en la falta de mantenimiento y mal uso del vehículo. El principal


argumento esbozado por la demandada, esto es, que los defectos se habrían producido

por mal uso atribuible a la actora, queda así huérfano de sustento en los antecedentes
de la causa. Por el contrario, si algo cabe inferir de los antecedentes reseñados, es que

esos defectos existían al tiempo de la operación objeto de autos.

VIII.- El otro dato que la ley indica como necesario para la configuración de un

vicio redhibitorio, es que sea oculto, no perceptible al primer examen que haga el

comprador. Pero cabe advertir que, si medió una garantía expresa o implícita en punto

a la calidad de la cosa supuesta por el adquirente, o respecto de la inexistencia de

defectos, la responsabilidad del enajenante se hará efectiva “aunque al adquirente le

fuese fácil conocer el defecto o la falta de la calidad” (art. 2167).

En el caso, estimo que la concesionaria demandada no podía ignorar el estado

del bien enajenado. El concesionario actúa en estos casos como un revendedor por

cuenta propia, que asume frente al comprador las obligaciones propias del contrato de

compraventa celebrado, entre las que se encuentra la garantía por vicios redhibitorios

(conf. art. 2164, Cód. Civil). La demandada, además, exterioriza la condición de

agencia especializada en los vehículos que comercializa, por lo que, con mayor razón,
debía saber –con el alcance que se desprende de los arts. 902 y 904 del Código Civil-

que un automóvil usado de las características del que aquí se trata, podía presentar una

serie de desperfectos vinculados con su antigüedad y su uso. Es preciso advertir que

los eventuales clientes confían en esa especialización y esta circunstancia gravita en su

preferencia al momento de efectuar la operación.

En tales condiciones, las exigencias mínimas de buena fe que deben primar en

las transacciones comerciales, imponían realizar los arreglos necesarios para vender el

bien en condiciones de ser utilizado por su próximo adquirente, o bien, advertir clara y

explícitamente las condiciones en que se hallaba el vehículo. Si bien es cierto que no

se ocultó la antigüedad del rodado y la actora pudo, incluso, verlo en compañía de un

mecánico, no parece concebible que pasado apenas un mes de la adquisición de la

camioneta, ésta se viera totalmente imposibilitada de funcionar por fallas gravísimas

en piezas esenciales -que obviamente no están a la vista-, al punto que la adquirente

tuviera que efectuar arreglos por una suma similar al valor de compra del vehículo.

En esta línea, un antiguo precedente de la Sala A de esta Cámara, que Borda

rescata en su Tratado, decidió que la circunstancia de que un camión se vendiera “en

el estado en que se encuentra” no eximía al vendedor de su responsabilidad por los

vicios ocultos (C.Com. Sala A, 8.4.1960, LL 5.8.1960; Guillermo Borda, Tratado de


Derecho Civil, Contratos, t. I, p. 164).

Reitero que, en el caso, cobra especial relieve la omisión por parte de la


demandada de un adecuado y eficaz control sobre el vehículo que ofrecía en venta. Tal

diligencia no sólo venía impuesta por el genérico deber de buena fe en la celebración y


ejecución de los contratos (art. 1198, 1° parte, C. Civil), sino también por la especial

condición predicada por esa concesionaria, que torna aplicable la pauta del art. 902 del
Código citado, con base en su profesionalidad.

Este criterio aparece corroborado por el informe pericial, en cuanto el experto


asevera que “un taller especializado o un mecánico competente de una agencia o

concesionaria en una revisación con prueba de manejo y aptitud apropiado debería


advertir el desgaste de los cubos de la doble tracción y del embrague, también la falta

de depósito de agua y el mal funcionamiento del instrumental” (fs. 201, resp. 5). Al
mismo tiempo, en cuanto incumbe a la situación de la actora, señaló el perito que “un

comprador común, sin conocimientos técnicos, que no ha sido usuario de este modelo

de camioneta, entiendo que no podría llegar a advertir todas las deficiencias,

desgastes y/o vicios de funcionamiento que presentaba la camioneta al momento de la

adquisición” (fs. 201 vta., resp. 6).


No debe perderse de vista que el art. 2176 acuerda al comprador que optare por

la rescisión del contrato, el derecho a ser indemnizado de los daños y perjuicios

sufridos “si el vendedor conoce o debía conocer, por razón de su oficio o arte, los

vicios o defectos ocultos de la cosa vendida, y no los manifestó al comprador”.

Expresa bien Raymundo M. Salvat (“Tratado de Derecho Civil Argentino” –Fuentes

de las Obligaciones-, 2da edición anotada por Arturo Acuña Anzorena, edit. TEA, Bs.

As., 1957, t. III, n° 2364, p. 466), que la buena fe del vendedor se presume (arg. art.

2362, Cód. Civil), pero el principio se invierte cuando por razón de su oficio o arte

debía conocer la existencia del vicio. Según el autor citado, la regla legal no sólo ha

de aplicarse al fabricante directo de los artículos, sino también al comerciante que los

recibe de aquél y los vende al público (ídem, p. 467).

Estas directivas, que en la circunstancia descripta permiten al adquirente

damnificado acceder a una reparación integral –“a más de las acciones de los artículos

anteriores”- en el supuesto de quedar sin efecto la venta por haberse admitido la

acción redhibitoria, con mayor razón resultan aplicables cuando se trata de la

procedencia de las propias acciones derivadas de los vicios redhibitorios (art. 2174, C.

Civil).

Por lo expuesto, estimo que corresponde admitir el agravio de la actora en lo


que se refiere a la existencia de los vicios redhibitorios invocados como base de su

acción y la consiguiente responsabilidad de la demandada al respecto, con los efectos


que se explicitarán en el considerando siguiente.

IX.- La actora solicitó la resolución del contrato. Sin embargo, cabe tener en
cuenta que, tras las reparaciones de que da cuenta el informe de Agrosur en fs. 395, y

de acuerdo con lo expresado por el perito mecánico, la camioneta Isuzu objeto de


autos funciona ahora correctamente. Este dato no puede pasar desapercibido al

Tribunal, en tanto tiene que atenerse a las circunstancias existentes al tiempo en que
emite su pronunciamiento en la causa (conc. art. 163, inc. 6, C. Procesal) y se

encuentra habilitado para calificar las pretensiones de las partes de conformidad con
las normas que considere aplicables, con prescindencia de los fundamentos que

aquéllas enuncien (conf. CSJN, Fallos: 308:778, consid. 7° y sus citas).


En efecto, ante la circunstancia señalada, no parece razonable admitir el

agravio de la actora con el alcance expuesto en su recurso. Resultaría estéril disponer

la resolución del contrato de que se trata cuando, a instancias de la propia adquirente,

el vehículo ya fue íntegramente reparado, subsanándose los desperfectos que tenía, e

incluso fue abonado el costo de esa reparación, cuyo importe es materia de reclamo en
la causa. Parece entonces acorde con la secuencia que siguieron los hechos, tras

declarar la responsabilidad de la concesionaria demandada en la forma antedicha,

mantener la vigencia del contrato y admitir la pretensión de la actora tendiente al

reembolso de lo abonado por el arreglo del automotor.

En este sentido, cabe observar que, en tanto la cosa no sea completamente

inútil para su destino, siendo factible su reparación a fin de ponerla en condiciones de

buen funcionamiento, la solución propuesta no altera la litis contestatio y tiende a

hacer prevalecer el principio de conservación del contrato, conforme aconseja

prestigiosa doctrina (ver: Arturo Acuña Anzorena en su anotación al Tratado de D.

Civil de Salvat, ya citado, t. III, p. 465, nota 13.a; Ernesto C. Wayar, “Evicción y

vicios redhibitorios”, ed. Astrea, 1992, t.2, p. 164; en igual sentido ver esta Sala, in re

“Sanz, Julio R. v. Chin Chin Sheng y otro”, 1.9.2000, entre otros).

En suma, estimo que corresponde condenar a la demandada a la devolución de

la suma abonada por la reparación del vehículo, esto es $ 23.556,59. Dicho importe es

adecuado a las condiciones propias de mercado, conforme lo expuesto por el perito

mecánico en fs. 201 vta., resp. 7.


La suma de condena, devengará intereses a la tasa activa utilizada por el Banco

de la Nación Argentina en sus operaciones ordinarias de descuento (conf. criterio de

este tribunal en pleno in re “Sociedad Anónima La Razón s/Quiebra s/incidente de

pago de los profesionales”), tomando como dies a quo el 9 de octubre de 2003, fecha

de emisión de la carta documento en la cual la accionante constituyó en mora a la

concesionaria (ver copia fs.18).

Por lo expuesto, estimo que corresponderá mantener la vigencia del contrato y

condenar a la demandada a abonar la suma de $23.556, con intereses computados en la

manera indicada.

X.- Por último, en lo atinente al agravio de la demandada vinculado con la

condena por daños y perjuicios provenientes de la omisión de realizar la transferencia

del rodado, rubro admitido en la sentencia de grado, entiendo que, al menos en parte,

asiste razón a la apelante.

Si nos atenemos al relato de las partes, la demandada se había obligado a

realizar la transferencia, para lo cual recibió de la actora la suma de $247,50. Pero al

ser demandada por el incumplimiento, la accionada dijo que la frustración de la

transferencia se habría debido a falta de colaboración del actor, puesto que teniendo la

posesión del vehículo era éste quien debía acompañar la verificación policial, por ser
uno de los requisitos para realizar dicho trámite (ver cartas documentos copiadas en fs.

18 y 20).
El a quo trató extensamente los argumentos de las partes en torno de estas

cargas recíprocas tendientes a la inscripción registral de la transferencia. A mi modo

de ver, de los antecedentes allí reseñados no surge con claridad un posible reproche a

la concesionaria en este punto. Más bien percibo un mutuo desinterés en el tema, pues

si bien estaba a cargo de la demandada la realización de la transferencia de dominio en

virtud de lo pactado, era la actora quien, al tener la posesión del rodado, se hallaba en

condiciones de efectuar la verificación, control previo necesario a ese fin. Máxime

teniendo en cuenta que era la principal interesada en que se efectúe la transferencia de

dominio a su nombre.

Por otra parte, sin perjuicio de que la demandada debía instar a su vez a la

actora a realizar dicho trámite, lo cierto es que esta última tampoco acreditó los daños

que ese presunto incumplimiento le habría ocasionado.

En tales condiciones, no encuentro sustento suficiente para acordar la suma

reclamada como indemnización por este rubro, por lo que propongo que la sentencia

sea modificada, desestimando la pretensión resarcitoria por este concepto. Sin


perjuicio de ello, corresponderá disponer que, en la instancia de grado, sea entregada a

la actora la documentación del vehículo -que obra agregada a la causa-, para que
pueda realizar la transferencia, al igual que la suma que abonara como gastos por

dicho concepto y que fue depositada en autos por la demandada.


XI.- En cuanto a las costas, atendiendo a la forma como propongo resolver las

cuestiones traídas a esta instancia, toda vez que la demandada ha sido sustancialmente

vencida en la causa, y teniendo en cuenta también que en acciones de esta índole,

donde se trata del resarcimiento de daños, es doctrina reiterada de este tribunal que las

costas deben ser soportadas por el causante del daño, de acuerdo con una apreciación

global de la controversia y con abstracción del progreso parcial de las pretensiones del

demandante respecto de algunos montos o rubros objeto de reclamo (conf. esta Sala in

re “Enrique R. Zenni y Cía. S.A. c/ Maderfor S.R.L. y otro s/ ordinario”, del 22.12.99,

entre muchos otros y arts. 68 y 279 del Código Procesal), corresponde imponer las

costas en ambas instancias a la demandada vencida.


XII.- Por los motivos expuestos, si mi criterio fuera compartido, corresponderá

modificar la sentencia apelada, con el alcance establecido en los considerandos IX a

XI. En cuanto a las costas de ambas instancias, serán a cargo de la demandada

sustancialmente vencida (considerando XI). Así voto.


Por análogas razones, el Señor Juez de Cámara Doctor Bindo B. Caviglione

Fraga adhiere al voto anterior.

Con lo que termina este Acuerdo, que firman los Señores Jueces de Cámara,

Doctores

José Luis

Monti

Bindo B. Caviglione Fraga

Fernando I. Saravia

Secretario

Buenos Aires, 27 de febrero de 2009.-

Y VISTOS:

Por los fundamentos del Acuerdo que antecede, se modifica la sentencia

apelada, con el alcance establecido en los considerandos IX a XI. Las costas de ambas
instancias, son a cargo de la demandada sustancialmente vencida.

Monti, Caviglione Fraga. Ante mí: Fernando I. Saravia.


Es copia del original que corre a fs. de los autos que se mencionan en el

precedente Acuerdo.

El Dr. Juan Manuel Ojea Quintana no interviene en este Acuerdo por

encontrarse excusado.

Fernando I. Saravia
Secretario

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