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Mamdani, Mahmood, Ciudadano y súbdito.

África contemporánea y el legado del


colonialismo tardío. Siglo XXI, México, 1998.

5. LA AUTORIDAD NATIVA Y EL CAMPESINADO LIBRE

He sostenido que la noción de lo consuetudinario no fue exclusiva del choque entre


África y el colonialismo occidental. Pero sí fue característico de este impacto el alcance
de lo consuetudinario, que se extendió más allá del derecho personal hasta incluir la
tierra, cerrando así un círculo completo. Fue así como lo consuetudinario se convirtió en
la base de un despotismo político. Con un acceso consuetudinario seguro a la tierra, la
unidad doméstica del campesino no libre estaba sometida sólo en parte a la influencia de
las fuerzas del mercado. Más allá de esto, nada más que la fuerza -sancionada
consuetudinariamente- iba a transgredir esta autonomía parcial. La autoridad nativa que
estaba a cargo de hacer valer la costumbre llegó a significar la sede de un despotismo
descentralizado. Un rasgo distintivo de esta forma del Estado fue que el mercado y la
fuerza parecían gemelos complementarios y no modos alternativos de organizar la vida
económica.

POSESIÓN CONSUETUDINARIA DE LA TIERRA


¿Era posible que al definir la tierra como una posesión consuetudinaria las potencias
coloniales estuvieran simplemente reconociendo el estado de cosas existente en sus
posesiones recién adquiridas? A fin de cuentas, ¿no era la propiedad privada de la tierra
más la excepción que la regla en el África precolonial? Responder estas preguntas
simplemente con una afirmación o una negación sería engañoso porque reconocer la
ausencia de una institución -como es la propiedad privada- no es lo mismo que abordar
un contexto institucional existente.
Era necesario entender la falta de propiedad privada de la tierra contextualmente. En
muchas partes de Africa, la tierra era relativamente abundante, "tomada y abandonada
con facilidad".1 En estos casos, no tenía mucho sentido para los gobernantes
"recompensar a funcionarios y seguidores con regalos de fincas". Esto no quiere decir
que no se desarrollaran fincas privadas ligadas a funcionarios estatales. Allí donde
proliferaba el ganado, por ejemplo, "fincas ganaderas mantenían a funcionarios
estatales". No obstante, "allí donde condiciones especiales estimulaban a generaciones
de hombres a cultivar el mismo terreno", como ocurría en algunos de los estados de
África occidental, "donde los asentamientos agrícolas habían existido durante tal vez
cuatro mil años y donde se practicaban comúnmente sistemas de agricultura basados en
rotación de barbecho a largo plazo" -o en algunos de los reinos intralacustres de Africa
oriental o en el reino Lozi en Africa central-, se desarrollaron fincas en calidad de
aditamentos al cargo. Lo importante es que el cambio en las condiciones muchas veces
contribuyó al cambio de prácticas y nociones; así por ejemplo, cuando la alternancia de
cultivos dio paso a la agricultura estable, una familia solía cultivar algunas tierras
durante generaciones, consolidando en el proceso derechos exclusivos de cultivo sobre
ellas. De modo similar, "antes de la imposición del gobierno colonial", "mucha de la
tierra arable en las regiones más pobladas" de Africa occidental "se había convertido en

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fincas controladas por grupos que se las transmitían por herencia". Lo cierto es que no
había una contradicción necesaria entre las nociones de derechos de la comunidad y de
derechos corporativos e individuales: la existencia de unos no excluía necesariamente la
de los otros. Esta es la razón de que al tratar de comprender las normas de acceso
simplemente en términos de la falta de "propiedad privada" de la tierra, las potencias
coloniales acabaran teniendo una noción consuetudinaria de tenencia de la tierra que
implicaba al menos tres importantes tergiversaciones.
La primera era una noción de los derechos comunitarios tan parcial que estaba en
desacuerdo con cualquier comprensión significativa de los derechos individuales. Las
potencias coloniales trajeron con ellas "conceptos europeos de tenencia legal que
estaban dispuestas a interpretar como principios legales universales aplicables en todas
partes"; y en particular, la antropóloga Elizabeth Colson llegaba a la conclusión de que
las potencias coloniales "partían del supuesto de que toda la gama de derechos sobre la
tierra que abarca el concepto de posesión con título de propiedad debe existir en África
como existe en Europa".4 Desde este punto de vista, un derecho tenía que ser exclusivo.
La noción de derechos múltiples en la tierra era difícil de sostener. Por lo tanto, "si no
aparecía ninguna persona privada que detentara .esos derechos sobre un área
determinada, entonces se suponía que los derechos pertenecían a la unidad política
cuyos miembros usaban la región". Así surgió una noción de un derecho comunitario de
la tierra como derecho tanto de propiedad como exclusivo.
Si la comunidad era la propietaria consuetudinaria de la tierra comunal, entonces,
¿quién iba a ejercer ese derecho de propiedad? La definición de las autoridades
consuetudinarias que iban a ej ercer el derecho de asignar tierras comunitarias para uso
familiar implicaba una segunda tergiversación: hasta entonces los poderes rituales se
confundían con los derechos de propiedad. En Áfríca occidental, a lo largo del siglo xix
había sacerdotes de la tierra "que representaban al primer colono" y que, "al transformar
los terrenos baldíos sin ocupar en habitación humana y cultivo se suponía que habían
llegado a un acuerdo con el poder de la tierra". Esos sacerdotes de la tierra eran
reconocidos "tanto en estados altamente desarrollados como entre personas que no
reconocían ninguna otra forma de cargo comunitario". La tendencia era que las
comunidades reconocieran cargos rituales que reflejaban los diferentes usos al servicio
de los cuales se ponía la tierra: en Áfnca central, había sacerdotes de la tierra, sacerdotes
de las áreas de chaparrales y sacerdotes de las aguas; en Africa oriental, también había
sacerdotes del ganado. Una interpretación de que los sacerdotes de la tierra "eran
poseedores de los derechos de la tierra de la comunidad" representaba equivocadamente
el papel que éstos tenían, porque "ellos eran líderes del ritual y no distribuidores de
tierras ni mandatarios de hombres".5 No obstante, como lo expresó Snyder refiriéndose
al Senegal colonial, la noción de que los sacerdotes tenían intereses de propietarios en la
tierra en realidad era ideológica y constituía la base de un constructo colonial más
amplio: que el poder de asignar derechos de uso de "la tierra pertenecía a los jefes".
Y por último, había una tercera tergiversación que identificaba a la comunidad con la
tribu y que por lo tanto definía que todos los migrantes que no pertenecían a la tribu
-todos los extraños- no tenían el derecho tradicional de acceso a la tierra. Por ejemplo,
en 1903 las leyes de Lerotholi, nombre que pertenecía al entonces jefe supremo de la
Basutolandia británica, prohibían la asignación de tierras a los no basotho. La Comisión
de Reservas Nativas de 1927 en la Zambia colonial explicaba su perspectiva de la
manera siguiente: "En la selección de las reservas que estamos recomendando nos
hemos esforzado en adherirnos al principo de que deben ser o para una parte de una

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tribu."8 Asimismo, las reservas en Kenya, como en Rhodesia o Sudáfrica, estaban
demarcadas siguiendo líneas tribales. Las normas de la autoridad nativa (Control de
Enajenación de Tierras Agrícolas) de 1948 en Nigeria exigían que los extraños
consiguieran un permiso de la autoridad nativa pertinente antes de que pudieran cultivar.
Pero en la mayoría de las sociedades africanas precoloniales en las que el nivel social y
la riqueza se acumulaban en aquellos que podían atraer dependientes y seguidores, "los
'extraños' eran bien recibidos -esposas, clientes, 'hermanos de sangre', colonos o
discípulos- porque incrementaban el prestigio y muchas veces la fuerza de trabajo del
cabeza de una familia, grupo de parentesco o comunidad".En consecuencia, las
comunidades eran con mucha frecuencia multiétnicas. En este contexto, identificar a la
comunidad con la tribu era sembrar la semilla de una gran tensión.
Estas tres tergiversaciones -la comunidad como propietaria consuetudinaria de tierras,
sus líderes políticos con nombramiento como detentadores y ejecutores de esa
propiedad, y el derecho de acceso a las tierras comunitarias basado en lo
consuetudinario como tribalmente definido y por lo tanto excluyente para los extraños-
en realidad se transformaron en muchos pivotes en torno a los cuales se desarrollé una
noción específicamente colonial de la tenencia consuetudinaria de la tierra, que se
convirtió en "un plan de acción de que había que encontrar a todos los propietarios de la
tierra" y "que esos propietarios deben ser protegidos contra la explotación negándoseles
el derecho a disponer libremente de sus intereses". También se volvió "axiomático que
sólo una comunidad podía poseer tierra". Elizabeth Colson denominó a este conjunto de
leyes que regía "la asignación y el uso de la tierra E...] consuetudinario, aunque no
tradicional".'1
Al basar los poderes de los jefes en el derecho a asignar tierras consuetudinarias para el
uso, el derecho consuetudinario tenía tendencia a fortalecer la posición de las
autoridades nativas. Esto se fue volviendo obvio con el tiempo. Yen la medida en que
soporté el paso del tiempo, la tenencia consuetudinaria de la tierra se debe entender, no
simplemente como el resultadó de un conjunto de confusiones conceptuales, sino como
una política que se reprodujo porque estaba políticamente avalada. Para subrayar este
punto vamos a tomar un ejemplo. Cuando se convocó el Comité de Tierras de Africa
Occidental en 1912, se presentaron pruebas ante él de "que los jefes yoruba no tenían
más derechos sobre la tierra que el de que pertenecía a sus propias familias”. Pero el
comité -cuyo informe nunca se publicó- acentuó "la importancia política de defender la
'pura tenencia nativa' ", porque la tenencia de la tierra "era el fundamento del gobierno
nativo" hasta tal punto que "juntos se sostienen o caen".
Aunque el desarrollo de una tenencia consuetudinaria de la tierra fue la tendencia
principal en el Africa colonial, no fue la única. En el choque colonial de África, hubo
también momentos curativos. El derecho consuetudinario regulaba el acceso a la tierra
en las vastas llanuras que se extendían entre el Sahara y el Limpopo, pero había también
bolsones y enclaves dominados por terratenientes y capitalistas agrarios. Mientras que
los acuerdos que crearon una clase con tierras tenían para ellos una resonancia de la
India, en las "reservas" en disminución de las que los colonos extraían tierra y mano de
obra encontraban un cariz muy de Nuevo Mundo.
Terratenientes indígenas
El asentamiento de tierras estilo la India más conocido en Africa fue el Acuerdo de
Buganda de 1900, que transformó a un sector de la clase gobernante precolonial del

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reino de Buganda en una aristocracia con tierras. El acuerdo abarcaba todas las tierras
que estaban entonces en uso y algunas que no lo estaban: se distribuyeron 10 034 millas
cuadradas entre la familia real y los jefes más importantes, y otras 8 000 millas
cuadradas iban a ser divididas entre jefes menores y notables, que sumaban inicialmente
1 000 personas pero que aumentaron a 3 700 en 1905. A través de esta transferencia,
grandes masas de campesinos que vivían de esas tierras se convirtieron en arrendatarios
que pagaban arriendos a los terratenientes mailo (propietarios de millas). Además de la
clase terrateniente, también proliferé otra constituida por europeos dueños de
plantaciones, para quienes cada campesino que cultivaba algodón para vender era un
trabajador menos que contratar barato porque tenía otra manera de ganar dinero para
pagar impuestos. Pero los días de los dueños de plantaciones estaban contados. Por una
parte, el derrumbe de los mercados de productos que siguió a la primera guerra mundial
enseñé al Estado colonial que los plantadores podían sobrevivir a la adversidad sólo si
se les garantizaban subsidios generosos; por otra parte, los campesinos demostraron ser
una fuente mucho más confiable y más barata de algodón reconocido, una mercancía
que tuvo gran demanda por parte de la industria textil en Lancashire en las décadas que
siguieron a la guerra civil de Estados Unidos. En una década más, el crecimiento de la
producción campesina se había topado con el muro de las ambiciones terratenientes. A
medida que los terratenientes empezaron a extraer rentas de tierras (obusulu) y rentas de
mercancías (nvujo) de los arrendatarios, éstos empezaron a reducir el cultivo de
cosechas de mercancías (algodón) y se unieron en masa a un movimiento de jefes de
clan (el Bataka) exigiendo una revisión del acuerdo de 1900. La respuesta colonial fue
cortar las alas de la clase terrateniente a través de una ley de reforma de tierras que
limitaba la renta que los terratenientes podían recaudar de los arrendatarios y daba a los
arrendatarios la seguridad de la tenencia, incluido el derecho de herencia. No obstante,
esta protección se limitaba a tres acres. Su consecuencia social no fue una burguesía
agraria, sino un campesinado libre internamente diferenciado. Esta ley de reforma de la
tierra, la ley de 1928 Busulu y Envujjo, fue una medida correctiva de un poder colonial
estabilizado.
La ley de reforma de la tierra fue el producto de haber vuelto a pensar durante una
década la política de tierras a través de una serie de conferencias que se iniciaron en
1914. Hacia 1922, el gobernador se sentía lo bastante seguro para concluir en un
despacho al secretario colonial del sistema mallo en Buganda lo siguiente: "Está claro
que el sistema es peligroso." Ese mismo año, la conferencia de comisarios provinciales
resolvió lo que sigue: "Los comisarios provinciales consideran que es tema de profundo
pesar que la idea de 'dominio absoluto' y de 'sistema de terratenientes' haya sido
introducida en el Protectorado por los acuerdos de Uganda, Ankole y Toro, e insta a que
ese error desastroso no se perpetúe en distritos en los que el gobierno no se ha
comprometido con esos desafortunados contratos."14 Para 1931, la Oficina Colonial fue
capaz de cristalizar los puntos cardinales de la política de tierras en Uganda y
comunicárselos al gobernador: a] "nadie tendrá concesiones de tierras en dominio
absoluto"; b] "ninguna concesión de 'fincas oficiales' de cuyos ocupantes se pueda
esperar tributo por parte del que detenta el cargo"; en cambio, los campesinos deben
pagar "tributo al gobierno del Protectorado, por el que es devuelto a la administración
nativa y usado en conjunto con la deducción normal del impuesto de capitación como
un fondo para el pago de salarios y pensiones a los jefes", ye] "los campesinos han de
ser protegidos en sus posesiones". En suma, la reforma de la política no apuntaba ni al
dominio absoluto ni al sistema de terratenientes, sino a un campesinado libre y
protegido en sus tierras que pagaba tributo al Estado.

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Cuando los franceses cambiaron su política por el gobierno indirecto después de la
primera guerra mundial, también introdujeron medidas correctivas allí donde antes
habían reforzado la propiedad indígena de tierras. En el estado jerifiano de Marruecos,
donde la base social del gobierno colonial era una clase terrateniente, se introdujo el
gobierno indirecto junto con la tenencia consuetudinaria de la tierra. Hasta la fecha, más
de cinco o siete millones de hectáreas del total de tierras arables los constituyen tierras
llamadas colectivas. Al mismo tiempo, un sistema dual de gobierno forma un cordón
alrededor de las zonas colectivas separándolas del resto del país.

Capitalistas colonos
El campesinado libre enfrentaba la extinción social allí donde era confrontado por una
burguesía agraria hambrienta de tierras y de mano de obra de origen colonizador. No
obstante, esa burguesía no logró llegar a tener un firme dominio del poder político y, por
lo tanto, del aparato institucionalizado de fuerza. Sus aspiraciones estaban controladas
por una doble barrera: la resistencia campesina y las demandas conflictivas de otros
sectores del capital. En una colonia como Kenya, las ambiciones de una clase de
colonos agrícolas en busca de apropiarse de un campesinado libre fueron frenadas por
una rebelión campesina, la del Mau Mau, que tal vez perdiera militarmente, pero en la
que los colonos fueron derrotados políticamente. En el centro de la colonia Mau Mau
estaba el Plan Swynnerton, un programa correçtivo de redistribución de la tierra cuyo
objetivo social era expandir las filas del campesinado. Pero la redistribución que la
Comisión de Tierras de Kenya recomendó, y que el gobierno aceptó, no era
principalmente para individuos o grupos desposeídos, sino que implicaba agregar
bloques de tierras a las "reservas tribales". "La solución final' del conflicto de tierras
kikuyu-europeo", sintetizaba Sorrenson en su estudio del Plan Swynnerton, "se
consideraba en términos tribales".
En la colonia portuguesa de Mozambique, el Estado colonial medió entre las demandas
en conflicto de los colonos portugueses -de tierra (y mano de obra)- y las de las minas
sudafricanas -de reservas que serían hogar de las comunidades campesinas que
suministraban migrantes. El estatuto de 1929 sobre política nativa en las colonias
portuguesas definía al nativo como "parte de una comunidad gobernada directamente
por un jefe y sometida en primera instancia al derecho consuetudinario africano". Parte
de esa costumbre era "el acceso a la tierra comunal". Las reservas comunales,
inalienables a los propietarios privados, habían sido demarcadas por ley en 1918. Su
tamaño aumentó cuatro veces en 1927.17 La razón de que hubiera tan pocos africanos
"civilizados" en las colonias portuguesas -cinco mil en Mozambique en 1950- no es sólo
que fuera difícil alcanzar este nivel social; era también que un civilisado africano perdía
todos los derechos en las tierras de posesión comunal.
A diferencia de los agricultores colonos que trataron de extraer tierras y mano de obra
de las comunidades campesinas a través de una serie interminable de guerras cafres, la
demanda del capital minero era de comunidades campesinas que se autorreprodujeran
(reservas) y que al mismo tiempo les proporcionaran mano de obra migratoria en ciclos
progresivos. La pretensión de la ley de tierras sudafricana de 1913 no era sólo que las
comunidades campesinas fueran confinadas al 7.13% de la zona de tierras -cuota que
duplicó la Ley de Tierras y Comercio Nativo de 1936-, sino que consistía en un intento
repetido de crear y detentar reservas en las que la tierra se tuviera en posesión
consuetudinaria. La Ley de Tierras Nativas de 1913 fue ocasión de una ola de

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desplazamientos forzosos de africanos de "tierras blancas", gráficamente descritas en la
época por el intelectual negro Sol Plaatje.18 Esto contrasta con Kenya, donde el
detonador de la revuelta Mau Mau fueron los intentos de los colonos de apropiarse de
tierras de ocupantes ilegales y convertirlas en mano de obra ligada a la agricultura. No
es extraño pues que, cuando la Comisión Tomlinson recomendó en 1955 que se
concediera la tenencia con dominio absoluto a la población africana en los homelands
con la condición de que fueran "adecuadamente usadas" en interés del "desarrollo", el
gobierno rechazara la propuesta. En palabras de Verwoerd, esto "socavaría toda la
estructura tribal". Este imperativo político contribuyó a un "rígido dualismo en la
tenencia” entre reservas de campesinos y granjas de colonos en las colonias de reserva
de mano de obra: en las granjas, la tenencia era de dominio absoluto o con arriendo a
largo plazo; en las reservas, era consuetudinaria. El objetivo de lo consuetudinario era
contener la mano de obra migratoria dentro de una posesión comunal. En la política
laboral del apartheid en los años cincuenta y sesenta fue central un firme empeño de
expandir el alcance de la mano de obra migratoria más allá de las minas en servicio para
que trabajara en establecimientos de manufactura, de modo que periódicamente
regresara en definitiva a las reservas, que por aquel entonces ascendían a diez
homelands.2' El complemento de un campesino libre es la mano de obra migratoria, no
un proletariado plenamente desarrollado.
Es el acceso consuetudinario a la tierra lo que define al campesinado libre en Africa, a
diferencia de los pequeños campesinos de otras partes. Es también este acceso el que le
da autonomía y lo hace un campesinado libre que se autorreproduce. Aunque esta
autonomía está tratada en los textos como la opción de salida, no pasa lo mismo con su
significado, porque un acceso consuetudinario a la tierra no significa que ese
campesinado no esté cautivo, sino más bien que su actividad productiva está
configurada por las fuerzas del mercado sólo en parte. Subordinar esa actividad además
a una demanda externa -pero sin convertir la tierra en una mercancía regida por el
mercado- sólo es posible mediante la fuerza. La otra cara de la autonomía en este caso
es un régimen de fuerza. El hecho de que este régimen se denomine consuetudinario no
lo vuelve por ello menos coercitivo. Para entender la naturaleza de las fuerzas que
configuran el sistema de la producción del campesino libre, es necesario entender el
impacto combinado de mercados y compulsiones, dos influencias que habitualmente
tendemos a ver como opuestas. No obstante, en este arreglo la fuerzano es la prehistoria
de los mercados, es su gemelo complementario.
El régimen que hizo cumplir las compulsiones se conoció como la autoridad nativa. Su
agente era el jefe. Santificado por el derecho consuetudinario, el poder que el jefe
esgrimía estaba organizado como un poder fusionado. Desenmarañarlo y diferenciarlo
significaría evocar la sospecha, mantenerlo intacto se ría conservar la confianza, ésta era
la lógica de los sumos sacerdotes del gobierno no indirecto. No obstante, los que
detentaban ese poder no se han de considerar simples funcionarios que sencillamente
traducían a la acción ejecutiva directrices recibidas desde arriba. En cierta manera, la
autonomía del campesinado libre se reflejaba en la autonomía del poder al que estaba
directamente sometida: la autoridad nativa. Los jefes que estaban a cargo de extraer
mano de obra y sus productos por la fuerza de las unidades domésticas de los
campesinos libres estaban también en condiciones de extraer el tributo de las mismas
unidades domésticas. Además de los salarios que ganaban del Estado central los jefes
tenían también una fuente autónoma de ingreso: el tributo personal.
Decir que los jefes eran autónomos no es decir que fueran independientes No es

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pretender que no actuaban como intermediarios en la puesta en práctica de las
directrices procedentes del centro ni tampoco que no estuvieran supervisados por
órganos del Estado central incluso más estrechamente. La reivindicación de
independencia de los jefes estaba entretejida en la demanda de ser reconocidos como
autoridades tradicionales y por lo tanto hereditarias. Esta pretensión fue rechazada por
todas las potencias coloniales en cuanto estabilizaron su gobierno, porque toda potencia
colonial guardó celosamente el derecho de nombrar y deponer a un funcionario. Pero
una vez nombrados se dejó a los representantes de la autoridad nativa abandonados a
sus propios recursos a menos que no lograran mantener el orden, llevar a cabo mandatos
(que incluían la demanda de mano de obra pública y cosechas obligatorias) saldar sus
libros de contabilidad. La autonomía y el poder de la autoridad nativa llegaron a
cristalizarse en un despotismo descentralizado.

MERCADOS Y COMPULSIONES

En general, los historiadores partieron del supuesto de que la producción de mercancías


en Africa empezó con el gobierno colonial. Las nociones predominantes daban por
supuesto que las economías indígenas tenían carácter de subsistencia y que el comercio
empezó como consecuencia de un impacto externo, árabe, indio y europeo. Los
historiadores rara vez se preguntaron cómo en posible que los comerciantes extranjeros
intercambiaran cargamento en la costa sin la presencia de comerciantes internos que
pudieran acumular primero el cargamento que iba a ser comercializado. La obra
histórica de la postindependencia ha criticado eficazmente este supuesto, volviendo a
trazar en el proceso la historia del comercio y los mercados en Africa antes del
colonialismo.
¿Cuál fue entonces el impacto del colonialismo en la economía de mercado? A primera
vista, parecería ser la profundización de los mercados, particularmente para cultivos de
exportación y bienes básicos importados. Esta integración unilateral y con miras hacia
afuera en la economía mundial fue destacada por los teóricos de la dependencia, pero
éstos también tendieron a convertir el hecho histórico del carácter externo de las
relaciones capitalistas introducidas en las colonias en una especie de teoría del pecado
original por la que el capitalismo, no sólo en su origen sino también a cada paso de su
desarrollo, debe seguir siendo una imposición externa. Este intento de leer el desarrollo
de los procesos en el origen de los mismos no es sólo reduccionista, sino que también
ignora un hecho histórico importante. En Africa, las relaciones mercantiles fueron
anteriores al colonialismo.
Aun así, la teoría de la dependencia captó un importante hecho histórico. A medida que
la economía de intercambio se desarrolló, los campesinos empezaron a depender en
grados diversos de los mercados para su sobrevivencia, tanto en su necesidad cotidiana
de bienes de consumo manufacturados, que iban desde artículos simples como sal y
jabón, hasta otros relativamente más sofisticados como azúcar, vestido, medicinas y
educación formal. A su vez, acabaron dependiendo de los mercados (extranjeros), en los
que vendían cultivos industriales (algodón, café, té, piretro y cacahuates). La
dependencia de su actividad productiva era aún más pronunciada. Aunque en tiempos de
escasez un campesino podía abstenerse del uso de artículos de consumo
manufacturados, hasta de sal y jabón, esto no era tan fácil con las herramientas para la

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producción, como el ubicuo azadón sin el cual el ciclo productivo no se podía poner en
marcha. Walter Rodney escribió que el campesino africano entró en el colonialismo con
un azadón y salió de él con un azadón; hubiera tenido que agregar que el azadón con el
que el campesino entró estaba hecho localmente y aquel con el que salió era importado.
El otro lado de esta dependencia parcial era una tendencia en parte desgastada a la
autosubsistencia. El imperio de las fuerzas del mercado era limitado en la medida en
que la tierra labrada por campesinos siguió siendo una posesión consuetudinaria, porque
en esa tierra, junto a las cosechas que vendrían, las unidades domésticas campesinas
también cosechaban los alimentos básicos que consumían. Como todo lo
consuetudinario, el acceso a la tierra estaba sometido en la práctica a una competencia
entre dos bandos, en este caso entre las autoridades tradicionales de parentesco y los
jefes recién nombrados. A pesar de este forcejeo o del requisito de pagar un tributo
consuetudinario, el campesinado libre conservó el acceso a la tierra que cultivaba.
La dependencia parcial respecto de los mercados no era uniforme en todo el
campesinado. La economía mercantil era también el rasgo que diferenciaba al
campesinado en diversos estratos. Características inicialmente accidentales, tanto
demográficas (tamaño de la familia), topográficas (fertilidad del suelo) o de ubicación
(cercanía con respecto a los mercados o líneas de comunicación), podían desencadenar
procesos acumulativos conducentes a ventajas o desventajas, enriquecimiento o
empobrecimiento. Cada paso en este desarrollo contradictorio representaba para las
diferentes unidades domésticas campesinas una oportunidad o un constreñimiento,
dependiendo de si la unidad doméstica tenía un excedente de mano de obra o un déficit,
de si disfrutaba de un excedente de implementos (o de animales de granja) o era pobre
en ellos, de si podía formar un excedente de tierras o sufría un déficit. Por lo tanto, las
unidades domésticas campesinas se dividían sobre la base de los que empleaban manos
extras para completar la mano de obra familiar y los que no tenían siquiera el número de
azadones necesarios para poner en movimiento simultáneo todas las manos disponibles
y se veían obligados a vender algo de su capacidad de trabajo para satisfacer
necesidades inmediatas; entre los que rentaban bueyes y arado y los pobres en
implementos que los alquilaban, ya veces entre los que arrendaban el excedente de
tierras y los que tenían que arrendarlas porque no tenían suficientes.
Varios comentaristas sobre el campo africano han partido del supuesto de que no podía
haber una diferenciación social significativa en el seno del campesinado libre mientras
la tierra siguiera siendo abundante. Pero la tierra es sólo un componente del próceso de
trabajo, cuyos otros ingredientes son la mano de obra y los implementos. Mis estudios
en Uganda muestran que los campesinos con acceso formal a tierra suficiente, aun así
pueden considerarse pobres en tierras porque no tienen acceso a los implementos
necesarios para poner en marcha toda la mano de obra a disposición de la familia. Así
pues, las unidades domésticas campesinas que poseen pedazos de tierras
aproximadamente similares pueden hallarse en diferentes ubicaciones socioeconómicas
porque algunas son pobres en implementos y otras no.
El proceso de diferenciación no se desarrolló del todo a rienda suelta. Tanto el ritmo
como la dirección del desarrollo estaban configurados por el carácter del poder político
(estatal). La diferenciación del campesinado fue el resultado final de dos procesos
relacionados: la competencia característica de los mercados locales y una serie de
imposiciones forzadas sobre el campesinado que tendía a acelerar el empobrecimiento
de los pobres rurales en particular. Como en el reino de lo político y lo jurídico, en la

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economía también las relaciones fuera de mercado difícilmente eran las tradicionales, la
suma y esencia de las relaciones de parentesco; eran los lazos de parentesco
subordinados a las demandas de una nueva autoridad. La actividad productiva de los
campesinos estaba configurada, no por la economía de mercado y la "economía del
afecto" -para valernos de la peculiar frase de Goran Hyden-, sino por la fuerza del
mercado y la compulsión de la fuerza. El impacto general del colonialismo en las
relaciones económicas fue contradictorio, facilitando y constriñendo a la vez la
expansión del mercado. La economía del campesino libre estaba en los intersticios de
mercados y compulsiones.
La distinción entre relaciones de mercado y compulsiones directas no es exactamente la
que hay entre fuerza y falta de ella. A fin de cuentas, la "obtusa compulsión" de las
fuerzas de mercado parte del supuesto de la presencia de la fuerza "en última instancia",
y sólo es posible allí donde una autoridad legal y política (fuerza institucionalizada)
garantiza la reproducción de derechos de propiedad y la inviolabilidad de obligaciones
contractuales. La distinción es más bien entre la intervención directa de la fuerza en el
proceso mismo de producción (coerción extraeconómica) y su presencia indirecta y
externa para garantizar las bases legales para la reproducción de las relaciones
mercantiles. La historia de la fuerza tampoco se ha de tomar como la prehistoria de los
mercados en su infancia, como lo suponen muchos de los textos sobre historia
económica de Africa. Mientras el campesinado sigue teniendo la posesión
consuetudinaria de la tierra, conserva un grado de autosuflciencia que sólo se puede
romper desde afuera, mediante la fuerza organizada o una catástrofe casual. Cuando
pedí a una agricultora capitalista en el norte de Uganda que identificara el periodo
crítico en la acumulación de la familia en la aldea, respondió: "Lo que nos ayudó fue la
hambruna de 1980. La gente tenía hambre y nos vendía las cosas baratas. Entonces fue
cuando empezamos realmente a comprar."25 No obstante, la catástrofe es irregular. El
periodo entre catástrofes está puntuado por la fuerza. Envuelve a las unidades
domésticas campesinas como una red de exacciones que van desde trabajo forzoso y
cultivos forzados hasta contribuciones forzadas y traslados forzados.

LA FUERZA Y EL ESTADO
Puesto que la vida económica en los territorios africanos era en general precapitalista a
fines del siglo xix, apenas existía un mercado de mano de obra en el que contratar
trabajadores. Aun así, es irónico que en un periodo cuyo impulso moral se definió por
una creciente campaña contra la esclavitud, todas las potencias coloniales parecían
haber llegado a la misma solución frente a este dilema: mano de obra no libre. Si la
convención internacional había abolido el comercio de esclavos, razonaban, esto no era
exactamente lo mismo que haber abolido la esclavitud. Si el fin del comercio de
esclavos disminuía los suministros locales de mano de obra, la escasez se iba a llenar
con varios tipos de mano de obra no libre, y así fue. El recurso a la mano de obra no
libre marcó la práctica de todas las potencias coloniales importantes: Bélgica, Francia,
Portugal e Inglaterra.
Fue nada menos que Mark Twain quien atrajo la atención popular occidental hacia este
"sistema organizado de pillaje y atropello" construido sobre "los más diversos
impuestos en mano de obra o en especie", en el Congo del rey Leopoldo. No obstante,
esto no terminó con el fin del dominio personal del rey Leopoldo. El pasaje de Bélgica
al colonialismo directo sólo sirvió para racionalizar e institucionalizar esas prácticas en

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ley, no para erradicarlas. La primera legislación colonial permitía 60 días de trabajo
forzado al año, reducidos en 1955 a 45 días; el trabajo forzado se podía pedir para
cultivos obligatorios o para obras públicas. La disposición se volvió a redactar en forma
de ley después de la independencia. La ordenanza de 1969 requería que cada unidad
doméstica campesina contribuyera con 45 días de trabajo al año para "trabajo
educativo"; además, se podía exceder este límite "si hay trabajo urgente que hacer".
Además del Congo, Bélgica controlaba las colonias gemelas de Ruanda y Burundi. La
manera en que el conjunto de prácticas forzosas influyeron en los infortunios diarios de
un campesino queda clara en la siguiente observación de un misionero en Rugan
(Burundi) en 1932:
“Durante la visita del Residente Í...] me di cuenta de que como las lluvias sufrían un
retraso de mes y medio y los nativos habían esperado con impaciencia plantar sus
cosechas, sería poco prudente impedirles que así lo hicieran imponiendo numerosos
reclutamientos de mano de obra que no iban a hacer nada para impedir una hambruna
inmediata: campaña de café, campaña de mandioca, campaña de eucaliptus, campaña de
trigo sarraceno, obras públicas Çel dispensario en Kinazi yen otros lugares), etc., etc.
Señalé que además había en la zona una epidemia de abcesos que condenaba a veces a
la inactividad hasta a cinco personas en una unidad doméstica.”
A partir de 1887, los franceses empezaron a establecer "aldeas de libertad" a lo largo y a
lo ancho del Sudán ocupado. A esas aldeas llevaron a todas las categorías de esclavos:
los que habían huido de territorios enemigos, los que les habían sido quitados a sus
amos como castigo o por razones políticas, los que había pagado la hacienda francesa
pero aún no habían sido vendidos, y por último los que habían sido puestos en
libertad por los plantadores más liberales. Para esos desdichados ocupantes, la
emancipación de la esclavitud no significaba el fin del trabajo no libre. Una nota escrita
a mano en 1894, hallada en los archivos Bamako, describía la condición de éstos:
"Cuadrillas de hombres desdichados muriéndose de hambre o al borde de la muerte,
cansados y aun así obligados, por ejemplo, a proporcionan toda la mano de obra forzosa
para el trabajo de cargamento de la guarnición y el círculo." Otro comentarista francés
observaba que las aldeas de la libertad en realidad "prorcionaban una excelente solución
al problema de encontrar cuadrillas de cargadores y de mano de obra; de todos modos,
este sistema era muy superior al de salir armados buscando gente cada vez que se
necesitaba, sólo para que los sujetos se escaparan en el primer instante en que no
estuvieran vigilados".
Esas aldeas se utilizaron mucho para abastecer de mano de obra a individuos europeos,
para las misiones y para facilitar esposas a los soldados. Cuando la oferta procedente de
la combinación de esclavos no vendidos, cautivos y liberados no podía satisfacer la
demanda existente, la administración francesa no era adversa al forzamiento de mano de
obra en la población libre del entorno. G. Deherme, en un viaje que realizó en 1908 por
el África occidental ocupada por los franceses, registro uno de esos casos: "En uno de
los distritos por los que pasé, había surgido la costumbre de que cuando una aldea no
podía o no quería entregar la suma total exigida [en calidad de impuestos], se tomaba un
niño y se lo colocaba en la llamada aldea de la libertad hasta que se pagaba el
impuesto." No es extraño que las llamadas "aldeas de la libertad" no estuvieran unidas a
la población local y que fueran denominadas "aldeas de los esclavos del comandante".
Para tener una idea de lo extendida que estaba la mano de obra no libre en aquella
época, sólo hay que verlas estadísticas francesas del periodo: un informe emitido en

10
1904 calculaba que 2 000 000 de los 8 250 000 habitantes del África occidental francesa
entraban en la categoría de "no libres".
Las aldeas de la libertad fueron dispersadas poco a poco entre 1905 y 1910, [no porque
el trabajo forzado fuera suprimido, sino porque se fue generalizando exitosamente a
medida que se consolidó la ocupación colonial. En las colonias francesas de Áfnica
Occidental y Ecuatorial, se les exigía por ley a todos los contribuyentes que hicieran el
trabajo reglamentado, a menos que pudieran comprar la parte que les correspondía.
Registrado en los libros como básicamente de diez a doce días al año, este límite oficial
pocas veces se cumplía. Como cada cantón era gravado de acuerdo con la población que
tenía registrada, los días de trabajo que debían los que estaban ausentes o habían
fallecido se dividían entre los presentes. Si una tarea era considerada de "urgente
necesidad" por las autoridades, siempre era posible agregarla; la negativa de la
población a cumplirla incitaba siempre a un castigo colectivo
En las primeras décadas, se exigía el trabajo forzoso no sólo para el cultivo yo y las
obras públicas, sino también para el trabajo primordial de cargador. Debido a los medios
de transporte escasos e inadecuados, todos los bienes de exportación se producían en
zonas situadas a menos de 300 kilómetros de la costa. Las colonias que estaban más
adentro del territorio fueron organizadas como reservas de mano de obra. Así pues,
cuanto más tierra adentro se hallaba un lugar, más se acentuaba el trabajo forzoso de los
cargadores, los "tétes de pipe", como los llamaban los explotadores de la selva. En esas
economías de subsistencia del interior, llegó a existir una categoría de trabaja forzoso
que se agregó a la obligación de mano de obra reglamentada que satisfacía la demanda
de compañías y grandes obras públicas y que se convirtió en una manera de cumplir con
los impuestos mixtos. Este fenómeno fue particularmente acentuado en las economías
concesionarias del Africa Ecuatorial Francesa, donde hasta el 40% de la población
masculina entre las edades de 20 y 40 años fue reclutado para trabajar en las
concesiones forestales y mineras en los años 1920. El trabajo coercitivo conllevó altas
tasas de mortalidad. En un periodo de tres años, de mil hombres reclutados de una sola
división en Gabón, 182 murieron y otros 395 no regresaron a sus hogares.
El Estado central, las plantaciones y las minas no agotan la lista de los que devoraban
trabajo coercitivo. Una categoría más la constituyeron los que exigía el Estado local,
personificado en el jefe nativo y el comandante de círculo blanco. En cada zona
agrícola, se exigía a los campesinos que labraran un campo comunal cuyo producto era
para mantener al jefe y sus hombres. Además, y por encima de este campo tradicional
del jefe, la policía también demarcaba otro -los campos del comandante- que se exigía a
los campesinos que cultivaran y que la policía verificaba periódicamente en diferentes
etapas del ciclo agrícola.
Cada vez que un europeo a cargo de la oficina local de distrito emitía una orden para
que se reunieran suministros, era temporada de caza para lajerarquía local, desde
diversos rangos de jefes hasta mensajeros, médicos yenfermeras. El siguiente relato
escrito en 1942 y que se encontró en los archivos nacionales de Camerún lo describe
gráficamente:
“La Office du Travail dijo al jefe principal: "Has de darme 40 hombres." Con los ojos
brillantes, el jefe pidió a los jefes de aldea que pasaran el mensaje: "Quieren que les dé
60 hombres. Dénmelos, rápido." Los jefes de aldea deciden entre ellos cuántos debe dar
cada uno para suministrar los 60 hombres. "Yo puedo dar diez." Después llama a sus
mensajeros y les dice en secreto, "Dénme 15 hombres." Entonces, los mensajeros,

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armados con sus fieles látigos, embisten las aldeas y agarran a quienesquiera que
encuentren de día o de noche. En chozas y en campos, cazan hombres. Sin apiadarse,
azotan y hieren, pero tanto mejor. "~,Quieres ser liberado? Entonces dame un pollo.
Dame cinco francos. ¿No los tienes? Mala suerte." Agarran a todos los que pueden para
liberar a tantos como sea posible a cambio de regalos remunerativos. ¡Cómo disfrutan la
época de reclutamiento!”
La exigencia de mano de obra crece a medida que se transmite hacia abajo en la cadena
de mando. La Office du Travail pide 50 hombres al jefe supremo, quien pide 60 a sus
seis jefes de aldea, que a su vez piden 90 a sus mensajeros, para quienes es una
oportunidad de temporada de caza y de "agarrar a todos los que pueden para liberar a
todos los que sea posible a cambio de regalos remunerativos". Pero la oportunidad de
ganancias aún no se agota. Se reabre a medida que se va siguiendo la cadena de mando,
y a los que se lo pueden permitir, se les invita a comprar la parte que les corresponde.
Veamos la siguiente historia con los 60 hombres reunidos ante el jefe supremo.
“Entonces el mismo negocio de compra empieza de nuevo: "A quién le gustaría darme
un regalo? El que dé una cabra será libre de regresar a casa." Aun cuando el sacrificio
sea enorme, la gente lo prefiere a la ruina segura de ir a trabajar en una plantación. "Yo
te daré una cabra", dice un hombre. "No quiero tu cabra", contesta el jefe, que desde
hace rato ha tenido los ojos puestos en la esposa del desdichado hombre.”
Los que se las han arreglado para comprar su parte correspondiente no quedan libres, ni
con tanta facilidad ni todavía. La libertad es condicional y la nueva condición es una
cuota de trabajo en la plantación del jefe supremo antes de que se les deje ir. Como
"precio de su libertad", "pasan entre una quincena y un mes trabajando en sus propias
plantaciones de café, donde se les encierra en la noche, son muy mal alimentados y se
les da una tarifa diaria de 0.30 francos".
Los reclutados que se van a poner en marcha hacia la Office du Travail deben pasar por
un examen médico antes de que se les pueda poner a trabajar. Como todos los demás,
este paso en el viaje del reclutado es un campo minado.
“El médico, si carece de escrúpulos, ve llegar a todos estos hombres aterrados y se dice
a sí mismo: "La enfermera puede hacer el trabajo." ¡Qué oportunidad para las
enfermeras! Porque ellas también pueden decir: "Te dejaré pasar por inepto si me das un
pollo." A otro lo visitará una concubina que dice: "Éste es mi hermano. No te lo lleves.
Lo puedes remplazar por uno de los enfermos que has rechazado."

No pasar la prueba médica tampoco proporciona alivio inmediato. Los que no la pasen,
"serán 'seleccionados' después de la prueba médica y en vez de que los hombres con
raquitismo y hernia y el anciano regresen a casa, se irán a trabajar con los otros que han
pagado para que les devuelvan la libertad.” Así es cómo el jefe supremo "puede reclutar
su fuerza de trabajo como si fuera una plantación europea". Pero por si alguien piensa
que éste es el fin la saga, no hay que olvidar al hombre que pasa la prueba médica y va a
trabajar a la plantación europea; el policía, bajo cuya "mirada vigilante" está, le dice que
debe trabajar, "si me das dos francos, esta tarde te sustituiré otro". Tarde o temprano,
cada reclutado se ha de dar cuenta de que está atrapado en un dilema tipo Catch 22: si
no se compra la propia libertad, no puede evadir el régimen de trabajo forzado en la
plantación europea, pero si se compra la propia libertad, no se puede quedar libre sin

12
una cuota de trabajo en la plantación del jefe.
También en las colonias portuguesas de Mozambique, Angola y Guinea el trabajo
obligatorio (xibalo) en caminos y puertos se combinaba con fuertes impuestos a la
población rural, destinados a obligar a los campesinos a abandonar sus tierras y a
trabajar para el Estado central, las plantaciones o colonos en particular. La colonia de
Mozambique, por ejemplo, estaba dividida tres regiones: el sur, el centro y el norte. Con
el transcurso del tiempo, estas regiones llegaron a coincidir con tres zonas económicas
distintas: el norte (las provincias de Cabo Delgado, Niassa y Nampula), una economía
predominantemente campesina; el centro (las provincias de Zambezia, Manica, Sofala y
Tete), una economía de plantación; y el sur (las provincias de Inhambane Gaza y
Maputo), una economía de granja de colonos.
El río Save, línea divisoria entre las regiones sur y central, también marcaba el límite
norte para el reclutamiento legal de mano de obra migratoria para los sudafricanos que
la contrataban. La migración de mano de obra de Mozambique al sur empezó a
mediados del siglo xix. Entonces fue algo relativamente menor, dirigido en primer lugar
a satisfacer las necesidades laborales de las plantaciones de azúcar con base en Natal.
Pero después de 1897 la migración de mano de obra se convirtió en tema de acuerdos
interestatales. El acuerdo de 1914 restringía el monopolio de la organización de
reclutamiento de mano de obra, el Witwatersrand Native Labour Association
(WENELA) al reclutamiento en las tres provincias al sur del río Save (paralelo 22).
Históricamente, las tres provincias sureñas fueron alimentadas como reservas, de
trabajo, tanto para granjas de colonos en el interior como para las minas sudafricanas.
A cambio de contratar trabajadores mozambiqueños en gran escala y a largo plazo, el
Transvaal recibió acceso al puerto de Maputo, que prestó servicio a su complejo minero
e industrial en torno al oro. A su vez, Portugal recaudaba un impuesto de emigración de
cada migrante; además, una tercera parte del salario del trabajador era pagada
directamente al Estado portugués, que procedía a duplicar el impuesto de choza,
exigiendo que se pagara en plata de ley y daba el resto en moneda local cuando el
trabajador regresaba a Mozambique. Entre 1908 y 1975, el reclutamiento anual de
migrantes procedentes de Mozambique fluctuó entre 74 000, la cantidad más baja, y 118
000, la cantidad más alta. Estas cifras representan la migración legal. Había también un
flujo ilegal, importante porque era atractivo para ambas partes: al que empleaba le
resultaba más barato porque podía evadir impuestos y formalidades y en el pacto tener
un control extra sobre los trabajadores, y a los trabajadores porque podían escoger su
lugar de trabajo y eludir la supervisión administrativa. Nadie conoce el tamaño exacto
de esta corriente migratoria, pero un estudioso calcula que las cantidades "puede que
hayan sido tan altas como las que pasaban por los canales legales".38 A principios de
los años 1970, uno de cada cinco trabajadores adultos hombres en las provincias sureñas
fue contratado como minero en Sudáfrica.
Al norte del río Save, en Mozambique central, el Estado portugués arrendó enormes
extensiones de tierras a compañías concesionarias inglesas, alemanas, francesas y
suizas, que establecieron plantaciones de sisal, copra, azúcar y té.40 Las concesiones se
otorgaron en el periodo del scramble, entre 1888 y 1894. En una época en la que
Portugal reclamaba toda Africa central y temía perderla, las concesiones en gran escala
proporcionaban una fachada de ocupación efectiva para agarrarse bien a la extensión
máxima posible de Africa. De las compañías concesionarias, la más próspera y de más
larga vida fue la Mozambique Company, controlada por intereses financieros ingleses

13
desde la primera década de este siglo hasta 1941.41 Al retirarse de toda actividad
económica directa, la compañía prosperó basándose principalmente en su capacidad de
suministrar trabajo contratado a patronos subconcesionarios. Basta una estadística para
ilustrar lo difundida que estaba la práctica del trabajo contratado en zonas bajo el
control de la compañía: se contrató un promedio de 86 000 trabajadores entre 1912 y
1916, cantidad que equivalía a "por lo menos el 25% de la población" de la zona. La
duración del contrato era de tres meses en 1917, pero subió a seis meses una década
después.
En la primera fase del gobierno portugués (1880-1926), a las compañías concesionarias
se les otorgaron poderes políticos y administrativos en las regiones central y del norte.
Estos poderes incluían el de extraer mano de obra forzosa del campesinado. Con la
instalación del régimen fascista de Antonio Salazar en 1926 y un giro hacia el
nacionalismo económico, la política portuguesa sufrió un viraje. Las compañías
extranjeras se restringieron en lo sucesivo a la región central, pero una concesión aún
incluía el control del abastecimiento de mano de obra en la localidad. A medida que fue
asumiendo poderes políticos y administrativos que previamente habían sido
prerrogativas de la compañía, el Estado de Salazar introdujo el cultivo forzoso de
algodón tanto en el centro como en el norte, principalmente para abastecer de materias
primas a la industria textil portuguesa en expansión. Después de 1930, el campesinado
del norte dejó de ser una fuente importante de mano de obra para las plantaciones del
centro. Más adelante expondré con detalle el régimen de cultivo forzoso de algodón que
condujo al desarrollo de un campesinado dedicado a cosechas cobradas por adelantado
en el norte.
La competencia por la mano de obra se intensificó en los años 1940 con la llegada de
los colonos hacendados. Incapaces de competir con los salarios ofrecidos por las minas
sudafricanas, los colonos también empezaron a depender del aprovisionamiento de
mano de obra forzosa. El Estado colonial medió la contradicción resultante haciendo
una distinción entre dos formas de trabajo coercitivo, el contrato y el xi balo: el primero
sobre todo para las compañías concesionarias y el segundo sobre todo para los colonos.
A diferencia de los trabajadores por contrato, valerse de la mano de obra xi balo era
responsabilidad del Estado local. El ex regulo Edward Moses Timana describió así el
sistema: "El regulo recibía habitualmente una lista que le entregaba el administrador de
Manhica con el número de hombres y mujeres que se necesitaban para el xi balo. La
demanda variaba de meses a años. Aunque la lista incluía a veces mano de obra para
obras públicas, más frecuentemente en el caso de Ilha Mariana, la mano de obra xi balo
significaba un arduo trabajo en granjas privadas de colonos."42 Oficialmente, la mano
de obra xi balo estaba definida como una obligación durante seis meses de trabajar fuera
de la posesión familiar. Para reclutar este trabajo, el regulo recibía la ayuda de la policía
nativa, conocida como sipais.
Aunque se consideraba sobre todo una obligación de los hombres, las mujeres -que eran
responsables de la cosecha forzada de algodón- no siempre quedaban inmunes al xi
balo. Cuando la escasez de mano de obra era extrema, como durante la cosecha y las
temporadas de desyerbe, también se recurría a las mujeres. Sólo los nativos que estaban
clasificados como agricultores evolucionados -personas que podían combinar un
mínimo acceso a la riqueza productiva con una conexión con el regulo y la
administración portuguesa- estaban exentos de las demandas de la mano de obra xi balo.
Aunque los migrantes que cruzaban la frontera estaban oficialmente exentos de la mano
de obra xi balo, cuando regresaban a sus hogares entre un contrato y otro, en la práctica

14
esto no siempre se cumplía. No era inusual que los migrantes llegaran a casa al final de
un contrato, "sólo para pasar el periodo de siete meses en los campos y en los pantanos
ocultándose del regulo y de la fuerza de policía africana, haciéndoseles difícil colaborar
en la agricultura familiar".
El trabajo contractual se estimulaba con impuestos, y en el distrito de lnhambane, a un
trabajador común por contrato le costaba 95 días ganar el dinero para pagar su impuesto
anual en 1917. Una persona era libre de contratar con el patrono que ella eligiera, pero
si no lograba hacerlo, tenía que enfrentar la perspectiva de un contrato forzoso, y peor
aún, de "trabajo correccional": trabajo forzoso pagado a una tasa inferior aun al del
trabajo contractual, y que se distribuía entre todos los que habían cometido un delito,
como "la falta de pago de impuestos", la "evasión del trabajo contractual" o la simple
"vagancia". Además de todo esto, toda persona estaba expuesta a realizar servicios para
el Estado central en obras públicas, en la policía o como cargador. Esto último era lo
más peligroso. Por ejemplo, de los 25 000 cargadores reclutados para la campaña contra
los alemanes, sólo 5 000 regresaron a sus aldeas. Cuando no estaba de servicio para el
gobierno, un africano tenía que llevar una libreta de pase (caderneta) en la que se
registraba su trabajo y las obligaciones fiscales. Para salir del distrito, necesitaba tanto
el permiso del jefe como una libreta de pase que estuviera en orden.
En todos los casos, el Estado proporcionaba el marco legal e institucional para el trabajo
forzoso.44 El código de 1899 exponía a todos los africanos, hombres y mujeres
-excepto los que tenían menos de 14 años y los ancianos- al trabajo. El código de 1928
introducía límites a la obligación de las mujeres, pero especificaba que los africanos
tenían la "obligación moral y legal" de trabajar. Podían ejercer un oficio o una profesión
reconocida, "cultivar por su propia cuenta tierras con una extensión específica" o
contratar con un patrono. De vez en cuando, el Estado central introducía una ley
específicamente destinada a fomentar prácticas coercitivas bajo la cobertura de la
legalidad. Por ejemplo, el decreto núm. 5076 del 20 de marzo de 1943 declaraba:
"Cualquier nativo que no haya pagado impuestos durante cualquier número de años
hasta el presente, debe pagar el déficit mediante trabajo correctivo de acuerdo con la ley
actualmente en vigor."
Las diferencias entre las potencias coloniales emanaban de la situación que una
enfrentaba en el terreno y de la diferencia en los recursos de que cada una podía
disponer. Este último hecho colocaba sin duda a los ingleses, con un alcance imperial
global, aparte del resto. Enfrentados a una escasez extrema de mano de obra, los
ingleses podían dirigirse a una colonia muy poblada y más antigua como era la India.
"No puede haber ninguna duda", declaraba un informe oficial sobre la emigración de
cambio de siglo procedente de la India, de que la "inmigración ligada por contrato ha
prestado un servicio invaluable a aquellas de nuestras colonias en las que, con la
emancipación de los esclavos negros, la industria azucarera estaba amenazada con la
ruina, o en las que se ha requerido una oferta de mano de obra regular para el desarrollo
de la colonia mediante métodos de trabajo a los que la población nativa es adversa".46
La emigración de mano de obra india ligada por contrato duró casi un siglo,
aproximadamente de 1840 a los años 1920. En la primera fase, de 1842 a 1870, más de
medio millón de trabajadores ligados por contrato fueron enviados a diversas colonias,
tanto inglesas como francesas:
Mauricio 351 401
Otras islas de las Indias Occidentales 7 021

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Guinea británica 79 691
Natal 6 448
Trinidad 42 519
Jamaica 15 169
Colonias francesas 31 346

Estas cifras no incluyen la corriente de mano de obra ligada por contrato a las
plantaciones de azúcar de Natal. La corriente comenzó en 1860, se suspendió entre 1866
y 1874 durante la depresión relacionada con la guerra civil en Estados Unidos, y se
reanudó en 1911, cuando la protesta pública en la India condujo a su suspensión.
La coerción en las colonias era tal que hasta el trabajo asalariado estaba reglamentado
por una legislación restrictiva que lo volvía semicoercitivo. En todas las colonias
inglesas, el Estado central regulaba las relaciones entre patronos y trabajadores a través
de ordenanzas locales de Amos y Siervos. Configuradas de acuerdo con el modelo de
las leyes inglesas del siglo xviii, estas ordenanzas definían que el abandonar o dejar el
trabajo antes de que terminara un periodo estipulado contractualmente era un delito
penable. Por ejemplo, en 1929 el número de africanos en Kenya acusados y
sentenciados de acuerdo con las ordenanzas de Amos y Siervos (o similares) fue
superior al de cualquier otra colonia inglesa en Africa ecuatorial. En realidad, el número
de los acusados fue de casi tres veces, y el de los sentenciados de casi dos veces, el de
Niasalandia, la colonia que ocupaba el segundo lugar en la lista. La diferencia reside en
el hecho de que Kenya era una colonia de pobladores en la que el Estado central se
dispuso a facilitar los requerimientos laborales de los patronos locales blancos, como lo
hizo en Sudáfrica, y como lo hicieron los franceses, los portugueses y los belgas para
compañías concesionarias y para colonos que operaban en sus colonias. Bruce Berman
aduce que el sistema de reclutamiento de mano de obra y de control en Kenya "era
probablemente más severo que el de cualquier colonia inglesa en África occidental u
oriental". Una Ordenanza de Registro Nativo obligaba a todos los hombres africanos
entre los l5 y 4O años a registrarse con la administración y a llevar una libreta de pase
(kipande) que incluía espacio para que los patronos registraran la duración del empleo,
el tipo de trabajo y los salarios que se recibía. El uso de sanciones penales contra la
infracción de contratos laborales lo mantenían todos los gobiernos coloniales. Cuando
de 1929 a 1931 hubo un gobierno del Partido Laborista en el poder, Lord Passfield
(Sydney Webb) instó a que se abandonara esta práctica. La respuesta de los gobiernos
de Africa oriental y central fue oponerse firmemente a ello. Todos estos gobiernos
consideraban que las sanciones penales eran esenciales para el mantenimiento de la
fuerza de trabajo.50
¿Cómo se puede reconciliar este estado de cosas con el hecho que se divulgó tanto de
que el trabajo forzoso establecido por ley fue abolido en las colonias inglesas después
de la primera guerra mundial, en las colonias francesas después de la segunda guerra
mundial y en las colonias portuguesas en 1961? Había dos razones para que la coerción
pudiera continuar en la práctica aun cuando estuviera abolida por ley. Primero, se
suponía que el derecho civil moderno en las colonias de gobierno indirecto se aplicaba
sólo en el terreno del poder cívico moderno y no en las prácticas consuetudinarias de las

16
autoridades nativas en el Estado local. En otras palabras, en la medida en que se llevaba
a cabo como consuetudinario, el régimen de fuerza continuaba. Jean Suret-Canale cita a
un comandante de círculo que el 12 de enero de 1948 escribió al magistrado local, dos
años después de la abolición del trabajo establecido por ley: "Tema: negativa a obedecer
al jefe de cantón. Los acusados [siguen nueve nombres] se han negado a obedecer al
jefe de cantón de la aldea de N'Zapa (cantón de Guizima) que les pedía que mantuvieran
y limpiaran los caminos. Le agradecería que aplicara las sanciones previstas en los
artículos 417 y 474 del Código Penal por haberse opuesto a obligaciones que involucran
al cantón y a sus jefes." En otras palabras, aun cuando el trabajo establecido por ley
estaba abolido, la obligación consuetudinaria de obedecer al jefe no lo estaba.
El trabajo consuetudinario, históricamente sancionado por la comunidad de la aldea y
emprendido para ella -pero ahora obligatorio para la autoridad local-, generalmente
calculado en un día a la semana, siguió siendo la práctica en todas las colonias
independientemente de las reformas en el derecho moderno, y éste sigue siendo el caso
en la actualidad. En Zaire se le denomina salongo. En Uganda se llama bulungi bwansi;
en Ruanda, umugunda; Zambia, umulasa; en Malawi, thangata; y en Swazilandia,
lmtmemo.
Cuando había una "emergencia" -o cuando el "desarrollo así lo justificaba” no era
inhabitual que las autoridades nativas exigieran algo más que el trabajo consuetudinario.
En el distrito de Kilimanjaro en la Tanganyka 1930, un jefe dio instrucciones a una
baraza (una numerosa asamblea pública) de que todos los hombres tenían "que ir a
Himo y excavar el canal de rieego de limo", advirtiendo que si alguien se negaba a
cumplir, "se le quitan su cabra, a la que los que habían ido a hacer el trabajo matarían y
se comerían"; si un hombre no tenía cabra, "se le darían 15 azotes en público". E
algunos lugares, como en otras partes de Tanganyka, no existía una costumbre
precolonial de este tipo. En 1926, "después de consultar con los ancianos de varias
tribus que vivían en el Distrito de Tanga", el comisario de distrito informó a su superior
que "no existe ninguna costumbre nativa por la que las autoridades tribales puedan
requerir a cualquier nativo que trabaje sin paga ni en el mantenimiento de los caminos
de su vecindario ni en ninguna otra clase de trabajo", ya que "la construcción y el
mantenimiento de los caminos en el pasado "se consideraban una amenaza a la
seguridad tribal" y aun así, esa "costumbre de mantenimiento de caminos sin paga" fue
instituida por lo alemanes; como "esa costumbre era un gran beneficio para todos", el
comisario recomendaba que "debería continuarse". Asimismo, el comisario del distrito
cercano de Handeni recomendó a su superior, esta vez en 1956, que la "Autoridad nativa
de Handeni había decidido aprobar Reglas" que exigían que "todos los hombres fuertes
y sanos", exceptuando "personas en empleos permanentes y regulares como jefes,
maestros, criados personales, etc.", podían "ser llamadas por su autoridad nativa para
que renunciaran a 30 días de trabajo libre al año para obras públicas esenciales que la
autoridad nativa estuviera llevando a cabo en beneficio de sus pueblos".
Raras veces un estatuto en el nivel de todo el país y procedente del Estado central
estipuló el trabajo forzado como requisito. Las excepciones se dieron en las colonias de
pobladores; por ejemplo, la Ordenanza de la Autoridad Nativa en Kenya, que requería
de cada hombre adulto que realizara seis días de trabajo no pagado cada tres meses. La
práctica en las colonias que no eran de pobladores era que el trabajo forzoso fuera
materia de reglamentos ("Reglas") de la autoridad nativa. De considerar la fuerza una
costumbre africana a considerar que los africanos estaban acostumbrados a la fuerza
había sólo un paso, como razonaría tal vez un europeo. Esta noción predominaba tanto

17
que a veces hasta un médico, cuya labor era reducir el dolor humano, se valía de la
fuerza para asegurar la docilidad de sus pacientes, consolándose a sí mismo por su
moralidad puesto que la fuerza sería aplicada por una autoridad consuetudinaria con un
derecho tradicional a hacerlo. Oigamos por ejemplo a un médico que trabajó para las
fábricas de aceite del Congo Belga en las "aldeas industriales" de 1927 a 1930: "Cuando
sentía que era necesario azotar a alguien, le ordenaba a un jefe nativo, un jefe
condecorado, que lo hiciera porque él tenía ese derecho con sus súbditos."
La tendencia era elaborar un compromiso, que salvara las apariencias y tranquilizara la
conciencia, entre las exigencias morales y las convencionales que, en todo caso, eran
contradictorias: se podía usar la fuerza si la fuerza era necesaria, pero en la medida de lo
posible tenían que emplearla las autoridades consuetudinarias y no los colonizadores
blancos. "Dejen que el Bour emprenda cualquier represión que juzgue necesaria",
aconsejaba el gobernador francés a sus oficiales de campo en Senegal, "pero ustedes no
acompañarán al Bour a Diohine cuando vaya allí a castigar a sus súbditos."
Segundo, el hecho de la compulsión se relativizaba presentando al sujeto una opción
entre dos compulsiones: trabajo forzoso y cosechas forzosas. Así pues, cuando se
presentaron acusaciones de "cultivo de algodón forzoso" en Uganda ante la Comisión
Ormsby-Gore nombrada por Londres en 1925, el Estado central publicó una copia del
siguiente telegrama procedente de su secretario principal al comisario provincial de la
Provincia Occidental para respaldan la reivindicación de que los campesinos cultivaran
algodón de acuerdo con su propia y libre voluntad:
“Tengo directrices del Gobernador de que la línea que hay que adoptar no es la de una
presión determinada hacia la producción de algodón. Los nativos han de ser informados
de que hay tres trayectorias abiertas, algodón, trabajar para el gobierno, trabajar para los
dueños de las plantaciones, pero no hay que hacer ningún intento de inducirlos a
escoger ninguna de ellas con preferencia a las otras. Sólo hay que dejar una cosa en
claro y es que no les está permitido no hacer nada ni no ser de ninguna utilidad para
ellos mismos o para el país. Infórmese a D.C. Mbarara como corresponde.”
A diferencia del trabajo forzoso, la obligación de cultivar cosechas fue pocas veces
materia de interés o de debate internacional. Pero estaba muy extendida en las colonias.
Las cosechas forzosas había que entenderlas en el contexto de una agricultura de la que
se habían extraído constantemente excedentes, pero a la que se había devuelto muy poco
en forma de mejores insumos, ya fueran herramientas de trabajo, semillas o fertilizantes.
El resultado es una simple ecuación aritmética: aumentar el excedente agrícola es
simplemente aumentar el insumo de mano de obra en la labranza. Nc obstante, a corto
plazo la cantidad de mano de obra campesina tendía a fijarse ya que el tamaño de la
población campesina era un elemento determinado Dado este límite, la única manera de
aumentar la producción de cosechas de exportación era hacer que la mano de obra
pasara de producir alimentos para el consumo local a producir cosechas industriales
para exportación. No es extraño que para efectuar este cambio fuera necesaria la fuerza.
No obstante, una vez que la aplicación de la fuerza prosperaba y la producción de
exportaciones aumentaba, igualmente seguro era que se daba una caída en la producción
de alimentos. Tarde o temprano, este viraje se registraba com hambruna. Una vez más,
la respuesta colonial era aplicar la fuerza para efectuar un giro ulterior, esta vez no de la
exportación a la producción de alimentos, sino de cosechas de alimentos ricos en
proteínas y de mano de obra intensiva a cultivos con alto contenido de almidón pero que
exigían menos mano de obra. El antídoto a la hambruna era la desnutrición

18
generalizada. Una vez más, podemos seguir las huellas del régimen general de cosechas
forzadas can ejemplos de diferentes países.
El cultivo forzoso arquetípico en las colonias africanas no era diferente del que había
sido en el Nuevo Mundo: el rey algodón. Grabado en la imaginación popular como el
escenario para la esclavitud en el Nuevo Mundo, el régimen colonial del algodón que
siguió a la emancipación de los esclavos en las Américas no fue de un orden muy
diferente. Por lo tanto, cuando los ingleses diseñaron una campaña de "Cultiva más
algodón" en Tanganyka en plena Depresión de los años 1930, esta exhortación fue
acompañada de un "considerable uso de la fuerza": los requerimientos legales sobre un
"mínimo de acres de algodón que había que cultivar" fueron respaldados por "amenazas
de conscripción para aquellos que no podían pagar los impuestos".58 Durante la misma
Depresión, el gobernador de Niasalandia escribió al secretario de Estado "instando a
medidas más punitivas por la infracción de las regulaciones de cultivo de tabaco"; él
argumentaba que era "necesario imponer la 'obediencia' para garantizar el 'desarrollo
moral' de los cultivadores". Dos años después, en 1932, 227 campesinos fueron
encarcelados "por infracciones a las reglas para arrancar tabaco y algodón". "La
cantidad de algodón producido en el Alto Volta está en proporción directa a la cantidad
de presión ejercida sobre los nativos por la administración", sintetizaba Robert Boussac,
e] renombrado industrial francés, como la esencia de su experiencia colonial. El
proverbio que condensaba la sabiduría victoriana respecto de la crianza de los niños,
"Prescinde del castigo y mima al niño", era también la máxima que guiaba las
relaciones oficiales con el campesinado colonizado. A lo largo del camino, se desarrolló
un corpus de literatura estatal que atribuía la culpa de los bajos niveles de producción a
la flojera del campesino africano, sobre todo al hombre, y a la cultura que la alentaba.
Para incrementar el trabajo productivo, se solían circunscribir una serie de rituales
sociales, desde ritos de iniciación hasta danzas.
Disponemos de un registro notable del arduo régimen del algodón en la colonia belga
del Congo, en palabras de un misionero belga que en 1943 se lamentaba de sus efectos a
los círculos oficiales coloniales. El ciclo de trabajo forzoso empieza con la distribución
de la semilla del algodón en octubre y noviembre. La preparación del campo de algodón
requiere un "trabajo pesado". Se ha de cultivar la cantidad de tierra requerida. Pero si
"no hay tierra suficiente en cultivo" o si hay "algunas hierbas en el campo", la respuesta
oficial es "¡¡¡una violación, multa, cárcel, latigazo!!!"
“El algodón exige un mantenimiento continuo porque las hierbas crecen más rápido que
el algodón y pobre del negro si su campo no está limpio; no más paseos ni partidas de
caza, no más paliques interminables en la corte del jefe, no más fiestas bebiendo vino de
palma en las que cada familia invita a todos a entrar, pocas fiestas de clan [.1. No hemos
inventado mejor manera de destruir las costumbres nativas, un verdadero tabú para la
administración, que el algodón.”
La cosecha empieza en junio y exige "gran cuidado y presencia constante": el algodón
pizcado "se debe dejar al sol" en la aldea; se ha de construir "un pequeño granero con un
biombo frente a los pilotes" para almacenarlo; se han de conseguir grandes canastos
"para llevar el algodón al mercado". También las tardes son laboriosas porque se ha de
limpiar el algodón, "se han de eh-minar hojas secas y otras impurezas lo mismo que las
cápsulas amarillas que no maduraron del todo". Para estar seguros de que el cultivador
asiste al sobre aviso a la gente". Pero el precio fijado oficialmente en el mercado es
bajo, mercado los días establecidos de antemano, "la policía va a la aldea a poner

19
"manifiestamente inadecuado" porque "en este cultivo forzoso, el negro asume todos los
riesgos: sequía (como este año), piojos de la planta, orugas, insectos, langostas,
inundaciones, tierras pobres, la fluctuación del mercado mundial, nuestro salvaje lo
tiene todo en su contra". Pero si uno quiere explicar plenamente la tendencia a
abandonar la aldea", debe tomar en cuenta todo el régimen de trabajo forzoso:
“Pasemos a las obras públicas que la jefatura debe llevar a cabo todos los años:
mantener limpia la aldea, lo cual en términos administrativos significa el deshierbe y
arrancar matorrales y arbustos dentro de los 100 metros de la vivienda más distante;
limpiar las orillas de cualquier corriente de agua que atraviesa la aldea hasta los 100
metros arriba y abajo de la aldea; construir y mantener una prisión, limpiar las veredas y
los caminos locales para automóviles, arreglar la casa de descanso, construir una o más
escuelas. Todo esto se hace ante una numerosa fuerza de policía que cuestiona las
intenciones de la persona en términos enérgicos e inequívocos [..] Como vemos, el
nativo del interior es importunado, dirían los más severos, perseguido y atrapado como
un animal.”
Igualmente excepcional es la respuesta del comisario provincial, que nos da una
extraordinaria visión del sensato pensamiento de un oficial blanco deñ Estado local, su
libertad de acción circunscrita por las realidades en el terreno y por las órdenes desde
arriba. Más que negar los hechos del caso, el comisario no acentúa el razonamiento dual
que hay tras el régimen de trabajo: primero, que el cultivador tiene a su disposición no
sólo su propio trabajo sino de la familia, incluyendo "niños desde los diez años"; y
segundo, que incluso si "el nativo se siente oprimido por una condición que él no
entiende", es porque "las condiciones benéficas" que fundamentan la motivación oficial
pueden volver evidentes sólo a través de su "efecto de largo alcance". Esta última
explicación vale la pena leerla completa:
“Si recordamos que nuestros cálculos del tiempo necesario para llevar a cabo tareas
están inspirados por un horario normal, pero que no es para nada la costumbre de los
nativos rurales, si consideramos que el trabajo agrícola no necesariamente requiere
regularidad, que hay periodos vacíos cuando las actividades agrícolas son más lentas si
consideramos que fuera de las cosechas obligatorias hay cosechas de alimentos
complementarias (mandioca, sorgo, maíz, mijo, camotes, eleusino, frijoles), es fácil
entender que, en realidad, el nativo está involucrado en el trabajo casi todo el año
dispone sólo de raras ocasiones para vagabundear o buscar placeres que alguna vez
formaron la esencia de su existencia. Y cuando el misionero en la carta a la que ha
aludido más arriba dice de las cosechas obligatorias "que privan al nativo de once meses
de libertad", el lenguaje excesivo es sin duda evidente, pero el pensamiento que se
expresa significa que el nativo ya no va actuar como desea, es decir, se ve a sí mismo
cada vez más obligado a renunciar a sus caprichos económicos, domésticos y de vida
social, a la negligencia y al descuido, y a someterse a reglas cada vez más estrictas de
orden, perseverancia y trabajo. No cabe duda de que el nativo se siente oprimido por
una condición que él no entiende, de que no se da cuenta de las condiciones benéficas ni
del efecto de largo alcance. Pero el camino seguido no puede ser abandonado.”
En el Congo se organizaron zonas de adquisición de algodón a partir de los años veinte.
Cada zona oponía a un comprador monopólico contra decenas de miles de cultivadores.
La administración establecía las reglas del juego, es decir, el precio mínimo por la
cosecha y la superficie mínima que cada cultivador tenía que trabajar. Este sistema se
extendió a frutos de palmera y arroz en los años treinta. Cuando los colonos europeos se

20
apoderaron de las vaque. rías cooperativas africanas en la Provincia Oriental en un
periodo posterior, esto también se aplicó a los productos lecheros.
El algodón no era el único cultivo colonial. Siguieron otros. A veces introducidos como
medidas de emergencia en tiempos de guerra o depresión, tendían a entrar en uso
general en el periodo posterior. Este fue el caso de las cuotas de hule introducidas en las
colonias francesas justo antes de la primera guerra mundial. La manera más simple de
distribuir las cuotas era que el Estado central las prorrateara en un círculo o distrito y
después dejara que el comandante de círculo diera instrucciones e hiciera responsable al
jefe de cantón de satisfacer una meta de producción determinada "bajo amenaza de
cárcel o cancelación de sus nombramientos". Después de la cosecha, el producto "lo
solían cargar hombres sobre su cabeza a lo largo de docenas si no es que de cientos de
kilómetros", se pesaba al fin del viaje y se pagaba "en general varias veces más barato
que los precios del mercado libre". André Gide cita el ejemplo de una subdivisión en
Africa Ecuatorial Francesa en 1926, donde se gravó a la población con diez toneladas de
mijo.63 Como no eran cultivadores de mijo, tuvieron que caminar tres días y comprarlo
al doble del precio del mercado.
El sistema de cuotas era conveniente y pronto fue de uso general en las colonias
francesas. Se aplicaba al cultivo obligatorio del maíz y a las plantaciones de palma de
coco introducidos por el gobernador Angoulvant en la Baja Costa de Marfil en vísperas
de la primera guerra mundial. Y lo mismo sucedió con el algodón introducido por
Eboue en Ubangi.64 Para aquellos que no conseguían reunir una cuota, la "lección"
llegaba inevitablemente "en forma de una multa, cárcel o azotes del manigolo". Para los
que vivían cerca de la frontera de una potencia colonial diferente, había una sola
alternativa más allá de cumplir con la cuota o de aprender la lección por no hacerlo: huir
a través de la frontera. El cálculo más conservador del número de mossi que huyeron del
cultivo forzoso de algodón en Alto Volta a Costa de Oro es de cien mil. Se calculaba que
en los años 1953- 1955 entre 300 000y400 000 personas habían huido de las colonias
francesas del interior de Níger, Alto Volta y Mali a Ghana -y sin duda muchas más a
Nigeria-, lo cual representaba el 40% de la fuerza de trabajo en las plantaciones y el
16% del número de comerciantes en la región.
Mientras que los ingleses preferían asignar una cuota obligatoria (por ejemplo, un acre
de algodón) a cada unidad doméstica campesina y los franceses prorrateaban cuotas
colectivas a modo de pirámide, de arriba a abajo, a través de una serie de intermediarios,
los portugueses en general dejaban a las compañías concesionarias la supervisión del
sistema de cuotas. Tómese el ejemplo de la Niassa Company en la región norteña de
Mozambique, una zona poco poblada colonizada sólo después de la primera guerra
mundial. Ya hemos visto que el campesinado del norte, como el del centro, estaba
sometido al trabajo forzoso en plantaciones propiedad de la compañía en el
Mozambique central en el primer periodo del gobierno portugués. En los años 1930( los
portugueses introdujeron el cultivo forzoso del algodón en todo Mozambique. El
sistema era especialmente gravoso en la región del norte, donde la campaña del algodón
la organizaba la Niassa Company. En cada localidad se seleccionaba la tierra adecuada,
se limpiaba y se demarcaba en parcela (machambas) de las que un individuo específico
sería responsable. Las parcelas se dividían en grados; en 1947, la más grande medía 1.2
hectáreas y La más pequeña (que iba a trabajar una mujer de más de 36 años de edad)
O.2 de hectárea. El ciclo de plantación del algodón, deshierbe y pizca lo "so1í~
supervisar etapa por etapa un oficial". Se calculaba que en 1944, 791 000 personas
estaban involucradas en el cultivo sólo de algodón en Mozambique Muchas de ellas

21
solían ser mujeres, ya que los hombres habrían sido obligados al xibalo (trabajo
forzoso).
El resultado del cambio de cultivos de alimentos a cultivos de exportación solía ser una
extrema escasez de alimentos. El algodón en las machambas organizadas por la
compañía en Mozambique, por ejemplo, parece haber absorbido un promedio de 150
días en un año. El resultado predecible eran hambrunas periódicas y devastadoras.
Enfrentados a este dilema, los círculos oficiales tendían a buscar la solución a través de
otro cambio en el plan de producción de las unidades domésticas campesinas, una vez
más por la fuerza, salvo que esta vez se pasaba de cultivar productos ricos en proteínas
y de trabajo intensivo tales como simsim o mijo a plantar productos llenos almidón y
que requerían poco trabajo como era la mandioca. Ésta es la razón de que los decretos
administrativos que especificaban los cultivos que los campesinos debían cultivar y en
cuánta superficie de tierra, no se limitaran a cultivos de exportación, sino que iban de
cultivos de exportación a cultivos de alimentos. Las mismas compañías concesionarias
que organizaban la producción obligatoria de algodón en Mozambique también
planeaban las machambas para los cultivos de alimentos. La única razón que todas ellas
tenían en común era la prevención de la hambruna y por lo tanto una crisis en 1a
producción para la exportación.
Se puede seguir este mismo ciclo en las colonias británicas. A medida que la presión
administrativa prosperaba en el incremento de la producción para la exportación en las
primeras décadas del colonialismo, siguieron hambrunas desastrosas que provocaron
pérdidas capitales de población. El péndulo entonces oscilaba hasta el otro extremo, a
medida que una colonia tras otras instauraba una política alimentaria de "autosuficiencia
del distrito" combinasa con el cultivo obligatorio y con el almacenamiento de "cultivos
para la hambruna". La política de "autosuficiencia alimentaria del distrito" ha sido
documentada por Nyangabyaki Bazaara con respecto al distrito de Bunyoro en Uganda.
El objetivo de la autosuficiencia alimentaria no era aumentar el nivel del consumo de
alimentos para mejorar la salud de los productores, sino más bien emparejar la escasez
periódica de alimentos reduciendo el consumo en tiempos mejores. "Para satisfacer las
necesidades de cualquier escasez localizada", una conferencia de comisarios de distrito
pidió en 1935 que se construyeran "graneros comunales". Los reglamentos aprobados en
1946 exigrnn que cada unidad doméstica instalara "graneros individuales de marido". A
los jefes se les ordenó que "impidieran a todas las mujeres ir a zonas donde crecen
cultivos económicos" porque esos desplazamientos "disminuyen los cultivos de
alimentos". "Todas las mujeres", seguían las instrucciones, "deben permanecer en sus
hogares y desarrollar muchos cultivos alimenticios". Pero el comisario del distrito tenía
claro que la campaña para aumentar la producción de alimentos se tenía que llevar a
cabo mediante "propaganda y educación"; no debía "de ninguna manera tomar la forma
de precios más altos". Pero si la mayor producción de alimentos no iba a ser una
respuesta a los incentivos del mercado, tendría que ser decretada administrativamente.
Sin embargo, sin ingresos más altos y mejor tecnología, el incremento del producto se
podía obtener sólo cambiando a cultivos que exigieran un trabajo menos intensivo. Este
cambio se había convertido en un lugar tan común en 1952 que hasta el Equipo de
Distrito y Comité de Planificación observaba que "el pueblo de Bunyoro desarrollaba
una mayor y mejor variedad de cultivos de alimentos hace 10 o 20 años que ahora".
Las leyes de un mínimo de acres para cultivos específicos, tanto de alimentos como para
exportación, eran el tema usual de intervención administrativa directa en la agricultura
del campesino libre. Aun cuando estaban cuidadosamente supervisadas por un agente

22
del Estado central en el terreno, como el comisario del distrito, usualmente se les daba
vigencia legal mediante un reglamento de la autoridad nativa. Con frecuencia el centro
no hacía más que sugerir. Se dejaba a la autoridad nativa pertinente -y al comisario del
distrito bajo cuyo cargo operaba- la traducción de una sugerencia a reglas específicas.
En diciembre de 1951 por ejemplo, el comisario provincial en Tanga Tanganyka)
"sugirió que las autoridades nativas" podían "exigir a cualquier persona cultivar terreno
con productos que aseguraran un suministro adede alimentos para la subsistencia de esa
persona y de los dependientes de ella". Un "Memorándum del Gobierno Local de 1954",
declaraba que siempre que "hay o es posible que haya una escasez de alimentos" en una
zona, la autoridad nativa pertinente podía emitir un reglamento "requiriendoa cualquier
hombre fuerte y sano que trabajara en obras públicas", inclui"obras de irrigación" o que
"cultivara tierra [...1 hasta una superficie razonable establecida por la autoridad nativa".
La respuesta de la autoridad nativa en el distrito (Handeni) fue aprobar un reglamento
en 1956 en el que requería que "cada propietario de casa tiene que tener un acre de
mandioca plantado o dos acres una vez al año de sorgo". Después agregaba: "El que no
lo haga recibirá tres meses de encarcelamiento."
Un resultado de la coerción administrativa era que hasta el personal más técnico del
Estado local tendía a asumir deberes de policía. El bwana shamba (asistente agrícola) en
la Tanganika colonial era como un inspector de los cultivos que decía a los campesinos
qué, cómo y cuándo cultivar en qué extensión de terreno. De modo similar, a los agentes
agrícolas cuya tarea era supervisar el ciclo de producción en las aldeas industriales en el
Congo Belga durante el periodo de interguerras los "inundaban con circulares y cartas"
en las que no paraban de quejarse del "lento crecimiento de la producción". Estos
agentes "pronto iban a agotar los medios legales para forzar a los nativos a que
trabajaran más". El resultado: "El agente agrícola se ha convertido en un policía que
cumple sus obligaciones sin convicción y con resignación."69 No es extraño que cuando
la movilización anticolonial recorrió las zonas de campesinos libres, rara vez se tratara
de agitación contra el Estado central; su fuerza conductora fue en todas partes de
manera inevitable la indignación contra la coerción administrativa de los funcionarios
del Estado local, tanto si la fuente de esta furia eran los cultivos forzosos, el trabajo
forzoso, las políticas de "mejoramiento" como la formación de terrazas o carnellones, la
zambullida del ganado o la desganaderización.
Para dar prioridad a nuestro análisis del periodo de la postindependencia, vale la pena
destacar que mientras los cultivos forzosos siguieran siendo una práctica -como en
Zaire, donde la ordenanza de 1969 estipulaba que las unidades domésticas campesinas
cultivaran medio acre de algodón y otro medio acre de mandioca-,70 el trabajo de
extensión agrícola seguía siendo más un asunto de coerción que de persuasión. Dos
investigadores en el cinturón de cobre de Shaba en Zaire, escribieron las siguientes
entradas en sus diarios durante una década: "En una aldea, un estudiante informó que
los campesinos consideran al moniteur agrícola un agente de la policía. Encargado de la
vigilancia agrícola, sus visitas tienen por resultado multas. Los campesinos suelen huir
cuando aparece en la aldea [1973]."71 Y después, en 1983: "En 1979, un funcionario del
Departamento Agrícola deploraba esta situación como un obstáculo al desarrollo
agrícola. Cuatro años después, la política aún estaba en vigor, pero el funcionario se
había ido." Al otro lado de la frontera, en Ruanda, la situación no era muy diferente.
Porque también allí, desde la época colonial, los funcionarios de extensión agrícola
(moniteurs agricoles) en las comunas, "imponían diversas reglas que regulaban la
producción agrícola: cavar fosas antierosión en las laderas de las colinas; plantación y
cuidado adecuados de cafetales; instalación de montones de composta; poda de

23
plantaciones de plátano". También allí "cualquiera que ignore las regulaciones está
sometido a multas". No es extraño que "la población vea al funcionario de extensión
agrícola como un tipo de policía".
Las ventas forzosas eran con frecuencia un corolario de los cultivos forzosos cuando se
cultivaban para la exportación. Por ejemplo, solía ser complementaria a la compulsión
administrativa de cultivar algodón la venta de éste a una agencia concreta, que podía ser
una compañía concesionaria gubernamental o privada. Tal vez el acuerdo de supervisión
más elaborado que se concibió para los cultivos de exportación fuera el de las colonias
francesas con la difusión de las Sociétés Indigénes de Prevoyance (sip, sociedades de
previsión indígenas) en los años 1930. Las sí~ operaban bajo la presidencia ex oficio del
comandante local de círculo. Los cultivadores campesinos tenían obligación de pagar
cuotas de membrecía a las sip, las cuales a su vez adelantaban semillas a los miembros a
25% de interés, construían pozos y caminos secundarios, daban préstamos y durante la
depresión de los años treinta, asumieron la responsabilidad de comercializar su
producto. Las ventas obligatorias de los cultivos de exportación se convirtieron en un
fenómeno general en las colonias inglesas después de la segunda guerra mundial,
cuando se establecieron en todas partes consejos de comercialización reglamentarios.
Aunque estaban justificados como instituciones destinadas a estabilizar los precios del
mercado para los cultivadores campesinos mediante la acumulación de excedentes en
las buenas épocas y liberándolos cuando los precios eran adversos, en la práctica esos
consejos de comercialización funcionaban sólo para acumular excedentes, pagando a los
cultivadores por debajo del precio del mercado, tanto si la época era buena como si no.

UNA NOTA SOBRE LOS PASTORES


La relación entre el Estado y los pastores merece una nota aparte por una razón: el
resultado final de las compulsiones para las poblaciones pastorales móviles ha sido tan
drástico que ha destruido la base misma de un modo de vida. Los pastores africanos
están concentrados en zonas áridas y semiáridas tales como el Sahel y Horn. En un
contexto ecológico donde las lluvias no sólo son escasas sino también sumamente
improbables -con una difusión variable que generalmente se concentra en unos cuantos
días de lluvia-, la agricultura que se alimenta de lluvias se convierte en una actividad de
alto riesgo. El sostén principal de la vida productiva es el mantenimiento del ganado,
porque a diferencia de los cultivos que no se pueden trasladar salvo por estaciones, los
rebaños y los pastores se pueden desplazar en busca de agua y pastos.
Las poblaciones pastorales van de nómadas a trashumantes. Mientras que las nómadas
no tienen ningún asentamiento permanente y toda la familia se desplaza todo el tiempo,
las trashumantes combinan un asentamiento permanente con campamentos ganaderos
móviles. Los rebaños del campamento son la espina dorsal de la economía de los
trashumantes, mientras que la cosecha que se cultiva en los asentamientos es su
complemento necesario. La movilidad permitía a los pastores el acceso a pastos de vida
breve mientras que conservaban los pastos más húmedos y de vida más prolongada para
la estación de secas. Las fronteras pastorales eran por lo tanto más ecológicas que
físicas, más flexibles que fijas. La movilidad era la precondición no sólo para la
utilización óptima de los recursos, sino también para su conservación óptima. Era
crucial para la sustentabilidad de un pastoralismo no destructivo.
Tomaré el ejemplo de una población concreta de pastores, la de Karimojong,

24
predominantemente trashumante, al noreste de Uganda, para ilustrar cómo la imposición
de un régimen de compulsiones erosionó la base de todo un modo de vida en unas
cuantas décadas.76 Volver a trazar las fronteras que provocaban la pérdida de pastos, las
restricciones administrativas a la movilidad y la confiscación del ganado fueron las tres
dimensiones de una política oficial que significó el desastre para el pastoralismo como
un modo de vida no destructivo. Entre 1920 y 1940, los pastores de Karamoja perdieron
aproximadamente 15% de las tierras de pastos para pastoreo en Kenya -cuyos pastos
más fértiles habían sido transferidos a colonos blancos- a consecuencia de una
redistribución oficial de las fronteras externas.77 Las fronteras internas también se
volvieron a trazar durante el mismo periodo: por una parte, las fronteras de distrito se
volvieron a definir para transferir los pastos de la estación de secas a las poblaciones
agropastorales de los alrededores (Teso y Lango); por otra parte, se realizó una clara
separación entre los condados dentro de Karamoja. Las zonas fronterizas entre los
condados fueron declaradas tierra de nadie, un cordon sanitaire, a medida que a cada
"tribu" se le asignó un condado y se le pidió que permaneciera en él.
El objetivo final de la política oficial era "reasentar" a los pastores, en realidad
convertirlos en agropastores, sujetarlos a la tierra en aras de mantener la ley y el orden y
garantizar una recaudación eficiente de impuestos. Se inauguró un nuevo sistema de
administración, que comprendía unajerarquía de jefes, para poner en práctica esta
política. Enfrentada a un orden social caracterizado por fuertes tradiciones comunitarias
y sanciones comunitarias a los que tomaban decisiones (los ancianos), la potencia
colonial manifestó una acentuada preferencia por nombrar jefes a hombres marginales,
en general procedentes de fuera del distrito. Se aprobaron leyes -la Ordenanza de los
Tribunales Nativos de 1908 y la Ordenanza de las Autoridades Nativas de 1919- para
conferir a esos jefes una amplia gama de poderes. Un jefe no era sólo un funcionario
encargado de poner en práctica la política. Ahora tenía el poder de dictar reglamentos
que afectaran a "su” pueblo. También presidía el tribunal del clan, que tenía poder de
imponer castigos de hasta dos meses de cárcel. En agudo contraste con la posición
socialmente definida de los ancianos, estos nuevos funcionarios del orden colonial no
eran impugnables desde abajo. En 1919, los jefes consiguieron presionar a hacer trabajo
forzoso a 40% de la población adulta masculina del distrito. Estos fueron los jefes a los
que el comisario del distrito ordenó en 1920 asegurar que por lo menos la mitad de la
población adulta masculina residiera en asentamientos permanentes para que
proporcionara al gobierno, en cualquier momento, una mano de obra adecuada.
La política golpeó tan directamente el corazón de la economía pastoral que incitó a una
resistencia popular difundida. El punto cumbre de esta resistencia fue la matanza de una
serie de jefes que habían mostrado un notable celo en la puesta en práctica de esa
política, que no tardó en entrar en la confusión, pero continuaron los esfuerzos oficiales
por contener a los pastoralistas dentro de los confines fijos y cada vez más restringidos,
ahora reforzados por un sinnúmero de medidas para poner en cuarentena al ganado. El
resultado acumulativo fue erosionar la movilidad necesaria para un pastoreo no
destructivo.
Para los años treinta empezaron a proliferar las pruebas de una fuerte decadencia
ecológica a medida que los pastores apacentaban sus rebaños en pastizales cada vez más
escasos. La respuesta oficial fue dual: por una parte, despojar a las comunidades de
modo permanente de aquellos recursos naturales más amenazados ecológicamente; por
otra parte, reducir forzosamente el número de rebaños. Los años cuarenta fueron una
década de demarcación de bosques en calidad de reservas, y los años cincuenta de

25
separación de tierras de caza como reservas. Los intentos de reducir el número de
ganado iban desde establecer mercados oficiales en los que se fijaban precios para sacar
un número concreto de cabezas de ganado de los craals pastorales hasta campañas de
desganaderización y franco pillaje mediante el que se confiscaba abiertamente a las
hembras del rebaño.
Ante la negación del acceso a los recursos naturales de los que históricamente habían
dependido para su subsistencia -un acceso que habían llegado a considerar como un
derecho histórico-, las comunidades respondieron con "estrategias de sobrevivencia" a
corto plazo que equivalían al pillaje de estos recursos para satisfacer las necesidades
inmediatas: tala de bosques, abandono de prácticas que permitían descansar a los pastos
estacionales y pastorearlos en todas las estaciones. Una vez que se revirtió la relación
entre las comunidades y los recursos del entorno -de la custodia al despojo- ya estaba
montada la escena para una verdadera "tragedia de los pastos comunales". Pero incluso
cuando la crisis estaba en su punto álgido, los pastores nunca formaron una masa única
y homogénea de víctimas. Junto a aquellos que recurrieron a estrategias de
sobrevivencia al enfrentar una embestida de compulsiones y finalmente el franco terror
estatal, hubo siempre una minoría, por muy minúscula que fuera, que convertía ese
mismo impulso de sobrevivencia de la mayoría en una oportunidad de enriquecimiento.
Así se desarrollaron las estrategias de acumulación de aquellos pocos que, bajo la
cobertura del mismo régimen de terror estatal, ofrecían seguridad y subsistencia a
muchos a cambio de una combinación de servicios en los pastizales y en el campo de
batalla. Estos servicios les permitían simultáneamente invadir, pastorear y comerciar
con vecinos y con las fuerzas del régimen. Surgió así, junto con la formación de
consenso por ios ancianos característico de las comunidades pastorales, un régimen de
fuego y azufre organizado por jóvenes señores de la guerra en competencia y por
comandantes de campo.

CAMBIOS EN LO CONSUETUDINARIO
Lo consuetudinario no era compacto sino poroso, no estaba estancado sino que era
dinámico. A pesar de la solidez de las Autoridades Nativas y del poder reforzante del
Estado central, tanto el dinamismo de la economía de mercado como las actividades
organizadas de diversos estratos sociales dieron a lo consuetudinario un contenido
fluido. No obstante, también es cierto que en la medida en que la forma consuetudinaria
seguía en su lugar, afectaba al funcionamiento del mercado y a la iniciativa de las
fuerzas sociales a la vez que contenía a ambas dentro de un molde tribal que estaba dado
por la costumbre.
Como la tierra se consideraba un activo tribal y el acceso a ella un derecho
consuetudinario confinado a los miembros de la tribu, el primer grupo de personas
sometido a una recaudación de impuestos a cambio del derecho a usar el terreno -sin
importar la temporalidad- fue el de los agricultores migrantes, denominados extranjeros.
En el Africa consuetudinaria, la tierra no se podía comprar, pero se podía pedir prestada.
Su propiedad no podía cambiar de manos, pero su posesión sí. Una práctica que empezó
con extraños, recibir tierra prestada, se extendió fácilmente a los miembros más pobres
de la comunidad a medida que la población aumentó y se desarrolló la diferenciación
interna.
Aunque la magnitud de estas prácticas es difícil de cuantificar, una serie de sondeos en

26
las aldeas documenta el predominio de las mismas y su crecimiento. En Costa de Oro,
se esperaba que los extraños hicieran pagos anuales (isikole) al jefe y a la familia de la
que recibían la tierra en préstamo.80 Los estudios de Polly Hill sobre los cultivadores de
cacao en el sur de Ghana identificaban tres tipos de extranjeros: dos de ellos, los
"agricultores extranjeros" patrilineales y matrilineales, eran migrantes. Los migrantes
mosi procedentes de la meseta central de Burkina Faso eran el grupo más numeroso de
extranjeros que cultivaban tierras prestadas en Burkina occidental.
Un estudio de campo en la cuenca del cacahuate de Senegal mostraba que a pesar de la
prohibición legal de transacciones de tierras privadas, "había una alta incidencia de dar
y recibir préstamos de tierras". Recibir en préstamo no era más que el punto de partida
de un proceso con múltiples posibilidades. Un reciente estudio de campo procedente de
Lesotho aduce que "compartir cultivos ha sido un rasgo común de la agricultura en
Lesotho por muchas décadas y parece que va en camino de convertirse en una estrategia
de cultivo común". En el Kilimanjaro colonial, puede ser que un agriculter fuera incapaz
de vender un título de tierras, pero esto no impedía la transferencia de la posesión por
una tarifa. "La circulación de tierra a través del préstamo, la herencia, el arriendo y la
pignoración", concluye una recopilación reciente titulada Land in African Agrarian
Systems, "es una característica clave de los sistemas indígenas de tenencia flexibles".
El impacto de las relaciones consuetudinarias sobre la acumulación fue contradictorio.
En la medida en que restringía el acceso a los extranjeros y a la acumulación por parte
de éstos, lo consuetudinario facilitaba ambos a deudos y amigos. Tómese por ejemplo el
Decreto de Reforma de la Tierra de 197~ introducido por el régimen de Amín en
Uganda. Con la pretensión de reformar lo consuetudinario en interés del desarrollo, el
decreto introducía la tenencia en arriendo para los que perseguían el desarrollo,
pretensión que tenía que ser ratificada por los comités de tierra distritales constituidos es
general por notables del lugar. El resultado fue un revoltijo de lo consuetudinario y de la
tenencia en arriendo: se podía conceder tenencias de grandes parcelas de terreno, hasta
de cientos de acres, a aquellos que podían establecer un vínculo consuetudinario con la
tierra en cuestión. Con un acceso consuetudinariamente restringido que sustituía a una
transacción de mercado, el título de tierras era una usurpación para los campesinos
desplazados de ella y un robo para el nuevo propietario.
Pero la forma consuetudinaria no era simplemente una máscara sin relevancia. Aun
cuando la propiedad consuetudinaria no impedía la transferencia del derecho de uso, sí
obstaculizaba la privatización plena ofreciendo justificación a múltiples derechos sobre
la tierra. Allí donde los derechos de la tierra podían ser vendidos, en la medida en que la
tierra era considerada un activo tribal, los derechos de los migrantes seguían siendo
inseguros y las poblaciones migrantes sumamente vulnerables. Apuntalados por alianzas
políticas a corto plazo, los derechos de propiedad seguían siendo vulnerables a un
cambio en las alianzas.
El contenido cambiante de lo consuetudinario contribuyó a actitudes sociales
cambiantes hacia lo consuetudinario con el transcurso del tiempo. Inicialmente, los
poderosos, como los jefes, apoyaron la tenencia consuetudinaria; a fin de cuentas, les
daba el derecho a asignar tierras para el uso. A fines de los años 1920 en Kilimanjaro,
los jefes veían cualquier transferencia de tierras como una amenaza a sus propios
poderes, pero después aprendieron a nadar con la corriente y pidieron que todas las
transferencias de tierras fueran aprobadas por ellos para que se pudieran considerar
oficiales. No es extraño que la aprobación requiriera un regalo de agradecimiento. No

27
obstante, a medida que el peso de las relaciones de mercado aumentó, lo
consuetudinario se convirtió en una última línea de defensa para los que estaban al
borde de la destitución. "Con la comercialización de la agricultura", concluye Martin
Chanock en una encuesta reciente, "el comunalismo se convirtió en el punto de reunión
de los económicamente débiles y fue atacado por los poderosos y los que tenían
mentalidad de desarrollo".
Pero la división de actitudes no era simplemente entre los débiles y fuertes, o los pobres
y los ricos. También atravesaba a los pobres, separando a los que pertenecían a la tribu
de los extranjeros, y con frecuencia a los hombres de las mujeres dentro de la misma
tribu. Si los trabajadores veían en lo consuetudinario su más fuerte esperanza para
aferrarse a una parcela de tierra en la aldea natal, lo mismo sucedía a los que eran ricos
en tierras, que esperaban recuperar las tierras prestadas a los agricultores extranjeros.
Los agricultores migrantes y las mujeres solían ser víctimas de las reivindicaciones
consuetudinarias: si los agricultores migrantes sufrían una perpetua inseguridad a causa
de las nociones consuetudinarias de derechos de tierras que los definían como
extranjeros en una aldea, lo mismo les sucedía a las mujeres cuando enfrentaban una
noción de tradición patriarcalmente construida.89 La división, que a veces se daba sobre
una base clasista, sucedía con la misma frecuencia según lineamientos étnicos y de
género.

RESONANCIAS DE LA POSTINDEPENDENCIA: SWAZILANDIA Y TANZANIA


Hacia fines de los cincuenta, una conferencia organizada por la Oficina Colonial
Británica sobre la tenencia de la tierra en Africa reconoció la existencia de "relaciones
terrateniente-arrendatario" en las colonias africanas, relaciones que varían de carácter
"desde 'recibir en préstamo' informal como, por ejemplo, en partes de Tanganyka,
pasando por acuerdos de cultivos compartidos, hasta arreglos mucho más complicados
con 'arriendos' por escrito que virtualmente no se distinguen de las 'tenencias en
arriendo' inglesas y que son frecuentes en partes de África occidental". Pero la misma
conferencia resolvió unilateralmente que "los sistemas tradicionales de tenencia de la
tierra y práctica agrícola tendían a ser estáticos", de modo que con "la introducción de
cultivos al contado", estos sistemas "restringen el desarrollo económico".
En su fase de reforma de la posguerra, la estrategia colonial califica lo consuetudinario
como antitético al desarrollo. Si la tradición era atraso, entonces el desarrollo tenía que
ser inducido desde afuera o por lo menos desde arriba. Los dos momentos de la
ideología colonial, defensa de la costumbre al borde de su consolidación y promesa de
desarrollo al borde de la crisis, fueron reproducidos como discursos separados y en
contraste por dos variedades de gobiernos africanos de la postindependencia: uno
conservador y el otro radical. Mientras que el primero buscaba conservar un aparato de
fuerzaya congelado -las Autoridades Nativas- en nombre del mantenimiento de la
costumbre, el segundo buscaba reformar ese aparato para eliminar el atraso y combatir
el tribalismo, todo en nombre del desarrollo. La variante conservadora reproducía el
despotismo descentralizado característico del Estado colonial y la reforma radical tendía
hacia la centralización. Inicialmente con el presupuesto de una movilización política -y
por lo tanto voluntaria-, este intento de reforma pronto degeneró en un conjunto de
decretos administrativos. En el proceso, este intento de poner en marcha una
"revolución desde arriba" se basaba en otra tradición colonial: la justicia administrativa
y la fusión del poder. A pesar de autoimágenes e influencias ambientales en agudo

28
contraste, cada una basada en una tendencia procedente de un legado histórico común,
como mejor se comprendía cada una era como un resultado característico de ese legado.
Voy a ilustrar brevemente esa herencia dual dentro de un contexto colonial compartido a
través de dos breves ejemplos poscoloniales: Swazilandia y Tanzania.
La proliferación de un régimen de compulsiones forzosas se pone de manifiesto en
varios estudios sobre Swazilandia y vale la pena considerarla en detalle. El
descubrimiento de enormes depósitos de oro en el Transvaal, incluidas las zonas
orientales fronterizas con Swazilandia, atrajo a un enjambre de especuladores al país en
el último cuarto del siglo XIX. El fértil suelo y los ricos pastizales de Transvaal también
atrajeron a colonos que fueron tras concesiones de tierras de la aristocracia swazi, que
estaba totalmente dispuesta a concederlas a cambio de beneficios monetarios. Entre
1885 y 1889, prácticamente todo el país se había concesionado. Éste fue el antecedente
de su anexión formal por parte de la República Sudafricana (Transvaal) en 1894. Pero el
régimen boer fue efímero. Después de la guerra anglo-boer, Swazilandia se convirtió en
protectorado británico. Frente a la creciente protesta contra las concesiones de tierras, en
1904 las autoridades británicas emitieron una proclama (núm. 3) con la intención de
"delimitar tierras para que fueran ocupadas únicamente por los swazi". No obstante, en
la práctica la delimitación resultó ser más un reconocimiento de la tierra de la que se
habían apropiado los concesionarios que su reapropiación y devolución a los swazis; en
la resultante partición de 1914, dos terceras partes de las concesiones se convirtieron en
tierras con dominio absoluto y sólo una tercera parte se devolvió. Esta pérdida tan
drástica convirtió la tierra en un factor escaso y fue decisiva en el viraje de ganado (dote
de la novia) a tierra como base del poder del jefe. También fue un catalizador clave para
la migración de mano de obra.
La respuesta de la aristocracia swazi fue doble: tratar de convencer a las autoridades
inglesas de que se hiciera una revisión de la partición de las tierras y usurpar fondos al
campesinado para una readquisición de las tierras apropiadas. Son esta última estrategia
y sus consecuencias las que nos interesan para nuestra averiguación. La aristocracia
swazi no tardó en descubrir un interés común con el Estado colonial en la promoción de
la corriente de trabajadores migratorios a las minas de Sudáfrica. Mientras que el Estado
colonial reestructuró su aparato de recaudación de impuestos y endureció la persecución
de los deudores, la Casa Real swazi impuso su propio impuesto a cada migrante, que
equivalía a una cuarta parte neta del salario minero anual.92 Refiriéndose a la necesidad
de dinero en efectivo para volver a comprar las tierras cedidas, el rey sustituyó el dinero
por las reuniones tradicionales de trabajo (imimemo), cuando se pedía a los campesinos
que araran, plantaran, deshierbaran y colectaran la cosecha que había que apartar para
los visitantes oficiales. Pronto siguieron los jefes, exigiendo que los campesinos que
querían acceso a la tierra pagaran en efectivo o en ganado en calidad de "tarifas khonta"
(kukhonta se refiere al proceso por el cual los campesinos solían prometer lealtad a un
jefe para obtener acceso a la tierra). No tardaron en sucederse un impuesto tras otro. Las
contribuciones forzosas se justificaban con una gama de objetivos: desde construir y
mantener escuelas, pasando por educación cívica hasta otras instalaciones estatales.94
Los perió- ¡dicos informaban que los jefes amenazaban con que sino se pagaba, el
resultado sería la confiscación del ganado.
El tributo original se había justificado como una continuación del siswati, el modo
consuetudinario, transmutado de trabajo en dinero en efectivo debido ala necesidad de
volver a comprar tierras cedidas; pero el trabajo tributario no se podía usar
consuetudinariamente para beneficio privado. Cuando un investigador preguntó a los

29
campesinos si esto era siswati, ellos respondieron diciendo: "Ésta es la costumbre hoy,
aunque no en el pasado."
Después de que la Ley de la Administración Nativa de 1950 formalizó los poderes de la
monarquía y de la jefatura, las tierras readquiridas fueron "asignadas a capricho del
rey".97 Además, una iniciativa de desarrollo -insti-tucionalizada en el periodo posterior
a la segunda guerra mundial como el sistema tinkhundula- no sólo restauró el trabajo
tributario, sino que también lo eliminó esencialmente del control del jefe y lo pasó al de
las personas designadas por el rey. Al grupo de edad emasosha (soldados) en cada
tinkhundula (un conjunto de aldeas) se le "daba un campo para cultivar". El rey
nombraba a un mdv una (un jefe) para que llevara una inkhundula, y el mdv una tenía
entonces poder "para extraer mano de obra excedente de las jefaturas vinculadas a su
inkhundula".98 Un sondeo de campo llevado a cabo en 1900 ilustraba hasta qué punto
se había reforzado la jefatura como una institución consuetudinaria desde 1950: "Casi
todos" los swazis que tenían acceso a la tierra "rinden tributo al jefe donde vivieron sus
padres, aunque sólo la mitad conservan una casa en tierra de la nación y sólo 17% viven
exclusivamente allí".
Cuando fue contratado por el Estado swazi para revisar el futuro de la tenencia
tradicional de la tierra, un científico social sudafricano recomendó que ésta fuera
mantenida a toda costa. 100 "El derecho a conceder o impedir el acceso al Derecho de
Uso", señalaba, "obviamente confiere una cantidad considerable de poder político a
cualquier individuo o grupo que pueda ejercerlo". Sin duda, "los swazi son muy
conscientes de esta estrecha conexión entre el control sobre la asignación de tierras por
las autoridades tradicionales", y "todo el sistema indígena de control social". Muchos
son conscientes de que "cualquier cambio dirigido a un sistema de tenencia más
individualizada tendría inevitablemente por resultado una ruptura total de todo el orden
social existente". Cuando se le pidió que reflexionara sobre lo que sucedería "si se
tuviera que introducir la tenencia individualizada", un observador swazi no tuvo dudas
de que "en realidad no habría necesidad de jefes e indvuunas".
Si Swazilandia reproducía el legado colonial propiamente dicho, la experiencia de
Tanzania se basaba más en el legado de reforma colonial posterior a la segunda guerra
mundial. Si el primero era un régimen de compulsiones realzado como consuetudinario,
el segundo terminó por justificar las compulsiones como un imperativo de desarrollo.
La diferencia entre ellos residía en un marco compartido de despotismo, descentralizado
en el primer caso y centralizado en el segundo. Para entender el despotismo centralizado
que la experiencia de Tanzania acabó siendo, es necesario tener en mente que fue el
fruto amargo de una reforma fallida. No cabe duda de que el texto "desarrollista" extraía
su inspiración de varias y diversas fuentes, y no fue la menos importante la "revolución
desde arriba" al estilo soviético. No obstante, mi objetivo es destacar su contexto
histórico y a partir de ello basar los cambios en la ideología y la perspectiva en un
contexto cambiante.
Argumentar que la fuerza fue característica de la política administrativa colonial en
todas las épocas sería ofrecer una imagen plana y unidimensional. Frente a la oposición
popular, los cambios en la política fueron inevitables. Esto fue tan cierto del periodo
colonial como lo fue del periodo posterior a la independencia. Cuando el Estado
colonial trató de ampliar la base social para la reforma frente a la agitación nacionalista,
el péndulo osciló de la coerción administrativa a los incentivos de mercado. En términos
sociales, esto representaba un cambio de acento de la masa de los pobres rurales a los

30
campesinos ricos, los llamados agricultores progresistas. Cuando prometió en 1957 que
"la era del gran garrote había terminado", el director de agricultura dio instrucciones a
sus empleados para que "dejaran de molestar a los campesinos comunes" y que en vez
de ello "convencieran a los 'agricultores progresistas' de que mejoraran sus
operaciones", aun lamentando que "tomaría algún tiempo reorientar al personal agrícola
hacia nuevos métodos".
Pero los campesinos ricos no se podían inventar allí donde no existían o eran pocos en
número. En menos de un año después de la independencia, el péndulo regresó de la
"persuasión" a los campesinos ricos a la coerción administrativa a los pobres rurales. En
una reunión de todos los comisarios de distrito en la región de Tanga en marzo de 1962,
el comisario regional "sintió que si la gente no llegaba a responder a la persuasión y a la
exhortación podría ser necesario recurrir a la coerción". En julio de ese mismo año, el
Consejo del Distrito de Handeni aprobó una resolución en el sentido de que "cualquier
persona que no participara en proyectos de desarrollo tenía que ser castigada con seis
golpes". Más tarde, en octubre, una circular del gobierno observaba "que puesto que
algunas personas no estaban adecuadamente involucradas en la agricultura, el gobierno
central había decidido que los consejos de distrito debían tener reglamentos por los
cuales esas personas fueran obligadas a labrar". El gobierno central proporcionó a los
consejos de distrito un reglamento modelo que declaraba: "Cualquier persona que
contravenga o no cumpla con la disposición de estos reglamentos será culpable de un
delito y será susceptible de condena a una multa que no exceda los quinientos chelines o
a cárcel por un periodo que no exceda los seis meses o a ambos, multa y cárcel." Para
marzo de 1967, 20 de 58 consejos de distrito tenían reglamentos que exigían el cultivo
de un acre de una cosecha de venta inmediata y de un acre de una cosecha de alimentos.
Un reglamento requería incluso "que durante la estación de siembra, todos tenían que
estar en los campos de 10:00 a.m. a 2 pm." Otra circular del gobierno local, fechada en
agosto de 1967 y titulada "Aplicación de los reglamentos", intensificaba el tono en la
coerción para el desarrollo: "El Ministro de Asuntos Internos ha llegado al acuerdo de
que la aplicación de los reglamentos de la Autoridad Local es asunto de la policía tanto
como lo es la aplicación de cualquier otra parte de la ley escrita de la república, y que la
policía tomará parte activa en la aplicación de los mismos."
Dos estudios del Distrito de Handeni en la Región de Tanga, de Ingle y Von Freyhold,
cubren el periodo desde la independencia hasta la Declaración de Arusha y Ujamaa
Vijijjmni a fines de los años 1960 hasta la "aldeización" de de los setenta, y dan una
idea de cómo las directrices del gobierno central se filtraban hasta el nivel del terreno.
Además del requisito de que cada unidad doméstica cultivara una cuota fija de
alimentos y cultivos de exportación, el distrito de Handeni estableció granjas de bloque
como parte de su esfuerzo de desarrollo. En una granja de bloque, los campesinos
trabajaban comunalmente y se les pagaba comunalmente. Las granjas de bloque
abarcaban tanto las cosechas para venta inmediata como las de alimentos; en 1965-
1966, se hizo hincapié en las granjas de algodón de bloque; en 1967-1966 se pasó a las
granjas de mandioca de bloque. Toda la administración del partido de Estado se puso en
marcha para poner en práctica este esfuerzo de desarrollo. Hasta se llevaron
"contingentes de la policía nacional con equipo que les permitiera desplazarse rápida y
libremente por todo el campo" (Ingle). Por su parte, el comisario de zona hizo uso del
poder de detención de 48 horas para disciplinar a "los más francos opositores".
Y hubo oposición; según Ingle, fue "bastante difundida pero inarticulada". Entre las
protestas más reveladoras estuvo una carta anónima enviada a todos los funcionarios

31
públicos, líderes de célula y asistentes de campo agrícolas en un pabellón del distrito de
Handeni. El tema era la granja de bloque.
“Primero, ustedes nunca recuerdan el problema del hambre E...]. Hay tres millas y
media hasta la granja de tres acres, y un acre es para la esposa. Traten de pensar cuándo
podemos cultivar maíz. La esposa tiene tres hijos, sólo dos caminan. Entonces, ¿cuándo
iremos caminando a la granja? ¿No está este plan de desarrollo provocando hambre? Es
triste que [...] se hayan llevado a dos personas que son jóvenes.”
“El asistente agrícola de campo se cuida del trabajo de ustedes. No es sólo cosa de
ustedes andar por las aldeas persiguiendo gente en sus granjas donde obtienen su
subsistencia y enviándolas a los caminos ordenándolas como líneas de tren. Tengo más
que decir pero somos ciudadanos de Handeni. Lo sentimos mucho, por lo tanto, el
Asistente Agrícola de Campo, los líderes VEO y de célula actúan injustamente. Si están
cansados de su trabajo, mejor retírense. Es injusto forzar a la gente a labrar, la labranza
se hace de buena gana. Como cuando uno evacua, nunca lo hace obligado, sería
asombroso que a una persona hubiera que decirle que fuera al WC.”
“Envíe esta carta a cualquier parte de Handeni. Siento que el papel sea pequeño e
insuficiente porque tengo mucho que decir.”
La carta fue entregada al comisario de distrito, pero no se emprendió ninguna acción. El
desarrollo siguió siendo una prioridad, con la fuerza de una comadrona. Las palabras del
comisario regional de Tanga, hablando en una reunión de consejos de distrito en 1967,
fueron: "Ha terminado el tiempo de convencer a los ciudadanos de que trabajen para su
propio beneficio. A partir de ahora es necesario obligarlos a trabajar duro." Más apegado
a la realidad, un oficial ejecutivo de división dijo a un grupo de autoayuda de mujeres
en 1968: "~,Qué hace falta para hacerles trabajar en proyectos de desarrollo? ¿Tenemos
que traer el kiboko [un funesto látigo de piel de rinoceronte que se usaba desde los
alemanes]?" Al decretar en una vena similar que a partir de entonces "la gente tendría
que trabajar cada sábado en un proyecto de construcción de caminos", un oficial de
desarrollo de la comunidad se presentaba a sí mismo como sigue:
“Soy nuevo en la zona, o sea que será útil si les digo algo sobre mi carácter. No soy un
tipo de hombre cortés, soy cruel. Si veo que no se cumplen las órdenes del gobierno,
sabré dónde encontrarlos y cómo castigarlos. No me importa si ustedes me odian, para
mí lo único importante es que se cumplan las órdenes del gobierno. Sé que son
verdaderamente ciegos, en caso contrario hubieran apreciado mejor el progreso que este
personal ha traído a Bulumbia. Ahora les vamos a hacer despertar de un largo sueño.
Tengo una fuerte medicina para este trabajo, se la daremos a todos los perezosos. Es
mejor que el veneno que ustedes usan cuando quieren matar a alguien.”
En la década que siguió a la proclamación de la Declaración de Arusa en 1967, el
Estado local volvió a aflorar como el verdadero lugar de la coerción sobre el terreno. Lo
efectiva que puede ser la coerción descentralizada en un Estado poscolonial queda
ilustrada echando un vistazo a la transición del "ujamaa" a la "aldeización" en la
Tanzania rural. En 1967, una circular del gobierno local confirmó que a partir de
entonces, la policía iba a tomar parte activa en la aplicación de los reglamentos de la
autoridad local, lo cual era más fácil decirlo que hacerlo, porque casi no había policía en
las zonas rurales. Un comisario regional o de zona podía ejercer la opción de convocar a
la "fuerza de campo", una policía especial para motines, pero esto no era una posibilidad
realista en el nivel de la aldea. Pero aun sin la policía, una aldea tenía la seguridad de

32
tener una filial de la TANU Liga Juvenil (TYL), la mayoría de cuyos miembros
provenían de la juventud local frustrada. La TYL se usó en 1967-1968 para administrar
la dosis correcta de coerción para que se pudieran establecer las primeras aldeas ujamaa
en el distrito de Handeni. Von Freyhold describe una operación típica.
“Se construirá una casa en la aldea y en cuanto se haya terminado por lo menos un
cuarto, se traerá desde el consejo de distrito un camión lleno de miembros de la TYL y
se lo conducirá a una casa en una aldea tradicional. El propietario y todas sus
pertenencias serán trasladados a la aldea ujamaa [.1. Algunas de las personas que fueron
trasladadas a la aldea ujamaa de este modo partieron después de sólo una noche, pero la
mayoría decidió quedarse para evitar cualquier problema ulterior. Durante este periodo,
se formó un comité de seguridad. Una de sus tareas era informar sobre aquellos que
criticaron abiertamente esta modalidad de reclutamiento para la ujamaa.”
Lo interesante es que las autoridades en el centro del partido de Estado se resistieron a
esta tendencia a la coerción en cuanto se enteraron de que la fuerza de campo se había
llevado para coaccionar a los campesinos a que se trasladaran a las aldeas ujamaa. El
comité central del partido puso un alto a todo uso de la fuerza para poner en práctica la
ujamaa. A mediados de 1969, muchos de los responsables por el uso de la fuerza habían
sido trasladados. El periodo posterior muestra la devolución de la iniciativa del partido
al Estado y de las autoridades centrales a las locales cuando los campesinos resistieron
la persuasión. Al principio, las autoridades de la aldea usaron la presión administrativa,
a falta de una franca violencia. Aun cuando se había abolido la tarifa local, se anunció
que se recaudarían las deudas atrasadas, pero sólo de aquellos que no se habían
trasladado a las aldeas ujamaa. En algunos casos, se concedieron amplios derechos
sobre la tierra a los residentes de las aldeas ujamaa únicamente, convirtiendo con ello a
los forasteros en ocupantes ilegales. Pero otra manera de aumentar la presión fue
canalizar la ayuda -generalmente medicinas o agua- selectivamente sólo a los que
estaban en aldeas ujamaa. Las cosas se agravaron cuando intervino la hambruna, y la
ayuda a ésta se distribuyó selectivamente sólo a los residentes en las aldeas ujamaa. Un
aldeano resumió la nueva situación:
“Originalmente, Ujamaa era sólo la política del Partido y muy poca gente la siguió. Pero
ahora el Partido, el gobierno y hasta Dios que envió la hambruna apoyan la Ujamaa. De
modo que los forasteros no tienen oportunidad de evadir la Ujamaa."
Las lecciones aprendidas en el distrito de Handeni en 1968 se pusieron en práctica en
todo el país entre 1972 y 1975. Antes de que esto se pudiera llevar a cabo, los aparatos
estatales en el nivel de distrito se fortalecieron mediante un ambicioso programa de
"descentralización". Empezando por la creación de milicias con base en la aldea en
1971, se "descentralizó" a los funcionarios con antigüedad hacia regiones y distritos.
Una reorganización similar del partido creó una fuerte burocracia bien pagada en los
niveles regional, de distrito, de división y hasta de cuartel. Nombrado por funcionarios
del distrito, el funcionario del partido "responsable de unas 2 000 unidades domésticas
ganaba el salario de un director de escuela primaria y tenía mucha más influencia que el
presidente (electo) de cualquiera de las aldeas de su zona". ~ Los grupos de milicia
"solían estar encabezados por oficiales del ejército y su núcleo consistía normalmente
en personal del gobierno, incluidos mensajeros y artesanos empleados por la
administración y jóvenes rurales frustrados que anhelaban trabajo y estatus, y para
quienes uniforme, comida gratuita y la excitación de las campañas paramilitares eran un
alivio bienvenido de su miserable vida en las aldeas". En muchos lugares, "estos

33
jóvenes funcionaban obviamente en buena medida de la misma manera que habían
funcionado los grupos TYL en algunas partes de Handeni en 1968”. Juntos, los
funcionarios del partido y las milicias locales se pusieron rápidamente en acción para
ejecutar la aldeización forzosa de 1972-1975. Uno tras otro, los informes hablaban de
casos como el de Morogoro, donde los campesinos eran "embutidos en los camiones
(del Ejército) y descargados" en nuevos sitios ujamaa, o en Iringa, donde el cuerpo de
oficiales trataba "de asegurar que la gente permaneciera en las nuevas aldeas" haciendo
que sus antiguas casas quedaran "inhabitables arrancando las puertas y las ventanas y
haciendo agujeros en los muros de adobe o prendiendo fuego a los techos de paja", o en
Mara, donde ser "movilizado" era ser "maltratado, acosado, castigado".
¿Qué lecciones se pueden extraer de la experiencia de Tanzania? ¿Significa el
predominio de la coerción que no había una diferencia significativa entre las
experiencias de Tanzania y de Swazilandia? ¿Era la insistencia en el desarrollo -en
oposición a la aplicación de la costumbre- simplemente retórica? No lo creo. La
experiencia de Tanzania fue en primer lugar y ante todo un intento de una reforma del
Estado bifurcado, de vincular lo rural y o urbano, a través del aparato del partido.
Cuando este intento de desarrollo a través de la persuasión (ujamaa) fracasó, la
persuasión abrió el camino a la coerción, y el vínculo que hasta entonces se había
establecido a través del partido dio lugar a otro realizado a través de la burocracia
estatal. La descentralización en Tanzania a mediados de los años 1970 fue en efecto una
centralización: descentralizó a funcionarios del Estado central al local. A medida que la
burocracia estatal prevaleció sobre el cuerpo de oficiales del partido, la ideología y la
persuasión dieron lugar a la coerción y la franca violencia. El fallido esfuerzo de
desarrollo desde arriba degeneró en coerción extraeconómica.
En Mozambique se desplegó una trayectoria no muy diferente a lo largo de la década
siguiente. Cuanto más perseguía el Frelimo una estrategia de revolución desde arriba,
más obligado se sentía a confiar en la coerción administrativa y más acabaron
pareciéndose sus políticas a las de una época anterior. El ministro suplente de Familia y
Sector Cooperativo especificaba los cultivos que las cooperativas debían cultivar; en un
caso de este tipo, el ministro determinó que "era obligatorio que cada cooperativa
cultivara mandioca y camote" A medida que se establecieron granjas en el valle de
Limpopo, el gobierno no sólo ocupó granjas portuguesas abandonadas, sino que
también se apropió de tierras de campesinos. En vez de que les fuera devuelta la tierra
que originalmente les habían quitado los colonos, los campesinos pobres y medios de la
zona fueron expulsados de las tierras que les quedaban para acabar siendo trabajadores
y choferes de tractores en tierras que previamente habían sido de ellos." En lo que debe
de haber sido en efecto una extraña repetición de acontecimientos, el trabajo forzoso
reapareció como “trabajo estacional voluntario" obligatorio en las granjas del Estado.
Cuanto más se usó esta práctica para alimentar a las granjas del Estado y a las
comunales, más asumió rasgos característicos de las plantaciones de las compañías y de
las granjas de colonos en la época de los portugueses.
"Una de las tareas principales del partido en el campo económico", declaraba el Tercer
Congreso del Frelimo en 1977, debe ser la de "promover y desarrollar las aldeas
comunales L...] basadas en la producción colectiva que tenemos intención de establecer
en nuestro país". Como ocurrió con la ujamaa en Tanzania, las primeras aldeas
comunales fueron el resultado del esfuerzo voluntario, pero cuando se llegó a los límites
de la persuasión, el sector estatal pasó a la coerción. Así que cuando se desbordaron los
ríos Limpopo e Incomati en 1977 y 1978, las familias desplazadas fueron instaladas en

34
aldeas comunales en las provincias de Maputo y Gaza, y después se les impidió regresar
a sus granjas y fueron obligadas a trabajar en las granjas y cooperativas estatales
adyacentes. Cuando los "campesinos descontentos" empezaron a huir de esas aldeas
comunales establecidas administrativamente, los representantes del partido de Estado
inicialmente "trataron de hacer pactos con los campesinos". Pero cuando el pacto no
funcionaba y los campesinos seguían yéndose cuando se presentaba la oportunidad, los
oficiales del Frelimo describían la situación en el lenguaje clínico del cuerpo de
oficiales: como un persistente problema de "desagregación". Estos mismos oficiales
llegaban después a la conclusión de que no tenían otra opción más que "recurrir a la
fuerza como reacción última". El creciente régimen de coerción estuvo dramáticamente
ilustrado con el ascenso de un programa de traslado obligatorio de la población de las
zonas urbanas en junio de 1983. Conocido como Operación Producción, este programa
tenía como blanco a la juventud de las provincias del sur -las que previamente habían
emigrado a las minas sudafricanas para recibir cheques de pago que complementaran las
escasas ganancias agrícolas, pero que ahora tenían que ir en busca de ese mismo
complemento a las ciudades de Mozambique al norte- y la trasladó forzosamente al
campo, "donde se suponía que iba a trabajar en las granjas y cooperativas estatales".

MERCADOS Y COMPULSIONES: UN RESUMEN


La importancia de la coerción extraeconómica -lo mismo que la del mercado- es
diferente para los diferentes estratos de cultivadores y pastores. En una investigación de
campo que llevé a cabo en una aldea al norte de Uganda en 1984," conté
cuidadosamente el número de horas que una unidad doméstica campesina pobre pierde a
consecuencia de las compulsiones. Llegaba a ser 15% del tiempo promedio de trabajo
de una familia. La cifra correspondiente para unidades domésticas campesinas medias
era aproximadamente 10% del tiempo de trabajo de la familia, pero en el caso de los
campesinos ricos su significado era nominal cuando se contaba como porcentaje del
tiempo de trabajo de que disponía la familia. Como en el caso de cualquier impuesto
uniforme sobre la población dividida en estratos o clases, el efecto de la misma
compulsión sobre las unidades domésticas campesinas de diferentes estratos es
necesariamente regresivo. Pero incluso cuando el beneficio económico directo
procedente de un régimen de compulsiones tal vez sea nominal, no hay que perder de
vista su importancia política: cada vez que se hace y concede una demanda de este tipo,
se convierte en una afirmación más de las relaciones de poder sobre el terreno.
La importancia de las relaciones de mercado y no mercado no es sólo diferente sino que
en realidad es contraria para los extremos opuestos del espectro diferenciado que es el
campesinado. El problema primordial para los campesinos ricos son los precios
agrícolas en el mercado; para los campesinos pobres, el problema principal es un
régimen de compulsiones en el nivel local. La misma política puede tener por lo tanto
una importancia opuesta para unos y para otros. Por ejemplo, tomemos el caso de la
reforma de políticas común que acompaña a los Programas de Ajuste Estructural
(Structural Adjustment Programs, SAP). Aunque tal vez dé mejores precios a los
campesinos ricos en el mercado, reduce el presupuesto de las administraciones locales e
intensifica el régimen de compulsiones que estruja al pobre rural. En este contexto, la
privatización y la democratización no significan lo mismo. La privatización en realidad
tiene lugar a costa del pobre rural. Donde mejor se sintetizan los intereses de los
campesinos ricos es en la demanda de privatización, mientras que las quejas de los

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campesinos pobres sólo pueden ser abordadas por un movimiento más amplio hacia la
democratización.
Sería un error pensar en la relación de mercados y compulsiones como unívoca y
unilineal, en el sentido de que con el transcurso del tiempo el peso de las relaciones de
mercado aumenta y el de las compulsiones disminuye. Los mercados se suelen
desarrollar al estilo consuetudinario: tal vez se pueda vender un derecho de usufructo de
la tierra, pero sólo a un congénere de la tribu. Inversamente, los extranjeros pueden
recibir en préstamo tierras de los terratenientes, que a su vez cuentan con el derecho
consuetudinario de tomar de vuelta la tierra a los extranjeros. En la medida en que la
fuerza puede consuetudinariamente intervenir directamente en el proceso de
acumulación en vez de simplemente apuntalar el marco legal que la hace posible, tendrá
sentido invertir recursos en relaciones políticas junto con la inversión en actividades
productivas.
No pretendo que el peso de las relaciones extraeconómicas sea tan significativo hoy
como lo fue en el periodo previo a la segunda guerra mundial o que esté difundido por
igual en todo el continente. Todo lo contrario. Al seguir las huellas del desarrollo
histórico de esas relaciones contradictorias, mercados y compulsiones, mi intención es
destacar el contexto dentro del que se forjó una forma particular de poder: el aparato de
gobierno indirecto del poder consuetudinario. También es mi intención subrayar el
hecho de que en esta forma de poder, el mercado y la fuerza no siempre son constructos
contradictorios. El hecho de que el contexto específico pueda ayudarnos a dar sentido a
una forma particular de poder no significa que la forma de poder no pueda sobrevivir a
un cambio en el contexto. Porque es manifiesto que el contexto ha cambiado -los
mercados se han expandido e intensificado a lo largo de este siglo-, pero en respuesta el
aparato de compulsión no ha languidecido. El poder no se autodestruye. Su tendencia es
adaptarse a un contexto cambiante y simultáneamente tratar de configurarlo. La reforma
del poder político exige una reforma explícitamente política. Sólo los deterministas
económicos burdos pueden tener la esperanza de que la reforma del mercado se
traducirá automáticamente en una reforma democrática. Al subrayar el despotismo
descentralizado que se forjó en el periodo colonial, mi objetivo es plantear la cuestión
de la reforma política.

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