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Preparativos:

Para contar bien esta historia tengo que comenzar


por presentar a la gente que la protagoniza. A ver
si lo hago bien:

Andrés. Andrés, es, es un detective de poca monta,


un expolicía, no salió de la policía con deshonra,
salió a toda pastilla antes de que la cosa llegase
a mayores y es que el sueldo de funcionario ya
bien sabemos que no llega a mucho, claro.

Carlos. Carlos es abogado, sí, podría ser peor.


Estudió para hacerse rico; pero bien sabemos que
nadie se ha hecho rico trabajando así que se casó
con Alicia.

Alicia. Alicia es una niña rica, no tan niña en


realidad, se casó con Carlos porque se tenía que
casar y fue el único, que ella pensó, que se
dejaba.

Paco. Paco, Paquito es policía, sin ex, policía en


activo, no aquí, en la capital. Es un caradura y
un aprovechado; pero aquí un Paco siempre tendrá
algo que hacer.

Alberto. Alberto, Alberto es buen chico, algo


mujeriego y muy descarado; pero buen chico,
policía también; los puse juntos porque cuanto
antes pasemos por ellos mejor.

María. María es excepcional, mujer trabajadora,


con tres hijos, ama de su casa... sólo tiene un
pequeño defecto, es concejala, no, ese no es el
defecto, el defecto es ser Concejala de Cultura...
en este ayuntamiento.

Josefa. Josefa también es concejala y trabajadora,


Concejala de Educación nada menos, 45 años y
vividora en su tiempo libre. No la juzgo, estoy

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Raquel Couto Antelo
verde de envidia, espero llegar a sus años y vivir
así.

Carmen. Carmen, Carmen no es que sea excepcional,


es una santa, divorciada del condejal de
Urbanismo, que ya tiene delito, lo de haberse
casado con el, no lo de divorciarse; y también,
entre otras cosas, es la madre de Alicia.

El Ayuntamiento: por la regla de tres de los


policías, debería hablar aquí del resto de
personal del Ayuntamiento, pero es que son para
darles de comer a parte.

Salva. Ay Salva, Salva es buena gente, hombre;


pero tan difícil de explicar...

Sandra. Sandra es fantástica, tierna, dulce y


siempre feliz, optimista por naturaleza y como
algún defecto tenía que tener, pues tiene el peor
de todos, está enganchada, sí, a los programas de
cotilleos ¡¡nada menos!!!

Ramón. Ramón, Ramón es, es, divino, bueno no nos


vamos a engañar, Ramón es ¿guapo? no, ¿noble? no,
¿cariñoso y atento? no; pero es el protagonista y
por lo tanto hay que decir que es guapo, noble,
cariñoso y atento, porque sí y punto.

Xiana. Xiana, Xiana se puede describir con una


sola palabra D-i-v-i-n-a... pero de verdad de la
buena verdadera de todo. Es la protagonista y
además, soy yo.

Y algún otro personaje aparecerá por ahí, pero


sólo por exigencias del guión.

Para leer bien esta historia hay que leerla muy


rápido, es complicado ya lo sé; pero piensa que
eres Juan Pazos en el Alfaiate contando aquello de
"amanuece un nuevo día" a un público entregado.

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Raquel Couto Antelo
Procuraré hacer los capítulos cortos para que te
dé tiempo a respirar, de todos modos, si ves que
te vas poniendo azul y el punto y a parte no llega
vete cogiendo aire.

Y, por último, la historia llega a algún sitio,


bien sé que por las múltiples interrupciones te
puede parecer que no, pero te juro sobre la
versión en gallego de Sin Chan que si.

Ahora que ya está todo claro vamos a empezar.

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Raquel Couto Antelo
Capítulo 1. El comienzo

Andaba dando una vuelta por el Campo Volante,


aprovechando que la marea estaba baja, que los
chiringuitos estaban muy bien y algo pillaría...
de trabajo quiero decir, porque es que yo estaba
en el paro. Bueno, vale, pillar de lo otro; ya que
no me creéis que cobrando por no hacer nada
querría hacer algo, tendré que decir la verdad,
pero era más interesante lo otro.

El caso es que andaba distraída, mirando para un


lado y para el otro, había mucho personal que te
lo digo yo, y había familias con niños y perros y
gatos, bueno ¡una fiesta!. Total que andaba muy
distraída mirando para atrás mientras caminaba
hacia adelante, es decir, toda retorcida, y cuando
fui a poner la cabeza en la misma dirección que
las piernas me empotré contra un cuerpazo ¡que
cuerpazo madre mía! Era Ramón, seguía tan grande
como recordaba, grande físicamente quiero decir,
no es que fuese la luz que iluminaba mi camino ni
nada de eso.

Al tropezar con él, cuando aún no había mirado


hacia arriba para verle la cara y como una estaba
en el paro pero tenía mi educación pedí perdón, lo
normal en estos casos, vamos; y el dijo:

- ¡Estás borracha Xiana!

En realidad no dijo esto, es un homenaje a la


frase "Estás borracha Sue Ellen", porque me hace
mucha gracia y porque me apetecía ponerlo aquí. Lo
que de verdad dijo fue:

- Nada, tranquila, no fue nada, bien vi que


ibas distraída. ¡Eh, Xiana! ¡Eres tú! Cuanto
tiempo tía, ven a tomar algo con nosotros y
hablamos.

Y fui, por tres motivos fundamentalmente:


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1º. Porque había salido de pesca y había muchas
posibilidades de
pescar, o mejor dicho de repescar algo.

2º. Estaba cansada, que ya había andado mucho.

3º. Era GRATIS.

Íbamos hacia una mesa en la que había otros dos


hombres esperando, como estaba a unos metros y
tengo una agilidad mental increíble me dio tiempo
a pensar, no es por presumir, es que es así:

1º. Que suerte encontrarlo de nuevo, después de


tanto tiempo, así
por casualidad ¡qué fortuna! ¡qué alegría!

2º. ¿Si ya había visto que iba distraída... como


es que no se
apartó para no chocar? y en conclusión ¿fue
una casualidad que
chocásemos?

Y ya llegamos a la mesa. Sí, no pensé más que dos


cosas, es que sólo eran unos metros, tampoco hay
que ponerse así. Allí estaban Paco y Alberto, lo
supe porque me los presentó, no es que los
conociese ni que llevasen el nombre escrito en la
cara, no.

Alberto era guapo, pero de los de verdad, con


sonrisa de campeón incluida. Paco no, lo puedo
decir más suavemente, pero es así, no era guapo.
Lo que sí tenían en común los tres, porque Ramón
guapo tampoco era, pero tenía su punto, era un
aquel de caraduras y descarados que los hacía muy
atractivos. Yo pensaba que había ido a parar a
aquella mesa por la casualidad de aparecer por el
Campo de Marte; pero no, a medida que transcurría
la conversación me fui dando cuenta de que la cosa
tenía más fondo.
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Ramón empezó la conversación con un sutil y casual
"esta es la escritora" mientras nos sentábamos.
Yo, claro, me senté de golpe, no era para menos,
no esperaba que leyese la novela y ni mucho menos
que se reconociese bajo el nombre del
protagonista. Era obvio que me engañaba, no lo
soltaría así de pronto ni con aquel recochineo de
no hacerlo. Pues estábamos bien, prácticamente le
declaraba mi amor eterno entre otras cosas más
vergonzantes aún. De todos modos sus amigos no
hicieron mucho ademán de querer profundizar en la
herida, de hecho después todo fue muy natural y no
hubo más menciones al tema literario. Ramón estaba
actuando como el típico coruñés haciendo de
anfitrión de los típicos madrileños, es así, no
hay que hacerle, a mi me gusta el chico pero es
así; el caso es que les empezó a explicar todos
los tópicos mientras picaban una ración de pulpo a
la gallega porque no sé que les da con el pulpo a
la gallega, será lo mismo que me da a mi con los
rollitos de primavera en el chino, será.

Y empezando así la cosa era cuestión de tiempo que


la conversación pasase en algún momento por la
historia del tesoro. Que no era cierta, quiero
dejarlo bien claro, pero pasa lo mismo cuando se
hunde un barco, ya puede llevar eucaliptos a la
celulosa, que una vez hundido siempre tiene una
caja fuerte llena de dinero. A ver, seguro, seguro
tampoco sabía si era cierto o no; pero el instinto
natural era el de decir que no cuando el otro le
está diciendo que sí a unos turistas, para dejarlo
quedar mal. Total, que se lo estaba contando mal,
vale que fuese una leyenda; pero había que
contarla como era, siendo fieles a la tradición
oral, o si no mejor estarse callado.

- No fue en el Banco Megainternacional que fue


en la Caja Universal – especifiqué.

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- Si, eso – dijo Ramón casi sin parar de
hablar, es decir sin interrumpir el relato
de la leyenda del tesoro.

Pero todo eran imprecisiones en su historia, y lo


tenía que interrumpir a cada poco, que aquello era
un desastre.

- Bueno, pues cuéntala tú – dijo Ramón todo


enfadado, muy sexy, eso sí, pero enfadado
enfadado.

Y así lo hice, no porque me lo mandase él, sino


porque si hay que contarlo pues se cuenta bien o
no se cuenta.

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Capítulo 2. El tesoro

Se había confirmado la llegada del maremoto para


Marzo según todas las previsiones de los expertos.
El epicentro esta vez no estaba en Becerreá, bien
que lo habían dicho en las noticias, el alcalde lo
había vendido como un logro, el tercer punto del
programa electoral “ser, por fin, el epicentro de
un seísmo”, que visto lo visto no se puede
asegurar con rotundidad que no fuese así.

También coincidía en el tiempo que el ciclo


económico repuntaba y ya se podían sacar los
fondos en negro que se habían acumulado en las
cajas fuertes privadas de las grandes entidades
bancarias desde la implantación del euro, porque
antes no los podían sacar sin levantar sospechas.
No es que me guste hablar; pero si decían que
estaban en crisis no podían andar por ahí gastando
como locos, no es que al resto de los mortales nos
importase, es que Hacienda igual sospechaba algo,
que al final era quien importaba de verdad. En
definitiva, que las arcas de los bancos, en las de
verdad, en las que hay dinero en fajos de cien no
en anotaciones contables; en esas había dinero a
montones; pero montones de montones y aún
rebosaban montones. Y en la ciudad la que se
llevaba la palma, mejor dicho, los montones, era
la Caja Universal, como su propio nombre indica es
universal y omnipresente.

La mayor caja de seguridad de la Caja Universal


estaba en la central, pero en la central del
centro, del centro de la ciudad no del centro de
negocios complejo supermoderno ultrainnovador.
¿Quién iba a sospechar que teniendo el centro
operativo en el Polígono Industrial guardaban el
dinero en el centro de la ciudad? Pero así era, y
era para no levantar sospechas y para evitar que
les robasen, porque en el centro, donde estaba la
central era casi imposible aparcar algo lo
suficientemente potente como para poder hacer algo
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lo suficientemente perjudicial. Vale, algún atraco
si que hubo, como en todas, pero pese a lo que
había dicho la prensa, la entidad y las compañías
de seguros, nunca se llevaron más que unos pocos
miles de euros, pero pocos.

Al hacerse firme la amenaza del maremoto se puso


en marcha el plan de evacuación, era un plan que
habían elaborado los expertos municipales
asesorados por especialistas norteamericanos, de
Hawaii, eran los del PTWC (Pacific Tsunami Warning
Center) que tenían mucha experiencia en maremotos.
No, no es que viniesen ni nada. Lo que en realidad
pasó fue que en el Ayuntamiento pasaron
olímpicamente de los informes de los expertos del
Instituto Sismográfico, anda que iba haber aquí un
maremoto, que viniesen unas olas grandes y
volviesen a tirar el balaustre del paseo marítimo
vale, ya casi pasaba todos los inviernos y venía
muy bien para volver a contratar a esas empresas
que casualmente eran las mismas de todas las
veces, tampoco es que esté diciendo que el
Ayuntamiento mandase a propósito las olas para
mantener empresas amigas que no tienen
inconveniente en inflar las facturas; pero es una
casualidad digna de mención. El caso es que el
Instituto Sismográfico insistió y tanto dio la
paliza que se vieron obligados a hacerle caso, no
por convencimiento, sino porque los muy bribones
del Instituto recurrieron a la prensa y el pánico
colectivo hizo que la presión ciudadana apretase
al Ayuntamiento. Total que para acallar los
rumores no se les ocurrió mejor cosa que dar una
rueda de prensa y decir lo previsto y estudiado
que estaba el tema y que tenían todo-todo-y-todo
supermegacontrolado.

Obviamente no lo tenían, ni sabían por donde


empezar, se reunió el Pleno en el Salón de los
Tapices, que ya era un mérito, y bajo la consigna
de “no salir hasta encontrar una solución” se
encerraron por dentro. Claro está que todo
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Raquel Couto Antelo
funcionario tiene otra consigna que no sólo es una
consigna sino que es un principio básico
inquebrantable y que se antepone a cualquier otra
norma o consigna: “a la hora de salir hay que
salir y punto”. Teniendo en cuenta que habían
entrado después de la hora del café, a eso de las
13:45 horas y tenían que marchar cada uno para su
despacho para dejar todo recogido a las 14:00
horas, pues tuvieron que ser más que ágiles en la
confección de la estrategia.

El gabinete de crisis estaba en crisis propiamente


dicha y durante dos minutos se estuvieron mirando
unos a otras y otras a unos sin mediar palabra
hasta que un desgraciado tuvo la lamentable
ocurrencia de decir “ijual deberíamos decir la
verdá”.

- ¡Mecagoen la disciplina de partido y en la


madre que te parió Cabanas, mecagondiós! –
dijo el alcalde.

¡Es que Cabanas tenía cada cosa! Después, no se


sabe muy bien quien, porque después de la
arrancada del alcalde cualquiera decía algo y lo
cabreaba más, que no tenía mucha importancia pero
después los maletines no andaban como deberían y
el final de mes estaba muy cerca y las vacaciones
también y el chalet en Oleiros tenía sus gastos.
Una voz tímida dijo “podemos buscarlo en el
google”.

- ¿Y eso que coño es? – pregunta el alcalde

La Concejala de Educación, que era la que sabía de


esto abrió de portátil, de internet y de google.
Como tampoco era cuestión de pensar de más y como
ya quedaban pocos minutos fueron al grano,
pusieron maremoto y salió allí lo que no está en
los escritos, bueno si que está, de hecho salieron
allí todos los escritos, de más. Con urgencia
bajaron con el cursor buscando un plan de
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evacuación de emergencia. El alcalde no lo
entendía, tanto gastar en ordenadores de última
generación y total había que decírselo todo letra
por letra. Hicieron un último intento “plan de
evacuación de emergencia maremoto”. Y allí salió,
del Centro Pacífico de Tsunamis o algo parecido
porque estaba en inglés, y lo único que veían
claro era lo de Tsunami que eso si sabían que
tenía que ver con lo de los maremotos y lo de que
estaba en Hawaii. El alcalde se enfadó y dijo que
aquel no era el momento para andar buscando
ofertas de viajes. El Concejal de Turismo, que era
el que se encargaba de viajar al extranjero para
promocionar la ciudad y que supuestamente tenía un
título de la Oxford University de inglés y que
incluso lo hablaba con acento de Glasgow y todo,
se puso delante de la pantalla y fue leyendo a su
manera.

Es de entender que el plan tuviese sólo un folio


de extensión pese a que el original tuviese un
montón de páginas, es que poner, poner, pusieron
sólo lo que estaban casi seguros de entender.
Después pensaron que era bien poner la fuente,
porque siempre hay que citar las fuentes, pero más
que nada para echarle la culpa a alguien, fuese lo
que fuese, siempre que fuese malo, claro.

A la prensa les coló más o menos, porque pensaron


que lo que les habían presentado era un resumen
claro y conciso de un plan más amplio, y porque la
prensa si que sabía que había un PTWC con sede en
Hawaii que vigilaba el Océano y que tenían mucha
experiencia en evacuación en caso de maremotos e
incluso hacían simulacros. La prensa si que lo
sabía.

También es de entender que la cosa no saliese bien


de todo, aunque, todo hay que decirlo, para ser
como fue no hubo que lamentar grandes pérdidas.
Cuando se habló de evacuar, a lo grande, de coger
y marchar, a la gente le dio la risa, si hombre
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que iban coger y dejar los pisos que ni tenían
pagados para ir a ningún sitio y perder todo. Otra
cosa con la que no había contado el Ayuntamiento,
“porque en Hawaii volvían a hacer las chozas y
listo” pensó el alcalde. Entonces lo que se hizo
fue crear un compromiso de expropiación forzosa,
el Ayuntamiento se comprometería a ayudarles en la
reconstrucción de las propiedades o facilitar
otras de similares características con las ayudas
por zona catastrófica que iban a recibir.

No es que la gente no tuviese miedo del maremoto,


es que la gente no se fiaba ni un pelo del
Ayuntamiento, así que, lógicamente, tuvieron que
evacuar por la fuerza dos días antes del terrible
acontecimiento. ¡Y lo consiguieron! E incluso
acabaron a tiempo de que los primeros evacuados se
dedicasen a llamar de todo al Ayuntamiento porque
al final ni iba a haber maremoto ni nada; pero sí
que lo hubo, retransmitido en directo vía satélite
y seguido en directo por miles de millones de
espectadores y espectadoras alucinadas que vieron
el arenal de Riazor como decían que había sido
hace siglos según las fotos simuladas que había en
el Paseo de San Pedro cuando se retiró el mar, y
después vieron también como el agua cubrió todo
cuando volvió y arrasó todo a su paso.

No es que sólo afectase a la ciudad, algo, algo


también afectó al resto de la costa, pero como A
Coruña estaba en el mismo epicentro y tiene esa
forma de cabeza de tortuga que diría Manuel Rivas,
que antes era Manolo, pero ya no, actuó de
rompeolas y frenó los efectos sobre el resto. Fue
también esta forma la que provocó que cuando las
aguas volvieron a lo suyo, la ciudad no volviese a
su estado normal sino que hizo de tope, de
embalse, por decirlo de alguna manera y el agua
quedase a nivel, pero no al de antes sino por
encima, de los edificios y de todo.

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Raquel Couto Antelo
Y ahí comenzó, todo quedó inundado y con el agua
llegaron los rumores de que con las prisas de
última hora a los de la Caja Universal no les dio
tiempo a sacar la pasta, que mientras se ve un
maremoto en directo hay tiempo para todo. Y la
leyenda nació cuando los periodistas le
preguntaron al Presidente de la Caja Universal por
este rumor y lo desmintió tajantemente diciendo
que eran falacias y no sé que más indignidades.
Para quienes seguimos los programas del corazón
sabemos que eso es una confirmación clarísima de
los rumores. Así que, bajo el agua, en el centro
de la antigua ciudad de A Coruña, en el fondo,
está la caja fuerte más grande de Galicia llena de
dinero, y de montones de dinero, pero de ese
dinero que va en fajos, esperando a que alguien
baje y los rescate.

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Raquel Couto Antelo
Capítulo 3. Dicen

- Dicen – dije.

Y lo dije para que quedase claro que era una


leyenda, que después andaban esos turistas
aficionados estorbando por el medio, y los que no,
los había que andar salvando de ahogar.

- Pues parece factible – dijo Paco.

- Sí, podría ser cierta – añadió Alberto.

Lo sabía, es que les encantan esas chorradas,


estaba por ir a un banco a pedir dinero para poner
un bareto de esos y contar historias, los iba a
tener bien entretenidos. Habían tomado cuatro
cervezas en lo que conté lo del tesoro, y eso que
estaban muy atentos.

Ramón tenía cara de que él lo sabía contar mejor,


¡si hombre! si no sabía ni la mitad de los datos,
todo imprecisiones; pero criticar es muy fácil. Y
se hizo un silencio, no tanto incómodo sino
ligeramente tenso y como había terminado mi
consumición y visto que el tema de la leyenda no
daba para más y que Ramón estaba de no, pensé en
marchar.

- ¿No marcharás ya? – dijo Ramón.

- Sí, eso pretendía – dije.

Me agarró la mano y me volví a sentar, no lo podía


creer ¡que fácil soy!

- A ver Xiana, si lo del tesoro fuese cierto,


¿crees que habría manera de llegar hasta el?
– preguntó Ramón.

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- Hombre con el equipo preciso, mucho tiempo y
sabiendo abrir una cámara acorazada de
máxima seguridad, sí – dije.

Admito que mi tono era despectivo tirando a muy


despectivo, pero tampoco era para que se pusiese
así:

- De verdad Xiana, acabo de recordar porque te


dejé – dijo él desesperado.

Ha, ha, ha... que iba a ser por mis contestaciones


ingeniosas, haaaa, haaa, y no sería por la rubia
aquella de metro noventa... y no sería por eso...
iba a ser sí.

Lo notó, o eso me pareció porque le cambió la cara


de chulo a corderito. Si hombre, que me iba a
echar la culpa a mí.

- ¿Y que haces? – preguntó Paco.

Lo dijo así sin más, yo que sabía que me lo decía


a mí. Me lo aclaró Ramón con una mirada de revés,
estaba de un sensible el tío. Total, que le conté
que no hacía nada, que estaba en el paro. Ramón
seguía mirándome mal. Sabía más de lo que parecía,
también lo noté; pero no iba confesar allí
delante de un policía a que me dedicaba, de buen
rollo sí, pero con cuidado.

A vosotr@s si que os lo puedo contar, además ahora


ya tanto da. Yo era recuperadora, un oficio nuevo
que nació después del maremoto. La gente marchó
así a toda prisa y después conforme se fueron
asentando en sus nuevos hogares se dieron cuenta
de que habían olvidado pequeñas cosas, esas
pequeñas cosas que siempre se extravían en las
mudanzas y que cuando se echan se te hace un
agujerito en el corazón: el álbum de la primera
comunión, la corbata de la suerte, etc.

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Y vosotros diréis ¿y para eso tanto misterio? El
caso es que, como decirlo, esta era la tapadera; o
mejor dicho, la excusa, porque encargos, encargos
de estos sí que teníamos, pocos, muy pocos, alguno
de vez en cuando. Después teníamos otro tipo de
encargos, más interesados, lo típico, el joyero
que cobró del seguro una indemnización por no sé
cuantos anillos de platino que tenía en el
mostrador y que después le da la morriña y quiere
recuperarlos, sin contárselo a los del seguro,
claro. Y también estaban los otros encargos,
aquellos de la gente que no era exactamente la
propietaria de las cosas que teníamos que
recuperar, vamos que sabían que la cuñada del
abuelo de la tía de menganito tenía en el colchón
“algo”...

Yo no hacía muchas preguntas, ninguna para ser


exactas y normalmente tampoco conseguía recuperar
todo lo que me encargaban, eso les decía, anda que
las modistas no quedaban siempre con un trozo de
tela cuando les encargaban un vestido, pues las
tradiciones hay que mantenerlas y punto.

No tenía miedo, es decir, había una especie de


vacío legal entre la ley de recuperación de
tesoros marítimos y la de propiedad privada,
porque aún no habían llegado a un acuerdo sobre si
el terreno que inundó el maremoto era marítimo o
todavía seguía siendo propiedad privada. Mi teoría
era que si el mar devuelve lo que no es suyo, y
seguía ocupando todo aquel espacio, es que era del
mar, y como ya dije antes, punto. De cualquier
manera lo que hacíamos no estaba muy bien visto, a
la gente le molestaba mucho eso de que otro
cogiese lo que era suyo. Decían que nos estábamos
haciendo ricas a su costa, pero como no nos daban
pillado se aguantaban y cuando les interesaba nos
hacían algún encargo.

A rica no iba a llegar, todo lo más conseguía


cosas para cambiar en las tiendas centrales, a
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veces podía conseguir comida para todo el mes o
equipos de última generación, radares,
prospectores, equipos de inmersión, lo típico.

- Yo tenía entendido que hacías otras cosas, o


eso dice tu ficha – dice Alberto.

¿Mi ficha? Dios ¿tenía yo de eso?

- Paco y Alberto también son del gremio – dice


Ramón con mucha sorna.

Joder, vaya puntería, de cualquier manera no había


problema, salvo que confesase no tenían nada, nada
de nada; ellos sabían a que me dedicaba ¿y que? si
no me pillaban con las manos en la masa no tenían
nada que hacer; sí, podían hacer un encargo trampa
de esos o conseguir que algún cliente se fuese de
la lengua, si la espabilación les diese para
tanto. Lo que es la espabilación les dio para
poner una patrulla nocturna pero no les gusta
mucho mojarse y nunca nos pillan.

- Que tontos sois, que no hay nada, coño –


dije.

- Bueno, eso pronto lo vamos a saber porque...

Empezó a decir Paco, pero de repente dio un bote


en la silla como si alguien le diese una patada
contundente para hacerlo callar. Eché una mirada
rápida a ver si pillaba alguna señal; pero no ví
nada, aunque fue de agradecer porque el tema del
tesoro terminó ahí. Y también terminó ahí la
tarde, ellos acabaron su consumición y se
ofrecieron a llevarme a casa.

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Capítulo 4. El error de Paco (Primera parte)

Para Andrés aquel lunes 4 de Julio es difícil de


olvidar, llegó al trabajo como todos los días, es
decir, tarde, mal y arrastro. Su jefe lo llamó al
despacho, eso tampoco le extrañó, siempre hacía
algo mal, no porque fuese un inútil, sino porque
no estaba motivado; o dicho de otra forma, sus
motivaciones no venían del sitio adecuado.

El jefe, tranquilo, como era el, con esa


parsimonia que dan los años de profesión y ver de
todo.

- Deja el arma y la placa encima de la mesa y


vete, no te quiero ver más – dijo.

Y Andrés soltó el último chiste dentro de la


comisaría, “¿y no tendría que ser primero la
placa?”. Lo dijo insinuando que el Comisario le
tenía miedo; pero el comisario no lo hacía por
miedo, lo hacía por precaución, años de profesión
y e ver de todo le decían que con una placa poco
se podía hacer pero con una pistola...

Después salió tan contento del despacho, diciendo


que había dimitido, y no, lo habían echado. Muy
discretamente, claro. El Comisario lo hizo porque
el padre de Andrés era amigo suyo y los de asuntos
internos se estaban acercando mucho. Él ya lo
sabía, desde el principio, había salido al padre,
sólo que no tenía su picardía. El padre de Andrés
tenía la virtud de saber cuando era flexible esa
delgada línea que separa el bien del mal. Andrés
no, el era fino como una vaca haciendo encaje de
Camariñas.

Para el padre de Andrés fue una desgracia, por la


vergüenza pública, en las partidas del sábado y en
el fútbol del domingo como la cosa se pusiese algo
tensa iba a salir el tema, y de hecho salía cada
vez que había que minar la moral del contrario.
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Raquel Couto Antelo
Pero en el fondo sintió alivio, sólo dios sabe
cuantos “jamones” le tuvo que regalar al
Comisario en la corta carrera de su hijo.

Para Andrés también fue una liberación, y tanto,


tenía pensado seguir con lo que estaba sólo que
ahorrándose los sermones de su padre, de su jefe y
de los pesados de asuntos internos. Se le olvidó
el pequeño detalle de que a la gente con la que
negociaba sólo les interesaba por ser policía.
Caía de cajón, pero Andrés no tenía tiempo para
pensar... ni cerebro.

Por suerte para él, tenía ese encanto de vendedor


de coches de segunda mano que tanto gusta a los
hombres y consiguió mantener el contacto con sus
compañeros de academia, Paco, Alberto y Ramón. De
ética andaban más o menos como Andrés; pero tenían
un poco más de vergüenza y algo más de miedo, no
sólo se habían metido en la policía por vocación,
también porque querían un empleo estable del que
fuese difícil echarlos. Este último argumento ya
nos da una pista de su eficiencia.

Y así fue como sacó la licencia de investigador


privado y puso un despacho en su piso, sin pedir
autorización a la comunidad de propietarios, ni
placa en la puerta; pero haber, hay un despacho en
su piso, la vecina de enfrente bien que lo dice,
“¡entra cada uno!” pero quien le va a hacer caso a
una pobre mujer a la que todo el mundo conoce como
“la emisora” del vecindario. Le va muy bien, de
cuando en vez lleva algún susto; pero tener el
único Jaguar último modelo de la ciudad lo
compensa más que de sobra.

El cliente más importante de Andrés, o por lo


menos el que más trabajo le daba era el alcalde,
dios los cría y ellos se juntan, aunque en favor
de Andrés hay que decir que fue un cliente
heredado de su padre. No pagaba mal el alcalde y
además era un hombre agradecido, bueno, para ser
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Raquel Couto Antelo
más exacta debería decir que era vengativo y
rencoroso si no le hacías lo que te encargaba, por
eso, y siguiendo por única vez en su vida el
consejo de su padre, Andrés hace todo lo que le
manda.

De su relación con el alcalde Andrés sacó muchos


contactos, de los buenos, de los de pasta, acabó
haciendo trabajos para el Ayuntamiento en general,
era como el bedel del lado oscuro, sabía todo de
todos y todas; eso, a la larga, era mejor que un
plan de pensiones. El alcalde con la vejez se fue
tranquilizando, la tranquilidad que da la fortuna
amasada, claro está; pero su relax no hizo un
agujero en las finanzas de Andrés, el sitio lo
ocupó el concejal de urbanismo, que cada vez tenía
más trabajo el pobre porque iba quedando con menos
terreno y eso que iban absorbiendo cada vez más
Ayuntamientos limítrofes. Andrés, en este campo
era multifuncional: buscaba nuevos terrenos,
echaba a las viejas de los inmuebles interesantes,
lo típico de esta concejalía.

Con todo se fueron haciendo amigos, ya iba a cenar


a su casa los viernes y todo; aunque esta etapa
sólo duró hasta que le rompió el corazón a su
hija, Alicia. La verdad es que para él Alicia sólo
fue un rollo de fin de semana; pero el concejal se
puso tan nervioso al pensar que su hija del alma
se pudiese quedar embarazada de aquel individuo al
que tendría que dar la mitad de su herencia que
tiró de cheque, le puso los ceros que sabía que
le iban a gustar a Andrés y zanjó la cuestión.
Andrés cogió el cheque con todo el disimulo del
que pudo echar mano para que no se le notase que
ya pasaba de la chica gratis y lo agradecido que
estaba porque sabía de sobra que el concejal iba a
utilizar el resguardo del cheque para
restregárselo a Alicia y así convencerla de que no
era trigo limpio. Joder, se la sacaba de delante y
encima le inflaba la cuenta corriente de ceros. Al
concejal le iba a pesar un par de años después,
En el fondo 20
Raquel Couto Antelo
cuando Alicia se casó con Carlos, el abogado,
¡hala! le está bien por clasista.

Aunque Andrés no volvió a casa del concejal


seguían cenando juntos los viernes, más desde que
el concejal se divorció; otro cheque para Andrés,
porque tuvo que medio seducir a Carmen, la mujer
del concejal, que aunque no lo consiguió, en las
fotos parecía que sí, y al juez fue lo que le
valió. Carmen nunca se lo perdonó, y lamentó la de
veces que había cocinado para el en aquellos
viernes familiares.

En una de esas cenas el concejal trajo a un amigo,


el director de la Caja Universal. No fue casual
que el concejal lo invitase, llevaban años
haciendo negocios juntos, él no, su hija, sin que
ella lo supiese, por supuesto. Pero esta vez le
había pedido alguien de confianza.

En el fondo 21
Raquel Couto Antelo
Capítulo 5. El error de Paco (Segunda parte)

Andrés era ese alguien de confianza. El director


de la Caja Universal le planteó la cuestión
directamente, sin rodeos.

- ¿Has escuchado alguna vez esa historia del


tesoro...? – consiguió preguntar el director
de la Caja Universal antes de que Andrés lo
interrumpiese con la risa.

Al director no le pareció bien aquella


interrupción entre risas de su posible futuro
socio; pero el concejal le dijo con la mirada que
tuviese un poco de paciencia, que el chico bien lo
valía. El director no confiaba mucho; pero
continuó con la exposición del asunto sin permitir
que Andrés respondiese a la pregunta.

- Pues es cierta, allá en el fondo quedó una


caja llena hasta arriba de dinero; pero no
la dejamos por las prisas, ni porque se nos
haya olvidado. La dejamos a propósito, la
dejamos porque nos interesaba ¿está claro?

Andrés no se atrevió a responder, no porque se


diese cuenta de la mirada asesina de antes, sino
porque el concejal le plantó el pie de tal manera
en la pierna que no le dejó dudas sobre lo que
tenía que hacer.

- Tampoco hace falta contar si era dinero en


negro o la herencia de mi tía, ninguno de
los tres trabajamos en Hacienda y tampoco
nos gusta hacer preguntas ¿a que no?

Andrés no se movía.

- El rumor lo extendimos nosotros, yo, para


ver si se animaba alguien y nos hacía el
trabajo; pero no tuvimos mucha suerte. Algún
En el fondo 22
Raquel Couto Antelo
loco bajó, o eso andaban diciendo por los
foros de internet, pero el dinero sigue
allí.

- Y ahí entro yo...

El director de la Caja Universal lo miró mal, le


dejó bien claro que no tenía que sacar nada porque
allí no había nada. Andrés quedó un poco confuso,
supuso que era una frase del tipo de “esta
conversación no ha existido”; aunque no entendía
porque no habían bajado antes a recogerlos ni
porque le había dado el punto de hacerlo en ese
momento.

Ni el director de la Caja ni el concejal


estuvieron por la labor de aclararle ciertas
cuestiones y Andrés no le dio más vueltas, le
habían puesto un cheque de esos que le gustaban a
él encima de la mesa y ya estaba. Él les prometió
discreción y el paquete completo, ya se encargaría
él de sacar unos cuantos fajos sin que se diese
cuenta nadie, o buscar a alguien a quien echarle
las culpas.

Andrés tenía de mano a un par de recuperadores que


le ayudaban de cuando en vez en algún caso, sobre
todo cuando había que bajar a buscar archivos
viejos en algún organismo público. Uno de esos
recuperadores era Salva; pero ya no hacían
negocios desde que lo dejó con el culo al aire
cuando la policía se puso tonta con uno de sus
encarguitos. El otro estaba en la cárcel, no por
ningún trabajo que le hubiese encargado Andrés,
sino por otras cositas algo menos profundas aunque
también pasadas por agua. Entonces, y ante la
posibilidad de tener que devolver el cheque o
meterse a submarinista llamó a Ramón, a ver si
podía hacer algo por su colega o conseguía que le
recomendase otro, porque aunque anduviese por
tierras de secano mantenía sus contactos.

En el fondo 23
Raquel Couto Antelo
Ramón vivía feliz, vivía la vida que siempre había
soñado, un buen coche, un buen piso, una buena
chica, o dos, o tres... Le alegró recibir la
llamada de Andrés, pronto iba a disfrutar las
vacaciones y no tenía muy claro querer viajar,
hacía tiempo que no pasaba una tarde de aquellas
de verano tirado con los colegas en la playa hasta
que se hacía de noche, tuvo que tirar una
estantería comida por la polilla y cuando sacó la
caja de las fotos le dio la morriña, ya había
hablado con Paco y con Alberto, para que fuesen
con el, casa tenían, y había turistas igual que
por el Sur, cosa que los convenció en seguida.

Andrés le escuchó todo el rollo de la morriña, él


que no tenía ni la más mínima intención de pasar
el verano en la ciudad; “hay que escuchar cada
cosa” dijo para sí Andrés cuando el otro le
hablaba del azul sin igual del Orzán. Cuando Ramón
terminó le dijo que allí les quedaba su piso para
cuando quisiesen y saltó directamente al asunto de
la llamada.

- Mira Andrés, lo del chico está complicado,


lo tienen en aislamiento, se pasó de chulo y
le hizo una jugada a un guardia, no creo que
me dejen hablar con él, ni creo que él
quiera hablar conmigo – dijo Ramón sin mucho
interés.

Andrés bien se dio cuenta de que Ramón no estaba


por la labor así que le tuvo que contar lo de la
pasta, en ese punto Ramón ya vio más fácil lo de
ir a hablar con el preso. Y fue, claro. No le sacó
mucho porque, efectivamente, estaba muy poco
comunicativo.

- Vamos a ver, entiendo que no me digas el


nombre de tus colegas; pero sabrás de
alguien que haga lo mismo que ellos y que no
sea colega tuyo, ¿no sé si entiendes lo que
quiero decir?
En el fondo 24
Raquel Couto Antelo
Entendió, entendió, el poli quería que le dijese
el nombre de un colega suyo que le hiciese un
trabajito para empapelarlo como le hicieron a él,
claro que lo había entendido ni que fuese tonto. Y
claro, le dijo el nombre de Xiana, el mío, porque
me tenía cruzada, porque yo era mejor, porque
pillaba mejor que el y tenía más trabajo, porque
era más lista y a mi nunca me habían pillado,
porque era un sinvergüenza y un cobarde que no le
importaba tirarle porquería encima al resto... y
quien sabe que más motivos tenía.

Hacía tiempo que Ramón no escuchaba mi nombre, y


no sabía muy bien si por la etapa nostálgica que
estaba atravesando o por tener ganas de verme, se
alegró de volver a escucharlo. Bueno la verdad es
que esto es un suponer mío, una fantasía que me
hace ilusión, que a lo mejor ni se acordaba de mi;
pero soy más feliz pensando que sí y punto.

Después de salir del centro penitenciario, parado


en un semáforo, se acordó del mal genio que tenía,
yo quiero decir, de la mala leche que tenía yo y
del número que le monté cuando lo descubrí con la
top model aquella y pensó que igual era mejor
decirme la cosa directamente y pasar de las
advertencias de Andrés, porque al final yo iba a
ser más proactiva si me decía la verdad que si lo
descubría a medio camino, que era muy capaz de...

Pero después lo pensó mejor, lo habló con Paco y


Alberto, que no me conocían de nada; pero como el
otro les había contado la película a su manera,
víctima de todo que era él el pobre, bruja y medio
meiga que era yo... y se convencieron de que era
mejor como decía Andrés, que quedase entre ellos.
Delante de unas cervezas planificaron la
estrategia, decidieron tomar las vacaciones antes
y venir a supervisar la jugada, Andrés se
encargaría de localizarme, seguirme y hacer un
informe de mis movimientos Ellos me encontrarían
En el fondo 25
Raquel Couto Antelo
por casualidad y me sacarían el tema del tesoro,
como a mi no me gusta hablar ni casi, me pondría a
largar y ahí mordería el anzuelo, no me iban a
liar allí mismo, sino que me harían ganas.
Después, conociéndome, iba a tener el run-run en
la cabeza y estaría deseando sacar lo que tenía
que sacar; pero como si fuese cosa mía y una vez
fuera del agua me darían una limosna, y ellos se
quedaban con el resto, porque soy tonta. Después,
ellos quedarían con la mitad o un poco más
dependiendo de lo que hubiese y le darían el resto
al director de la Caja y si sospechaba algo ya
estaba yo para llevar las culpas.

Como plan no estaba mal. A ellos les gustó, y


“aunque era simple puede funcionar” pensó Ramón. Y
funcionaría si Paco no diese aquel bote en la
silla. Sí, tan grande fue el error de Paco, tan
grande que hicieron falta dos capítulos.

En el fondo 26
Raquel Couto Antelo
Capítulo 6. Con el agua en los talones

Paco nunca había visto el mar, en la tele sí, no


se perdía ni un capítulo de las Vigilantas de la
Playa; pero en persona no. El admiraba mucho a las
vigilantas, gravaba cada capítulo para admirarlo
muchas veces, muchas, pero muchas. No era por lo
que estáis pensando, es que se identificaba mucho
con ellas... por lo de servir y proteger... claro.

Despertó cuando el avión comenzó a descender,


debió ser el cambio de presión, y al pobre casi le
dio un ataque al abrir los ojos. Ramón debió
advertirle antes que el aeropuerto estaba muy
rodeado de agua; pero mucho, el pobre pensó que
iba a conocer el mar a la brava, de golpe, sin
bañador ni Pamela. Estaba tratando de desencajar
la cabeza de entre las rodillas y el respaldo del
asiento de delante después de agarrar el chaleco
salvavidas de donde la azafata dijera que estaba y
afortunadamente estaba. Cuando Ramón se dio cuenta
de que estaba pasando algo fuera de lo normal,
antes de desatascarlo, avisó a Alberto para
partirse a su cuenta un rato. Y el rato duró hasta
que la azafata hizo la ronda y puso los puso a
raya. Y también desincrustó a Paco del asiento de
delante ¡que estrés diosmio! para que después
digan que van en plan Barbie.

Pero cuando se vio en la playa con los pies en la


arena empezó a pensar que no se había equivocado y
que aquello era lo más grande que había visto
jamás en la vida, calculó cual podía ser el medio
y medio y caminó con decisión hacia el punto que
había calculado mentalmente; dejó los zapatos con
los calcetines dentro en la arena, remangó el
pantalón y caminó hacia el agua. La primera
impresión fue chocante pero lógica: “¡coño, que
fría está!”; nunca se le había pasado por la
cabeza la temperatura del agua, como las
vigilantas se lanzaban con tanta alegría pensó que
era como la de la piscina, a 20º... a tres grados
En el fondo 27
Raquel Couto Antelo
estaba en el momento en el que Paco metió la uña
en el agua; y no sabía si fue por eso, pero había
notado una leve sensación de mareo al mirar para
los pies y ver como la ola se retiraba, como si el
suelo se moviese.

Otra cosa que le chocó fue la fuerza, las olas no


tenían el idílico mecer de las puestas de sol
californianas, o eso, o que del congelamiento las
piernas no le respondían como debía. Salió para la
arena y miró a su alrededor, todo el mundo estaba
jugando alegremente y bañándose como si fuese
normal, entonces pensó que el raro era él, así que
lo volvió a intentar, si toda aquella gente podía
él también, cogió carrerilla y se lanzó como se lo
había visto hacer a Pamela tantas veces. Se nota
que se había concentrado en otras cosas porque se
lanzó justo cuando la ola se retiró y acabó tirado
en plancha en la arena, se levantó con dificultad
y cuando ya estaba en pie vino otra ola por detrás
y lo volvió a tirar... y el pobre sin una triste
Carmen a la que agarrarse. De esta primera toma de
contacto Paco sacó tres conclusiones:

1. El mar es un hijo de su madre, frío y con


una mala lecheeee.

2. Ramón y Alberto son dos hijos de su madre


que se van a reir de maría santísima en
cuanto me pueda poner en pie y llegar a
donde están ellos partiéndose de la risa.

3. Las vigilantas de la playa no son


socorristas, son superwomen; pero de las
buenas, aunque sólo sea por correr por la
orilla de este hostil elemento.

Después fue hacia la arena donde estaban Ramón y


Alberto llorando; pero literalmente llorando de la
risa, los arrastró y los metió en el agua, porque
Paco guapo no era; pero grande y fuerte... Y así
acabaron los tres haciendo el chorra en el medio
En el fondo 28
Raquel Couto Antelo
de la playa, embadurnados en la arena, empapados
hasta las orejas y dando un espectáculo bastante
lamentable, aunque por lo menos la gente fue con
algo que contar para casa. Total, que ya le perdió
el miedo al mar y al final del día era como si
hubiese nacido en la misma agua salada, parecía la
sirenita de lo bien que se movía de un lado para
otro.

Pero Paco volvió a tener aquella sensación de


mareo, de moverse el suelo bajo los pies la
primera vez que vio a Sandra.

La verdad es que me decepcionó que Ramón no se


ofreciese a acompañarme hasta la puerta de mi piso
por si había una araña en la bombilla del descanso
o así. No tuve suerte. O si, porque eso reforzaba
mi teoría de que el bote de Paco no fuera por la
emoción de la conversación y tramaban algo. Miré
varias veces por la ventana y el coche no estaba,
fue en ese momento cuando llamé a Sandra y a
Salva.

- Venid – dije – tengo que contaros algo.

Llegaron pronto, Sandra andaba por cerca, habíamos


quedado para ver el programa Corazón de Glamour,
que nos gustaba mucho; más a Sandra que a mi, ella
estaba enganchadísima y no sólo a este sino a
todos los programas rosas y amarillos de la
pantalla, pero todos todos. Ella era mucho de
cogerle cariño a las cosas, también era el único
defecto que tenía la pobre, porque ser es muy
buena gente, muy guapa y tan dulce como un oso
amoroso. Cuando cogemos algo no se lo enseñamos
porque tiene algo de diógenes y quiere quedar con
el, tiene su casa como par enseñarla, de vez en
cuando le traemos cositas para cuidar, cosas que
no nos valen para cambiar pero que son muy
bonitas.

En el fondo 29
Raquel Couto Antelo
Salva llegó rápido porque el es así muy rápido.
Sobre todo en aquellos días, que andaba algo
acelerado porque ya le había salido la fecha del
juicio por aquel marrón en el que le había metido
Andrés y no hacía más que ir de un lado a otro.
Andaba haciendo una lista de últimas cosas que
hacer antes de que lo enchironasen, que no lo iban
a enchironar, casi seguro... eso le decía su
abogado.

Cuando les conté la conversación con el trío


maravillas no les pareció mucha cosa. A Sandra
menos que a Salva, porque el programa ya había
empezado; pero Salva me dijo que aunque
seguramente fuesen paranoias mías iba a hacer
alguna pregunta por ahí. Y mientras Marquitos de
Buenacuna nos contaba lo enamorado que estaba de
su futura prometida con la que se iba a ir de luna
de miel a las Islas Fitji y a la que le había
regalado un mercedes último modelo el día que la
conoció, es decir, hacía dos semanas, porque se
dio cuenta de que era la mujer de su vida, yo
imaginé lo bonito que sería ir conduciendo un
mercedes último modelo mientras suena música de
Mozart, Salva imaginó lo bonito que sería
despertar cada día en un país distinto,
recorriendo playas tropicales y las ciudades del
mundo de hotel de lujo en hotel de lujo como si
fuese George Clooney en Ocean’s Eleven... y Sandra
imaginaba lo bonito que sería que alguien se diese
cuenta de que era la mujer de su vida en el
momento en que la viese.

En el fondo 30
Raquel Couto Antelo
Capítulo 7. El juicio final

Final, final no era, que había posibilidad de


recurso. Salva estaba muy nervioso, de un lado
para otro mientras su abogado, Carlos hablaba con
otro tan tranquilo. Nosotras llegamos tarde, yo
más que Sandra, bueno, vale, Sandra llegó puntual;
llegué a tiempo porque el juicio iba con retraso
que si no...

- Ya te vale, ya te vale – dijo Salva


histérico en cuanto me vio llegar.

Total, no sé a que venía tanta prisa, aquello era


un aburrimiento. La primera vez que fui a un
juicio iba toda emocionada porque esperaba que
fuese como los de las películas, abogados agudos,
testigos sorpresa, giros insospechados; pero la
verdad es que son un plomo, los abogados no pasean
de un lado a otro y encima llevan una capa como la
de Harry Potter, y... en definitiva el abogado ya
le había dicho que no había de que preocuparse.

- ¿¿¿ Y desde cuando nos fiamos de los


abogados??? – pensé.

Para mi que el abogado me escuchó porque se dio la


vuelta de repente.

- Me van a enchironar, me van a enchironar,


estoy seguro – decía Salva de un lado a
otro.

Sandra trató de tranquilizarlo dándole un abrazo;


pero a él le sonó más a pésame que a consuelo y se
puso peor. Sandra se sentó y se puso a pensar en
sus cosas. Lo primero que vio de Carlos fueron los
pies, los zapatos más bien, castellanos, hechos a
mano, cuero de primera categoría e incluso adivinó
la marca antes de verla en la pequeña etiqueta que
llevaban en el talón y que a ella le parecía una
ordinariez y que yo pondría aquí; pero como no me
En el fondo 31
Raquel Couto Antelo
dan comisión, pues no la pongo. El caso es que
Sandra pensó, sin saber quien era ni verle la
cara, que aquel debía ser un hombre bien
interesante porque con tan buen gusto no podía ser
de otra manera. Cuando levantó la vista le tenía
un parecido asombroso con Marquitos de Buenacuna,
que era su ideal de galán en aquel momento.

En realidad no es que se pareciese, es que como


estos ricos visten todos igual y ella no estaba
acostumbrada a tratar con ellos, todo se fue
juntando.

Carlos ya le había echado el ojo cuando la vio


entrar y se andaba haciendo el interesante; pero
Sandra estaba en Babia, con lo que tuvo que hacer
unos cuantos paseíllos y así hasta que se le
plantó delante ella no se enteró. A punto estuvo
de desistir; pero cuando le vio aquella mirada
embobada supo que había valido la pena el desfile.

Salva, afortunadamente, no se dio cuenta de que su


abogado estaba más interesado en Sandra que en su
defensa. El juicio no salió demasiado bien, el
juez era un dinosaurio amargado y no entendía los
chistes nerviosos de Salva. Además vino Andrés a
testificar a favor de la acusación, diciendo
ciertas cosas sobre las actividades de Salva que
bien callarse y además le echó toda la culpa a el.
Carlos pudo preguntarle si el requería de los
servicios de Salva con frecuencia; pero era asumir
la acusación y, mucho que le pesó, Salva quedó
bastante mal. Andrés me cayó mal, ya desde que lo
vi esperando en la entrada.

Toda la historia del juicio venía por una


recuperación de estas que hacemos, Salva tiene
muchos contactos, yo voy más bien por libre, el
gana más. El caso es que lo que tuvo que recuperar
tenía dos dueños y cuando uno se enteró de que el
otro estaba casi con las cosas en la mano lo
denunció por robo. Este dijo que el no sabía nada
En el fondo 32
Raquel Couto Antelo
que una vez había comentado el tema con Andrés,
Andrés que el era investigador y que no se mete en
el mar ni que le paguen; pero que hablasen con
Salva que era mucho de eso, y lo pillaron con la
mercancía en casa. Es lo que hay. Es lo que
sabíamos entonces.

Cuando el juez cogió el mazo y dijo “visto para


sentencia” salimos de la sala. Salva no quería,
tenía miedo de que a la salida no le dejasen
marchar; pero tiré de el y no había nadie
esperando, menos mal, porque tanto insistió que yo
casi también tenía miedo a salir. Carlos nos
invitó a tomar algo para comentar como había ido
el juicio, en realidad pasó todo el tiempo
tonteando con Sandra y Salva no hacía más que
repetir nombres de sitios que quería visitar, y
cosas que quería hacer, yo le seguí la broma hasta
que dijo:

- ¿Entonces vienes conmigo a hacer puenting a


la Torre de Control Marítimo?

¿Pero este está mal de la cabeza de todo? De todo,


de todo. ¿Yo puenting? ¿Yo? ¿Yo que soy incapaz de
tirarme hacia atrás con la bombona de oxígeno
desde la fuera borda? Que no, que yo bajo poco a
poco, hay que ser bien animal. Tenía que ponerle
fin a aquellos desvaríos, él estaba preparado de
más, físicamente quiero decir, para que no le
pasase nada hiciese las burradas que hiciese; pero
el problema no era ese, el problema era que lo
mismo le daba por hacer puenting como ir a
enseñarle el trasero al alcalde, y contra de lo
que se pueda pensar, esto último era bastante más
arriesgado.

- Y después voy a poner un anuncio para un


casting de modelos de ropa interior – dijo
Salva razonando.

Y era bien capaz.


En el fondo 33
Raquel Couto Antelo
Por distraerlo le insistía para que me contase de
una buena vez si alguno de sus contactos le había
dicho algo sobre si alguien andaba en la búsqueda
del famoso tesoro de la leyenda. En ese instante
Carlos dejó el coqueteo con Sandra y giró la oreja
hacia nosotros. Andrés, que estaba en la barra
hablando con uno de los abogados que había llevado
el ricachón que denunció a Salva, también dio
media vuelta para escuchar. En ese momento me
planteé seriamente aprender a hablar más bajo.
Tampoco tenía mayor importancia, era un tema que
siempre llamaba la atención, pero Salva que tenía
enfilado a Andrés se dio cuenta de que era más que
curiosidad por una leyenda.

Carlos o se hacía el tonto o es que lo era porque


decía que nunca había oído hablar del tema; Salva
comenzó a contar lo que había averiguado:

- Hablé con el buey (uno que conocíamos y que


por seguridad le vamos a llamar así, por
seguridad y por coincidencia) y me dijo que
no sabía nada, que serían las chorradas de
algún turista.

Hizo una pausa y le dio un repaso a Andrés de


reojo.

- Pero como sé de sobra que no te iba a


parecer suficiente fui junto a fresquita
(otra que conocemos nosotras y que por
seguridad le vamos a llamar así, por
seguridad y por coincidencia), me dijo que
algo había, que dicen que les dio la prisa
por algo que va a hacer el Ayuntamiento
pronto.

Volvió a hacer una pausa y le dio otro repaso a


Andrés de reojo.

- Algo de urbanismo...
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Raquel Couto Antelo
Andrés estaba el pobre tan estirado y retorcido
sobre el círculo de la silla que volcó y menos mal
que dio puesto el pie en el suelo justo a tiempo
para no estrellarse. Salva sonrió con malicia.

- ¿De urbanismo? – dijo Carlos emocionado – mi


suegro

Sandra lo miró violenta, porque eran unos ojos de


un verde impresionante que si llegan a ser dos
navajas se queda en el sitio.

En el fondo 35
Raquel Couto Antelo
Capítulo 8. In Venus Veritas (Primera parte)

- ¿Tu suegro? – preguntó Sandra con voz de


ultratumba.

- Sí – dice Carlos con voz de niño bueno y


tono de “yo no quería”.

- ¡Ya! – dijo ella tajante.

- ¿Tu suegro qué? – preguntó Salva impaciente,


ajeno a la escena de celos y
arrepentimiento.

- Mi suegro es el concejal de urbanismo – dice


Carlos.

Quedamos estupefactos, era la primera vez que


conocíamos a un yerno de un concejal, por lo menos
yo. Salva le preguntó si sabía de la existencia de
algún plan para la zona catastrófica. Carlos dijo
que no, pero que su suegro no hablaba mucho de
esos temas en casa porque su ex-mujer, ahí a
Sandra le apareció un rayo de esperanza en el
mirar, es decir a su suegra, ahí le volvió a
Sandra la mala leche, es concejala de Servicios
Sociales y si se entera de que dedican dinero a
Urbanismo y no a Servicios Sociales tal como están
las cosas, le monta una moción de censura.

- Pues espabila y sácale el tema, hay que


confirmar la información de Salva cuanto
antes – dijo Sandra empleando vocabulario de
colaboradora de programa de corazón.

- Mujer, no sé si podré... – dijo Carlos –


además... ¿qué es lo que queréis saber?

Salva seguía controlando a Andrés, que ya casi


estaba sentado a nuestra mesa, y como lo veía
interesado en el tema dedujo que iba por buen
camino. Le dijo a Carlos que se enterase de si
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Raquel Couto Antelo
había o no alguna actuación prevista en la zona
catastrófica. Carlos prometió que lo intentaría y
aunque Sandra no se fiaba nada, Salva quedó
convencido.

En realidad a Salva la confirmación de Carlos poco


le importaba, sabía perfectamente que Fresquiña le
había dado información de primera y no necesitaba
contraste ninguno. De cualquier manera la
confirmación ya se la había dado Andrés con su
reacción y encima había conseguido quitarle de la
cabeza aquella obsesión suya con el puenting.

Carlos marchó en su espectacular coche y nosotros


acompañamos a Sandra a su casa porque estaba de
mal humor, en una mañana había conocido a su
príncipe azul, al cabrón que le había roto el
corazón y al adúltero que la intentó seducir, y la
pobre no estaba acostumbrada a tantas emociones
juntas. La dejamos delante de la televisión con el
bote de las galletitas saladas y una botella de
agua mineral de las de baja mineralización, tapada
con una manta y con el mando en la mano. Comenzaba
el programa Ni glamour ni corazón, que era una
versión ácida de Corazón de Glamour, vamos que los
ponían de vuelta y media.

Salva me hizo ir con él a espiar a Andrés, ya me


dirás donde lo íbamos a pillar, había más de dos
horas que lo habíamos dejado agarrado a la barra
de la cafetería para no caer del taburete con lo
estirado que estaba encima de nuestra mesa. Pero
Salva, que lo conocía muy bien, lo localizó
enseguida en un local de moral distraída que tenía
un luminoso con el dibujo de una fuente de
colores, yo lo había visto cantidad de veces al
pasar por la general, pero en la vida me imaginara
parada en un coche en el aparcamiento y
preparándome para entrar. Tampoco me había
imaginado preguntándome si Salva era asiduo de
aquel tipo de establecimientos porque no me
parecía de esos, aunque a veces la necesidad...
En el fondo 37
Raquel Couto Antelo
bueno llegados a ese punto preferí pensar que no
me interesaba el tema, aunque le seguí dando
vueltas un tiempo y a veces me daba como ganas de
ir lavar las manos después de tocarlo. ¡Los
hombres eran todos unos cerdos, todos, sin
excepción!

Dentro la cosa fue a peor, cerdos de todo. En


cuanto vieron a Salva vinieron hacia el tres
chicas en plan muy cariñoso, y lo extraño es que
les hizo caso ¿y yo porque tenía en la idea que a
este le gustaban los hombres? ¡ah sí! porque me
dijo que era gay hace quince años cuando nos
conocimos. Es que son todos unos cerdos, cuando se
lo diga a Sandra verás.

Y mientras yo debatía sobre las inclinaciones


sexuales de Salva el iba hacia un reservado de la
mano de las tres topmodels aquellas que no sé que
hacían en un antro como aquel con el tipo que
tenían; pero la vida es así. Y yo quedé sola
plantada en el medio y medio de un bar de
carretera, de un local de alterne, de un antro de
perdición rodeada de parejas cariñosas y vino
barato, digo lo de barato por darle dramatismo a
la situación, que igual era cara, no era mi
intención desmerecer la bodega del establecimiento
ni nada.

- Señorita, creo que se ha confundido de local


– me dice una voz de hombre en la oreja.

- Sí, creo que sí – dije yo sin mirarlo,


tratando de separarme porque me hacen
cosquillas cuando me hablan cerca de la
oreja y me da así como una mezcla de grima y
gustillo que no sé describir, y tampoco era
momento de ponerse cachonda en un sitio como
aquel que hasta el día 10 no cobraba.

- Si quiere la acompaño hasta la salida –


volvió a decir.
En el fondo 38
Raquel Couto Antelo
Yo tenía todos los pelos de punta y unas ganas de
refregar la oreja para que parase aquella
sensación.

- Es que vine con un amigo – dije – marchó por


allí...

- Bien, no creo que ahora le haga mucha falta


su compañía – dijo.

- Pues yo no voy a marchar sin él, el muy hijo


de su madre quedó con las llaves del coche,
así que arreando – dije enfadada a la vez
que me daba la vuelta para verle la cara de
una vez al impertinente aquel.

No lo debí haber hecho, si me había puesto mala


hablándome a la oreja, verlo aún fue peor, tenía
pinta de polaco ex-amante de una pseudoactriz con
título de científica. Creo que no babeé, o por lo
menos no conscientemente, pero las pupilas
debieron dilatar todo lo que podían dilatar.

- Entonces tendrá que tomar algo mientras


espera – dijo él.

- Pues lo veo difícil porque no tengo ni un


céntimo, ¿tú no me invitarías, no? –
pregunté mientras pensaba que era lógico que
cobraran por aquello, porque era de más para
ser gratis.

- No, señorita, no va a poder ser.

- No se preocupe, está conmigo – dijo Salva


por fin – vamos Xiana, te tengo una fiesta
preparada allí en el reservado.

Se libró porque aún estaba alucinada con el


cachimán de la entrada que si no lo mataba, es que
lo mataba, mira que dejarme allí sola.
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Raquel Couto Antelo
Me llevó detrás de una cortina de terciopelo
granate que traté de no tocar porque sabe dios
cuando fue la última vez que la limpiaron y quien
se acercó antes a ella. En el reservado estaban
las tres chicas de antes todas animadas con sus
respectivas copas en la mano, yo miré a Salva
diciéndole muy claramente que el homosexual era él
no yo, a ver que puñetas pretendía que hiciese yo,
que ya sabía él que a mí probar, lo justo.

En el fondo 40
Raquel Couto Antelo
Capítulo 9. In Venus Veritas (Segunda parte)

Mientras las chicas hacían fiesta entre ellas


Salva me dijo con un gesto que me sentase, que
escuchase con atención y en silencio; es decir, me
empujó para que tropezase y cayese en el sofá, dio
golpes en la oreja con el dedo índice y después
puso ese mismo dedo delante de la boca. Yo le puse
empeño y me encogí de hombros para decirle que no
escuchaba nada, visto que no podíamos hablar.
Entonces el me asesinó con la mirada y volvió a
dar golpes con el dedo índice en la oreja y
después en el respaldo del sofá, por mucho asco
que me diese, no lo de los golpes, que ya le
notaba algo rojo aquel lado de la cara.

Por fin escuchaba alguna voz que no fuese el


alegre bullicio de las compañeras de reservado.
Eran dos hombres alterados, alterados de
enfadados, no de lo otro, dadas las circunstancias
conviene aclarar este punto. En realidad era el
Concejal de Urbanismo y Andrés.

- Tú sabrás a quién le contaste lo que no


tenías que contar – decía el concejal.

- Conté lo que me interesó para obtener lo que


nos convenía a los dos, o mejor dicho a los
tres; pero conté de lo que sabía, y yo no
sabía nada de ningún plan de urbanismo... y
el si – dijo Andrés a la defensiva.

- No hay tal plan hombre, como te lo tengo que


decir, que no, el tal Salva te tomó el pelo,
tu lo fastidiaste en el juicio y él se vengó
– dijo el concejal disimulando.

- Ya – dice Andrés sin mucha convicción.

Echaron un buen trozo discutiendo sobre lo que no


me dices y sabes, y lo que sabes y no me dices;
después para la mía sorpresa salió el nombre de
En el fondo 41
Raquel Couto Antelo
Ramón, miré a Salva para que le quedase claro que
me había dado cuenta de que el bote de Paco en la
silla sí tenía algún significado. Y unas cuantas
botellas de vino más tarde, que ya le aclaré a
Salva que las iba a pagar él, porque yo no me iba
a empeñar:

- Por mi yerno no te preocupes, no le da para


más, está más concentrado en que no lo quite
del testamento que en saber a que ando, ya
le diré cualquier cosa y por lo que le
conviene ya lo irá creyendo. Por los otros
tú verás, no eran los que te interesaban
para el trabajo – dijo el concejal.

- Sí, sí – dijo Andrés simulando conformismo.

En ese momento el concejal se levantó y con un


“hasta más ver” marchó. Andrés no se movía, o lo
había hecho en silencio y no lo habíamos
escuchado, también, como estuviésemos allí
esperando y pagando botellas de vino sería de más.
De repente:

- ¿Qué pasa? – Andrés hablando con alguien –


tengo que hablar con vosotros de aquello que
os conté, aquí hay algo que no me cuadra.

Silencio.

- No, no, ya os había dicho yo que me


extrañaba que lo quisiesen justo ahora,
¿porque ahora y no antes?¿qué?

Silencio.

- Bueno, pues si no te lo dije te lo digo


ahora, que aún estamos a tiempo – gritó
Andrés, parecía enfadado.

Silencio.

En el fondo 42
Raquel Couto Antelo
- Estoy aquí en el Venus, venid – dice Andrés.

Silencio.

- ¿Cómo que donde está?

Me consoló saber que Ramón no supiese de aquel


antro porque me dio en el alma que hablaba con él.
Uno que se salva.

- A ver hostia, es el de la fuente - dice


Andrés

Silencio.

- Ja, ja, ja – ríe Andrés – ese, ese, ya me


parecía raro que se te hubiese olvidado.

Es que no hay uno, cerdos, todos, todos, todos.

Salva miro las botellas vacías encima de la mesa y


me dijo que teníamos que marchar. Yo le dije que
nastideplasti, que pagase y si no que no hubiese
entrado, que era un agarrado. No me puso muy buena
cara; pero tampoco insistió demasiado. Las
trillizas seguían a lo suyo, y mientras
esperábamos Salva se acercó a ellas, no quise
mirar no fuese que me gustase y allá se fuesen mis
rígidos, sólidos y delimitados esquemas sexuales.

No tardaron mucho, igual unos quince minutos. Se


sentaron entre risas y comentarios chorras del
tipo de “a la de rojo la ponía yo mirando para...”
y demás cosas finas por el estilo. Cuando se
tranquilizaron se pusieron al tema, al tema del
tesoro no al tema propiamente dicho. Ramón le dijo
a Andrés que era lógico que el Concejal le
ocultase los verdaderos motivos, todos lo hacían,
pero que de cualquier manera a ellos les iba a dar
lo mismo, fuese por lo que fuese, nosotras íbamos
a hacer el trabajo y ellos iban a sacar tajada.
También le dijo que daba igual que Salva y yo
En el fondo 43
Raquel Couto Antelo
supiésemos más o menos, que íbamos a hacer el
trabajo igual y ellos iban a sacar tajada.
También, si también, le dijo que daba igual que el
yerno-abogado-niñobién investigase lo que quisiese
porque nosotras íbamos a hacer el trabajo y ellos
iban a sacar tajada.

- ¿Puede saberse porque estás tan seguro de


que Xiana lo va a hacer? – preguntó Andrés
nervioso.

- Porque la conozco, no puede luchar contra


sus instintos y se sabe que además de sacar
pasta va a fastidiar a los del Ayuntamiento
lo va a hacer más encantada.

- Pero no los va a fastidiar, los va a ayudar


– dice Paco.

- ¿Como que ayudarlos? – pregunta Ramón.

Paco les explicó que si el Concejal quería


recuperar el tesoro y yo lo recuperaba, lo que
hacía era ayudarle no estorbarlo.

Se hizo un silencio.

- Paco, mira vete a buscar allí a fuera unas


chicas – dijo Ramón.

Cerdo, más que cerdo.

Paco se levantó y marchó. Ramón le dijo a Andrés


que no se preocupase que ya se encargaba él de
convencerme en el supuesto caso de que me echase
atrás, cosa que el dudaba bastante. Pero no lo
dijo como os lo estoy contando, lo dijo con esa
voz que ponen los hombres cuando lo tienen todo
controlado ¿sabéis? cuando una se derrite con una
palabra suya y no ve más que por sus ojos. Salva
miraba al suelo, sería por no verme la cara de mal
genio que se me estaba poniendo.
En el fondo 44
Raquel Couto Antelo
El trío calavera recibió con risas y brindis a las
chicas de compañía. Y como parecía que el tema del
tesoro había quedado zanjado le dije a Salva que
ya podía despedir a nuestras acompañantes y que
fuese pagando. Yo había quedado de pie en el
vestíbulo, donde el supermachoman me había venido
a hacer cosquillas en la oreja cuando entré, a ver
si volvía a tener suerte porque en aquel momento
me hacía mucha falta. Pero no la tuve, lo único
que tuve fue un bajón pensando en que había hecho
mal para que aquel amor del pasado no sólo me
quisiera utilizar para que le hiciese un trabajo
de dudosa legalidad, sino que me quisiera robar y
por encima fuese un chulo asqueroso sin gota de
sentimientos, yo que soñaba con un príncipe azul
de esos que tienen nombres bonitos como Caspian.

En los escasos metros que separaban la puerta del


Venus del coche de Salva eché mil y un juramentos,
Salva no decía nada para no empeorarlo, aunque
estoy segura de que prefería que bajase el volumen
porque le iba dando a las manos para abajo.

- Pues que le den mucho – dije por último -


¿quieren que saque el tesoro? ¿quieren? pues
lo voy a sacar, y tanto que lo voy a sacar,
y tú me vas a ayudar; pero estos van a
quedar con dos palmos de narices, que
piensan que les voy a dar todo lo que haya,
del cuarto ni la mitad, que no saben quien
soy yo.

Y conforme iba imaginando mi venganza iba gritando


más y cuando estábamos dentro del coche me dio por
mirar para el coche que estaba al lado del nuestro
y vi a Paco mirándome. Los ojos se me quedaron en
blanco y Salva me dijo un “ya te avisé pero tú ni
caso” con voz de sabelotodo.

Llegados a este punto no me quedó más opción.

En el fondo 45
Raquel Couto Antelo
Capítulo 10. Sin glamour pero con corazón

Él trató de disimular haciendo que dormía, a


buenas horas mangas verdes, si fuese un poco listo
habría cerrado los ojos en el momento en que nos
vio salir del local porque lo que es escuchar iba
a poder escuchar igual. Pero no paso por vez, di
un par de golpes en la puerta para que se diese
por aludido y aunque se resistió acabó por abrir
la ventanilla.

- Hola Xiana ¿qué tal? – dijo haciendo que


espabilaba, como si acabase de despertar.

Le dije que bajase del coche, que teníamos que


hablar con él. Bajó, con reticencias, pero bajó.
Nos dijo que no sabía más que lo que les había
contado yo y lo que suponía que ya habíamos
escuchado en el Venus. No se lo creímos del todo,
por lo menos yo, Salva quedó convencido cuando le
dijo que aquello era lo que le había contado
Andrés. Salva bien sabía que Andrés sólo contaba
lo que era estrictamente necesario y a ser posible
sólo lo que a él le convenía, sobre todo que
omitía todo lo que pudiese perjudicar a los demás.
Yo no sabía si Paco se hacía el tonto o si
realmente era tan inocente como parecía, después
de todo era el único al que podía excluir
oficialmente de la categoría de cerdo, así que
bien merecía un poco e confianza de mi parte.

Cuando llegamos al portal de Sandra, Paco dudó si


subir, sabía que no era mi casa y auque parecía
que había buen rollo con Salva el portal tenía
bastante mala pinta. Pero no le dimos tiempo a
huir. Entramos con nuestra llave porque Sandra
todavía estaría en el sofá, el programa Ni glamour
ni corazón duraba unas cinco o seis horas. Salva
fue a la cocina y Paco y yo entramos en la sala.
Efectivamente Sandra estaba atenta a la pantalla,
desvió un momento la mirada hacia nosotros
mientras anunciaban los politonos; pero la voz en
En el fondo 46
Raquel Couto Antelo
off anunciando los contenidos de la siguiente hora
la volvió a cautivar.

Paco quedó de pie unos segundos y después se sentó


de repente; sí, fue en aquel momento cuando volvió
a sentir la sensación de mareo de la primera vez
que tuvo el mar bajo los pies. Salva llegó con
unas patatas fritas y con unas galletas y como
hipnotizados quedamos mirando el programa, sin
hablar... bueno Paco miraba a Sandra.

En el plató estaban todos los colaboradores y


todas las colaboradoras; Aría Canciño, que era
nuestra favorita, había conseguido una entrevista
en exclusiva con la Marquesa de Ripipí. La
marquesa no era muy dada a entrevistas ni a los
platós y aquella entrevista era un bombazo. La
repentina cancelación de la boda del hijo de la
marquesa había desatado los rumores de una
infidelidad por parte de la prometida y posterior
enfado de la marquesa. Aquella noche nos iban a
aclarar todas las posibles dudas, iban a disipar
todos los rumores, iban a poner las cartas sobre
la mesa. La Marquesa de Ripipí lo contaba todo.

Antes de dar paso a la entrevista hacían el debate


previo de siempre donde Aría Canciño iba dando
pequeñas pinceladas de lo que se nos venía encima
y el resto trataba de dar sus argumentos a favor
de uno o de otra. Sandra y yo estábamos a favor de
la prometida, lo de la infidelidad era una trampa
de la marquesa, segurísimo. Salva decía que lo que
pasaba era que la marquesa se olió el pastel y
decidió tomar cartas en el asunto antes de que
quedase con la mitad de su fortuna, que era porque
en el fondo pensaba igual que Salva, pero no
quería llevarle la contraria a Sandra, no fuese
que lo odiase.

El relportero gráfico Artur Salmos aseguró que


había unas fotos de la infiel circulando por las
redacciones de las principales revistas del país.
En el fondo 47
Raquel Couto Antelo
Aría Canciño dijo que la marquesa había hablado
abiertamente sobre el tema de las fotos y que le
había dicho que ella no sabía de su existencia.
Artur dijo que eso era lo que le convenía decir
porque no quería que su hijo quedase como un
engañado. Charo Fermín dijo que ella era amiga
personal de Rosalía, que así se llamaba la
prometida del hijo de la marquesa y que era una
chica muy seria, con sus masters y un trabajo en
un consejo de administración y que estaba
enamoradísima del hijo de la marquesa. Vismi
González sugirió que igual el tarambaina era el
heredero, y también aseguró que había unas fotos
circulando por las principales redacciones de las
principales revistas del mundo rosa del país y
parte del extranjero.

Ahí fue donde el presentador paró el debate y dio


paso a la entrevista. Y la verdad es que fue una
gran decepción. Sí que habló de la cancelación de
la boda, dijo que eso era cosa de los contrayentes
y que ella no era quien para opinar, y eso que
Aría le hizo la pregunta de mil y una maneras;
incluso Paco dijo que con gente así en los
interrogatorios no se les escapaba nadie. De lo
que sí habló fue de la supuesta trampa a su nuera.
Ella dijo que jamás de los jamases le haría eso a
nadie, que la quería como a una hija y que era una
chica buenísima, muy trabajadora de una familia
muy buena. Sandra y yo nos mirábamos leyéndonos el
pensamiento: la marquesa era de un falso... Cuando
le preguntó por la conducta disipada de su hijo y
ahí trató de justificarlo diciendo que hacía lo
que hacían los chicos de su edad, que era muy
joven, que quería vivir la vida. Se delató, no
quería que su hijo se casase, que no, que se le
notaba bien. Aría insistió en el tema de las
fotos, y ella aseguró que no había tales fotos,
que lo aseguraba.

Después de la entrevista el debate fue de lo más


encendido, en la tele y en casa. Yo noté que la
En el fondo 48
Raquel Couto Antelo
marquesa había pagado por retirar las fotos de su
hijo y también había pagado para difundir las de
Rosalía. Sandra estaba segura de esto último, pero
decía que de existir las fotos de su hijo no le
importaría que se publicasen porque ella era así
como muy liberal y además favorecía a la causa del
“no matrimonio”. Paco decía que la nuera lo había
preparado todo para deshacerse del marquesito
después de la boda, pero que por algún motivo
extraño se le habían adelantado las cosas. Salva
decía que la tal Rosalía era una lurpia de cuidado
con ganas de ser famosa y que le daba igual
casarse que no con tal de salir en la tele, que ya
había escuchado que le habían ofrecido un programa
en ese canal en el que le pagaban a las guapas por
figurar. Paco ya se había metido en el grupo y
hablaba con total libertad, sin el nerviosismo de
los primeros momentos.

En el fondo 49
Raquel Couto Antelo
Capítulo 11. Tres son multitud, cuatro son la
leche

- ¿Qué Paco? ¿te unes a nosotros? – pregunté


en el intermedio.

Paco me miró sorprendido, Salva me miró asustado y


Sandra miró a Paco como si por primera vez se
diese cuenta de que estaba allí. Paco no supo que
decir, tampoco le di tiempo, respondí a mi propia
pregunta diciendo que si y en aquel momento decidí
que ya era hora de pasar a la acción.

- ¿Qué vamos? – dije.

- ¿Ahora? – dijo Paco.

- ¿Ahora? – dijo Salva.

- ¿Ahora? – dijo Sandra.

Paco lo decía porque no le daba tiempo a avisar a


Ramón, Salva porque no le daba tiempo a ir a por
el equipo a su casa y Sandra lo decía porque
todavía faltaba la última hora de Ni Glamour ni
Corazón.

- No, cuando termine – dije señalando a la


televisión.

La verdad es que Sandra respiró aliviada, Salva


hizo un ademán de levantarse pero no le dejé, le
dije que solo bajaría yo, que él tenía que quedar
vigilando arriba con Sandra y con Paco. Incluí a
Paco en el plan porque me parecía buena gente, no
el tipo de buena gente que se siente agradecida
por incluirla en el grupo y no te da una puñalada
por la espalda; no, de esa clase de buena gente
no, sino de la que es buena pero que hay que tener
vigilada por si le da por ser leal a sus amigos.
Paco se levantó y fue a mirar por la ventana, en
el reflejo ví que tenía el móvil en su mano.
En el fondo 50
Raquel Couto Antelo
Tampoco importaba, si hablaba con Ramón,
suponiendo que ya hubiese salido del Venus, no iba
a tener mucha energía para venir de madrugada a un
fondo submarino.

Pasada la publicidad el último tiempo del programa


deparó pocas sorpresas, una actriz porno y una
vieja gloria de la Revista. Podía ser un friki y
un cantante de los de antes, un actor porno y una
viuda olvidada... Y aún no habían terminados los
títulos de crédito cuando los mandé poner en
marcha, que para eso me había puesto al mando.
Sandra vino sin rechistar, creo que para olvidar,
porque a ella lo de la nocturnidad y alevosía
nunca le llamó, Paco venía porque venía Sandra y
porque en algo había quedado con los otros, o eso
sospechaba yo; y Salva por ver si terminaba todo,
total poco tenía que perder.

De camino Paco no hacía más que preguntar donde


estábamos, y cada vez ponía voz de más asustado.
Era de entender, pero nosotras nos mirábamos y nos
reíamos por dentro, era de entender porque la
ciudad de noche está completamente a oscuras, en
la zona cero quiero decir, la poca luz que hay
proviene de las líneas que recuperábamos, que
enganchábamos la red eléctrica sin, obviamente,
autorización alguna. Aunque nosotras ya casi
andábamos sin ver, aquella noche había luna llena.
Sí, efectivamente ese era el motivo por el que me
había lanzado de aquella manera tan impetuosa a la
aventura.

Tuvimos que pasar por mi casa para recoger el


traje, el agua todavía está más fría de noche y
meterse sin neopreno no era muy recomendable, por
lo menos yo no lo haría. Conforme bajábamos por la
antigua Avenida Finisterre la oscuridad se hacía
más patente, y Paco apareció abrazado a Sandra sin
pretenderlo, a lo mejor inconscientemente sí que
lo pretendía, pero Sandra lo tomó por el lado
inocente. Ella de momento lo vio como tal, como a
En el fondo 51
Raquel Couto Antelo
un ser inocente que se estaba iniciando en el
mundo de la noche, pero en el de verdad no en ese
de luces de neón que confunden.

La marea estaba alta, llegaba hasta la puerta del


Hiltom. Les dije que esperasen allí, tenía que ir
a por la lancha, una de esas embarcaciones que
teníamos, porque una ordenanza municipal las
declaraba ilegales en la zona cero, cada quien
tenía su escondite y nadie sabía el del resto, más
por precaución, para no irse de la lengua en caso
de interrogatorio que por desconfianza. La mía la
escondía en el edificio del antiguo Cine París,
estaba en el mismo centro y era un edificio
pequeño, nadie se acercaba por allí sin lancha,
había que nadar un buen trozo y saber por donde,
los escombros hacían un suelo más peligroso que
las arenas movedizas, sin embargo el edificio
aguantaba muy bien las embestidas del mar y tenía
pisos superiores donde podía guardar las bombonas
y alguna cosa más en caso de emergencia.

La ciudad estaba en silencio, imaginé que estarían


pescando; pero de la pesca de verdad, de la de
comer, con la luna llena, en verano, la mayoría
aprovechaban para eso o para montar fiestas, a los
turistas les gustaba la clandestinidad y dejaban
mucho dinero, aunque tampoco era una cosa sabida,
lo que menos les interesaba era que se supiese, no
porque se presentase la policía sino porque los
establecimientos legales se ponen muy serios
cuando se les quita demasiada clientela. No era el
caso, con la marea llena poca gente podía ser. De
cualquier manera en la zona no había movimiento.
Puse a andar la lancha, me preocupó que me
quedasen sólo tres bidones de combustible, me
había despistado, como la cosa durase mucho aún
íbamos a tener que remar.

Los pillé por sorpresa, a Paco lo salvó estar


agarrado del brazo e Sandra, Salva hablaba por el
móvil. Paco miraba atrás continuamente, mientras
En el fondo 52
Raquel Couto Antelo
Sandra y Salva subían. Pareció dudar, pero subió.
Después, cuando se vio entre los escombros y la
sombra de los edificios con las columnas desnudas
y los cristales en añicos era el único paisaje le
quedó la cara que se nos puso a todas la primera
vez que nos enfrentamos a aquel paisaje, entre
estremecida y emocionada. Recuerdo que sentí una
especie de respeto por aquellos edificios que se
negaban a devolverle su sitio al mar, que quedaron
allí de pie para que los viésemos, no para que los
cambiásemos por unos nuevos, sino para que los
quisiésemos con sus defectos.

El edificio de la Caja Universa era fácil de


encontrar, tenía en el tejado una bola del mundo
de metal plateado que brillaba con la luna como la
de una disco retro. Nos metimos en el interior
hasta llegar a las escaleras, paré el motor, Salva
bajó de la lancha y la ató al pie, mejor dicho a
la pierna, de una figura de un romano de imitación
medio en bolas que tenían como supuesta decoración
de buen gusto en la sede de la famosa entidad.
Bajó Paco y después Sandra que me ayudó con las
bombonas de oxígeno. Puse el equipo y empecé a
bajar por las escaleras. En las gafas tenía un
walkie con el que hablaba con Salva, era raro que
pasase algo, pero tampoco quería morir allí. Había
traído una bombona a mayores, aunque esperaba no
necesitarla. Escuché que Paco le preguntaba a
Sandra por la cobertura.

- ¿Cobertura? ¿Aquí? – preguntó Sandra, sin


darse cuenta de que hablaba con alguien de
fuera – no, aquí no hay, no pueden, es la
zona cero, no es legal, las operadoras
tienen que dejar libre esta zona sino
pierden la licencia.

La voz de Sandra sonaba cada vez con más eco hasta


que la dejé de escuchar. La linterna me iba
enseñando el famoso sótano de la Caja Universal,
contra lo que se pudiese pensar el corazón latía
En el fondo 53
Raquel Couto Antelo
con fuerza, emocionado ¿y si la leyenda resultaba
cierta?

En el fondo 54
Raquel Couto Antelo
Capítulo 12. En el fondo. Primer intento

El agua estaba fría y por mucho empeño que puse en


pensar que no había monstruos marinos ni cadáveres
con bloques de cemento en los pies, acabé
pensándolo. Aún así seguí adelante, mejor dicho,
seguí abajo. La escalera se enroscaba hacia la
profundidad, pero apareció ante mi un descanso de
decoración exquisita que daba entrada a una
habitación, una estancia tan espectacular que me
pareció digna de atención. Supuse que era la sala
de espera de la caja fuerte por ser un salón
antiguo, con clase, hecho a medida para que la
gente con dinero se sintiese cómoda dejando allí
su riqueza de oscura procedencia.

Contra la pared había una mesa de castaño de patas


gruesas y cajones con incrustaciones de marfil, y
tuve suerte de dar razonado que la lancha no podía
con ella porque de repente empezó a parecerme más
interesante que la dichosa leyenda del tesoro.
Encajada entre la mesa y la pared había una silla
también de madera maciza y sin aparente
desperfecto. Por mucho que bajase siempre me
asombraba encontrar una escena como aquella, casi
intacta, conservada, esperando, era emocionante,
me hacía sentir bienvenida. Nadé por toda la
estancia buscando la puerta de la caja; pero desde
luego no estaba allí. Ya me estaba oliendo que la
leyenda era un fraude. Salí del salón y seguí
escaleras abajo.

Abajo todo era hormigón visto, algún pez vino


hacia la luz y me dio un bocado en el pie que casi
me deja en el sitio, no por el dolor sino por el
susto. No sé cuanto bajé, el indicador de la
bombona estaba por la mitad, pero la escalera
seguía y no había nada más que escaleras y peces.
No quería mirar arriba porque ya me estaba
arrepintiendo. Por fin la bajada se fue haciendo
más ancha y la escalera terminó en una estancia
amplia, recubierta de un metal brillante, acero
En el fondo 55
Raquel Couto Antelo
posiblemente. Di una vuelta alrededor, despacio,
esperando encontrar la puerta de la caja, o no
encontrarla, quien sabe, a veces es mejor que las
leyendas sigan siendo leyendas y evitar la
decepción. No la ví, la estancia era circular y
continua, no había la rueda que parece un timón
que se ve en las películas, tampoco la ruedecita
pequeña con números y rayas alrededor. Tuve que
hacer la ronda más despacio y más cerca para
descubrir donde estaba la puerta, porque tenía que
haber una puerta, no podía ser que ahora que
estaba allí, ahora que por fin comenzaba a creer
en la famosa leyenda, ahora que me habían
convencido, no hubiese tal.

Quité el guante de la mano derecha para ir tocando


la superficie, no debía hacerlo, el olor de la
piel atraía a los pequeños descendientes de
Gastón, nunca supe de nadie que hubiese resultado
herido por estos bichos, pero cuando me coincidió
de encontrar uno de frente me cagué de miedo en
cuanto le ví abrir la boca y me enseñó aquellos
dientes afilados. No sé porque lo hacían, porque
ni se acercaban para morderme, ni tenían comida
alrededor; pero siempre lo hacían cuando me los
encontraba de frente, sería como la tinta de los
calamares, para espantar. Y si ese era su objetivo
lo conseguían sin duda.

Subí y bajé por la pared varias veces hasta que


encontré la unión, estaba justo enfrente de la
bajada de las escaleras, no la noté al tocar, fue
cuando me alejé y la luz se reflejó en dos
colores, el metal tenía los brillos de un lado
hacia arriba y del otro hacia abajo. No me explico
como no lo ví de primeras. Llegados a ese punto
golpeé de un lado y del otro, poca fuerza podía
hacer porque la presión era bastante y me costaba
moverme, el empeño iba hacia encontrar la manera
de abrir la compuerta, si es que la había, también
tendría chiste que estuviese dándome de leches
contra una simple pared. Miré de un lado a otro de
En el fondo 56
Raquel Couto Antelo
nuevo, por alguna parte tendría que haber un
botón, o una palanca, o algo; claro que también
quedaba la opción de que se abriese con una llave
o mando a distancia, tendría gracia la cosa.

- Sube. Repito. Sube – gritaba Salva en la


oreja – ¡Sube ya!

- Ya voy, un momento – dije.

- Un momento no. ¡Sube ya! – ordenó.

No tuve más remedio que hacerle caso, parecía que


lo decía en serio; pero marchaba con cierta
sensación e fracaso por no haber conseguido el
objetivo y dándole vueltas a la sala de acero,
repasando mentalmente toda la estancia. De repente
lo vi, lo vi claro, tenía que estar en el
pasamanos, en algún sitio. Volví a bajar. El
pasamanos era una barra de acero, clavada en la
pared con la separación suficiente para que una se
pudiese agarrar en condiciones, no había adornos y
cuando llegué abajo de todo, al final, y ví que no
había nada pensé que sólo se me ocurrían
tonterías.

- ¡Sube hostia! – gritaba Salva.

Di vuelta para subir, todo quedó a oscuras, en


silencio, en paz.

- ¿Dónde estás? – gritaba Salva a lo lejos -


¡Sube, coño!

Podía escuchar las pequeñas corrientes de agua


esquivando los caprichos de un arquitecto poco
previsor.

- ¡Sube de una vez! – dijo Salva perturbando


aquel momento de paz – ¡Sube por lo que más
quieras! – decía desesperado.

En el fondo 57
Raquel Couto Antelo
Su desesperación quebró la paz que estaba
sintiendo, despacio, con la linterna me fui
abriendo paso.

- Voy a bajar, le pasó algo – hablaba Salva


desesperado.

Seguí subiendo, no entendía la desesperación de


Salva, pero tampoco me di cuenta de
tranquilizarlo.

- ¡Coño Sandra, apura con la condenada


botella! – decía Salva.

Ya lo podía ver, desde abajo parecía aún más


histérico que en la superficie. Me dio la risa.
Salí del agua y me acerqué a la lancha. Ví que
Paco venía con urgencia y que Salva lo seguía con
la mirada hasta mi, puso una cara de desesperación
que no entendí, igual había pasado algo mientras
estaba abajo. Me echaron una mano y me sacaron del
agua, de nuevo volví a sentir la paz aquella del
fondo.

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Raquel Couto Antelo
Capítulo 13. Paz interior

- Bienvenida Xiana – dijo Javier Carimbano –es


un placer tenerte con nosotros esta noche.

Me senté, la verdad es que estaba algo nerviosa,


el público aplaudía con cariño y el momento de ver
en persona a Javier Carimbano fue muy emocionante.
A Charo la había conocido unos meses antes en una
cena benéfica a la que me había invitado Rosalía
Cundíns y en la que me presentó por fin a su
marido. No es que tuviese mucha urgencia por
conocerlo ni que se me fuese la vida en el tema;
pero le había prometido a Sandra una foto del
espécimen en cuanto le dije que había conocido a
Rosalía.

A Aría la había conocido en la boda de Cuquita, no


me coincidió de sentarme cerca de ella, pero a la
hora de la música y las copas de madrugada acabó
saludando a todo el mundo, haciendo gala de su
genio y simpatía. Más complicada es la relación
con Artur y Vismi, no es que me molesten, pero
tenerlos detrás todo el día a veces me agota.
Nunca llegué al extremo de montarles un número, ni
a ellos ni a las que me esperan con el micro en la
mano a la salida de casa; pero a veces me da ganas
de echar de menos aquellos tiempos en los que
podía salir de casa con la legaña y la mala leche.

Cuando el regidor mandó sentar al público y la


música se detuvo, miré a Javier, el me miraba con
su sonrisa irresistible medio me ponía tontita.
Pero no me dio mucho tiempo, volvió a decirme que
me daba la bienvenida y que era un placer y que me
agradecía mucho el estar allí. La verdad es que
fui porque Sandra me mataba si les decía que no,
pero bien sabía que me iban a dar caña a más no
poder; pero es que a Sandra le daba algo, no
paraba de decirme que a mi que más me daba, que no
me iban a quitar nada, que era un montón de dinero
para limpiar mi imagen donándola a una ong y
En el fondo 59
Raquel Couto Antelo
quedando divinísima. Y después de un mes así todos
los días, todas las horas, todos los segundos, que
aún estando con su novio me llamaba para insistir
en el tema que lo tuve que llamar a ver si la
entretenía en condiciones porque ya le valía.
Total que estaba cagadita de miedo.

Lo primero fue poner el vídeo resumen con las


novedades de los tres últimos meses, en realidad
fue ahí cuando realmente se empezó a hablar de mi,
a salir en las fotos, antes me seguían porque
aparecí en las fiestas así como de la nada y
suscité algo de curiosidad. Creo que ese fue mi
gran error, porque me di a notar mucho, porque me
di a notar mucho con chicos muy guapos, y porque
me di a notar mucho con chicos muy guapos y muy
famosos, y porque me di a notar mucho con chicos
muy guapos y muy famosos en sitios muy conocidos y
frecuentados por muchos famosos que son seguidos
por muchos periodistas. Pero no fue buscado, me
salió así, una cosa llevó a la otra y al final...

Lo más duro fue ver como lo metían en la cárcel,


nunca pensé tal, Paco tampoco, de hecho fue él
quien me llamó para darme la noticia, sin embargo,
y mientras lo veía entrando escoltado por la
guardia, me sorprendió que me diese pena; porque
lo tenía bien merecido. Aría me lo debió notar
porque fue le primero que me soltó.

- Mientras veíamos las imágenes me fijé en que


hubo un determinado momento en que asomó en
tu rostro el fantasma de los remordimientos
¿es realmente así? ¿porque acto seguido
desapareció?

La mejor forma de enfocar aquello era con la


verdad, porque sabe dios que más ases tenían en la
manga y los prefería tener de buenas que
enfrentarme a ellos. Así que les conté todo, todo
y todo.

En el fondo 60
Raquel Couto Antelo
- Ramón es un antiguo novio, no hay ningún
remordimiento, éramos muy jóvenes cuando
salíamos y la verdad es que perdimos el
contacto hace tiempo; supe de su detención
por un amigo común y lo sentí mucho, porque
es muy buena gente.

Ahí mentí un poco, sabía de sobra que lo de buena


gente se limitaba a que en el fondo no cometía
delitos de sangre, nunca había agredido a nadie
con o sin motivo y que tampoco era cruel ni se
aprovechaba de la gente cuando ésta estaba en
desventaja; pero ser era un cerdo y siempre lo
había sido. Lo que pasa es que en el fondo aún
había algo.

- Siento verlo en esa situación. Que a mi se


me relacione con el delito que se le imputa
es secundario y sin fundamento legal que lo
sustente.

Aría sonrió con malicia, Charo cambió de postura y


puso mala cara y Vismi se partía. Artur me
interrumpió y me dijo que si que había fundamento,
de hecho le habían llegado informaciones muy
fiables sobre el tema. Yo argumenté que mientras
esas informaciones no fuesen estimadas oportunas
por un juez no tenían validez legal y eran meras
especulaciones. Charo se alteró más.

Aría me preguntó por el origen de mi fortuna


porque en escasos dos años me había hecho un hueco
en la high society y sin acostarme, de primeras,
con un famoso. Yo le aclaré con gusto que hice
unas inversiones acertadas cuando repuntaba la
economía del país y que no había sido la única,
después me dediqué a disfrutar de mi fortuna, ya
que entendía que para eso era el dinero, y sí,
para pudrir en un banco no lo tenía. Charo se
revolvía.

En el fondo 61
Raquel Couto Antelo
- ¿Y de donde obtuviste el dinero para esas
inversiones? – preguntó Charo.

- De una herencia - dije con una tranquilidad


pasmosa.

Ahí Charo ya no aguantó. Apeló a nuestra amistad,


las tardes compartidas en casa de Rosalía y me
pidió que fuese sincera.

- ¿Existió realmente tal herencia? Porque en


Hacienda no saben de ella.

Yo dije que sí existía aunque no había sido una


herencia en el sentido estricto de la palabra, que
no me gustaba mucho hablar de eso porque provenía
de una persona que había obtenido una
indemnización del seguro por lo del maremoto y que
realmente no había perdido el bien asegurado, y
que fue ese bien el que me transmitió una vez
falleció. Y no mentía, la Caja Universal no había
declarado la pérdida del dinero del tesoro, que la
culpa fue suya. También dije que yo sí había
declarado ese bien y que Hacienda nunca me había
preguntado de donde lo había sacado, y si no lo
hizo sería porque le interesaba más lo que
recaudaba que la procedencia lícita o no de mis
ingresos. Charo pareció calmarse, como si con mi
respuesta consiguiese demostrar sus argumentos y
no quedar mal con el programa.

Pero Vismi tenía más ases en la manga y me


preguntó si esa persona había favorecido a más
gente con tanta generosidad porque Ramón había
alegado en su defensa algo muy parecido. Yo dije
que sobre eso no podía decir nada, pero que podía
ser porque con el maremoto salió a la luz mucha
economía sumergida y había que darle salida.

- ¿Y esa persona tan generosa podría tener un


algo cargo en una entidad bancaria? –
preguntó Vismi con ironía.
En el fondo 62
Raquel Couto Antelo
Yo le aclaré entre risas que en mi caso no y que
no conocía a ningún alto cargo de entidad bancaria
alguna que fuese generoso en ninguna medida. El
público aplaudió entre risas. El presentador
sonreía encantador.

- ¿Y en el caso de Ramón? – insistió Vismi,


también sonriendo.

Volví a decir que no conocía los pormenores del


caso. Y era verdad, no conseguía que nadie me
contase como de un día para otro había aparecido
Ramón detenido acusado del robo del tesoro secreto
de la Caja Universal. Es que no me cabía en la
cabeza como la Caja llegara a denunciarlo y como
Ramón llegó a inculparse, o permitir que lo
inculpasen. Ya había perdido el contacto con
Alberto y Salva estaba de viaje por el mundo, y
desde que había cambiado su residencia para el
Caribe sólo hablábamos de sus viajes y de la paz
interior. Fue como un pacto tácito, no volvimos a
hablar de aquel día. Sandra fue la más discreta de
todas, siguió viviendo como siempre y parecía
disfrutar más con las aventuras de Salva y con las
mías que con el dinero que tenía, era feliz y
punto.

- ¿Pero hay pruebas de que por aquella época


manteníais una relación? – dijo Artur.

- Si hay pruebas pronto me llamarán a


declarar, de momento no las deben tener tan
claras como tú.

- También hay pruebas de que te dedicabas a


rescatar bienes sumergidos después del
maremoto – Artur.

- No, no creo que las haya, habrá comentarios


como de tanta otra gente y aunque así fuese,
el rescate no implica delito alguno.
En el fondo 63
Raquel Couto Antelo
- No veo que niegues tajantemente las
acusaciones de mi compañero – dijo Aría –
por algo será.

Y ahí la cosa se puso más cruda, porque yo me puse


nerviosa, porque esos se dieron cuenta y porque
comenzaron a sacar declaraciones de...

- ¿Que pasó?

- Nada, ya está, se desmayó, dejadle tomar


aire, ya está.

- ¿Está muerta?

- ¿Pero qué dices, estás tonto?

En el fondo 64
Raquel Couto Antelo
Capítulo 14. Tomando un respiro

Notándome en tierra firme respiré y desperté del


sueño, Paco andaba histérico de un lado a otro,
Sandra estaba a mi lado y Salva revisando el
equipo. Después de unos minutos ya estaba como
nueva, completamente despejada, como si me hubiese
levantado de una buena siesta. Salva estaba tenso,
se le notaba en la cara el debate entre el alivio
por que estuviese bien y las ganas de partirme la
cara por no subir cuando me había mandado. Sandra
estaba tan tranquila, como si supiese de sobra que
no iba a pasar nada, lo agradecí porque la verdad
es que estaba muy relajada y no entendía el
histerismo de Salva, lo de Paco ya ni tenía
nombre, me contó Sandra que estaba eléctrico por
ver como explicaba el andar involucrado en una
muerte.

Cuando los dos se tranquilizaron Sandra me


preguntó que había allí abajo, si había visto la
famosa caja, si había conseguido abrirla.

- ¿Ves los fajos de billetes? – dijo Salva


histérico de nuevo.

Sandra lo miró mal y le dijo que se tranquilizara


de una vez, que parecía “una histérica” palabras
textuales. Salva calló porque sabía que Sandra
sólo se expresaba en esos términos políticamente
incorrectos llegando al punto de comienzo de
enfado.

Les conté lo que había visto. Y como de la caja no


había visto mucho me recreé en lo de la mesa y la
silla perfectas, hasta que Salva suspiró con
demasiada energía y decidí que era hora de ir al
grano. Les describí lo mejor que pude lo que había
visto en el último piso y descubrí la decepción en
sus caras. Paco me preguntó si estaba segura de no
encontrar un botón, Salva tenía la teoría de que
se abría con una tarjeta, que tenía que haber
En el fondo 65
Raquel Couto Antelo
algún teclado por algún sitio. Sandra, que
sorprendentemente estaba muy implicada en la
historia, dijo que una vez había estado en la Caja
Universal en unas conferencias sobre la televisión
en nuestros días, en los de cuando habían sido las
conferencias claro, y nos contó que para entrar,
el personal, acercaba la tarjeta a un lado de la
puerta que no tenía nada pero la puerta se abría,
le llamaban edificio inteligente. Y pese a que las
dos histéricas se rieron de ella, yo, tal como lo
había visto allí abajo pensé que era la
explicación más razonable.

Paco sugirió que podía volver a bajar, que aún


quedaba una botella de oxígeno. Tanto Salva como
yo lo miramos mal, iba a bajar él, estos de secano
piensan que es como meterse en la bañera un
domingo por la tarde.

Los llevé a la orilla, la marea comenzaba a bajar,


después fui a poner el material a cubierto y volví
nadando. Cuando llegué junto a ellos estaba
amaneciendo y habían venido a recibirnos Alberto y
Ramón, traían cara de alcohol y humo; pero estaban
muy serios. Nadie hablaba. Yo no los saludé,
imaginé que los, imaginé que los había llamado
Paco en cuanto puso los pies en la tierra y
recibió cobertura. Ramón me miraba esperando que
le dijera algo, parecía molesto por no
sorprenderme de verlo allí, o igual estaba molesto
porque estaba allí sin avisarle. De cualquier
manera no me dijo nada, yo tampoco le dije nada;
me quité el traje de neopreno, cogí mis cosas y le
dije a Sandra y a Salva que marchaba. Vinieron
conmigo, de camino a casa no hablamos, estábamos
cansadas, eran cerca de las seis, iba siendo hora
de dormir.

Serían las doce del mediodía y que conste que me


levanté única y exclusivamente porque acababa de
cargar el móvil y todavía le quedaba mucha
batería. Era Ramón, me preguntó si podía venir por
En el fondo 66
Raquel Couto Antelo
mi casa, le dije que no, que quedábamos en la
tasca de las tiendas centrales. Lo tomé con calma,
le había dicho que nos veíamos en media hora, pero
total la marea no bajaba hasta la tarde, así que
no podíamos pasar hasta las dos por lo menos,
igual se lo debí aclarar, pero la culpa fue suya
por llamarme a semejantes horas.

Cuando llegué me sorprendió encontrarlo todavía


allí, no parecía enfadado, o estaba disimulando
para pillarme por sorpresa o estaba disimulando
porque pensaba que le había tomado el pelo y no
quería que me diese cuenta de que había caído en
la trampa; no le pregunté porque tenía muy mal
genio cuando se enfadaba y tampoco era de mayor
interés despertárselo. Lo soltó sin casi dejarme
sentar:

- ¿Qué es eso de que no había puerta?

Pues no, no había, le dije. El respiró


profundamente como para llenarse de paciencia y
dio un golpe en la mesa.

- ¿Entonces que demonios había?

Cuando le expliqué lo que había visto me djio que


me equivocaba, que no podía ser ese sótano, que
tenía que haber otra entrada, que ya estaba
bajando y haciéndolo bien de una vez. La verdad es
que me sorprendió, no sólo lo enérgico de su
ánimo, sino que me estuviese dando órdenes. El me
lo notó y me dijo tan ancho como él era que Paco
le había contado que nosotros ya lo sabíamos, que
sabíamos todo, que para que se iba a molestar en
disimular entonces, que, por cierto, en el Venus
se loa había pasado muy bien y que esperaba que yo
también lo hubiese pasado bien. ¡Que dos tortas le
daba! Tomé ejemplo de él y disimulé como una
víbora, o mejor dicho, como el hijo de una.

En el fondo 67
Raquel Couto Antelo
No le conté la teoría de Sandra, la que me parecía
la más acertada, y le seguí la corriente con lo de
volver a bajar; pero le dejé caer que por muy
triste que le pareciera no lo podría hacer hasta
el mes siguiente, hasta que cobrase, porque no
tenía ni un céntimo y no podía comprar otra
bombona de oxígeno. Le faltó tiempo para sacar la
cartera y darme el dinero. No me hacía falta,
podía conseguir botellas cuantas quisiera y casi
gratis; pero no por si no había tal tesoro quería
ir haciendo mi propia caja.

Y mientras guardaba el dinero pensaba en si un


edificio inteligente abandonado y medio inundado
seguiría siendo igual de inteligente.

En el fondo 68
Raquel Couto Antelo
Capítulo 15. Inteligencia artificial, inteligencia
natural

¿Y si sigue siendo inteligente, donde podríamos


conseguir una tarjeta? ¿Y si conseguimos una
tarjeta valdrá para la antigua central o ya habrán
cambiado los códigos?

- ¡Que si son suficientes! – dijo Ramón


bastante alto.

- ¿Como? – pregunté.

- ¿Que si te llega el dinero? – dijo Ramón –


quedaste en trance, no sé si te parecen
muchos o demasiado pocos.

Le dije que de momento llegaban, de repente me


sentí violenta aceptando su dinero y a punto
estuve de devolvérselos; pero al dinero le cuesta
mucho salir de mi cartera así que me levanté con
mis remordimientos y marché. Ramón vino detrás y
me preguntó si me pasaba algo, que me notaba muy
distante, que si estaba bien y que sentía mucho el
gritarme, pero había dormido poco y estaba algo
irritado. Yo andaba dándole vueltas a lo de la
tarjeta y no percibí su arrepentimiento por lo que
no me pude aprovechar de él, no económicamente
como con lo del oxígeno, sino emocionalmente
Imagino que marchó por su lado, iba demasiado
entretenida con lo de la inteligencia artificial.

Llamé a Sandra para preguntarle cuando era la


próxima conferencia en la Caja Universal. Quedó
estupefacta, nunca tal pensó que le iba a
preguntar. Me dijo, como ya sospechaba, que no
tenía ni la más remota ida, pero que podíamos ir a
dar una vuelta hasta allí y ya lo mirábamos.

Alicia miraba a Carlos con recelo, había días que


lo notaba despistado y, sobre todo, demasiado
interesado en los negocios de su padre. Ella no
En el fondo 69
Raquel Couto Antelo
sabía mucho de las cosas del Ayuntamiento, algo
que le contaba su madre; pero los Asuntos Sociales
no eran de su interés, no había más que problemas,
demasiado estrés. De su padre sabía que no hablaba
más que de urbanizaciones, aceras e historias
parecidas. Carlos había sido al principio un
oasis, pero cada vez estaba más convencida de que
aquello que le decían las malas pécoras de sus
amigas sobre que andaba con ella por el interés
era cierto. Ella, en el fondo, sabía que bien
podía ser cierto, siempre había sido muy
ambicioso, pero buena gente, o por lo menos guapo.

En realidad lo había pensado por la mañana, en el


desayuno, le iba a poner fin a aquella situación y
hablar abiertamente con su marido, haría la
pregunta:

- ¿Qué nos está pasando?

Y esperaría con paciencia a que el pusiera cara de


no saber de que le estaba hablando, que le dijese
que todo eran imaginaciones suyas y que su vida no
tendría sentido sin ella. También esperaba que al
día siguiente le trajese un ramo de rosas, de las
rojas y sin espinas, y que le pidiese perdón por
descuidarla, por dar por hechas muchas cosas y que
la mimaría como la primera vez. Pero no se
atrevió, no fue capaz siquiera de no hablar de
otra cosa que no fuese el tiempo. Pero se
atreviera o no a hacer la pregunta lo que no iba a
permitir era que la desazón le durase ni un
segundo más. Y fue allí mientras metía los platos
en el lavavajillas donde decidió tomar medias.

Cuando él se despidió y le dijo que iba al


despacho ella fue detrás; pero los tacones de sus
peep toes hicieron demasiado ruido y Carlos la
pilló en plena faena. Ella dio disimulado bien, le
dijo que iba de compras y Carlos no le puso más
peros, era lo que hacía siempre. Aquello le mostró
claramente a Alicia que lo de seguir a su hombre
En el fondo 70
Raquel Couto Antelo
al trabajo no era lo suyo. Si tenía que elegir
entre ir calzada a la última y saber la verdad
sobre lo que ella sospechaba de su marido tenía
ante sí un dilema de difícil solución; por lo que
decidió que lo que tenía que hacer era llamar a
aquel antiguo novio suyo que tan buenos momentos
le hiciera pasar, que tantos momentos sórdidos le
diera para contar a las pécoras de sus amigas. Sí,
estaba pensando en llamar a Andrés, en realidad no
lo estaba pensando, lo pensó en el momento en el
que estaba volviendo a casa para cambiar los
tacones por las trainers de cuando jugaba al tenis
en el club.

Lo llamó desde casa, no pudo disimular una cierta


emoción adolescente mientras sonaba el pi de la
espera. También imaginó una tórrida escena sobre
la mesa del despacho resultante del intento de
Andrés por consolarla ante la infidelidad de su
marido.

- ¿Qué pasa tío? ¿Andas haciendo vida


familiar? – dijo Andrés con confianza.

Alicia quedó paralizada, sin saber que decir.

- ¡Oyes! – di Andrés gritando - ¡Eeeehhh!

El corazón de Alicia latía con fuerza, como la


primera vez que había entrado en la habitación de
sus padres buscando preservativos.

- ¡Bah! volvió a confundir el inalámbrico con


el mando a distancia, yo cuelgo ¿me oyes? –
gritó de nuevo Andrés – anda y que te den.

Alicia no sabía si matar a su padre o dejarlo


vivir para que viese como se divorciaba del
abogado que tan bien le había parecido para
casarse con ¿cómo le había llamado? “sinvergüenza
profesional y gigoló accidental”. Si no fuese tan
fina y se estuviese mirando en el espejo del
En el fondo 71
Raquel Couto Antelo
vestíbulo soltaría un taco tipo “será cabrón”;
pero no, no lo soltó. Su padre seguía hablando con
aquel malnacido que había intentado desvirgar a su
hija, eso era todo lo que tenía que saber su
padre; con el malnacido que había dicho en el
juicio de divorcio que su mujer era una
cualquiera. Daba igual, como decía Escarlata, de
eso ya se ocuparía mañana.

Cogió de nuevo el teléfono y volvió a marcar.

En el fondo 72
Raquel Couto Antelo
Capítulo 16. A parte y punto

Marcó con pulso firme, las indecisiones de niña


rica habían quedado a parte.

- ¿Que? ¡A ver hombre! Ya pensaste lo que


querías – dice Andrés – como te pille tu ex
gastándole el teléfono te va a poner firme.

- Sí, ya pensé lo que quería – dijo Alicia con


voz de ultratumba.

Andrés no respondió, Alicia pudo escuchar como se


movía bruscamente, como incorporándose.

- No esperaba que dieses gritos de emoción al


volver a escuchar mi voz, pero tampoco este
silencio – dijo Alicia con sorna.

Después de unos segundos Alicia volvió a hablar,


en esta ocasión empleó un tono exigente. Le pidió
que le respondiera “de una buena vez” y para no
tener práctica le salió bien porque Andrés
tartamudeó unas palabras ininteligibles que ella
no entendió; pero que les dejaron claro que lo
tenía firme y a su merced. Por unos segundos pensó
en que sería de su vida si se hubiese puesto firme
con él entonces, en lugar de dejar que su padre lo
arreglase todo. Pensó en si seguiría siendo tan
guapo como lo recordaba, si aún sentiría aquel
bombeo en el corazón cuando lo viese. Pero de
nuevo le vino el sabio consejo de Escarlata a la
cabeza, “eso más adelante”.

Le dijo que necesitaba su ayuda para un trabajito,


Andrés trató de negarse; pero ella no le hizo caso
y hasta que aceptó una cita no paró. Tan pronto
como colgó sintió un ataque de pánico, si el
concejal se enteraba de que volvía a andar
enredado con su hija lo iba a tener muy
fastidiado. Pero si ella se iba de la lengua con
la mujer del concejal tampoco iba a acabar mucho
En el fondo 73
Raquel Couto Antelo
mejor, lo podía denunciar por perjurio y todos los
juicios en los que había testificado en falso
quedarían en cuestión y quien sabe si anulados.
Sopesando las opciones que tenía se tranquilizó y
decidió que actuara correctamente al aceptar la
invitación de Alicia. Echó un poco atrás la
memoria y se recordó retozando con una joven y
excitante Alicia, después de todo la decisión sí
que había sido acertada, pensó mientras sonreía
entre dientes.

Habían quedado en una cafetería del Burgo, una que


conocían bien de sus tiempos juveniles, Andrés ya
estaba en la mesa cuando ella llegó y eso que
llegó puntual. Alicia pensó que lo tenía dominado,
pero prefirió no confiarse porque ya sabía a donde
conducía el exceso de confianza con el galán de
medio pelo aquel. Andrés se levantó al ver que se
acercaba, lo hizo en señal de respecto, en señal
de admiración, y lo hacía en todos los sentidos de
la palabra; llevaba allí media hora y miraba con
atención a todas las mujeres de más de treinta que
entraban por la puerta, echaba cuentas de si había
envejecido mal, si había engordado, si había
dejado de teñir el pelo, si lo había cortado en
plan maruja; pero cuando la vio entrar con aquel
desfilar de modelo, aquella presencia e diva,
aquel todo, quedó alucinado, de arriba a abajo,
entero del todo. ¡Que buena está la hija de su
madre! pensó para sus adentros, disimulando todo
lo que podía disimular que estaba babeando.

Alicia no se dio cuenta de lo encantado que estaba


Andrés con su presencia y eso que era bastante
perceptiva en ese tema, sobre todo desde que
encontró su primera cana, se preguntaba
continuamente si seguía conservando su atractivo y
cuando un hombre la miraba un mínimo ella lo
analizaba para saber si lo hacía con admiración o
simplemente para no tropezar con ella. En su
defensa decía que la mayoría de las veces era con
admiración. Pero en este caso estaba demasiado
En el fondo 74
Raquel Couto Antelo
ocupada mirando a Andrés, no, no era tan guapo
como lo recordaba, de hecho en un primer vistazo
sintió repulsión hacia si misma por haberse
acostado desnuda al lado de aquello. Andrés había
tenido el envejecimiento, en realidad no habían
pasado más que unos pocos años, de los excesos:
demasiado alcohol, demasiado tabaco, demasiada
fiesta. Pero cuando se sentó en frente a él y la
miró con aquellos ojos de galán le encontró un
atractivo de George Clooney que aún era peor que
el de guapo galán de medio pelo.

Fue la intervención de camarera la que hizo que


las admiraciones mutuas se diesen un respiro y que
Alicia volviese a escuchar a Escarlata en la oreja
diciéndole, “eso para después” y se pusiese al
tema.

Andrés no escuchaba ni palabra de lo que le estaba


diciendo, ya había pasado de recordar las tardes
de diversión y estaba en lo de imaginar noches de
pasión desenfrenada. Y cuando Alicia le preguntó
cuando empezaba él respondió que de inmediato. Lo
dijo sin saber a que estaba respondiendo, claro y
fue después de terminar el café cuando espabiló
que le preguntó exactamente lo que quería. Alicia,
entonces, lo miró fijamente y sí, por fin, se dio
cuenta de la mirada de lascivia de Andrés. Sonrió
por dentro, se dijo “te vas a enterar”. Con
paciencia le explicó que quería que siguiese a su
marido, Carlos, que sospechaba que la estaba
engañando y le dio una foto, la dirección del
trabajo y algún detalle más.

Andrés cogió la foto y vio un guapito de cara con


pinta de niño bien estirado y que por encima se le
hacía muy conocido. Hizo memoria, pero no lo daba
situado y como le parecía más entretenido seguir
repasando a Alicia prefirió pensar que igual lo
había visto con el concejal en alguna ocasión.

En el fondo 75
Raquel Couto Antelo
Alicia se despidió de el con frialdad, para
fastidiarlo, ahora que sabía que aún conservaba su
atractivo se lo iba a hacer pagar bien caro.
Andrés la siguió con la mirada mientras salía de
la cafetería. ¡Está imponente! volvió a pensar
Andrés.

En el fondo 76
Raquel Couto Antelo
Capítulo 17. Cara de actor de ojos azules

“No hay ninguna conferencia programada para este


mes” dijo la resabida de uniforme. Nuestro gozo en
un pozo. Sandra dio la vuelta para marchar y yo
iba detrás cuando vi en la tienda de regalos un
póster muy chulo de un cuadro que había pasado por
mis manos hacía algún tiempo, me llamó la atención
y fui a mirar cuanto costaba. Cuando tuve el
original en mis manos no me pareció mucha cosa;
pero seguro que costaba una pasta, iba a hacer una
regla de tres con el coste del póster, aunque no
era una cuenta muy exacta, la verdad.

Sandra vino detrás sin mucho interés, el arte


abstracto no era mucho de su gusto. Mientras
cotilleábamos los precios se me fue la oreja a una
conversación que estaban manteniendo el
dependiente de la tienda y una de las azafatas.
Tampoco era demasiado interesante, hablaban de una
cena a la que debieron ir la noche anterior, y se
estaban riendo de uno de sus compañeros que al
parecer había ligado con alguien poco fino en el
karaoke, lo tenían todo grabado en el móvil y la
canción sonaba bastante penosa. Lo bueno fue que
mientras estaba mirando de reojo para intentar ver
el vídeo de la noche loca posé mi sutil atención
en una correa que llevaban los dos del cuello y
que acababa en una tarjeta. Tarjeta, la palabra
mágica, no había que esperar a que hubiese una
conferencia, allí había dos tarjetas. Y aún más,
en un momento en el que tuve que enderezar la
vista para disimular porque se dieron cuenta de
que había una sombra fija observándolos, di con la
conclusión a través de la cristalera, todos los de
uniforme la llevaban.

- ¿La tarjeta era como esa? – le pregunté a


Sandra en voz baja.

- ¿Como cual? – respondió Sandra también en


voz baja.
En el fondo 77
Raquel Couto Antelo
- Como la que llevan todas colgadas del cuello
– dije.

Sandra dio vueltas alrededor mirando sin


centrarse, como si viese nada que decían en la
Historia Interminable. Vamos que no había más que
gente con tarjetas colgadas y la tía que no se
enteraba. Le tuve que dar un codazo y señalarle
con el dedo a uno que había en el pasillo del otro
lado de la cristalera, que iba todo engominado y
que cuando se dio cuenta de la jugada nos miró con
cara de actor de ojos azules... y ahí fui ágil.
Si, está mal que lo diga yo, pero fui ágil de
narices.

Total que estuve ágil y medio me puse tontita como


si de verdad fuese un actor de ojos azules y como
si además estuviese bien bueno, que lo estaba;
aunque en otras circunstancias no se lo iba a
dejar creer tan fácilmente. Sandra quedó al margen
de la jugada, como dejando a la loca con su tema,
porque le acababa de decir que había tomado algo
con Ramón hacía un momento y que pese a todo aun
me gustaba algo. Y ella siendo como es, estaría
pensando que a ver si me aclaraba de una vez.

Después de un par de miradas y una llamada por el


pinganillo el chico marchó. Lo seguí con la mirada
para ver a donde iba, pero lo perdí. Ya estábamos
saliendo de la tienda para pensar con calma cuando
el guarda de seguridad nos interceptó. ¿Tanto se
nos notaba que andábamos a algo que no era?

- La están llamando – dijo el guarda señalando


detrás de mí.

Di la vuelta y era el guapo de uniforme con su


sonrisa de actor de ojos azules haciéndome un
gesto para que esperase por él. Esperé, y como no
iba a esperar, a un hombre así lo espero el tiempo
que haga falta. Diréis que exagero, pero si lo
En el fondo 78
Raquel Couto Antelo
vieseis caminar a cámara lenta por aquel pasillo
de mármol encerado, me comprenderíais. Llegó a
nuestro lado y nos invitó a la cafetería, de
ligoteo en plena jornada laboral. Que conste que
de camino me dio por pensar, igual que delante del
guarda de seguridad, que me habían pillado. Pero
por la alegría con la que hablaba, o muy bien
disimulaba o realmente creía que yo besaba el
suelo que él pisaba. No, hasta ahí no llegaba su
belleza.

Tomamos algo, Sandra estaba ausente, la verdad es


que cuando algo no le interesa pues no le interesa
y punto. Imagino que estaría atendiendo a algunas
de sus dudas transcendentales, en todo caso, y era
lo bueno que tenía, nunca se quejaba con lo de
“que aburrimiento”, ni suspiraba exagerando, ni
daba muestras de disgusto, sólo estaba ausente, a
lo suyo. El guapo me contó lo estresante que era
su trabajo y que le robaba un tiempo valiosísimo a
su jefe para tomar algo conmigo porque el era así
de valiente y arriesgado, porque a él el jefe le
daba lo mismo, eso sí, cada dos minutos miraba por
encima de mí con nerviosismo. También me contó lo
supercomplicado que era organizar una exposición y
lo exigentes que eran los artistas; en lo que
coincidí con el fue en que mucho vivían del
cuento.

Por la brasa que me estaba dando ya calculaba que


para quitarle la tarjeta del cuello lo iba a tener
que emborrachar. Afortunadamente pasaron dos
chicas por allí y señalándole el reloj, fue lo que
me salvó. Sacó la correa y dejó la tarjeta encima
de la mesa. Echó una sonrisa de alivio y se puso a
hacerles monerías a las otras y hacer el baile de
Pulp Fiction. Comencé a pensar que el del vídeo
del móvil de la tienda de regalos era el de cara
de actor de ojos azules; pero, también
afortunadamente, mientras pensaba esto le eché la
mano a la tarjeta, tan rápida fui que ni Sandra
salió del trance; y, lo mejor, el de cara de actor
En el fondo 79
Raquel Couto Antelo
de ojos azules tampoco. Él estaba concentrado en
el baile y poco a poco fueron llegando más de
uniforme y se unieron al musical. Desperté a
Sandra de un codazo, que me dijo que le tenía el
brazo cocido, y nos fuimos escurriendo entre el
cuerpo de baile como pudimos. En la puerta echamos
a correr como si viniesen detrás de nosotras
cuatro inspectores de Hacienda y dos de trabajo.

En el fondo 80
Raquel Couto Antelo
Capítulo 18. Esta tarjeta no tiene precio

No paramos de correr, a medio camino le pegué


cuatro gritos a Sandra para decirle que fuese a
buscar a Salva que lo volvíamos a intentar ya;
pero ya de ya. Nos separamos sin parar y yo seguí
corriendo hacia el mar, ni me di cuenta de que aún
era de día hasta que llegué a la orilla del agua;
pero me dio igual, miré alrededor sin mucho
escrúpulo y me lancé al agua, estaba fría, debí
darme cuenta de que no llevaba el traje de
neopreno cuando llegué a la orilla, y no, pero lo
clásico de “de metidas al río” era muy acertado,
si cambiábamos el río por mar, claro.

Salva me llamó histérica de todo, “ni se te ocurra


comenzar sin mi”. Sí que se me había ocurrido,
pero una vez le había dicho a Sandra que lo
avisase lo más normal era esperar, si no más me
valiera estar callada. Los esperaba detrás de un
edificio, no quería arriesgarme a que pasase por
allí alguien despistado y empezase a hacer
preguntas. No tardaron mucho, Sandra estaba
emocionada, como cuando salió de la Caja
Universal, con esa vidilla que da el hacer
pequeñas travesuras. Salva venía todo equipado, se
había acordado de traerme un traje, se lo agradecí
sin efusividad, estaba tiesa con el frío. Subieron
a la lancha y volvimos hacia la antigua calle San
Andrés.

Todo fue más rápido de esta vez, sabíamos donde


estaba todo. Ellos esperaron arriba y yo bajé sin
dudar, hacia el fondo, rápido, rápido. Llevaba la
tarjeta agarrada que no me la sacaban ni
diseccionándome con láser. Una vez abajo comencé a
pasarla por toda la pared, no me quedó un trozo
sin revisar y aparentemente no pasaba nada.

La decepción me hizo tomar las cosas con más


calma, pensar mejor lo que estaba haciendo. La
tarjeta, posiblemente, no era del mismo sistema,
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con lo que tampoco la podía ir pasando tan a la
ligera, la pared seguramente era muy sensible,
pero también le habría que dar su tiempo, llevaba
mucho sin que se le acercase ninguna tarjeta e
igual le costaba arrancar, así que volví a retomar
la idea de Sandra e imaginé donde podría estar la
puerta, calculé que de algún modo abría de frente
a la escalera, era como mejor quedaba, no vendrían
los ricos a entrar por debajo de las escaleras.

Miré para atrás y calculé el centro de la


escalera, subí al techo, aunque era obvio que allí
no podía estar porque o no había gravedad o muy
altos eran los ricos. Pero tampoco quería dejar un
milímetro sin mirar. Fui bajando hasta una altura
más razonable, pero no pasaba nada. Después fui
andando hacia la izquierda y mirando de abajo a
arriba hasta una altura de un metro noventa más o
menos, poco a poco, despacio. Y la calma dio sus
frutos, al principio no me di cuenta, fue una luz
azul que se confundió con los pequeños destellos
de los peces reflejando la luz de la linterna.
Pero volví a pasar, no sé igual un sexto sentido o
lo que fuese, pero volví a pasarla. De la segunda
vez el destello fue más intenso, no pasó
desapercibido, pero la puerta no abría. Aunque
estaba claro que era allí, porque seguí un poco
más adelante y no reaccionaba. Llamé a Salva y le
pedí opinión, el echó un suspiro de desesperación.
Sandra por detrás decía que en las pelis siempre
hay dos llaves, una la tiene el banco y la otra el
cliente

- Pues estamos apañados – dijo Salva de malas.

Después volvío a suspirar y me dijo que lo


intentase un poco más en el sitio ese, que igual
es que iba algo lento por estar tanto tiempo
inactivo. Me hizo gracia que pensásemos lo mismo,
vaya par de lurpias que estábamos hechas.

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Raquel Couto Antelo
Y lo volví a intentar, estuve unos veinte minutos
hasta que pensé que moría. Lo primero que noté fue
una vibración muy fuerte, hablaba por walkie con
Salva y arriba no sentían nada, con lo que suponía
que no era ningún temblor. Después volví a la idea
cuando el ruido fue tan ensordecedor que ni podía
escuchar a Salva. En la pared no se notaba nada,
pero por lo menos había movimiento. Pasados unos
segundos el ruido fue más ensordecedor aún y
comenzó a vibrar la pared, no mucho, como un móvil
o aún menos. Y por fin se abrió el sésamo y dentro
una cámara espectacular, como la de los faraones,
intacta hasta que el agua empezó a entrar y
enturbiar aquella paz en conserva.

Cuando se abrió de todo entré, no sin miedo,


porque como le diese por cerrarse sin más de allí
no me sacaba ni no sé decir quien. Pero el tesoro
me llamaba y no me pude resistir. Dentro había una
mesa como la de la salita de arriba, impecable,
sólo movida de su sitio por la avalancha de agua,
la silla había quedado también atrapada igual que
la de arriba. Después, como me dijo Salva por el
walkie, “al grano, tanta mesa y tanta silla” en
las paredes había montones de pequeñas cajas con
pequeñas cerraduras de las que no tenía las
pequeñas llaves que las abrían.

A uno de los lados había un pequeño corredor que


daba a otra estancia un poco más pequeña y desde
luego más cutre que las otras, aquí, por fin había
una cámara como las de toda la vida, con su rueda
tipo timón. La emoción no me dejaba hablar, Salva
gritaba pensando que me había vuelto a dar un
vahído y no era quien de decirle que al final lo
del tesoro era cierto por dios. Si, era
precipitarse de más, de momento lo único que podía
constatar era que el sitio del tesoro existía.

No daba hecho a patear para subir, cuando llegué


saqué la mascarilla de oxígeno y gritaba como una
loca, ¡se abrió! ¡la cámara existe! ¡se abrió! ¡se
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abrió!. Salva y Sandra se pusieron a dar saltos de
alegría y me pidieron que se lo contase todo, todo
y todo. La emoción nos embargaba, que nos daba
igual que no hubiese pasta dentro, aquel era un
momento mágico.

Después de reír durante un buen tiempo, de dar


saltos y de soñar lo que íbamos a hacer con el
dinero cambie la bombona y Salva me pasó el
paquete de explosivo, me lo dio muy despacio y con
cara de miedo.

- Tendré cuidado – dije.

Sandra lo miró diciéndole que no me agobiara, que


no iba a pasar nada, en realidad lo entendía, no
sabíamos cuanto podían resistir los cimientos,
habían llevado mucho trote igual de más.

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Capítulo 19. De bolsas de basura nada

Antes de bajar Salva comprobó que hubiese oxígeno


suficiente para la operación, o como él decía para
dar subido a tiempo. Volví a bajar y al entrar en
la cámara no pude evitar sentir una fuerte emoción
como de noche de reyes, que ya ni recordaba.

La estructura parecía sólida, el espesor de las


paredes de acero era tremendo y llegué a pensar
que el explosivo no iba a llegar por lo que me
tomé mi tiempo a la hora de ver donde tenía que
colocarlo. La verdad es que nunca me había
enfrentado a una cámara acorazada de aquellas
características, ya me gustaría; pero dentro de mi
inocencia imaginé que sería igual que alguna de la
misma marca que sí había tenido el honor de
conocer, sólo que a lo grande. Sin duda, y
mientras lo pensaba ya me había dado cuenta de que
estaba equivocada; pero por algún lado había que
comenzar. Decidí emplear sólo la mitad de la
carga. Otro error por mi parte; aún tenía la
esperanza de que si acertaba con la posición de la
carta y no era suficiente potencia pudiese
terminar con el resto. El error de cálculo estaba
en la obvia posibilidad de que me equivocase en la
colocación de la carga.

Con mucho cuidado manipulé el explosivo y con más


cuidado aún coloqué el detonador. Salí hasta la
escalera para pulsar el botón, hasta el siguiente
piso, por lo menos para poder huir, la idea de
quedar allí atrapada me aterraba. Por la radio
avisé a Sandra y a Salva de que iba a pulsar el
botón y que se pusiesen a cubierto por si pasaba
algo. Cogí aire y apreté. No se escuchó la
explosión, tan sólo, de repente el agua
arrastrándome o mejor dicho me absorbió y por unos
minutos perdí el control de todo, volví a sentir
el miedo de pesadilla de aquel día que me zarandeó
una ola cuando estaba aprendiendo a nadar en la
misma orilla de la playa de San Amaro... ¿que?
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¿que en San Amaro no había olas? bueno, vale, la
ola no era muy grande, pero yo era muy pequeña y
quedé impresionada. Choqué contra muchas cosas. El
ruido metálico que escuchaba a veces me aterraba
más porque aunque nunca había visto partir una
bombona de aire, igual era más fácil de lo que
parecía. Dentro las burbujas subían revoloteando
entre mis brazos inseguros.

Un tiempo impreciso después las burbujas


desaparecieron, las turbulencias se calmaron y el
agua volvió a ser clara y por fin ví lo que había
en la cámara del tesoro.

- ¿Qué hay? ¿Qué hay? – repetía insistente


Salva.

Había montones de maletines, de estos metálicos de


las pelis de espías, apilados, como las pequeñas
cajas de seguridad de la sala de fuera; de hecho
si no fuese porque el agua los desplazó no se
darían diferenciado. Agarré uno de ellos, todos
tenían una combinación y un cerrojo pequeño, no
teníamos la fortuna de tener ni llave ni
combinación así que traté de romperla y como el
agua no me dejaba darle fuerza agarré un par de
maletines y subí.

Salva me sacó los maletines de las manos, no para


ayudarme a salir del agua, sino para ver lo que
tenían dentro. Empezó a golpes con ellos ante la
mirada espantada de Sandra. Yo seguía en el agua y
Salva parecía cada vez más uno de los gorilas de
Odisea en el Espacio 2001. Cuando Sandra se hartó
de escuchar los golpes desbocados de Salva le
quitó uno de los maletines, hizo palanca con un
hierro que había por allí y lo abrió. Y a nosotros
se nos abrieron los ojos. Puedo decir sin lugar a
dudas que nunca había visto tantos billetes de 50
euros juntos, ni nunca los volvería a ver. Salva
le sacó aquel maletín de delante y le dio el otro
para que volviese a hacer magia, y así lo hizo. Lo
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abrió con una simple maniobra, y volvimos a ver
otro montón de billetes.

- ¿Y cuántos dijiste que había? – preguntó


Salva echando las manos a la cabeza.

- Muchos, hay muchos – dijen desesperada.

Sí, desesperada ¿cómo podía haber tanto dinero en


el mundo y nosotros a verlas venir con tan pocos?
Todo esto dicho viendo sólo dos maletines.

- ¿Qué hacemos? – preguntó Sandra.

- Llevarlos todos – dijimos Salva y yo a un


tiempo.

Fue como si nos leyésemos el pensamiento, no dejar


ni uno, esa era nuestra meta. Íbamos a tener
serias dificultades para sacar de allí todo aquel
montón de dinero, y más dificultades aún para
sacarlos de allí sin levantar sospechas ni atraer
miradas curiosas. En este punto tomamos un poco
más de tiempo para pensar la estrategia y en ese
punto también Sandra dejo de ser de tan gran ayuda
como había sido hasta aquel momento, porque empezó
a decir cosas del tipo de:

- Podemos sacarlo en helicóptero...

- ¡Sandra!

- O en globo...

- ¡¡Sandra!!

- Pues entonces en la cosa esa que es como un


plumífero con dos cuerdas – dijo
refiriéndose al parapente.

Siguió un buen trozo dándonos ideas de similar


utilidad, mientras Salva y yo pensábamos en una
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estrategia animal mixta, ya sabéis, entre la
estrategia del caracol y la del caballo de Troya.
Pensando con la agilidad que me caracteriza y
sabiendo que para algo estaban allí volví a
retomar la idea de las dos mesas de roble que
había en las respectivas salitas. El mayor
problema era el tratamiento contra la humedad, no
flotaban, eso lo vi muy claramente y me
sorprendió. En los pro teníamos que eran muy
monas. A Salva no lo convencí, me puso cara de que
si no había otra cosa, había mobiliario de oficina
de sobra, pero a parte de tener bronca con los de
la chatarra nos iba a resultar bastante complejo
justificarle a Ramón que habíamos vuelto para
coger unos archivadores.

¿que no os lo había contado? quedamos en no


decirle nada, nada de nada. Si volvía a salir el
tema le diría que había vuelto a bajar y que no
había sido capaz de abrir la cámara suponiendo que
hubiese algo que ya le había dicho que no, que era
todo una leyenda para turistas.

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Capítulo 20. Pista familiar

Carme miraba a su hija mientras desayunaban. La


notaba rara; pero la cosa tampoco parecía
importante, a veces le daban esos puntos místicos.
Ella pensaba que igual la había presionado mucho
para que se convirtiese en una mujer de bien y
había acabado enterrando alguna vocación
intelectual de la niña. No era el caso. Alicia le
andaba dando vueltas a la idea de contarle a su
madre lo de Andrés; obviamente no se había dado
cuenta de que Carlos estaba a la misma mesa que
ellas y menos mal que se hizo notar porque Alicia
ya había encontrado las palabras exactas para
expresarlo sin que a su madre le diese un ataque.

Carlos también había notado la distancia que


mantenía Alicia desde hacía unos días; pero no le
prestó demasiada atención porque andaba con Sandra
en la cabeza. Nunca se había planteado engañar a
su mujer, más por miedo a su suegro que por amor.
El la quería, no podía decir que no, nadie podía;
pero no era una pasión arrebatada de esa que dicen
que se siente cuando se ama de verdad. También hay
que decir que nunca había sentido ese tipo de
pasión por nadie en su vida, por nadie hasta que
encontró a Sandra. Personalmente no lo entendía,
porque Sandra inspira más dulzura y ternura que
pasión, claro está que no tengo la mente enferma
de un necesitado de clase media.

Alicia quedó sola en la cocina, y disfrutó de la


paz que había en el pequeño intervalo entre que
marchaban todos y venía la señora de la limpieza.
Pensó. Volvió a pensar. No, mejor no. Estaba
pensando en llamar a Andrés, pero al final decidió
que no era lo mejor, tendría que llamar él, si era
lo mejor. Siempre se precipitaba y si Andrés lo
notaba volvería a tener el control de la situación
y su plan de hacerlo sufrir fracasaría.

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Raquel Couto Antelo
Andrés no la iba a llamar, por lo menos en un
tiempo. No tenía nada que contarle, cuando se dio
cuenta de que Carlos era el abogado de Salva
prefirió dejar el tema hasta que pasase el juicio,
era lo suficientemente inteligente como para no
forzar la situación. Había conseguido cargarle el
marrón a Salva, si Carlos era bueno conseguiría
sacarlo de el sin mucho esfuerzo y al final todos
quedarían libres, sanos y salvos. Pero si se
acercaba mucho y el tal Carlos se daba cuenta
igual podía alegar oscuros motivos y devolverle el
marrón a él.

Y así pasaron unas dos o tres semanas, que para


Alicia fueron largas, la incertidumbre por el
extraño comportamiento de Carlos, la emoción de
tener un motivo para dejarlo y vivir una
emocionante vida junto a Andres, por unos meses, y
después otro y después... y después recibió la
llamada de Andrés, el corazón latía rápido.

- ¿Cuando puedes quedar? – preguntó Andrés con


voz cansada.

Sandra quería decir “mañana no puedo” y le salió


un “cuando quieras”, después pasó todo el día
repasando la frase para convencerse de que no
había sonado demasiado ansiosa. La verdad es que
lo consiguió, lo de convencerse, porque para decir
más verdad si que sonó ansiosa; y, lo que es peor
todavía para ella, Andrés lo notó; aunque por
suerte el animalito estaba pensando en otra cosa,
cosa rara en él, y supuso que el ansia era por
saber de marido no por él. Quedaron en el mismo
café de la otra vez. A él le pareció lo más
práctico. A ella le pareció muy romántico, como su
lugar secreto, que no era secreto ni nada, pero la
imaginación tiene estas cosas.

Andrés juntó las fotos que le había tomado a


Carlos, no tenían ninguna importancia y eran de lo
más inocente; pero se tomó muchas molestias para
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Raquel Couto Antelo
que una confidencia al oído de Salva pareciese un
morreo a Sandra, yo diría que siguiendo la gran
escuela del tomate. Alicia llegó tarde, tranquila,
divina para ser más exacta. Andrés estaba
inquieto, tenía miedo de que Alicia no le siguiese
pagando, que el montaje fuese demasiado bueno y
que ya se conformase; era raro, normalmente con
ese cebo todas querían saber más ¿por qué?¿qué
tenía ella?¿que le dá? todas esas tonterías que
Andrés escuchaba una y otra vez. Era lo que le
daba de comer. A él, si le pusiesen los trasto,
con dos tortas bien dadas ya lo solucionaba, pero
las mujeres y nuestras dudas transcendentales eran
bien más rentables.

Alicia agarró las fotos con las dos manos, las


miró, se le puso aquella mirada que Andrés
reconocía como el síndrome de la mujer abandonada;
le calculaba unos cinco minutos antes de echarse a
llorar como una magdalena. Se equivocó, como con
casi todo de esta nueva Alicia.

- ¿Sólo me traes esto? – preguntó Alicia con


exigencia.

- ¿Sólo? – dijo Andrés buscando una excusa


rápida.

No le sirvió de mucho, se nota que Alicia también


seguía, igual que yo, la escuela del tomate y
reconocía un montaje en cuanto lo veía. Andrés
empezó a ponerse nervioso, y esto lo hizo
alterarse y como consecuencia ponerse más nervioso
aún. Alicia se echó hacia atrás en el respaldo y
observó con distancia, buscaba aquel encanto de
George Clooney que le había visto en la anterior
cita y no lo encontró.

- Algo hay – dijo Andrés por fin.

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- Sí, puede haber cualquier cosa, por las
sombras de la mesa había otras dos personas
– dijo Alicia con seguridad.

Con tanta seguridad que hasta a ella le pareció


que sabía de que estaba hablando. Y aún nunca en
su vida se había parado a contar las sombras de
nada... Y en aquel mismo momento llegó a tres
determinaciones que marcarían el resto de su vida:

1ª. Carlos no le valía ni para divorciarse.

2ª. Andrés no le valía ni para divorciarse.

3ª. Ella valía mucho.

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Capítulo 21. Hacia adelante

Andrés quedó un poco desencantado, desconcertado


mejor dicho, ella cogió las fotos y marchó, no le
dijo nada más y salió por la puerta tan divina
como había entrado. Él no sabía como tomarlo, si
dejaba de trabajar para ella, si tenía que seguir
con la vigilancia de su marido, tampoco le dio más
vueltas, Alicia había marchado tan airada que ni
le había pagado así que hasta ver un fajo de
dinero metido en un sobre, es que le tenía mucha
fe a lo del sobre, así, cuando en los juicios le
preguntaban si le habían dado dinero por algo
podía decir que no tranquilamente. A él le habían
dado un sobre, lo que viniese dentro era a
mayores.

Alicia se había convencido de que gastar más


dinero con aquella historia era una tontería, de
cualquier manera estaba harta de vivir una vida
aburrida al lado de Carlos, iba a hacer como Elena
y comunicar un cese temporal de la convivencia.
Después ya vería por donde tiraba. Al mismo tiempo
pensó en averiguar quien era aquella gente con la
que parecía que su marido tenía tanta confianza.
No por que le importase que tuviese una aventura,
bien veía que la chica era guapa pero si aquello
era lo que estaba buscando su marido ella no
estaba dispuesta a dárselo, se tendría que meter
en quirófano de arriba a abajo y para ser
prácticas acababa antes cambiando de marido.

Lo primero que hizo fue llamar a su madre para


decirle que iba a dejar a Carlos, Carme no se tiró
por la ventana ni de los pelos ni nada; le dijo un
“tu ya eres grande y bien sabes lo que te
conviene” que Alicia no esperaba pero que
agradeció. Pensó que le iba a ser igual de fácil
contárselo a su padre, o incluso sería mejor
porque a él Carlos no le caía demasiado bien. Ahí
se equivocó, el concejal era más bien conservador
en esos aspectos familiares, le montó un número de
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primera, un número que a la antigua Alicia le
costaría un disgusto pero a la nueva Alicia no le
causó más trastorno que apartar el móvil de la
oreja y darle a la tecla de colgar.

Ahora quedaba lo más difícil, decírselo a Carlos.


Tuvo clase, no se lo dijo por móvil, ni siquiera
el tan de moda sms. No, esperó a la cena, él debió
sospechar algo cuando Alicia le pidió a su madre
que los dejase a solas un momento; y no lo hizo,
ni se le pasara por la cabeza cosa semejante. Él
pensó más bien que era alguna de aquellas
tonterías que hacía su mujer para reavivar la
llama de la pasión, de aquellas cosas que leía en
el Cosmopolitan y que ella creían que funcionaban,
aunque la verdad a él ni le iban ni le venían,
dependía de como lo pillase el día. Y la verdad es
que cuando escuchó lo de “darnos un tiempo” a
punto estuvo de partirse de risa, ¿pero que
trataba este número del Cosmo? pensó sin darle más
importancia al tema. Claro que después la cosa se
le fue aclarando más y conforme se le aclaraban
las cosas también las fue tomando más en serio, le
dijo que se iba a marchar a vivir sola, que el
hiciese como viese, pero que dudaba que su madre
lo quisiese en casa no estando ella. Él lo tenía
casi claro aunque su relación con la suegra era
muy buena no pensaba que tan buena. Cuando terminó
de decir todo lo que tenía que decir, que no es
que fuese mucho, le preguntó si tenía alguna
pregunta. La verdad es que tenía un montón de
preguntas, pero lo que no tenía era ganas de
hacerlas, claro que se preguntaba porque lo estaba
haciendo, si alguien le había contado algo, tenía
ganas de decirle que no había otra, pero también
tenía muchas ganas de tomar ese tiempo que decía
Alicia que iban a tomar y tenía miedo de que al
ponerse a hablar a su mujer le diese la morriña y
le dijese que todo era una broma y que seguían
como siempre.

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Raquel Couto Antelo
Ella se levantó y fue para la habitación, él quedó
en el salón pensando a donde ir, tampoco es que
tuviese mucha necesidad, tenía un buen sueldo en
el bufete y aquel piso de soltero que le había
dado el Ayuntamiento cuando lo de la expropiación
por el maremoto. No lo pensó más, se levantó de la
mesa, fue al trastero, cogió una de las maletas y
fue a la habitación a coger lo más indispensable.

Alicia no espera un número de desesperación por


parte de Carlos, tampoco que marchase tan
tranquilo y con tanta normalidad como quien coge
un avión para ir a una reunión de rutina a Madrid.
Ella no lo veía, estaba haciendo que dormía,
empezaba a sentir que se había equivocado y que le
había puesto en bandeja el marchar con la
espabilada de la foto, después de todo había sido
ella la que lo había echado fuera, en el divorcio
diría que ella lo echó y que lo de la espabilada
fuera después , para curar su corazón maltratado.
No le faltó mucho para dar la vuelta y pedirle que
quedase; pero decidió, por una vez, ser una mujer
y afrontar las consecuencias de la decisión que
había tomado, si se había equivocado pues se había
equivocado. Cuando terminó de revolver cerró la
puerta y marchó; los pocos minutos entró su madre
en la habitación para preguntarle que tal estaba.
Hacía tiempo que no sentía la necesidad del cariño
de su madre, hasta le había estorbado de
quinceañera, pero en aquel momento fue importante
tenerla allí. Le dijo que todo iba a salir bien.

Al día siguiente, bien temprano, llamó a Andrés;


él, en cuanto vio el número dijo para sí un “ya lo
sabía yo” y cogió confiado, esperaba que le
pidiese cita para pagarle lo que le debía y
encargarle que siguiese con la investigación.

¿Dónde vive la espabilada esa? – dijo Alicia sin


un buenos días ni nada.

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Raquel Couto Antelo
- ¿Cómo? – preguntó Andrés, que le gustaba ir
al grano pero no tanto.

Ella aclaró que se refería a la de la foto y


Andrés, disimulando mal, le dijo que no lo sabía,
ella le notó que la estaba engañando así que lo
amenazó con decirle a su padre que la andaba
rondando otra vez. Ella lo hizo inocentemente, fue
la única amenaza que le vino a la cabeza, tampoco
sabía hasta que punto llegaba el pánico de su
padre por la relación con Andrés; pero él sí que
lo sabía, y no quiso tentar a la suerte. Tampoco
se lo quiso poner tan fácil como para que no le
pagase, así que tiró por el medio y le dio mi
dirección. No, si por unas o por otras todos
acababan diciendo mi nombre.

Ella no lo dudó, se levantó, se puso más que


divina y vino a mi casa. Con decisión, hasta que
comenzó a ver las casas abandonadas y los
escaparates vacíos con puertas oxidadas. Aunque
con miedo, siguió.

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Capítulo 22. A flote

Unas veinte sugerencias surrealistas de Sandra


después se nos ocurrió emplear las bombonas de
oxígeno de repuesto para reflotar las mesas. Me
llevó un mundo cargar todos los maletines en las
mesas, mismo pensé que no iba a dar hecho. Los
maletines sobrepasaban el límite de las mesas,
tuve que despegar algunos trozos de moqueta de la
planta baja para recubrir todo el petate y atarlo
con las correas de las persianas. Y aún así lo
peor vino cuando tuvimos las dos mesas con sus
respectivas sillas fuera del agua y hubo que
llevarlas hasta la lancha, y peor aún sería
llevarlas hasta nuestras casas.

Salva no imaginaba ni de lejos el tamaño de las


mesas, pensaba en unas modestas mesas de
escritorio no en aquellas que parecían más bien de
comedor; y tampoco podía entender la necesidad de
llevar las sillas, aunque fuese por disimular.
Eran dos sillas, tampoco es que supusieran un
esfuerzo añadido demasiado grande, pero Salva
tenía que ponerse de los nervios por algo y se
puso. Sandra quedó alucinada con las sillas así
que se puso de mi parte y Salva por no aguantarnos
llamó a uno de sus contactos para que trajera un
camión, después ya haríamos números para subirlo
todo a mi casa.

Era lo bueno de mi casa, que la tenía toda para


mi, aunque no funcionaba nada de nada y no era
buena idea dejarlo en el bajo, a veces venía gente
a dormir, en el mejor de los casos. Cuando el
colega de Salva dejó la mercancía en la calle nos
miramos y a punto estuvimos de dejarlo allí y
subir los maletines poco a poco; pero de cualquier
manera yo quería las mesas, quien sabe si algún
día conseguía restaurar el edificio y convertirlo
en mi gran mansión. Ahora tenía dinero para
hacerlo, igual me ponía, claro que igual no era
buena idea hacerme notar tanto. Sandra cogió las
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sillas decidida y comenzó a subir. El colega de
Salva miró hacia arriba y nos sugirió que
buscásemos una polea a motor y lo subiésemos por
la ventana; entre nosotros, ni se nos pasara por
la cabeza, yo aun tenía excusa, había estado mucho
tiempo debajo del agua y no lucía mucho; pero a
Salva le debió caer la cara de vergüenza.

No era para comentárselo allí al camionero, hay


cosas que cuanto menos se sepan mejor; pero yo
tenía algo que nos podía servir No era una polea a
motor, era un motor de arrastre, hacía un ruido
infernal y había tenido que dejar de usarlo porque
le sentaba muy mal la humedad, y ya me diréis de
que me servía si no le podía tocar el agua. Nos
vino a los dos a la cabeza, dejé a Salva pagándole
al camionero y vigilando la mercancía, que no
hacía falta decirlo era obvio que la había que
vigilar. Subí escaleras arriba toda emocionada y
de repente en el descanso antes de mi puerta
estaba Sandra, las dos sillas y un silencio
extraño. Antes de que abriese la boca ella me digo
muy bajito que había alguien arriba, que tenía
miedo. No, si a veces razona lo justo, si tienes
miedo baja corriendo mujer, no te quedes a ver si
te matan. Pero estoy casi segura de que ni se le
pasó por la cabeza así que traté de no ponerle
mala cara. Seguramente era Ramón o alguien de su
panda, tanto esfuerzo para que ahora viniesen
estos a llevar todo el dinero, pues lo iba a negar
hasta el final, por snooppy que sí.

Traté de mirar por el hueco de la escalera a ver


si veía quien era pero ni se escuchaba nada ni se
veía nada. Estaba casi segura de que habían sido
imaginaciones de Sandra así que subí toda
confiada.

Efectivamente había alguien, una señorita de la


Coruña con todas las letras, y no la conocía
entonces pero ser era Alicia. La verdad es que no
sé cual de las dos tomó más miedo, para mi que
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ella, aunque para la pinta que tenía no fue mucho;
tenía yo la inocente idea de que estas en cuanto
se cruzaban con alguien como yo en aquellas
circunstancias echaban a corre, claro que tampoco
iba a estar en una casa como aquella.

- ¿Vives aquí? – preguntó Alicia.

Le dije que sí, y le pregunté si quería algo; se


lo pregunté muy educada y con voz muy dulce, no
fuese una clienta y la espantase. Que tener, tenía
pinta de mucha pasta.

- No eres la de la foto – dijo dándome la foto


que Andrés le había tomado a Sandra y a
Carlos.

- Pues no, ser no soy – dije esperando que


Sandra no subiese, porque la foto era bien
engañosa.

- El desgraciado se equivocó – dijo enfadada.

Pensé que se refería a Carlos y traté de calmarla,


le dije que yo estaba en esa mesa y que no era lo
que parecía. Ella parecía no escucharme. Le dije
que Carlos era el abogado de un amigo mío y que
ella era otra amiga de mi amigo.

- No, el desgraciado de Andrés – dijo por fin


– me dijo que la de la foto vivía aquí.

¿Andrés? no hizo falta decirle que me caía mal, ya


me lo notó en la manera en la que pronuncié su
nombre. Le dije que obviamente la había engañado
pero que era de esperar. Ella parecía tener ganas
de hablar así que abrí la puerta y la invité a
pasar. También llamé a Sandra para que subiese,
porque llevaba un buen rato esperando sin saber
que pasaba.

En el fondo 99
Raquel Couto Antelo
Cuando Alicia vio a Sandra se le encendió una
mirada de despecho que bien pensé que acababa en
discusión; pero cuando Sandra supo que Alicia era
la mujer de Carlos también arrancó algo agresiva y
no se sabe muy bien como empezaron a conversar tan
tranquilas, les puse la televisión y bajé al
tercero a arrancar el momento de arrastre.

Encendí, sin problema, haciendo el ruido que


recordaba que hacía, pero encendió. Saqué las
ventanas del quicio y le lancé el cable a Salva.
De repente escuché detrás de mí:

- ¿Qué demonios es ese escándalo?

En el fondo 100
Raquel Couto Antelo
Capítulo 23. Disimulando

Preguntó Alicia a gritos desde la puerta.

- Es la máquina esta, vamos a subir un par de


mesas – dije aparentando naturalidad.

- ¡Contratad a una empresa de mudanzas por


Dios! Las paredes retumban – dijo Alicia.

La miré alucinada porque para haberse presentado


en mi casa sin haber sido invitada, ponerse de
malas con Sandra y entrometerse en mi business
estaba aportando demasiadas opiniones.

- Vete a ver la televisión o desaparece – dije


sin dar más opciones.

Al principio me miró asustada y mismo pensé que


bajaba las escaleras pero en unos escasos segundos
volvía a estar en la puerta.

- No voy a marchar – dijo – no tengo a donde


ir.

Y me lo lanzó como si yo le tuviese culpa, más


aún, como si yo se lo tuviese que solucionar. Con
vender medio pendiente de perlas podía alquilar un
hotel bueno por varios días, y no tenía pinta de
saber vivir sola por mucho tiempo. Si se había
enfadado con Carlos ya se amigaría, a mi parecer
eran el uno para la otra sin duda.

- Pues vuelve a mirar la tele – dije – ya


tienes a donde ir.

- ¿Y después? – dijo.

- ¿Después qué? – pregunté.

- ¿Me dejas quedar? – dijo.

En el fondo 101
Raquel Couto Antelo
- En mi piso no, pero ya te buscaré algo – le
dije alterada.

- Tú eras de esas ¿verdad? – dijo ella.

- ¿De cuales? – pregunté.

- De las que andan por la Coruña vieja – dijo


ella.

- Mira chica, no te pongas muy exquisita que


de paso que subo la mesa te tiro a ti –
dije.

Y de esta vez pensó que se lo decía en serio y de


veras que no lo dije de malas, es lo típico que le
digo a Salva o a cualquiera en lugar de “vete a
tomar viento”, que me parece menos fino. Pero ella
lo tomó en serio. No dijo más nada y subió junto a
Sandra. Era lo que me faltaba, otra persona por el
medio. Por lo menos aún no había hecho presencia
nadie del clan de Ramón.

Salva me gritó desde abajo, me dijo que aquello no


había quien lo subiese, el motor no echaba humo,
por eso pensé que todo iba bien. Por eso y porque
le andaba dando vueltas a lo de Alicia. Apagué el
motor y bajé. Efectivamente la mesa no se había
movido ni un milímetro, nada de nada. La gente nos
miraba como si estuviésemos locos. No pensé que
hubiese tanta gente por la calle, el caso es que
esta circunstancia limitaba nuestras opciones, no
podíamos subir el material poco a poco, que era la
única opción que nos quedaba.

Llegados a este punto... sí, es cierto, siempre


estamos llegando a puntos de estos, pero la vida
es así y punto. Como iba diciendo, llegados a este
punto había que aplicar la teoría de los granos de
después de un atiborre de chocolate, si no los
puedes eliminar tápalos como puedas y con lo que
haga falta.
En el fondo 102
Raquel Couto Antelo
Montaríamos vigilancia, disimulada, claro está. La
manera de disimular aquellos dos bultos plantados
en el medio de la calle fue simular un puesto de
filloas rellenas; igual os suena muy cutre, pero
en París los hay a montones, eso sí como le llaman
crêpes parecen más finos. De cualquier manera era
lo que podíamos hacer contando con el tiempo con
que contábamos y con los medios que teníamos. Bajé
el hornillo que teníamos para calentar el café
cuando pasábamos noches enteras en Coruña Vieja
que decía la snob. Puede ser que lo lógico fuese
un termo, pero es que Salva le gustaba el café
recién hecho, es así de fino el señorito. Yo hacía
sandwich de sartén, que salían menos aplastados
que los de la sandwichera. Lo sé, al grano.

Las mesas hicieron de mostrador, las colocamos en


L, las movimos como pudimos, poniéndolas al borde
de la acera, para hacer una U bajamos una de las
meses plegables, dejando la salida hacia el
portal. Aquellas cortinas que tenía guardadas para
regalárselas a Sandra cuando se casase hicieron de
mantel, cubrieron de glamour el puesto, y tanto,
como que las había sacado del Hotel Finisterre, en
una habitación de super lujo. Queda muy pobre de
regalo de bodas, pero era para hacer el vestido,
si Escarlata pudo nosotras también podíamos. Eran
granate con dorados, espectaculares. Bajamos uno
de los bidones de agua, harina (de la de cocinar,
que de la otra nosotras no trabajábamos), huevos,
nocilla, queso de untar y jamón cocido. Era lo que
había.

La gente nos miraba con curiosidad, como con asco,


los comentarios eran de desconfianza, pero en
cuanto la sartén se calentó y las primeras filloas
fueron saliendo, la brisa y el hambre del medio
día hicieron su trabajo, aquel puesto improvisado
se convirtió en éxito. Y el éxito trajo a Ramón, a
Paco, a Alberto, a Andrés y no trajo a Carlos
porque tenía miedo de encontrarse con Alicia y
En el fondo 103
Raquel Couto Antelo
aunque ni loco se imaginaría que estaba en mi casa
no apareció por allí.

Ramón miró con desconfianza mi nuevo negocio, Paco


compró una filloa, Alberto mantenía la distancia
pero tenía una sonrisa maliciosa. Andrés tenía la
cara de desconfianza de Ramón.

- ¿Qué pasa? ¿Cambias de gremio? – dijo Ramón


- ¿tendrás licencia?

En el fondo 104
Raquel Couto Antelo
Capítulo 24. Filloas rellenas

“Claro que tengo licencia” dije con seguridad,


Salva atendía a gente poniendo la oreja en la
conversación y los ojos en los maletines. Estaba
enfadado porque el negocio había tenido tanto
éxito que no podíamos hacer turnos y se nota que
el había quedado. Ramón estuvo plantado delante
del mostrador sin hablar mucho, vigilando a la
clientela. Los otros comenzaban a impacientarse y
a mirar el reloj, a resoplar, a mirar alrededor;
pero Ramón no les hacía caso. Paco se fue
separando del grupo así como quien no quiere la
cosa, pasito a pasito, vamos que se le notaba
bien, pero que nade le prestó atención, hasta que
por fin se metió en el portal. Se notaba que no le
había dicho a los colegas que le gustaba Sandra.
No me preocupé, Sandra es bien capaz de cuidarse
sola, además estaba Alicia con ella e igual
agradecía una cara un poco más amiga, o que
conociese de unos días antes.

Andrés y Alberto se dieron cuenta de la falta de


Paco cuando aparecieron unas turistas rubias de
esas que dicen que quitan el sentido y tiraban de
Ramón para ir detrás de ellas. Las chicas se
animaron a lo de las filloas y estuvieron un rato
en el puesto, hablando con nosotros. Ramón no
parecía muy interesado en ellas, los otros, todos
los otros que había alrededor sí, Ramón estaba
concentrado en no se qué mirando al infinito, o
eso pensaba yo.

Cuando las chicas marcharon, cosa que lamenté


porque las ventas habían aumentado de manera
espectacular, con deciros que el fuego no daba
hecho a cocer filloas, también daba igual porque
no apuraban mucho, si no hay como tener bien
entretenida a la clientela. Con las chicas
marcharon Alberto y Andrés, Ramón les dijo que ya
iba pero ni siquiera cambió de postura.

En el fondo 105
Raquel Couto Antelo
- ¿Y esto de montar un negocio? ¿no te llegó
el dinero que te di? – preguntó Ramón,
aparentemente sin doble intención.

- Sí, sí que me llega, lo que pasa es que


estábamos todas tiradas viendo la tele y de
repente se nos ocurrió hacer esto para pasar
el tiempo – dije.

Igual no le sonó muy convincente, pero no dijo


nada, sólo quedó allí de pie. Salva estaba todo
metido en faena e incluso le había pasado el mal
genio de perder las citas que tenía para el día,
cancaneos varios, que tampoco había de ser muy
importante la cosa.

Con la noche vino la oscuridad y la gente marchó.


No. Toda la gente no. Ramón seguía allí plantado y
Salva se estaba poniendo de los nervios, menos mal
que le sonó el móvil, y parecía ser algo tan
supermega importante que hasta le dio igual
dejarme allí sola con todo el fregado. Sí, sin
escrúpulo ninguno, tiró el delantal encima de la
mesa y marchó. En la mirada le noté un “es amigo
tuyo, apáñate tú”, yo le lancé otra mirada del
tipo de “después querrás que repartamos el dinero
a partes iguales”, el me respondió con otra mirada
del tipo de “reina, que llevo más de seis horas
haciendo filloas y uno tiene sus necesidades” y yo
“ya, te entiendo, pero vaya papeleta me dejas”, y
el se despidió con una mirada del tipo de “que te
sea leve, igual vengo antes de que marche” con
cierta sorna, mejor dicho, con mucha sorna.

Y allí me vi a solas, a oscuras y con sábanas de


terciopelo granate, que sí, que no eran sábanas
que eran cortinas, pero visto que no tenía
escapatoria y que no era plan de dejar toda
aquella pasta en medio de la calle pues
aprovechaba, total por allí nunca pasaba nadie,
ues igual si era para dejar todo allí plantado,
pero no era capaz, ya me diréis que más tendría si
En el fondo 106
Raquel Couto Antelo
total hasta había unas horas no tenía ni un duro,
así que tanto me iba a dar igual seguir así, pues
no, que no era capaz.

- ¿Subimos? – dijo Ramón.

Pero esta vez lo dijo con intención, o por lo


menos yo se la noté, con mucha intención de esa
que había tiempo que yo necesitaba que tuviese, y
voy yo y dijo:

- No, es que no me apetece – dije.

Poco me faltó para decirle que me dolía a cabeza,


porque me vino antes lo de que no me apetecía que
así mismo se lo plantaba. Jo, pero sí que me
apetecía. Y a el también. Sí, puso una cara de
decepción cuando le dije que no iba a subir...

- ¿Y eso? – preguntó.

Le conté que tenía en casa una pesada que había


dejado al marido y llevaba no sé cuanto tiempo
rayándome la cabeza con los defectos del elemento
y que como lo estaba pasando mal no me parecía
bien mandarla a paseo pero tampoco tenía ganas de
aguantarla; acabé diciéndole que subiese si
quería.

- No, quedo contigo – dijo - ¿y entonces que


hacemos?

En el fondo 107
Raquel Couto Antelo
Capítulo 25. Carlos rey

Carlos miraba en su interior y no sabía muy bien


porque se lo había hecho, empezó a darle vueltas a
aquella distancia que le había notado en los
últimos días de su convivencia y la oscuridad de
la noche y el vacío de su piso de soltro le
hicieron llegar a la conclusión de que Alicia
tenía un lío. Nunca le había dado por pensarlo,
siempre la había notado tan entregada y falta de
imaginación que ni se ponía celoso cuando la
miraban en los restaurantes. Era muy conservadora,
pero conservadora de mujer no de hombre, no de
esos que llevan alianza y después persiguen a todo
lo que se mueve... como él, razonó. Nunca lo había
hecho, aunque se le había pasado por la cabeza
muchas veces, pero hacer no lo había hecho, se
justificaba.

Intentó dormir, pero el suelo era muy duro, así


que tomó el móvil y llamó a su suegro. Tardó en
responder, pero como insistió y el concejal no
debía saber apagar el móvil lo descolgó.

- ¿Qué pasa? – preguntó enfadado.

Carlos le contó que tenía que hablar con él, que


le preocupaba Alicia. No estaba muy bien
plantearle a un padre que su hija andaba por ahí
con otro como una cualquiera, aunque el concejal
como era como era no era tan así como para
soltárselo directamente. El concejal le dijo que
fuese a su casa, que si era tan urgente como para
llamarlo a aquellas horas bien lo podía atender.
El concejal le calculó una media hora, claro que
había hecho el cálculo de la casa de su ex a la
suya, no sabía que Carlos vivía en el piso de
soltero, es decir unos dos cientos metros de su
casa, es decir, cinco minutos. Él estaba en el
Venus, donde iba a estar a esas horas en un día
tranquilo, en casa no hacía nada y los del
ayuntamiento se iban de la lengua con su mujer,
En el fondo 108
Raquel Couto Antelo
que ya daba igual en lo sentimental, pero en lo
profesional no daba tanto, que ser era muy
díscola, eso decía el, ser era ligeramente
vengativa, que diría yo.

Carlos llegó en esos cinco minutos que habíamos


calculados nosotras, y llamó al timbre, y esperó,
y llamó al timbre y esperó; y volvió a llamar, y
otra vez, e iba a llamar una última vez pero le
salió una vecina y le pegó cuatro gritos que le
quitaron las ganas de tocar botoncitos. No de
todo, porque decidió llamar de nuevo al móvil de
su suegro, por si se había quedado dormido, por si
le había dado un vahído y porque sí, que si el no
dormía el resto tampoco. El concejal respondió con
resignación, pensando en que Carlos le iba a decir
que había sido un momento de desesperación y que
no pasaba nada, que ya se había tranquilizado y
que no iba a ir a su casa. Después tuvo que estar
ágil buscando una excusa para no estar en casa a
esas horas, emplearía lo de la reunión de trabajo,
que era un eufemismo que todo el mundo entendía.

Carlos se alegró tanto de ver a su suegro que ni


se dio cuenta de la peste a alcohol y mala vida
que desprendía, tampoco de los bamboleos del
pobre, pobre no, sobrado de dinero, hombre. el
concejal también se alegró de que su yerno
estuviese allí, sino lo iba a tener difícil para
entrar en el portal. Y lo que pasó a partir de ahí
fue todo un cúmulo de circunstancias. Carlos
necesitaba un amigo, aunque no fuese de verdad,
uno que le aguantase el rollo. El concejal
necesitaba, nada, no necesitaba nada, pero estaba
borracho como una cuba y no sabía lo que hacía;
perdón, mejor dicho, no controlaba lo que hacía,
saber bien que lo sabía.

Una vez el concejal estaba tirado en el sofá y


Carlos empoltronado en la butaca de relax último
modelo empezaron a hablar, cada uno de lo suyo sin
darse cuenta de que el otro estaba hablando.
En el fondo 109
Raquel Couto Antelo
Carlos le contó lo del cese temporal de la
convivencia con Alicia. El concejal le contó que
había estado de celebración porque tenía un
negocio entre manos. Carlos le contó que estaba
viviendo en su triste y solitario piso de soltero.
El concejal le dijo que en nada iba a tener tanta
pasta que iba a poner una piscina en el ático, con
agua caliente y muchas chicas guapas. Y casi
simultáneamente los dos dijeron algo que iba a
cambiar sus vidas, Carlos dijo que Alicia tenía un
amante; el concejal dijo que se iba a hacer con el
famoso tesoro de la famosa leyenda. Como si de
repente se diesen cuenta de la presencia del otro,
como si eso de que los elefantes tienen conciencia
de sí, pues lo mismo pero del otro. Al concejal se
le evaporaron automáticamente los grados que
llevaba encima, a Carlos se le puso una sonrisa
pérfida. Carlos pensó en lo que había escuchado en
aquella reunión con nosotras; al concejal se le
apareció la imagen de Andrés, por eso el
desgraciado andaba tan contento, si hasta había
llegado a sospechar que le escondía algo de la
historia del tesoro, lo iba a agarrar por los
mismísimos y arrastrarlo hasta Betanzos, “será
desgraciado” repetía en voz baja una y otra vez.
Eso le dio tiempo a Carlos para asimilar lo del
tesoro y planear la estrategia para extraerle
información y no penséis que en ese momento se le
estaba pasando Sandra por la cabeza, no, en lo que
estaba pensando el abogado, como tal, era en su
propio beneficio, como todos excepto nosotras. Tan
enfrascado estaba haciendo la cuenta de la lechera
que ni había escuchado las veces que su suegro
había mencionado el nombre de “Andrés”, él pensaba
en la mejor estrategia para volver al tema de la
piscina y por lo tanto al del tesoro. El concejal
seguía con lo de “será desgraciado”.

La verdad es que no le dio mucha más alternativa,


Carlos se levantó del sofá, fue hacia el mueble
que había enfrente y comenzó a abrir puertas hasta
encontrar el bar, tenía que haber uno, conociendo
En el fondo 110
Raquel Couto Antelo
como conocía a su suegro. Por fin, cuando ya
estaba abriendo la última puerta de la parte de
abajo encontró el whisky de malta, ron de 12 años
y todo el repertorio.

No hico falta mucho, un par de cubitos de hielo,


un vaso no muy limpio, y algo indeterminado
procedente de varias botellas, todas muy caras eso
sí; y el concejal cantó todo lo que sabía, que
para nosotros era mucho, pero a Carlos se le
iluminó el camino.

En el fondo 111
Raquel Couto Antelo
Capítulo 26. En el fondo. Segundo intento (Primera
parte)

- Nada, podemos quedar aquí, la noche está


estupenda y con estas estrellas da gusto
estar al fresco – dije toda natural.

Ramón me miraba como si notase que lo estaba


vacilando, o si no me creyese ni palabra vamos.

- Podemos ir a tomar algo – dijo.

- No, que si la otra me llama – dije.

- Ya están los otros arriba – dijo.

Con eso no contaba, no recordaba que Paco había


subido y aún no había bajado y lo peor era que no
imaginaba que él sí, de todas maneras tentando a
la suerte dije:

- ¿Qué otros?

- Sandra y Paco por lo menos – dijo con


seguridad.

Aún perdida seguí intentándolo.

- ¿Siii? ¿Noooo? – dije.

- Sí, dijo, o por lo menos en la ventana


están, la separada debe ser la que no
conozco – dijo con seguridad, señalando con
seguridad hacia arriba y mirándome con
seguridad.

- Ay sí, no lo recordaba – dije disimulando.

Pues estaba lista, ahora a ver que le inventaba.

- ¿Vamos? Ya estoy empezando a pensar que me


estás evitando – dijo.
En el fondo 112
Raquel Couto Antelo
- No hombre – dije disimulando – es que...

Y como vio que tardaba mucho en responder dijo:

- Si quieres te ayudo a recoger esto, lo digo


porque parece que te cuesta dejar el
tenderete.

- Nooo, no para nada – dije – no te preocupes,


si son cuatro tablas.

- Venga, que parece que le tienes mucho apego,


vamos – dijo mientras le echaba la mano a la
tela de terciopelo granate de las cortinas.

Se me debió poner una cara de pánico demasiado


descarada porque a él se le puso una cara de
malicia muy mala y apretó la mano para tirar con
fuerza de la tela. Casi me da.

- No, venga, déjalo, que por aquí no viene


nadie ¿a dónde querías ir? – pregunté,
agarrándolo del otro brazo y poniéndome
medio tontorrona a ver si soltaba la
cortina de una vez.

El sonrió y soltó la tela, sin mucho apuro, no


vayáis a pensar, que exprimió mi angustia hasta el
final. En la ventana estaban las tres marujas
mirando, a Sandra ya le valía, que bien podía
bajar y quedar ella de guardia. No sé que hacían
allí plantados mirando al horizonte, o para abajo,
que para el caso era lo mismo. Contaba con que
mientras miraba las estrellas le echase un ojo a
los maletines, tendría el detalle por lo menos.
Claro que si hacía el razonamiento de que como
Salva marchó de farra, Xiana marchó de farra y yo
quedé aguantando a estos dos plastas igual pasaba
de todo y no vigilaba el tesoro. Menos mal que
Sandra era mejor persona que nosotros.

En el fondo 113
Raquel Couto Antelo
Ramón tenía el coche aparcado en el límite de la
zona abandonada, y aunque por el camino mencionó
con sorna lo de volver a recoger el puesto no dio
muestras de sospecha. De todas maneras no me
quería confiar, que ya lo conocía y su aparición
repentina sin venir al caso tenían que tener un
motivo, y mi objetivo era descubrir cual. Lo que
me preguntaba era cual sería el suyo.

Fuimos a un bar de copas para solterones que


habían abierto hace poco y que tenía mucha fama.
Lo de solterones lo digo yo porque había mucha
gente de taitantos muy cariñosos, sí, es una
manera sutil de decir muy desesperados, pero yo
formaba parte de ese clan así que lo voy a decir
así, cariñosos. Nunca había ido por allí, no
estaba al alcance de mi bolsillo ni de mi
paciencia, en cuanto me sonreían me daba gana de
echar a correr, y normalmente estaba muy cansada,
así que ahorraba el trabajo. De esta vez era
distinto, como ya llevaba el chico de casa no
tenía de qué preocuparme. Nos sentamos. Y el
problema que se me presentaba era de que hablar.
Después de pedir y acomodarnos poco más tenía que
decir, así que puse cara de interesante, de tener
mucho misterio dentro y una vida fascinante para
que fuese el quien hiciese las preguntas. La
verdad es que no sé como se pone esa cara, pero la
intención era esa.

Él tampoco tenía mucho que decir o por lo menos


tardó en hablar y cuando lo hizo me contó de los
años que había estado fuera, de su vida, de todo,
que me dejó la cabeza como un bombo que os lo digo
yo. Llegué a pensar que lo estaba haciendo a
propósito para que confesase que le estaba
robando, entre comillas lo de robar, porque el
dinero no era suyo; lo vamos a dejar en engañar.
Pero él seguía hablando, es que ni como tortura
era normal. Seguro que me lo notó en la cara,
porque empezó a hacerme preguntas, no relevantes,
sólo para mantener una conversación inocua ¿y tú
En el fondo 114
Raquel Couto Antelo
qué tal?¿y tú qué piensas?¿no te parece? y así.
Después en el bar pusieron música más tranquila y
la gente comenzó a bailar, Ramón me invitó a salir
a la pista, que no era tal pista, era allí al lado
de las mesas en el trozo que había hasta la barra.
Y bailamos. ¡Qué romántico! que romántico y que
paz, dios por fin había parado de hablar, la
cabeza dejó de dar vueltas por fin y disfruté del
hombre por fin, bailar bailaba bien.

No sé si llegué a cerrar los ojos en algún


momento, pienso que si, es la explicación que le
encuentro. El único que sé es que desperté sentada
en un banco, tan tranquila, aún era de noche así
que no debió pasar mucho tiempo, o eso creía yo.

En el fondo 115
Raquel Couto Antelo
Capítulo 27. En el fondo. Segundo intento (Segunda
parte)

Me incorporé y miré alrededor para ver donde


estaba, noté un ruido ensordecedor que se
acercaba, como para no notarlo, a la hora que era
se debía notar hasta una mosca. Admito que incluso
me llegó a asustar, parecía que venía hacia mi,
pero no se veía nada y no entendía porqué, las
estrellas me daban visibilidad suficiente como
para verlo si estuviese allí, y no lo veía, no
veía nada, sólo ese ruido. Cuando ya la cosa no
podía ir a más apareció una luz en el horizonte,
una bombilla frente a mí, que en segundos se
convirtió en un foco que me miraba fijamente como
interrogándome, yo estaba asustada, quería ir
hacia atrás pero como estaba sentada y no era
capaz de ponerme de pie y echar a correr lo único
que conseguía era empujarme, mejor dicho
empotrarme en el respaldo del banco, tanto que no
sé como no lo partí por el medio o como no quedé
allí cuan tapete de ganchillo.

Cuando ya pensaba en que se iba a abrir una


compuerta y se iba a deslizar una pasarela y bajar
un cabezón bajito con dedos largos y mirada
morriñenta señalando con el índice iluminado hacia
el cielo diciendo “mi caaaassssa” el ruido paró,
la luz se apagó, se encendió una luz azul debajo
de lo que fuese que estaba allí mirándome y vi con
claridad una especie de helicóptero que estaba
doblando la hélice hacia abajo y empaquetándose
hasta quedar hecho un cubo, bajó hacia abajo,
vale, vale, hacia arriba no iba a bajar... se
apagó la luz y todo quedó en calma de nuevo.

Fue automático, me levanté y fui a miar, no había


nada, sólo un acantilado y agua, agua de la de
toda la vida, salada imagino, estaba la marea
alta, pero no lo suficiente como para probarla, el
caso es que siendo mar tenía que estar salada. Di
vueltas alrededor mirando para todas partes,
En el fondo 116
Raquel Couto Antelo
estaba en Oza y todo estaba tranquilo, como debía
estar. Eché a andar hacia la taberna de los
pescadores que estaba cerca de la antigua vía,
quería tomar algo para despejarme, para centrarme,
aunque tenía miedo de contarle semejante cosa a
alguien. Mientras caminaba miré por el bolso,
tenía que llamar a Salva para que viniese y me
ayudase a bajar para ver lo que había allí.
Revolví y revolví, pero no tenía el bolso, me
debía haber caído en el banco, estaba echada
cuando desperté, seguramente lo había usado de
almohada. Di la vuelta hacia el banco, todo seguía
en silencio, seguía todo oscuro salvo por las
estrellas, en el banco no había nada y me senté,
desesperada, no sólo tenía una laguna de sabedios
cuantas horas, sino que había perdido el móvil, no
tenía dinero ni memoria suficiente como para
recordar cualquier número de teléfono de mi
agenda. No adelantaba nada yendo a la taberna, así
que pensé en ir a casa, estaba cansada pero allí
ya no hacía nada.

Cuando llegué a casa esperaba encontrar a Alicia y


Sandra tiradas en el sofá con la tele puesta en
los anuncios y todo lleno de papeles y paquetes de
galletitas saladas tirados por el suelo. Pero no.
Todo estaba en silencio, ya comenzaba a pensar que
el ruido del supuesto helicóptero-nave espacial-
nave extraterrestre me había dejado sorda porque
sólo escuchaba silencio. No tenía llave, cosa que
recordé cuando estaba delante del portal, deseé
que estuviesen arriba, pero llamé y llamé y nadie
me abrió. En ese caso sólo me quedó agarrar una
piedra, romper el cristal que tanto me había
costado conservar entero y abrir desde dentro.

En la puerta del piso fue más complicado, agarré


un alambre y lo metí por la cerradura, de vueltas
y más vueltas como en las películas pero no se
abrió. Bajé al primero para buscar una palanca y
desmonté la puerta, le quité el cuadro del medio,
de castaño, cuando vi el agujero no me lo podía
En el fondo 117
Raquel Couto Antelo
creer, que animal era. Era obvio que no estaban en
casa, Alicia con lo remirada que era ya me habría
sacado la cabeza de un guantazo, dentro había, si,
silencio. Tenía hambre, así que encendí la tele y
mientras cenaba algo, en la teletienda había lo
de siempre, ya comenzaba a creer que había pasado
una eternidad, que había estado metida en un
agujero espacio-tiempo de esos y que cuando
encontrase a mis amigas ya tendrían cuarenta años,
cuatro hijos y un chalet en la zona buena. Pulsé
el teletexto y respiré con alivio y con cierta
pena, ya me había acostumbrado a la idea de ser
diez años más joven que el resto y tener algo
emocionante que contar. No, sólo había pasado un
día, sólo un día, allá se esfumó mi emocionante
vida para convertirse en lo mismo de siempre. ¡Qué
decepción!

Y allí estaba yo, viendo una aspiradora que era la


leche, comiendo unos entrantes fríos, lo de
encontrar entrantes en la nevera casi en el mismo
estado de conservación que cuando los había dejado
ya me debió dar una pista, pero hasta que miré la
fecha en la pantalla del televisor no caí de la
burra. Si, allí estaba yo toda decepcionada,
decepcionada del todo, de todo de todo, cuando
finalicé fui a mirar por la ventana, si la
ventana, esa ventana en la que estaban Sandra,
Alicia y Paco cuando marché; la ventana en la que
dejé vigilando el tenderete de filloas rellenas,
las mesas cubiertas con las cortinas de
terciopelo, las cortinas de terciopelo que
escondían los maletines llenos de dinero que
habíamos rescatado del subterráneo de la Caja
Universal. Y estaba mirando al horizonte y mirando
hacia la carretera, ese horizonte oscuro
silencioso con unas pocas estrellas, esa calle
vacía, silenciosa.

¿Vacía y silenciosa? Silenciosa si, pero ¿vacía?


¡vacía! ¿vacía?¿cómo que vacía? ¿el dinero?¿dónde
estaba el dinero? El corazón empezó a latir con
En el fondo 118
Raquel Couto Antelo
fuerza, muy fuerte y yo a andar como una histérica
de un lado para el otro, hasta que me senté
delante de la tele y recordé que ya había pasado
un día desde que yo había dejado todo el petate en
la calle, seguramente ya lo habían colocado, Salva
seguramente había encontrado una solución de
transporte. Tenía que hablar con él, no eran
horas, pero tenía que saber que había hecho.

Salva tardó en abrir, ya me estaba dando por


pensar que se habían fugado todos para el Caribe,
de hecho Salva era lo que decía que quería hacer.
Abrió la ventana y miró como una maruja de las de
antes, de las que gritaban “Josua, como te agarre
te mato”, me extrañó, el abría sin más, pero
claro, no eran horas.

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Raquel Couto Antelo
Capítulo 28. En el fondo. Segundo intento (Tercera
parte)

Abrió la puerta, me agarró del brazo y me llevó


dentro. Hablaba a gritos pero reprimiendo la voz
como si quisiese hablar bajo, no entendía por que,
vivía solo, a quien estorbábamos.

- Tía por fin apareces, ¿dónde te habías


metido? – dijo Salva alterado – te llamé mil
veces.

- Me robaron el móvil, el bolso, todo – dije.

Le conté a Salva lo que vi, tengo que decir que


por lo menos se le quitó la cara de sospecha que
tenía al principio; pero la verdad es que se le
puso cara de madre en día de resaca, de la hija
quiero decir. No me creyó ni una palabra de lo que
le conté, sobre todo lo del helicóptero plegable,
ahí no es que pusiese los ojos como platos como en
lo de antes, ahí trato de aguantar la risa, hizo
un esfuerzo grande, pero no muy efectivo.

Cuando terminó de reír, mejor dicho, cuando logró


mantener la risa mas o menos a raya, le pregunté
por las mesas y los maletines. Me miró con
sorpresa, no era lo que necesitaba en ese momento.
Me dijo que pensaba que las había escondido yo,
que me había dejado a cargo de ellas y que cuando
volvió al día siguiente no estaban con lo que
supuso que yo me había encargado del tema; y
aunque trató de disimular, le noté que en el fondo
había un ligero recelo, como desconfianza, que
casi llega a pensar que me había fugado con el
dinero. También tengo que decir que le noté algún
remordimiento. También me dijo que Sandra me había
visto marchar con Ramón y que cuando Paco, Alicia
y marcharon allí ya no había nada con lo que
supusieron que yo había vuelto para llevarlo todo.

En el fondo 120
Raquel Couto Antelo
- ¿Pero estaban en la ventana?¿No vieron nada?
– dije.

- No sé, no me dijeron nada de eso, de todas


maneras Sandra no sabía que el dinero estaba
allí debajo, ella pensaba que los habíamos
sacado con la polea – dijo Salva.

Vaya desastre, todo tenía lógica y al final la


culpa era mía, no debí haber marchado, todos
habían cumplido con su cometido, Paco había
entretenido a Sandra, Ramón a mí y Salva ya se
entretuvo por si mismo.

- No pasa nada, da igual, pudimos coger algún


maletín; pero fuimos demasiado avarientos –
dijo Salva sin enfado.

Preparó café y nos pusimos a razonar, y a hacer la


cuenta de la lechera, y acabamos riéndonos. Bien
pensamos en pasar de todo, nos habían tomado el
pelo, hicimos todo el trabajo y volvimos a
pringar. Y haciendo razonamientos de este tipo nos
pusimos de mal humor y arrancamos, no teníamos muy
claro que hacer. La última pista que teníamos era
el baile con Ramón, así que fuimos a hablar con
Ramón.

Salva abrió el portal con una llave maestra que


tenía, decía que si llamábamos al timbre no nos
iba a abrir; yo esperaba que no hubiesen marchado
al Caribe, que era justo lo que debíamos haber
hecho nosotras. Andrés tenía cara de mal
despertar, venía en calzones y se apoyó en el
quicio de la puerta como el hombre seductor que
era, todo natural, atrancando la puerta.

- Queremos hablar con Ramón – dije.

- Muy bien – dijo él.

En el fondo 121
Raquel Couto Antelo
Nos dijo que ni era su secretaria ni su madre para
que le fuésemos a pedir permiso. Ramón hacía unos
días que se había ido a una habitación en el Hotel
Áncora, que seguramente necesitaría intimidad.

- ¿Y Paco? – pregunté.

- Paco está durmiendo, si no lo habéis


despertado, claro – dijo el cortante.

Mientras el hablaba yo escuchaba ruidos dentro y


hacía esfuerzos por ver entre los huecos que
dejaba, no vi más que unas piernas de mujer que
salían al pasillo y se volvían a meter dentro de
repente. Miré a Salva y le dije que marchábamos,
aunque la curiosidad me pudiese tampoco era para
que prefiriese saber quien era la dueña de las
piernas antes que donde había metido el dinero el
desgraciado de Ramón.

Fimos al Hotel Áncora, no nos dejaron entrar, no


podían molestar a los clientes; no fue tiempo
perdido, por lo menos supimos que aún era cliente
del hotel, que aún estaba allí. Cosa que me empezó
a preocupar porque si no se había ido, no fue el
quien llevó el dinero, entonces lo de la
habitación del hotel sí que era para lo de la
intimidad, por lo que estaba con otra, manda
narices con el tío. Como no teníamos nada que
hacer allí y Salva ya se había desvelado se dejó
convencer para ir a Oza, donde le había dicho que
había visto el helicóptero plegable. Aceptó pero
no porque me creyese, sino porque de camino se
partía a mi costa, y porque tenía curiosidad en
escuchar de nuevo la historia. Lo que no esperaba
era ver la luz azul que yo le había descrito
saliendo del agua y ese ruido ensordecedor que era
bastante más fuerte de lo que yo recordaba y que
daba vueltas sobre nuestras cabezas.

Nos sentamos en el banco, Salva se sentó porque


estaba alucinando y no se aguantaba de pie. Había
En el fondo 122
Raquel Couto Antelo
unos cuatro helicópteros dando vueltas y no
parecía molestarles nuestra presencia, no parecían
hacer nada útil, no llevaban carga ni salían de la
entrada del antiguo puerto, por lo que no debían
estar haciendo nada importante. Salva experimentó
la sensación de empotrarse en el respaldo del
banco que yo había experimentado unas horas antes,
el foco venía hacia nosotros hasta cegarnos, se
apagó de repente y la luz azul nos dejó ver como
se plegaba el helicóptero. Salva tenía los ojos
fuera de su sitio y yo escuché una voz “no
pensarías que te iba a dejar quedar con todo”, era
Ramón, era lo que me había dicho el día que
bailamos, justo antes de cerrar los ojos, de
repente lo recordé.

En el fondo 123
Raquel Couto Antelo
Capítulo 29. En el fondo. Segundo intento (Cuarta
parte)

Cuando Salva consiguió cerrar la boca nos miramos


y nos leímos el pensamiento, mientras las otras
luces revoloteaban en el horizonte caminamos hacia
el acantilado, no teníamos miedo, teníamos esa
emoción del descubrimiento, de la investigación,
del rescate. El agua estaba más abajo de lo que
parecía, la luz venía de una plataforma metálica
que debía ir sobre raíles hacia la montaña, eso ya
era más imaginación que vista porque el acantilado
era demasiado recto para ver más allá, nos
teníamos que asomar más, yo no tenía intención e
hacerlo y Salva me dijo que ni en broma, que aún
estaba dormido, que si estaba loca, que no era
asunto nuestro y que yo pesaba menos que el y que
me aguantaba mejor.

A punto estuve de decirle que sí, no por


convencimiento sino por curiosidad; es que me
podía, menos mal que me lo notó y pensó que igual
era mejor idea ir bordeando la costa a ver si
encontrábamos por donde bajar. No lo encontramos,
encontramos un saliente donde se suponía que
estaba el portalón por el que se escondían los
helicópteros.

Era simplemente fascinante, al fondo se veían las


luces de Santa Cruz, Santa Cristina y del Burgo, y
empezaba a amanecer, las luces del horizonte
venían hacia nosotros, las de los helicópteros
claro, para resguardarse claro. Por orden fueron
desapareciendo bajo nuestra atenta mirada y bajo
nuestros cansados pies. Por unos momento el
misterio de los helicópteros plegables me habían
hecho olvidar la frase que había recordado minutos
antes “no pensarías que te iba a dejar quedar con
todo” y me dio un bajón espantoso y contagioso con
lo que Salva y yo acabamos sentados de nuevo en el
banco con la mirada perdida sin solución.

En el fondo 124
Raquel Couto Antelo
- No os cortéis, si queréis bajamos y lo veis
de cerca dijo una voz autoritaria detrás de
nosotros.

Salva me miraba de reojo para ver que iba a hacer


yo, yo le miraba de reojo para ver que iba a hacer
él. Dimos la vuelta al tiempo y muy despacio, por
si nos disparaban que nos pillase de perfil,
siempre habría menos probabilidades de que nos
acertasen en la nariz, pero igual nos hacían un
favor.

Era un hombre de uniforme, perdón, era un adonis


que quitaba el sentido dentro de un uniforme que
ni hecho a medida; después de la consabida
dilatación de pupilas sentí alivio porque no fuese
la policía, y porque el dios de la belleza no
viniese en son de guerra. Para nada, traía una
sonrisa que casi igualaba a la de actor de ojos
azules aquel de la Caja Universal. Yo me relajé,
Salva seguía babeando y el del uniforme pareció no
darse cuenta de mi presencia pese a que el grito
lo había hecho en plural, pero estaba claro que a
mi ni me veía. Y sin ánimo de ejercer mi cobardía
natural, ni de dejar tirado a un amigo frente al
peligro, ni de huir a toda velocidad como si
hubiese rebajas en el China Mágica. Pero lo hice,
vamos hombre, que iba a desaprovechar la
oportunidad. Salva lo iba a entender, en el
supuesto caso de que me engañase con lo de las
miraditas, que ya se me hacía raro.

Al principio anduve despacio, pero después pegué


una carrera que se veía la estela desde el faro de
Mera. Fui a mi casa, quería ponerme espectacular
para volver al hotel de Ramón, a ver si se atrevía
a decirme la recepcionista que no estaba Ramón, el
director y mariasantísima. Tenía guardado un traje
de antes del maremoto, que no tenía pensado volver
a poner, pero que guardé por si llegaba el día, y
había llegado. Me quedaba un poco flojo, señal de
que antes llevaba mejor vida, no mejor dicho, que
En el fondo 125
Raquel Couto Antelo
hacía menos ejercicio, que ser era una seta en el
sofá. Una última visual en el espejo, bah, no
estaba mal, rara pero mal no.

- Vaya, parece que me equivoqué de puerta –


dijo Ramón.

Vaya, el día había empezado fuerte e iba a peor,


no ganaba para sustos, fue abrir la puerta y dar
con Ramón apoyado en el quicio todo ancho, todo
natural. A ver si me había equivocado con él.

- ¿A dónde vas tan emperiquetada? – preguntó.

Y no me miraba con disgusto por mucho que me


criticase, no, para mi que lo había sorprendido.
Me dijo que teníamos que hablar, que lo dejase
pasar; pero aún estando en la entrada de mi casa,
con la puerta abierta le dije que muy bien, que
fuésemos a un bar que una no se pone de punta en
blanco para quedar en casa. El me dijo que no
estaba para historias y que si no lo dejaba pasar
que hablaba allí en la puerta que tanto le daba,
total poca cosa quería decir. Decir que no me
gustó nada el tono que empleó y como para chula yo
le dije que si tan poca cosa era que lo soltase de
una vez, y lo hizo.

- Tienes que bajar por el resto – soltó.

- ¿Qué resto? ¿De qué vas? – pregunté


alterada.

- El resto de la pasta, sólo sacaste la mitad,


porque no la tendrás escondida en casa ¿no?
– dijo medio en broma.

Le dejé bien claro que habíamos subido todo lo que


había encontrado y que si había algo más no estaba
en la caja y sobre todo y más importante, que no
tenía ni la más mínima intención de volver a
hacerle de criada. Él sonrió con malicia y me dijo
En el fondo 126
Raquel Couto Antelo
que le parecía muy bien que fuese tan inocente
como para pensar que podía engañar al resto pero
que él me conocía muy bien y que iba tres pasos
por delante. Me dejó bien claro que iba por libre
y que no tenía intención de repartir con sus
colegas, pero que el concejal no era tan bueno de
conformar, que no le había colado lo de que no
sabía nada y que yo se la había jugado, así que
tenía que bajar a por el resto para dárselo al
concejal, que el ya había colocado los maletines y
que no podía volver atrás.

Me dejó descolocada del todo, no era la primera


vez que me la jugaba, y si, había sido demasiado
inocente pensando que lo daba engañado, pero no le
veía sentido a que trajese a sus colegas y después
los dejase colgados aunque me cuadraba con lo que
nos había dicho Andrés. Claro que también me dio
por pensar que era todo una comedia para
aprovecharse más de mí, que era bien capaz. Fuese
como fuese le dije que lo fuese arreglando como
pudiese pero sin mi. El marchó y mientras bajaba
por las escaleras soltó.

- Eso ya lo veremos – dijo.

Igual fue por el eco y por la mala leche que


llevaba el chico que sonó demasiado tétrico. Tenía
que hablar con alguien, iba a llamar a Sandra,
pero recordé que me habían robado el móvil, mejor
dicho, que me lo había robado el. Eché a correr
escaleras abajo, ya era hora de que me contase
todo quisiese o no.

En el fondo 127
Raquel Couto Antelo
Capítulo 30. Estoy en la lavadora

Lo agarré por el brazo y le obligué a dar la


vuelta para mirarme.

- ¿Pero tú de qué vas? – pregunté.

Le dije que no era su criada y que si esperaba que


me pasase por vez lo de quedar sin nada iba listo,
que no sabía con quien se estaba metiendo.

- Lo sé perfectamente – dijo con voz fría y


distante.

Y seguro que lo sabía, pero tampoco era para darle


la razón así como así. También seguía sin
cuadrarme que traicionara a sus compañeros, no
porque no fuese capaz, que bien era, sino porque
los otros no lo iban a dejar marchar así como así,
sobre todo Andrés. Vamos que no me cuadraban las
cuentas.

Seguía agarrándole el brazo y para tener la cara


de mala leche que tenía y estar enfadado como
estaba lo notaba tranquilo, no había intentado
soltarse, ni le molestaba el interrogatorio; pero
aún había algo más raro, cuando le hacía
comentarios del tipo “¿tú de qué vas?”, cuando me
alteraba, el desviaba la mirada. Si, algo raro
pasaba. Normalmente cuando me jugaba una mala
pasada, y en eso tenía experiencia, me miraba
fijamente, a la cara, a los ojos, para que creyese
lo que me contaba.

- Pero Xiana como me iban a ver con una rubia,


estuve toda la tarde en la biblioteca...

Sí, mirándome a los ojos, con una sonrisa dulce y


el pulso que ni se le alteraba al muy hijo de su
madre, como los de la CIA que superaban el
polígrafo asumiendo dos personalidades, pues este

En el fondo 128
Raquel Couto Antelo
igual pero menos elaborado, porque yo lo pillé sin
polígrafo ni nada, eso sí, el lo intentó.

Ahora era distinto, ni se molestó en disimular,


como si quisiese que descubriese la mentira.

- Tienes que volver allí abajo y sacar todo –


dijo.

- Ni en broma – dije sonriendo.

Sonreí porque me salió, que me hizo gracia su


insistencia, su necesidad, pero a el no le hizo
tanta y se puso más serio aún, que ya era difícil.

- Hazlo – ordenó.

- No – dije.

- Hazlo o vas a perder más de lo que piensas –


dijo en tono amenazante.

Aunque por el mirar no parecía esa su intención,


igual estaba jugando al despiste, como lo de las
dos personalidades no le había funcionado ahora
intentaba lo de dar siempre respuestas falsas.

- ¿Más que?¿Tiempo?¿Paciencia? no te
preocupes, tengo de sobra, puedo permitirme
el lujo – dije.

Me miró fijamente, miró al brazo que le estaba


agarrando, miró mi mano y la apartó como si de
repente le molestase, dio media vuelta y se fue
escaleras abajo, en el descansillo se volvió hacia
mí e insistió:

- Hazlo... o vas a perder más de lo que te


puedes permitir...

Y marchó, mejor dicho intentó marchar, fui detrás


de él, no le iba a consentir que me amenazase y ni
En el fondo 129
Raquel Couto Antelo
mucho menos que dijese la última palabra sin darme
opción de réplica. Lo di agarrado por el hombro,
se detuvo pero aún tardó a dar la vuelta, a punto
estuve de echar a correr y encerrarme en mi piso
porque aquella demora tenía pinta de que estaba
tratando de calmarse, de contener las ganas de
darme una paliza, era bien capaz, no de darme una
paliza... esperaba... pero si de pegarme un grito
que me dejase sin sentido. Pero no lo hice, con el
miedo que me entró sólo fui capaz de quitarle la
mano del hombro. Él, al notar que había retirado
la mano se dio la vuelta despacio, tomando aire,
y no sé si era yo con el miedo o él con la emoción
pero me dio la impresión de que tenía los ojos
empañados, aunque sólo fue eso, una impresión
porque nunca lo había visto emocionado, sí bueno,
cuando su equipo ganaba y tal pero no emocionado
de sentimentalmente emocionado. Me miró, me agarró
por los brazos, como para inmovilizarme, ya me
estaba temiendo lo peor. Bajó la mirada, me soltó
los brazos y me agarró por el cuello, ya estaba
echando cuentas de que igual sí era capaz de darme
una paliza cuando se acercó y me besó, después me
soltó el cuello con una caricia y me dijo con una
voz muy dulce:

- Hazlo.

Lo de darme una paliza sin duda iba a doler más,


pero el efecto no sé si iba a ser tan demoledor,
quedé mirando como se marchaba aunque sin ver en
realidad.

Cuando volví en mí subí para llamar a Sandra y


contarle que Ramón me había besado, estaba toda
acelerada buscando el móvil cuando recordé de
nuevo que me habían robado el bolso, el móvil y
todo, y que, seguramente fue el James Bond que me
acababa de conquistar con un beso. No lo pensé,
eché a correr escaleras abajo y fui a casa de
Sandra.

En el fondo 130
Raquel Couto Antelo
A decir verdad me extrañaba que tardase tanto en
abrir, no era la más rápida del mundo pero llevaba
un cuarto de hora dándole la chapa en la puerta y
hasta su infinita paciencia estaba fuera de ese
límite. Lo volvió a intentar una última vez y como
vi que no había manera decidí entrar a la brava.
No sería la primera vez que quedaba dormida en el
sofá con los cascos y después iba diciendo que la
dejábamos abandonada, que no le hacíamos caso, que
no la íbamos a visitar... Tomé impulso y le di una
patada a la puerta y la abrí. No es que tuviese
tanta fuerza es que si le dabas un golpe seco a
media altura se abría... algún defeco de
fabricación.

El piso no estaba revuelto ni había indicios de


violencia, todo estaba en su sitio, la tele
apagada, la cocina ordenada y la manta del sofá
doblada en el respaldo. Me senté y me puse a
pensar, con Paco no podía estar, no era normal que
teniendo ella un piso para ellos dos solos
estuviesen en otro con dos hombres y una mujer
más. Después di un paso atrás y me centré en la
mujer del piso de Andrés ¿y si era Sandra? Eso
explicaría porque se escondió tan rápido, igual le
dio vergüenza que la viese en aquellas
circunstancias y... Sandra no era, ella es
demasiado inocente como para sentir vergüenza por
liarse con nadie, lo hacía y punto, que
explicaciones tenía que dar ella a nadie. ¿Y
Alicia? A ver si el numerito de mujer engañada era
un truco para acercarse a nosotras, o peor, a ver
si le dio un ataque de celos y la despachó.

Me levanté, recorrí el piso de nuevo a ver si


encontraba algo. De repente escuché un zumbido que
venía de alguna parte, sonaba clueco, como cuando
metes una zapatilla en la lavadora, clueco y
metálico. Fui a la cocina para comprobar si había
dejado la lavadora encendida, por lo menos eso
indicaría que no andaba muy lejos, que yo era una
histérica y que ya estaba inventando una buena
En el fondo 131
Raquel Couto Antelo
para que no me hiciese pagarle el arreglo de la
puerta. La lavadora tenía la puerta abierta y el
ruido había parado, aproveché que estaba allí para
comer algo, debía llevar dos días sin comer, o eso
pensaba. De repente el zumbido volvió a aparecer.
Venía de la lavadora sin duda. Miré dentro, era un
móvil. Eché la mano dentro y lo agarré, seguía
zumbando. ¡Era mi móvil! ¡Era mi móvil!

¿Pero que demonios hacía mi móvil en la lavadora


de Sandra? Lo primerito que se me pasó por la
cabeza fue pensar que me había emborrachado tanto
que, como me había dicho Salva, no tenía ni idea
de donde había dejado nada y me había inventado lo
del robo del bolso. Vale, en realidad lo primero
que se me pasó por la cabeza fue “la muy asquerosa
me robó el bolso” y lo seguiría pensando de no
haberlo encontrado en la lavadora. El móvil seguía
zumbando. Si Sandra me hubiese robado el bolso,
cogería lo que necesitase y me lo devolvería sin
que me diese cuenta; era obvio. Lo podía hacer en
cualquier momento y no necesitaba meter el
teléfono encendido en la lavadora. Vale, no había
sido ella.

Quien me robó el bolso secuestró a Sandra. Esta


explicación era más factible, más lógica, no
explicaba lo del móvil en la lavadora pero era más
lógica. El móvil seguía zumbando. ¿El móvil seguía
zumbando? Por fin me di cuenta y dejé de darle
vueltas a la cabeza y descolgué.

- ¿Si?

En el fondo 132
Raquel Couto Antelo
Capítulo 31. Magia

- ¿Si? – repetí.

- ¿Quién es? – dijo una voz de mujer al otro


lado.

- ¿Cómo que quién soy? ¿Quién es usted? –


pregunté.

¿Qué era eso de llamarme y preguntarme quien era?


¿A quién había llamado? ¿Cómo que quién era? ¡Era
yo!

Después de un largo silencio y un poco antes de


colgar la mujer dijo con acidez:

- A ver si nos dejamos de tonterías, llevo


cuatro días sin saber de mi hija y me estoy
poniendo nerviosa.

Le dije que igual era mejor que la llamase a ella,


que el departamento de hijas perdidas no era yo y
que igual a la policía le podía ayudar ya que
cobraba para eso. Ella dijo, con mucha ironía, que
agradecía mi inestimable ayuda, que ni se le había
pasado por la cabeza hablar con la policía, que
mil gracias y que gracias de nuevo y que si era
capaz de dejar mi estupidez a un lado igual
sacábamos algo en limpio. Y tanto. Colgué. Sí,
colgué, que sí, le colgué a una madre desesperada
que no sabía de su hija desde hacía cuatro días.
Bueno ¿y qué? yo rescatar joyas o jarrones sí,
pero hijas no. No era cosa mía, no era mi
responsabilidad, no me incumbía. Bueno, vale, que
sí, que me pudieron los remordimientos, que me dio
por pensar en Sandra, que también estaba
desaparecida y la llamé de vuelta.

Casi ni sonó el primer tono.

En el fondo 133
Raquel Couto Antelo
- Se llama Alicia y encontré este número al
lado del teléfono. Es lo único que dejo en
casa.

¿Alicia? Si era la misma Alicia que yo conocía la


cosa no era para tanto, tenía pinta de saber
desenvolverse bien y de tener mala leche
suficiente como para que no la aguantasen mucho
secuestrada, esto último decidí no decirlo porque
tal como son las madres igual entendía que la
despachaban en lugar de que pagaban para que se la
llevasen, que eso era lo que pretendía decir.

Le dije que conocía a una Alicia que había estado


en mi casa porque sospechaba que su marido andaba
con mi amiga y que parecía desenvolverse, pero que
no la había vuelto a ver. Ella dijo que tenía
razón pero que no la llamó desde que marchó y que
no le cogía el teléfono y que como tenía esa
inconsciencia de niña consentida igual se había
encontrado con algún desalmado que le vio la visa
platino y...

Le conté cual había sido la última vez que la


había visto y que no me tenía pinta de ser fácil
de engañar, y que también había desaparecido mi
amiga, la que ella pensaba que andaba con su
marido. A lo mejor no debí mencionarlo.

- Oh, dios ¿no pesarás...?

Creo que le pasó por la cabeza que su hija había


matado a Sandra, pero no la dejé terminar, por si
fuese cierto, que no lo creía... Pero la mujer se
desesperó y empezó a contarme su vida, toda
entera, desde que se casó hasta el momento en que
Alicia puso el pie fuera de su casa. Me sorprendió
que la batería del móvil aguantase tanto. Cuando
la mujer empezó a llorar le dije que prometía
hacer todo lo posible por encontrar a su hija y
que la llamaría y todo eso.

En el fondo 134
Raquel Couto Antelo
A parte de la situación incómoda del principio y
del final de la llamada saqué mucha información
interesante. El nombre de Andrés, que saliese ese
nombre fue lo más interesante de todo, tenía que
volver a su piso.

Llamé varias veces pero no abrió nadie. Puse la


oreja y escuché la tele y pasos de gente. Me
acerqué todo lo que pude, ya casi parecía
Spiderman de lo incrustada que estaba en la
puerta. Se escuchaba con claridad, era “Corazón de
Glamour”. Pegué el dedo al timbre y apreté hasta
que se me quedó dormido, el dedo no el timbre.
Normalmente en mi casa funciona, pero en la de
Andrés se ve que no. Me cansé de estar allí de pie
y llamé a Salva. Fue claro y conciso:

- Ligué, no me molestes, que le den al dinero.

Eso lo decía en el frenesí del momento, pero una


vez le pasase el encandilamiento verías lo que le
iba a dar y por donde. Yo hice lo que me dijo,
mandada que soy, lo dejé en paz, claro que le
tenía que dar la paliza a alguien así que fui a
buscar a Ramón, al final todo era culpa de él, así
que era él quien tenía que arreglarlo. No estaba
en el hotel, pero como iba tan emperiquetada que
diría una gran mujer fueron muy amables y me
dijeron que le habían pasado una nota para una
cita en las tiendas centrales a las cinco de la
tarde. Tenía que ir acostumbrándome a usar blusa,
eso de no abrochar todos los botones daba bastante
mejor resultado que pegar cuatro gritos, donde va
a parar; lo de la falta también ayudaba, para
obtener información, para lo de las tiendas
centrales igual no tanto.

A las cinco era una hora extraña, cuadraba aún con


la marea alta, y calculaba que hasta las siete no
empezaba a bajar lo que significaba que hasta las
ocho no comenzaban a abrir las tiendas. Sí, era la
hora más bonita porque las iluminaban con velas y
En el fondo 135
Raquel Couto Antelo
aliviaban el olor a marea con incienso lo que le
creaba un ambiente mágico. Que la cita fuese a las
cinco en lugar de a las ocho significaba que había
quedado con alguien de fuera o alguien que no iba
mucho por allí, lo que no tenía sentido salvo que
no quisiera que los viesen juntos por allí. ¡El
muy sinvergüenza iba a quedar con una casada! Con
una casada sin experiencia en el tema porque la
hora era de una primeriza... ¡iba a quedar con
Alicia!

Si Ramón había quedado con Alicia, la que estaba


en casa de Andrés iba a ser ¿Sandra? encajaba con
lo de “Corazón de Glamour” pero no con lo de no
abrir la puerta. Recordé que había recuperado mi
teléfono. La llamé.

- El teléfono al que llama está apagado o


fuera de cobertura.

Si la de la casa de Andrés era Sandra, se había


quedado dormida viendo la tele, siempre apaga el
teléfono para ver la tele. Casi me alivió, por lo
menos estaba en sitio conocido y de estar
secuestrada la trataban bien, con la tele ya tenía
todo lo que necesitaba.

Esperé emocionada a que llegase la hora de la


cita, emocionada y escondida. Ramón llegó
primero, se sorprendió de ver que el mar lo
llenaba todo, seguía sorprendiéndose de que el
agua estuviese allí, era como el tío aquel de “Sé
quien eres” que se enamoraba cada vez que veía a
su doctora, claro que el tenía la excusa de la
enfermedad mental aquella.

La mujer llegó una media hora después, tarde,


efectivamente tenía que ser casada, alianza
llevaba. Esperaba otro tipo de mujer pero igual
era que nunca lo había llegado a entender, por eso
nunca llegaríamos a nada. Se saludaron con un
apretón de manos, por lo que igual la que no había
En el fondo 136
Raquel Couto Antelo
comprendido la situación era yo. La mujer sacó un
sobre del bolso y se lo dio con ademán clandestino
a Ramón, él miró alrededor y metió el sobre en el
bolsillo de dentro de la chaqueta. Después echaron
a andar, lo que dificultó el seguimiento, pero una
es una experta y no consiguieron despistarme. Ella
caminaba mirando al frente y Ramón gesticulaba
enérgicamente. No pude escuchar nada de lo que
decían y eso que cada vez me iba acercando más.
Pararon. Llegó un coche oficial con las lunas
tintadas y un chofer con una insignia del
ayuntamiento en la solapa de la chaqueta. No es
que tuviese vista de rayos X, es que el tipo salió
para abrirle la puerta a la mujer. Ella entró y
desaparecieron por las calles abandonadas de la
zona cero.

Ramón caminó hacia el punto de partida, yo fui


detrás de él. La marea había bajado y ya se habían
encendido las primeras velas en el edificio,
todavía había que mojar los pies para entrar, pero
no le importó. A mi tampoco, que remedio, en
realidad importar sí que me importaba pero quería
saber lo que hacía Ramón. Imagino que aunque sabía
que era lo que tenía que hacer lo debí pensar de
más y una vez dentro lo perdí, no estaba por
ninguna parte. Bueno, seguro que estaba porque de
momento no se podía salir por detrás. Subí al
último piso y miré por el balcón como se iluminaba
todo, como se iba llenando de gente y los barullos
de los regateos apagaba el eco de edificio vacío.

Cuando levanté la vista y miré al frente Ramón me


estaba mirando y sonreía, sonreía con aquella
sonrisa que me paralizaba y que restaba neuronas
porque me hacía olvidar todo lo malo y lo envolvía
en un aura de magia, bondad y atractivo que no era
normal ¿es que no había manera de inmunizarse?

- Con la marea baja cualquiera puede – escuché


al oído.

En el fondo 137
Raquel Couto Antelo
Traté de ver quien era, pero un par de brazos
enormes me acorralaban contra la barandilla y una
cabeza me impedía mover la mía. De cualquier
manera sabía de sobra quien era.

- ¿Quién era la mujer con la que hablabas?

“Esa no es una información que necesites” volvió a


decirme al oído. Pero si que necesitaba esa
información, y de hecho quería esa información y
así se lo hice saber. Quedó callado respirándome
en el cuello. Sería por la magia del lugar o por
lo malísima que me ponía pero ni la risa floja me
salió, no quería estropear aquella sensación de
paraíso.

- Vamos a tomar algo – dijo por fin.

Le diría que no, que había tiempo que no había


estado tan cerca de la felicidad, pero el apartó
la cabeza de mi cuello y los brazos de la
barandilla así que la magia se desvaneció, así que
lo mejor era echarle algo de comer al estómago, ya
hacía no sé cuanto que no comía y además iba a
pagar el... esperaba.

Comí como una foca, la cocinera me miraba mal,


casi le había acabado con las tapas que tenía para
toda la tarde.

- ¿A dónde se va por allí? – preguntó.

- Al bosque – respondí.

- ¿Cómo que al bosque? ¿Cómo va a haber un


bosque ahí? – dijo escéptico.

Pues claro que había un bosque, nos levantamos y


salimos de las tiendas centrales por la parte de
atrás. El camino no era muy cómodo, pero por lo
menos no había escombro. Comenzaba a oscurecer y
Ramón estaba poniendo la cara de pánico que ponían
En el fondo 138
Raquel Couto Antelo
todos la primera vez. Supongo que fue para
tranquilizarse, comenzó a contarme toda la
historia.

En el fondo 139
Raquel Couto Antelo
Capítulo 32. La historia (Primera parte)

“El día que recibí la llamada de Andrés – comenzó


a decir Ramón – quedé pensando en como sería mi
vida si no hubiese marchado cuando marché, y la
verdad es que me dio la morriña, después estaba lo
del dinero, tampoco me venía mal, claro que estaba
harto de escuchar historias de la cantidad de
riqueza que quedó enterrada y la verdad es que no
pensé que la cosa fuese en serio; paro Paco y
Alberto tenían ganas de venir, no conocían la
ciudad y lo podíamos pasar bien.”

Caminábamos despacio saltando de piedra en piedra,


la marea todavía no había bajado de todo y
hacíamos lo que nos dejaba el mar, en realidad
nunca iba por esa zona, no había mucho que ver.

“Cuando vi lo fácil que fue liarte pensé que me


iba a retirar sin mucha complicación y hasta me
convencí de que realmente había dinero. Admito que
ver la zona cero me impresionó, será la cara que
ponemos todos la primera vez, imagino ¿qué bosque
dices que hay por aquí? – y siguió hablando sin
preocuparse de mi respuesta – los problemas
vinieron después, a veces me daba gana de matar a
Andrés, pero los amigos son así.

Recibí una llamada de la central, de la de aquí


para que me presentara a servicio, me extrañó
porque ni Paco ni Alberto la habían recibido y
tampoco se había oído nada que mereciese tanta
urgencia. Fui, claro que fui, como no iba a ir, me
fastidió, estaba de vacaciones, es que no hay
manera de desconectar con esta gente. En realidad
lo que más me molestaba era que a los otros no los
hubiesen llamado ¿qué pasa? ¿que tengo cara de
tonto?”

No me miraba, porque estaba poniendo gesto de que


sí, pero él siguió a lo suyo.

En el fondo 140
Raquel Couto Antelo
“El comisario me preguntó porque había venido, me
extrañó, bien sabía que era de aquí, no le dije la
verdad, le dije que hacía tiempo que no veía a la
familia y toda la gaita esa. Puso cara de que
bueno y me dijo que había alguien que quería
hablar conmigo, tan sólo me dijo que tuviese el
teléfono operativo y que lo cogiese cuando me
llamasen sin falta y sin excusa de ningún tipo.

No creas que le tengo miedo, cobro por


disponibilidad y aunque a veces me hago el sueco,
no cuando me dicen claramente que no lo haga,
tampoco quiero que me sancionen, uno tiene que
comer.”

Si, claro, este es de los que hablan mucho y


después se acobardan en cuanto el jefe sube el
tono de la voz, que sí, un revolucionario de
cafetería, estaba claro.

“Al poco tiempo recibí una llamada, era una mujer.


Ahí pensé que igual la cosa se ponía interesante,
y tenía razón, aunque no de la manera que yo
esperaba, en la primera llamada sólo me dijo que
se llamaba María y que teníamos que quedar en
sitio discreto. Ya me dirás si no era para hacerse
ilusiones. Cuando la vi bajé de la parra, no es
que esté mal, pero si un poco pasada para mi
gusto, ya me entiendes.”

Y tanto que lo entendía, sinvergüenza, más que


sinvergüenza, si había de ser una top model para
darle gusto al chico.

“Lo primero que me plantó era que sabía que estaba


metido en lo del tesoro. Como te lo cuento, dijo
“en lo del tesoro” como si supiese todo lo que
habíamos hablado con Andrés. Lo negué todo,
pruebas no había de tener, todo lo más sería que
Andrés se fuese de la lengua, cosa que entraba en
mis previsiones, la discreción no es una de sus
virtudes, para que vamos a decir lo contrario. ¿Y
En el fondo 141
Raquel Couto Antelo
qué, que Andrés se había ido de la lengua? en el
tema del tesoro con decir que era por seguirle la
corriente, que no creía que fuese cierto y como
dices tú, que es un cuento para turistas, pues ya
está. Pero la tía no iba por ahí, sabía todo, lo
que se dice todo, que habíamos hablado contigo,
que tú conocías a Salva, todo tu historial, todo
mi historial, nuestro historial – dijo
señalándonos, refiriéndose a nuestra relación –
con lo que la empecé a tomar en serio.

Sí, la tomé en serio pero con precaución, sobre


todo cuando empezó a contarme una película
distinta de la que me había contado Andrés, y aún
más cuando la historia de la tal María tenía más
sentido que la que me había contado Andrés.”

Yo ya no sabía donde pisaba, el agua me llegaba a


la rodilla pero estaba tan intrigada, por fin iba
a saber toda la verdad y nada más que la verdad...
o eso o era otro cuento de Ramón para liarme y que
volviese a bajar, pero estaba tan interesante...

“Andrés me había contado que ese concejal colega


suyo quería la pasta y poco más, que tenía
información cierta de que allí había dinero y que
aunque la repartiésemos había para parar un carro.
A mi me llegó, quedaban sin responder unas
preguntas como la de ¿por qué ahora? y alguna más,
pero quien se pone con esas tonterías en esos
momentos.

La tal María era concejala de cultura y me dijo


con total franqueza que lo único que le interesaba
era vengarse del concejal de urbanismo por dejar
su concejalía sin presupuesto; que me conseguiría
toda la información que necesitase y que quería
que de la manera que fuese el dinero no llegase al
concejal, que si había dinero tenía que seguir
allí abajo y que si me tenía que pagar lo mismo
que la cantidad que encontrase estaba dispuesta a
hacerlo.
En el fondo 142
Raquel Couto Antelo
No tenía ni idea del dinero que podía haber en la
caja fuerte de la Caja Universal pero dudaba que
una concejala de cultura pudiese igualar la cifra,
ella notó mi desconfianza y me firmó un cheque
bastante cuantioso, cheque que ya cobré y que
compensa con creces el dinero que sacaste del
fondo”.

Casi lo mato, para que me robó el dinero si ya


tenía el cheque, es que era para matarlo.

En el fondo 143
Raquel Couto Antelo
Capítulo 33. La historia (Segunda parte)

- ¿Entonces a que viene lo de robarme el


dinero? – dije enfadada cuando ya no aguanté
más.

- El dinero que tu robaste y que pretendías


que fuesen para ti sola, y no repartir con
nosotros – dijo Ramón con ironía.

- Claro nosotras hacíamos todo el trabajo...

Me interrumpió aspirando paciencia y siguió con la


historia.

“Como tú bien sabes, el dinero no da la felicidad


y a María lo que le da la felicidad es que el
concejal no tenga el dinero de la Caja Universal,
y sobre todo que el sótano de la Caja Universal no
quede libre. Digo yo que lo entiendes – me dijo
como si fuese evidente, que iba a entender yo –
veo que no, yo también tardé, que importancia va
a tener un sótano en el medio de la zona cero
entre otros muchos y que lleva allí abandonado
tanto tiempo. Pues la importancia está muy clara,
sobre todo cuando anda por medio el concejal de
urbanismo ¿no? Y deberías saberlo tu mejor que yo,
a los de la zona cero os expropiaron, por la
declaración de zona catastrófica y toda esa gaita.
La mayoría quedó contenta y satisfecha y ni echan
de menos el piso del centro ni el ruido del
tráfico ni el camión de la basura a las cinco de
la mañana en las calles estrechas. Después, claro
está, hay otra gente, como tú, que por llevar la
contraria andáis todo el día zona cero para arriba
y zona cero para abajo.

La verdad es que tampoco tenéis tanta importancia


en esta historia, que no aceptaseis la
indemnización y sigáis viviendo en vuestras casas,
aún con el agua y la luz cortadas y aunque el mar
rezume por el alcantarillado; pues ya ves, cosa
En el fondo 144
Raquel Couto Antelo
vuestra. Antes había aquellos poblados marginales
y ahora estáis vosotros, aunque la verdad dais
menos la lata porque no salís del gueto y valéis
de atracción turística. Cuando se cansan de
vosotros buscan algo por lo que meteros en la
trena, que lo hay, y punto.”

- ¿Lo del dinero era una excusa para meternos


en la trena? – pregunté.

“¿Estás en prisión? Acabo de decirte que tampoco


sois tan importantes, era un paso de tantos, un
beneficio añadido, como si tomas una aspirina para
el dolor de cabeza y te cura una postura en el
dedo gordo, ya me entiendes. O muy mal informada
andas o ya sabes que el plazo para devolver las
indemnizaciones y reclamar las antiguas
pertenencias está a punto de vencer. Igual no, tú
no tienes nada que devolver. Como es obvio nadie
hizo uso de semejante privilegio, quien se va a
querer meter en semejante pozo de escombro. Como
también deberías saber, una vez termine ese plazo
el ayuntamiento pasa a ser el legítimo y oficial
dueño de todo ese terreno. Pasa a manos públicas
por así decirlo.”

- Little Venice – interrumpí.

- Veo que si estaba informada – dijo.

- Algo escuché pero pensé que era una de las


excentricidades del alcalde o un bulo de
esos para reírse de él que circulaban por
ahí, como ser es bien posible.

“Pero aún así eso no es lo más importante de la


historia porque la obra se va a hacer de todas
todas, el proyecto fue aprobado en el Pleno al
poco tiempo de contemplar el pago de las
expropiaciones y no sólo por ocurrencia del
alcalde, sino por exigencia de los que pusieron

En el fondo 145
Raquel Couto Antelo
los fondos como aval, se ve que no fueron a fondo
perdido.

Te preguntarás que tiene que ver la caja fuerte en


todo esto – pues si, eso me estaba preguntando –
cuando la Caja Universal aceptó la indemnización
multimillonaria, como podrás imaginar, renunció a
todo lo que quedó allí, y como también bien sabes,
no todo el que renuncia está dispuesto a hacerlo
realmente. No les urgió hacerlo antes, o mejor
dicho no lo pudieron hacer antes porque tenían que
esperar el plazo legal para no tener que dar
explicaciones. No contaban con que te llevase tan
poco tiempo, la verdad; o digo yo que no
contarían, yo desde luego que no y María tampoco;
por eso tuvimos que devolverlo al fondo, por
decirlo de alguna manera – me mira entre
paternalista y llamándome tonta – para que no se
enterase nadie.

Afortunadamente para mi no le contaste lo del


dinero a los otros. Así no se enteró nadie de que
el dinero existe de verdad, de que conseguiste
sacarlo y de que estuvo en la calle al alcance de
cualquiera.”

- ¿De verdad que la venganza de una concejala


de cultura puede ser tan retorcida? Ni
siquiera va a recuperar lo que te dio en el
cheque, según tú – dije.

“La cosa no es tan sencilla como lo de robar el


dinero, parte del contenido de la caja era la
comisión del concejal por la concesión de la obra
a la constructora de la Caja Universal. Y lo más
importante de todo, como siempre, es un maletín
que estaba entre todos aquellos y que tu no
sacaste. El maletín contiene determinada
información, que al parecer puede cambiar el rumbo
de las COSAS” – dijo con misterio.

En el fondo 146
Raquel Couto Antelo
- Ha, ha, ha – reí despreocupada, pensando que
me estaba tomando el pelo.

- No te rías, tienes que volver a bajar y


sacar todos los maletines que dejaste de la
otra vez – dijo muy serio.

- No dejé ninguno, no nos costó ni nada


sacarlos todos – dije.

- Estoy hablando en serio – dijo.

- ¡Ei! para ya con las amenazas, por cierto


¿dónde está Sandra? Como le hagas algo te
enteras ¿escuchas bien? – dije, también muy
seria.

- ¿Sandra? No sé, andará por ahí con Paco, la


última vez que la vi fue en la ventana de tu
casa, y ahora que lo mencionas tampoco volví
a ver a Paco. Paco es muy amoroso igual la
convenció para ir de luna de miel – dijo muy
sugerente.

- Que raro – dije – entonces a que venía eso


de que “iba a perder más de lo que me podía
permitir”.

- Era una manera de hablar mujer, parece


mentira que no me conozcas – dijo restándole
importancia.

- Si que te conozco, si ¿por qué me dejaste


tirada en un banco allí delante del zulo ese
de los helicópteros plegables? – pregunté.

- No te dejé tirada en ninguna parte, cuando


bailábamos te desmayaste, digo desmayo por
ser fino, porque lo que tenías era una moña
de cuidado. Te llevé a tu casa, te dejé en
tu piso, en tu cama, sola... hasta donde yo
sé.
En el fondo 147
Raquel Couto Antelo
- Ya – dije mirándolo fijamente para descubrir
si mentía.

El primer instinto fue creerlo, pero me extrañó la


tranquilidad con la que escuchó “helicópteros
plegables”, sin inmutarse, como si fuese de lo más
normal. Además yo no había bebido ni una gota y no
me desmayé, o si, pero contra mi voluntad.

- ¿Dónde está el bosque ese que decías? –


preguntó todo natural, como cambiando de
tema, tratando de restarle importancia a la
historia de mi abandono.

- Estamos llegando – dije.

- ¿Cómo puede haber un bosque aquí? –


preguntó.

- Pues lo hay ¿recuerdas los jardines de


Méndez Núñez? – respondí preguntando.

- No me fastidies, eso no es un bosque – dijo


con desprecio.

- No claro, que no; peo por no se sabe muy


bien qué, una especie de Nueva Zelanda, un
árbol muy alto y lleno de raíces que había
en los jardines, le dio por reproducirse,
multiplicarse y extenderse. Toda la zona
portuaria ahora es un bosque, casi una
selva.

- Porque tu lo digas ¿y no se ve desde Santa


Cristina?

- Si que se ve, pero con la marea llena parece


un jardín –dije con misterio.

- Ya me tarda verlo – dijo incrédulo.

En el fondo 148
Raquel Couto Antelo
La verdad es que lo tomamos con mucha calma, de
las tiendas centrales al bosque no había más que
unos quince minutos con buen paso y sin muchas
charcas; pero Ramón no era capaz de andar y hablar
a un tiempo, si eran frases pequeñas si, pero
cuando agarraba ritmo en el relato paraba y se
explicaba todo, como si no fuese capaz de hacer
dos cosas a un tiempo o como si con su énfasis
quisiese convencerme de que la historia que me
contaba era cierta.

En el fondo 149
Raquel Couto Antelo
Capítulo 34. Conspiración

- ¿Y ahora qué hacemos? – dijo María.

- Lo que haya que hacer – dijo Carmen.

María sabía que Carmen hablaba en serio, que


llegaría a donde fuese necesario, aunque no estaba
segura de que fuese oportuno que se involucrase de
más en la situación, al final tenía motivos
personales que podían aumentar la crueldad de la
venganza.

Josefa las miraba en silencio, estaba de acuerdo


con sus colegas pero no quería implicarse
demasiado en una historia que le tenía pinta de
absorber mucho tiempo. Al final era una
conspiración y por años de funcionaria sabía que
pese a todo el tiempo libre que pudiesen tener,
esas cosas se hacían de noche, y también por su
amplia experiencia sabía que ella, de noche, tenía
mejores cosas que hacer.

- No lo tomes como algo personal – dijo María.

Carmen ni le prestó atención, dio un golpe con la


mano en la ventana, dejando claro que por supuesto
que lo tomaba como algo personal, era algo
personal. Su ex la había tomado con ella,
disfrutaba cada jugada que le hacía y hasta aquel
momento había ganado siempre, pero había llegado
el momento de pararle los pies, y si no lo hacía
la Ley lo haría ella. No sabía muy bien como, pero
ya encontraría la manera y quedó pensando con la
mirada perdida en la balconada de enfrente.

María caminaba nerviosa de un lado a otro.

- Igual es una tontería, pero... – dijo


Josefa.

- ¿Pero? – dijo María emocionada.


En el fondo 150
Raquel Couto Antelo
- Pero igual no hay maremoto ni nada – dijo
Josefa.

- Claro, e igual si que lo hay – dijo Carmen


saliendo del trance.

- Ya – dijo Josefa.

Carmen bien sabía que era una posibilidad pero


todo parecía indicar que sí, y tenían que estar
preparadas, en cuanto se firmasen las
expropiaciones sería demasiado tarde para actuar.

- Tiene que haber algo que no estamos viendo –


dijo María.

- Yo paso, que queden con todo, dame igual,


voy a dedicarme a vivir la vida y dejar de
preocuparme, cuando la gente proteste por
las malas condiciones de los colegios ya me
darán el presupuesto que me corresponde –
dijo con resignación.

- Si, o ya te echarán la culpa de todo lo


malo, pedirán tu dimisión y adiós a tu
carrera política – dijo Carmen.

Josefa vio por primera vez en toda la mañana la


necesidad de implicarse en el negocio.

- Vale, está bien, pues si estas tenemos, se


van a enterar – dijo Josefa – lo primero que
tenemos que averiguar es quien va a dar el
aval para las indemnizaciones, ahí es donde
va a estar el negocio.

- ¿Aval? – preguntó María - ¿pero hace falta?

- Claro que hace falta – confirmó Carmen,


aunque no tenía ni idea de lo que estaba
diciendo.
En el fondo 151
Raquel Couto Antelo
Antes de bajar para el café se juntaron las tres
frente a la ventana y miraron la Plaza con un
sentimiento de morriña, con un echar de menos, con
un fue bonito mientras duró; y trataron de
imaginarla llena de agua o destruida por las olas
y les salió un suspiro desencantado. En el café
urdieron el plan de espionaje, hablarían con
Noelia la de Administración, ella podía hablar con
Argimiro de los bedeles, que conocía a... y así
tejieron una red que más parecía encaje de
Camariñas de lo fino que palillaron. El objetivo
de la red era tener acceso a todo lo que se
firmase, a todo lo que firmase el concejal de
urbanismo, dentro y fuera del Ayuntamiento, dentro
y fuera de la legalidad, dentro y fuera de donde
quisiese dios que se firmase lo que quisiesen
firmar.

Como buena obra de arte el valor de la red aumentó


con el paso del tiempo, juntaron tanta
información, que tuvieron que alquilar un piso
como centro de operaciones porque el volumen de
papeles de los despachos empezaba a levantar
sospechas. Y como buena obra de arte, con el
tiempo, les dio una alegría. Por fin saltó la
liebre. La Caja Universal puso el aval para las
indemnizaciones y cruzando fechas y nombres y
claves, encontraron una serie de fax y correos
electrónicos y notas que establecían una relación
directa entre el concejal de urbanismo y el
director de la Caja Universal. Había tres vías de
actuación, la oficial, que era la del aval, la
oficiosa que era la de la concesión de las obras
de Little Venice a la constructora del director de
la Caja y la ilegal, directamente a esta vía le
vamos a llamar así. La concesión de las obras
tenía un doble sentido, del ayuntamiento a la Caja
para agradecer el aval y del director al concejal
para agradecer lo de la obra. En definitiva,
quedaban todos muy agradecidos. Habían decidido
que la mejor forma de canalizar toda esa cantidad
En el fondo 152
Raquel Couto Antelo
de dinero en negro era dejándolos abandonados en
el fondo, en la caja de seguridad, era
prácticamente infranqueable, el seguro cubriría la
pérdida por lo que para la Caja no tenía coste
alguno, y el concejal sólo tendría que esperar un
par de años, que le venía bien porque le daba
tiempo a crear las empresas fantasma que
necesitaba para canalizar los millones que iba a
cobrar.

Y después estaba la vía de escape, la que Carmen,


María y Josefa necesitaban. Las escrituras que
habían entregado todas aquellas personas que
habían aceptado las indemnizaciones y las permutas
para los traslados de evacuación de la zona cero,
aquellas que le daban el ayuntamiento la propiedad
de toda la zona cero, las que tenían que proteger
con su vida, aquellas que a cambio de unos escasos
cinco millones de euros el cómplice de las tres
concejalas y traidor al concejal de urbanismo
había escondido entre los maletines de los
millones de euros que iban a quedar sellados por
el agua salada del maremoto.

- ¿Cómo que están en la caja de seguridad de


la Caja Universal? – preguntó Carmen
histérica.

- Este tío es tonto, pero tonto de remate –


dijo Josefa.

- Estaba contando el dinero, y como todos los


maletines son iguales, cuando los vio todos
cerrados ya no supo donde estaban los
papeles y no se iba a poner a abrirlos, no
quería despertar sospechas – dijo María con
comprensión.

- No quería, no quería, inútil, es que en este


condenado ayuntamiento son todos una banda
de inútiles, es que no se puede contar con

En el fondo 153
Raquel Couto Antelo
nadie, no hay quien haga una cosa a derechas
– farfullaba Carmen.

Era cierto, ellas le habían pagado para que les


trajera los papeles, con discreción, pero que se
los trajera a ellas, habían conseguido incluso una
caja de esas que tienen los grandes empresarios en
algunas entidades de dudosa ética, no es que les
gustase, pero desde luego era lo más seguro. Era
raro que nadie echase en falta las escrituras,
todos los contratos estaban firmados y tan sólo
les harían falta en caso de reclamación, cosa que
no era probable porque a pesar de que nadie
pensaba en el maremoto como un hecho con
probabilidad real de suceder, todo el mundo se
había apurado a marchar, sobre todo desde que
corrió el rumor de que los grandes potentados ya
loa habían hecho. Total, que no era probable que
los de urbanismo se diesen cuenta de la falta de
los documentos y en el momento en que Little
Venecia comenzase a andar ellas sacarían las
escrituras reclamando todo el terreno y obteniendo
una cantidad indecente de pasta.

Este era el punto en el que el debate se


recrudecía, María decía que era mejor sacar las
escrituras al comienzo de todo, para que les
tuviesen que pagar se querían empezar con todo el
fregado. Carmen decía que no lo veía claro, si las
sacaban al principio igual pasaban de hacer la
obra (tengo que decir que ellas no emplearon, por
muy ardiente que fuese el debate, palabras como
“fregado”, “pasaban”, “pasta”... sólo las empleo
yo para resumir todo el tinglado), por lo que
sería mejor sacarlas en el medio, cuando las obras
estuviesen avanzadas con lo que la única manera de
sacar rendimiento a lo que ya se había invertido
sería darles dinero por las escrituras. Josefa,
que no se alteraba con facilidad, decía que si
esperaban a que las obras estuviesen en la mitad,
y pedían más dinero que lo que les había costado
hacer esa mitad no se lo iban a pagar, por lo que
En el fondo 154
Raquel Couto Antelo
aparecer en el medio de las obras limitaría la
cantidad de dinero que podían pedir. El mejor,
según Josefa era esperar a que todo estuviese
terminado, a punto de inaugurarse, así si no les
daban la pasta serían las propietarias legales de
Little Venice y por lo tanto estarían más que
podridas de dinero, con el futuro asegurado y
siendo la envidia de la Jet Set. A esto María le
dijo que muy bien, pero que igual se eternizaban
en los tribunales e incluso corrían el riesgo de
que la justicia mirase por debajo de la venda y
les saliese mal la jugada.

- Da igual, ese torpe metió la pata y ahora no


tenemos nada – dijo Carmen decepcionada.

- Todavía... – iba a decir María.

- “Todavía” nada – cortó Carmen.

- Todavía nada no – intervino Josefa – si las


escrituras están con el dinero, y sólo
nosotras y el torpe sabemos donde están,
sólo tenemos que esperar a que saquen todos
los maletines y robar el que tenga las
escrituras. Ellos no saben que las
escrituras están allí, no las buscan,
nostras sí.

- Y como vamos a hacer para rescatar ese


maletín en concreto – preguntó Carmen con
cierto alivio.

- Ya lo veremos si todo sale según lo previsto


vamos a tener tiempo para pensarlo con calma
– el torpe estará callado ¿no?

- Sí, no le lleva idea el tema, quería el


dinero y va a pedir una excedencia para
hacer un curso de cine que dice que siempre
quiso ser artista o algo así, no vamos a
tener problema con él – dijo María.
En el fondo 155
Raquel Couto Antelo
- Bien – dijo Carmen.

En el fondo 156
Raquel Couto Antelo
Capítulo 35. Perdid@s

Si la cara de los que se enfrentan por primera vez


a la zona cero era de asombro, la de la gente que
veía el bosque por primera vez era indescriptible.
Imagino que la sensación es como cuando acabas de
morir y descubres que puedes atravesar paredes o
como cuando Neo jugaba con el espejo de metal
líquido; esa sensación de cambiar de mundo, o
dicho con más propiedad, de tener un pie en otro
mundo.

- ¿Pero que demonios? – dijo Ramón sin fuerzas


para terminar la frase.

El sol de la tarde casi no podía pasar entre las


ramas de aquellos inmensos árboles. El tenía la
excusa de ser novato en la materia yo no, y aun
así cometí el mismo error que comete todo el mundo
delante de aquel espectáculo, porque ese es el
único nombre que le puede hacer justicia,
espectáculo, de espectacular.

- ¿Vamos? – pregunté desafiante.

- ¿A dónde? – preguntó escandalizado.

Cuando le dije que a dentro del bosque me miró con


cara de niño asustado, una cara adorable,
demasiada tentación para no caer en ella. Sin
dejarle mucha alternativa comencé a adentrarme en
la espesura. El miró hacia atrás, estudiando las
alternativas, hasta me pareció ver como daba la
vuelta, pero no. Volvió a mirarme y caminó
indeciso hacia mi. Yo estaba segura, no sé muy
bien porque, nunca me había metido sola en el
bosque, ni recordaba la última vez que caminé
entre los gigantes verdes, desde luego ni eran tan
gigantes ni tantos como tenía delante en aquel
momento; pero la debilidad de Ramón me hizo más
fuerte, como un parásito que se alimenta de su
anfitrión.
En el fondo 157
Raquel Couto Antelo
Imagino que mi idea era asustarlo para que
confesase todo lo que tuviese que confesar, al
final era lo que hacían ellos, sólo que en lugar
de encerrarlo en una habitación con espejo lo metí
en el bosque animado. Y funcionó. La conversación
era trivial, “esto es impresionante” “el suelo no
parece muy firme” “que puro parece el aire” y sin
que pueda determinar en que momento confesó que me
había engañado, que Sandra estaba con Paco,
retenida aunque ella no era muy consciente porque
como estaban los dos con la tontería del
enamoramiento había sido muy fácil engañarla. De
Salva no me dijo nada, ni falta que hacía el muy
desvergonzado andará con el cachimán aquel de los
helicópteros. Me contó lo del maletín que buscaban
y lo que había hecho con los que me había robado.

- Pensé que habías dicho que los habías


devuelto al fondo – dije.

- Oficialmente sí, eso es lo que cree la


concejala que hice, pero comprenderás que es
una lástima tirar tanto dinero allá en el
fondo, sobre todo pudiéndola tener a buen
recaudo para disfrutar de una vejez
tranquila.

Me debió notar en la cara, en la mía la que tenía


el, claro que comprendía, esa era la vejez que
tenía planeada para mi, no te fastidia.

- No me mires así – dijo en serio – no


pretendía utilizarte.

- ¡Ha! – me salió sin pensar.

- En serio, repartimos el dinero entre los


cuatro y ni toqué mi parte – dijo como con
afectación.

En el fondo 158
Raquel Couto Antelo
- Es que mucho tiempo no tuviste, aún no sé
como os dio tiempo a contarlo para
repartirlo – dije.

El sonrió, sincero, me dijo entre risas que no lo


habían contado, que lo habían repartido a ojo. Que
graciosito el niño. Yo le dije que no iba a volver
a bajar, que allí no quedaba nada, y que no me
apetecía que me pillasen allí y pensasen que todo
el dinero que se suponía que no había allí lo
robara yo. Lo que me faltaba, hacer todo el
trabajo, quedar sin nada y llevar todas las
culpas. El dijo que lo comprendía, que Andrés
también andaba algo preocupado por la reacción del
concejal cuando se enterase de que faltaban los
maletines, pero también dijo que se ocuparía de
que fuese lo más tarde posible.

Cambió el tono de su discurso, empezó a recordarme


al primer Ramón que conocí, aquel tío divertido,
espontáneo y sincero que te hacía sentir que lo
conocías de toda la vida. Sí, vale, me volví a
colgar por el. Sería la clorofila. Caí. Ya está.
Una no es perfecta. El ensoñamiento del amor hizo
que me desorientase más en el bosque y cualquier
posibilidad de salir de allí que remotamente
pudiese existir en mi cabeza se disipó
automáticamente. No lo supe, lo de que estaba
perdida, yo seguí andando en la nube de magia que
me envolvía desde que entré en las tiendas
centrales aquella tarde.

- ¿Sabes? – dijo agarrándome del brazo para


que lo mirase – creo que tienes razón.

Lo miré sorprendido, no porque me diese la razón,


que también, sino porque no sabía a que se
refería.

- Pensándolo bien, creo que tienes razón, que


no quedó nada allí abajo – dijo mirando

En el fondo 159
Raquel Couto Antelo
alrededor - ¿oyes, sabes hacia donde vamos,
no?

- Si, claro que lo sé – dije fingiendo


seguridad, no tenía ni idea, pero me
interesaba lo de que tenía razón.

- Ella piensa que su cómplice metió los planos


en uno de los maletines, que se confundió, y
ahora mismo, si tengo que elegir entre que
te engañes tú y que él se confundió, creo
que elijo que él se confundió pero no de la
manera que cree la concejala.

En el fondo 160
Raquel Couto Antelo
Capítulo 36.¿Qué dices que dijiste?

“Pues a mi no me parece bien” dijo Alberto al


escuchar el plan de Ramón, los otros se miraron
entre si, lo dijo en serio, como si no lo viese
claro. Ramón levantó la vista y lo miró tratando
de averiguar los motivos por los que no le parecía
bien, pero Alberto desvió la mirada. No le dio
importancia y tanto a Paco como a Andrés les
parecía bien el plan así que decidieron seguir
adelante. Paco, lejos de tener alguna objeción
estaba dando saltos de alegría, no le prestaba
mentirle a Sandra pero era un mal menor comparado
con un número indefinido de días a su lado. Para
Andrés tener entretenida a Alicia no le iba a
suponer mucho esfuerzo, pensaba que había perdido
su encanto, que ya no había chispa entre ellos,
pero ya se le ocurriría algo, si había que
explotar lo de los cuernos pues lo haría pero
Alicia volvía a caer o el dejaba de ser quien era.

Alberto se levantó y marchó, fue a dar una vuelta,


con amigos como aquellos quien necesitaba
enemigos. Si, muy bien, Paco con Sandra, Andrés
con Alicia y Ramón marchaba para el hotel para que
tuviesen más sitio en el piso de Andrés, así
quedaba el de carabina con el detective salido y
la alegre divorciada y con la parejita de osos
amorosos. Pues no estaba dispuesto a consentirlo.
Y lo que más rabia le daba era que Ramón no se
diese cuenta, que no pensase en el ni un segundo y
lo que todavía lo ponía peor es que pensó primero
en Paco.

- ¿Se puede saber que te pasa? – dijo Ramón


detrás de él.

“¿Qué qué me pasa?” dijo Alberto enfurruñado, y


Ramón lo miró con la cara que le ponía a los
ligues cuando se les ponían de luna.

En el fondo 161
Raquel Couto Antelo
- No me mires así que bien sabes de que te
hablo – dijo Alberto indignado.

Ramón abrió los ojos como platos, se centró un


momento porque de verdad le estaba pareciendo una
escena de celos de querida de la noche anterior.

- ¿Pero es que no lo sabes? pues no esperes


que te lo cuente yo, vete pensándolo – y
echó a andar ligero dejando atrás a Ramón.

Atrás y con la boca abierta.

- Pues va listo, no tengo yo más en que pensar


que en las paranoias de este – y volvió para
su casa.

Alberto siguió caminando un buen trozo, por


supuesto ni se fijó por donde andaba, y se perdió,
estaba claro que se iba a perder. Pero
afortunadamente tenía móvil para llamar para que
lo fuesen a buscar, porque el nombre de la calle
de la casa de Andrés tampoco si se le ocurriese
aprenderlo. Mientras esperaba a que Ramón llegase,
y sería por la vergüenza de verse en esa
situación, pensó en el plan desde otro punto de
vista. Lo vio como un plan, de los de siempre, de
los que tantas veces habían puesto en marcha. Y
olvidó el tema de Paco, al final el había jugado
el papel más importante, había conseguido
infiltrarse con éxito dentro de nuestro grupo y
nosotras no sospechábamos de él, cosa que no le
extrañaba, porque era tan pardillo que nadie podía
ponerle mala fe a lo que hacía. Sonrió, al final
sonrió. Lo pensó desde el punto de vista del
dinero y lo vio claro, no tenía mujer pero tampoco
tenía trabajo que hacer, sólo dinero que cobrar.

Ramón dio un frenazo cuando lo vio, estaba sentado


en un portal y desde la calle casi ni se le veía
la cabeza, pensó que había marchado y ni iba a
parar.
En el fondo 162
Raquel Couto Antelo
- Oyes, que adelante con el plan – dijo
Alberto nada más entrar en el coche.

- Pues me alegro de que pienses así, porque lo


tenemos que poner en marcha hoy – dijo
Ramón.

- ¿Hoy? – preguntó Alberto sorprendido.

- Sí, Paco llamó a Sandra para bajar a tomar


algo y ella le dijo que Xiana y Salvador
estaban haciendo filloas en la calle – dijo
Ramón

- Ah – dijo Alberto sin comprender.

Ramón puso la radio y siguió conduciendo como si


nada.

- ¿Pero es que no me vas a decir que es eso de


“hacer filloas en la calle”? ¿Que es, la
contraseña del plan? ¿De que me estás
hablando? ¿Es que ya no cuento para nada? –
dijo Alberto histérico.

Ramón apagó la radio y lo miró con el mirar ese de


helar la sangre para que callase de una vez antes
de que le hiciese tener la sensación aquella de
amante de la noche anterior que le había hecho
sentir hacía unas horas. Alberto lo entendió, no
le hizo falta explicación ni aclaración alguna.
Quedó calladito y mirando al frente como un niño
bueno.

- Por lo que dijo Paco, Sandra y Alicia están


en el piso de Xiana, Andrés no está muy
convencido de entrarle a Alicia con lo que
de momento de las alondras se ocupará sólo
Paco, y tú y yo tenemos que encargarnos de
Xiana y de Salva, bueno yo de Xiana – dijo
Ramón.
En el fondo 163
Raquel Couto Antelo
- ¿Cómo que tú de Xiana? ¿Qué me estás
contando, que me tengo que enrollar con el
gay? – dijo Alberto volviendo al tono
histérico - ¿y Andrés qué? ¿de rositas,
agarra la pasta y punto?

Ramón respiró profundamente.

- Efectivamente Alberto, Andrés agarra la


pasta, digo yo que si montamos esto es para
robarles la pasta, alguien la tendrá que
agarrar – dijo serio.

- ¿Pero ya los tienen? – dijo Alberto


emocionado - ¿ya los sacaron? ¿cuándo?

- Pues no lo sé, sospechamos que sí, ya sabes


lo rara que es la tipa esa – dijo Ramón.

- ¿Quién, Xiana? – dijo Alberto despistado.

- ¿Pero tú que tienes? ¿hay poco oxígeno para


ti en Coruña o qué? – dijo Ramón de mal
humor – Sandra, la que habló con Paco, la
que le contó que los otros dos estaban
haciendo filloas en la calle.

- Vuelta a lo de las filloas en la calle ¿pero


qué clase de metáfora es esa? – dijo
Alberto.

- ¡Qué metáfora ni que ocho cuartos! que


montaron un chiringuito en la calle porque
no daban subido al piso las mesas que
sacaron del fondo y no las querían dejar
solas en la calle, eso fue lo que le dijo
Sandra a Paco, literalmente, ¿lo pillas? –
dijo Ramón gritando.

- ¿Y para que rayos quiere Xiana dos mesas, en


su casa no le caben? – dijo Alberto.
En el fondo 164
Raquel Couto Antelo
Ramón lo miró, paró en doble fila, apagó el coche,
respiró profundamente y dijo muy tranquilo:

- Tú vas a venir con nosotros y vas a hacer lo


que te digamos y punto.

Alberto lo miró sin comprender, pero muy


consciente, “si hombre, que me voy a enrollar yo
con el tal Salva, a la mínima que pueda me
escaqueo y que monte este un trío si quiere” decía
para sí mirando de reojo a Ramón, mientras
arrancaba el coche.

En el fondo 165
Raquel Couto Antelo
Capítulo 37. ¿Que dijiste que dije?

Fue todo el camino aparentando una tranquilidad


que no tenía porque sabía que tenía que ser así,
Ramón le había hablado muy serio y no convenía
hacerlo enfadar, la última vez que le había
hablado bajo acabó haciendo todas las redadas de
los antros poligoneros de la Comunidad. Tranquilo,
tranquilo pensó como desaparecer sin más; pero no
pudo, Ramón lo llevó agarrado hasta mi calle y no
lo dejó bajar hasta que Andrés y Paco estuvieron
junto al coche.

- Ya me contareis a que viene este numerito –


dijo Alberto.

- Este dice que te quieres escaquear – dijo


Andrés señalando a Ramón.

- No me voy a enrollar con el gay os pongáis


como os pongáis, meted el dinero donde os
quepa – gritó Alberto, hizo una pausa –
mejor dadme el dinero que ya hice mi parte.

- ¿Qué hiciste qué? – dijo Andrés alterado –


no hiciste nada...

- Bajad el volumen que nos va a escuchar –


dijo Ramón.

Después caminaron tan anchos hacia el puesto de


filloas, Paco se había mantenido al margen de las
discusión, él estaba pensando en Sandra, en que si
lo miraba a los ojos descubriría que la estaba
engañando y en como ordenar los pensamientos para
que no lo descubriese. Y suspiraba cada vez que
escuchaba mentalmente su nombre en boca de Sandra.

En el momento en que Ramón se acercó a hablar


conmigo Alberto dio un paso atrás para perder de
vista a Salva, hasta pensó que Paco era un buen
candidato cuando lo vio tan implicado probando las
En el fondo 166
Raquel Couto Antelo
filloas. Y ya cuando Andrés pasó de todo y lo lió
para marchar con las guapas aquellas por fin
respiró tranquilo. Lo que duró. No fue mucho. Una
llamada en el móvil le aclaró por fin todas las
dudas, a parte de lo que se las aclaró ver por fin
que una filloa era una filloa y punto. Ramón les
dijo que la gallina, o sea yo, ya estaba en el
gallinero, y que las alondras, o sea Sandra y
Alicia ya estaban en el corral. Así mismo lo dijo.
Alberto miró de reojo a Andrés.

- A este aún le pesa no haber participado en


la Operación Nécora – dijo con retranca.

Andrés estaba apático, una vez había conseguido


con quien pasar a noche ya tanto le daba que fuese
Alicia u otra, en este caso era otra y tampoco
veía la necesidad de cambiar de pareja en el medio
de la noche. Pero la había. En es momento Andrés
despachó a las guapas turistas y miró muy serio a
Alberto para que se centrase en el tema.

“Ahora nos toca a nosotros” dijo con voz solemne.


Marcó un número de teléfono y decía cosas del tipo
de “hélice oblicua” “media tonelada” “potencia
máxima” “plegado en vertical” y cuando colgó dijo
un “a ver si no tardan” y tiró de Alberto para
fuera del bar, arrastrándolo de nuevo hacia donde
estaban las mesas, mis mesas. Esa fue toda la
explicación que recibió Alberto.

Cuando llegaron la calle estaba completamente


oscura, completamente en silencio, los faros del
coche los avisaron con el tiempo justo de frenar.
Alberto se alteró por el frenazo, por la oscuridad
y por el silencio. Andrés ni caso le hizo. Alberto
iba a encender la radio y un golpe en la mano le
hizo darse cuenta de que Andrés no estaba por la
labor, salió del coche, y pudo oler el mar. Miró
alrededor nervioso, de repente pensó que el mar
estaba a sus pies como un vacío traidor que lo iba
a devorar en cuanto bajase la guarda, sólo veía en
En el fondo 167
Raquel Couto Antelo
la línea de las luces del coche, las mesas y
oscuridad.

De repente escuchó un ruido intermitente y


constante, a lo lejos, pensó que era su reloj,
miró el pulso, no, el suyo era digital. Lo acercó
a la oreja a lo mejor hacía ruido igual, el ruido
se hizo más intenso, volvió a mirar su muñeca
escandalizado, alarmado, con la rapidez que pudo
desabrochó el cierre y tiró el reloj al suelo.
Andrés miraba a la oscuridad sin entusiasmo, sin
inmutarse.

El ruido, ahora, ya era notorio, Alberto seguía


mirando al suelo, espantado, esperando que de un
momento a otro aquel reloj que había comprado e
segunda mano a alguien desesperado estallase
segándole la vida. Cerró los ojos, levantó la
cabeza para oler el aire por última vez, olía a
mar. Volvió a respirar, sintió paz en su interior
y abrió los ojos, vio una luz cegadora, tal como
la describían en los programas de misterios
ocultos que escuchaban sus padres cuando era
pequeño, no hablaban del ruido molesto que la
acompañaba, pero eso debía ser la interferencia de
aquel reloj que lejos de ser robado como siempre
había sospechado, era de imitación. Se sintió
engañado, no por lo del ruido, sino por los 30
euros que le pagó, que bien podía dar gracias el
desgraciado que se lo vendió de que aquellos
fuesen sus últimos momentos que si no ya le estaba
partiendo la cara de una leche muy merecida.

La luz fue bajando hasta el suelo, dejando de ser


tan cegadora, dejando de estar encima de él,
dejando a Alberto sin una experiencia mística de
la Galicia profunda que contarle a sus padres.

Andrés salió del coche sin ganas, igual que en


todo el día, apático.

En el fondo 168
Raquel Couto Antelo
- Ni que cobraseis por hora, sois más lentos
que el caballo del malo – vomitó.

- Tranquilo tío – dijo una figura saliendo de


la luz, que diría Alberto, del helicóptero,
que nosotras ya sabíamos que era un
helicóptero - ¿los bultos son estos? Pues no
era para tanto. Era suficiente con uno más
pequeño ¿lo llevamos al almacén a la espera
de nuevas instrucciones?

- Sí – ordenó Andrés.

En el fondo 169
Raquel Couto Antelo
Capítulo 38. El bosque animado

- ¿Entonces de qué manera? – pregunté.

- ¿Tú que crees? – respondió Ramón mirándome


fijamente.

- Hombre, con los antecedentes de todos


vosotros seguramente que se equivocó el
pobre y los metió, no sé que decirte, en su
propio maletín – dije con ironía.

- ¡Exacto! – dijo él, como si descubriese la


pólvora.

- La verdad es que era de esperar, ellas no


pensarían en serio que el otro les iba a
hacer el trabajo así como así – dije.

Ramón pareció sorprenderse por mi desconfianza del


tal cómplice y hasta llegó a decirme que era muy
mal pensada, es que hay que escuchar cada cosa. La
verdad es que para ser todos medio delincuentes
eran una banda de aficionados.

- Habrá que buscar al tal funcionario – dijo


Ramón.

- Habrá sí – dije.

- Si salimos de aquí – dijo con mucha sorna


mirando alrededor.

La verdad, es que aunque lo dijese sin sorna


tendría razón, no tenía ni idea de por donde
andábamos, sólo que la marea estaba subiendo, y
que nos estaba conduciendo cada vez más hacia el
interior del bosque, por lógica tendría que
echarnos hacia tierra firme, pero lo único que
veíamos eran árboles y más árboles; hasta me dio
por pensar que la ciudad había crecido. Cada vez

En el fondo 170
Raquel Couto Antelo
la oscuridad era mayor, y el agua llegaba al
talón.

- ¿Cuánto más va a subir? – preguntó Ramón


mirando al suelo – no tengo ganas de morir
ahogado – dijo serio.

- Si pudiera ver la hora te diría cuanto falta


para que baje, pero la verdad s que no tengo
ni idea, que no sé donde estamos ni por
donde salir – dije sin intención.

Sin intención de decirlo, porque lo que tenía en


la cabeza para decir era alguna broma sobre lo
cobardes que eran los hombres en cuanto los
sacaban de su hábitat natural y ya veis lo que me
salió. Por suerte la oscuridad tampoco me dejaba
verle la cara, pero con esos suspiros hondos que
daba, se le notaba que estaba enfadado y mucho,
que por suerte también el tampoco me veía el
pescuezo sino ya me habría estrangulado, que os lo
digo yo.

- Pues yo ya me harté de andar – dijo – así


que vete buscando donde pasar la noche, que
no ando más, leche.

Esto último lo dijo elevando el volumen, sin


disimulos, para que me fuese cayendo que estaba
enfadado. Poco podía buscar, ya os digo que no se
veía nada, ya casi no sentía los pies, porque en
el ambiente hacía calor, pero el agua estaba muy
fría y llevábamos un tiempo andando en mojado, ni
distinguía cuando andaba seco. El paró, como los
niños cuando dicen que no andan más para que los
lleves en brazos. No sé si era eso lo que
pretendía, mi intención desde luego no era, en
todo caso al revés, que me llevase el a mí.

- ¿Cuándo encuentres al funcionario que vas a


hacer? – dije para distraerlo, para cortar
aquel silencio tenso.
En el fondo 171
Raquel Couto Antelo
El no dijo nada.

Ví un claro, la luz de la luna dejaba ver una


especie de peñasco, y fui hacia allí, no le dije
nada, iba en plan exploradora, quería ver donde
estábamos para soltárselo con naturalidad y no dar
tanto la impresión de no tener ni idea como
efectivamente no tenía. El vino detrás, sin
respirar profundamente, ni ruido, de hecho pensé
que había quedado abajo.

- Pero ¿esto no es el dique de abrigo? – dijo


Ramón detrás de mí.

Sí que era, sí, estábamos en los peñascos del


final del dique de abrigo, habíamos ido andando
por los pantalanes y el tejido de las raíces de
los árboles, imaginaba. Ramón se sentó calladito,
sin ningún reproche. Yo me senté a su lado.

- No sé – dijo.

Lo miré sin saber de que hablaba.

- Que no sé que haré cuando encuentre al


funcionario – dijo mirándome.

- Fastidiarte, porque no creo que te dé las


escrituras – dije.

- Lo que no creo es que lo encuentre, también


me extraña que María confiase en uno
cualquiera, es raro – dijo sin ganas.

- Lo que es raro es que no lo pensaseis antes,


bueno, por lo menos quedáis con el dinero,
los que quedéis – dije resentida.

Me pasó el brazo por encima de los hombros y se


acercó a mí.

En el fondo 172
Raquel Couto Antelo
- Todavía estás enfadada – dijo sonriendo
entre dientes.

Ni le respondí, que si estoy enfadada dice el tío;


si el enfado no me lo impidiese planearía allí
mismo como robarle el dinero de nuevo a ver que
tan bien le sentaba a él.

- En este mundo hay más que dinero – dijo.

No le di dos guantazos porque tenía un brazo


inmobiliario y con lo otro no le llegaba a donde
pretendía darle. Yo lo miraba de reojo, enfadada.
Él me miraba de frente, él, que yo estaba de
perfil. Se acercó un poco más.

- Está bonita la noche ¿no? – dijo.


Se acercó un poco más, su cara rozaba la mía. Yo
lo miraba de reojo.

En el fondo 173
Raquel Couto Antelo
Capítulo 39. Tejiendo la tela

Tenía que hacerse inseparable de su suegro, y


localizar al tal Andrés; eso por una parte, por la
otra tenía que llamar a Salva. Tenía que conseguir
llegar al dinero antes que el concejal, porque una
vez el concejal tocase el dinero ya no habría
posibilidad de recuperarla. Le había parecido que
su suegro no se fiaba mucho de Andrés, y no le
extrañaba, eso sí, tenía la excusa perfecta para
contactar con él, el caso de Salva, aquel que
había tomado de oficio sin ningún ánimo le estaba
reportando el beneficio de la oportunidad. Por un
lado Sandra, por otro Salva y por otro Andrés.

Salva descolgó el teléfono a la primera, estaba


pendiente de la sentencia y no se podía permitir
el lujo de no responderle. Le contestó con
ansiedad, al principio Carlos ni se dio cuenta de
la naturaleza del nerviosismo de Salva y sospechó
que el sospechaba que lo sabía, menos mal que unos
“que tal, bien” lo hicieron caer de la burra,
porque ninguno daba soltado prenda. Salva porque
no quería gafar la cosa, estaba convencido de que
iba a ir a prisión, y Carlos no quería decir nada
porque bien sabía que las aclaraciones no pedidas
eran culpas admitidas y quería que el tema saliese
con la naturalidad de aquel día en la cafetería.
Consiguió que Salva quedase con él aquella noche,
no le parecía una hora muy correcta, pero Salva se
había puesto histérico y quería quedar ya.

Lo de Andrés tenía que planearlo más, tenía que ir


al despacho y buscar el teléfono de su abogado y
con una excusa legal cualquiera ya lo liaba. Sí,
lo tenía todo bien estudiado. Aventajaba a su
suegro en que él conocía la parte actora sin
necesidad de intermediarios, y aún así podía
recurrir a ellos para marear la perdiz. En este
punto del razonamiento pensó que igual era mejor
mantener las distancias con el tal Andrés, no se

En el fondo 174
Raquel Couto Antelo
fuese de la lengua con su suegro y descubriese el
pastel antes de tiempo.

Salva aprovechó la llamada de Carlos para


escabullirse de las filloas, que llevaba toda la
tarde dándole y ya no podía más con el dolor de
pies, le iban a salir callos y eran muy difíciles
de quitar, y se negaba a renunciar a sus pies
perfectos. Tenía que admitir que en un primer
momento le dio un ataque de pánico, ni se dio
cuenta de que no eran horas de comunicaciones
oficiales, pero el miedo no le dejó pensar con
claridad. Tampoco le dejó pensar con claridad en
lo extraño de la llamada, asumió que tenía que
hablar de algo y punto, no le dio más vueltas.

Carlos ya estaba en el bar, Salva casi ni lo


reconoció, iba sin el traje de marca de siempre y
sin la gomina que le fijaba aquel tupé algo pasado
de moda a su modo de ver, dejándole un flequillo
muy indi que le quitaba el aire de pijo estirado y
lo dejaba en lo de pijo solo. Tenía su aquel,
pensó perdiendo las preocupaciones de repente, se
sentó a la mesa y comenzó una cordial
conversación, basada en el cambio de look. Carlos
recibió bien el tema, viendo que el histerismo
había desaparecido, también se metió en la
cordialidad y en la broma. Y entre broma y broma y
aprovechando que Salva olía a filloas y que Salva
dijo que estaba hasta el gorro de los turistas
para sacar el tema del tesoro. Entre risa y risa y
trivialidad y trivialidad Salva acabó soltándole
todo el rollo, completamente todo, para matarlo.
En su defensa pondremos que estaba eufórico y
cansado, dos condiciones físicas que merman la
atención, ya lo dicen en los anuncios de tráfico;
tampoco tenía mucha relevancia porque Carlos pensó
que lo de que el dinero quedara allí tirado en la
calle era broma, sobre todo después de que también
le contase que su mujer estaba durmiendo en una
casa de la zona cero y eso sí que era increíble,
con lo que tomó la declaración de su víctima con
En el fondo 175
Raquel Couto Antelo
la debida precaución. Después bajaron a la zona de
marcha, Salva porque ya había entrado en materia,
Carlos por disimular.

De metidos en faena le llevó exactamente un par de


minutos despistarse y perder de vista a Salva, en
realidad Salva fue quien se deshizo de él, sin
intención, es que la noche lo absorbe. Carlos
aprovechó para ir a mi casa, con toda la
discreción de la que pudo echar mano, no porque le
importase que lo viesen por allí, sino porque no
quería encontrarse con Alicia, en el improbable
caso de que fuese cierto que estuviese allí. Se
sintió engañado cuando llegó y vio que no había
nada en la calle, no había la fiesta que le Salva
había descrito, ni las mesas, ni maletines, ni
pinta de que los hubiese nunca. Por intentarlo,
porque no creía que Salva lo engañase de esa
manera, más que nada porque mentía muy mal y no le
había notado tic ninguno, subió a mi piso, todo
estaba en silencio. Puso la oreja, no llamó para
ver si había alguien, seguía manteniendo la idea
de un desagradable encuentro con Alicia. Conforme
bajó fue entrando en todos los pisos por si
habíamos subido la mercancía, sintió cierta
desilusión al ver que no, pero también un poco de
confianza al ver que el motor de tracción estaba
allí, donde Salva había dicho.

Con sentimientos encontrados volvió a la soledad


de su casa, es lo que tiene la soledad mezclada
con la noche, que deja volar a la cabeza con
demasiada libertad. Echó mano de su maletín del
trabajo, sacó de agenda y llamó al abogado de
Andrés. Lógicamente el abogado le dio el teléfono,
tenía mejores cosas que hacer que discutir a esas
horas por semejante tontería y por semejante
cliente, que le daba mucho a ganar, pero lo metía
en cada fregado...

Andrés descolgó porque pensó que era un cliente y


lo de los helicópteros estaba medio solucionado,
En el fondo 176
Raquel Couto Antelo
el mayor problema que tenía era aguantar a Alicia
y tampoco le suponía mucho sacrificio. Carlos no
planeó la estrategia antes de llamar, esta es otra
de las cosas que tiene la nocturnidad sin
alevosía, si es que siempre deberían ir juntas
como buen agravante. Tartamudeó al principio, mal.
Citó algunos puntos barra seis del Código Penal y,
y Andrés se cansó de aguantarlo y le colgó. En ese
momento se alegró de no haberle dicho su nombre,
ni quien era, allá fue por la línea telefónica
todo su prestigio profesional. Lo que sacó en
limpio de la llamada, lo único y más importante
fue esa voz femenina que se escuchaba de fondo tan
familiar.

En el fondo 177
Raquel Couto Antelo
Capítulo 40. Hilando fino

El concejal no sabía muy bien lo que había dicho y


lo que no, pero bien sabía que se había ido de la
lengua, tenía aquella sensación de cuando se los
ponía a su mujer, aquel delatarse antes de que la
mujer se diese cuenta; en realidad a Carmen le
llegaba con mirarlo de reojo una milésima de
segundo para saber el número de tinte de la que
había pasado la noche con él, pero en la inocente
prepotencia del pobre hombre lo entendía de aquel
modo. El caso es que tenía aquella sensación de
desazón. Tenía que hablar con Andrés para ver como
iba la cosa, aunque no le apetecía mucho porque de
verlo tenía que ponerse en plan protector. Cogió
aliento y llamó, sintió cierto alivio cuando vio
que no le respondía y después de tres cafés bien
cargados llamó para quedar con los amigos.

Lo interrumpió Andrés, le dijo que no hacía falta


que lo controlase que bien sabía lo que tenía que
hacer, es que ya que se había molestado debía
saber que ya estaba a punto de caramelo, que en
cuanto hiciesen el recuento lo llamaría. Él, si ya
tenía idea de terminar en el Venus, de escuchado
aquella noticia iba a terminar allí más que
seguro. Andrés le colgó con la rabia de quien
cuelga a un jefe pesado que no da tregua, y siguió
el maniobrar de los helicópteros en el hangar. Lo
seguía con la impaciencia de esperar a que enfríe
la pizza lo suficiente para que el queso no cuaje.
Las máquinas pararon y el silencio fue
tranquilizador.

- ¿Abriste los maletines? – preguntó Ramón


entrando por la puerta con la mirada triste.

- Parece que ya te deshiciste de Xiana - dijo


Andrés sin quitarle el ojo a los maletines.

En el fondo 178
Raquel Couto Antelo
Ramón no respondió. Se acercó al montón de
maletines y empezó a abrirlos, Alberto empezó por
el otro lado, mientras, Andrés no se movía.

- ¿Hay tantos como...? – preguntó.

- Ven a echar una mano y los cuentas –


respondió Ramón con frialdad.

Andrés le hizo caso porque no era una respuesta


ingeniosa era una orden y sí había tanto como le
habían contado, y no era capaz de entender la
decepción en la cara de Ramón y el ansia por abrir
todos los maletines. Cuando terminaron Andrés dijo
que iba a llamar al concejal y Ramón se lo
impidió, le preguntó porque lo había hecho y justo
cuando le iba a responder y solucionar todas las
dudas de Andrés sonó el teléfono, non o del sino
el mío. No quiero ni imaginar como llegó a su
bolsillo, pero la verdad es que no hay que hacer
mucho esfuerzo para adivinarlo, uno de los dos
tuvo las manos demasiado largas durante el período
de mi semiinconsciencia del baile.

Ramón miró quien era, en la pantalla salía Sandra,


colgó la llamada para que pareciese que estaba
ocupada y que por eso no le respondía, después
borró los archivos y lo volvió a guardar.

- Parece que Paco no está haciendo muy bien su


parte, id a echarle una mano – dijo Ramón.

Andrés y Alberto se miraron con complicidad.

- ¿Y tú que vas a hacer? – preguntó Alberto


con desconfianza.

Ramón les dijo que nada, que iba a dar una vuelta,
desconfiaban, tenían miedo de que les hiciese lo
mismo que ellos me hicieron a mi. Les está bien,
cree el ladrón que todos son de su condición. Él
lo notó, y no había, tenían una mala cara que
En el fondo 179
Raquel Couto Antelo
para qué, así que les dijo que quedasen ellos con
la clave, que él era mejor que ellos y que
confiaba en sus amigos aunque no lo mereciesen. A
ellos les valió al principio, porque pensaron que
si no tenía la clave de acceso al recinto no podía
entrar y sólo ellos lo podrían hacer, así que si
Ramón se fiaba de ellos es que era de fiar. Claro
que después, de camino a casa para ayudar a Paco
con el entretenimiento de Sandra y Alicia,
pensaron que había cedido demasiado rápido para
ser pesetero como era y que igual lo de la clave
no valía para nada y que igual... total que
acabaron llamándolo para ver que hacía, lo
pillaron en la cocina, en la cocina de Sandra y
casi lo matan de un infarto. Estaba dando vueltas,
quería ver donde era el mejor sitio para dejar el
móvil para que yo no sospechase que él me lo había
robado ni que estuviese en su piso, después,
tratando de esconderlo y ahí sonó su teléfono y el
mío cayó al suelo. No supo reaccionar, primero
quiso responder al teléfono, después tomar el mío
que estaba en el suelo delante de la lavadora. La
voz de Andrés dando gritos por el móvil le apuró
los reflejos, se agachó, tiró mi teléfono dentro
de la lavadora y le respondió a Andrés.

- ¿Qué haces? – preguntó con sorna.

- Nada, nada – dijo con la respiración


entrecortada.

- ¿Dónde estás? – dijo Andrés sin dar tregua.

- ¿Yo? Estoy... – respondió sin poder respirar


casi...

- ¿Si? – insistió Andrés.

- Y a ti que te importa – dijo ya recuperado


de todo – tú estarás haciendo la parte que
te toca ¿no?.

En el fondo 180
Raquel Couto Antelo
- Y tú no estarás en el hangar... – dejó caer
Andrés.

- ¡Qué hangar, hombre! ¿pero que dices...? no


tengo más que hacer, además la clave la
tenéis vosotros, estáis paranoicos, dais
pena – dijo Ramón serio.

Andrés se conformó, no parecían excusas, parecían


broncas, esperaba que la noche le fuese bien antes
de que volviese a casa.

- Vale, vale... – se disculpó Andrés – ya nos


vemos después.

- No, yo voy para un hotel, si os tengo que


aguantar a vosotros y a esas dos enloquezco,
acabáis conmigo – dijo con cansancio.

En el fondo 181
Raquel Couto Antelo
Capítulo 41. Amanecer

El sol de la mañana me abrió los ojos, me dolían


todos los huesos, estaba recostada encima de
Ramón, con mi cara en su hombro y aún así notaba
como si hubiese dormido encima de una roca, es
decir, me levanté más cansada de lo que me había
echado. El cuello todo retorcido y ya no sé que
más porque no me sentía nada, ni las piernas ni el
resto. Él dormía, parecía tranquilo y feliz,
demasiado tranquilo, por unos segundos en aquella
plácida mañana me entró el pánico; ¿y si había
dormido encima de un muerto?. Sí, seré egoísta,
pero por lo menos sincera, que eso fue lo primero
que pensé. Ya sé que debí pensar ¡por dios que no
esté muerto! que también lo pensé, aunque después,
al principio el asco de estar sobre un trozo de
tocino pasado. Pero en mi defensa diré que sólo
fueron unas minimilésimas de segundo, muy minis.
Cuando reaccioné, pasadas esas minimilésimas de
segundo apoyé mi oreja encima de su pecho y latía,
con un pequeño soplo, me pareció percibir, pero
aquello hacía bumbum-bum-bumbum como un reloj, y
respiraba, y el pecho se le inflaba armónicamente,
y la barriga, aquella barriga cervecera de pro,
también, más escandalosa que armónicamente pero
sí.

Y mirando para aquella ballena que asomaba sobre


la línea azul del horizonte estaba yo toda
concentrada cuando él despertó. La placidez de su
cara se esfumó cuando despertó y dejó paso a
quejumbres varias, cosa que me consoló, no sólo yo
iba vieja. Se quejó un poco, se incorporó y miró
alrededor.

- ¿Y el bosque? – preguntó extrañado.

Ni me había reparado en él, miré también alrededor


y la espesura había desaparecido, quedaban algunos
árboles, más o menos las que había en e antiguo
jardín. Ni traté de aparentar que lo sabía, me
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Raquel Couto Antelo
encogí de hombros y acepté la desaparición del
bosque como una verdad universal y ya.

- Serán como esas flores que sólo se abren de


noche – dije.

Me miró sin convencimiento, parecía que mi


explicación no le había parecido suficiente, pero
no dijo nada más, esperó unos minutos y se
incorporó, bajó hasta el agua y lavó la cara, yo
preferí esperar a meterme entera, la marea estaba
llena y no había manera de llegar a la península
sin mojarse y cuando el se dio cuenta tomó la cosa
con más calma. Nos sentamos un pedazo esperando a
que tomase aliento para nadar los dos metros que
nos separaban de la orilla, casi hasta fueron
menos porque la marea fue bajando.

En tierra le pregunté que íbamos a hacer, no le


sorprendió que me incluyese en la expresión,
imaginé que el había imaginado que no estaba
dispuesta a ceder más que aquellos millones de
euros que ya me habían robado.

- ¿Vamos a hablar con el cómplice de tu


funcionaria? – pregunté.

- Sí – dijo tajante.

Mientras caminábamos llamó a la concejala hablando


medio en clave, parecía necesitar permiso para dar
el siguiente paso. Cuando colgó parecía tranquilo
y seguro.

- A ver Xiana, en serio, ¿confiamos en


nosotros? – lo preguntaba en serio.

Dudé, él hablaba en serio y yo dudaba en serio.

- A ver, no quería decir eso, lo que realmente


quería decir es ¿puedo confiar en tí? –
preguntó también en serio.
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Raquel Couto Antelo
Tan en serio lo decía que me dio la risa.

- Bueno es igual – dijo apurando el paso y


hablando sólo – es lo único que tengo así
que tendré que apandar contigo. De todas
maneras eres la única que sabe toda la
historia, por lo menos toda la que yo sé.

Lo miré condescendiente, que yo sabía toda la


historia, toda la que él sabía, igual sí pero a
esas alturas era complicado de creer. Hizo un par
de llamadas más y después fuimos a desayunar,
estuvimos en la cafetería hasta que le llegó un
mensaje y arrancamos.

Fuimos a un descampado, no para desahogar, no, al


poco rato llegó otro coche y paró al lado del
nuestro. de el salió un hombre entrado en canas,
con pinta de poca cosa y mirada de dar pena. Ramón
salió y me dijo que saliese con él si quería, por
supuesto que quise, quería enterarme del asunto.

- ¿Qué? – le dijo Ramón al desconocido.

- Nada – dijo el otro.

- Nada no – respondió Ramón.

- Pues tú dirás – respondió el otro.

A punto estuve de volver al coche porque mis


nervios no daban para tanto, que, nada, nada no,
pues tú dirás, que clase de conversación era esa.

- A ver Argimiro, donde están los planos –


preguntó por fin Ramón.

- Con los otros maletines, ya lo sabes –


respondió Argimiro.

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Raquel Couto Antelo
Ahí, Ramón se puso serio, le pegó cuatro gritos de
los que pegaba él cuando se enfadaba y al otro se
le puso más cara de poca cosa. Casi me dio pena,
pero a Ramón no y dio un golpe en el capó del
coche, del coche del tal Argimiro no de su coche
por supuesto. El pobre hombre se echó para atrás
temiendo que después de la chapa le tocase a él.

- Te lo juro por lo que más quieras, a buenas


horas iba a estar yo aquí – dijo fingiendo
sinceridad.

De eso entendía mucho Ramón, lo caló enseguida. Le


dijo que estaba allí porque tenía que estar allí
para hacer la jugada cuando levantó la vista de
nuevo, volvió a decirle que él no sabía de los
planos más que iban dentro de uno de los maletines
del dinero, que se equivocó, que era un pobre
despistado, que vaya cabecita que tenía y siguió
con una retahíla de argumentos autocompasivos que
Ramón escuchó aspirando paciencia. Yo atendía con
curiosidad. A mi me daba pena, no creía que se
equivocase pero era una posibilidad. Ramón volvió
a levantar la mano, para darle al capó esperaba,
porque no me apetecía reconocer un Ramón violento;
pero o Argimiro lo conocía mejor o tenía algo que
esconder o tenía miedo.

- No, tienes razón, no, los tengo yo, los


tengo yo – dijo poniendo las manos sobre la
cara en actitud defensiva, que dirían en
CSI.

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Raquel Couto Antelo
Capítulo 42. Argimiro conection

- Pues andando – dijo Ramón, señalando al


coche para que subiese.

Argimiro bajó las manos muy despacio, desconfiando


de que fuese una maniobra de despiste para
pillarlo desprevenido y asestarle un buen guantazo
y no se convenció hasta que Ramón echó a andar y
le abrió la puerta. Supongo que pensaría que aquel
descampado no era lo último que quería ver en
aquel amanecer soleado. En el coche no habló,
estaba quieto como si estuviese sentenciado y el
cinturón de seguridad fuese la cadena. Ramón, que
lo sabía todo, fue hacia su casa, aparcó y miró a
Argimiro.

- ¿Es aquí, no? – preguntó Ramón con chulería.

Argimiro asintió con la cabeza, era un chalet


adosado de color salmón standard, y con un tendal
de esos plegables en el porche. También tardó al
salir del coche, estaba claro que no le apetecía
soltar la gallina, pero no le quedaba otra, Ramón
tenía aquella determinación en la mirada que le
devolvía el encanto de otros tiempos.

Argimiro era un funcionario de los funcionarios


grises de toda la vida que había entrado en el
cuerpo por enchufe, como debía ser. Tampoco tenía
demasiadas aspiraciones, nunca se había presentado
en ninguna lista del partido por mucho que le
insistieron, ni participó en ninguna intriga por
muy grande que fuera la cantidad escrita en el
cheque. Era una hormiguita ahorradora que se
conformaba con trabajar poco, pasar mucho tiempo
con la familia y tener un hobby no demasiado caro
que le permitiese desconectar de la familia y del
trabajo. Estaba curado de espanto y los veía venir
en cuanto le preguntaban por su nieta, que era su
orgullo y de la que no dejaba de hablar y la causa
principal de que le rehuyesen a la hora del café;
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Raquel Couto Antelo
y también el indicador de cuando querían algo de
él.

Y claro, en aquellos momentos turbulentos de


maletines y escrituras era del único que se
fiaban, le había llevado años ganarse aquella fama
de hombre íntegro y aunque no lo había hecho con
esa intención le iba a salir más rentable que
todas aquellas limosnas que osaban llamar sobornos
que le habían ofrecido en sus años de servicio.
Tenía de él en un mismo día un camión lleno de
euros y unas escrituras que iban a valer tanto o
más que los euros. Bien sabía que los billetes
llevaban la marca de agua, que tampoco era fe
ciega lo que tenían en él; pero también sabía que
apretarle las tuercas sería admitir demasiado. En
lo de las escrituras dudó más, no le vio la
rentabilidad tan rápido, de hecho fue su mujer por
teléfono quien le dijo que se las llevase que
nunca se sabía y que poco sitio ocupaban. Pensó
que, como siempre, tenía razón, así que tomó una
de aquellas carpetas que habían sobrado de alguna
subvención europea y guardó las escrituras, metió
el dinero en una caja de papel para reciclar, unos
cientos de fajos. Empezó por su parte, después se
puso con los maletines que iban a enterrar y a
cada poco iba a su caja de cartón, despegaba la
cinta de embalar gastada y olía el aroma de los
euros y sonreía con malicia.

Nadie desconfió de él, cuando las concejalas le


preguntaron por las escrituras puso aquella cara
de los lunes de no enterarse de nada y les coló
todo lo que quiso. Cuando vinieron por los
maletines del dinero ni se molestaron en
contarlos, ni en abrirlos por si iban vacíos, en
ese momento pensó que había robado poco, pero
también que había que ser prudente y volvió a
poner cara de malicia.

Durante mucho tiempo estuvo yendo al trabajo como


todos los días sin alterar en nada su vida, ni
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Raquel Couto Antelo
caer en lujos excesivos ni darse a notar. Después
se jubiló y perdió el contacto con la gente del
Ayuntamiento y en ese momento fue cuando aprovechó
para ir forjando lo que sería su retiro en una
isla que había comprado en el Caribe, sólo
quedaban unos meses para que comenzasen las obras
y las escrituras valiesen el futuro de sus hijos,
de su nieta y de ellos mismos aunque viviesen mil
años.

Ni se puso nervioso cuando la Concejala lo llamó


para decirle que no habían encontrado el maletín
allá abajo, aunque le sorprendió que lo
localizasen y que se molestasen en buscarlas,
pensaba que no les duraría el interés tanto
tiempo, que estarían entretenidos en otras cosas.
Simplemente le dijo que tenía que estar, que si no
la habría llevado otro. Pero de nuevo su mujer
estuvo a la que salta y sugirió que hiciese unas
copias por si llegaba el momento de confesar. Las
escrituras originales estaban en la carpeta donde
guardaban la escritura del chalet, los papeles de
la isla, el libro de familia y alguna postal de
las américas de algún tío díscolo. Y allí
seguirían mezcladas con la insignificancia
familiar. Las otras estaban en la caja fuerte que
venía de obra en el chalet, junto con el reloj de
oro de cuando lo jubilaron, el collar de perlas y
alguna otra joya de la familia de su mujer.

Argimiro se nos adelantó y echó a un lado el


tendal y abrió la puerta con aquella parsimonia de
funcionario y con aquel ánimo de poca cosa que me
hacía sentir algo de pena por él. Al abrir la
puerta asomó su mujer en zapatillas, delantal y
con una cara de poca cosa como la de Argimiro; nos
miró como si fuésemos de Hacienda y agarró a su
marido por el brazo para darle ánimos. Le acarició
la mano y fue al salón, como el de sólo ante el
peligro. Su mujer quedó apoyada en el quicio de la
puerta de la cocina con aire afligido viéndonos ir
detrás de su marido.
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Raquel Couto Antelo
En el salón nos dijo que nos sentásemos y mientras
bajaba un cuadro de un ramo de rosas rojas y
azules. Su mujer nos ofreció un café que
rechazamos, Ramón porque estaba entretenido
observando a su marido, yo porque estaba
entretenida observando a Ramón. Sin duda, a mi
manera de ver, había recobrado el encanto de otro
tiempo. El cuadro dejó a la vista la caja fuerte,
Argimiro se puso delante para que no viésemos que
números hacían click cuando daba vueltas la
ruedecita. Por fin se abrió y sacó una carpeta
atada con un lazo granate. La puso encima de la
mesa de centro, abrió el lazo y se la dio a Ramón.

Ramón la abrió, no porque desconfiase de Argimiro,


tenía tanta fe en su actitud de tipo duro de
película que ni se le había pasado por la cabeza
que el ningundis nos estuviese engañando. Pero la
abrió, tocó el papel, revisó los cuños y los
timbres de las escrituras y las puso al trasluz no
sé muy bien para qué, porque no tenían marca de
agua de esa ni serigrafía. Me miró con
satisfacción y ató el lazo granate de nuevo. Le
hizo un gesto a Argimiro para darle la conformidad
y nos marchamos de la casa. Argimiro seguía
manteniendo aquella mirada de gatito asustado que
me conmovía.

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Raquel Couto Antelo
Capítulo 43. Argimiro disconection

Íbamos callados, yo no hablaba porque no tenía


nada que decir y Ramón no hablaba porque iba tan
lleno que no daba a basto. En los semáforos echaba
un ojo al asiento de atrás para asegurarse de que
la carpeta estaba en el asiento y sonreía con
satisfacción. Fuimos a su hotel, aparcó en el
garaje y subimos por el montacargas, que para ser
un hotel tan fino ya podía tener algo más
adecuado.

- No, es que el ascensor llega al vestíbulo y


no quiero que nos vean – dijo Ramón.

No sé a que venía tanto secreto, la carpeta no


llevaba un letrero grande y luminoso que pusiera
“escrituras robadas”, pero cada quien tenía sus
paranoias. La mía era que no me fiaba de él, pero
como también dijo, con eso ya contaba, él y yo.

Tan pronto como entramos en el cuarto, tiró las


llaves en la cama, cerró las persianas, encendió
las luces, si debió hacerlo al revés, pero era su
cuarto y él decidía. cuando ya no entraba la luz
del día se sentó en la cama y abrió la carpeta,
era una de esas carpetas de acordeón que debía
pesar mucho porque era gorda como uno de esos
diccionarios enciclopédicos de páginas ultrafinas.
Extendió parte de las escrituras encima de la
cama, buscaba unas en concreto, porque el resto
las seguía dejando en la carpeta. Me senté en una
silla que había cerca de la puerta, no sabía si
acercarme, y dado que él no me invitó y que en
ciertos asuntos cuanto menos se sepa mejor, decidí
que lo mejor era no hacerlo.

Le llevó tiempo elegir las que buscaba, eran


pocas, unas veinte, las revisó de nuevo, y las
dejó en la mesilla de noche. Después agarró la
carpeta, ató el lazo rojo que la cerraba y la ató.
Se levantó, me dio las escrituras que tenía encima
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Raquel Couto Antelo
de la mesilla y me dijo que se las guardase, que
no las podía dejar en el hotel. Entonces
amablemente me invitó a marchar al tiempo que el
marchaba llevando consigo la carpeta gorda. Me
hizo volver a bajar por el montacargas y salir del
garaje a pie, ni en coche me sacó, apestaba a
cerrado, a gasolina sin plomo y a rueda quemada y
sí, tuve que salir por mi propio pie.

Cuando llegué a mi casa eché una siesta, me dolía


todo, porque dormir a la luz de las estrellas
puede ser muy romántico pero malísimo para la
espalda. Era de noche cuando desperté, todo estaba
en silencio, no tenía llamadas perdidas en el
teléfono y nada que hacer en la agenda, nada que
hacer, que agenda no llevaba. Entonces, por pasar
el tiempo mientras escuchaba las últimas novedades
del corazón, tomé las escrituras que me había dado
Ramón, no me parecieron interesantes, eran locales
del centro, unos la antigua San Andrés, otros de
cerca de las tiendas centrales y alguno de la
Marina. Pero ni eran grandes superficies ni los
antiguos propietarios tenían nombre reconocido.
Las miré bien, con calma por ver que tenía de
interesante el tema, las hojas estaban resecas,
tenía que ir mojando el dedo a cada poco para dar
pasado las páginas, me dio un poco de asco, porque
siempre recordaba dos cosas al hacer este gesto,
una “el nombre de la rosa” y la otra “sabediós
donde habían estado aquellos papeles”.

En el papel iba quedando la marca húmeda de mi


índice, y curiosamente mi dedo iba adquiriendo un
sospechoso color negro, “veneno” pensé, “no, eso
sería azul” imaginaba porque en las pelis siempre
aparecía azul. Miré el papel, no sin cierto
pánico, y vi, con más tranquilidad que las letras
estaban emborronadas, buena cosa desde el punto de
vista de la salud, pero no tan buena desde el
punto de vista de las escrituras. ¿Cómo era
posible que en unas escrituras hechas con máquina
de escribir, de aquellas que había antes que
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Raquel Couto Antelo
dejaban marca aunque quedara poca tinta, de
aquellas que tenían una espantosa mesita metálica
de ruedas que pesaba un quintal, se borrasen las
letras? ¿Cómo era posible? Volví a mirar todas las
páginas, en aquel momento estaba más preocupada
por descubrir el misterio de las letras borrosas
que por las consecuencias de medio destruir las
escrituras que Ramón tanto ansiaba. El papel
parecía normal, no olía a nada inusual, y la
letra, efectivamente parecía de máquina de
escribir, no había rayas negras cerca del borde
que delatasen una fotocopia y poco más podía
hacer, una veía CSI, pero tenía carencia de
medios.

Tan entretenida estaba que ni escuché lo que


debieron ser los primeros golpes de Ramón en la
puerta, lo digo porque los que sí escuché eran muy
violentos y la cara que tenía era de llevar allí
bastante tiempo y de estar pensando en que me
había fugado al Caribe con las famosas escrituras.

- ¿Qué demonios pasa? – pregunté empleando el


ataque como defensa.

- Nada – respondió seco – nada.

Y me apartó de la puerta para entrar, no me dejé,


que en el hotel me había hecho entrar por el
montacargas y lo iba a hacer sufrir. Poco porque
de seco pasó a serio y de ahí a una expresión que
no me gustó, aparté la mano y pasó todo eléctrico
buscando las escrituras, no me lo dijo, lo levaba
escrito en la cara. Cuando las vio allí extendidas
me miró censurándome, y cuando se dio cuenta de
que además de estar extendidas estaban
emborronadas, lo primero que hizo fue venir hacia
mi y mirarme las manos, en mi eso seria una
conducta muy deductiva, en él era defecto
profesional y falta de confianza. Empezó a gritar
todo histérico, a pasear de un lado a otro como si
estuviese de parto, hizo aquella respiración
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Raquel Couto Antelo
relajante que hacía él para llenarse de paciencia
y volvió a mirar las escrituras.

- Bueno, se leen bien igual – dijo por fin.

- Si, se leen – dije con sorna.

Él no se percató de la intención de mis tres


palabras, pero insistí, que si no es muy raro que
se emborronasen las letras, que si serán
auténticas, que si el pocacosa del Argimiro había
empleado la táctica de dar pena de los vendedores
ambulantes, que si tal y que si lo otro y tardó en
hacerme caso, como si mis palabras le retumbasen
dentro de la cabeza y el eco tardase en llegar.
Cuando llegó levantó la vista y me miró como si
acabase de descubrir la cosa más grande del mundo.
Dejó las escrituras extendidas como estaban, me
agarró del brazo y corrimos escaleras abajo.

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Raquel Couto Antelo
Capítulo 44. Argimiro reload

Ramón conducía como un psicópata farfullando por


lo bajo cosas del tipo “como se entere la
concejala” “la madre que lo parió” “le voy a
partir las piernas” y así sucesivamente y sin
interrupción hasta que llegamos a casa de
Argimiro. Yo me reía por dentro, pero que bien nos
la había jugado el Argimiro. Dio un frenazo seco
que casi hace saltar el airbag, salió corriendo
del coche sin esperar por mi, se lanzó sobre la
puerta y cuando se cansó, es decir, dos milésimas
de segundo después de salir del coche, sacó la
pistola y pegó dos tiros que me dejaron más seca
que el frenazo.

No, no es que los tiros me los pegase a mi, se los


pegó a la cerradura. La puerta se abrió tímida y
Argimiro y su mujer se asomaron por la ventana
abrazados uno a la otra con la misma cara de
pocacosa que tenían en la anterior visita y sin
aparentar pánico por lo que acababa de suceder,
como si no hubiesen escuchado los disparos o fuese
de lo más normal del mundo. Ramón entró y yo salí
del coche, sin prisa, debí salir a toda prisa para
decirle que tuviese algo de sentido, que no
hiciese tal, vamos, para hacerlo entrar en razón,
pero en el fondo estaba disfrutando con el
espectáculo y al final Argimiro había tenido la
sangre fría de engañarlo que tragase con las
consecuencias y si Ramón lo mataba tenía licencia
de armas así que también era grande para asumir
sus culpas y el que le dio la licencia lo mismo.

Cuando llegué dentro el matrimonio lloraba como en


el entierro de la sardina, muy alto pero sin
ningún sentimiento. Ramón tenía los ojos
encendidos, los apuntaba con la pistola con pulso
firme, parecía otra persona, parecía una película.
Me dijo que registrase todo para hasta encontrar
las escrituras. No me gustó que me diese órdenes
de aquella manera, así que le dije que lo hiciese
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Raquel Couto Antelo
él, que no era su criada, que estaba muy subido el
chico. Me miró con sus ojos encendidos y me apuntó
con la pistola, a mi, Argimiro miró de reojo a la
puerta pero se dio cuenta de que lo estaba viendo
y se arrepintió. Ramón se tomó a mal que no me
desmayase ante su autoridad y se encendió aún más,
pero como vio que seguía sin hacerme andar le puso
el seguro a la pistola y miró a la parejita.

- ¿Dónde demonios están? – gritó.

Argimiro miró a su mujer y ella a él, pero soltar


no soltaron ni una palabra, ni sus miradas
delataron el escondite. Pero pese a la falta de
colaboración general que había en aquel salón
Ramón no desistió, se acercó con pase decidido a
una figura que había en el mueble, la agarró y la
tiró al suelo haciéndola añicos. Ellos se miraron
de nuevo sin ceder. Entonces Ramón agarró otra que
tenía pinta de ser más cara todavía y le dio el
mismo fin. Y lo mismo hizo con toda la decoración
del mueble del salón de clase media sin que el
matrimonio se inmutase hasta que abrió la puerta
acristalada y agarró un plato con bordes dorados y
unas finas flores azules con hojas verdes que
formaba parte de una vajilla que ocupaba varios
estantes. No le hizo falta ni acabar de poner los
dedos sobre la fina porcelana, la mujer se le tiró
a los pies, en sentido figurado, y le suplicó que
no lo rompiese. Ramón hizo como que pasaba de ella
y sacó el plato de su sitio, lo izó haciendo que
tomaba fuerza y miró a Argimiro. Argimiro miró a
su mujer que lloraba, ahora en serio, en serio de
verdad, con desesperación desesperada, y en
milésimas de segundo Ramón tenía las escrituras en
la mano sustituyendo al plato de porcelana.

Ramón soltó el plato porque quería agarrar el fajo


de escrituras con las dos manos para asegurarse
que esta vez no lo vacilaban. Se sentó en el sofá
y abrió la carpeta, miró una a una todas las
escrituras, esta vez hizo un análisis más
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Raquel Couto Antelo
pormenorizado, no para verificar la autenticidad
que de eso tenía tanta idea como yo; es decir,
ninguna; sino para analizar las reacciones de la
parejita. La mujer seguía llorando desesperada
mirando los platos de la estantería y su marido la
estaba consolando, ni una simple mirada a Ramón,
ni una esperando por la bendición, ni una de “está
colando”. Nada, lo único que les preocupaba era
volver a colocar el plato en la misma posición en
la que estaba unos minutos antes de aquel
desafortunado suceso que les costaría olvidar.

Ramón quedó conforme y marchó, sin decirme el


clásico “venga” ni nada, salió y yo detrás porque
allí no hacía nada. Entró en el coche y arrancó
aún sin esperar a tenerme dentro.

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Raquel Couto Antelo
Capítulo 45. Poder

Di abierto la puerta antes de que el coche


empezase a andar y me tiré encima del asiento,
mejor dicho, encima de la carpeta de las
escrituras. Y ese fue el gran error de Ramón.
Mejor dicho, esos fueron los dos grandes errores
de Ramón. El de pasar de mi y el de dejar las
escrituras a mi alcance. La verdad es que no tenía
pensado hacer nada con ellas, desde que dejé el
trabajo tenía un cierto nivel de alergia a los
papeles, contratos, escrituras y cualquier cosa
que dejase clara y manifiesta voluntad de
compromiso. Pero me enfadó, no torcí un pie al
entrar el en coche de milagro y eso había que
pagarlo ¿quien pensaba él que era?

Puse el cinturón a toda prisa porque arrancó de


golpe y después fui tirando de el despacio para
poder levantarme lo suficiente para coger la
carpeta y una vez la tuve sobre mis rodillas sentí
el Poder que me llamaba, que me cegaba. Ramón
estaba demasiado concentrado pisando el acelerador
para darse cuenta de lo que hacía. Abrí la carpeta
con mucho cuidado, no quería hacer ningún
movimiento brusco que delatase mi traición. Sin
llegar a abrir del todo la carpeta fui mirando
nombres y direcciones, sólo tomé tres, no estaba
segura de cuales había seleccionado Ramón de la
vez anterior, sólo sabía que no era ninguna de
aquellas tres. Quería ganar tiempo, si elegía
alguna de las que le interesaban me descubriría
antes, y al final, con tres bien situadas podía
hacer un buen negocio. Las saqué con mucho cuidado
y ahí encontré el primer inconveniente. Sabía que
lo de los papeles era un rollo, si fuese un cd o
una memoria usb tenía bien donde esconderla, pero
las escrituras eran un poco más difíciles. En un
primer momento las escondí debajo de la carpeta a
la espera de que me viniese una idea luminosa que
no vino.

En el fondo 197
Raquel Couto Antelo
Cuando el coche se detuvo estábamos delante de la
casa de Andrés, me sorprendió porque pensaba que
lo de las escrituras era un negocio particular e
independiente de lo de los maletines. Ramón paró,
apagó el coche, puso el freno de mano y la parcha
y todo el repertorio. Salió del coche y marchó,
ignorándome de nuevo. En esa ocasión no me enfadé,
incluso me hice la sueca para ganar tiempo y
esconder mi pequeño tesoro durante su ausencia. De
repente volvió y casi me pilla con las manos en la
masa.

- Vengo ahora, no te preocupes – dijo con


urgencia.

Le dije que no con la cabeza poniendo una cara de


inocente que si no tuviese tanta prisa bien se
daría cuenta de que era falsa, pero su visita
inesperada me sirvió para andar con más cuidado,
esperé a que entrase en el edificio y sin apartar
la vista del portal busqué donde esconder mis
escrituras, que ya eran mías y muy mías. Revolví
en la guantera, en los bolsillos de las puertas,
por todas partes y no había nada que me pudiese
servir, así que eché mano de la chaqueta que había
en el asiento de atrás, era de Ramón, olía a una
mezcla de tabaco, alcohol y colonia de marca. La
puse y eso que hacía calor y la chaqueta era de
traje. Descosí el forro a la altura de la axila,
sólo un poco, lo suficiente para que entrasen las
escrituras enrolladas, entraron y después las
estiré. La verdad es que la chaqueta quedaba muy
rígida pero no se notaba demasiado, a no ser que
alguien me abrazase, claro. Volví a atar la
carpeta y ensayé la postura más natural para
cuando llegase Ramón, la excusa más lógica para
llevar puesta la chaqueta.

Entró con la misma energía con la que había


salido. Se sentó y arrancó sin decir nada. Me miró
y puso una cara rara pero no dijo nada.

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Raquel Couto Antelo
- ¿A dónde vamos? – pregunté.

- Al descampado – dijo sin sacar la vista de


la carretera.

- ¿Tienes frío? – preguntó.

- No, no – dije sin perder la concentración.

¿Frío? que iba a hacer, hacía calor de verano, el


sol pegaba de frente, el coche no tenía aire
acondicionado y las ventanillas estaban cerradas,
y no olvidemos que llevaba puesta una chaqueta de
traje, sumado todo eso al calor propio de los
pensamientos impuros.

- ¿Y la chaqueta? – insistió.

- ¿Qué chaqueta? – dije a lo mío.

- La que llevas puesta – dijo con tono dulce -


¿por que llevas puesta mi chaqueta si no
tienes frío?

En ese momento la sorprendida fui yo, esperaba que


le pareciese mal que invadiese su chaqueta sin
permiso, pero el tono de su voz no parecía ir por
ahí.

- No, sí, antes tenía, ya sabes de estar


parada – dije torpemente, tratando de tapar
unos agujeros por los que corría el agua a
raudales – si te molesta la quito.

- No, no, para nada, es que... – y ahí se


calló.

No dijo más hasta llegar al descampado. Era el


descampado en el que había quedado con la
Concejala de la otra vez. Miró el reloj y agarró
la carpeta que contenía las escrituras. Sin
mirarme. La abrió y como había hecho de la otra
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Raquel Couto Antelo
vez las extendió para seleccionar aquellas que le
interesaban. Esta vez, en lugar de tirarlas en la
cama las fue tirando encima de mi. La verdad es
que a veces conseguía hacerme invisible. Sí. Se
movía con rapidez, mirando el reloj a cada poco.
Cuando tenía las escrituras que quería volvió a
guardar las otras, ató la carpeta y mirando de
nuevo el reloj respiró con alivio.

- Así que le vas a dar las de verdad – dije.

- Claro ¿qué esperabas? – respondió.

- Que quedases con todo – dije.

- ¿Qué pasa? Nunca has escuchado eso de que la


avaricia rompe el saco – dijo sonriendo – no
me compensa traicionarla.

- Traicionarla de todo, querrás decir –


corregí, haciendo referencia a las
escrituras que había sacado del montón.

- Estas forman parte del trato – dijo él.

- Claro, por eso las sacas antes de que te las


de ella, para ahorrarle trabajo – dije con
malicia.

- Claro – respondió sonriendo también con


malicia.

Al poco llegó el coche oficial y Ramón bajó con la


carpeta y se la dio a la Concejala. Sentí un gran
alivio porque dejó la puerta abierta y hacía
corriente, con lo que los regueros de sudor
dejarían de correr por mi cara.

Se despidió de nuevo con un apretón de manos, la


mujer tomó la carpeta con inseguridad, con cierta
desconfianza diría yo. No tenía la misma cara de
satisfacción que de la otra vez. ¿Serán las
En el fondo 200
Raquel Couto Antelo
auténticas esta vez? parecía pasarle por la
cabeza.

- Vamos a tu casa – dijo Ramón con seguridad


cuando volvió al coche.

- ¿Y eso? – pregunté.

- Y eso nada, tendremos que ir a algún sitio,


digo yo, o quieres andar dando vueltas todo
el día – esta vez lo dijo borde.

De camino no habló, pero conducía con más


tranquilidad.

- ¿Porqué esas escrituras en concreto? –


pregunté.

Él conducía.

- Pensé que lo de las escrituras era un


negocio tuyo particular ¿no decías que tanto
necesitabas a alguien en quien confiar? –
seguí preguntando.

Él conducía.

- ¿Sandra está en la de Andrés?

Él conducía.

Paré de hablar porque a punto estuve de confesarle


que le había robado tres escrituras con tal de que
dijese algo. Me estaba poniendo nerviosa, ni
siquiera respiraba perdiendo la paciencia como
siempre que lo ponía de malas. De repente paró,
aparcó en doble fila y me miró.

- Saca la chaqueta – ordenó.

En el fondo 201
Raquel Couto Antelo
- ¿Qué? – dije con voz de pito, tratando de no
delatarme más de lo que mi voz había hecho.

- Es imposible que no tengas calor, estás


sudando, yo estoy sudando, saca la chaqueta
– volvió a decir con tono firme.

- Pero... – dije sin que me saliese ninguna


excusa, porque sudar sudaba como el antes de
un anuncio de desodorante.

Me miraba serio, yo no sabía que hacer, tampoco es


que me importase mucho que me descubriese, bien
sabía él que por muy poco de fiar que fuese era lo
mejor que tenía, eso me había dicho y de cualquier
manera bien merecía aquella pequeña ración de
beneficio.

Salió del coche y respiró hondo. Dio la vuelta


alrededor y vino por mi lado. Abrió la puerta y
dijo.

- Me estás poniendo cachondo con la condenada


chaqueta, sácala de una vez – ordenó serio.

La saqué y tanto que la saqué, si fuese lista no


lo habría hecho, aprovecharía la ocasión; pero
parecía tan afectado y tan sincero que lo hice. Se
la di, el la agarró y volvió a su lado, la tiró en
el asiento de atrás, se sentó y arrancó de nuevo.

- Gracias – dijo superando el agobio.

Miraba para otro lado, para que no me viese


sonriendo, después de todo aún tenía mi aquel... o
era tonta de remate y le había devuelto las
escrituras sin oponer resistencia, al final él se
ponía cachondo con cualquier cosa, ya tenía que
estar acostumbrado, porqué le iba a causar tanta
angustia. Lo miré. Lo miré fijamente. Muy
fijamente. El volvió a parar el coche.

En el fondo 202
Raquel Couto Antelo
- Está bien – dijo estirando el brazo hacia el
asiento de atrás, agarrando la chaqueta y
tirándomela – no sé para que te dije nada,
tampoco es para tanto...

En el fondo 203
Raquel Couto Antelo
Capítulo 46. Son todas las que están pero no están
todas las que son

No la puse, porque arrancó y aquel cinturón de


seguridad que parecía una cuerda no daba margen
para tanta maniobra, pero la agarré como si mi
vida dependiese de ella. Él no dijo nada hasta
llegar a mi casa y yo tuve la precaución de no
abrir la boca hasta tener a buen recaudo las
escrituras.

Se sentó en el sofá, estiró los brazos a lo largo


del respaldo y se relajó, esperó un momento, cogió
el mando, encendió la tele y estiró los pies
encima de la mesita de centro. Como si estuviese
en su casa, me importaría si no tuviese la
urgencia de ir al cuarto de baño para sacar las
escrituras del forro de la chaqueta y dejarlas a
buen recaudo en algún escondite ingenioso, dentro
del cuarto de baño la imaginación no podía correr
mucho, porque no es que tuviese una trampilla
secreta ni nada, así que traté de enroscarlas
dentro del forro para conseguir sacarlas por el
agujero de entrada, cosa que resultó difícil y
mismo estuve a punto de descoser todo el forro,
total el agujero se veía de todos modos. Las dejé
debajo del armarito, no era demasiado ocurrente
pero era lo que había. Lavé la cara y le eché algo
de colonia a la chaqueta para que no oliese
demasiado mal y salí a poner en su sitio al
invasor.

- No te pongas tan cómodo que no estás en tu


casa – dije dándole la chaqueta.

El la cogió y la puso en el brazo del sofá sin


darle más importancia.

- Saca los pies de la mesa – dije de nuevo.

Sacó los pies y siguió viendo la tele. Me senté en


el otro lado del sofá, él me miró y dio unos
En el fondo 204
Raquel Couto Antelo
golpes a su lado para que me acercase. Estaba
raro, me daba miedo, seguía pensando que sabía lo
de las escrituras que le había robado y estaba
disimulando para pillarme por el cuello y ahogarme
hasta que confesase. Volvió a dar unos golpes para
que me acercase. La segunda vez no me dio miedo
¿pero quien pensaba que era yo? ¿un perro?

Me miró.

- ¿Ya estás mejor? – preguntó.

Lo preguntaba de buen rollo, o eso parecía.

- ¿No te huele a colonia? O a eso que se le


parece que usas tú – dijo, aparentemente sin
maldad.

Claro que a mi no me hizo gracia, era de garrafón,


sí, pero una llega a donde llega, y oler olía
bien. Él dio vueltas alrededor hasta localizar el
olor, sin, incomprensiblemente, dar con la
chaqueta que tenía pegadita a él. Y como no
pareció dar encontrado la fuente del aroma se
acercó a mí.

- Eres tú – dijo.

Imposible. Era la chaqueta.

- No – dije.

Él se acercó más para, según él comprobarlo, pero


además de acercarse con la nariz lo hizo con la
boca, con que igual lo de que se había puesto
contento con lo de la chaqueta no lo había dicho
por haber descubierto que le había robado las
escrituras. Y la verdad es que debía ser
contagioso porque conforme iba recorriendo el
cuello a mi me subía la temperatura mucho, pero
que mucho mucho.

En el fondo 205
Raquel Couto Antelo
Y conforme iba bajando hacia el hombro y su mano
iba desabrochando la blusa yo me iba abandonando a
una sensación de placer que había tiempo que no
experimentaba y sin pretenderlo mis manos le
estaban sacando la camisa y desabrochándole el
cinturón en una coreografía cómplice que acabó en
el suelo un tiempo indefinido después.

Mi corazón latía con fuerza y una cierta sensación


de desazón me invadió, ojala fuese como con
cualquier guapo de esos que tan pocas veces
pasaban por mi vida, pues no, lo miraba tumbado en
el suelo casi dormido y sólo tenía ganas de
abrazarlo y decirle que no podía vivir sin él y
todo eso que sabía perfectamente que era una
tontería porque en dos minutos ya no lo soportaba.

- ¿Qué vas a hacer con tu vida? – preguntó


Ramón mirándome.

Y ahí estaba, ya habían pasado los dos minutos. No


le respondí, ni lo miré, si me enfadaba igual
intentaba aprovecharme de su obvia vulnerabilidad
en aquella situación y tampoco era o estilo caer
tan bajo.

- ¿En qué vas a gastar el dinero? – insistió.

Respiré, por lo menos no iba por el camino del


sermón de que vida tan perdida llevas.

- Yo estoy pensando en volver – siguió


hablando, tirado boca arriba y mirándome.

¿Volver? Volver.

- Pero no sé si estoy preparado...

No lo estaba, ya lo digo yo, todavía andaba con la


tontería de la adolescencia y en cuanto se
reencontrase con todas las ex y las nuevas se

En el fondo 206
Raquel Couto Antelo
convirtiesen en ex también volvería a sentir
claustrofobia y marcharía.

- Todo está tan distinto, tan raro, es como


empezar de nuevo y me gusta, me gustas tu,
pero...

- Pero no sabes cuanto te durará la novedad


¿no? – dije por abreviar.

Y por fin se dio la vuelta hacia mi y me miró con


dulzura, sin ofenderse.

- Sí, justo, no sé si es todo adrenalina o si


es de verdad – confesó.

- Es adrenalina – dije.

Y mal que me pesase dijo que sí con la cabeza, al


final era una disculpa, un sustitutivo del clásico
“esto fue lo que fue, no te vayas a creer que hay
algo más”, pero con algo de clase.

En el fondo 207
Raquel Couto Antelo
Capítulo 47. Adrenalina

- Xiana ¿qué haces en el suelo? vas a agarrar


un resfriado, tápate – dijo Sandra con voz
dulce.

La vi como en un sueño, no queriendo despertar,


cansada y con la espalda destrozada. Ella me
acercó la manta del sofá y me tapó, o eso me
pareció que hacía, yo luchaba con los ojos para
que no se cerrasen pero la verdad es que sin mucho
entusiasmo, y sin mucho éxito.

- Xiana, despierta – dijo de nuevo Sandra a mi


lado.

Y desperté tan ancha como era yo, sin muchas ganas


y con una alegría soterrada por encontrar de nuevo
a Sandra, tan bien, tan tranquila y sobre todo tan
viva. Ella me miraba de un modo extraño como
queriendo decir algo sin poder, no hacía más que
mirar la manta que me había puesto encima y detrás
de mi. Cuando se cansó de que no le entendiese las
señas me agarró la cara con las manos y me dio la
vuelta para que viese detrás de mí a Paco,
Alberto, Andrés, Alicia y como no a Salva
partiéndose de la risa. Me tapé rápido y aguanté
la vergüenza como pude y fui andando hacia mi
habitación toda digna y sin decir ni una palabra.
Me vestí aunque por mucho que lo intenté no daba
quitado la sensación de desnudo que me había
dejado despertar delante de tanta gente. Y por fin
salí a dar la cara, seguía notando las miradas de
broma, claro que bien podía ser percepción mía.

- ¿No estaba Ramón contigo? – dijo Andrés.

Ni me acordaba de él, ya estaba convirtiendo en


una costumbre lo de dejarme tirarme mientras
estaba inconsciente, era como el príncipe azul de
revés, en lugar de venirme a despertar aprovechaba
que dormía para huir, era una revisión interesante
En el fondo 208
Raquel Couto Antelo
de los clásicos, penosa, nunca hay un príncipe
Caspian cuando hace falta.

- Pensé que estaría aquí, se ve que consiguió


lo que quería y ya no le haces falta – dijo
sin compasión.

Y no sé si se refería al revolcón o a las


escrituras o a las dos cosas, el caso es que el
muy desgraciado tenía razón.

- ¿No te dijo a dónde iba? – preguntó Alberto.

- Pues no, no me lo dijo – respondí por fin -


¿y vosotros que hacéis aquí? ¿No estabais
desaparecidos?

- ¿Desaparecidos? – preguntó Sandra alarmada.

- Sí, te llamé mil veces y no respondías, no


sabía donde estabas, ni Salva tampoco –
dije.

Sandra miró a Paco con ojos enfadados, cosa que


disipó todas las dudas sobre su implicación en lo
que fuese que estaba ocurriendo. Paco se encogió
de hombros, y Alicia parecía disfrutar con el
enfrentamiento de los osos amorosos, miraba con
ojos cómplices a Andrés y lo agarró por el brazo
no fuese a escapársele ¿ves? eso tenía que
aprenderlo porque a mi se me escapaban siempre.
Salva me miró como no queriendo que lo metiese en
el fregado, como si no fuese con él, y comenzamos
una discusión de “yo no dije, dijiste tal, fuiste
tú, que iba a ser” a la que se apuntó todo el
mundo y que nos llevó un buen pedazo y que no
tenía traza de terminar si de repente no
hubiésemos escuchado un golpe tremendo en la
puerta y pasos firmes que venían hacia nosotros.

Di la vuelta esperanzada, pensando que era Ramón


que había vuelto; el resto miró por ver quien era
En el fondo 209
Raquel Couto Antelo
e incluso hubo quien echó la mano al tobillo o a
la axila, sabe dios buscando qué.

No era Ramón, era Carlos que entró histérico, tipo


hulk, todo descamisado.

- ¿Dónde está el dinero? – dijo gritando, como


si nos estuviese atracando.

Andrés agarró la mano de Alicia y la soltó de su


brazo, se puso delante de ella y después delante
de todos haciendo de escudo humano y le plantó
cara a Carlos. Que no era muy difícil, porque en
cuanto vio que había tanta gente mirándolo se
asustó, disimuló, pero se le notó en la cara y en
las veces que miraba hacia atrás, imagino que
temiendo que entrase alguien y lo pillase por
sorpresa. De cualquier manera Andrés cumplió con
su papel de machomán delante de Alicia, que era la
única que le prestaba atención. Sandra, Salva y yo
aprovechamos para decirnos cuatro cosas por lo
bajo, lo típico: yo no sabía, yo no quería, bueno
y que más da, tanto da, ¿que hacemos con este?
¿que sabéis? ¿y el dinero?

Carlos repitió varias veces que quería el dinero,


que su suegro le había dicho que los teníamos
nosotros y que los quería. Andrés ayudado de
Alberto trataron de convencerlo con estrategias de
negociación baratas, teniendo siempre claro que
Carlos no empuñaba arma alguna ni metía miedo. De
cualquier modo consiguieron calmarlo y convencerlo
de que el dinero seguía en el fondo, yo eché una
sonrisa irónica cuando escuché semejante cosa y
Carlos vino hacia nosotros.

- ¿Sabes donde está? – preguntó.

Le dije que no, y era cierto, pero que sabía que


lo tenían ellos, no sabía donde, pero que lo
tenían seguro, segurísimo. Me miraron mal todos,
incluidos Sandra y Salva.
En el fondo 210
Raquel Couto Antelo
- Que sí, que el dinero lo llevaron ellos –
repetí.

Sandra miró suspicaz a Paco de nuevo y otra vez


aquella mirada en Alicia. Que sí, que me calentó
la moral.

- No, si la idea fue de Ramón, y de esos dos –


dije señalando a Andrés y a Alberto.

Sandra respiró aliviada y aún más Paco.

- Nosotros no tenemos nada – se apuró a decir


Andrés.

- No, no – corroboró Alberto.

- Pero sabéis donde están – dije.

Me miraron asesinándome.

- ¿Es eso verdad? ¿Lo sabéis? – preguntó el


histérico.

Andrés miraba a Alicia pidiéndole que


interviniese, que hiciese algo, pero ella, como
buena niña rica consentida, esperaba a él se lo
solucionase y no dio ni pío.

- Bueno, y si lo sabemos ¿que? ¿que te tenemos


que contar a ti? Ni a vosotros – dijo Andrés
mirándonos con desprecio.

En el fondo 211
Raquel Couto Antelo
Capítulo 48. Contrarreloj

Carlos era un sinsustancia pero tenía su orgullo,


y no le gustaba nada lo cerca que andaban Alicia y
aquel que le hablaba tan tieso; y no le parecía
mal porque durante el cese temporal de la
convivencia se diese cuenta de lo que la
necesitaba y de lo enamorado que estaba, no; era
porque él no tenía a quien arrimarse para ponerle
los dientes largos y que viese lo que se había
perdido cuando lo dejó. Miraba a Sandra de reojo a
ver si había suerte, pero no encontró la chispa
aquella del primer día, aquel de cuando a Sandra
le había parecido un señorito de los finos.

Y como todo sinsustancia lleno de orgullo,


enfurruñado y sin mucho que perder hizo un
movimiento rápido a la parte de atrás del cinturón
que fue casi acompañado al instante por el mismo
movimiento automático hacia el tobillo y la axila
de Andrés, Alberto y Paco. Carlos fue más rápido y
en un pestañeo teníamos un cañón grande como la
Argentina apuntándonos, sí, a todas a un tiempo,
es que ser era bien grande. Salva y yo nos miramos
aguantando la risa maliciosa que resbalaba
entredientes. Es que era grande de más, ni Freud
ni leches, era demasiado grande. Sandra nos miraba
con su inocencia ajena a nuestra pérfida
deducción. Paco miraba a Sandra y a Carlos, a lo
que se veía de Carlos detrás del cañón; pero no
era un mirar de celos sino de preocupación. Casi
me atrevo a decir que estuvo a punto de ponerse en
plan escudo humano como había hecho Andrés al
principio. Y digo al principio porque una vez hubo
pistola de por medio se le fueron las ganas de
defendernos.

- ¡Quiero el dinero ya! – gritó Carlos de


repente.

Y a nosotros casi nos da un ataque, se había hecho


un silencio tenso a la espera de que pasase algo
En el fondo 212
Raquel Couto Antelo
aunque realmente no estábamos preparadas para que
pasase.

- Tu – dijo apuntando a Andrés – levanta las


manos, y vosotros también – dirigiéndose a
Paco y a Alberto.

Alicia se mantenía al margen, como si la historia


no fuese con ella, ni mostraba extrañeza por el
comportamiento del que hasta hacía unos días había
sido su pacífico marido. Una vez los tres hombres
de la casa levantaron las manos rindiéndose ante
un niñato pijo rematado que no tenía ni idea de
nada, Carlos les exigió que le dijesen donde
estaba el dinero, ellos se resistieron durante
unos segundos, el tiempo que le llevó a Carlos
tirar del seguro hacia atrás. Le dijeron hasta las
coordenadas en clave binaria del sitio, la clave
en clave de la puerta de seguridad y los doce
marcadores del ADN del guarda que custodiaba el
tesoro.

Carlos, aun con la tontería y todo, tubo esa


agudeza de abogado de no fiarse ni de su sombra y
agarró a Andrés por el cuello, con esa manera de
agarrar por el cuello que inmoviliza y echaron a
andar. Antes de salir por la puerta dejó dicho que
no le siguiésemos si valorábamos en algo la vida
de nuestro amigo. Sí, bien, un pequeño error de
principiante, que le pedís. A Salva y a mi nos
faltó tiempo para echar a correr detrás de ellos.
No penséis mal de nosotros, el resto tampoco trató
de impedírnoslo.

Bajamos manteniendo la distancia, para no cortarle


el rollo de malo de película a Carlos, que no
estaba haciendo mal de todo y Andrés bien lo
merecía. Iban hacia el sitio de los helicópteros,
pero tardamos en darnos cuenta porque entraron por
Santa Cristina, a la fuerza no veíamos por donde
bajar desde Oza.

En el fondo 213
Raquel Couto Antelo
Delante del guarda fue Andrés el que habló,
nosotros teníamos la suerte de que Salva había
retozado con uno de aquellos uniformes unas noches
antes y le soltó un rollo al pobre hombre sobre el
otro hombre que bien se notaba que no quería
escuchar; pero que aguantó por educación y nos
dejó pasar por no seguir aguantándonos.

Cuando entramos vimos a Andrés quieto, con


expresión tranquila, mejor dicho, inexpresivo, sin
intención; delante de él estaba Carlos paseando
inquieto de un lado a otro, con paso rápido y
vuelta corta. Detrás de ellos había una jaula
industrial llena de nuestros maletines, nuestro
tesoro. Me sorprendió la escena, esperaba ver a
Carlos dando saltos de alegría, abriendo los
maletines histérico, lanzando billetes al aire y
diciendo “rico” “rico” “soy rico”. Pero no, estaba
preocupado. Ni se dio cuenta de que estábamos
allí, tampoco es que entrásemos saludando, pero
algún ruido habíamos hecho.

Carlos miró el reloj, y empezó a sudar.

- Dios ¿qué hago? – dijo apartando el pelo de


la cara y mirando al techo.

- ¿Qué hago? – gritó.

“Agarrar e dinero y echar a correr” le dije a


Salva en voz baja, el se rió ampliamente y de esta
si que nos descubrió; tan atontado no estaba.

- ¿Qué hacéis aquí? Os dije que si veníais lo


mataba – dijo Carlos yendo hacia Andrés con
la pistola en la mano.

- Ay, pero es que a nosotros ese nos da igual


– dije – hazle lo que quieras.

Nos miró escandalizado, como si no tuviésemos


sentimientos, él a nosotros, él que nos apuntó con
En el fondo 214
Raquel Couto Antelo
una pistola que parecía el cañón excesivo de un
buque de guerra.

- Pues el dinero es mío – dijo.

- Pues no te vemos con muchas ganas, le das


demasiadas vueltas – dijo Salva.

- No tengo tiempo ¿qué hago? no tengo tiempo –


dijo.

En el fondo 215
Raquel Couto Antelo
Capítulo 49. Cuenta atrás

- ¿Pero qué apuro tienes? – dijo Salva con


malicia.

- ¿Qué? No tengo tiempo para tonterías – dijo


Carlos serio.

Y tan serio se puso que olvidó que llevaba una


pistola y que tenía a Andrés asustado y sobre todo
enfadado detrás de él. Andrés hizo lo típico que
se hace en estos casos, echar a correr y salir de
la línea de tiro lo antes que pudo dejándonos allí
a merced del psicópata aquel. Carlos ni se dio
cuenta, él no paraba de mirar el reloj y decir “no
queda tiempo” “no queda tiempo”.

- Pues si tan poco tiempo tienes deberías


empezar a agarrar el dinero, son muchos –
dije.

- ¿Dónde están? – preguntó Carlos volviéndose


hacia donde debería estar Andrés.

Y se sorprendió de no verlo allí, pero siguió


dando vueltas a ver si alguien le daba razón de
dónde estaba el dinero. Entonces se escucharon
pasos allá al fondo de un corredor oscuro y
comenzó a andar y nosotros detrás de él, por ver
si apañábamos algo sin reparar en lo que podía
estar esperándonos en aquella oscuridad. Carlos
caminaba decidido, nervioso y con el reloj en la
idea. Salva se reía porque era la primera vez que
lo veía nervioso, siempre era él quien lo
tranquilizaba y Salva tenía que aguantar aquellos
tópicos de todo va a salir bien.

Nosotras íbamos detrás sin darnos cuenta de que


todo estaba cada vez más oscuro, que no sabíamos
lo que había allí dentro y que ya no sabíamos por
donde había que salir. Salva estaba más tranquilo,
se notaba que el rollo con el de seguridad daba
En el fondo 216
Raquel Couto Antelo
sus frutos. Y seguiríamos andando hasta que se nos
apareció Andrés delante cortándonos el paso,
encabezando un pequeño escuadrón de cachimanes que
hicieron que se nos dilatasen la pupila, a Carlos
igual no, no era su tema.

Aprovechamos que estábamos a unos pasos de Carlos


para dar la vuelta, y no porque nos desagradase lo
que nos esperaba delante, era más bien por
prevenir y por no agotar todas las posibilidades
de apañar algo; pero ni oportunidad tuvimos de
dudar por cual de los pasillos ir.

- No, no – dijo aquel hombre – ahí


quietecitos, ni un movimiento.

Pero no nos lo dijo a nosotras sólo, Andrés puso


cara de sorpresa y Carlos de desesperación y tanto
uno como el otro tenían miedo, sí cara de miedo y
eso que el hombre sólo traía a dos más con él que
tenían una barriga que parecía que iban a dar a
luz a trillizos y mejillas de colesterol.

- Cuanto conocido por aquí, cría cuervos –


dijo el hombre.

- No, si... – dijo Andrés.

Carlos bajó la cabeza y tiró la pistola a un lado,


dio igual porque a nadie le importó ni lo más
mínimo. El hombre de la barriga y cara de
colesterol nos señaló con la cabeza que nos
acercásemos a donde estaban los de seguridad,
detrás de Andrés, y Carlos también se movió aunque
el gesto no iba por él.

Con otro leve movimiento de cabeza llamó a Andrés


a su lado, Andrés fue con su chulería habitual,
pero no tan sobrado como cuando nos hablaba a
nosotros. Salva confraternizaba con el escuadrón
sexy y Carlos miraba el reloj con tristeza.

En el fondo 217
Raquel Couto Antelo
No se oía lo que hablaban, sólo que Andrés
aparentaba tranquilidad y la mano nerviosa en el
bolsillo de atrás del pantalón lo delataba. El
viejo barrigudo hacía gestos de gritar, de estar
montándole una buena. Los dos escoltas barrigudos
estaban atentos a la conversación, pero sin
intervenir.

En esas estábamos cuando de repente se encendieron


las luces, todas las luces, y todo pareció más
insignificante, los guapos no tan guapos y los
barrigudos no tan barrigudos y la salida no tan
salida. Se acercaban unos pasos tranquilos y unas
sombras alargadas que venían con una calma
aterradora. Nosotros, todos y toda estábamos
quietos, calladas, sin respirar casi, esperando un
alien que nos devorase en cuanto pestañeásemos.

- ¿Qué pasa Concejal? – dijo Ramón entrando


con calma.

- Hombre, el gran traidor – dijo el barrigudo,


que obviamente era el concejal.

- A todo hay quien gane, Concejal, a todo –


respondió Ramón en plan enigmático.

- ¿Dónde está el dinero? que uno no se puede


fiar de nadie, mira el sinsustancia de mi
yerno, ahí con la cabeza baja – dijo el
concejal con desprecio.

- El dinero está donde estaba, en el fondo –


dijo Ramón.

- Si hombre ¿pero tú quién crees que soy? ¿uno


de esos madrileños que toreas tú? Tengo el
camión esperando ahí fuera y según Andrés
están aquí ¿ves? traidores los hay en todas
partes – dijo el concejal.

En el fondo 218
Raquel Couto Antelo
Ramón ni se inmutó, como si ya supiese lo que
tenía. Un cruce de frases más y al final el
concejal agarró el móvil y con un “ya” tuvo allí a
todo un ejército.

- Como ves no tienes mucho que hacer, si no


quieres que cerremos este chiringuito vete
dándonos la pasta – dijo el concejal con
calma.

- No puedes cerrar el chiringuito, esto es de


Costas, tú no tienes nada que decir, ya te
gustaría tener tanto poder, y ya te dije que
el dinero no está aquí – dijo Ramón con
seguridad.

Andrés lo miró con desconfianza; pero no


desconfiando del resultado de su estrategia, sino
de que se la hubiese jugado y de que efectivamente
el dinero ya no estuviese allí, y eso que la clave
la tenía él.

- Tú mismo, registra lo que quieras – invitó


Ramón al concejal, con tranquilidad,
mientras que le indicaba a los de seguridad
que se apartasen.

El equipo de seguridad abrió un hueco para dejar


pasar al ejército del concejal separándonos a
Salva y a mi. El ejército ante un gesto del
concejal avanzó por el oscuro corredor que había
detrás de nosotros. Ramón esperó impasible,
mirando al concejal, retándolo. Los dos amigos del
concejal fueron detrás del ejército en cuanto
volvió uno de ellos a decir que estaba despejado.

- ¿Y tú, no vas? – preguntó Ramón.

- A ver si no te vas a poder fiar de ellos


tampoco, mira que son muchos a repartir –
dijo Andrés.

En el fondo 219
Raquel Couto Antelo
El concejal trató de mantener la calma pero se ve
que la avaricia le pudo y echó a andar, eso sí,
con calma. Si el secreto del poder estaba en la
calma. Carlos miró a su suegro, pidiéndole permiso
para ir con él.

- Tú, ni te muevas – ordenó el concejal.

Carlos obedeció, acabado, sin autoestima. Ramón


estaba tranquilo, sin expresión, viendo como el
concejal desaparecía en la seguridad, Andrés a su
lado, con la mano nerviosa aún en el bolsillo de
atrás. Y todo volvió a quedar en silencio.

- Todo el mundo fuera – gritó en voz baja


Ramón.

Los de seguridad nos agarraron a Carlos, Salva y a


mí y seguimos a Ramón y Andrés por el pasillo
adelante. Fuera nos esperaban unas lanchas
motoras, Ramón estaba de pie, viendo como
embarcaban todos. Yo seguía el ritmo que nos
marcaba la noche, dejándome llevar, sin decir ni
palabra, a saber a donde íbamos, pero tan
tranquila.

En el fondo 220
Raquel Couto Antelo
Capítulo 50. Tiempo de descuento

No fuimos lejos, nos dejaron en el puerto de Lorbé


sin dar más explicaciones de las necesarias; es
decir, que era el protocolo en caso de civiles con
muchas papeletas para convertirse en rehenes, que
no habíamos huido sino que nos querían quitar del
medio. Sí, para evitar posibles daños personales,
pero un despacho en toda regla. Las lanchas
pararon los motores al lado del pantalán y bajamos
todos, Carlos, Salva y yo primero, mismo llegué a
pensar que habían hecho el viaje sólo para
tirarnos allí a la orilla del mar.

Ramón e Andrés bajaron después, los de seguridad


quedaron en las lanchas impasibles.

- Bueno, pues aquí acaba todo – dijo Ramón


mirándonos.

A los tres, nada personal ni emotivo.

- Ya – dijo Carlos derrotado.

No dije nada y eso que Salva me miraba fijamente


empujándome a decir algo, pero no lo dije, que si
el se ponía profesional e impersonal yo también. Y
aguantando el tipo los dos nos despedimos allí
mismo y así acabó la historia del tesoro, la gaita
de la conspiración y la tontería de la little
venice y todo lo que tenía que terminar terminó,
ya y punto y final del todo.

- ¿Volvemos? – preguntó Andrés.

No, en realidad no era una pregunta, era un


“volvemos” de esos de los hombres cuando van de
compras con la novia. Ramón volvió a mirarnos a
los tres, dijo un frío adiós con la mano y marchó.
Subieron a las lanchas y se perdieron en la
oscuridad de la noche, en el silencio del mar.

En el fondo 221
Raquel Couto Antelo
La verdad ees que no me dio tiempo a reaccionar,
Salva temía la tormenta y andaba al abrigo de
Carlos, subimos hasta el pueblo para tomar un
taxi, que pagó Carlos porque nosotros andábamos,
como siempre, sin un duro.

En el camino del taxi hasta casa le di vueltas al


tema de sacarnos de aquella manera del hangar,
podían, por lo menos mandarnos con los de
seguridad que estaban de muy buen ver y Salva ya
tenía conocimiento de la materia. No esperaba que
aquel fuese el final, cuando iba en la lancha
quiero decir, no estaba preparada y no supe
reaccionar, un guantazo en los morros del correcto
Ramón habría estado bien. Aún así, cuando el taxi
me dejó delante de casa y subí las escaleras
esperaba encontrarlo en el sofá otra vez. Y no, no
estaba. La casa estaba en silencio, como había
estado antes del breve episodio del tesoro, con el
ruido intermitente del mar subiendo por el
desagüe.

Los días siguientes fueron de reasentamiento, de


marea baja, de galletitas saladas y manta en el
sofá frente a la tele. Paco y Sandra en el
pequeño, Salva y yo en el grande. Sí, Paco quedó
con nosotras, sin dinero y sin ganancia, lo que es
el amor. Lo del dinero y la ganancia lo dimos por
supuesto, como la inocencia, porque preguntar no
se lo preguntamos; de hecho desde el día de la
lancha evitábamos el tema del tesoro hasta el
punto de ni ver los Piratas del Caribe por muy
bueno que estuviese Orlando, ni de ver la Isla del
Tesoro por muy buena que fuese la banda sonora de
los Chieftains.

De Alicia, Carlos y Andrés no volvimos a saber


más, no era que los echásemos en falta, sólo era
una simple observación. Tampoco volvimos a hablar
de ese tema. En realidad en el período de
readaptación no hablamos mucho de nada, yo no
quería poner a Sandra en el compromiso de tener
En el fondo 222
Raquel Couto Antelo
que defender a Paco, Salva no quería poner a Paco
en el compromiso de defender a sus amigos, y
Sandra Paco, Salva y todo bicho que me conociese
un poco no quería escucharme soltar el rollo de lo
tonta, inocente, ilusa, de lo cerdos que son los
hombres, de lo... de eso en definitiva.

¿El dinero? el dinero acabó donde tenía que


acabar, porque es bien conocido el dicho de que el
dinero llama al dinero, y nosotros no teníamos de
eso, Ramón tampoco, pero tenía lo que se conoce
como posición de poder y poder de negociación.

Por lo que supe un tiempo después, cuando ya el


enfado no tenía efecto, Ramón y Andrés volvieron
al hangar, y negociaron con el concejal el reparto
del tesoro, no por la buena voluntad del concejal,
sino por la imposibilidad de salir de allí si no
llegaba a un acuerdo. Si no había visto lógico que
salieran todos al mismo tiempo que nosotros
dejando al concejal y a su ejército dentro del
almacén con el dinero; menos lógico me pareció ver
entrar al concejal con todo su ejército en un
pasillo oscuro, sin dejar a nadie en la entrada.
Entonces no le di más vueltas, fue después a
medida que fui necesitando que las cosas
cuadrasen. No cuadraban, sólo poniendo como excusa
la avaricia se explicaba, lo del concejal, quiero
decir. Lo de Ramón era más sencillo, obviamente no
todas sus fuerzas eran las que se veían, a parte
de que era una instalación central, ligeramente
clandestina, pero central.

El concejal se conformó con la cantidad que le


habían prometido los de la Caja como comisión, lo
decidió así, prefirió quedar con el dinero y
buscar una mala explicación para no darle toda su
parte al director de la Caja, que quedar bien y
con menos dinero. La explicación que le dio, como
ya podéis imaginar, fue que nosotros, Salva y yo
nos habíamos quedado con el porcentaje por el
rescate.
En el fondo 223
Raquel Couto Antelo
El resto, que venía siendo una pasta, lo habían
repartido a partes iguales entre Andrés, Alberto y
Ramón. Que también quedaron a gusto, porque Paco,
en su ceguera de amor nos llamó por teléfono antes
de que Salva y yo llegásemos y le contásemos a
Sandra que sólo había sido un entretenimiento.
Porque no lo había sido y porque al final sus
sentimientos eran sinceros de verdad, lo único
bueno que quedó de todo, lo único que nos permitía
mirar con una sonrisa las obras de desescombro de
la zona cero.

De las concejalas tampoco se volvió a saber nada,


si su intención era hacerse con Little Venice, lo
habían hecho en silencio porque no se publicó
ningún escándalo, ni en la rumorología siquiera.

Y nosotros veíamos como nuestro medio de vida se


desvanecía mientras las elecciones municipales
confirmaban el contento de la gente con la
“recuperación” de la zona cero para toda la
ciudadanía. Nadie recordaba a los recuperadores,
ni las tiendas centrales, ni los turistas venían
buscando historias de tesoros hundidos, ni fiestas
clandestinas al abrigo de la Torre.

Sí, cada vez tenía más la impresión de la gran


verdad que contenía aquel título de “Nadie hablará
de nosotras cuando hayamos muerto”. No es que me
estuviese haciendo vieja, que sí; ni que viese
próximo nuestro final, que no. Sólo era una
sensación de que no poder luchar contra la
rotación de la tierra por mucho que una pensase
que andando a la contra lo pudiese hacer. El mar
siempre vuelve a su sitio.

En el fondo 224
Raquel Couto Antelo
Capítulo 51. El mar siempre vuelve a su sitio

O no, porque el mar siguió en el sitio que había


invadido con el maremoto y de allí no se movió por
mucha Little Venice que trataran de hacer. Las
obras fueron lentas, sin pausa pero lentas; la
marea, como digo no se lo puso fácil. Nosotras
tampoco, por las noches bajábamos a la antigua
zona cero y boicoteábamos las máquinas,
tontamente, porque de mecánica sabíamos lo justo
para encender la zodiac y la polea de arrastre y
cuatro cositas más; pero algo hacíamos. Hacíamos
una resistencia silenciosa, como los ratoncitos
que por las noches roen los paquetes de harina, no
es mucha cosa, pero si cada noche roen un paquete
distinto, ya va fastidiando un poco más.

Cuando el desescombro se fue acercando a nuestras


casas la resistencia fue menos silenciosa y menos
inocente; íbamos al súper a buscar huevos de
oferta para lanzárselos a los de las máquinas y ni
la policía se atrevió a desalojarnos; no contaban
con nuestra astucia, que diría el Chapulín
Colorado, y la verdad no me extraña, habían tirado
tanto la casa de Salva como la de Sandra estando
vacías, el día aquel del especial maratón de
Corazón de Glamour de la “boda”. Habíamos quedado
toda la noche en vela para no perder detalle y
cuando llegaron a sus respectivas casas la tarde
siguiente lo único que vieron fue una explanada de
cemento gastado.

Al principio pensé que Salva me estaba tomando el


pelo, como sabía que hacía días que soñaba que
nos tiraban la casa y que teníamos que dormir en
un escaparate sin persiana; pero me lo creí cuando
me llamó Sandra toda nerviosa, ella no jugaría con
semejante cosa, era una chica seria, formal y
tenía a Paco llorando histérico detrás, lo que le
daba más credibilidad. Esa fue la primera y única
batalla que perdimos, lo que nos sirvió de
lección; lección que aprendimos con mucho cuidado.
En el fondo 225
Raquel Couto Antelo
Salva, Paco y Sandra se instalaron en el edificio,
hicimos un cuadrante de turnos para que en ningún
momento el edifico quedase sólo y teníamos una
llamada de emergencia para que viniese el resto a
dar apoyo.

Sí, ese edificio que se ve al final de Little


Venice, ese que es tan bonito y original pero que
no pega con el resto del conjunto arquitectónico,
ese, ese es nuestro edificio. Tanto apuro tenían
por terminar y tanta fue la chapa que les dimos
que prefirieron restaurar el edificio a tirarlo, y
aún así lo tuvieron complicado porque no les quedó
otra que hacerlo con nosotras dentro, ni las
fuerzas de asalto nos dieron sacado de allí, lo
que es tener un poco de dinamita revieja en la
mano. Después de muchos años pudimos disponer de
alcantarillado, agua corriente y ascensor. Bueno,
lo del ascensor era una novedad, igual que lo de
la fachada toda de gresite de colores vivos
haciendo un mosaico espectacular. Tan bonito quedó
que llegaron a pretender ocupar los bajos y alguno
de los pisos vacíos, sin éxito, claro. En los
bajos pusimos Salva y yo un restaurante de filloas
para llevar, no era una fritanga, tenía clase, lo
que pasa es que no nos daba la gana de aguantar a
la gente. En el otro bajo Sandra puso una
librería, no ganaba tanto como nosotros, pero le
llegaba para vivir y podía leer gratis las
revistas del corazón.

Habíamos visto la ceremonia de inauguración por la


televisión, sentadas en mi sofá como
acostumbrábamos a hacer, reconocimos al alcalde,
pero a nadie más. Hasta hacíamos chistes riéndonos
de nosotros mismos por habernos visto envueltos en
una trama tan chapucera como en la que habíamos
participado, y del dinero que nos había pasado por
delante y habíamos dejado escapar, y de que por lo
menos habíamos descubierto nuestra vocación oculta
de hacer filloas. Alguna vez pasó Ramón por el
puesto acompañado por una rubia que quería parar y
En el fondo 226
Raquel Couto Antelo
comprar algo de comer aunque él no le dejaba. Me
pareció que era la misma de todas las veces. En
pedazos que rescataba de los despistes de Paco
supe que había vuelto para quedar, la rubia se
parecía peligrosamente a aquella de hacía años,
pero lo que más me sorprendió fue que ni me
decepcionó, ni me provocó más sentimiento que el
de curiosidad por saber que hacía en Coruña si
tenía tanta pasta como debía tener. Imaginé que
para disimular, no le quería preguntar a Paco por
no remover en la decepción.

Los meses pasaron tranquilos y felices, aburridos


y monótonos, diría yo; y aunque no nos iba mal yo
seguía teniendo la sensación de que aquello no
podía ser todo. Era una vida más cómoda, sin duda,
pero faltaba aquella emoción de la nocturnidad y
de encontrar algo sorprendente cada día, y sobre
todo de estar podrida de dinero emborrachándome
entre la jet set. Sí, desilusión, eso era lo que
me invadía de cuando en vez.

El “divorcio” ocupaba toda la programación,


habíamos cerrado una hora antes y Paco había
pedido pizza para los cuatro, se estaba retrasando
pero aún llegaba dentro del tiempo, si los
anuncios aguantaban un poco no nos interrumpiría.
Tan impaciente estaba que abrí nada más escuchar
el primer timbrazo, abrí la puerta y esperé desde
la tele con impaciencia. Volvieron a timbrar y
volví a abrir, un poco más enfadada de esta vez,
sobre todo porque la panda esta tan ancha en el
sofá y yo allí de guardia, que era mi casa y ya
podían invitar alguna vez a la suya que ya estaba
bien.

En esas estaba yo, preparándole una bronca,


seguramente inmerecida, al repartidor, cuando del
ascensor salió una pareja entrada en edad, con
pinta de tener mucho dinero y con una
desesperación pérfida en la mirada que me
transportó a otros tiempos más emocionantes,
En el fondo 227
Raquel Couto Antelo
entraron decididos sin esperar convite y se
plantaron delante de la tele para captar toda la
atención. Detrás de ellos llegó el repartidor que
se escaqueó de la bronca porque la intriga había
borrado el cabreo de un plumazo.

- Vosotros sois esos que antes... – dijo la


mujer sin querer hablar más de la cuenta.

Nos extrañó que alguien se acordase de aquellos


tiempos. El pizzero estaba atento mientras buscaba
la vuelta.

- Queda con el cambio, que debe estar bien


difícil de encontrar, largo – le dije.

El marchó sin muchas ganas. Cerré la puerta y me


puse al tema.

- Somos esos que antes... – dije con aire


misterioso.

Y noté una chispa en la mirada de Salva, y otra en


la de la pareja visitante.

- Sabréis que tenemos denunciado al


Ayuntamiento – dijo el hombre.

Y lo dijo como si de verdad lo tuviésemos que


saber.

- ¿Vosotros lo sabéis? – preguntó ella.

No pareció gustarles nuestra ignorancia. Se


miraron con disgusto, como si estuviesen perdiendo
el tiempo, defraudados.

- Pues nos informaron mal – dijo él.

Nos contó que habían hablado con un periodista,


que no debía ser muy bueno porque trabajando
Sandra en una librería era raro que no hubiésemos
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Raquel Couto Antelo
escuchado nada del tema, que les dio el nombre de
no se quien que tenía un restaurante en las
tiendas centrales, que les había dicho de otro que
vendía velas, que habló con otra que ahora vivía
en Sada, que sabía de... en definitiva que
acabaron por llegar hasta nosotras.

Por lo que fuimos sacando de uno y otra habían


denunciado al Ayuntamiento por sus derechos sobre
Little Venice, al parecer unos años antes, cuando
ya estaban instalados y disfrutando de la
tranquilidad de su chalet fruto de la
indemnización por el desalojo de la zona cero,
unos amigos suyos les contaron que los del
Ayuntamiento habían pasado por allí para que
firmasen la renuncia a los posibles derechos que
pudiesen tener sobre sus antiguas propiedades en
la zona cero. Firmaron, claro que firmaron, les
traían las escrituras y aquel documento chapucero
que habían firmado cuando recibieron la
compensación económica. Después supieron que
habían visitado a todos sus vecinos de antes y
acabaron por averiguar que había otros dos
propietarios más a parte de ellos a los que no les
habían ido a pedir la firma. Tanto les extrañó que
compararon sus documentos con los de la gente que
había firmado, vieron que aquel documento
chapucero que habían firmado cuando recibieron la
compensación por marchar de la zona cero era un
simple recibí del dinero, sin más, sin aclaración.
Vieron también que el documento nuevo explicaba
claramente la renuncia a cualquier derecho sobre
las antiguas propiedades dejando sin efecto la
escritura que obraba en manos del Ayuntamiento
aunque estuviese a nombre de los antiguos
propietarios.

Les vino la inspiración, algo había que rascar,


seguro. Y aunque imaginaban que habría algún
motivo por el que no habían contactado con ellos
hablaron con un abogado de toda confianza que vio
tajada, sin saber muy bien de que parte, que les
En el fondo 229
Raquel Couto Antelo
dijo que lo primero que tenían que hacer era poner
una denuncia al Ayuntamiento por usurpación de sus
propiedades. En el tiempo que tardó el juicio
averiguaron que el Ayuntamiento no tenía sus
escrituras, lo supieron porque menganita que
jugaba al parchís con menganita que tomaba el café
con fulanito que... conocía a un concejal que le
contó que unas concejalas habían intentado quedar
con todo presentando las escrituras de las
propiedades; pero que dieron reaccionado a tiempo
porque hicieron una lista con los propietarios y
les hicieron firmar la renuncia inutilizando las
escrituras que habían olvidado pasar a nombre del
Ayuntamiento en su momento. Aprovecharon la
inocencia de los propietarios y tuvieron suerte de
que la tuviesen, la inocencia, quiero decir.

A medida que hablaban se me iban aclarando los


recuerdos hasta llegar al momento de ese flash que
me hizo recordar que había escondido tres
escrituras debajo del armario del baño y que había
olvidado completamente. A partir del momento en
que lo recordé no hice más que intentar poner cara
de disimule para que no se me notase que las tenía
y buscar una buena excusa para ir al cuarto de
baño para asegurarme de que, efectivamente,
estaban allí.

Salva notó que me pasaba algo, aunque no creo que


imaginase el que, pensó que me quería deshacer de
ellos porque me traían malos recuerdos.

- Ya no queda nada allá abajo, no nos pidan


que bajemos, no hay nada que hacer - dijo
Salva.

Los viejos se decepcionaron, se decepcionaron


mucho, se sentaron y pusieron unas caras de pena
que me conmovieron, y al resto también. Le pedí a
Sandra que me acompañase al baño, le extrañó; y
más aún le extrañó que le pidiese que me ayudara a
mover el armario con cuidado, y aún más que sacara
En el fondo 230
Raquel Couto Antelo
de debajo las escrituras de las que hablaban los
viejos y que ella pensaba que eran completamente
ajenas a nosotras.

- ¿Y eso? – preguntó en voz baja.

- Se las robé a Ramón – le respondí.

Puso una cara de sorpresa alegre, como si por


primera vez creyese aquello que le decía de que ya
lo tenía superado.

- ¿Se las vas a dar? – preguntó Sandra.

- Sí – dije - ¿no le viste las caritas?

Fue en ese momento cuando me di cuenta de que sí


mucha pena, pero los viejos se habían papado la
indemnización por el realojo y nosotras, que
habíamos hecho todo el trabajo, nos habíamos
quedado sin un duro.

- Igual, mejor hacemos un trato – rectifiqué.

Los viejos seguían afligidos, Paco estaba tratando


de consolarlos y Salva tratando de poner la oreja
en la tele para que no le interrumpiesen el
programa.

- Bueno, a ver – dije tratando de poner voz


amable aunque me salió de sargento – aquí
tengo tres escrituras, pero también tengo
ganas de la mitad de todo.

Se miraron, ni escucharon lo de que quería la


mitad, ni recordaron que tenían reuma ni artrosis,
se levantaron, se pusieron a darnos besos a todos,
a decirnos que éramos sus salvadores, que ya se lo
habían dicho, que teníamos la fama bien ganada...
Salva me miraba con la misma cara de sorpresa de
Sandra y con una chispa de avaricia que le entro
al escuchar lo de la mitad, claro.
En el fondo 231
Raquel Couto Antelo
Acepté las muestras de agradecimiento sin
emocionarme ni abandonar mi postura de sargento y,
sobre todo, sin soltar las escrituras, las
agarraba como si se me fuese la vida en ellas.

Una vez se les pasó la euforia volvía a repetirles


lo de la mitad de todo, no pareció importarles;
hicieron un par de llamadas y en poco tiempo
estaban en la puerta otra vieja y una pareja de
viejos más, no es que les falte al respeto, es que
ya tenían sus años.

Se volvió a repetir la escena de agradecimientos y


Salva se me adelantó al insistir en lo de “la
mitad de todo”. Hicieron una última llamada y se
presentó el abogado que no se emocionó tanto e
insistía bastante más que los viejos en que les
diese las escrituras. Cosa que no hice, cosa que a
los viejos no les pareció del todo bien, pero que
comprendieron y al abogado le pareció mal de todo,
pero como Salva se puso a mi lado en plan
guardaespaldas y Paco y Sandra hicieron otro
tanto, y encima parece ser que teníamos fama en
ciertos círculos de ser de armas tomar en el
sentido literal de las dos palabras, pues se
despidieron amablemente y quedamos en el juicio,
donde nos darían la mitad de todo.

El juicio fue muy tranquilo, por parte del


Ayuntamiento venían varios abogados, entre ellos
Carlos, que en cuanto nos vio se le bajaron los
humos, incluso les propusieron un trato algo
favorecedor a los viejos, que por muy favorecedor
que fuese nunca sería tanto como la mitad de todo.

El Concejal de urbanismo hablaba con el ex de su


yerno y nos miraban, a el también se le habían
bajado los humos, y eso que aún no había salido el
tema de las escrituras. Cuando salió fue peor,
para ellos quiero decir, para nosotras fue genial.
El juez obligó a los viejos a devolver la
En el fondo 232
Raquel Couto Antelo
indemnización por el desalojo, una miseria; y al
Ayuntamiento a darles la titularidad de lo que
había en los terrenos de das escrituras, y a
nosotras la mitad de todo.

Una pasta, pero una pasta, había dos hoteles de


superlujo y un embarcadero con amarre y
aparcamiento, una pasta. Sí, aún siendo la mitad
una pasta. Sobre todo teniendo en cuenta que no
habíamos tenido ningún gasto, porque la obra la
había financiado que la había financiado y el juez
estimó que eso era culpa del Ayuntamiento por
ponerse a obrar sin tener las cosas en regla. Ni
protestaron, dieron gracias porque sólo fuesen
tres y no todos, como estuvieron a punto de ser.

Pero no penséis que se nos subió a la cabeza tener


el futuro más que asegurado, no. Sandra siguió con
su librería, con Paco, tuvo un parto múltiple y
las criaturitas corren arriba y abajo por las
escaleras todo el santo día gritando como sin
chans descontrolados, pero felices, muy felices.
Salva y yo pusimos una cadena de restaurantes
rápidos de filloas por todo el mundo; el con su
parte compró un jet privado y no para quieto ni
por accidente, cuando no está en su mansión del
Caribe, está en la Toscana y cuando no en Kenya.

¿Yo? Yo llego tarde al avión, acabo de dejar a


Aría Canciño, que se enrolla como una persiana,
pero es que tenía que hablar con ella para
convencerla de que no salgo con ningún actor de
ojos azules por mucho que lo digan sus fuentes...
lo que no sé es de donde sacarían semejante cosa
sus fuentes...

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Raquel Couto Antelo
Índice

Preparativos
Capítulo 1. El comienzo
Capítulo 2. El tesoro
Capítulo 3. Dicen
Capítulo 4. El error de Paco (Primera parte)
Capítulo 5. El error de Paco (Segunda parte)
Capítulo 6. Con el agua en los talones
Capítulo 7. El juicio final
Capítulo 8. In Venus Veritas (Primera parte)
Capítulo 9. In Venus Veritas (Segunda parte)
Capítulo 10. Sin glamour pero con corazón
Capítulo 11. Tres son multitud, cuatro son la
leche
Capítulo 12. En el fondo. Primer intento
Capítulo 13. Paz interior
Capítulo 14. Tomando un respiro
Capítulo 15. Inteligencia artificial, inteligencia
natural
Capítulo 16. A parte y punto
Capítulo 17. Cara de actor de ojos azules
Capítulo 18. Esta tarjeta no tiene precio
Capítulo 19. De bolsas de basura nada
Capítulo 20. Pista familiar
Capítulo 21. Hacia adelante
Capítulo 22. A flote
Capítulo 23. Disimulando
Capítulo 24. Filloas rellenas
Capítulo 25. Carlos rey
Capítulo 26. En el fondo. Segundo intento (Primera
parte)
Capítulo 27. En el fondo. Segundo intento (Segunda
parte)
Capítulo 28. En el fondo. Segundo intento (Tercera
parte)
Capítulo 29. En el fondo. Segundo intento (Cuarta
parte)
Capítulo 30. Estoy en la lavadora
Capítulo 31. Magia
Capítulo 32. La historia (Primera parte)
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Raquel Couto Antelo
Capítulo 33. La historia (Segunda parte)
Capítulo 34. Conspiración
Capítulo 35. Perdid@s
Capítulo 36. ¿Qué dices que dijiste?
Capítulo 37. ¿Que dijiste que dije?
Capítulo 38. El bosque animado
Capítulo 39. Tejiendo la tela
Capítulo 40. Hilando fino
Capítulo 41. Amanecer
Capítulo 42. Argimiro conection
Capítulo 43. Argimiro disconection
Capítulo 44. Argimiro reload
Capítulo 45. Poder
Capítulo 46. Son todas las que están pero no están
todas las que son
Capítulo 47. Adrenalina
Capítulo 48. Contrarreloj
Capítulo 49. Cuenta atrás
Capítulo 50. Tiempo de descuento
Capítulo 51. El mar siempre vuelve a su sitio

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Raquel Couto Antelo

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