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Las metáforas de la enfermedad

Los anormales y las metáforas de la enfermedad

Adolfo Vásquez Rocca


Doctor en Filosofía.

FOUCAULT ,Michel Los anormales, Buenos Aires, FCE, 2000; Vigilar y


castigar, México, Siglo XXI, 1984Historia de la sexualidad, 1. La voluntad de
saber,México, Siglo XXI, 1985. Más recientemente, Didier Eribon ha
retomado las hipótesis de Foucault, en Una moral de lo minoritario.
Variaciones sobre un tema de Jean Genet, Barcelona, Anagrama, 2004.

Dr. Adolfo Vásquez Rocca


Las metáforas de la enfermedad

Los anormales

La primera de las figuras es la que llamaré el monstruo humano. El marco de


referencia de é, desde luego, es la ley . La noción de monstruo es
esencialmente una noción jurídica -jurídica en el sentido amplio del término,
claro está, porque lo que define al monstruo es el hecho de que, en su
existencia misma y su forma, no sólo es violación de las leyes de la
sociedad, sino también de las leyes de la naturaleza-. Es, en un doble
registro, infracción a las leyes en su misma existencia. El campo de
aparición del monstruo, por lo tanto, es un dominio al que puede calificarse
de jurídico biológico. Por otra parte, el monstruo aparece en este espacio
como un fenómeno a la vez extremo y extremadamente raro. Es el límite, el
punto de derrumbe de la ley y, al mismo tiempo, la excepción que sólo se
encuentra, precisamente, en casos extremos. Digamos que el monstruo es
lo que combina lo imposible y lo prohibido1.
Pág 61.

Ahora bien, éste también muestra la siguiente diferencia con el monstruo: su


índice de frecuencia es naturalmente mucho más alto. El monstruo es la
excepción por definición; el individuo a corregir es un fenómeno corriente.
Tan corriente que presenta -y ésa es su primera paradoja- la característica de
ser, en cierto modo, regular en su irregularidad. Por consiguiente, a partir de
ahí también van a desplegarse toda una serie de equívocos que
reencontraremos durante mucho tiempo, luego del siglo XVIII, en la

1
Pág 61.

Dr. Adolfo Vásquez Rocca


Las metáforas de la enfermedad

problemática del hombre anormal. En primer lugar, esto: en la medida en


que el individuo a corregir es muy frecuente, en la medida en que está
inmediatamente próximo a la regla, siempre va a ser muy difícil determinarlo.
Por un lado, es una especie de evidencia familiar, cotidiana, que hace que se
lo pueda reconocer de inmediato, pero reconocerlo sin que haya que dar
pruebas, de tan familiar que es. Por lo tanto, en la medida en que no hay
que dar pruebas, nunca se podrá demostrar efectivamente que el individuo
es incorregible. Está exactamente en el límite de la indecidibilidad. No se
puede dar pruebas de él y tampoco demostraciones. Primer equívoco.
Otro equívoco es que, en el fondo, la persona que hay que corregir se
presenta en ese carácter en la medida en que fracasaron todas las técnicas,
todos los procedimientos, todas las inversiones conocidas y familiares de
domesticación mediante los cuales se pudo intentar corregirla. Lo que define
al individuo a corregir, por lo tanto, es que es incorregible. Y sin embargo,
paradójicamente, el incorregible, en la medida misma en que lo es, exige en
torno de sí cierta cantidad de intervenciones específicas, de
sobreintervenciones con respecto a las técnicas conocidas y familiares de
domesticación y corrección, es decir, una nueva tecnología de recuperación,
de sobrecorrección. De manera que alrededor de este individuo a corregir,
vemos dibujarse una especie de juego entre la incorregibilidad y la
corregibilidad. Se esboza un eje de la corregible incorregibilidad, donde más
adelante, en el siglo XIX, vamos a encontrar precisamente al individuo
anormal. Ese eje va a servir de soporte a todas las instituciones específicas
para anormales, que se desarrollarán en el siglo XIX. Monstruo
empalidecido y trivializado, el anormal de ese siglo es igualmente un
incorregible, un incorregible a quien se va a poner en medio de un aparato de
corrección. Ése es el segundo antepasado del anormal del siglo XIX2.

2
Pág. 63 – 64.

Dr. Adolfo Vásquez Rocca


Las metáforas de la enfermedad

El monstruo es, en el fondo, la casuística necesaria que el desorden de la


naturaleza exige en el derecho.

Así se dirá que el monstruo el ser en quien leemos la mezcla de dos reinos,
porque, por una parte, cuando podemos leer, en un único y mismo individuo,
la presencia del animal y la de la especie humana, y buscamos la causa, ¿a
qué se nos remite? A una infracción del derecho humano y el derecho divino,
es decir, a la fornicación, en los progenitores, entre un individuo de la especie
humana y un animal3

3
Pág. 69.

Dr. Adolfo Vásquez Rocca


Las metáforas de la enfermedad

II

¿Qué clase de cosa es la Enfermedad (siempre se trata de una y sólo una:


en el siglo XIX, en el XX, en el XXI), y en qué sentido nos sirve para pensar
la literatura? Una cosa imaginaria, una cosa en el registro de lo imaginario y,
por eso, parte de la ecología de la Imaginación.

La enfermedad, disturbio de la salud, al mismo tiempo que representa un


desorden de la naturaleza, es aquello que se sustrae al aparato jurídico. Lo
señala Foucault en su curso Los anormales (1975) y en los libros que de ese
curso se deducen, como Vigilar y castigar o el primer tomo de la Historia de
la sexualidad): la teratología del siglo XIX es una teoría donde lo monstruoso
es aquello que desafía a la vez las leyes naturales y las leyes del sistema
jurídico4

El monstruo humano, dice Foucault, constituye el límite o umbral, el punto de


derrumbe, la excepción de lo natural pero también del sistema jurídico. El
monstruo “combina lo imposible y lo prohibido”: “a la vez que viola la ley, la
deja sin voz”. Porque el siglo XIX es un siglo particularmente obsesionado
por las colecciones (grandes museos de lo viviente,museos artísticos
nacionales, colecciones de antigüedades, parques zoológicos y botánicos,
etc), no puede sino mirar con escándalo el desorden de la clasificación y de
la colección. El monstruo es el principio de inteligibilidad de todas las
“pequeñas anomalías”, señala Foucault5. Así lo monstruoso se vuelve

4
FOUCAULT ,Michel Los anormales, Buenos Aires, FCE, 2000; Vigilar y castigar, México, Siglo XXI,
1984Historia de la sexualidad, 1. La voluntad de saber,México, Siglo XXI, 1985. Más recientemente, Didier
Eribon ha retomado las hipótesis de Foucault, en Una moral de lo minoritario. Variaciones sobre un tema de Jean
Genet, Barcelona, Anagrama, 2004.
5
LINK, Daniel, Clases, Literatura y Disidencia, .Editorial Norma, Buenos Aires, 2005, p. 161.

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metáfora de la Enfermedad.

Si los monstruos literarios del siglo XIX metaforizan la Enfermedad, los


grandes monumentos de comienzos del siglo XX están atravesados por ella,
desde La montaña mágica de Thomas Mann y la obra de Kafka hasta el
convencimiento (falso) de Fitzgerald en sus últimos años de que él mismo
sufría de tuberculosis. Pero el siglo pasado usó precisamente lo monstruoso
como desorganizador del sistema y de las colecciones (es el siglo de la serie,
en contra de la colección, desde Saussure a Lacan y Deleuze6 y es por eso
que las grandes ficciones del siglo XX han sido reconocidas como un
atentado en contra del realismo (la estética que hizo de la colección su toque
de campana) y, por eso mismo, monumentalizados.

Pág. 163. El siglo XX sigue la política del monstruo: recodifica y al mismo


tiempo revaloriza la Enfermedad, sus metáforas y su principio de
inteligibilidad.

La enfermedad del siglo XX se dispara en nuevas direcciones metafóricas.


La multiplicación cancerígena, la autofagocitosis de lo viviente no admite, por
sus propias características (y porque es correlativa de una crisis de
representación), ni los mismos motivos ni los mismos procedimientos. Casi
habría que decir que, habiendo cesado la posibilidad de toda alegoría, no
convoca ningún tema en particular, sino más bien una forma. Una forma que
no alcanza a coagular en estilo, en clase, en género: lo que aparece es
material in-forme (el Cuerpo sin Órganos de Artaud o el Tejido Orgánico no
diferenciado de Burroughs), en todo caso, esa proliferación de materia
orgánica completamente monstruosa que aniquila los órganos (los temibles

6
En particular, el texto de Deleuze, “¿En qué se reconoce el estructuralismo?”.

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cánceres de mama, de testículo y de próstata, los canceres de piel, de


médula, de pulmón).

La autofagocitosis es el emblema de la literatura más característica del siglo


XX: el “cáncer” de la autorreferencialidad y el mundo como texto fuera de
control, la semiosis infinita que sólo el siglo XX comprende y asume con
todas sus consecuencias, una biopolítica ya no del contagio fluido sino la
irradación molecular. El cuerpo se descompone desde adentro y se vuelve
pura intensidad, puro dolor.

En el siglo XXI la enfermedad recupera viejas metáforas y personajes ilustres


(contagio por contacto, transfiguración nocturna), porque vuelven los terrores
del siglo XXI (la tuberculosis y las demás enfermedades de las vías
respiratorias: neumonía, asfixia. Pero la novedad del VIH (mucho más que la
del sida) es que la Enfermedad conecta indefinidamente, y de manera
masiva, al ser humano a la maquinaria médico-farmacológica (la industria
farmacológica es la tercera después de las armas y el petróleo). Y esa
conexión, a diferencia de las radioterapias y quimioterapias propias del siglo
XX no es tanto un envenenamiento como una suspensión indefinida del
combate. El sida es, efectivamente, la Enfermedad del capitalismo tardío7.

Una vez más, en lo que a la imaginación se refiere, el toque de campana se


lee en una variedad de fantasy característico de la pop culture, el cyborg (ese
ser novedoso en el contexto de la ciencia ficción) que tiene una parte de ser
humano y una parte de máquina, se trate de Terminator -cuya parte human
es el exterior, la piel-, Robocop -cuya humanidad es completamente interior:
su cerebro, su memoria, su mirada- o, más cercano en el tiempo, Jake, ese

7
LINK, Daniel, Clases, Literatura y Disidencia, .Editorial Norma, Buenos Aires, 2005, p. 164.

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joven habitado por nanobots que, diseminados en su cuerpo, le dan poderes


especiales.

PÁG.165.- Los portadores de HIV son los verdaderos cyborgs de nuestro


tiempo: una conexión hombre-máquina donde la farmacología establece un
agenciamiento molecular, una relación diseminada en cada molécula del
cuerpo. Más allá del monstruo clásico del siglo XIX y del cuerpo sin órganos
del siglo XX, es ésta la mutación antropológica de la que somos
protagonistas y de la que Un año sin amor de Pablo Pérez habla con una
claridad desconocida hasta su publicación.

Pág 166.- Cuando, en los ochenta, Foucault llega a reformular su trabajo


sobre la historia de la sexualidad en los términos “del arte de gobernarse a sí
mismo” y a considerar el futuro gay en los términos de una estética de la
existencia, lo hará con la mirada puesta en los filósofos de la Antigua Grecia
(...) y no citando a Genet, al que, sin embargo, había admirado y del que,
sobre todo, había retenido, en los cincuenta, la idea de la relegación social,
es decir, el análisis de los procesos de la abyección. Pero incluso si no se
refiere a Genet, la reflexión de Foucault, en aquel momento, se inscribe
claramente en la estructura de un conflicto que ya ha opuesto la idea gay de
la ascesis (Genet) a la idea heterosexual de la transgresión (Bataille).8

Pág. 167.- He señalado que la Enfermedad se piensa tanto en relación con


un orden hipotético de la salud natural, de la vida natural, pero también se
piensa como un efecto de la cohabitación. en algún sentido, la Enfermedad
pone en crisis la hipótesis sobre “Cómo vivir juntos”9

8
Didier Eribon, Una moral de lo minoritario. Variacones sobre un tema de Jean Genet, Barcelona Anagrama, 2004,
p.68.
9
Cfr. Roland Barthes, Cómo vivir juntos, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004.

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Pág.168.- En Los anormales (1975), Foucault plantea que el dominio de la


anomalía durante el siglo XIX convoca y absorve tres figuras previas. La
primera es el Monstruo humano; la segunda es el Incorregible y la tercera es
el Pequeño masturbador. El monstruo humano constituye el límite, el punto
de derrumbe, la excepción de lo natural pero también del sistema jurídico,
combina lo imposible y lo prohibido” (“a la vez que viola la ley, la deja sin
voz”). Pero, paradójicamente, señala Foucault, el monstruo es el principio de
inteligibilidad de todas las anomalías. De ahí que la psiquiatría y la teoría
criminológica se dediquen a buscar e identificar el monstruo que se agazapa
en las pequeñas anomalías y las pequeñas desviaciones. La otra figura, el
Incorregible, es una figura más difícil de asir que el Monstruo: el individuo a
corregir aparece todo el tiempo y en cualquier parte. En Los anormales
Foucault se refiere sobre todo al Monstruo y el Onanista (figura novísima del
siglo XIX), sobre todo porque van a legitimar la fundación de instituciones
normalizadoras: la medicina, la psiquiatría, la cárcel, la criminología, la
escuela.

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LOS ANORMALES

Pág 61.

La primera de las figuras es la que llamaré el monstruo humano. El marco de


referencia de é, desde luego, es la ley . La noción de monstruo es
esencialmente una noción jurídica -jurídica en el sentido amplio del término,
claro está, porque lo que define al monstruo es el hecho de que, en su
existencia misma y su forma, no sólo es violación de las leyes de la
sociedad, sino también de las leyes de la naturaleza-. Es, en un doble
registro, infracción a las leyes en su misma existencia. El campo de
aparición del monstruo, por lo tanto, es un dominio al que puede calificarse
de jurídico biológico. Por otra parte, el monstruo aparece en este espacio
como un fenómeno a la vez extremo y extremadamente raro. Es el límite, el
punto de derrumbe de la ley y, al mismo tiempo, la excepción que sólo se
encuentra, precisamente, en casos extremos. Digamos que el monstruo es
lo que combina lo imposible y lo prohibido.

Pág. 63 – 64. Ahora bien, éste también muestra la siguiente diferencia con
el monstruo: su índice de frecuencia es naturalmente mucho más alto. El
monstruo es la excepción por definición; el individuo a corregir es un
fenómeno corriente. Tan corriente que presenta -y ésa es su primera
paradoja- la característica de ser, en cierto modo, regular en su irregularidad.
Por consiguiente, a partir de ahí también van a desplegarse toda una serie
de equívocos que reencontraremos durante mucho tiempo, luego del siglo
XVIII, en la problemática del hombre anormal. En primer lugar, esto: en la
medida en que el individuo a corregir es muy frecuente, en la medida en que
está inmediatamente próximo a la regla, siempre va a ser muy difícil

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determinarlo. Por un lado, es una especie de evidencia familiar, cotidiana,


que hace que se lo pueda reconocer de inmediato, pero reconocerlo sin que
haya que dar pruebas, de tan familiar que es. Por lo tanto, en la medida en
que no hay que dar pruebas, nunca se podrá demostrar efectivamente que el
individuo es incorregible. Está exactamente en el límite de la indecidibilidad.
No se puede dar pruebas de él y tampoco demostraciones. Primer equívoco.
Otro equívoco es que, en el fondo, la persona que hay que corregir se
presenta en ese carácter en la medida en que fracasaron todas las técnicas,
todos los procedimientos, todas las inversiones conocidas y familiares de
domesticación mediante los cuales se pudo intentar corregirla. Lo que define
al individuo a corregir, por lo tanto, es que es incorregible. Y sin embargo,
paradójicamente, el incorregible, en la medida misma en que lo es, exige en
torno de sí cierta cantidad de intervenciones específicas, de
sobreintervenciones con respecto a las técnicas conocidas y familiares de
domesticación y corrección, es decir, una nueva tecnología de recuperación,
de sobrecorrección. De manera que alrededor de este individuo a corregir,
vemos dibujarse una especie de juego entre la incorregibilidad y la
corregibilidad. Se esboza un eje de la corregible incorregibilidad, donde más
adelante, en el siglo XIX, vamos a encontrar precisamente al individuo
anormal. Ese eje va a servir de soporte a todas las instituciones específicas
para anormales, que se desarrollarán en el siglo XIX. Monstruo
empalidecido y trivializado, el anormal de ese siglo es igualmente un
incorregible, un incorregible a quien se va a poner en medio de un aparato de
corrección. Ése es el segundo antepasado del anormal del siglo XIX.

Pág. 69. El monstruo es, en el fondo, la casuística necesaria que el


desorden de la naturaleza exige en el derecho.
Así se dirá que el monstruo el ser en quien leemos la mezcla de dos reinos,

Dr. Adolfo Vásquez Rocca


Las metáforas de la enfermedad

porque, por una parte, cuando podemos leer, en un único y mismo individuo,
la presencia del animal y la de la especie humana, y buscamos la causa, ¿a
qué se nos remite? A una infracción del derecho humano y el derecho divino,
es decir, a la fornicación, en los progenitores, entre un individuo de la especie
humana y un animal.

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