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Travestis: una identidad política1[1]

Lohana Berkins
Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual (ALITT)

1. Cómo nos decimos: las travestis en Latinoamérica

En esta ocasión me voy a referir a las


condiciones de vida, movilización política y
demandas de las travestis2[2] latinoamericanas, con
especial énfasis a la situación en Argentina.

Deseo que mi intervención contribuya a la


construcción de la memoria del travestismo
latinoamericano. Creo que las travestis tenemos
una historia para contar y para hacer. Es decir,
experiencias en primera persona para contraponer a
los discursos que han circulado sobre nosotras.

A partir de la última década del siglo XX el


travestismo ha concentrado la atención de la opinión pública latinoamericana. Me
refiero a que el travestismo irrumpió en el espacio público de la mano de discursos
biomédicos, policiales, sociológicos, jurídicos, políticos y periodísticos que funcionaron
como disparadores en algunas ocasiones para discutir y en otras oportunidades para
reforzar las dinámicas desigualadoras relacionadas con la identidad de género, la
sexualidad, la raza, la clase social, la etnia, la religión, la edad, la ideología en diferentes
contextos. De modo que cuando pensamos en el travestismo latinoamericano pensamos
en un fenómeno complejo y dinámico y nos referimos a sujetas atravesadas por
relaciones de privilegio y opresión propias de cada sociedad y de cada momento
histórico particular.

Las y los médicos y las y los psicoanalistas han definido a las travestis como
hombres que se visten con ropas correspondientes a las mujeres. Nosotras resistimos
esta definición que no da cuenta del modo en que nosotras nos pensamos y las maneras
en que vivimos.
En la década de 1990, cuando las travestis comenzamos a alzar nuestra voz en
público y a organizarnos3[3], decidimos que una de las primeras cuestiones en las que
teníamos que concentrar nuestros esfuerzos colectivos era en resignificar el término
travesti, que hasta el momento tenía connotaciones negativas para las y los otros y para
nosotras mismas. El término travesti ha sido y sigue siendo utilizado como sinónimo de
sidosa, ladrona, escandalosa, infectada, marginal. Nosotras decidimos darle nuevos
sentidos a la palabra travesti y vincularla con la lucha, la resistencia, la dignidad y la
felicidad.

De manera que las travestis nos esforzamos por articular los sentidos políticos de la
palabra travesti, que designa a unas sujetas, nosotras, que nos enfrentamos en diferentes
momentos y espacios a unas y unos adversarios, las y los fundamentalistas, las y los
autoritarios, las y los explotadores, las y los defensores del patriarcado y de la
heteronormatividad. Como nuestra comprensión de la identidad travesti cuestiona la
noción de identidades como límites, las presentes reflexiones no pretenden invalidar
otras experiencias subjetivas y relacionales, otras formas alternativas de vivir y entender
el travestismo.

Las travestis somos personas que construimos nuestra identidad cuestionando los
sentidos que otorga la cultura dominante a la genitalidad. La sociedad hace lecturas de
los genitales de las personas y a estas lecturas le siguen expectativas acerca de la
identidad, las habilidades, la posición social, la sexualidad y la moral de cada persona.
Se considera que a un cuerpo con un pene seguirá una subjetividad masculina y a un
cuerpo con una vagina seguirá una subjetividad femenina. El travestismo irrumpe en
esta lógica binaria que es hegemónica en las sociedades occidentales y que oprime a
quienes se resisten a ser subsumidas y subsumidos en las categorías “varón” y “mujer”.

Por supuesto, las travestis estamos atravesadas por contradicciones, paradojas y


tensiones, tal como sucede con todos los sujetos sociales. Así, aunque algunas de
nuestras prácticas contribuyen a desestabilizar la lógica binaria de sexo-género, al
construirnos en femenino con frecuencia recurrimos a valores y símbolos culturales que
reproducen a la feminidad y a las mujeres concretas como subordinadas.

Sin embargo, discutimos el argumento formulado por algunos feminismos que


desvalorizan al travestismo sosteniendo que reproduce estereotipos sobre las mujeres y
que refuerza la feminidad tradicional. En primer lugar, si bien es cierto que la
construcción de las subjetividades y corporalidades travestis recurre a normas y
emblemas ligados a la feminidad hegemónica (¡porque no vivimos en una cápsula de
vacío!), a través de este proceso esas reglas y atributos son resignificados y
desequilibrados (Butler, 1990). En segundo lugar, consideramos que no hay sujetas ni
sujetos que estén obligados a cargar sobre sus espaldas el deber ineludible de subvertir
las normas de género. Creemos que esta es una lucha política que se elige y muchas
travestis ya nos encontramos librando esta batalla por convicción feminista.

La desestabilización de la oposición y complementariedad entre lo masculino y lo


femenino y de los vínculos históricamente construidos entre biología y subjetividad
operada por la lucha de las travestis para ser reconocidas como sujetas es sancionada a
diario. Considero que un análisis del travestismo necesariamente debe considerar la
criminalización de la identidad travesti y las consecuencias en la vida cotidiana y en la
subjetividad de las compañeras travestis. Por un lado, el Estado es el principal violador
de los derechos de las travestis, por acción u omisión. Por otro lado, la desvalorización
social se expresa a través de los insultos y estereotipos, que sistemáticamente remiten a
las travestis a un supuesto origen biológico masculino e impugnan nuestras
posibilidades de existir en nuestros propios términos.

2. Las travestis en Latinoamérica: cómo vivimos

Nosotras sostenemos la identidad


travesti no sólo recurriendo al
regionalismo lingüístico, sino a
circunstancias y características que hacen
del travestismo un fenómeno diferente de
la transgeneridad norteamericana y
europea.

En primer lugar, las travestis vivimos


circunstancias diferentes respecto de las que atraviesan muchas transgéneros de otros
países, quienes a menudo recurren a cirugías de reasignación de sexo y tienen como
objetivo reacomodarse en la lógica binaria como mujeres o varones. Gran parte de las
travestis latinoamericanas reivindicamos la opción de ocupar una posición fuera del
binarismo y es nuestro objetivo desestabilizar las categorías varón y mujer.

En segundo lugar, la palabra transgeneridad se originó a partir de trabajos teóricos


desarrollados en el marco de la academia estadounidense. En contraste, como mencioné
anteriormente, el término travesti en Latinoamérica proviene de la medicina y ha sido
apropiado, reelaborado y encarnado por las propias travestis para llamarse a sí mismas.
Éste es el término en el que nos reconocemos y que elegimos para construirnos como
sujetas de derecho.

Este proceso de apropiación del travestismo como lugar desde el cual alzar nuestras
voces y plantear nuestras demandas constituye una lucha política. Este devenir, que
incluyó momentos de tensión con la academia y con otros movimientos sociales y
políticos, nos permitió proponer comprensiones alternativas del travestismo como
identidad encarnada, que trasciende las políticas de la corporalidad binaria y de la lógica
sexo-genérica dicotómica.

Aquí, en Latinoamérica, el travestismo se construyó un espacio propio a través de la


movilización política y de la discusión con otros sujetos subordinados. Nos
reconocemos por fuera de cualquier disciplina teórica que se arrogue la facultad de
definirnos sin reconocer nuestra agencia y nuestro poder como sujetas en el marco de
los condicionamientos sociales que nos han afectado históricamente.

Para seguir desarrollando los contrastes que encuentro entre las experiencias
transgéneros de otras regiones y las particularidades del travestismo en Latinoamérica
quisiera señalar a continuación algunas cuestiones ineludibles para la comprensión
contextualizada de los recursos culturales y políticos con los que contamos las travestis
en esta región.

Tal como señala Josefina Fernández (2004: 198), no es posible escindir la


construcción de la identidad de las condiciones de existencia de las travestis en nuestras
sociedades. Estas condiciones de existencia están marcadas por la exclusión de las
travestis del sistema educativo formal y del mercado de trabajo. En este tipo de
escenarios, la prostitución constituye la única fuente de ingresos, la estrategia de
supervivencia más extendida y uno de los escasísimos espacios de reconocimiento de la
identidad travesti como una posibilidad de ser en el mundo.
En una investigación realizada en el año 2005, en el curso de la cual consultamos a
302 compañeras travestis residentes en la ciudad de Buenos Aires, el Conurbano
Bonaerense y la ciudad de Mar del Plata, encontramos que “el ejercicio de la
prostitución callejera es la más importante fuente de ingresos para el 79.1% de las
compañeras encuestadas. Aquellas compañeras que reportan otros trabajos también se
encuentran en el mercado informal, sin reconocimiento alguno de derechos laborales, en
ocupaciones de baja calificación y remuneración (Gutiérrez, 2005: 78).

La asociación entre travestismo y prostitución constituye una de las representaciones


del sentido común más difundidas en las sociedades latinoamericanas y en la sociedad
argentina en particular. En algunos discursos sociales la prostitución aparece como una
elección de las personas travestis. Sin embargo, la exclusión del mercado laboral que
afecta a travestis y transexuales impide plantear el asunto en términos de decisiones
libres.

Uno de los elementos necesarios para comprender el recurso a la prostitución como


salida casi exclusiva para asegurarse el sustento es la expulsión de las travestis del
sistema educativo. Las circunstancias hostiles que marcan la experiencia de
escolarización de la mayoría de las niñas y adolescentes travestis condicionan
severamente las posibilidades de estas sujetas en términos de inclusión social y de
acceso a un empleo de calidad en la adultez.

La investigación anteriormente mencionada refiere a la escuela como un espacio


expulsivo para las travestis: “la mayoría de las travestis/transexuales ha sufrido algún
tipo de violencia (91,4% de las encuestadas), la escuela ocupa el tercer puesto –después
de la comisaría y la calle- en la lista de lugares en los cuales ellas han recibido
agresiones” (Hiller, 2005: 98).

Una cuestión adicional que merece ser analizada es que en Latinoamérica y en


nuestro país el travestismo es asumido en edades tempranas. Esta situación en el marco
de una sociedad que criminaliza la identidad travesti conlleva con mucha frecuencia la
pérdida del hogar, de los vínculos familiares y la marginación de la escuela. Ocurre que
las niñas travestis ven interrumpida su infancia y se encuentran obligadas a vivir en un
mundo de adultas y adultos con quienes deben negociar los términos de su subsistencia
de diversas maneras (me refiero aquí tanto a la convivencia con travestis adultas como a
las relaciones con los clientes).
En los recorridos vitales de muchas travestis encontramos a menudo que el
reconocerse travestis ha implicado la experiencia del desarraigo. Las travestis
adolescentes y jóvenes se ven forzadas a abandonar sus pueblos, sus ciudades, sus
provincias y, en muchos casos, sus países con el objeto de buscar entornos menos
hostiles, el anonimato de la gran ciudad que les permite fortalecer su subjetividad y
otros vínculos sociales que las reconozcan y también un mercado de prostitución más
próspero que el del pueblo o la ciudad de crianza.

Además, es en las grandes ciudades donde las travestis encuentran más


oportunidades y recursos para intervenir sus cuerpos, aunque en general en contextos
riesgosos e ilegales. Según los datos de la investigación que realizamos en el año 2005,
“el 87.7% del total de las entrevistadas ha modificado su cuerpo. Entre ellas, el 82.2%
se inyectó siliconas, el 66.3% realizó tratamientos hormonales y el 31.8% se implantó
prótesis. La mayoría se realizó más de una modificación” (Gutiérrez, 2005: 80).

En lo referente a los ámbitos en los que estas intervenciones sobre el cuerpo tienen
lugar el dato más significativo es la situación de vulnerabilidad: “El 97.7% de las que se
inyectaron siliconas y el 92.9% de las que realizaron un tratamiento hormonal señalan
que estas intervenciones se realizaron en un domicilio particular. En el caso del
implante de prótesis el 35.7% refiere que concurrió a un consultorio particular y el
59.5% a una clínica privada. En estos casos, con mucha frecuencia, no existen
condiciones adecuadas de asepsia, no hay internación ni control posterior de la
intervención y tampoco se obtiene un recibo por el pago” (Gutiérrez, 2005: 81).

Entre las circunstancias que nos hablan tanto del contexto político y social como de
algunos lugares comunes que transitamos las travestis latinoamericanas quisiera
referirme especialmente a la experiencia de la muerte. En particular, a la pérdida de
amigas y conocidas repetida una y mil veces. En Berkins y Fernández (2005: 12) se
menciona que en una investigación que consultó a 302 travestis se relevaron 420
nombres de travestis fallecidas en los cinco años anteriores. Aproximadamente el 70%
de estas travestis fallecidas tenía entre 22 y 41 años.

Estos datos nos ayudan a aproximarnos a dos cuestiones. La primera cuestión es


que, a diferencia de los grupos privilegiados, para las travestis la muerte no tiene nada
de extraordinario sino que es una experiencia cotidiana. La segunda cuestión es la
expectativa de vivir pocos años que acompaña a la mayoría de las travestis (una
perspectiva muy ajustada a la realidad, por cierto). Ocurre que faltan generaciones de
travestis mayores de treinta años y que las jóvenes no conocen travestis adultas que les
ayuden a entrever un momento más allá del presente inmediato y una dimensión que
trascienda la individualidad.

La pérdida masiva de compañeras travestis interviene en la falta de un relato


colectivo, de una memoria comunitaria que nos permita proyectarnos al futuro,
afectándonos a cada una y a todas a la vez.

3. Sobre códigos contravencionales, edictos policiales, códigos de faltas y el


espacio público (para algunas y algunos pocos)

Para terminar quisiera ocuparme de


un aspecto adicional de la
criminalización de la identidad travesti
que ha sido motivo de conflictos
políticos en Argentina en los últimos
años. Me refiero al control de algunas
poblaciones, entre ellas la travesti, que
efectúa el Estado a través de edictos
policiales, códigos contravencionales,
códigos de faltas, todas éstas regulaciones inconstitucionales que sirven para la
persecución policial de grupos sociales específicos. A través de estas regulaciones el
Estado restringe el acceso al espacio público de varios grupos sociales – travestis y
mujeres en situación de prostitución, cartoneras y cartoneros, piqueteras y piqueteros,
vendedoras y vendedores ambulantes.

De este modo, se restringe nuestra permanencia y circulación por la vía pública y, en


el caso de las travestis, esta limitación de lo público es especialmente grave porque la
calle es uno de los pocos recursos con los que contamos como colectivo. No hemos
tenido acceso a la educación, ni al mercado de trabajo, ni a la vivienda propia de manera
que la calle es un ámbito muy relevante en nuestra vida cotidiana.
Hay un aspecto de esta pretensión de expulsar a ciertos sujetos del espacio público
que no ha sido muy discutido y que me gustaría mencionar. Es el papel de la calle como
escenario de la construcción de identidades. Es en este ámbito donde aprendemos a ser
y donde nos desarrollamos como travestis, mujeres en prostitución, cartoneras y
cartoneros, piqueteras y piqueteros, vendedoras y vendedores ambulantes. También la
calle es el terreno en el que nos vinculamos con otras y otros, tejemos nuestras alianzas
y nos movilizamos políticamente.

Detrás de todas las tensiones que causa nuestra presencia en el espacio de la ciudad
hay un debate en curso acerca de quiénes son las y los legítimos habitantes del espacio
público. Considero que detrás de los esfuerzos permanentes de regular prácticas que
tienen lugar en el espacio público – tal es el caso tanto de la prostitución, como de la
venta ambulante y de las manifestaciones políticas- lo que podemos encontrar es un
proceso de imposición de los valores morales propios de algunos grupos sociales a toda
la sociedad. Esta universalización de puntos de vista particulares constituye una práctica
autoritaria que resistimos y resistiremos.

Las travestis no pretendemos imponer nuestros valores y perspectivas sino que


exigimos la libertad y las condiciones materiales para vivir vidas gratificantes y plenas
de derecho. Para ser ciudadanas necesitamos gozar de las mismas libertades en el
espacio público que disfrutan las personas que son consideradas respetables.

Porque nuestro deseo no es alcanzar la respetabilidad, sino demoler las jerarquías


que ordenan a las identidades y a las y los sujetos reconociéndonos negras, putas,
palestinas, revolucionarias, indígenas, gordas, presas, drogonas, exhibicionistas,
piqueteras, villeras, lesbianas, mujeres y travas, que aunque no tengamos la capacidad
de parir un hijo sí tenemos el coraje necesario para engendrar otra historia.

4. Bibliografía:
Berkins, Lohana (2003) “Un itinerario político del travestismo” en Maffía, Diana
(comp.) Sexualidades Migrantes. Género y Transgénero. Buenos Aires: Feminaria
Editora.
Berkins, Lohana y Fernández, Josefina (2005) La gesta del nombre propio: Informe sobre
la situación de la comunidad travesti en la Argentina. Buenos Aires: Ed. Madres de Plaza
de Mayo.
Butler, Judith (1990) Gender trouble. Feminism and the Subvertion of identity. New
York: Routledge.
Fernández, Josefina (2004) Cuerpos desobedientes. Travestismo e identidad de género.
Buenos Aires: Edhasa.
Gutiérrez, María Alicia (2005) “La imagen del cuerpo. Una aproximación a las
representaciones y prácticas en el cuidado y la atención de la salud” en Berkins, Lohana y
Fernández, Josefina (coords.) La gesta del nombre propio: Informe sobre la situación de la
comunidad travesti en la Argentina. Buenos Aires: Ed. Madres de Plaza de Mayo.
Hiller, Renata (2005) “Los cuerpos de la universalidad. Educación y
travestismo/transexualismo” en Berkins, Lohana y Fernández, Josefina (coords.) La gesta
del nombre propio: Informe sobre la situación de la comunidad travesti en la Argentina.
Buenos Aires: Ed. Madres de Plaza de Mayo.

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