Para mí, ninguno de esos libros puede compararse en valor con uno
que tiene dos características irrepetibles: el tema, mis primeros años
de vida y el autor, mi padre. Más allá del contenido, lo importante es
que revela la naturaleza y el talante de la paternidad de Luis Carlos
Galán. Se tomó varias horas para escribir a mano cada página en un
nivel de detalle sorprendente.
José Eusebio Caro decía: “El hombre es una lámpara apagada; toda
su luz se la dará la muerte”. La luz de mi padre se siente más fuerte
con el paso de los años y la evolución de Colombia, mirando las
últimas dos décadas de su historia, parece estancada en el tiempo.
Una nación que no ha podido superar lo que Galán llamó hace 32
años: “Los desafíos de las mafias”. Un país con profundas iniquidades
y flagrantes injusticias que vive de la esperanza en que algún día Luis
Carlos Galán será reinventado.
Hoy estoy seguro de que mi padre vive. Vive a través de sus ideas,
vive por el cariño que millones de colombianos le profesan y vivirá si
las nuevas generaciones asumimos el reto de enarbolar sus banderas
de renovación.
Hago un llamado a esa juventud que Galán supo interpretar para que
luche por un país democrático y justo. Podemos rendirles un
homenaje a mi padre y a cuantos han caído por defender sus ideales
y principios, reivindicando el derecho que tienen las víctimas al
reconocimiento, la dignidad, la memoria, pero ante todo la verdad,
que constituye la única reparación real. Sólo así la esperanza de
Mahler en su Segunda Sinfonía, la de la Resurrección, será también
para Galán: “No naciste en vano, no has vivido ni sufrido en vano. Lo
que ha sido debe perecer, lo que ha perecido resucitará”.