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Soberanía y enfermedad

En su libro "Rise and Be Healed", (Levántate y sé sano) Benny Hinn exhorta a sus lectores
a "nunca, nunca, nunca vayáis al Señor diciendo: "si es tu voluntad, Señor...". No permitas que
salgan de tu boca tales palabras y destruyan tu fe. Cuando oras "si es tu voluntad, Señor...",
destruyes la fe. La duda comienza a rodearte y llenará tu ser. Mantente en guardia contra
palabras como éstas que te robarán tu fe y te arrastrarán a la depresión".1
En los conceptos anteriores, Hinn coincide con otros maestros de la Fe. Por ejemplo,
Frederick Price, ha dicho a sus seguidores que orar porque la voluntad del Señor se haga es
"verdaderamente una estupidez". El llama a tales oraciones, una "ridiculez" y "un insulto a la
inteligencia de Dios". En efecto, dice Price, "si usted tiene que decir, 'si es tu voluntad' o 'sea
hecha tu voluntad', lo que está haciendo es llamando tonto a Dios".2
En la vida real, sin embargo, Jesucristo contradice tales presunciones en los términos más
fuertes a su alcance. En lo que es tal vez la pieza maestra literaria más grande de todos los
tiempos, el majestuoso Sermón del Monte, Jesús nos enseñó a orar: "Sea hecha tu voluntad"
(Mateo 6:10). Si Price está en lo cierto, Jesús mismo hubiera sido un "estúpido", porque,
además, en su apasionada plegaria en el Jardín del Getsemaní, él oró: "Padre, mío, si es posible
pase de mi esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como tú" (Mateo 26:39; énfasis
añadido). Desde luego, Jesucristo tiene que ser nuestro ejemplo máximo; pero ciertamente no es
el único. Su medio hermano Santiago también advierte a aquellos que están propensos a
"alardear y a vanagloriarse", que deben aprender a orar diciendo: "Si el Señor quiere, viviremos
y haremos esto o aquello" (Santiago 4:15; énfasis añadido).
El amigo más cercano de Cristo durante Su ministerio terrenal, el "amado" apóstol Juan,
reitera las palabras del Maestro cuando escribe: "Y esta es la confianza que tenemos en él, que
si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye" (I Juan 5:14; énfasis añadido).
Es triste, mas allá de toda palabra, que a pesar de toda esta evidencia bíblica (puede revisar
las 11 citas adicionales que añadimos en la sección final del libro), 3 los maestros de la Fe, tales
como Price, puedan colocarse frente a las cámaras de televisión para afirmar que es una
"estupidez" orar diciendo: "Sea hecha tu voluntad". ¿Piensa Price acaso que el apóstol Pablo
fue un "estúpido" cuando fervorosamente oró que fuera "la voluntad de Dios" que él pudiera
visitar a los creyentes en Roma? (Romanos 1:10; énfasis añadido).

Dios está en control


La soberanía de Dios es un principio fundamental de las Escrituras y de veras que tenemos
que estar agradecidos de que este mundo esté en Su control y no en el nuestro. ¡Estaríamos
metidos en serios aprietos si Dios nos concediera todas las cosas que le pedimos! Lo cierto es
que muy a menudo no sabemos qué es lo mejor para nosotros. Un notable erudito pentecostal ha
dicho muy bien: "Pedimos basándonos en nuestro conocimiento limitado, y muy a menudo
nuestras peticiones, además, están un tanto matizadas por nuestros propios intereses. Hay que
alabar a Dios aunque El no conteste siempre todas nuestras oraciones 'oradas en fe'. Ezequías,
después de todo, recibió la contestación a sus oraciones y le fueron concedidos quince años
adicionales, pero fue en ese tiempo cuando Manases nació".4
Si Ezequías hubiera sabido, como lo sabía Dios, que durante esos 15 años adicionales que
le fueron concedidos, él iba a ser el padre del rey más corrompido en la historia de Judá, el
hombre que propició que su reino fuera saqueado por los babilonios, y que en la hora de su
muerte tenía el corazón envenenado de orgullo, tal vez hubiera añadido a su oración la
expresión: "Que no se haga mi voluntad, sino que sea hecha la tuya".
Walter Martín manejó este tema con cierto humorismo cuando contó la historia de la niña
en la escuela superior con la que quería casarse. Decía él que estuvo dispuesto a treparse por las
escaleras del cielo hasta que sus manos estuvieran empapadas de sangre, pero la respuesta final
de Dios fue ¡No! Veinte años después, en una reunión de la clase, volvió a encontrarse con
aquella muchacha. Rápidamente tuvo que tomarse dos aspirinas y fue a darle gracias a Dios por
no haberle hecho ni el más mínimo caso a sus oraciones. Ruth Bell Graham, la esposa de Billy
Graham, tiene una historia similar. "Si Dios me hubiera contestado todas mis oraciones —dice
ella—, yo me hubiera casado siete veces con el hombre equivocado". Uno de los más
consoladores pensamientos que puede atesorar la mente humana es el de saber que cuando se
accede a la voluntad de Dios se está poniendo la vida en las manos del Creador del Universo. Si
fuéramos capaces de andar de acuerdo con Su voluntad en lugar de estar tratando de darle
órdenes de acuerdo con nuestros intereses, disfrutaremos, no de una falsa panacea, sino de lo
que El nos ha prometido: profunda paz en medio de las tormentas.
Hay una tremenda paz en reconocer que el único que nos ha creado, tiene cada detalle de
nuestras vidas bajo Su control. No tan sólo el objeto de nuestra fe es El, sino que es El quien
origina esa misma fe. De hecho, El es también el originador de nuestra salvación y también el
originador de nuestras plegarias. Cuando nosotros oramos con fe por nuestra sanidad y nuestra
voluntad se somete a armonía con la Suya, la sanidad habrá de producirse —siempre, el ciento
por ciento de las veces. Cuando nosotros oramos apasionadamente, como lo hizo Cristo: "No
sea como yo quiero, sino como tú", podremos descansar confiados en que aún las enfermedades
y las tragedias, todas las cosas, trabajarán para el bien de los que aman a Dios y son llamados de
acuerdo con su propósito (Romanos 8:28).

Confianza viviente versus fuerza imaginaria


Lejos de ser una fuerza mediante la cual nosotros podemos confesar para que existan, la
salud y la sanidad divina, la fe es un canal de confianza viviente entre la criatura y su Creador.
Piense en Job una vez más. ¡En su caso, todo lo que quería saber Job era el por qué! Job logró
la mitad de su deseo, porque Dios finalmente se le reveló en toda Majestad. Pero no le contestó
la pregunta "por qué". Y en su lugar le preguntó a Job: "¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba
la tierra? (Job 38:4).
En esencia, El le preguntó a Job si estaría dispuesto a hacerse cargo de controlar las cosas
por un tiempo. "¿Qué te parece, Job, si produces un relámpago con trueno y todo, o tratas de
crear aunque sea una leve gota de rocío? (Vea Job 38:25,28).
Cuando usted alcanza la conclusión de esta obra maestra de la literatura universal, termina
entendiendo. Su sed por respuestas quedará completamente satisfecha, como si bebiera agua
fresca en un día polvoriento y caluroso: Dios es soberano, y usted no lo es. En este mundo usted
tendrá que enfrentarse a problemas (Juan 16:33). Enfermedad, envejecimiento, desórdenes,
frustraciones y aún la muerte, son naturales consecuencias de un mundo caído. De hecho, es
precisamente la incertidumbre de la vida lo que prepara a muchas personas para que consideren
su destino eterno. Esto explica el por qué Jesús habla de la forma en que lo hace sobre el
sufrimiento humano:
En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los galileas cuya
sangre Piloto había mezclado con los sacrificios de ellos. Respondiendo Jesús, les dijo:
¿Pensáis que estos galileas, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los
galileas? Os digo: No, antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos
dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables
que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No, antes si no os arrepentís, todos
pereceréis igualmente"
Lucas 13:1-5 (Énfasis añadido).
Sí, la muerte llega a todos quienes estamos en este mundo. Los dolores del corazón y el
sufrimiento es natural que existan en un mundo hundido en el pecado. Pero como lo explica tan
elocuentemente el Maestro en Juan 16:33:
"Pero confiad, yo he vencido al mundo". Para el hijo de Dios, la esperanza no está en una salud
perfecta en nuestra vida sobre la tierra, pero en un cuerpo resucitado en la vida que habrá de
venir. Como lo señala tan bellamente el apóstol Juan: "Ya no habrá muerte, ni habrá más llanto,
ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron... He aquí yo hago nuevas todas las
cosas..." (Apocalipsis 21:4,5). La verdadera fe no consiste en conocer siempre el por qué, sino
en confiar en el Soberano de nuestras almas, aún cuando seamos incapaces de entender.

El mejor lugar para mirar es a lo alto


Cuando mi hijo David sufrió en su ojo la herida profunda, el único lugar al que yo podía
mirar era hacia arriba. Toda la confesión positiva del mundo no podía colocar su ojo de nuevo al
lugar que pertenecía. Honestamente, éste era un problema mucho más allá de mis limitados
recursos humanos. En angustia clamé a Dios por ayuda. Y casi inmediatamente estuvo a mi lado
un amigo, que vino para confortarme, no para acusarme por mi falta de fe. Las porciones de las
Escrituras memorizadas en mis primeros años de creyente comenzaron a fluir en mi mente,
llenándome de paz, no de perplejidad. En esos momentos, podía sentirme más cerca del Señor
que nunca antes. Ahora miro hacia atrás y puedo darme cuenta de cómo Dios ha usado para Su
gloria esta tragedia. Y sin embargo, debo confesar que yo no tengo aún todas las respuestas. Sé
por las Escrituras que la enfermedad y el sufrimiento pueden ser el resultado de un ataque
satánico.
Yo sé también que pueden haber sido producidos por el pecado. Pero por encima de todo,
sin embargo, yo sé que Dios es Soberano y que "a los que aman a Dios, todas las cosas les
ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados" (Romanos 8:28).
Por la providencia de Dios, David no perdió la visión de su ojo, algo que pudo haberle
pasado. Con el uso de lentes de contacto él puede ver por encima de la cicatriz que quedó
formada en la superficie del ojo.
En todo este proceso, Dios ha estado a cargo de nuestras necesidades, incluyendo la de un
maravilloso médico especialista. Algún día, en la eternidad, yo finalmente entenderé. Mejor
aún, en ese día, el ojo de David volverá a ser completamente nuevo. En el epílogo de la
fascinante historia de Job, Dios les ordena a los amigos de Job que humildemente le pidan
perdón a este hombre de fe, y que oren para que Dios no les juzgue por la intolerante actitud que
asumieron. Job oró por sus amigos y Dios aceptó la oración de Job.
Qué bueno sería que los del movimiento de la Fe, por la gracia de Dios, un día cercano
decidan separarse de sus disparatadas nociones y colocaran sus vidas, sus fortunas y su sagrado
honor en las manos del soberano Dios. Y que cuando ellos hagan esto, aquellos que fueron
dañados por sus enseñanzas puedan recibirlos de regreso con los brazos abiertos y con un
generoso espíritu de perdón. Los que han sido perdonados, tienen que perdonar.

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