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Nuevos Cielos y Nueva Tierra

1 El profeta Isaías llama a Dios el “Creador de los cielos y el Constructor y


Hacedor de la tierra”, y dice que “no la ha formado para el caos, la ha creado
para ser habitada”. (Isaías 45:18..19) Dios creó pues la tierra para que
cumpliese un determinado designio suyo, y por boca de Isaías declara: “Mi
palabra se cumplirá exactamente, y la palabra de mi boca no regresará a mí de
vacío, sin que mi designio se haya realizado y sin que lo que la motivó, se
haya cumplido”. (Isaías 55:11)

El Fin del Mundo

2 Aún así, en las Escrituras se habla del ‘final del mundo’, y el mismo apóstol
Pedro escribe: “…el Día del SEÑOR se presentará cómo un ladrón, y entonces
los cielos pasarán con un estruendo, y los elementos, intensamente calientes, se
disolverán, mientras que la tierra y todo lo que hay en ella se consumirá…”
(2Pedro 3:10) Aparentemente estas palabras podrían contradecir las
declaraciones de Dios con respecto a sus designios, y sin embargo, si
profundizamos en este y en otros textos que hablan de una destrucción de la
tierra, advertimos que se refieren a la destrucción de una sociedad humana
impía, dominada por ‘unos cielos inicuos’ y por “…todos aquellos que destruyen
la tierra”. (Apocalipsis 11:18) Los profetas de Israel habían ya hablado de la
llegada de un “…Día ardiente cómo un horno”, en el que “todos los arrogantes y
todos los que practican la trasgresión, serán cómo estopa” porque “el Día que
tiene que llegar los abrasará... y no les dejará ni raíz ni rama…” (Malaquías
4:1..2) Pedro comparaba esta destrucción a la que en los días de Noé sufrió el
mundo antiguo, diciendo: “…por la palabra de Dios, en la antigüedad fueron
constituidos unos cielos y una tierra que surgió del agua, y que estaba rodeada
de agua, y por orden de la misma palabra, aquel mundo de entonces fue
destruido por el agua del diluvio. Pues bien, por la misma palabra, los cielos y la
tierra actuales están destinados al fuego y reservados para el Día de juicio y
destrucción de los impíos”. (2Pedro 3:5..7)

3 Vemos pues que aquella ‘destrucción del mundo de entonces’ significó la


destrucción de una humanidad violenta, pero no la del planeta, que según las
Escrituras, fue sacudido de un modo que cambió su faz, pero no solo no
desapareció, también hubo ocho personas que fueron salvadas y que
sobrevivieron. En armonía con esto, Dios, por boca del profeta Ageo, dice de la
anunciada destrucción futura: “Una vez más sacudiré los cielos y la tierra por un
poco; la mar y la tierra firme…” (Ageo 2:6) Recordando más tarde estas
palabras, Pablo escribe: “Porque en aquel momento su voz sacudió la tierra,
pero ahora promete: ‘una vez más sacudiré, no tan solo la tierra, si no también el
cielo’. Y al decir ‘una vez más...’ expresa que las cosas que sean sacudidas
habrán llegado a su fin y serán eliminadas”. (Hebreos 12:26..27)

4 De acuerdo con todo esto, la ‘destrucción’ de la ‘tierra’ mediante el ‘fuego’


afectará sobre todo a la humanidad que la habita, y no al planeta, que
restaurado, seguirá su curso mientras se desarrolla en él una nueva sociedad
humana. Por este motivo Pedro puede decir: “…estamos esperando unos
nuevos cielos y una nueva tierra según su promesa, que alberguen la justicia”,
(2Pedro 3:13) mientras Pablo escribe que Dios “…no somete a los ángeles la
futura tierra habitada de la que hablamos…”, (Hebreos 2:5) si no a: “…un hijo
a quien ha constituido heredero para siempre del universo que fue creado para
él…” (Hebreos 1:2) En el libro del Apocalipsis, que relata la visión que Juan
recibió de Jesús, leemos: “El séptimo ángel tocó su trompeta, y desde el cielo,
potentes voces anunciaron: ‘En este momento el reino del mundo ha llegado a
ser el reino de nuestro Soberano y de su Cristo, y reinará por los siglos de los
siglos’… y rindiendo homenaje a Dios, dijeron: ‘Te damos las gracias SEÑOR,
Dios Omnipotente que eres y eras, porque haciendo uso de tu gran poder, has
establecido tu reino. Las naciones se han enfurecido, pero ha llegado tu ira y el
momento de juzgar a los muertos y de recompensar a tus servidores los
profetas, a los santos y a los humildes o poderosos que muestran respeto por tu
nombre, y de destruir a todos aquellos que destruyen la tierra…”
(Apocalipsis 11:15..18)

5 Frecuentemente Jesús mencionaba a los discípulos su retorno, y lo que esto


representaría para la humanidad; y un día que desde el Monte de los Olivos
contemplaban los edificios del templo, les habló también de la destrucción de
Jerusalén y de su Templo. Entonces ellos le preguntaron: “Dinos ¿Cuándo
sucederán estas cosas y cual será la señal de tu retorno y del final del
mundo?” (Mateo 24:3) Entonces “…él les dijo: ‘Vigilad que no os engañen,
porque muchos vendrán en mi nombre, diciendo: ‘Soy yo, y el momento está
cerca’; pero vosotros no vayáis tras ellos, y cuando sepáis de guerras y de
revoluciones, no os asustéis porque es inevitable que antes sucedan estas
cosas, pero el fin no llega tan pronto’…” (Mateo 24:4..6) Luego, refiriéndose a la
destrucción de Jerusalén y de su Templo, les explicó que antes de que esto
ocurriese, ellos serían perseguidos y muertos por causa de su nombre, y les
avisó de que cuando viesen a la ciudad rodeada de ejércitos, huyesen de ella,
porque muchas personas morirían dentro de sus muros, y los que sobreviviesen
serían llevados cautivos, y dispersados entre las naciones.

6 La Ley, los sacrificios rituales, el Templo, y la ciudad de Jerusalén, pertenecían


al Pacto de Moisés, y habían cumplido ya con la misión profética que debía
conducir al pueblo de Israel hacia aquel Mesías, que cómo nación rechazaron.
Aún así, Jesús, el Mesías de Dios, había sido, en virtud de su sacrificio, el
mediador de un Nuevo Pacto entre Dios y los hombres; un pacto que entró en
vigor cuando “...Cristo, cómo sumo sacerdote de los bienes futuros”, entró
“una vez y para siempre en el Santo del tabernáculo mayor y perfecto, que no
ha sido construido por la mano del hombre, o sea, que no pertenece a esta
creación, llevando consigo, no la sangre de machos cabríos y de toros jóvenes,
si no la suya propia, para procurarnos una redención eterna”. (Hebreos
9:11..12) La Jerusalén terrestre que había rechazado al Mesías, y que con sus
muros y su templo fue destruida en el año setenta, había dejado de ser para
Dios una propiedad especial; y Cristo, junto al resto de la descendencia espiritual
de Abraham mediante la fe, habían pasado a ser considerados por Dios cómo
una Nueva Jerusalén, una ciudad espiritual que constituye los prometidos
nuevos cielos destinados a bendecir a todas las naciones. Por esto, y en
armonía con las parábolas que predecían una apostasía, (cómo la del trigo y la
cizaña) Jesús dijo refiriéndose a la nueva ‘Jerusalén’, representada por la
Congregación bendecida con los dones del espíritu: “Jerusalén permanecerá
pisoteada por las naciones hasta que se cumplan los tiempos señalados” (Lucas
21:24) Por tanto, el anunciado progreso de la apostasía señalaría el final de la
verdadera Congregación de Dios, que quedaría cómo muerta hasta que Jesús
mismo la levantase a su retorno, tal cómo había prometido al decir: “…las
puertas de la muerte no la someterán”. (Mateo 16:18) Y dirigiéndose luego a
todos los que hasta aquel momento se esforzarían en practicar su enseñanza
con espíritu y con verdad, dijo: “…yo estoy con vosotros todos los días hasta la
conclusión del mundo”. (Mateo 28:20)
7 Después se refirió a los días que precederían a esta conclusión, y predijo: “Se
instigará a etnia contra etnia y a reino contra reino, y habrá grandes catástrofes
naturales (la palabra griega ‘sismoi’ no solo se refiere a terremotos, también a
todo tipos de desastres naturales), y según el lugar, epidemias y carestía; y
ocurrirán fenómenos pavorosos, y también en el cielo se producirán fenómenos
extraordinarios”. (Lucas 21:10..11) “…en aquel tiempo, ocurrirán señales en el
sol, en la luna, y en las estrellas; y angustia en las naciones de la tierra por
causa del bramido y de la agitación del mar, (la palabra ‘thalassa’ significa ‘mar’,
pero describe también a multitudes o pueblos en un estado de agitación. Ver
Isaías 17: 12..13 y 57:20, y también Apocalipsis 17:15) mientras los hombres
desfallecerán de temor por la perspectiva de lo que viene sobre la tierra
habitada, porque los poderes de los cielos serán sacudidos. Y en aquel tiempo
verán al Hijo del hombre llegando en una nube, (del mismo modo que los
apóstoles le habían visto subir al cielo) con poder y gran gloria”; luego, pensando
en los discípulos fieles que viviesen en aquel momento, dijo “…cuando vosotros
veáis que comienzan a suceder estas cosas, levantaos y alzad vuestras
cabezas, puesto que vuestra liberación está cercana”. (Lucas 21:25..28) Y les
aseguró: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras permanecen”. (Lucas
21:33)

8 Por esto el apóstol Pablo exhortaba a los discípulos de su día, y a los que en el
futuro creyesen, a mantener una conducta irreprensible “…hasta la
manifestación de nuestro Señor Jesús Cristo…” (1Timoteo 6:13..14) Y
realmente, muchos de los discípulos de Jesús pudieron ver en el año setenta el
cumplimiento de aquellas palabras que predecían el asedio y caída de
Jerusalén, y a la destrucción de su Templo; pero es evidente que ninguno de
ellos podía vivir hasta el cumplimiento de todas las profecías del final del mundo.
Él explicó pues los sucesos y señales que marcarían el tiempo, para que cuando
sucediesen, las personas que todavía ejerciesen fe en sus palabras y esperasen
en las promesas del ETERNO, pudiesen alegrarse con la proximidad de la
victoria de su esperanza. Para ellas dijo: “…cuando veáis suceder estas cosas,
sabed que está cercano el Reino de Dios; de hecho, os digo que no pasará
esta generación sin que todo esto se cumpla”. (Lucas 21:31..32) E instando a
sus discípulos a estar atentos para no pasarlas por alto, advirtió: “Vigilaos, no
sea que vuestros corazones estén cargados por el comer y el beber, y por las
inquietudes de esta vida, y llegue aquel Día de repente sobre vosotros; porque
llegará cómo un lazo sobre todos los que habitan la faz de la entera tierra. Velad
pues en todo momento, orando que seáis considerados dignos de escapar a
todas las cosas que han de sobrevenir, y estar en pie delante del Hijo del
hombre”. (Lucas 21:34..36)

La Nueva Tierra o la Nueva Sociedad Humana

9 Podemos pues asumir que, según las Escrituras, la tierra permanecerá


habitada, puesto que con este propósito, fue en su día colmada de vida por el
Creador, y su propósito siempre prevalece. Además, mediante las ilustraciones
de Jesús, de los apóstoles y de los profetas, podemos vislumbrar cómo se
desarrollará la vida en ella bajo la administración del Cristo. El apóstol Juan,
mientras contemplaba la visión del Día del SEÑOR, oyó en el cielo, voces que
anunciaban: “…el reino del mundo ha llegado a ser el reino de nuestro
Soberano y de su Cristo, y él reinará por los siglos de los siglos”. (Apocalipsis
11:15) Cristo debe pues reinar sobre ‘la nueva tierra habitada’, que el profeta
Isaías describió unos setecientos años antes de su nacimiento cómo hombre,
con estas palabras: “El ETERNO dice: ‘¡Mira! Voy a crear unos cielos nuevos y
una tierra nueva, los anteriores ya no serán mencionados ni acudirán a la
memoria; y los que crearé traerán alegría y regocijo para siempre, porque haré
de Jerusalén (el gobierno de Cristo) ‘Regocijo’ y de su pueblo (aquellos que
vivan en la tierra) ‘Alegría’, y yo me regocijaré por Jerusalén y me alegraré por
mi pueblo, y jamás se oirán allí ni lloros ni lamentos”. (Isaías 65:17..19) En
aquel día los hombres “…edificarán casas y morarán en ellas; plantarán viñas, y
comerán su fruto. No edificarán y otro morará, ni plantarán y otro comerá; porque
cómo los días de los árboles serán los días de mi pueblo, y mis escogidos
perpetuarán las obras de sus manos. No trabajarán en vano ni darán a luz para
desasosiego, porque ellos son la semilla de los benditos del ETERNO, y con
ellos, sus descendientes. Y ocurrirá que antes de que pidan, yo les responderé, y
mientras ellos estén hablando, yo ya les habré escuchado”. (Isaías 65:21..24)

10 Esta Jerusalén que Dios llama ‘Regocijo’, se designa en las Escrituras


cristianas cómo ‘la Nueva Jerusalén’. Y en armonía con la profecía de Isaías,
Juan escribe: “...vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el cielo anterior y
la tierra anterior habían desaparecido, y el mar (la humanidad turbulenta) ya no
existía. Y vi cómo Dios hacía descender desde el cielo a la ciudad santa, la
Nueva Jerusalén, adornada cómo una novia para su esposo. Y oí una voz
potente que provenía del cielo, y que dijo: ‘El templo de Dios está con la
humanidad, (la sociedad humana que constituye la nueva tierra) y
permanecerá junto a ella, porque será su pueblo, y Dios mismo intervendrá en
su favor y enjugará toda lágrima de sus ojos, ya no habrá muerte, ni duelo, ni
llanto ni dolor, porque las cosas anteriores han acabado’. Y Aquel que se sienta
en el trono me dijo: “¡Mira! hago nuevas todas las cosas” y siguió: ‘Escribe,
porque estas palabras son fieles y veraces”. (Apocalipsis 21:2..5) Por boca
del profeta Isaías, Dios dice a los ‘nuevos cielos’ formados por la Nueva
Jerusalén: “Tu pueblo, todos los justificados, heredarán para siempre la tierra,
retoño de mi plantío y obra de mis manos para manifestar mi gloria, y el pequeño
llegará al millar y el menor a un gran pueblo, porque yo, el ETERNO, obraré a su
tiempo con presteza”. (Isaías 60:21..22) Cierto es que esta profecía tuvo un
limitado cumplimiento típico, con la restauración de Jerusalén durante el período
transcurrido desde Zorobabel a Nehemías, pero su consumación definitiva
llegará cuando Dios establezca sobre la tierra el gobierno del Cristo. Entonces
sucederá que: “…de Jerusalén (la Nueva Jerusalén) saldrá la palabra del
ETERNO, y juzgará entre las gentes e instruirá a muchos pueblos, y ellos
convertirán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas; ya no
alzarán la espada nación contra nación, ni volverán a ejercitarse para la guerra”.
(Isaías 2:3..4) Y Dios “Destruirá la muerte para siempre, enjugará las lágrimas
de todos los rostros, y eliminará de la tierra el quebranto de su pueblo. Así lo ha
dicho el ETERNO”. (Isaías 25:8) Estas son pues las cosas que conocemos
acerca de “…la futura tierra habitada de la que nosotros hablamos”. (Hebreos 2:
5)

Los Nuevos Cielos o el Gobierno del Cristo

11 Dice el apóstol Pablo, que en una ocasión, fue transportado por medio de una
visión al ‘tercer cielo’, (2Corintios 12:2) e identifica aquel lugar con la presencia
de Dios, y de muchos otros seres que nosotros llamamos espíritus o ángeles.
Comprendemos con esto, que en las Escrituras se denominan ‘cielos’, tanto al
lugar que designa la morada de Dios, cómo al inmenso universo de nuestra
dimensión material, y a la atmósfera que rodea nuestro planeta. Y puesto que
‘los cielos’ están situados sobre la humanidad, en las Escrituras también se
utiliza este término para expresar una situación de supremacía o de gobierno.
12 La Nueva Jerusalén proviene del ETERNO, y por esto se dice que desciende
desde los cielos a la humanidad. La composición y las funciones de esta ciudad
de Dios, se ilustran en las Escrituras por medio de alegorías y simbolismos, ya
que cómo dice Pablo, hay cosas que no pueden expresarse “…con términos que
se inspiran en el conocimiento humano, si no en los de la enseñanza que nos
llega del espíritu, para poder expresar cosas espirituales en términos
espirituales”. (1Corintios 2:11..13) En armonía con esto, Juan describe a la
Nueva Jerusalén cómo una ciudad-templo construida con piedras vivas
asentadas sobre Cristo, que es el fundamento, la piedra angular anunciada por
los profetas y rechazada por Israel, cómo había predicho Isaías con estas
palabras: “Dice el Señor ETERNO: He aquí que yo coloco en Sión una piedra
elegida, una piedra angular, preciosa, de fundamento; y el que se adhiera a ella,
no será confundido”. (Isaías 28:16) Y hablando de Cristo, Pedro repite: “…dice la
Escritura: ‘He aquí que coloco en Sión una piedra elegida, una piedra angular,
preciosa; y quien ponga fe en ella no será confundido’. Para vosotros los que
tenéis fe, es valiosa, pero para los incrédulos, es la ‘piedra rechazada por los
constructores’, la principal del fundamento, la que ha llegado a ser una piedra de
tropiezo, una roca, un obstáculo; y los que tropiezan en ella, lo hacen porque no
creen en la Palabra”. (1Pedro 2:6..8) También Pablo recuerda estas palabras, y
escribe: “…las personas de las naciones… han conseguido aquella justificación
que se atribuye por medio de la fe. Mientras Israel… no ha podido alcanzarla, y
¿Por qué? Porque ellos la buscaban, no por medio de la fe, si no a través de las
obras, por esto han tropezado con la ‘Piedra elegida’, cómo se había escrito: ‘He
aquí que pongo en Sión’…”. (Romanos 9:30..33)

13 Cristo es pues el fundamento de la Nueva Jerusalén. Y Pedro dice a los


discípulos: “Ahora que os habéis dado cuenta de cuan generoso es el Señor,
acercaos a él, ‘piedra viviente’ rechazada por los hombres, pero escogida y
preciosa para Dios, de modo que también vosotros seáis edificados cómo
‘piedras vivientes’, para formar una casa espiritual, un sacerdocio santo que
mediante Jesús Cristo, ofrece a Dios gratos sacrificios espirituales”. (1Pedro
2:3..5) Estas piedras vivas edifican la casa o templo de Dios, y son aquellos que
Dios “…ha llamado según su propósito… y que desde el principio, ha
reconocido y ha designado para ser modelados a semejanza de su Hijo, para
que él sea el primogénito de muchos hermanos”. (Romanos 8:28..29) Cada una
de las piedras vivas es pues hermano de Cristo, y un miembro de su cuerpo, y
Cristo es la cabeza que dirige al cuerpo. Por esta razón, este equipo preparado
por Dios, es designado en las Escrituras cómo ‘el Cristo’, y bajo la autoridad de
Jesús, cuidará de la tierra para hacer de ella un paraíso donde reine la justicia.

14 Juan, que contempló en su visión al Cordero de Dios, escuchó “…un canto


nuevo” en su honor, que decía: “Tu… fuiste sacrificado, y con tu sangre
rescataste para Dios, a personas de toda tribu, lengua, pueblo y nación,
haciendo de ellos reyes y sacerdotes de nuestro Dios, para que reinen sobre
la tierra”. (Apocalipsis 5:6,9..10) Y explica que vio entonces, a una multitud
grande, y aquellos que la formaban no solo procedían del pueblo judío, cómo los
apóstoles y los primeros discípulos; venían también de las distintas naciones y
pueblos de la tierra, representando simbólicamente a las doce tribus de Israel, ya
que habiéndose unido a Jesús en su muerte mediante el bautismo, Dios les
reconoce mediante la fe mostrada, cómo descendientes de Abraham, y
beneficiarios por tanto de la promesa que se le hizo, y que fue: “…
favoreciéndote, te bendeciré, y acrecentándote, multiplicaré tu descendencia
cómo las estrellas de los cielos y cómo la arena de la orilla del mar (que no
puede contarse a ojo)… y todas las naciones de la tierra serán bendecidas por tu
descendencia, porque tú has escuchado mis palabras”. (Génesis 22:17..18)
Y Pablo escribe: “…la promesa se le hizo a Abraham y a su progenie, pero no
dice ‘y a sus progenies’ cómo hablando de muchas; cómo hablando de una sola,
dice: ‘y a tu progenie’, que es ‘el Cristo’… y por fe en Jesús Cristo, ahora sois
todos hijos de Dios, y todos vosotros, los que habéis sido bautizados en Cristo,
sois parte del Cristo. Por esto ya no hay judío, ni griego, ni esclavo, ni libre, ni
hombre o mujer, todos vosotros sois uno con Jesús Cristo. Y de acuerdo con
la promesa, si pertenecéis al Cristo, también sois herederos y descendencia de
Abraham”. (Gálatas 3:16,26..29)

15 En su carta a los hebreos, Pablo rememora la fe de muchos profetas y


hombres fieles de la antigüedad, y relata que algunos: “...fueron lapidados,
segados a trozos, sometidos a tortura, o muertos por la espada”, mientras que
otros: “…anduvieron errantes, cubriéndose con pieles de oveja y de cabra,
privados de todas las cosas, en tribulaciones y en malos tratos, obligados a
vagar por desiertos y montañas, en grutas y en cavernas ¡Y es que el mundo no
era digno de ellos!”, y al concluir, dice que si bien “…todos ellos recibieron una
confirmación de su fe… no podían alcanzar el cumplimiento de las promesas
hasta que nosotros obtuviésemos aquella de naturaleza superior, que desde el
principio nos había sido establecida por Dios”. (Hebreos 11:37..40) Según estas
palabras, antes de que estos fieles servidores de Dios pudiesen alcanzar la
promesa de una resurrección a la vida perdurable, en una tierra donde reine la
justicia, tenían que ser habilitados unos nuevos cielos mediante la
descendencia prometida a Abraham, que constituye el nuevo gobierno
establecido por Dios, que velará para que la humanidad reciba y disfrute
plenamente de las bendiciones prometidas.

16 El apóstol Juan pudo ver a los que constituyen estos cielos, y escribe que un
ángel le dijo: “...’Ven, te mostraré a la novia, a la esposa del Cordero’... y me
transportó en visión, a una montaña grande y alta para mostrarme a Jerusalén,
la ciudad santa que Dios hacía descender del cielo iluminada por su gloria”.
(Apocalipsis 21:9..11) Entonces: “…oí el número de los marcados con el sello,
ciento cuarenta y cuatro mil… y vi a las personas tomadas de todas las
etnias, tribus, pueblos y lenguas, una multitud grande que no se podía contar,
en pie delante del trono y del Cordero, vistiendo largas ropas blancas y con
ramas de palma en la mano...”. (Apocalipsis 7:4..9) O sea que primero oye el
número de los que han sido sellados, y luego los ve a todos juntos; son tantos
que a Juan le resulta imposible contarlos; forman la gran multitud de aquellos
que mediante la fe, descienden de Abraham, y que cómo Dios había declarado
en la promesa, serían tan numerosos cómo las estrellas de los cielos y cómo las
arenas del mar, que no pueden ser contadas a simple vista. (Génesis 22:17..18)
El ángel explica entonces a Juan: “...estos son los que han atravesado la gran
tribulación, y han lavado sus ropas, purificándolas en la sangre del Cordero. Por
esto están ante el trono de Dios día y noche, prestándole un servicio
sagrado en su templo...”. (Apocalipsis 7:14..15) Configuran pues la
prometida descendencia de Abraham que bendecirá la tierra, y constituyen el
cuerpo de Cristo, las piedras vivas que edifican el Templo de Dios y la Nueva
Jerusalén, y son también identificados en las Escrituras cómo ‘la novia’ y ‘la
esposa’ del Cordero. (Apocalipsis 21:9 y 2Corintios 11:2) Ellos rinden día y
noche servicio sagrado a Dios en su templo, porque son “una descendencia
elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo que Dios ha adquirido
para sí...” (1Pedro 2:9) mediante Jesús Cristo, “el sumo sacerdote en quien
nosotros profesamos poner fe”. (Hebreos 3:1)

17 Porque Jesús, después de haber cumplido “…con la purificación de los


pecados mediante el sacrificio de expiación”, fue resucitado por Dios, y se sentó
“a la diestra de la Majestad divina en el más alto de los cielos”. recibiendo del
Padre “una naturaleza tan superior a la de los ángeles, cuanto mayor es su
responsabilidad en la posición que le ha sido otorgada”, (Hebreos 1:3..4) y
siendo proclamado “Rey de reyes y Señor de señores”, (Apocalipsis 19:16) Y
ahora, “…tras haberse ofrecido una sola vez, para abolir por siempre los
pecados de muchos, volverá a manifestarse de nuevo en una segunda
ocasión, pero ya no en relación al pecado, si no a los que le esperan para ser
salvados”. (Hebreos 9:28) Y dice la Escritura que “…después de haber destruido
cualquier gobierno, autoridad y poder…”, cuando el propósito inicial de Dios para
la tierra se haya desarrollado plenamente, “…consignará el reino al Dios y
Padre”. No obstante, primero “…debe reinar hasta que todos los enemigos
queden sometidos bajo sus pies; el último de los enemigos destruidos será la
muerte, y entonces todas las cosas quedarán sometidas bajo sus pies. Pero
cuando se dice: ‘le ha sometido todas las cosas’, es evidente que Aquel que se
las somete queda excluido, de manera que cuando todas las cosas ya le estén
sometidas, el Hijo mismo se someterá a Aquel que se las ha sometido, para
que Dios sea todo para todos”. (1Corintios 15:24..28)

18 Estas cosas constituyen la culminación del ‘sagrado secreto de Dios’, la


buena nueva que Jesús trajo a la humanidad, y que siempre se ha conservado
en las Escrituras, aunque ha sido desvirtuada, debido a la asimilación en la
doctrina de la iglesia, de postulados y tradiciones ajenos a la enseñanza
apostólica. Esta es pues la única buena nueva para los discípulos de Cristo, y la
única que debe enseñarse y defenderse sin temor, a pesar de que cómo
escribió Pablo: “El hablar de este sacrificio es algo absurdo para los que van a
perecer...”, sin embargo, ya que “…por medio de su propia sabiduría, el mundo
no ha llegado a conocer a Dios, él, en su sabiduría, ha juzgado apropiado salvar
a los que creen por medio de algo que se considera absurdo: las cosas que
nosotros proclamamos. Y mientras los judíos piden pruebas y los griegos van
tras la filosofía, nosotros proclamamos el sacrificio de Cristo, que es para los
judíos motivo de tropiezo y para las naciones un absurdo. Pero para los que
tienen la llamada, sean judíos o griegos, Cristo es el poder divino y la sabiduría
divina, porque lo que para Dios es simple, está más allá de la sabiduría humana
y lo que para Dios es débil, está más allá del poder humano”. (1Corintios
1:18..25)

19 No obstante, dice Pablo, “Quiero recordaros hermanos, que la buena nueva


que yo os he anunciado, la que vosotros habéis escuchado y en la que
perseveráis, permitirá que seáis salvados siempre que os atengáis a ella tal y
cómo yo os la he declarado ¡De otro modo habríais creído en vano!”.
(1Corintios 15:1..2) Esforcémonos pues por “recordar correctamente las
palabras de los santos profetas, y las instrucciones que el Señor y
Salvador nos ha transmitido por medio de los apóstoles…” (2Pedro 3:2),
mientras aguardamos el Día del SEÑOR, confiando plenamente en que, “…en
armonía con su polifacética sabiduría, Dios lleva a cabo su secular propósito
por medio de nuestro señor Jesús Cristo”. (Efesios 3:10..11)

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