2 Aún así, en las Escrituras se habla del ‘final del mundo’, y el mismo apóstol
Pedro escribe: “…el Día del SEÑOR se presentará cómo un ladrón, y entonces
los cielos pasarán con un estruendo, y los elementos, intensamente calientes, se
disolverán, mientras que la tierra y todo lo que hay en ella se consumirá…”
(2Pedro 3:10) Aparentemente estas palabras podrían contradecir las
declaraciones de Dios con respecto a sus designios, y sin embargo, si
profundizamos en este y en otros textos que hablan de una destrucción de la
tierra, advertimos que se refieren a la destrucción de una sociedad humana
impía, dominada por ‘unos cielos inicuos’ y por “…todos aquellos que destruyen
la tierra”. (Apocalipsis 11:18) Los profetas de Israel habían ya hablado de la
llegada de un “…Día ardiente cómo un horno”, en el que “todos los arrogantes y
todos los que practican la trasgresión, serán cómo estopa” porque “el Día que
tiene que llegar los abrasará... y no les dejará ni raíz ni rama…” (Malaquías
4:1..2) Pedro comparaba esta destrucción a la que en los días de Noé sufrió el
mundo antiguo, diciendo: “…por la palabra de Dios, en la antigüedad fueron
constituidos unos cielos y una tierra que surgió del agua, y que estaba rodeada
de agua, y por orden de la misma palabra, aquel mundo de entonces fue
destruido por el agua del diluvio. Pues bien, por la misma palabra, los cielos y la
tierra actuales están destinados al fuego y reservados para el Día de juicio y
destrucción de los impíos”. (2Pedro 3:5..7)
8 Por esto el apóstol Pablo exhortaba a los discípulos de su día, y a los que en el
futuro creyesen, a mantener una conducta irreprensible “…hasta la
manifestación de nuestro Señor Jesús Cristo…” (1Timoteo 6:13..14) Y
realmente, muchos de los discípulos de Jesús pudieron ver en el año setenta el
cumplimiento de aquellas palabras que predecían el asedio y caída de
Jerusalén, y a la destrucción de su Templo; pero es evidente que ninguno de
ellos podía vivir hasta el cumplimiento de todas las profecías del final del mundo.
Él explicó pues los sucesos y señales que marcarían el tiempo, para que cuando
sucediesen, las personas que todavía ejerciesen fe en sus palabras y esperasen
en las promesas del ETERNO, pudiesen alegrarse con la proximidad de la
victoria de su esperanza. Para ellas dijo: “…cuando veáis suceder estas cosas,
sabed que está cercano el Reino de Dios; de hecho, os digo que no pasará
esta generación sin que todo esto se cumpla”. (Lucas 21:31..32) E instando a
sus discípulos a estar atentos para no pasarlas por alto, advirtió: “Vigilaos, no
sea que vuestros corazones estén cargados por el comer y el beber, y por las
inquietudes de esta vida, y llegue aquel Día de repente sobre vosotros; porque
llegará cómo un lazo sobre todos los que habitan la faz de la entera tierra. Velad
pues en todo momento, orando que seáis considerados dignos de escapar a
todas las cosas que han de sobrevenir, y estar en pie delante del Hijo del
hombre”. (Lucas 21:34..36)
11 Dice el apóstol Pablo, que en una ocasión, fue transportado por medio de una
visión al ‘tercer cielo’, (2Corintios 12:2) e identifica aquel lugar con la presencia
de Dios, y de muchos otros seres que nosotros llamamos espíritus o ángeles.
Comprendemos con esto, que en las Escrituras se denominan ‘cielos’, tanto al
lugar que designa la morada de Dios, cómo al inmenso universo de nuestra
dimensión material, y a la atmósfera que rodea nuestro planeta. Y puesto que
‘los cielos’ están situados sobre la humanidad, en las Escrituras también se
utiliza este término para expresar una situación de supremacía o de gobierno.
12 La Nueva Jerusalén proviene del ETERNO, y por esto se dice que desciende
desde los cielos a la humanidad. La composición y las funciones de esta ciudad
de Dios, se ilustran en las Escrituras por medio de alegorías y simbolismos, ya
que cómo dice Pablo, hay cosas que no pueden expresarse “…con términos que
se inspiran en el conocimiento humano, si no en los de la enseñanza que nos
llega del espíritu, para poder expresar cosas espirituales en términos
espirituales”. (1Corintios 2:11..13) En armonía con esto, Juan describe a la
Nueva Jerusalén cómo una ciudad-templo construida con piedras vivas
asentadas sobre Cristo, que es el fundamento, la piedra angular anunciada por
los profetas y rechazada por Israel, cómo había predicho Isaías con estas
palabras: “Dice el Señor ETERNO: He aquí que yo coloco en Sión una piedra
elegida, una piedra angular, preciosa, de fundamento; y el que se adhiera a ella,
no será confundido”. (Isaías 28:16) Y hablando de Cristo, Pedro repite: “…dice la
Escritura: ‘He aquí que coloco en Sión una piedra elegida, una piedra angular,
preciosa; y quien ponga fe en ella no será confundido’. Para vosotros los que
tenéis fe, es valiosa, pero para los incrédulos, es la ‘piedra rechazada por los
constructores’, la principal del fundamento, la que ha llegado a ser una piedra de
tropiezo, una roca, un obstáculo; y los que tropiezan en ella, lo hacen porque no
creen en la Palabra”. (1Pedro 2:6..8) También Pablo recuerda estas palabras, y
escribe: “…las personas de las naciones… han conseguido aquella justificación
que se atribuye por medio de la fe. Mientras Israel… no ha podido alcanzarla, y
¿Por qué? Porque ellos la buscaban, no por medio de la fe, si no a través de las
obras, por esto han tropezado con la ‘Piedra elegida’, cómo se había escrito: ‘He
aquí que pongo en Sión’…”. (Romanos 9:30..33)
16 El apóstol Juan pudo ver a los que constituyen estos cielos, y escribe que un
ángel le dijo: “...’Ven, te mostraré a la novia, a la esposa del Cordero’... y me
transportó en visión, a una montaña grande y alta para mostrarme a Jerusalén,
la ciudad santa que Dios hacía descender del cielo iluminada por su gloria”.
(Apocalipsis 21:9..11) Entonces: “…oí el número de los marcados con el sello,
ciento cuarenta y cuatro mil… y vi a las personas tomadas de todas las
etnias, tribus, pueblos y lenguas, una multitud grande que no se podía contar,
en pie delante del trono y del Cordero, vistiendo largas ropas blancas y con
ramas de palma en la mano...”. (Apocalipsis 7:4..9) O sea que primero oye el
número de los que han sido sellados, y luego los ve a todos juntos; son tantos
que a Juan le resulta imposible contarlos; forman la gran multitud de aquellos
que mediante la fe, descienden de Abraham, y que cómo Dios había declarado
en la promesa, serían tan numerosos cómo las estrellas de los cielos y cómo las
arenas del mar, que no pueden ser contadas a simple vista. (Génesis 22:17..18)
El ángel explica entonces a Juan: “...estos son los que han atravesado la gran
tribulación, y han lavado sus ropas, purificándolas en la sangre del Cordero. Por
esto están ante el trono de Dios día y noche, prestándole un servicio
sagrado en su templo...”. (Apocalipsis 7:14..15) Configuran pues la
prometida descendencia de Abraham que bendecirá la tierra, y constituyen el
cuerpo de Cristo, las piedras vivas que edifican el Templo de Dios y la Nueva
Jerusalén, y son también identificados en las Escrituras cómo ‘la novia’ y ‘la
esposa’ del Cordero. (Apocalipsis 21:9 y 2Corintios 11:2) Ellos rinden día y
noche servicio sagrado a Dios en su templo, porque son “una descendencia
elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo que Dios ha adquirido
para sí...” (1Pedro 2:9) mediante Jesús Cristo, “el sumo sacerdote en quien
nosotros profesamos poner fe”. (Hebreos 3:1)