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El Militante

EL MARXISMO Y LA EMANCIPACIÓN DE LA MUJER


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sábado, 01 de junio de 2002

“Cambiar de raíz la situación de la mujer no será posible hasta que no cambien todas las condiciones de la vida social y
doméstica”

Trotsky, Escritos sobre la cuestión femenina


“Cambiar de raíz la situación de la mujer no será posible hasta que no cambien todas las condiciones de la vida social y
doméstica”

Trotsky, Escritos sobre la cuestión femenina

El capitalismo está en un callejón sin salida. La crisis mundial del capitalismo golpea con mayor dureza a las mujeres y
a la juventud. En el siglo XIX Marx ya señaló la tendencia del capitalismo a conseguir grandes beneficios mediante la
explotación de mujeres y niños. En el primer volumen de El Capital, Marx escribe lo siguiente:

“Por eso, el trabajo de las mujeres y los niños fue la primera palabra de la aplicación capitalista de la maquinaria. Este
poderoso sustituto de trabajo y de obreros se transformó inmediatamente en un medio para aumentar el número de
asalariados, colocando a todos los miembros de la familia obrera, sin distinción de sexo ni edad, bajo el dominio
inmediato del capital. El trabajo forzado al servicio del capitalista usurpó no sólo el lugar de los juegos infantiles, sino
también el trabajo libre dentro de la esfera doméstica, dentro de los límites morales, para la propia familia” (C. Marx, El
Capital. Madrid, Akal Editor, 1976, Vol I, Tomo II, pág. 110).

En los países capitalistas desarrollados el cambio de los modos de producción y el constante intento de los capitalistas de
aumentar la tasa de beneficios, ha llevado al incremento del empleo de mujeres y jóvenes, que trabajan a cambio de
salarios bajos, en malas condiciones laborales y con pocos o ningún derecho. Sólo en Estados Unidos, durante los
últimos 50 años se han incorporado al mundo laboral cuarenta millones de mujeres y en Europa treinta millones. En
1950 aproximadamente un tercio de las mujeres estadounidenses en edad laboral tenían un trabajo remunerado; el año
pasado esta proporción casi era de tres cuartas partes. Según las estadísticas, hoy en día el 99% de las mujeres
estadounidenses ha trabajado en algún momento de su vida. El empleo de mujeres —por sí mismo un acontecimiento
progresista—, es la condición previa para liberar a las mujeres de los estrechos límites del hogar y familia burgueses, y
también el primer paso para su libre y pleno desarrollo como seres humanos y miembros de la sociedad.

Pero el sistema capitalista considera a las mujeres sólo una fuente conveniente de mano de obra barata y parte del
“ejército de reserva de trabajadores”, las incorpora al mundo laboral cuando hay escasez de mano de obra en
determinados sectores de la producción, y cuando estas necesidades desaparecen, las expulsa de nuevo del mundo
laboral. Presenciamos este proceso durante las dos guerras mundiales, entonces las mujeres entraron en las fábricas
para sustituir a los hombres enviados al frente y después cuando terminó la guerra se las obligó a regresar al hogar. La
mujer volvió a incorporarse al trabajo en el periodo de auge capitalista de la posguerra, durante los años 50 y 60, su
papel fue similar al de los trabajadores inmigrantes —una reserva de mano de obra barata—. En el periodo más reciente, el
número de trabajadoras ha aumentado para ocupar los huecos existentes en el proceso productivo. A pesar de todo lo
que se dice sobre el “mundo de la mujer” y el “poder femenino”, a pesar de todas las leyes que supuestamente garantizan
su igualdad, las trabajadoras todavía son uno de los sectores más explotados y oprimidos del proletariado.

En el pasado, la sociedad de clases condicionaba a las mujeres a que fuesen políticamente indiferentes, a no
organizarse, y sobre todo, a ser pasivas y por lo tanto proporcionar una base social para la reacción. La burguesía utilizó
los servicios de la Iglesia y la prensa burguesa (revistas femeninas, etc.,) para basarse en esta capa y mantenerse en el
poder. Pero esta situación ha cambiado en la medida que se transforma el papel de las mujeres en la sociedad. Cada vez
son menos las mujeres —al menos en los países capitalistas desarrollados—, que están dispuestas a mantenerse en la
ignorancia y a someterse pasivamente al papel tradicional de kirche, kücher and kinder (iglesia, cocina y niños).

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Este cambio es un fenómeno progresista que tendrá consecuencias importantes para el futuro. De la misma forma que
la burguesía ha perdido su antigua reserva social de masas para la reacción entre el campesinado, en EEUU, Japón y
Europa Occidental, las mujeres ya no constituyen esa reserva atrasada de la reacción como ocurría en el pasado. La
crisis del capitalismo, sus constantes ataques a la mujer y a la familia, radicalizará aún más a amplias capas de las
mujeres y las llevará en una dirección revolucionaria. Para los marxistas es importante comprender el gran potencial
revolucionario que existe entre las mujeres.

Las mujeres potencialmente llegan a ser incluso más revolucionarias que los hombres, porque a menudo están más
oprimidas que los hombres, están frescas y libres de la rutina conservadora que con frecuencia caracteriza la vida
sindical “normal”. Cualquiera que haya presenciado una huelga de mujeres ha podido ver su tremenda determinación,
coraje y empuje. Es un deber para los marxistas, tomar toda las medidas necesarias para animar a las mujeres a que
entren y participen en los sindicatos, en igualdad de derechos y condiciones.

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