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El Militante

IV. El Socialismo
autor El Militante
miércoles, 22 de enero de 2003

Una sociedad basada en la lucha individual por la supervivencia jamás puede ser una sociedad socialista. El socialismo
implica alcanzar un nivel crítico de producción por el que esta disputa individual desaparece y con ella la verdadera
prehistoria de la humanidad. Será el momento en que la sociedad humana se desprenderá definitivamente y sin vuelta
atrás del reino animal, iniciando la verdadera historia de la humanidad, no regida por las fuerzas ciegas de la
naturaleza y del capitalismo sino por la cultura, la conciencia y la voluntad de los hombres.

Alcanzar ese nivel de progreso sólo puede venir de la mano de la planificación democrática de la economía a escala
internacional liberando la producción de los límites de la propiedad privada y del Estado nacional; y este primer paso que
es la planificación de la economía primero en un país y luego a una escala más amplia, sólo puede venir del triunfo de la
revolución socialista en varios países. Existen las condiciones objetivas para el desarrollo de la humanidad a niveles sin
precedentes y también existen las condiciones sociales y políticas para la revolución. Pero, de igual manera que en el
pasado, el triunfo de los procesos revolucionarios no está garantizado de antemano, es un proceso vivo que depende
de muchos factores pero especialmente de la existencia de partidos revolucionarios con un programa claro.

La teoría marxista del Estado no sólo no ha fracasado sino que ha sido la única en dar explicación a los procesos de la ex
URSS y los demás países del Este (un proceso que por cierto aún no ha concluido). Pero la teoría, por más correcta
que sea, para convertirse en una fuerza material, tiene que apoderarse de la conciencia de las masas y esa tarea
depende de la voluntad, de la capacidad de difundir y consolidar las fuerzas del marxismo.

Irónicamente el anarquismo, que ve en la misma teoría marxista (‘autoritaria’) el origen de la degeneración


burocrática estalinista —y no en la combinación de una serie de factores históricos—, tiene un modelo de
sociedad futura que, de llevarse a la práctica, necesariamente y con independencia de las circunstancias históricas
concretas, llevaría a la perpetuación del Estado y la desigualdad. Pero vayamos por partes.

El marxismo defiende la propiedad colectiva de los medios de producción no por cuestiones sentimentales o
consideraciones de justicia universal, sino porque es una forma de propiedad que permitiría avanzar a la humanidad a un
estadio social superior.

Durante un periodo determinado la propiedad individual de los medios de producción impulsados por la búsqueda del
beneficio individual, supuso un progreso importantísimo para la humanidad. Este sistema impulsaba la reinversión de
buena parte de los beneficios en nueva maquinaria, tecnología, nuevos campos de investigación, que tenían como objetivo
el aumentar más aún los beneficios, pero que en último término redundaba en el incremento de la productividad del
trabajo humano, que es la base más importante sobre la que se puede construir una sociedad más próspera.

La economía planificada

La sociedad capitalista ha llevado la producción y la productividad a tal nivel que resulta fácil entrever lo que sería posible
hacer si todo ese potencial se pudiese utilizar para las mejoras de las condiciones de vida, la cultura y la salud de la
mayoría de la sociedad. Un potencial que bajo el capitalismo, en su etapa de decadencia, es imposible realizar
precisamente por la existencia de la propiedad privada. Para la humanidad la sed de beneficios capitalista implica ahora
muchísimas más lacras que ventajas: hambre, guerras, prostitución, mafia, desempleo masivo...

La especialización internacional del trabajo y la concentración de la producción a escala mundial permitiría, con una
economía planificada globalmente, satisfacer inmediatamente las necesidades de la población de todo el planeta.
Seguramente la producción de carne de Brasil y Argentina, en pocos años, podría satisfacer las necesidades de todo el
planeta, por poner sólo un ejemplo. La enorme capacidad productiva existente ahora se convierte bajo el capitalismo en
un situación absurda: por un lado millones de personas desempleadas y por otro, las que tienen la suerte de trabajar,
sobreexplotación salvaje. Todo eso para que una ínfima minoría siga manteniendo su lujosa vida multimillonaria. Esta es la
lógica del máximo beneficio.

En una economía mundial planificada, en la que se sacara partido de la especialización alcanzada en los diferentes países
y la capacidad productiva global, lo que bajo el capitalismo se considera como un “exceso” de producción,
se convertiría en una satisfacción inmediata de las necesidades básicas, la reducción inmediata de las horas de trabajo y
el trabajo en condiciones dignas para todo el mundo.

La planificación de la economía sólo se puede hacer efectiva con la expropiación de los grandes medios de producción y de la
banca, ahora en manos de los capitalistas. Según la teoría marxista, todos los medios de producción serían propiedad de
todos los trabajadores, con independencia del puesto que cada trabajador, individualmente, ocupara en la producción. La
planificación tendría un criterio, un objetivo: incrementar globalmente la calidad de vida de toda la humanidad, empezando
por las necesidades más inmediatas y continuando por las nuevas necesidades que indudablemente surgirán en una
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sociedad de este tipo donde, por fin, el acceso a la cultura y a la ciencia será masivo. La eficacia de la economía
planificada dependerá de dos factores: el control y la participación democrática de todos en la gestión y toma de
decisiones y también en el grado de centralización del plan, es decir, de su capacidad de aprovechar los recursos
existentes considerando todas las ramas de producción de todos los países (o el máximo posible de ellos).

En lo económico, la concepción anarquista de la sociedad futura es sustancialmente diferente. Proudhon proclamaba una
sociedad en la que los productores se asociaran libremente, mediante uniones voluntarias. A diferencia de la sociedad
socialista, la propiedad de los medios de producción no pertenecería al conjunto de la clase obrera sino a los trabajadores
que directamente trabajan en dicha empresa, que pasaría a ser una comuna independiente. A diferencia del capitalismo,
una empresa dejaría de tener un sólo propietario, el patrón, y tendría muchos propietarios individuales, los trabajadores que
en ella trabajan.

De entrada, el problema de esta concepción, que en esencia es una versión idealizada de la sociedad de pequeños
productores que precedió al capitalismo moderno, es que choca con el propio desarrollo que ya han alcanzado las
fuerzas productivas en la actualidad. Evidentemente sería ridículo que funciones desarrolladas por corporaciones de
dimensión internacional, como las telecomunicaciones, el transporte aéreo, el ferrocarril, la electricidad, tuvieran que
pasar a escala comunal, con sistemas propios e independientes. Este hecho demuestra hasta qué punto el sistema de
comunas es una utopía reaccionaria, un retroceso.

Pero vayamos a la cuestión esencial. Una vez expropiados los capitalistas ¿quién toma las decisiones y bajo qué
criterios? La respuesta que da el anarquismo a estas cuestiones viene predeterminada por la idea de que en su modelo
de sociedad no se puede delegar decisiones que afecten al conjunto en ningún organismo, puesto que en este mismo
hecho reside el pecado del ‘autoritarismo’. El tipo de sociedad basado en comunas, o unidades de
producción autónomas, se desprende de criterios de tipo moral. ¿Pero qué sucedería en la práctica? Sin un plan
centralizado, que determinara constantemente las necesidades globales de consumo y de producción y la proporción entre
las distintas ramas de la producción, el único medio por el cual los productos llegarían a su destino sería a través del
mercado. En el mercado manda la ley de la oferta y la demanda e imprime una dinámica determinada a la producción: la
competencia, los cierres... Aquellos sectores de la producción que fabriquen más de lo que el mercado pudiera absorber
necesariamente tendrían que cerrar o bajar los precios para competir, disminuyendo los salarios. Por el contrario,
aquellos trabajadores que tuvieran la suerte de que sus productos fueran muy demandados podrían tener altos salarios.

Bajo el capitalismo el flujo de inversión tiende, anárquicamente, a compensar estos desequilibrios. La inversión fluye
hacia la producción de mercancías en que la oferta es insuficiente en relación a la demanda y huye de los sectores donde
hay saturación.

Estos procesos, que bajo el capitalismo son traumáticos, pues implican cierres repentinos de empresas sin otra
alternativa que el desempleo, no tienen por qué producirse en una economía planificada donde se pueda prever de
antemano las necesidades. El exceso de mano de obra en un sector puede redundar en la reducción de las horas de
trabajo o en la potenciación de nuevas ramas de producción. Inevitablemente las decisiones que se tengan que tomar
transcenderían los intereses particulares de tal o cual sector de la producción, intereses que por otro lado ni siquiera
tendrían por qué existir dado que los trabajadores tendrían una conciencia verdaderamente colectiva de la producción,
¡hecho que en gran medida ya existe bajo el capitalismo! A un plan global inevitablemente corresponderían organismos
centrales, una banca pública única, un servicio de comunicaciones único, un sistema de seguridad único, etc.

¿Con qué criterios se tomarán las decisiones?

¿Cómo se resolverían estos problemas bajo una economía basada en comunas en las que nadie podría tomar decisiones
que afectasen a otras comunas? ¿De dónde partiría la iniciativa de invertir en nuevas ramas de la producción, de reducir la
inversión en otros casos? ¿Quién tomaría la decisión de igualar los salarios para compensar el de aquellos trabajadores
que están en comunas cuyos productos no tienen salida, con el de los trabajadores que están en comunas cuyos
productos se pueden vender a buen precio? Según la concepción de comunas individuales libres nadie podría hacerlo sin
caer en el principio del ‘autoritarismo’ con lo que las desigualdades entre las diferentes ramas de
producción con distinto nivel de desarrollo y productividad se eternizarían y se acabarían convirtiendo en desigualdades
sociales, hecho que necesariamente engendraría lo que el anarquismo pretende destruir: un Estado y de la peor
especie.

De hecho, si las ideas anarquistas de los años 20 en Rusia —que fomentaban la descentralización de la economía
y que cada productor campesino vendiera directamente sus productos en la ciudad— se hubieran puesto en
práctica sin ningún tipo de interferencia por parte del Estado obrero, rápidamente se habrían impuesto relaciones de
tipo capitalista, basadas en el beneficio individual y en la descoordinación más absoluta de la producción ¡lo que tarde o
temprano hubiera acabado en la restauración del viejo Estado capitalista!

La lucha contra los gobiernos, contra la política, contra los comités, contra la centralización sin ningún tipo de
consideración de clase, acaba jugando en la práctica un papel reaccionario porque fomenta la desorganización de la
clase obrera frente a su enemigo de clase, que se cuida muy bien de tener un ejército centralizado, un Estado
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centralizado, una política centralizada...

Como hemos dicho en alguna otra parte del documento, el todo no es la simple suma de las partes. La sociedad
socialista no sería la simple suma de fábricas colectivizadas, es una combinación totalmente superior. En sustitución del
mercado es esencial la participación de la todos los trabajadores en todos los aspectos de la economía y de la política. La
causa del colapso de los países ex estalinistas no fue la centralización de la economía —debido a los mezquinos
intereses nacionales de la burocracia de cada país fueron incapaces de llevar adelante un plan verdaderamente
internacional— sino la centralización burocrática, en la que la toma de decisiones a todos los niveles de la
producción y la distribución, en una economía ya muy avanzada, se hacía entre un puñado de burócratas sin la participación
de los trabajadores.

En una economía socialista basada en la democracia obrera, cualquier descubrimiento técnico que supusiese un ahorro
del trabajo humano o una mejora de la calidad de vida, automáticamente tendría aplicación generalizada. Eso no ocurre
así en el capitalismo porque en este sistema lo que prima es el beneficio individual e inmediato. Los descubrimientos son
más lentos porque la investigación se hace en compartimentos estancos debido a la competencia entre las diferentes
multinacionales, interesadas en descubrir primero, y obtener así una ventaja temporal. Incluso muchos descubrimientos
tecnológicos no tienen aplicación porque no son considerados rentables a corto plazo y porque a la burguesía le resulta
más ventajoso incrementar la productividad a costa del aumento de los ritmos de trabajo o de las horas de trabajo,
como de hecho está ocurriendo ahora. Si finalmente los descubrimientos tecnológicos se incorporan a la producción, el
efecto que eso tiene en el capitalismo es el incremento del desempleo.

Es normal que bajo el capitalismo el trabajador esté totalmente desincentivado y encuentre su trabajo totalmente
rutinario. En una economía planificada, con el desarrollo tecnológico que ya existe, con los avances en el terreno de la
comunicación y la informática, la participación de los trabajadores en los procesos de producción y distribución sería más
factible que nunca. Cualquier descubrimiento en cualquier parte del mundo tendría una aplicación generalizada, sin el
escollo de la competencia nacional, eso dispararía la creatividad de los trabajadores, que dejarían de sentirse como un
complemento de la máquina que genera beneficios para otros. Todos los trabajadores estaríamos verdaderamente
interesados en el progreso técnico porque eso redundaría inmediatamente en más tiempo libre, más calidad de vida.
De esa manera se avanzaría verdaderamente a una sociedad superior, socialista, en la que gradualmente se podría
hacer efectiva la idea de “a cada uno según sus necesidades, de cada uno según sus posibilidades”.

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