A principios del siglo VIII, los árabes, que ya dominaban todo el norte de África,
iniciaron la conquista de la Península Ibérica, puente de entrada a Europa. La debilidad de los
visigodos les permitió apoderarse fácilmente del territorio peninsular, donde crearon un estado
que recibió el nombre de Al-Andalus y que se mantuvo durante ocho siglos, desde el año 711
hasta 1492.
En los años siguientes, hasta 716, árabes y bereberes se aseguraron el dominio del
territorio peninsular a través de pactos o capitulación con los nobles visigodos. Muchos de estos
aceptaron someterse a los invasores mediante la firma de pactos económicos que les
garantizaban el mantenimiento de buena parte de sus propiedades, así como su estatus social y
religioso.
Segunda fase (716-732).- Desde 716 la conquista se hizo más dura y comportó la
conquista de las tierras próximas a los Pirineos y la Septimania. En el año 732 los musulmanes
fueron derrotados por Carlos Martel en Poitiers en su intento de expansión a costa del reino
franco. Del mismo modo, la hostilidad de vascos, cántabros y astures, así como la accidentada
orografía del terreno hizo desistir a los musulmanes de su conquista, perfilándose como frontera
de sus dominios la cordillera Cantábrica y los Pirineos. Así el despoblado valle del Duero se
convirtió en una “tierra de nadie”, que servía de frontera entre Al-Andalus y los pequeños reinos
cristianos del norte peninsular.
Entre 711 y 756, Al Andalus fue un valiato, esto es, una provincia del califato de Damasco
dirigida por un valí1.
La caída de la dinastía de los Omeya en Damasco (750) y su sustitución por la dinastía de los
Abasíes tuvo repercusiones en Al-Andalus. El único miembro superviviente de la dinastía
derrocada, Abd al-Rahman (Abderramán) huyó a Al-Aldalus, se adueñó del poder y proclamó un
emirato independiente, que sólo acataba la autoridad religiosa del califa, ahora residente en
Bagdad.
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Entre 714 y 749 gobernaron 19 valíes en un clima de hostilidad entre árabes y bereberes por el reparto de los
territorios conquistados.
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El advenimiento al poder del emir Abd al-Rahman III (912-961) provocó un cambio de
rumbo en la dinámica política anterior que amenazaba con la disgregación de Al-Andalus. En 20
años consiguió someter todo el territorio andalusí y frenar el avance cristiano por la meseta
norte.
En 929 rompió los vínculos con Bagdag y se proclamó califa, es decir, jefe religioso y
príncipe de los creyentes. Abderramán III llevó a cabo un fortalecimiento del Estado, para ello
hizo efectiva una centralización fiscal, reorganizó el ejército y creó una aristocracia palatina muy
vinculada a su persona. De este modo, se inauguró el Califato de Córdoba, la etapa más brillante
de la historia de Al-Andalus, en especial durante el reinado de Al-Hakam II, hijo y sucesor de
Abderramán III.
Esta fragmentación debilitó Al-Andalus y fue aprovechada por los reinos cristianos, que
pasaron de la colaboración puntual a la exigencia del pago de parias 2 a cambio de su protección.
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Tributos, generalmente anuales que debía pagar un reino musulmán a otro
cristiano, a cambio de su protección y en reconocimiento de vasallaje.
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Estos tributos reforzaron el poder militar cristiano, que llevó a la ocupación de Toledo (1085)
por Alfonso VI de Castilla.
La agresividad de los reyes cristianos obligó a las taifas a pedir ayuda a los almorávides,
venidos del norte de África, que frenaron la Reconquista y unificaron Al-Andalus, que pasó a
formar parte del imperio almorávide. Entre los años 1086 y 1140 los almorávides entraron varias
veces en la Península y derrotaron a los reyes cristianos, pero no pudieron evitar que Alfonso I el
Batallador, de Aragón, ocupase Zaragoza (1118)
Ante el avance cristiano fueron sucumbiendo todos, excepto del de Granada (1237-
1492) bajo la dinastía árabe de los Nazaríes, que logró sobrevivir aunque sometido al vasallaje
de Fernando III, rey de Castilla y León.
El territorio de la Taifa de Toledo coincidía con las actuales provincias de Toledo, Ciudad Real,
el norte de Albacete, Cáceres, Guadalajara (hasta la frontera con las tierras zaragozanas en
Medinaceli), Madrid hasta la Sierra de Guadarrama y Cuenca.
Toledo conservaba su aureola de haber sido urbs regia visigoda. Tuvo gran importancia
estratégica como capital de la Marca Media, pudiendo mantener frente a Córdoba una
dependencia relativa hasta el comienzo del Califato. Independizada al producirse los conflictos
internos de comienzos del XI y la consiguiente desaparición del Califato, Ismail al-Zafir fue el
primer monarca hasta 1043, luchando contra los cordobeses para mantener la independencia.
Luego reinó Al-Mamún de Toledo, quien solicitó la ayuda de Fernando I de León y Castilla
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contra el rey taifa de Zaragoza; veinte años más tarde, los toledanos, atacados por Fernando,
compraron su tranquilidad mediante el pago de parias.
Después del enfrentamiento entre Valencia y Zaragoza, los primeros prefirieron pedir auxilio a
Al-Mamún de Toledo antes que aceptar el control castellano, pero el rey de Toledo aprovechó
para deponer al valenciano y anexionarse la taifa de Valencia en 1064, con la aquiescencia de
Fernando I.
Con el apoyo del nuevo rey castellano leonés, Alfonso VI, Al-Mamún de Toledo ocupó la Taifa
de Córdoba en 1075, arrebatándosela a la taifa de Sevilla.
Al-Mamún de Toledo se convirtió así en el rey más importante de la Taifa de Toledo, que en
1075 incluía Córdoba y Valencia. Ese mismo año fue envenenado en Córdoba y su nieto Al-
Qádir asumió el gobierno de Toledo.
Al-Qádir se vio, pues, forzado a pedir nuevamente la ayuda castellana y con ella se enajenó el
apoyo de una gran parte de la población. Después de perder el trono Al-Qádir lo recuperó en
1081 ya que Alfonso VI de León y Castilla decidió ayudarle a recuperar las tierras toledanas y
valencianas a cambio de que Valencia fuese para Al-Qádir y Toledo para Alfonso.
Ante este acuerdo, los toledanos opuestos a la colaboración Alfonso - Al-Qádir solicitaron el
apoyo de los reinos taifas de Zaragoza, Sevilla y Badajoz.
Después de cuatro años de «asedio», Toledo se rendía pacíficamente, tras obtener garantías los
musulmanes de que se respetarían sus personas y bienes. El 25 de mayo de 1085, Alfonso VI de
León y Castilla entró en la ciudad. En aquel momento, el reino de León y Castilla, considerado
el heredero del reino visigodo de Toledo, tenía la intención de recuperar para sí la capital del
antiguo reino visigodo. La conquista de la ciudad de Toledo dio pie a la inversión de fuerzas
entre cristianos y musulmanes en la península, lo que llevaría finalmente a la conquista
almorávide de las taifas tras solicitar estas su intervención como último recurso ante el poderío
cristiano.