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Daniel Medvedov

VER LAS ESTRELLAS


DENTRO DE TI

MADRID
2009

Los profesores

Yo tenía un profesor de estrellas, un profesor


de números, un profesor de cuerpo, un profesor
de combate, un profesor de ajedrez, un profesor
de libros, un profesor de comida, un profesor de
dinero, un profesor de juego y un profesor de
Dios.
Cada uno me enseñaba, sólo si yo preguntaba
o me interesaba, cosas relativas a sus
conocimientos. Podía preguntar cualquier cosa.
Siempre había un profesor que me respondía. Sin
embargo, ellos estaban todos en sus casas y yo
tenía que visitarlos según el interés que me
embargaba en el día respectivo.
A veces tenía ganas de hablar y de oír cosas
sobre números y visitaba al profesor Vermont.
Sabía tanto de números y de sus historias, que me
impresionaba.
-¿Cómo es posible saber tanto? ¡Eso es
conocer! -me decían cuando yo comentaba mi
asombro- Saber es otra cosa.

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-¿Qué es saber? -preguntaba yo.
-Saber es tener la capacidad de ser NADIE.
Es poder retornar a sí mismo cada vez que tú
quieras. Es estar en paz y ser modesto
secretamente.
Esta era la respuesta del señor Hassan, el
profesor de ajedrez. Era bueno el que yo
decidiera cada día qué cosa quería estudiar. Esa
es la verdadera educación: el placer del
conocimiento.
Estudiaba las estrellas de noche y de mañana.
A ratos esperaba salir al lucero de la tarde al lado
del profesor ARDAN. El conocía todo de las
estrellas. No sólo su nombre y sus colores, sus
constelaciones o sus historias, conocía el secreto
de las estrellas. Es decir, sabía ¡qué cosas eran las
estrellas!
El profesor ARDAN me enseñó ver en el
cielo estrellado durante la luz del día. Me decía:
Nadiel, el cuerpo es como un alto biombo que
corta la luz difusa que te impide ver a las
estrellas. Cierra los ojos y aguanta así un rato. En
pocos instantes serás capaz de ver las estrellas
dentro de ti mismo.
El profesor de libros, Don BERG, no sólo me

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enseñaba a leer sino también a escribir.
Aprendí a "poetizar" como el decía, a
construir poemas ejemplares con motivo de los
más triviales momentos del día. Estos poemas
eran como pastillas de inmortalidad para la
tristeza y el desatino. No se trataba de construir
alguna historia en versos o contar rimado. Era
otra cosa. Un gesto desapercibido, un instante de
quietud, una rana esperando la lluvia, todos esos
momentos sin importancia formaban el arsenal
poético de la escritura.
Aprendí a curar mis sentimientos con la
poesía. Esa medicina del alma ungía la tristeza
con el aceite sagrado de la creación.
Ellos decían que son "hermanos", no
"profesores". Me enseñaron la diferencia entre
los instructores y los maestros, entre los guías y
los baquianos.
El profesor BERNA, experto culinario, era
un individuo curioso. Casi nunca comía y cuando
lo hacía, su menú era menos que escaso. Abría
una lata de sardinas y con un pedazo de pan viejo
compartía con sus gatos el contenido de la lata.
-"Comer poco, esto es el secreto"-
comentaba el profesor BERNA.

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Ser austero en la comida es el arte de la
longevidad. La sensación de tener siempre
hambre es una bendición de Dios. Años
después descubrí que todos esos profesores me
des-enseñaron lo que ellos conocían.
Aprendí a no contar el dinero y todo lo
demás, es decir a no contar nada. Me enseñaron a
mirar las estrellas de día, a no comer, a no jugar
ajedrez o mejor dicho a jugar sin piezas en el
tablero, y a buscar a Dios en el silencio.
Este es el gran misterio.

Dios es el silencio. Allí encontramos todo lo


que deseamos saber y todo lo que debemos saber.
Busca el silencio.

En el Gabinete fantástico del Doctor M. ,


había un rincón del lenguaje, un rincón de los
mitos, un rincón de las artes marciales, un rincón
de los signos, un rincón de los nombres de
personas, un rincón de los juegos infantiles, un
rincón del sonido y un rincón de la nada. Eran
como ocho estaciones de un laberíntico

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peregrinaje por el camino del conocimiento.
A veces me quedaba sosegado en el rincón
de los mitos y en la pantalla de mi memoria
repasaba, uno por uno, todos los grandes mitos de
la humanidad. Otras veces me escondía en el
rincón de la nada y me abrigaba con mi propia
ignorancia. La sentía como un manto pesado y
lleno de flecos, que al menos aquí, en el rincón
de la nada, tenía uso.
Cuando frecuentaba el rincón del lenguaje,
días enteros me quedaba sin habla como opacado
por los sonidos articulados de la torre de Babel.
Era el gabinete fantástico del Doctor M., al cual
tenía acceso y permiso de estadía. Ese privilegio
me formó y moldeó, de modo suave y accidental,
una figura intelectual respetable cuya aura de
autosuficiencia empezó a molestar a mis tutores
desde el primer día de ese cambio fundamental.
Me gustaba. Para los prepotentes yo
adoptaba una faz insoportable y con frecuencia
horadaba en la memoria de los individuos los
orificios hondos de la ignorancia. Con los
modestos yo era humilde. No me gustaba ironizar
a la gente ingenua.

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Tal vez lo hacía con los eruditos, tan sólo
para demostrarles que sus conocimientos tenían
un límite cercano que yo conocía. Una cosa es
cierta: jamás utilicé mis dones para rebajar a la
gente ni para provecho propio. Pero debo decirlo
aquí, no hay cosa más agradable que la erudición
indomable de los misterios del lenguaje y su uso
en las contiendas de conocimiento.
En realidad el mundo es como un gabinete.
Ese es el gabinete fantástico del Doctor M.: el
mundo con sus barrancos.
Luego vienen las montañas y los bosques, los
rincones oscuros del mundo animal. Agua cae,
lluvia viene, fuentes brotan, he aquí el rincón del
lenguaje natural de los fluidos del cosmos.
Después el viento con sus ráfagas benignas, El
trueno y el relámpago hacen lo suyo en el rincón
de los brillos secretos. El fuego consume el polvo
de la memoria y el mar ocupa la esquina de los
juegos infantiles. No hay sitio más prodigioso
que el rincón del cielo donde todo cambia para
convertirse en algo que jamás se ha visto: lo
nuevo, lo otro, "aquello"...

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Yo vivo encerrado en ese gabinete fantástico
y memorizo todos esos detalles para que algún
día pueda usarlos. Se que tendré necesidad de su
presencia y potencia, de sus fuerzas y de su
autenticidad.
Prefiero quedarme así, encerrado en ese
gabinete, en vez de salir a la calle a bambolearme
por las esquinas de los mercados de la ciudad. Mi
gabinete me enseña y me da de comer cuando mi
alimento se acaba.
Pero nunca escasea la comida: como silencio
con sonido picado, palabras a la plancha, luces
doradas con champiñones de energía acuática,
ráfagas temporales y brotes de vacío para mis
momentos de tranquilidad. Una dietética secreta.
Debería dar a conocer ese gabinete fantástico
a otros amigos míos para que ellos también
disfruten de este privilegio del destino. Por ello
escribo estas líneas, ocupándome en construir un
libro sobre los rincones que me han fabricado.
Me siento como un robot natural de la sabiduría.
No advierto ninguna prepotencia en esa auto-
imagen y por ello continuo con mi tarea hasta
realizar la verdadera educación de los niños, en el

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arte de los rincones.
No son rincones cualesquiera: son los
rincones del cosmos, el GABINETE fantástico
del DOCTOR M.
¿Por qué lo llamo así? Pues por lo mismo
que le pertenece a ese Doctor, según tengo
entendido. El posee la capacidad de transmitir
por herencia todos sus rincones a todos los que
desean investigarlos. Cada quien con sus
intereses y cada cual con sus dones.

Si hay alguien que desea recibir en herencia


al rincón de la nada, debo advertirle que está
reservado para éste quien escribe, por el
privilegio de quien reparte. El rincón de la nada
es mío y no lo comparto con nadie, puesto que no
hay nada que compartir. Sin embargo esa "Nada"
es benigna y substancial. Puede ser percibida y
palpada aunque carece de forma. Es como una
niebla inasible que te invade los huesos y luego
comienzas a sentir su humedad y frescura. Hay
que apurarse y salir de ese rincón antes de que la
NADA te invada por completo. Es bueno
conocerla, pero no se debe uno identificar con
ella para no caer en la trampa del nihilismo y de

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lo caótico preternatural.
Yo conozco la NADA pero nada quiero con
ella, ni que me toque, ni que me invada, ni que
me abrigue, ni nada.
Antes de esa NADA había la NO-NADA y
aún antes de ella, la NADA anterior a la NO-
NADA. A través de ella conocí el VACIO: la
NADA con límite.
Cuando a la NADA se le encierra en un
círculo o en un cuadrado o en cualquier forma, he
allí el vacío. Para el sabio no hay cosa más
preciosa que el VACIO. Sólo por el vacío se
comprende la PLENITUD, así como por la
NADA se conoció el VACÍO. Esas cosas aprendí
yo en el Gabinete fantástico del Doctor M.
Aprendí a VER, aprendí a OÍR, aprendí a
CONTEMPLAR los detalles y el mundo de las
hormigas. Ahora soy el rey de la NADA, el único
PAÍS cuya monarquía no es reclamada por
NADIE. Soy NADIE, el rey del país de la NADA
y no hay individuo que pueda pretender usurpar
mi trono invisible.
En medio del gran Gabinete hay una silla.
Está sentado allí calladamente, el propio Doctor
M., el dueño del Gabinete fantástico que describí

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antes.
Voy callado hacia él y, al pasar por el frente
de la silla, lo saludo. Igual de callado me
responde con un gesto y después de un rato de
inalcanzable silencio, me dirige la palabra y dice:
-¡HOLA!, ¿has podido disfrutar plenamente
de todos los rincones del Gabinete fantástico, que
he preparado para tu disfrute y entendimiento?

-Si señor, he estado en todos los rincones y


he adquirido lo que estuvo a mi alcance...
-Muy bien. Ahora siéntate aquí, y contempla
un rato esas esquinas sin moverte hasta que algún
buscador alcance relevarte de esa tarea, así como
tu me has liberado, aunque es un decir, puesto
que no hubo para mi más dulce reposo y gozo
que el que recibí estando allí en esa silla donde
ahora tú estás sentado. No te angusties. El que
venga alguien es más que seguro. Esto no ofrece
dudas. Pero no llames a nadie, ni mires para
atrás, ni te levantes. No tendrás necesidad de
necesidades. Todo está hondamente calculado.
En menos de un siglo serás relevado del cargo de
Rey del VACÍO, el país más curioso de la

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geografía humana. Adiós, hermano y recuerda: tu
nombre es el Doctor M., dueño absoluto del
Gabinete fantástico de los ocho rincones...
Esa es la breve historia del sitio que fue mi
escuela durante más de cuarenta años. Ahora me
parece más pequeño, es obvio, tal vez porque he
crecido. Pero he crecido tanto que mi cabeza toca
el techo y mis pies se hunden casi un metro en el
suelo. Es un asunto de madurez intelectual y
natural. Necesito de un otro lugar, más amplio y
más hondo. El único que puede informarme, lo
se, es el Doctor M., actualmente rey del país del
VACÍO en la Galaxia SILENCIOSA número
CERO...CERO...CERO Hasta pronto, y tengan
cuidado con los rincones del Gran Gabinete.

Suyo, El Rey.

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