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INTRODUCCIÓN

En la actualidad, hablar de los Sinceros relatos de un peregrino


ruso a su padre espiritual, implica estar hablando, al tiempo, de la
Oración de Jesús, de la Filocalia, y de un camino sencillo, real y
concreto, para alcanzar la oración permanente. No de un camino para
todos, pero sí de un camino para aquellos que se sientan llamados,
por una particularidad de su vocación, a entregar su corazón al
Señor a través de la incesante repetición de su santo Nombre. Dice al
respecto el Padre Guillet: "La invocación del Nombre será, para
algunos, un episodio en su camino espiritual; para otros, algo más
que, eso, será uno de los métodos que utilizará habitualmente, sin
ser, sin embargo, el método. Para otros, finalmente, se convertirá en
el método alrededor del cual se organizará toda su vida interior.
Decidir, mediante una elección arbitraria, por un capricho, que este
último caso será el nuestro, sería construir un edificio que se
derrumbaría miserablemente. No se elige la "Oración de Jesús": se
es llamado a ella y conducido por Dios si El lo juzga bueno. Nos
consagramos a ella por obediencia a una vocación muy especial... Si
ella ejerce sobre nosotros una fuerte atracción, si produce frutos de
pureza, de caridad y de paz, si nuestros directores espirituales nos
estimulan a practicarla, allí habrá, si no los signos infalibles de un
llamado, por lo menos indicios que merecen ser, humilde y
atentamente considerados. El "camino del Nombre" ha sido
sancionado por muchos Padres monásticos orientales y también por
varios santos de occidente, pero debemos evitar todo lo indiscreto,
toda propaganda intempestiva; no se exclamará con un fervor poco
claro: ¡Es la mejor oración"! y menos aún: "¡Es la única oración!". Se
guardarán en la penumbra los secretos del rey".
Los Sinceros relatos.... en su primera versión, fueron publicados
en Kazán, alrededor de 1870 y tuvieron su origen -según se afirma en
el prefacio de la edición corregida, impresa en 1881, también en
Kazan- en un manuscrito que obraba en poder monje ruso de la
Santa Montaña (el monte Athos). Dicho manuscrito habría sido
copiado luego por el Padre Paesio, -abad del monasterio de San

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Miguel Arcángel, de Theremissen- quien, accediendo a numerosos
pedidos, lo entregó para su publicación.
Las ediciones a que hacemos referencia, es decir la de 1870 y la
de 1881, como así también la reedición de 1884, reunían cuatro
Relatos..., cuyos textos a través de ciertas alusiones, nos hacen
pensar que su anónimo autor los habría escrito después de la guerra
de Crimea y antes de la abolición de la servidumbre rusa, o sea entre
1855 y 1861. Podemos agregar que estas narraciones, además de
mostrar la evolución espiritual del Peregrino, nos permiten apreciar
las condiciones sociales y espirituales de la Rusia de mediados del
siglo XIX. En verdad, el mismo Peregrino es expresión típica del alma
y el carácter rusos: marchar continuamente de una ciudad a otra, de
una a otra aldea, de uno a otro monasterio... caminar y caminar, día
tras día, es un fenómeno muy ruso, producto quizás, de la atracción
que ese pueblo siente por los grandes espacios del territorio que
habita.
En cuanto al origen del manuscrito, se encuentra rodeado de
cierto misterio. Por empezar, hay quienes dicen que el mismo
perteneció, no a un monje ruso del Monte Athos, sino a una religiosa,
dirigida -hacia 1860- por el staretz Ambrosio, del monasterio de
Optino. Sin embargo, haya estado en poder de uno o de otro, ¿cómo
hizo para llegar desde Irkust, capital de una provincia de la Siberia
Oriental, -lugar en que el staretz del Peregrino pasó por escrito las
narraciones de su discípulo- hasta las manos del monje del Athos,
situado en Grecia, al sur de la península de Salónica o bien hasta la
religiosa de Optino? Esto en lo que hace a la primera parte de las
"narraciones". Con respecto a la segunda parte, la que
presentaremos en las páginas siguientes, todos parecen coincidir en
el hecho de que ella fue hallada entre los papeles del ya mencionado
staretz Ambrosio de Optino. Sólo que, en este caso, algunos afirman
que su autor puede haber sido el mismo staretz y otros dicen que se
trata de una obra colectiva; unos pretenden un mismo autor para
ambas partes -y hacen. la salvedad de que la segunda fue
reelaborada- y otros lo niegan... Esta segunda parte, en verdad, está
escrita en un estilo diferente al de la primera -si se quiere, menos
ingenuo- y con una mayor preocupación didáctica. En ella se
teologiza y se reproducen conversaciones... En realidad, no parece
muy verosímil que una y otra hayan sido fruto de una misma pluma.

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Olivier Clement, autor de la introducción a la edición francesa,
considera probable que hayan sido retocados y completados en el
monasterio de Optino -centro espiritual muy floreciente en la Rusia
del siglo XIX, y al que concurrían escritores, filósofos, "buscadores de
Dios"-, lugar en el que la tradición espiritual del oriente cristiano
tomaría nuevamente conciencia de sí misma a fin de responder a las
búsquedas e inquietudes que el pensamiento occidental había
introducido en la Rusia de aquél entonces".

Dijimos al comienzo que, hablar de los Relatos del peregrino ruso,


implicaba estar hablando, al mismo tiempo, de la Oración de Jesús y
de la Filocalia. Esto es particularmente cierto para occidente, ya que
este librito tuvo la virtud de popularizar, -si es que cabe el término-
por lo menos en el círculo de aquellos que se interesan, ocupan o
preocupan por la vida mística y la oración, tanto los términos en sí,
como el camino espiritual que representan. En efecto, a partir de los
acontecimientos desencadenados en Rusia en el año 1917, infinidad
de emigrados llegaron a Europa occidental, y, con ellos, de una
manera no demasiado clara, llegó también el Peregrino, cuyas
narraciones comenzaron a ser traducidas. Así, en primer lugar,
apareció una edición en alemán titulada Ein russisches pilgerleben y
traducida por Reinhold von Walter (Berlín, 1926). A ésta le siguió la
traducción francesa -que no menciona al autor de la misma-
publicada en Irénikon - Collection, No 5- 7 (París, 1928). Un monje
benedictino de Prinknash, Dom Theodore Bailey, publicó en Londres,
en 1930, una versión inglesa (The story of a russian pilgrim),
basada sobre la traducción francesa del Irénikon. Al mismo tiempo,
también en Londres y en ese mismo año, el Rev. R.N. French editó
su traducción bajo el título de The way of a pilgrim. Hasta el momento
se ignora cuál de las dos traducciones tiene prioridad y ninguna de
ellas menciona a la otra; en cuanto a la de French, no proporciona
dato alguno acerca del texto ruso utilizado para su traducción al
inglés, como así tampoco noticias sobre posibles versiones anteriores
en este idioma. Como podemos ver, siempre parece haber algo
misterioso alrededor de este libro, tanto en lo que hace al manuscrito
original como en lo relacionado con algunas ediciones.
En relación a la segunda parte de los Relatos..., la primera edición
rusa fue publicada en 1911 como homenaje a San Sergio de Moscú.

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Más tarde, en 1933, y también en ruso, fue editada por el entonces
higúmeno (actualmente obispo) Serafín, de Ladimirova (Eslovaquia).
En cuanto a su publicación en inglés, estuvo a cargo del ya
mencionado Rev. R.M. French, bajo el título: The pilgrim continues
his way, Londres, 1943 y 1973. El mismo French publicó, además, un
volumen que reúne las dos partes bajo el mismo título que llevaba la
primera, o sea The way of the pilgrim, Londres, 1943. Con respecto
a la traducción francesa, ella fue preparada y editada por la Abadía
de Bellefontaine, en 1973, y lleva como título Le pelerin russe: Trois
récits inédits. Posteriormente, esta misma traducción fue publicada
en la colección "Point Sagesses" de Editions du Seuil.

T RES NUEVOS REL AT OS

QUINTO RELATO

Había transcurrido un año sin que el staretz viera al peregrino; por


fin, al cabo de este tiempo, un suave golpe en su puerta y una voz
suplicante, anunciaron la llegada de este hermano lleno de fervor.
"Entra, querido hermano, y juntos demos gracias a Dios por haber
bendecido el camino que te trajo nuevamente hasta aquí", dijo el
Anciano.
" ¡Gloria y gracias al Altísimo por su bondad infinita, de la cual El
dispone según su parecer, y siempre para bien de nosotros,
peregrinos y extranjeros en tierra extranjera, exclamaron ambos. A
continuación dijo el visitante: "Heme aquí, pecador: hace un año me
alejé de usted; y ahora, habiendo sentido la necesidad de ver y oír su
alegre acogida, por la gracia de Dios, estoy otra vez a su lado. Usted,
sin duda, espera de mí una descripción completa de la Santa Ciudad
de Dios, Jerusalem, por la cual languidecía mi alma y hacia la que
tenía la firme intención de dirigirme. Sin embargo, nuestros deseos no
siempre se concretan, que es lo que sucedió en mi caso. Por otra
parte, no es sorprendente que así haya sido: ¿cómo, siendo pecador,

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pude creerme digno de hollar ese suelo sagrado donde los pies
divinos de nuestro Señor Jesucristo dejaron su huella?
"Según recordará, Padre, cuando dejé este sitio lo hice en
compañía de un viejo sordo y llevando la carta que un comerciante de
lrkust me había entregado para su hijo que vivía en Odesa. En esa
carta le pedía que, me ayudara a llegar a Jerusalem. Pues bien,
llegamos a Odesa con rapidez y sin dificultades. Una vez allí, mi
compañero adquirió un pasaje en barco y partió inmediatamente
hacia Constantinopla. En cuanto a mí, me dediqué a buscar al hijo del
comerciante, cuya dirección figuraba en el sobre. Al poco tiempo
encontré su casa; pero allí me esperaban la sorpresa y el dolor: mi
benefactor había dejado este mundo hacía tres semanas, víctima de
una enfermedad que rápidamente le había llevado a la tumba. Me
sentí desalentado; no obstante, tuve confianza en el poder de Dios.
"En la casa se sentía la presencia del dolor. La viuda y sus tres
niños se hallaban presos del más profundo desasosiego; ella lloraba
continuamente y varias veces al día se desvanecía, quizás bajo el
peso de su tristeza. La inmensidad de su pena me llevó a pensar que
tampoco ella viviría mucho tiempo. A pesar de todo, cuando me
presenté, fui recibido amablemente. Aun cuando el estado de sus
cosas no le permitía enviarme a Jerusalem, me pidió que
permaneciera con ella durante aproximadamente quince días, tiempo
que, según su suegro, éste demoraría en venir a Odesa para ordenar
los asuntos de la desgraciada familia. Decidí aceptar la invitación.
"Así transcurrió una semana, luego un mes, después, otro. El
suegro, en lugar de venir, escribió una carta diciendo que sus propios
negocios no le permitían desplazarse; le aconsejaba despedir a sus
empleados y mudarse a su casa en lrkust. Comenzó, entonces, el
trajín de la mudanza. Como yo estaba de más, le agradecí su
hospitalidad y me despedí. Retornaba, una vez más, a mi marcha
errante a través de Rusia.
"Pensaba y repensaba ¿Adónde ir en adelante? Finalmente, opté
por dirigirme, en primer término a Kiev, lugar que no había visitado en
mucho tiempo. Así fue como me puse en camino. Al principio,
naturalmente, me sentí muy mal por no haber podido cumplir mi voto
de ir a Jerusalem; pero pensando que esto no había sucedido sin la
intervención providencial de Dios, me tranquilicé. Confiaba en que el

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Señor, dado su amor por los hombres, aceptaría mi intención, ya que
no el acto, y que no se interrumpiría mi viaje sin haberme enriquecido
espiritualmente. Así ocurrió, efectivamente, pues di con personas que
me enseñaron muchas cosas que yo ignoraba, y que, para mi
salvación, iluminaron mi alma oscura. Si la necesidad no me hubiera
impulsado a emprender este peregrinaje, no habría encontrado a
estos benefactores espirituales.
"Marchaba, durante el día, con la Oración de Jesús, y al atardecer
me detenía a fin de pasar la noche; entonces leía la Filocalia para
confortar y estimular a mi alma en su lucha contra los invisibles
enemigos de la salvación. De este modo me había alejado unas se-
tenta verstas (1) de Odesa, cuando me tocó ser testigo de un hecho
sorprendente: Frente a mí, por el camino, venía una larga caravana
de carretas -por lo menos eran treinta- cargadas de mercaderías. El
primer conductor, el jefe, caminaba al lado de su caballo; los demás
lo seguían, en grupo, a una cierta distancia. En ese lugar, la carretera
bordeaba un arroyo, cuya poderosa corriente arrastraba grandes
trozos de hielo, -primeros indicios de la primavera- que se
acumulaban y entrechocaban en la orilla produciendo un ruido
terrible. De pronto, el primer conductor -un hombre joven todavía-
detuvo su caballo. Toda la comitiva se detuvo al mismo tiempo. Los
otros conductores, entonces, corrieron en dirección al primero, y al
ver que comenzaba a quitarse la ropa, le preguntaron el por qué de
su actitud. El les respondió que sentía unos deseos irrefrenables de
bañarse en el arroyo. Algunos, sorprendidos, comenzaron a burlarse;
otros le reprendieron, tratándole de loco. Su propio hermano -mayor
que él- intentó sujetarlo para evitar que cumpliera su propósito; pero
el sujeto luchaba y se defendía sin prestar oídos a nadie. En ese
momento se aproximaron algunos jóvenes conductores, quienes,
después de haber recogido agua del arroyo en los baldes que
utilizaban para lavar a los caballos, la arrojaron, bromeando, sobre el
hombre, a tiempo que exclamaban: " ¡Toma' ¡Toma! ¡Somos nosotros
quienes te hemos de bañar!". Apenas el conductor sintió el agua
sobre su cuerpo, gritó: " ¡Que bueno!", y se sentó en el suelo mientras
los demás continuaban arrojándole baldazos. De pronto el hombre,
muy rápido, se estiró y quedó rígido, de espalda sobre la tierra.
Estaba muerto. Todos, terriblemente asustados, no podían explicarse
la causa que había desencadenado aquella tragedia.

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"Permanecí con ellos alrededor de una hora y después continué
mi camino. Aproximadamente cinco verstas más adelante, divisé una
aldea sobre la carretera principal. Cuando llegué allí, encontré en la
calle un viejo sacerdote hacia quien me dirigí pensando en contarle lo
que me había tocado presenciar, para después pedirle su opinión. El
sacerdote me condujo a su casa y, tal como había pensado hacerlo,
le conté la historia y le rogué que me explicara el hecho.
"No puedo decirte nada al respecto, querido hermano, dijo, salvo,
quizás, que en la naturaleza hay muchas cosas sorprendentes cuyas
causas no podemos comprender. Pienso que todo ha sido dispuesto
por Dios; que El produce, algunas veces, ciertos cambios anormales
y repentinos en las leyes de la naturaleza a fin de mostrar a los
hombres Su Poder a través de esa intervención providencial. Cierta
vez me tocó ser testigo de un caso similar: Cerca de nuestra aldea
existe un barranco profundo y abrupto, no muy ancho, pero de unos
setenta pies, o más, de profundidad. Produce miedo mirar hacia su
fondo oscuro. Se ha construido allí una especie de pasarela que lo
atraviesa. Un feligrés de mi parroquia, padre de familia muy
respetable, repentinamente, sin ninguna razón, se sintió poseído del
irresistible deseo de arrojarse desde lo alto de este pequeño puente
hacia las profundidades del barranco. Luchó contra esta idea y
resistió al impulso durante toda una semana. Finalmente no le fue
posible contenerse. Un día se levantó temprano, salió
precipitadamente y saltó al vacío. Enseguida se oyeron sus gritos de
dolor y, a duras penas, se lo pudo rescatar: tenía las piernas
quebradas. Cuando se le preguntó cómo se encontraba, y qué era lo
que había ocurrido, respondió que, a pesar del enorme sufrimiento
que padecía en ese momento, sentía su espíritu apaciguado por
haber cumplido un irresistible deseo que lo había obsesionado
durante una semana, llevándolo, finalmente a arriesgar su vida.
"Tardó un año entero en reponerse, y todo ese tiempo lo pasó en
el hospital. Cuando iba a visitarlo, a menudo encontraba a los
médicos a su alrededor. Yo quería conocer, igual que tú, la causa de
este hecho, pero, ante mi pregunta, ellos respondieron unánimemente
que se trataba del frenesí. Cuando les pedí una explicación científica
acerca de su significado y de cómo atacaba eso al hombre, lo único
que pude sacar en limpio fue que se trataba de uno de los tantos
secretos de la naturaleza que no son accesibles a la ciencia.

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"Por mi parte, yo pensaba que, en presencia de semejante
misterio de la naturaleza, si un hombre rogaba a Dios y pedía su
auxilio, este irresistible frenesí, como lo llamaban los médicos, en
definitiva no podría triunfar sobre él.
"Uno encuentra en la vida muchas cosas que, en verdad, no le
será posible comprender con claridad.
"Mientras conversábamos fuimos sorprendidos por la oscuridad,
de modo que pasé la noche allí, en casa del sacerdote. Al día
siguiente, por la mañana, el alcalde envió al secretario para pedir a mi
huésped que hiciera sepultar al conductor -cuyo cadáver, en el in-
terín, había sido llevado a la aldea- en el cementerio local. Le
informaban, además, que los médicos, después de efectuada la
autopsia, manifestaron que la muerte había tenido por causa un
ataque repentino y que no habían encontrado signo alguno de locura.
"Ya lo ves, dijo el anciano, la ciencia médica no pudo precisar razón
alguna para ese incontrolable deseo de arrojarse al agua".
"Después de esto, me despedí del sacerdote y proseguí mi
camino. Al cabo de varios días de viaje -me sentía muy cansado-
llegué a una ciudad comercial, bastante importante, llamada Bielai-
Zorkov. Como estaba cayendo la tarde, traté de hallar un sitio donde
pasar la noche. Mis pasos me llevaron al mercado, donde pude
observar a un hombre, aparentemente un viajero, que buscaba, de
tienda en tienda, la dirección de una persona que vivía en esa ciudad.
Al verme, se acercó, saludó y me dijo: "También usted parece ser un
peregrino; procuremos, pues, encontrar juntos a un buen cristiano
llamado Evreinov. Tiene un espléndido albergue y es muy hospitalario
con los peregrinos".
"Yo acepté con alegría y, al poco tiempo de proseguida la
búsqueda, dimos con el albergue. El dueño no estaba, pero su
esposa, una buena anciana, nos recibió muy amablemente y ofreció
alojarnos en el diván -una pequeña buhardilla- para que pudiéramos
descansar.
"Mi compañero, una vez acomodados, me confió que regresaba
de cumplir un noviciado de dos años en uno de los monasterios de
Besarabia. Anteriormente había sido comerciante en Mohilev y,
durante el tiempo de su noviciado, su ausencia fue autorizada

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provisoriamente. Ahora volvía a su ciudad a fin de solicitar de la
corporación a la cual pertenecía por su profesión, el consentimiento
necesario para ingresar definitivamente en la vida monástico. "Me
agrada la constitución de aquellos monasterios -dijo-, su constitución,
su orden y la vida estricta de los numerosos y piadosos startsi (2) que
allí moran". Me aseguró que los cenobios de Besarabia, al lado de los
de Rusia, eran como el paraíso comparado con la tierra; y me incitó a
seguirlo.
"Mientras hablábamos de todas estas cosas, un tercer huésped
llegó para compartir nuestra habitación. Se trataba de un suboficial
que volvía a su casa en uso de licencia. Después de observar lo
agotado que estaba a causa del viaje, dijimos juntos nuestras ora-
ciones y nos fuimos a dormir.
"Al día siguiente despertamos muy temprano. Queríamos aprontar
nuestras cosas para marcharnos. Cuando terminamos de hacerlo,
fuimos a ver a nuestros huéspedes con el objeto de agradecer sus
atenciones y despedirnos de ellos. En ese momento oímos sonar las
campanas anunciando maitines. El comerciante y yo nos miramos.
¿Qué hacer? Después de haber escuchado el llamado ¿cómo
podíamos alejarnos sin haber concurrido antes a la iglesia? Era
preferible acudir, quedamos para los maitines, pronunciar nuestras
oraciones y luego partir alegremente.
"Una vez tomada esta decisión, invitamos al suboficial a venir con
nosotros; pero él nos dijo: "Qué trascendencia tiene el Ir a la iglesia
cuando uno viaja. ¿Qué pueden importarle a Dios nuestras
oraciones? Partamos, luego diremos nuestras oraciones. En todo
caso, vayan ustedes, si así lo quieren. Yo no lo haré. El tiempo que
emplearán en los maitines yo los utilizaré en acercarme cinco verstas
a mi casa, pues quiero estar allí cuanto antes”. “A sus palabras el
comerciante respondió: ¡No se apresure tanto, hermano, puesto que
ignora los designios de Dios!". "Sin embargo, a pesar de lo dicho por
mi amigo, el suboficial emprendió la marcha. Nosotros nos
encaminamos hacia la iglesia, nos quedamos para los maitines y la
Liturgia (3), y luego regresamos a la buhardilla en busca de nuestros
talegos. Al llegar a la casa vimos que se acercaba nuestra huésped,
quién nos dijo: "¿No estarán pensando en marcharse con hambre,
verdad?". Y señalando el samovar agregó: "Tomarán una taza de té

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mientras preparo el almuerzo. Después de comer podrán irse". Así,
pues, nos quedamos.
“Había transcurrido apenas media hora, cuando pudimos ver a
nuestro suboficial que se aproximaba presuroso. Llegó a nuestro lado
y, sofocado, nos dijo: 'Vengo, apenado y gozoso a la vez".
"¿Qué ha pasado?, le preguntamos. Y he aquí lo que contó:
-Cuando me separé de ustedes, y antes de partir, se me ocurrió
pasar por un comercio a fin de obtener cambio y adquirir algo para
comer durante el camino. Así lo hice: conseguí el cambio, compré
alimentos y salí volando. Me había alejado unas tres verstas de la
aldea, cuando, de pronto, me asaltó la idea de contar el dinero
cambiado; a tal fin, me senté al costado de la carretera, extraje mi
monedero y revisé su contenido; solamente tenía algunos papeles y
el dinero. Faltaba mi pasaporte. Quedé paralizado. Me sentía corno
alguien que ha perdido la cabeza. De pronto, con la velocidad de un
relámpago, una visión se presentó en mi mente: al pagar mi cuenta
en el comercio de la aldea, mi documento había caído al piso. Era
necesario, pensé, regresar rápidamente. Corrí y corrí. Pero, en medio
de mi carrera, otra idea espantosa me tomó por asalto: "¿Y si no
estaba allí? Será para mí un verdadero problema".
"Al llegar al negocio me precipité hacia el mostrador y le pregunté
al hombre que lo atendía acerca de mi documento: "Yo no lo he
visto", me respondió. Entonces, casi derrotado, decidí buscar y
rebuscar en todos aquellos sitios del camino en que, por cualquier
causa, me hubiera detenido. Y, ¿podrán creerme?' Después de una
breve búsqueda lo encontré. Allí estaba, en el suelo, en medio de la
paja y el polvo, pisoteado y lleno de suciedad. ¡Gracias a Dios! ¡Qué
feliz me hallaba! Me sentía como si de pronto hubieran retirado de
mis espaldas un enorme peso. El pasaporte, naturalmente, tenía un
aspecto deplorable; con seguridad me causaría un gran dolor de
cabeza. Pero ante el hecho de que ahora puedo regresar a mi casa
con tranquilidad, eso carece de importancia. En fin, he venido porque
no quise marcharme sin antes contarles lo ocurrido. Además, a fuerza
de correr, tengo los pies en carne viva, por lo cual debo pedirles algún
ungüento para aliviar mi dolor".

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"Todo eso sucedió, hermano, -dijo el comerciante- porque usted,
sin escucharnos, se negó a venir con nosotros a la iglesia. Su
intención era ganar tiempo; y ya lo ve, ahora está donde antes
estaba, y para colmo, estropeado. Yo le recomendé que no fuera tan
apresurado pues ignoraba los designios del Señor y ¿adónde ha
llegado con su apuro? Quizás, tal como dijo, no es importante ir a la
iglesia; pero usted agregó: "¿Qué Pueden importarle a Dios nuestras
oraciones?", y eso es muy grave. En verdad, el Señor no necesita de
nuestras oraciones; sin embargo, en su amor por nosotros, quiere
que oremos. Y no es solamente la pura oración que el mismo Espíritu
Santo exalta en nosotros la que lo complace, sino cada impulso, cada
pequeño pensamiento ofrendado a su gloria. A cambio de ello su
misericordia infinita nos entrega recompensas fabulosas. El amor de
Dios prodiga mil veces más gracias de lo que las acciones humanas
lo merecen. Lo poco que uno da El lo devuelve en oro. Apenas uno
se propone acercarse al Padre y El ya viene a su encuentro. Diga
usted, aun sin convicción, estas simples palabras: “iRecíbeme, ten
piedad de mí!" y El se precipitará y lo estrechará en sus brazos. Así
es como el Padre Celestial nos ama, a pesar de nuestra indignidad. Y
es por ese amor que nos tiene, que se alegra tanto con cada paso -
por pequeño que sea- que damos en el camino de la salvación. En
cambio, usted piensa: "¿Qué gloria representa esto para Dios? y,
¿cuál es la ventaja que obtenemos de una breve oración, si a
continuación comenzamos nuevamente con nuestras divagaciones
habituales? ¿Cuál es el bien que puede reportarnos una plegaria
acompañada de cinco o seis prosternaciones; suspirar invocando
sinceramente el nombre de Jesús o tener un buen pensamiento;
enfrascarnos en una lectura espiritual o abstenernos de comer, o
soportar una afrenta en silencio? Todo esto le parece a usted
insuficiente para su salvación; todo le parece una práctica inútil. Sin
embargo, no es así. ¡No¡ Ninguno de estos pequeños actos será
cumplido en vano. Dios, que todo lo ve, los tendrá en cuenta y habrá
de recompensarlos en esta vida. Afirmó San Juan Crisóstomo:
"Ninguna buena acción, de cualquier clase y por insignificante que
parezca, será despreciada por el Juez equitativo. Cada palabra, cada
deseo, cada pensamiento, serán examinados minuciosamente y
habremos de responder por cada pecado que en ellos fuera hallado;
pero, del mismo modo, contarán y serán considerados por nuestro

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Juez lleno de amor, todos los actos buenos, por insignificantes que
pudieran parecer".
"Relacionado con lo que dije antes, le contaré un hecho ocurrido el
año anterior en el monasterio de Besarabia donde cumplía yo mi
noviciado: Había allí un monje de vida santa, el cual fue asaltado, un
día, por la tentación. En este caso la tentación tomó la forma de un
irresistible deseo de comer pescado. Como era imposible hallarlo en
el monasterio, dada la época del año, proyectó nuestro monje
adquirirlo en el mercado. Luchó y luchó con esa idea: Se dijo que
debía estar contento con lo que de ordinario preparaban los
hermanos; y que de ningún modo debía satisfacer sus pasiones; que
recorrer el mercado en medio de una muchedumbre sería
inconveniente para un monje y, además, fuente de las más terribles
tentaciones. Finalmente, a pesar de todas estas objeciones, las
mentiras del Enemigo pudieron con él. Cedió ante su deseo y partió
en busca del pescado.
"Se había alejado bastante del monasterio cuando sintió sus
manos vacías. En su confusión se había olvidado el rosario. Pensó
entonces: No iré así, cual soldado sin su espada". Quiso volver sobre
sus pasos; pero, antes, con rápidos movimientos, palpó sus ropas. Y
allí, en uno de sus bolsillos, estaba el preciado objeto. Lo sacó e hizo
la señal de la cruz. Con el rosario ahora entre sus manos, continuó la
marcha.
"Estaba muy cerca del mercado, cuando se detuvo por un instante
a contemplar una gran carreta -cargada con enormes barriles- que
con su caballo se encontraba estacionada al lado de una tienda. De
pronto, no se sabe por qué razón, el animal se asustó y, encabritado,
se abalanzó sobre el monje rozándole el hombro. El monje cayó al
piso: desde allí alcanzó a ver cómo al mismo tiempo que volcaba la
carreta se desprendían los enormes barriles que, con gran estrépito,
se destrozaron contra el suelo.
"El monje se puso de pie, sin mayores daños, y maravillado al
comprender que Dios había salvado su vida: si la carga hubiera caído
medio segundo antes, él yacería destrozado junto a los barriles. No
se detuvo más tiempo allí; compró el pescado y regresó al mo-
nasterio; lo comió, dijo sus oraciones y se acostó a dormir.

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"Su sueño fue liviano; en él se le apareció un staretz de aspecto
indulgente, que le dijo:
-Soy el protector de esta morada y he venido para instruirte.
Deseo que comprendas y recuerdes la lección que has recibido.
Escucha pues: tu falta de voluntad para enfrentarte a la idea del
placer y tu desidia en cuanto a discernirla y dominarla, le han dado al
Enemigo la oportunidad de atacarte. El fue quien preparó este
accidente para ti, pero tu ángel guardián lo presintió; por eso te
recordó tu rosario y te sugirió esa breve oración. Como tú lo
escuchaste y pusiste en práctica su sugerencia, te salvaste de la
muerte. ¿Comprendes ahora cuán grande es el amor de Dios por los
hombres, y cuán generosa la recompensa que otorga, por el solo
hecho de haber alzado hacia El la mirada.
"Una vez pronunciadas estas palabras, la imagen del staretz se
desvaneció rápidamente. El monje despertó, y al hacerlo, se encontró
con que no estaba en su cama sino de rodillas, prosternado en el
umbral de su celda. Muchas veces hubo de contar la historia para
beneficio espiritual de quienes acudían a escucharlo, entre los cuales
me cuento.
"En verdad, el amor de Dios para con nosotros, pecadores, no
tiene límites. ¿No es acaso maravilloso que un pequeñísimo acto, -
como el hecho de sacar el rosario de su bolsillo, llevarlo en la mano e
invocar una vez el nombre de Nuestro Señor- pueda devolver la vida
a un hombre? ¿y que en la balanza del Juicio una sola invocación a
Jesús pueda compensar muchas horas de desidia? Esto es,
realmente, dar oro a cambio de un denario.
"Ahora verá usted, hermano, el inmenso poder que poseen, tanto
la oración como la invocación del Nombre de Nuestro Señor. Juan de
Cárpatos, en la Filocalia, dice que, cuando en la Oración de Jesús
invocamos su nombre y pedimos: "Ten piedad de mí, pecador", a
cada invocación, la voz de Dios responde en secreto: "Hijo, tus
pecados te son perdonados", y agrega que en el momento de decir la
oración, nada nos diferencia de los santos, de los confesores y de los
mártires. San Juan Crisóstomo dice: "...por más que nos encontremos
cargados de pecados, cuando pronunciamos la oración, ella
inmediatamente nos purifica, pues grande es la misericordia de Dios.
Nosotros, pecadores, vivimos despreocupados y somos incapaces de

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dedicarle, en agradecimiento, una sola hora; dejamos de lado la
oración, que es lo más importante; y llevados por el ajetreo diario y
las preocupaciones mundanas, olvidamos a Dios y a nuestros
deberes. Es por todo esto que, a menudo, nos vemos enfrentados a
desgracias y calamidades, las cuales, sin embargo, el Amor Infinito
de la Divina Providencia, utiliza para nuestra edificación y para elevar
nuestros corazones hacia Dios".
"Una vez que el comerciante hubo terminado de hablar con el
suboficial, yo le dije: " ¡Qué alivio tan grande traen, también a mi alma
pecadora, sus palabras virtuosas! ¡Con gusto me prosternaré a sus
pies!" Al escuchar lo que yo había dicho, se dirigió a mí de esta
manera:
-Usted parece ser un gran aficionado a las anécdotas religiosas,
por lo tanto he de leer una historia similar a la que acabo de contar.
Tengo aquí, conmigo, un libro que me acompaña a todas partes. Se
trata de Agapia, o La Salvación de los Pecadores y en él se puede
encontrar una cantidad de hechos fabulosos.
"Sacó el volumen de su bolsillo y leyó una magnífica historia
acerca de Agathón, a quien, siendo niño, sus piadosos padres le
habían enseñado a pronunciar, cada día, ante la imagen de la Madre
de Dios, la oración que comienza por: Alégrate, Virgen que das a luz
a Dios... lo cual Agathón transformó en hábito. Más tarde, ya mayor y
absorbido por las preocupaciones y agitación de la vida, no repetía la
oración sino en contadas ocasiones. Finalmente, la abandonó por
completo.
"Un día llegó a su casa un peregrino -que resultó ser un ermitaño
de la Tebaida-, el cual le dijo que había venido hasta allí obedeciendo
cierta orden recibida en una visión. En efecto, en esa visión se le
indicó que debía ir a la casa de un tal Agathóp-, a fin de reprenderlo
por haber abandonado la oración de la Madre de Dios. Agathón se
excusó, diciendo que si bien había repetido durante muchos años la
oración, no había obtenido por ello, ningún beneficio. El ermitaño le
dijo entonces:
-Piensa, hombre ciego y desagradecido ¿cuántas veces recibiste
ayuda de esta oración? ¿Cuántas veces fuiste salvado de la
catástrofe? ¿Recuerdas cómo,' en tu juventud, te libraste

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milagrosamente de morir ahogado? ¿Recuerdas aquella epidemia
que se llevó a tantos amigos tuyos mientras tú conservabas la salud?
¿Recuerdas aquel carricoche en que viajabas con un amigo? Ambos
cayeron cuando volcó: tú saliste ileso, pero él murió. ¿Ignoras acaso
que un compañero tuyo, mientras tu gozas de buena salud, está
postrado, débil y enfermo?
"El ermitaño, del mismo modo, le recordó muchas otras cosas
similares; y, para terminar, le dijo-
-Debes saber, pues, que si la muy Santa Madre de Dios te ha
protegido, evitándote todos esos males, ha sido como consecuencia
de esta corta oración, por la cual diariamente, unías tu corazón a
Dios. Ten cuidado ahora, retómala, y no dices de alabar a la Reina de
los Cielos por temor a que ella te abandone.
"Coincidiendo con el fin de la historia, fuimos llamados para el
almuerzo. Comimos todos juntos, y después, renovadas nuestras
fuerzas, agradecimos a nuestro huésped y dejamos la casa. Como
los respectivos destinos eran diferentes, nos separamos. Cada cual
siguió su propia ruta.
Caminé durante unos cinco días reconfortado por el recuerdo de
las historias escuchadas de boca del comerciante de Biela¡-Zerkov.
Así llegué hasta las cercanías de Kiev. Fue entonces cuando, sin
razón alguna, comencé a sentirme triste y apesadumbrado; me
invadió el desaliento y lo vi todo negro. Apenas podía orar: una
especie de indolencia se había apoderado de mí. Buscando un lugar
para descansar, distinguí, al costado del camino, un espeso
bosquecillo hacia el cual me dirigí. Una vez allí, procuré un sitio
apropiado para leer la Filocalia, y de ese modo elevar mi espíritu. Me
acomodé y comencé a leer los escritos de Juan Casiano sobre los
Ocho Pensamientos Malvados. Permanecí leyendo y disfrutando
durante media hora. De pronto, en forma inesperada, vislumbré, a
unos cien metros bosque adentro, la silueta de un hombre. Estaba
arrodillado y completamente inmóvil, Me sentí feliz al verlo, pues, a
juzgar por su actitud, deduje que oraba. Continué leyendo durante
aproximadamente una hora y, nuevamente, eché un vistazo: el
hombre continuaba allí, arrodillado y sin hacer el menor movimiento.
Me sentí muy emocionado: "¡Cuántos fieles servidores de Dios se
encuentran por todas partes!", pensé.

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"En ese preciso momento, el hombre que me había sugerido ese
pensamiento, se dejó caer y permaneció tendido en el suelo. En un
principio, su acción me sorprendió; luego sentí curiosidad por ver su
rostro -el cual habla permanecido oculto por haber estado todo el
tiempo de espaldas a mí-, y me acerqué a él. Se trataba de un
muchacho campesino, un joven de alrededor de veinticinco años, de
buen semblante aunque un poco pálido. Vestía un caftan, y a modo
de cinturón, una cuerda hecha con fibra de tilo; nada más tenía de
particular, no llevaba alforja ni cayado. El ruido que hice al
aproximarme lo sobresaltó -seguramente la tranquilidad del bosque lo
había adormecido-, después, sonriéndome, se puso de pie. Le
pregunté, entonces, quién era y de dónde venía; él respondió que era
un campesino de Smolensk y que venía de Kiev.
-Y ahora, ¿hacia dónde se dirige?, le pregunté.
-Ni yo mismo lo sé; adonde Dios me conduzca, respondió.
-¿Hace mucho que salió de su casa? -Sí, más de cuatro años.
-Entonces, ¿qué ha hecho durante todo ese tiempo? ¿Dónde ha
vivido?
-He ido de santuario en santuario, recorriendo iglesias y
monasterios. Como no tenía sentido permanecer en mi casa, voy
errante por el mundo. Además, tengo un pie deforme.
-Sin embargo, alguien temeroso de Dios le ha enseñado a no errar
por cualquier parte, sino a visitar lugares santos, -dije.
-Vea usted, respondió, como yo carecía de padre y madre, de niño
iba con los guardianes de los rebaños y así, fui bastante feliz hasta
los diez años. Un día conduje un rebaño a su granja, sin darme
cuenta de que faltaba el mejor de los corderos del alcalde, que era un
campesino duro e inhumano. Esa noche, cuando pudo comprobar
que le faltaba el animal, se arrojó sobre mí enfurecido y profiriendo
injurias y amenazas. Dijo que si no se lo regresaba, me azotaría
hasta matarme, y agregó: "te romperé brazos y piernas". Como sabía
de su crueldad, partí inmediatamente en busca del cordero; así,
busqué y rebusqué en todos los sitios en que había pastado durante
el día, pero no hallé el menor rastro de su presencia. Cuando penetré
en lo profundo del bosque -en nuestra comarca los bosques son

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inmensos-- se desató la tempestad. Los árboles parecían a punto de
ser arrancados; a lo lejos comenzaron a aullar los lobos, me sentí
aterrorizado y se me erizaron los cabellos. Todo se volvía más y más
horroroso; creí que me desmayaría de espanta. Entonces, caí de
rodillas, me persigné, y dije con toda mi alma: "¡Señor Jesucristo, ten
piedad de mí!
"Ni bien pronuncié estas palabras me sentí completamente en paz,
como si jamás hubiera experimentado la menor angustia; desapareció
todo mi espanto y mi corazón latió feliz. Había una gran alegría en mí;
y, fíjese usted, no dejé de orar un solo instante. Aun hoy, ignoro si la
tormenta duró mucho tiempo y como pasé la noche, pues al llegar el
amanecer, me encontré allí, arrodillado en el mismo lugar. Me
levanté; comprendí que ya no hallaría el cordero, y regresé. En mi
interior todo estaba en orden; yo oraba con el corazón satisfecho.
"Cuando llegué a la aldea, el alcalde, al ver que no traía el
cordero, me apaleó hasta dejarme medio muerto. Llevo conmigo,
como recuerdo de aquella paliza, este pie torcido, que usted puede
ver. Después de esto, quedé postrado, sin poder moverme durante
seis semanas; lo cierto es que, durante todo ese tiempo, solamente
pude recitar la oración y que ella me reconfortaba.
"Cuando mejoré, salí nuevamente al mundo y, como no tenía
interés en codearme con la muchedumbre -pues podía incitarme al
pecado-, tomé la decisión de peregrinar, de un lugar santo a otro, y a
través de los bosques. Así pasaron, rápidamente, cinco años".
"Después de haber escuchado este relato, -sentía mi corazón
rebosante de alegría por el hecho de que Dios me hubiera juzgado
digno de encontrar un hombre tan bueno-, le pregunté: -
-Y ahora, emplea usted a menudo la oración?
-No podría existir sin ella, respondió. Cada vez que recuerdo la
forma en que aquella vez caí de rodillas en el bosque, tengo la
sensación de que alguien me empuja: inmediatamente caigo de
rodillas, y de nuevo, allí mismo, me pongo a orar. Yo no sé, en ver-
dad, si mi pobre plegaria le place a Dios o no; pues, orando, algunas
veces siento una gran felicidad, una especie de plenitud alegre, pero,
en otros momentos, siento una pesadez triste y algo así como un

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debilitamiento espiritual. Claro que, de todos modos, deseo continuar
orando hasta la muerte.
-No se aflija, querido hermano, todo place a Dios y sirve para
nuestra salvación, todo cuanto ocurre, sin excepción, durante la
oración. Es lo que dicen los Santos Padres. Se trate de la ligereza d,-
1 alma o de la pesadez, todo está bien. Ninguna oración, buena o
mala es suficiente a los ojos de Dios. Ligereza, calor y alegría
muestran que Dios nos consuela y recompensa nuestros esfuerzos.
Pesadez, oscuridad y aridez, significan que Dios purifica y fortifica el
alma; por esta prueba saludable El la salva, preparándola, en la hu-
mildad, para futuras alegrías. Como testimonio de esto, he de leer
algo que escribió San Juan Climaco.
"Encontré el pasaje (en la Filocalia) y lo leí. El escuchó con
atención mis palabras, se alegró con ellas y me las agradeció mucho.
Después de esto nos separamos: él se internó en el bosque y yo
regresé a la carretera. Continué luego mi camino no sin antes
agradecer al Señor por haberme considerado, a mí, pecador, digno
de recibir tal enseñanza.
"Al día siguiente, con la ayuda de Dios, llegué a Kiev. Entre las
cosas que deseaba hacer, la primera, y la principal, era ayunar un
poco, confesarme y comulgar en esta ciudad santa.
"Me alojé cerca de los Santos (4), porque me resultaba más
cómodo para acudir a la iglesia. Un buen anciano cosaco me llevó en
esa oportunidad con él, y como vivía solo en una cabaña, allí
encontré la tranquilidad que necesitaba.
"Después de una semana, que pasé preparándome para la
confesión, se me ocurrió hacerla tan detallada como fuera posible. Me
dediqué a rememorar y examinar, con precisión, todos los pecados
cometidos desde mi juventud; y, para no omitir nada, escribí todo lo
que pude recordar hasta en sus menores detalles. Con esto llené una
gran hoja de papel.
"Me había informado que en Kitaevaya Poustina,
aproximadamente a 7 verstas de Kiev, moraba un sacerdote de vida
ascética y de gran discernimiento. Todo aquél que iba a confesarse
con él era recibido en una atmósfera de tierna compasión y, al
marcharse, llevaba consigo una enseñanza para la salvación y la paz

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de su alma. Me sentí muy feliz al saber esto; me dirigí a su encuentro
y le pedí su asistencia; hablamos un momento y le entregué mi
confesión. El la leyó por completo y me dijo:
-Querido amigo, una gran parte de lo que has escrito es
completamente fútil. Escucha. En primer lugar, no debes confesar
pecados de los que ya te has arrepentido y que te han sido
perdonados. No vuelvas sobre ese asunto, pues sería poner en duda
el poder del sacramento de penitencia. En segundo término, no debes
recordar a las personas que estuvieron asociadas a tus pecados ni
juzgar a nadie más que a ti mismo. En tercer lugar, los santos Padres
nos prohiben relatar las circunstancias y detalles de los pecados;
ellos ordenan confesarlos en términos generales para alejar así la
tentación, tanto de nosotros como del sacerdote. En cuarto lugar, tú
has venido para arrepentirte y no te arrepientes de no saber arrepen-
tirte; o sea que tu penitencia es tibia y negligente. En quinto lugar, te
has extendido sobre todos estos aspectos, pero lo más importante no
lo has recordado: no has expuesto los pecados más graves; no has
confesado y registrado que no amas a Dios, que odias a tu prójimo,
que no crees en el Verbo de Dios y que sólo eres orgullo y ambición.
El mal está arraigado en estos cuatro pecados; en ellos radica toda
nuestra depravación espiritual; ellos son las raíces madres de donde
brotan los retoños de todos aquellos pecados que nos hacen
sucumbir.
"Yo quedé muy sorprendido al oír esto y dije:
-Perdóneme, Padre, pero, ¿cómo sería posible no amar a Dios,
nuestro Creador y Salvador? ¿En qué otra cosa podría creer si no en
el Verbo de Dios, en quien se encuentran depositadas toda verdad y
toda santidad? Yo deseo el bien a todos mis semejantes; entonces,
¿cómo podría odiarlos? No poseo absolutamente nada de que
enorgullecerme; por otra parte, colmado como me encuentro de
innumerables pecados, nada tengo, digno de ser alabado; entonces
¿qué podría yo ambicionar en mi pobreza y debilidad? Naturalmente,
si yo fuera un hombre rico e instruido, sin duda se me podría culpar
de las cosas de que usted habla.
-Es una lástima, querido amigo, que no hayas casi comprendido
mis palabras. ¡Veamos! Aprenderás más rápido si te doy estos
apuntes. Son los mismos que yo utilizo siempre para mi propia

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confesión. Léelos y podrás encontrar un ejemplo exacto de lo que
acabo de decirte.
"Me dio los apuntes y comencé a leerlos. Aquí están:
UNA CONFESION QUE CONDUCE AL HOMBRE INTERIOR A LA
HUMILDAD
"He vuelto la mirada atentamente sobre mí mismo y examinado
las predisposiciones de mi conciencia. Así he podido comprobar
por experiencia, que no amo a Dios, que no amo a mis
semejantes, que no tengo fe y que estoy lleno de orgullo y de
codicia. Todo esto lo he podido descubrir en mí mismo después de
un examen detallado de mis sentimientos y de mi conciencia,
según enumero a continuación:
1. "No amo a Dios, pues si lo amara pensaría continuamente en
El con una alegría profunda. Cada pensamiento acerca de Dios me
proporcionaría placer y deleite. Al contrario, muy a menudo, y aún
más ardientemente, yo pienso en las cosas mundanas, pues, pensar
en Dios es para mí trabajoso y árido. Hablar con El en la oración
debería constituir, para mí, alimento y alegría, y me prepararía para
una comunión ininterrumpida con el Señor. Pero, al contrario, no sólo
no encuentro ningún deleite en la oración sino ella me exige un gran
esfuerzo. Lucho con la aversión, me siento debilitado a causa de la
pereza, y en la primera ocasión estoy dispuesto a gastar mi tiempo en
cualquier nimiedad con tal de abreviar la oración y desviarme de ella.
Las horas se me pasan volando en ocupaciones fútiles; pero cuando
estoy entregado a Dios, cuando estoy frente a El, cada hora me
parece un año. El que ama piensa todo el día en el amado; su imagen
se presenta continuamente ante sus ojos; se preocupa por él
permanentemente, y en ningún momento el ser amado abandona sus
pensamientos. En cuanto a mí, de todas las horas del día, apenas si
reservo una para sumergirme en la memoria de Dios e inflamar con
ella mi corazón. Mientras tanto, afanosamente, desperdicio veintitrés
en fervientes ofrendas a los ídolos de mis pasiones.
"No deseo hablar más que de temas frívolos y de cosas que
degradan al alma; esto me produce placer' Pero si se trata de meditar
sobre Dios, me invaden la aridez, el tedio y la pereza mental. Si
ocurre que, contra mi voluntad me llevan a hablar de algo espiritual,

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me esfuerzo rápidamente por cambiar de tema, para que la
conversación convenga a mis deseos. Tengo una curiosidad
insaciable por las novedades y sucesos políticos; busco
ardientemente satisfacer mi amor por los conocimientos científicos y
artísticos. Pero el estudio de la Ley de Dios, el conocimiento de Dios
y de la fe, tienen poco atractivo para mí y no responden a una
necesidad de mi alma. No solamente los considero como una
ocupación no esencial para un cristiano, sino también, llegado el
caso, como algo superfluo y de lo cual podría ocuparme, tal vez, en
las horas de ocio, en los momentos perdidos. En definitiva, si uno
reconoce el amor de Dios en la obediencia práctica de sus mandatos
(Si me amáis, cumplid mis mandamientos, dice Nuestro Señor
Jesucristo), yo, no sólo no los cumplo, sino, en verdad, ni siquiera me
esfuerzo por hacerlo. De ello debo deducir, por lo tanto, que no amo a
Dios. Es lo que dice Basilio el Grande. "La prueba de que un hombre
no ama a Dios y a Cristo, reside en el hecho de que no observa sus
mandamientos".
2. "Tampoco amo a mi prójimo: No solamente soy incapaz de
sacrificar mi vida por El (como lo pide el Evangelio), sino que,
además, tampoco renuncio a mi felicidad, a mi bienestar y a mi paz
por el bien de mi prójimo. Si lo amara como a mí mismo, como lo or-
dena el Evangelio, sus desdichas me afligirían y su felicidad me
alegraría. Pero no es así. Cuando escucho acerca de mi prójimo
historias curiosas y desgraciadas, no siento ninguna aflicción; lo cual
tampoco me inquieta. 0, lo que es peor, me proporciona cierto placer.
La mala conducta de mi hermano, en lugar de ocultarla con amor, la
proclamo censurándola. Su bienestar y sus alegrías no me regocijan
ni me producen ningún placer, es como si me fueran completamente
extrañas; y, lo que es más grave, de manera insidiosa suscitan en mí
la envidia o el desdén.
3. "No tengo ninguna fe en mi religión; no creo en la
inmortalidad ni en el Evangelio. Si estuviera firmemente persuadido,
si no tuviera duda alguna de que más allá de la muerte se encuentran
la vida eterna, la recompensa por los actos de aquí abajo, pensaría
continuamente en ella. La idea misma de inmortalidad me llenaría de
temor, y viviría esta vida como un extranjero que se prepara para
retornar a su país natal. En verdad, ni siquiera pienso en la eternidad,
v considero el fin de esta vida sobre la tierra como el límite de mi

22
existencia. Me pregunto secretamente.- "¿Quién puede saber qué
ocurre en el momento de la muerte?". Si digo que creo en la
inmortalidad, se trata de una simple afirmación verbal, pues mi
corazón está muy lejos de tener una firme convicción. Mi conducta y
mi preocupación constante par satisfacer mis sentidos, testimonian
esto con toda evidencia.
"Si mi corazón tuviera fe en el santo Evangelio como Palabra de
Dios, me ocuparía continuamente de él, lo estudiaría -para mí sería
un deleite- y en él fijaría mi atención con un profundo fervor. La
sabiduría, la gracia, el amor, están allí ocultos. Día y noche, el estudio
de la Ley de Dios sería mi alegría. En él encontraría mi alimento y mi
pan cotidiano. Mi corazón observaría espontáneamente sus leyes y
nada sobre la tierra tendría fuerza suficiente para apartarme de su
cumplimiento. Pero no es así, ya que si alguna vez leo u Oigo la
Palabra de Dios, es por necesidad o por el simple deseo de saber.
Por otra parte, no me puedo concentrar en su lectura pues me resulta
oscura y no me atrae;- generalmente llego al final sin sacar ningún
provecho, y estoy siempre dispuesto a dejarla por una lectura
mundana con la que me siento más a gusto y en la que encuentro
temas nuevos e interesantes.
4. "Soy totalmente orgulloso y egoísta. Todas mis acciones lo
confirman. Si veo algo bueno en mí, deseo hacerlo evidente y lo
ostento delante de los demás Y de mí mismo para vanagloriarme. Si
bien a veces doy muestras de humildad, la atribuyo, sin embargo,
enteramente a mi propio mérito considerándome superior a los demás
o al menos, no inferior a ellos. Cuando descubro en mí alguna falta,
trato de disculparla, de ocultarla, diciendo: "Estoy hecho así" o "No
tengo nada que reprocharme".
"Con rapidez monto en cólera contra aquellos que no me tratan
con respeto y los juzgo incapaces de apreciar el valor de la gente. Me
jacto de mis cualidades y considero el fracaso de mis empresas como
un insulto personal. Me complazco con la desgracia de mis enemigos,
y si me esfuerzo en realizar alguna obra de bien, lo hago con la sola
finalidad de obtener gloria, satisfacción espiritual o consuelo terrenal.
En, una palabra, continuamente hago un ídolo de mí mismo y lo sirvo
sin cesar, buscando en todo un alimento para mis pasiones y para
mis apetitos.

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“Al analizar todo esto, observo que soy orgulloso, corrupto,
descreído, que no tengo amor a Dios y que odio a mi prójimo. ¿Es
que podría acaso ser más culpable? La condición de los espíritus de
las tinieblas es mejor que la mía. Ellos, si bien no aman a Dios, el
orgullo, odian a los hombres y se alimentan con el orgullo, al menos
creen y tiemblan. Pero, en cuanto a mí, ¿puede haber un destino más
terrible?, la vida despreocupada y disipada que yo reconozco en mí
mismo ¿no merece acaso la sentencia más severa"
"Mientras leía desde el principio al fin este modelo de confesión
que el sacerdote me había dado, me sentía horrorizado y pensaba:
"Santo cielo' ¡Cuán espantosos pecados se esconden en mí, que
hasta ahora no había notado! El deseo de purificarme me llevó a
pedirle a este verdadero Padre espiritual que me enseñara las causas
de todos estos males y, por consiguiente, sus remedios. Entonces, él
comenzó a instruirme:
-Mira, querido hermano, no amar a Dios proviene de la
insuficiencia de la fe, y la causa de esta insuficiencia reside en el
rechazo a estudiar la ciencia verdadera y sagrada, en la indiferencia a
la sabiduría del alma. En una palabra, si no tienes fe, no puedes
amar; si no estás convencido, no puedes amar, y para alcanzar la
convicción es necesario un conocimiento completo y exacto del
problema.
"Por la meditación, por el estudio de la Palabra de Dios y por la
observación de tus propias experiencias, debes despertar en tu alma
una sed y una impaciencia -o, como algunos la llaman, un "asombro”
- que te lleven a tratar de conocer las cosas más de cerca y en forma
más completa, a fin de profundizar en su naturaleza.
Un escritor espiritual habla de ello en los siguientes términos: "El
amor -dice- crece generalmente con el conocimiento, y cuanto más
grande sea la profundidad y la extensión de ese conocimiento, tanto
mayor será la posibilidad de amar; el corazón se someterá y se abrirá
más fácilmente al amor (de Dios) si contempla atentamente la
plenitud y la belleza del mundo de Dios y su amor infinito por los
hombres".
"Como puedes ver, la causa de estos pecados radica en la
negativa a pensar, por desidia, en las cosas espirituales, desidia que

24
termina por asfixiar, incluso, la sensación de la necesidad de tales
pensamientos. -
"Si quieres saber de qué manera es posible superar este mal,
esfuérzate por alcanzar la iluminación de tu espíritu utilizando todos
los medios a tu alcance, o sea el estudio diligente de la Palabra de
Dios y de los santos Padres, la meditación, los consejos espirituales y
la conversación con los que conocen bien a Cristo.
“¡Ah!, querido hermano; ¡qué desgracia la nuestra! ¡Sólo porque
nos domina la pereza no podemos buscar la luz del alma en la
Palabra de verdad! No estudiamos la Ley de Dios noche y día, y no
oramos diligente e incesantemente. Es por esto que nuestro hombre
interior tiene hambre y frío; y está tan frustrado que no tiene ya la
fuerza necesaria para dar, con valentía, ni un solo paso en el camino
de la virtud y de la salvación. Tomemos, pues, la firme resolución de
utilizar estos métodos; ocupemos nuestro espíritu, lo más
frecuentemente posible, con el pensamiento de las cosas celestiales
y el amor derramado desde lo alto encenderá nuestros corazones.
Cuando eso ocurra, desearemos orar tan seguido como nos sea
posible, y la oración será el principal y más poderoso medio para
nuestra renovación. Que ella sea según las palabras que la santa
Iglesia nos enseña: "Oh Dios, vuélveme capaz de amarte ahora como
antes amé el pecado".
"Yo escuché todo esto con mucha atención y, profundamente
emocionado, le pedí a ese santo Padre que escuchara mi confesión Y
me diera la comunión. A la mañana siguiente, después de haber
obtenido la gracia de comulgar, quise volver a Kiev ya reconfortado
por el sacramento. Pero este buen Padre, que iba a la Laura por dos
días, me ofreció su celda para que yo, durante su ausencia, pudiera
dedicarme libremente a la oración. Allí pasé, pues, aquellos dos días,
sintiéndome como en el Paraíso. Gracias a las oraciones de mi
staretz, que en mi indignidad no merecía, disfrutaba yo de una paz
perfecta. La oración llegaba hasta mi corazón tan fácil y alegremente
que, durante ese tiempo, creo que me olvidé de todo y hasta de mí
mismo; en mi pensamiento no tenía más que a Jesucristo, sólo a El.
Finalmente, cuando el sacerdote volvió, yo le pedí opinión y
consejo: "¿Adónde ir ahora, en mi peregrinaje?" El me dio su
bendición, diciéndome: "Ve a Pochaev, para venerar allá la huella

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milagrosa de la purísima Madre de Dios. Ella guiará tus pasos por el
camino de la paz".
"Confiando en su consejo, tres días más tarde partí hacia
Pochaev. A lo largo de unas doscientas verstas, la carretera estaba
jalonada de albergues y pueblos judíos. Me resultó, pues, difícil,
encontrar una habitación cristiana. Por fin, en un caserío, encontré un
albergue cristiano, al cual entré a fin de pasar la noche y pedir pan
para el camino, pues mis reservas se agotaban. Apenas vi a mi
huésped, un anciano de hermoso aspecto, me di cuenta de que era
oriundo del mismo estado que yo, el de Orlov. Cuando vio que me
acercaba a él, su primera pregunta fue: “¿De qué religión eres?" Yo
respondí que era cristiano y ortodoxo.
-Ortodoxo, sin duda, dijo riendo. Ustedes son ortodoxos de
palabra, pero en los actos no son más que paganos. Yo conozco todo
de tu religión, hermano. Un sacerdote cultivado me tentó una vez y
seguí sus prácticas. Entré en la Iglesia y permanecí allí seis meses, al
cabo de los cuales volví a las costumbres de nuestra comunidad.
Entrar en su Iglesia, la de ustedes, implica que uno debe estar alerta
ante todo lo que puede ver y oír. Los lectores mascullan el oficio no
importa cómo, omitiendo unas cosas o incluyendo otras que uno no
comprende; en cuanto al canto, éste no vale mucho más que el que
se puede escuchar en un café. La gente permanece amontonada, -
hombres y mujeres juntos-, hablan durante el oficio, se dan vuelta,
miran a su alrededor, se pasean a lo largo y a lo ancho, y no le dejan
a uno ni paz ni tranquilidad para orar. ¿Qué clase de adoración es,
pues, aquélla? Un pecado, eso es todo.
"Entre nosotros, en cambio, como el oficio es piadoso, se puede
oír todo lo que se dice; no se omite nada, el canto es de lo más
conmovedor y la gente permanece tranquila, los hombres de un lado,
las mujeres del otro; y cada uno conoce las inclinaciones que es
necesario hacer en el momento adecuado, según las enseñanzas de
la santa Iglesia. Real y sinceramente, entrando en una de nuestras
iglesias, uno siente que allí se adora a Dios; pero, en las de ustedes,
uno no sabe si está en la iglesia o en el mercado.
"Por lo que dijo, yo comprendí que el anciano era un viejo creyente
empedernido; su discurso evidenciaba tal convencimiento que ni
intenté discutir con él ni pensé tampoco en convertirlo. Me dije que

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resultaría imposible convertir a los Viejos-Creyentes a la verdadera
Iglesia mientras no se hubieran ordenado los oficios entre nosotros, y
en tanto el clérigo, en particular, no diera el ejemplo. El Viejo-
Creyente no conoce nada de la vida interior, él se apoya en cosas
exteriores, y éstas son, precisamente, las que nosotros descuidamos.
"Por eso, después de estas reflexiones, decidí marcharrne. Estaba
llegando casi a la salida cuando, para mi sorpresa, a través de la
puerta entreabierta de una habitación privada, pude ver un hombre
con aspecto de extranjero que leía tendido sobre una cama. Al verme,
me hizo serías y me preguntó quién era yo. Se lo dije y entonces
comenzó a hablarme:
-Escucha, amigo, ¿no aceptarías atender a un enfermo, digamos
por una semana, hasta que, con la ayuda de Dios, se mejore? Y
continuó: -Soy griego, monje del monte Athos. Vine a Rusia con el fin
de recoger limosnas para mi monasterio y, ya en camino de regreso,
he caído enfermo. Como me duelen demasiado las piernas para
caminar he tomado esta habitación. No digas que no, servidor de
Dios! Te pagaré.
-No tiene necesidad alguna de pagarme; cuidaré de usted lo mejor
que pueda, en el nombre de Dios.
"Permanecí, pues, con él. A su lado aprendí muchas cosas
relacionadas con la salvación de nuestras almas. Me habló del Athos,
la Montaña sagrada, de sus grandes ascetas, y de numerosos
ermitaños y anacoretas. Tenía un ejemplar de la Filocalia en griego, y
un libro de Isaac el Sirio. Leímos y comparamos juntos la traducción
eslava de Paisij Velitchkovsky con el original griego. Como
conclusión, afirmó que sería imposible reproducir la Filocalia con más
exactitud y fidelidad que la versión eslava lograda por Paisij.
"Al verlo en una actitud introspectivo -parecía siempre volcado a la
oración interior del corazón-, lo interrogué sobre este tema. Como
dominaba el ruso a la perfección, inmediatamente comenzó a hablar
acerca de ella mientras yo escuchaba con atención, instruyéndome,
por ejemplo, sobre la excelencia y grandeza de la oración de Jesús
en estos términos: "La forma en sí de la oración de Jesús, muestra
cuán grande es. Consiste en dos partes. La primera, Señor
Jesucristo, Hijo de Dios, dirige nuestros pensamientos hacia el

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misterio de Jesucristo y, como dicen los Padres, es un resumen del
Evangelio. En la segunda, Ten piedad de mí, pecador, nos hace
reconocer nuestra naturaleza caída.
"Es de hacer notar que el pedido y la solicitud de un alma pobre y
humilde no podrían expresarse en términos más sabios, más nítidos,
más exactos que éstos: Ten piedad de mí. Ninguna otra forma sería
tan satisfactoria y completa.
"Si uno dijera, por ejemplo: "Perdóname, sálvame de mis pecados,
purifícame por mis faltas, olvida mis ofensas", todo esto no expresaría
sino una petición -la de ser liberado del castigo- y el temor de un alma
débil y sin energía. ' Pero decir: "Ten piedad de mí", expresa, no
solamente el deseo del perdón por temor, sino también el grito
sincero del amor filial que deposita su esperanza en la misericordia
de Dios y confiesa, humildemente, ser demasiado débil para vencer
su propia voluntad y vigilarse atentamente a sí mismo. Es un pedido
de misericordia -por tanto, de gracia la cual se manifestará a través
de la fuerza que Dios nos otorgará para hacernos capaces de resistir
la tentación y vencer nuestra inclinación al pecado. Es como un
deudor insolvente que pide a su acreedor, -amigo suyo-, no sólo que
le perdone su deuda, sino que, además, tenga piedad de su extrema
pobreza y le dé una limosna. Es eso lo que expresan estas profundas
palabras: Ten piedad de mí. Es como si uno dijera: "Señor
misericordioso, perdóname mis pecados y ayúdame a corregirme;
despierta en mi alma un deseo vivo de escuchar tu mandato.
Expande tu gracia perdonando mis pecados presentes y dirigiendo
mis pensamientos, mi voluntad y mi corazón sólo hacia Ti".
"Maravillado por la sabiduría de su discurso, yo le agradecí por
haber instruido a mi alma pecadora, y le rogué que continuara
haciéndolo; él, entonces, prosiguió de este modo:
"Si así lo quieres, dijo, te hablaré ahora acerca del acento que
ponen algunos en ciertas palabras de la Oración de Jesús, ya que he
tenido la suerte de escuchar a numerosos cristianos, temerosos de
Dios, recitar esta oración. Ellos, tal como lo ordena el Verbo y según
la tradición, la pronuncian, no solamente en sus prácticas privadas,
sino también en la iglesia.

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"Si prestas atención al apacible recitado de esta oración, agregó,
notarás que el tono de la voz varía según las personas. Así, hay
quienes ponen el acento en la primera de las palabras y dicen: Señor
Jesucristo, para luego continuar, hasta finalizar, con una voz
uniforme. Otros, en cambio, comienzan con un tono determinado,
acentúan la palabra Jesucristo, como en una exclamación, y luego
adoptan, hasta terminar, el tono inicial. Otros comienzan con un tono
y lo mantienen hasta llegar a las últimas palabras: Ten piedad de mí,
entonces elevan su voz para pronunciarlas. Algunos, finalmente,
recitan toda la oración: Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ¡ten piedad de
mí, pecador!, poniendo de relieve, únicamente, la fórmula Hijo de
Dios.
"Ahora bien, tú sabes que una es la fe de los cristianos ortodoxos
y que una sola es la Oración; por otra parte, nadie ignora que ella
contiene dos cosas: el Señor Jesucristo y la invocación que se le
hace.
Esto es reconocido por todos, entonces, ¿por qué no la expresan
en la misma forma y en el mismo tono? ¿por qué cada alma invoca
de una manera particular y con una particular acentuación? ¿por qué
cada uno pone énfasis en una parte diferente? Algunos afirman que
es como resultado de una costumbre; otros dicen que ello obedece a
la diferente interpretación que, desde un punto de vista personal, se
hace de los términos; y otros, por fin, opinan, simplemente, que cada
forma es la que naturalmente tiende a brotar en cada uno. En cuanto
a mí, yo buscaría una razón más elevada, desconocida tanto para el
oyente como para el que ora. ¿No se tratará de algo imposible de ser
improvisado por aquellos que no saben por qué oran ni cómo orar?
¿No se tratará de ese impulso del Espíritu Santo que intercede,
mediante suspiros, por nosotros" ,Pues el nombre de Jesucristo,
según las palabras del Apóstol, se invoca en el Espíritu Santo; y es el
Espíritu el que obra en secreto y otorga la oración, acordando a cada
cual Un don particular a pesar de su debilidad.
"El puede infundir, en uno, el temor reverente para con Dios; en
otro, el amor; en un tercero, la firmeza en la fe; en otro, una humildad
radiante de gracia.
"Siendo así, aquél que ha recibido la gracia de reverenciar y
alabar la fuerza del Todopoderoso, insistirá particularmente en la

29
palabra Señor, a través de la cual saborea la grandeza y el poder del
Creador del Mundo. Otro, el que ha recibido en su corazón la secreta
efusión del amor, se siente extasiado y lleno de alegría cuando
exclama: Jesucristo, como ese staretz que no podía escuchar el
nombre de Jesús, aun en la conversación ordinaria, sin dejar de
experimentar una oleada de amor y alegría. Aquél que cree
inquebrantablemente en la divinidad de Jesucristo, consubstanciado
con el Padre, se verá gratificado con una fe aún más ferviente, al
decir: Hijo de Dios. El que ha recibido el don de la humildad y tiene
profunda conciencia de su propia debilidad, se siente humillado y
arrepentido; éste dice: Ten piedad de mí, y con estas últimas palabras
de la oración de Jesús abre su corazón, deposita su esperanza en la
amorosa bondad de Dios y aborrece su propia caída en el pecado.
"A mi entender, esa es la causa de las diferentes entonaciones
con que se pronuncia la oración del Nombre de Jesús. Al escucharla,
usted podrá reconocer, para su propia edificación y para la gloria de
Dios, el grado de emoción que, de manera particular alcanza cada
uno y el don espiritual que posee. Mucha gente me ha preguntado al
respecto:
¿Por qué razón los signos de los dones espirituales ocultos no
aparecen reunidos en un conjunto? Así, todas las palabras de la
oración estarían impregnadas con un mismo tono.
"A lo que yo respondía de la siguiente manera:
-Puesto que la gracia de Dios, según las Santas Escrituras,
repartió sus dones con sabiduría y de acuerdo con las posibilidades
de cada uno, ¿quién podría, con las limitaciones de su espíritu,
penetrar en todos los estados de la gracia? ¿Acaso la arcilla no se
encuentra enteramente a merced del alfarero? y éste, ¿no puede
hacer con ella, una u otra cosa, según su antojo?
"Al cabo de cinco días el staretz empezó a sentirse mucho mejor.
Por mi parte, saqué tanto provecho de su compañía que ni cuenta me
di del tiempo transcurrido; pues en esa pequeña habitación, en ese
encierro silencioso, no teníamos otra preocupación que la de invocar
silenciosamente el nombre de Jesús o conversar sobre la oración
interior.

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"Cierto día se acercó un peregrino a nuestra habitación; se
quejaba amargamente de los judíos y los insultaba. Había pasado por
sus pueblos y debió soportar su hostilidad y sus ardides. Su amargura
era tan grande que los maldecía, afirmando que eran indignos de vivir
a causa de su obstinación e incredulidad. Finalmente, manifestó que
era tal la aversión que sentía hacia ellos, que le resultaba imposible
sobreponerse a ella.
-No tienes derecho, amigo -dijo el staretz- de insultar y maldecir
así a los judíos. Dios los creó a ellos tal como nos creó a nosotros.
Deberías, más bien, respetarlos y rogar por ellos, en lugar de
maldecirlos.
"Créeme, la repugnancia que sientes por ellos, no es sino una
consecuencia de tu falta de arraigo en el amor de Dios y de la
carencia de la oración interior.
"Te leeré un pasaje de los santos Padres respecto de este tema.
Escucha lo que escribe Marcos el Asceta: "El alma que se encuentra
interiormente unida a Dios, experimenta una alegría tan grande que
se torna cual un niño simple y bueno; no condena a nadie, griego,
pagano, judío o pecador, sino que a todos considera con la misma
mirada pura; encuentra alegría en el mundo entero y desea que todos
alaben a Dios -griegos, judíos y paganos". Y Macario el Grande, de
Egipto, dice que el contemplativo arde con un amor tan grande que,
de serle posible, liaría de su morada, la morada de todos, sin
diferenciar entre buenos y malos.
"Ya ves, querido hermano, lo que de esto piensan los Padres. Te
recomiendo pues, dejar de lado tu violencia y considerar todas las
cosas hijo el signo de la omnisciente providencia de Dios; y, cuando
experimentes vejaciones, acúsate a tí mismo de impaciencia y falta
de humildad.
"Así transcurrió más de una semana; finalmente, el staretz se
curó. Yo le agradecí desde el fondo de mi corazón todas las
enseñanzas recibidas y después de saludarnos nos separamos uno
del otro. El orientó sus pasos hacia el Monte Athos y yo retomé el
itinerario que tenía proyectado. Me dirigí pues a Pochaev.
"No había recorrido más de cien verstas, cuando se me unió un
soldado. Me dijo que volvía a su país natal, Kamenets Podolsk.

31
Recorrimos alrededor de diez verstas sin intercambiar una sola
palabra. Yo noté que él suspiraba profundamente, como si algo lo
agobiara, y su expresión era muy sombría. Decidí romper el silencio y
le pregunté qué era lo que lo entristecía de tal manera.
-Amigo mío, ya que ha notado mi pena, si usted jura por todo lo
que considera más sagrado que no la revelará a nadie, le contaré
toda mi historia, pues estoy a punto de morir y no tengo con quién
hablar.
"le aseguraré que como cristiano tenia la obligación de no revelar
ninguna de las confidencias que pudiera hacerme, y que por amor
fraternal me sentiría dichoso de brindarle, según mi capacidad, todos
los consejos que necesitara. Comenzó entonces su relato.
-Hace ya un largo tiempo, fui reclutado como soldado junto con
otros campesinos de mi pueblo. A los cinco años, el servicio me
resultó intolerable - a menudo era castigado por negligencia y
ebriedad- y frecuentemente pasaba por mi mente la idea de escapar:
por fin no pude soportar más y concreté aquella idea. Eso me llevó a
vivir como desertor estos últimos quince años. Los primeros seis los
pasé escondiéndome, robando en granjas y depósitos; hurtando
caballos y asaltando negocios; dedicado, en fin, siempre a esta
especie de tráfico por cuenta propia. El dinero que obtenía lo
derrochaba en bebida; llevaba una vida depravada y cometía toda
clase de pecados. Me las pude arreglar de este modo hasta que, al
carecer de pasaporte, fui encarcelado por vagancia. Pero también lo-
gré evadirme de la cárcel. Al poco tiempo, me encontré con un
soldado, que licenciado del servicio, retornaba a su casa situada en
una lejana provincia. Como estaba muy enfermo y apenas podía
caminar, me pidió que lo acompañara hasta algún poblado cercano
donde pudiera hallar alojamiento; yo accedí a su pedido y, una vez en
el pueblo, la policía nos autorizó a utilizar un granero para pasar la
noche, cosa que hicimos tendidos sobre el heno.
"A la mañana siguiente, cuando desperté, miré hacia el soldado y
me llamó la atención su rigidez. Acercándome, pude comprobar que
estaba muerto. Entonces, apresuradamente, hurgué entre sus ropas
buscando el pasaporte. -más bien el certificado de su licenciamiento-
y con él en mis manos, junto a una apreciable suma de dinero,

32
abandoné el granero lo más rápido que me fue posible. Llevado por
mi afán de escapar de allí, me adentré en el bosque.
"Lejos ya de aquel granero, me detuve un instante para
inspeccionar el salvoconducto. Pude apreciar con alegría que su
dueño había tenido, no sólo mi edad, sino también rasgos similares a
los míos. Me felicité por ello y, resueltamente, me dirigí hacia la
gobernación de Astrakán, donde, además de conseguir trabajo,
comenzaría a sentar cabeza.
"Encontré allí un anciano -el cual me dio empleo- quien, además
de poseer ganado, comerciaba con él. Vivía este hombre con la única
compañía de su hija, viuda como él, Y con quien me casaría al cabo
de un año. Al poco tiempo de nuestro casamiento el viejo murió y
nosotros no pudimos continuar con su negocio. Yo volví a beber y mi
mujer comenzó a imitarme. De ese modo, en un año, dilapidamos
todo lo que el anciano había dejado. Finalmente mi esposa cayó
enferma y murió. En esta situación, vendí lo que había quedado,
incluyendo la casa. Pero, como era de esperar, al poco tiempo me
encontré nuevamente sin recursos. Cuando ya no tuve ni siquiera qué
comer, me volqué otra vez a mi antigua profesión de traficante de
objetos robados; esta vez con mayor audacia, puesto que contaba
con un pasaporte.
. "Había vuelto a mi antigua vida y, durante un año, sólo tuve los
sobresaltos propios de mi oficio. Pero, al cabo de ese tiempo, tuve
que pasar un largo período sin obtener ningún botín. Finalmente robé
un caballo viejo y miserable a un campesino sin tierra; vendí el animal
por una bicoca, y con el dinero ya en mi bolsillo, fui a beber a la
taberna. Allí tomé la determinación de concurrir a una boda que se
celebraba esa noche en una aldea cercana. Después de la fiesta -así
pensaba yo- cuando todos se hubieran dormido, entraría para robar
cuanto pudiera. Con esa ilusión, me marché de la taberna.
"Como aún no había anochecido, penetré en el bosque a fin de
esperar la oscuridad: me acosté en el suelo y me dormí
profundamente. Tuve, entonces, un extraño sueño en el que me veía
de pie en una hermosa y extensa pradera. De pronto, una inmensa
nube cubrió el cielo, y el tremendo ruido de un trueno sacudió todo a
mi alrededor. Me asaltó, entonces la horrible sensación de que una
terrible fuerza me hundía hasta los hombros en la tierra, y que ésta, a

33
su vez, me oprimía como queriendo estrujarme. Solamente emergían
mi cabeza y mis manos. Seguidamente, me pareció ver que la
inmensa nube que había oscurecido el cielo, descendía y se posaba
en el suelo para dejar salir a mi abuelo (el cual había muerto hacía
veinte años, después de haber desempeñado, durante treinta, el
cargo de administrador de la parroquia de nuestro pueblo y
observado, a lo largo de toda su vida, una conducta intachable); éste
se acercó a mí, de tal modo encolerizado y amenazante que, en el
sueño, temblé, no sólo por su enfurecida presencia, sino porque junto
con ella aparecieron, en diferentes montones, todas las cosas que
había robado a lo largo de mi vida.
"Mi abuelo se me acercó, y señalando uno de los montones,
preguntó:
-¿Qué es eso?-, y a continuación, como dando una orden,
exclamó: ¡Vamos! ¡Ya!"
"Entonces sentí que la tierra acentuaba su opresión alrededor de
mi cuerpo, con tal fuerza que no podía soportar el dolor, aun cuando
tampoco me desvanecí. Gemía y gritaba: "¡Ten piedad!", pero el
tormento no cedió. A continuación mi abuelo, indicando otro montón,
gritó:
-Y esto ¿qué es?-, y ordenó: ¡Apretad con más fuerza esta vez!".
"Yo experimenté una angustia y un dolor tan violentos, que
ninguna tortura de este inundo podrían provocarlos. Nuevamente se
acercó mi abuelo, ahora trayendo consigo el caballo que yo había
robado la tarde anterior. Otra vez gritó:
-¿Y esto? ¡Vamos! ¡Tan fuerte como puedan!
"No me resulta posible describir el dolor que de nuevo me tocó
soportar. Era cruel, tremendo, agotatador..., sentía como si estuvieran
triturándome los huesos.... el sufrimiento me ahogaba... En aquel
momento supe que si la tortura proseguía, acabaría por perder la
conciencia. De pronto, un golpe tremendo sacudió mi cabeza: el
caballo me había pateado, abriéndome la mejilla. Y en ese instante
desperté. Había llegado al límite del horror. Estaba temblando.
"Cuando pude reaccionar era de día. Llevé la mano a mi mejilla y
la retiré llena de sangre; lo que de mi cuerpo había estaba enterrado

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en el sueño, lo tenía rígido, entumecido; las piernas las sentía
desgarradas y acalambradas. Tan grande era mi terror que me costó
un gran esfuerzo levantarme para regresar al pueblo. La mejilla me
dolía mucho, y siguió doliéndome por largo tiempo. Mire usted, aquí
puede ver la cicatriz. Aun cuando no lo crea, antes de ese sueño no
la tenía.
"Desde entonces, cada vez que recuerdo lo que me tocó sufrir, el
miedo y el horror se apoderan de mí y me dominan de tal modo que
me siento perdido. Lo peor de todo, es que esta situación se repite de
continuo, y he comenzado a temer a la gente y a sentirme
avergonzado, como si todos conocieran mi deshonesto pasado. A
causa de este tormento he perdido el sueño, y también el gusto por la
comida y la bebida y me he convertido en un andrajo. Al verme
reducido a tal estado, pensé seriamente en retornar a mi regimiento
para aliviar mi corazón del peso que lo agobia. Pero tuve miedo, y la
idea de ser apaleado me desalentó. Desesperado, quise ahorcarme,
mas el hecho de que me queda muy poco tiempo de vida, me hizo
desistir.
"Mis fuerzas me han abandonado por completo; sólo me resta
volver a mi casa para despedirme, -¿sabe usted? ahora tengo
sobrino-; sin embargo, ando sin rumbo, miserablemente agotado por
el miedo y el dolor. ¿Qué piensa, amigo mío, de todo esto? ¿Qué
puedo hacer?
"Habiendo escuchado este relato, además de sorprenderme, no
pude dejar de alabar la sabiduría y bondad de Dios, que pueden
llegar, a través de los más intrincados caminos, hasta los pecadores
más empedernidos. Respondiendo a sus preguntas, le dije entonces:
-Querido hermano, en tanto persistan ese miedo y esa angustia,
es necesario rogar a Dios. Es el gran remedio para todos nuestros
males.
-¡Jamás! exclamó -Si me hincara a rezar, ¡Dios me destruiría al
instante!
-Lo que me dices es un contrasentido, hermano; el Diablo es quien
pone semejantes ideas en tu cabeza. La misericordia no tiene límites,
El es compasivo con los pecadores, y todos cuantos se han
arrepentido, fueron perdonados. ¿Acaso conoces la Oración de

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Jesús: Señor Jesucristo, hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador, la
cual se repite sin cesar?
-Pues claro que la conozco. La recitaba algunas veces, cuando
necesitaba valor para cometer un robo.
-Escucha, entonces: si Dios no te destruyó, cuando a punto de
cometer una fechoría tú recitabas la Oración, ¿lo haría ahora, si la
pronuncias lleno de arrepentimiento? Bien puedes ver que tus ideas
provienen del Diablo.
"Créeme, querido hermano, si recitas la oración sin distraerle ni
preocuparse por las ideas que te asalten. cualesquiera sean, bien
pronto estarás curado. Desaparecerán temores e inquietudes y te
sentirás completamente en paz. Te volverás un hombre piadoso y
estarás libre de pasiones pecaminosas. Te lo aseguro, pues he visto
muchos ejemplos en mi vida.
"A continuación le relaté algunos casos de pecadores en quienes
se había manifestado el maravilloso poder de la Oración de Jesús.
Finalmente le hablé, tratando de convencerlo de que me acompañara
hasta un refugio de pecadores llamado "Madre de Dios" -y ubicado en
Pochaev- para hacer allí su confesión y tomar la comunión antes de
volver a su casa.
"El soldado, según pude apreciar, escuchó todo con mucha
atención y alegría, aceptando la propuesta. Convinimos, luego, que
durante la marcha ambos repetiríamos interiormente y en forma
ininterrumpida, la Oración de Jesús, sin dirigimos la palabra por
ningún motivo hasta no haber llegado a destino. En silencio, pues,
marchamos durante un día entero. Al día siguiente me confesó que
se sentía más cómodo; y, evidentemente, su espíritu se había
tranquilizado. Al tercer día llegamos a Pochaev, y yo lo insté a no
abandonar la oración ni de día ni de noche, en tanto estuviera
despierto, asegurándole que el muy Santo Nombre de Jesús,
insoportable para nuestros enemigos espirituales, tenía el poder de
salvarlo. De la Filocalia le leí un pasaje en el cual se decía que, si
bien debemos pronunciar la Oración en todo momento, nos era
particularmente necesario hacerlo al prepararnos para la comunión.
"Así lo hizo; luego se confesó y comulgó. Si bien de vez en cuando
sus antiguos pensamientos venían a atormentarle, no tuvo dificultad

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en disiparlos por medio de la Oración. El domingo, a fin de poder
levantarse más fácilmente para los maitines, se acostó temprano
después de haber repetido todo el día la Oración de Jesús. Yo me
quedé sentado en un rincón, leyendo la Filocalia a la luz de una vela.
Así pasó una hora; él se durmió y yo me dediqué a la Oración. De
repente, unos veinte minutos más tarde, percibí que se sobresaltaba;
seguidamente despertó, saltó rápidamente de su lecho y acudió a mí
bañado en lágrimas. Arrebatado de felicidad y con las manos juntas
alzadas hacia el cielo, me dijo:
-¡Ay, hermano, si supieras lo que acabo de ver! ¡Qué paz, qué
alegría! Realmente creo que Dios es misericordioso para con los
pecadores y no los atormenta. ¡Gloria a Ti, Señor, gloria a Ti!
"Sorprendido y feliz, le rogué que me contara exactamente lo que
había pasado.
-Pues bien, apenas me dormí, me encontré nuevamente en la
pradera aquella donde sufrí tanto. Al principio me sentí aterrorizado,
pero al instante pude comprobar que en lugar de la inmensa nube
oscura, resplandecía el sol, y que una luz espléndida brillaba sobre
toda la campiña, verde y florida. De pronto, apareció otra vez mi
abuelo, esta vez más hermoso que nunca, me saludó amablemente y
me dijo: "Ve a Jitomir, a la iglesia de San Jorge. La Iglesia te tomará
bajo su protección. Pasa allí el resto de tu vida y ora sin cesar. Dios te
favorecerá con su gracia".
"Habiendo dicho esto, me hizo la señal de la cruz y desapareció.
No puedo, en verdad, expresar la felicidad que me embargó; sentí
que me sacaban un peso enorme de encima y que volaba al cielo.
"Me desperté entonces, con mi espíritu en calma y mi corazón
saltando de alegría. Y me pregunto ahora: ¿Qué debo hacer? ¿Debo
partir hacia Jitomir, como me aconsejó mi abuelo? Con la oración, sin
duda, me será más fácil.
-Un momento, querido hermano, ¿cómo marcharte en medio de la
noche? Quédate para los maitines, di tus oraciones y luego te irás
con Dios.
"Aquella noche, después de sostener esta conversación, no
dormimos; en cambio nos dirigimos a la iglesia: él se quedó para los

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maitines, orando sinceramente y con lágrimas en los ojos; manifestó
que se sentía en paz y que continuaría repitiendo con alegría la
Oración de Jesús. En la Liturgia, finalmente, recibió la comunión, y
después que hubo comido algo, lo acompañé hasta el camino que
lleva a Jitomir, donde nos separamos emocionados hasta las
lágrimas.
"Entonces volví a pensar en mis propios asuntos. ¿Adónde ir
ahora? Después de algunas dudas, decidí regresar a Kiev, pues me
atraían las sabias enseñanzas de mi staretz; por otra parte, si me
quedaba a su lado, quizás él pudiera encontrar algún amigo de Cristo
y de los hombres que me condujera hasta el camino que lleva a
Jerusalen o, por lo menos, hasta el monte Athos.
"Permanecí una semana más todavía en Pochaev, ocupando el
tiempo en recordar todas las enseñanzas recibidas durante ese viaje
y en tomar nota sobre cierto número de cosas útiles. Luego me
preparé para el viaje, tomé mis alforjas y me dirigí a la iglesia para
encomendarme a la Madre de Dios. Después de la Liturgia dije mis
oraciones y me sentí preparado para la partida. Estaba aún en la
iglesia cuando entró un hombre. No estaba ricamente vestido, aunque
evidenciaba claramente ser alguien de la nobleza. Al verme, se
acercó y me preguntó dónde vendían cirios; cuando le hube indicado
el sitio en que podían adquiriese, se alejó hacia allí. Por mi parte, al
finalizar la Liturgia me quedé a orar ante el altar de la Huella. Cuando
terminé mis oraciones, me puse en camino. Mientras iba por la calle,
a cierta distancia y a través de una ventana abierta, vi a un hombre
leyendo un libro. Al llegar delante de esa ventana pude reconocer al
hombre: era el mismo que me había preguntado acerca de los cirios
en la iglesia. Al pasar frente a él, me quité el sombrero y lo saludé.
Cuando me vio, me llamó y me dijo:
-Supongo que usted es peregrino.
-Sí, respondí.
"Me rogó que entrara, y después quiso saber quién era y adónde
iba. Le referí todo lo concerniente a mí sin ocultar nada. Me ofreció un
té y me habló así:
-Escucha, hijo querido. Mi consejo es que te dirijas al Monasterio
de Solovetsky, en una de las islas Solovets, en el Mar Blanco. Existe

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allí un sitio muy apacible y muy alejado, llamado Anzersky. Es una
especie de segundo Athos donde todos son bienvenidos. El noviciado
consiste en concurrir a la iglesia para leer el salterio solamente cuatro
de las veinticuatro horas del día. Yo también voy hacia allá, e hice
votos de hacerlo a pie. Podríamos, si tú lo quieres de ese modo, ir
juntos; me sentiría más seguro en esa forma, ya que, según se dice,
es un camino muy solitario. Por otra parte, como no carezco de
dinero, podría asegurar tu subsistencia durante el viaje. Sólo
debemos respetar estas condiciones: caminaríamos a unos veinte
pasos de distancia uno del otro; así no nos molestaríamos y
podríamos leer o meditar durante todo el trayecto. Reflexiona,
hermano, y acepta. Te lo ruego, vale la pena.
"Recibí esta inesperada invitación como una señal enviada por la
Madre de Dios, a quien había pedido que me enseñara el camino de
la beatitud y, sin pensarlo más, acepté. Al día siguiente partimos.
"Durante tres días caminamos de acuerdo con lo convenido, uno
detrás del otro. Mi acompañante leía continuamente un libro que no
abandonaba ni de día ni de noche; y, por momentos, meditaba.
Finalmente llegamos a un lugar donde hicimos un alto para cenar. El
comió sin levantar la vista del libro que tenía delante suyo; al
descubrir que ese libro era un ejemplar de los Evangelios, le dije:
-Señor, ¿me permite preguntarle por qué anda usted noche y día
con los Evangelios en la mano? ¿Cuál es la razón por la cual usted
los tiene y los lleva siempre consigo?
-Porque -respondió- es con ellos, solamente con ellos, que
aprendo continuamente.
-¿Y qué aprende?, volví a preguntar.
-La vía cristiana, que se resume en la oración. Considero que la
oración es el medio de salvación más importante y necesario, y el
deber fundamental de todo cristiano. La oración es el primer paso en
la vida espiritual y también el último; es por eso que el Evangelio nos
ordena la oración perpetua. Para otros actos de piedad se destina un
tiempo especial, el que le corresponde; pero para la oración no existe
un tiempo que no sea apropiado. Sin la oración es imposible hacer un
bien, y sin los Evangelios no se puede aprender a orar
convenientemente. Por lo tanto, todos los que han alcanzado la

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salvación por el camino de la vida interior -los santos predicadores del
Verbo de Dios, los ermitaños y los reclusos-, en realidad todos los
cristianos que temen a Dios, han recibido sus enseñanzas de un
constante e incansable sumergirse en las profundidades de la
Palabra de Dios y de la lectura del Evangelio. Muchos de ellos
llevaban continuamente los Evangelios en las manos, y en sus
enseñanzas daban este consejo: "Siéntese en el silencio de su celda
y lea el Evangelio, y después léalo otra vez". He aquí la razón por la
cual yo me remito exclusivamente al Evangelio.
"Sus explicaciones me satisficieron tanto como su entusiasmo por
la oración. A continuación le pregunté en qué Evangelio en particular
él encontraba las enseñanzas sobre la oración.
-En los cuatro por igual, respondió; en todo el Nuevo Testamento,
siempre que sea leído ordenadamente. Yo lo hice hace mucho tiempo
compenetrándome de su sentido, y eso me mostró que hay allí una
gradación y una cadena regular de enseñanzas acerca de la oración,
que comienza por el primero y llega hasta el último siguiendo un
método.
"Por ejemplo, en primer lugar podemos encontrar una preparación,
una introducción al estudio de la oración; luego, su forma, o sea su
expresión exterior en palabras; después, las condiciones necesarias
para elevar la oración y los medios para aprender a hacerlo; y,
finalmente, la enseñanza secreta de la oración interior y espiritual, la
repetición constante del nombre de Jesucristo, que se presenta como
más trascendente y saludable que la oración exterior. Luego sigue su
necesidad, su fruto bendito y así sucesivamente.
,"En una palabra, en el Evangelio se encuentra un conocimiento
completo y Detallado sobre la práctica de la oración, el cual se
expresa a través de un orden o continuidad metódica, desde el
principio hasta el fin.
"Esta respuesta me impulsó a pedirle que me brindara una
explicación detallada. Entonces le dije:
-Como me gusta oír hablar de la oración más que de cualquier otra
cosa, me sentiría verdaderamente muy feliz de poder ver esta cadena
secreta de enseñanzas sobre la oración en todos sus detalles. Le

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ruego, entonces, por el amor de Dios, que me muestre todo esto en el
Evangelio mismo.
"Aceptó gustosamente y dijo:
-Toma tu Evangelio; ábrelo en los capítulos que te iré señalando y
toma nota de lo que te indique. Poniendo un lápiz en mi mano, agregó
luego: -Puedes guiarte por estos apuntes que yo he tomado. Ahora,
prosiguió, fíjate primero en el Evangelio de San Mateo, Capítulo
sexto, y lee desde el quinto al noveno versículo; verás que allí se
habla de la preparación o introducción, pues enseña que no es con
jactancia ni con alardes como se debe orar, sino procurando un lugar
solitario y en calma, para luego entrar de lleno en la oración; y que es
necesario rogar, solamente, el perdón de los pecados y la comunión
con Dios, sin agregar pedidos inútiles, o referidos a las cosas
temporales, como hacen los paganos. A continuación, en el mismo
capítulo, lee desde el noveno al decimotercer versículo, y hallarás la
forma de la oración -es decir los términos con que ella debe ser
expresada. Aquí se encuentran reunidos, con gran sabiduría, todos
los elementos indispensables y deseables para nuestra vida. Si
continúas leyendo, siempre en el mismo capítulo, encontrarás -en los
versículos decimocuarto y decimoquinto-, las condiciones necesarias
para la eficacia de la oración; principalmente aquella que nos dice
que si nosotros no perdonamos a quienes nos han ofendido, Dios no
nos perdonará nuestros pecados. Si pasas luego al séptimo capítulo,
en los versículos séptimo y noveno encontrarás cómo obtener el fruto
de la oración -¡pide!, ¡busca!, golpea! Estas fuertes expresiones
insisten sobre la frecuencia de la oración, como así también sobre la
urgencia en practicarla, de modo que ella no sólo acompañe todas las
acciones, sino que las preceda. Esa es la cualidad esencial de la
oración. Podrás ver un ejemplo de esto. en el capítulo de San
Marcos, desde el versículo trigésimo segundo hasta el cuadragésimo,
en los que el mismo Jesucristo repite frecuentemente las mismas
fórmulas de oración. San Lucas, en el capítulo once, versículo cinco a
catorce, da otros ejemplos similares -en la parábola del amigo de
medianoche y en esta súplica repetida de la viuda inoportuna (Le. 18,
1)- ilustrando la indicación hecha por Jesucristo de que debemos orar
siempre, en todo tiempo y lugar, sin abandonarnos al desaliento ni
entregarnos a la pereza.

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"Además de estas minuciosas enseñanzas, podemos hallar otras,
en el Evangelio de San Juan, también esenciales para el
conocimiento de la oración secreta e interior del corazón. La primera
nos la brinda el profundo relato del coloquio de Jesús con la
Samaritana, en el que se nos muestra la adoración interior, en
espíritu y en verdad, que Dios desea, es decir la oración
ininterrumpida, que brota como agua viva de la fuente de la vida
eterna (Jn. 4, 5-25). Más adelante, en el capítulo decimoquinto,
versículos cuatro a ocho, se describen, con mayor precisión aún, el
poder, las posibilidades y la necesidad de la oración interior, o sea,
del recuerdo incesante de Dios).
"Por fin, si lees los versículos veintitrés a veinticinco, en el
decimosexto capítulo del mismo Evangelio, ,podrás ver que la oración
del Nombre de Jesucristo, conocida como Oración de Jesús -es decir:
Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador repetida
continuamente, tiene un gran poder, y que muy fácilmente abre el
corazón y lo santifica, tal como lo muestra el caso de los Apóstoles.
En efecto, ellos, después de haber pasado un año como discípulos de
Jesús, recibieron -y nos transmitieron luego la oración dominical, es
decir el Padre Nuestro. Sin embargo, algo faltaba, y este misterio les
fue revelado por el Señor al final de su existencia terrenal, cuando
para hacer más eficaz su oración, El dijo: "Vosotros, hasta ahora, no
habéis pedido nada en mi Nombre. En verdad os digo, todo cuanto
pidáis al Padre en Mi Nombre, os será otorgado". Y así ocurrió:
cuando los Apóstoles aprendieron a orar en el Nombre de Jesús,
¡cuántas maravillas realizaron, y cuán abundante luz recibieron!
"¿Comprendes ahora el encadenamiento, el orden y la sabiduría
con que han sido expuestas las enseñanzas sobre la oración en el
Santo Evangelio? Puedo afirmar que, si a continuación lees las
Epístolas, también allí encontrarás la misma enseñanza progresiva.
"Para que puedas completar las notas que te he dado, te 'Indicaré
algunos pasajes que ilustran las cualidades de '.a oración. En las
Actas, por ejemplo, se ha descripto su práctica -o sea el diligente y
constante ejercicio de la oración- por parte de los primeros cristianos
iluminados por la fe de Jesucristo (Act. 4, 3 1 ). Allí se nos instruye
sobre los frutos, sobre los resultados de la oración constante, es
decir, sobre la expansión del Espíritu y sus dones. Algo similar

42
hallarás en el Capítulo decimosexto, versículos veinticinco y
veintiséis.
"Continuando ahora con la lectura ordenada de las Epístolas,
verás:
1) Cuán necesaria es la oración en toda circunstancia (Sant. 5,
13-16);
2) Cómo el Espíritu Santo rios ayuda a orar (Jds. 20-21 y Rom.
8-26); cómo orar mentalmente (Ef. 6,1 8); 4; cuán necesarias son la
calma y la paz interiores para la práctica de la oración (Flp. 4, 6-7); 5)
cuán necesario es orar ininterrumpidamente (I Tes. 5, 17); 6) y, por
fin, observarás que no se debe orar sólo por uno mismo, sino también
por todos los hombres (I Tim. 2,1-5).
"Así, consagrando tiempo y cuidado, podremos descubrir otros
significados, otras revelaciones de la ciencia secreta oculta en la
Palabra de Dios, que se nos escapan cuando nuestra lectura es
apresurada y poco frecuente.
"Después de todo cuanto acabo de mostrarte, ya puedes
vislumbrar, sin duda, la sabiduría y el método con que el Nuevo
Testamento revela las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo sobre
el tema que hemos examinado, y en qué maravilloso orden han sido
expuestas por ¡os cuatro evangelistas. De todos modos, haré para ti
un resumen de lo que cada uno de ellos nos ha transmitido:
"En San Mateo encontramos la preparación, la introducción el
poder de la oración, las condiciones necesarias, etc. En San Marcos
podemos ver los correspondientes ejemplos; en San Lucas, las
parábolas; y en San Juan, por fin, la práctica secreta de la oración
interior. Debo decirte, sin embargo, que este último tema se puede
encontrar también en los otros tres, aunque no tan detallado.
"Eri cuanto a las Actas, ellas nos describen la práctica de la
oración y sus resultados; las Epístolas, y en cierta medida el
Apocalipsis, dan cuenta, a su vez, de numerosos aspectos referidos
al acto de orar. Por tal motivo, no debemos limitarnos solamente a los
Evangelios, ya que ellos, Por sí solos, n constituyen una enseñanza
totalmente adecuada para todos los caminos de salvación.

43
"Mientras él me iba mostrando y enseñando todo esto, yo anotaba,
en los Evangelios de mi Biblia, todos los pasajes a los cuales hacía
referencia. Toda su exposición me pareció sumamente instructiva e
importante, y me manifesté por ello muy agradecido.
"Después de este largo intermedio, continuamos nuestra
silenciosa marcha durante aproximadamente cinco días. Pasado ese
tiempo, mi compañero -que evidentemente no estaba acostumbrado a
caminar constantemente- comenzó a sufrir fuertes dolores en los
pies; por tal razón alquiló tina carreta con su par de caballos y me
invitó a compartirla.
"Así es como, después de tres días, llegamos hasta este lugar -
donde pensamos descansar-, para partir luego hacia Anzersky, que
es el sitio adonde él desea en verdad dirigirse".
Dijo el staretz: "Debo decirte que tu amigo me parece magnífico; y
a juzgar por lo que infiero de tu relato, debe ser muy instruido v
piadoso. Me gustaría conocerlo".
-Estamos juntos, respondí, si así lo desea, mañana lo traeré
conmigo. Ahora, con su permiso, debo retirarme pues se ha hecho
tarde. Adiós.

NOTAS

1. Una versta: 1067 metros.


2. Startsi: plural de sataretz, anciano que adquirió el discernimiento
de los espíritus y el don de la paternidad espiritual.
3. La Liturgia Eucarística.
4. La Laura de las Grutas, lugar donde los santos monjes son
sepultados cuando mueren.

44
SEXTO RELATO

"Al día siguiente, después de llamar a la casa del staretz y saludar,


entré a la casa diciendo:
-He venido con mi venerable compañero de camino, el que me ha
favorecido con sus conversaciones espirituales y a quien usted quería
conocer. Tal como se lo prometí ayer, le he pedido que me
acompañara.
-Es muy agradable para mí, respondió el staretz, y según lo
espero también lo será para mis honorables visitantes, ver a ustedes
dos y tener el gusto de ir el relato de sus experiencias. Se encuentran
en la casa un santo monje y un sacerdote muy piadoso; y allí donde
dos o tres están reunidos en Su Nombre, Jesucristo mismo prometió
estar presente: somos cinco los que ahora estamos reunidos; El, sin
duda, no se negará a bendecirnos.
"Luego, dirigiéndose a mi acompañante, dijo:
-La historia que su compañero de camino me ha contado ayer,
respecto de su ardiente apego al Santo Evangelio, es muy importante
e instructiva. Sería interesante, querido hermano, conocer de qué
manera este bendito secreto le ha sido revelado.
-Dios, pleno de amor, dijo el profesor, -que desea para todos los
hombres la salvación y el conocimiento de la verdad--, me lo ha
confiado, en su bondad, de un modo maravilloso y sin ninguna
intervención humana. Durante cinco años, prosiguió, me dediqué a la
enseñanza; llevaba una vida melancólica y disipada, cautivado, no
por Cristo, sino por la vana filosofía del mundo. El hecho de vivir en
compañía de mi muy piadoso madre y de mi joven hermana, una
muchacha de espíritu maduro, seguramente me brindó el apoyo
necesario para no sucumbir totalmente. Cierto día, mientras
caminaba por un paseo público, conocí a un agradable joven que,
según me dijo, era francés y estudiante. Había llegado hacía poco
tiempo de París y estaba buscando un cargo de preceptor. Como su
alto grado de cultura me había encantado, lo invité a concurrir a mi
casa. Así, después de frecuentes visitas, nos hicimos muy amigos.

45
Paseábamos juntos y salíamos a divertimos en compañía de
personas cuya moralidad dejaba bastante que desear.
"En cierta oportunidad acudió a mi casa a fin de formular una
invitación de ese tipo y, en tren de persuadirme, comenzó a elogiar la
especial alegría y el atractivo de aquella con quien me tocaría salir.
Habíamos cruzado apenas unas palabras, cuando, de pronto, me
rogó que saliéramos del escritorio para continuar nuestra charla en la
sala. Yo estuve dispuesto a complacerlo, sin embargo, objeté que
dicha habitación estaba pegada al cuarto ocupado por mi madre y mi
hermana, y que por tal razón no era conveniente proseguir allí una
conversación de esa clase. Al mismo tiempo, le pregunté acerca de
su actual reticencia a permanecer en el despacho, ya que nunca
anteriormente se había resistido a ello. Al principio intentó varios
pretextos, pero, por fin, confesó abiertamente: "Es que no soporto la
visión de ese ejemplar del Evangelio que tiene usted en su biblioteca.
Tengo tal respeto por ese libro que me produce un gran malestar
tratar nuestros asuntos -que nada tienen de piadosos en su
presencia. Sáquelo, se lo pido por favor, así podremos hablar
libremente". Retiré el Evangelio de su estante sin preocuparme
mayormente por sus palabras: "Siendo así, debiera habérmelo dicho
antes", le dije sonriendo; y acercándole el volumen agregué: "Pues
bien, tómelo usted mismo y déjelo en cualquier parte, donde mejor le
parezca". Entonces ocurrió algo totalmente inexplicable: apenas se
sintió rozado por el libro se echó a temblar, y luego..., luego,
desapareció.
"Fue tan grande el espanto, tan inmenso el terror que aquel hecho
me produjo, que perdí el conocimiento. Al oír el ruido de mi cuerno al
desplomarse, acudió la gente que había en la casa. Trataron de
reanimarme, pero sólo al cabo de media hora volví en mí. Estaba
horrorizado; temblaba y me sentía completamente trastornado: no
podía mover mis manos ni mis pies. Cuando llegó el médico
diagnosticó una parálisis provocada por el golpe o por el tremendo
susto.
"Después de este incidente, y a pesar de la cuidadosa atención de
varios médico, permanecí inmovilizado durante un año y sin
experimentar ninguna mejoría. Por tal causa hube de renunciar a mi
ocupación. En esas circunstancias, -y mientras mi hermana se

46
preparaba para tomar los hábitos- murió mi madre, lo cual agravó aún
más mi enfermedad. A lo largo de todo ese tiempo, en verdad, no
tuve más consuelo que leer el Evangelio, el cual, desde entonces, no
abandoné jamás. Por otra parte, era una prueba de que aquel
fantástico hecho había realmente sucedido.
"Cierta vez, un anacoreta desconocido que estaba efectuando una
colecta para Su monasterio, se acercó a mi lecho y, al tanto de mi
situación, me habló de un modo muy persuasivo. Me dijo que no lo
esperara todo de los medicamentos, pues ellos solos no podrían
proporcionarme el alivio esperado. Era necesario rogar a Dios, orar
diligentemente y con ese objetivo preciso, ya que la oración es el
medio más poderoso para curar todos los males, tanto corporales
como espirituales.
-Dada mi situación, ¿cómo pretende usted que rece? ¿No ve que
carezco de la fuerza necesaria para realizar el menor gesto, que mi
voluntad es impotente para mover mi mano?, le respondí perplejo.
"El solamente repitió:
-Ore, ore a cualquier precio. Ore de una u otra manera, sea como
sea.
"Y eso fue todo. No me indicó el modo de orar ni me explicó nada.
Cuando se marchó comencé a pensar, casi involuntariamente, en la
oración, en su poder y en sus efectos, evocando la instrucción
religiosa que había recibido hacía mucho tiempo, cuando aún era
estudiante. Así, en calma, pude renovar mis conocimientos sobre
esos temas. Me sentí reanimado y, simultáneamente, comenzó a
producirse un cierto alivio en mi estado.
"Durante todo el tiempo, lo repito, no me separaba ni por un
momento de mi Evangelio, tan grande era mi fe en ese libro después
del milagro. Recordaba, por otra parte, que todo cuanto había
escuchado acerca de la oración, tenía sus fundamentos en él. En
consecuencia -pensé-, lo mejor sería hacer un estudio de la oración y
de la espiritualidad cristiana, a partir, exclusivamente, de la doctrina
allí expresada. El Evangelio fue para mí una fuente inagotable de
enseñanzas, en cuyas aguas me introduje buscando su sentido.
Finalmente pude encontrar un método completo, tanto para la vida
espiritual como para la verdadera oración interior. Señalé con fervor

47
los pasajes relacionados con esos temas y, desde ese día, traté con
celo, no sólo de asimilar esa enseñanza divina, sino también, con
todas mis fuerzas, de ponerla en práctica.
"En tanto dedicaba mi tiempo a profundizar en estos temas, iba
mejorando mi salud; así, poco a poco, terminé por estar totalmente
restablecido, tal como puede usted comprobarlo. Esta recuperación,
como así también la iluminación de mi espíritu, fueron, sin duda
alguna, producto de la intervención divina. Por tal motivo, en
agradecimiento por la paternal bondad de Dios, siguiendo el ejemplo
de mí hermana y obedeciendo a mi propia vocación, decidí
consagrarme a la vida solitaria para recibir, sin impedimento alguno,
la palabra de vida eterna prometida por el Verbo de Dios y hacerla
mía. Por eso me encuentro aquí, en camino hacia Anzersky -lugar
cercano al monasterio de Solovetsky, en el mar Blanco-, sitio del que
he oído decir, de buena fuente, que es apropiado para la vida
contemplativo. En cuanto al Santo Evangelio, debo agregar que,
durante este viaje, es él quién me proporciona numerosos consuelos,
difunde su abundante luz sobre mi espíritu ignorante, y fortifica
permanentemente mi corazón. Por mi parte, reconozco francamente
mi debilidad, y admito que las condiciones requeridas para llevar a
cabo el trabajo espiritual -la renuncia total a mí mismo, la privación y
la humildad que el Evangelio exige- me asustan, tanto por su
magnitud como a causa de mi poca fortaleza. En verdad, me
encuentro entre la esperanza y la desesperación¿)n, e ignoro qué
podrá sucederme en el futuro.
"El monje intervino entonces, diciendo:
-Ante pruebas tan evidentes de la misericordia de Dios, y dada su
educación, sería imperdonable, no sólo entregarse al desaliento sino
también admitir en su alma la sombra de una duda acerca de la
ayuda y la protección divinas. San Juan Crisóstomo dice al respecto:
"Nadie debiera sentirse descorazonado ni entregarse a la falsa
impresión de que los preceptos del Evangelio son impracticables.
Dios ha predestinado al hombre para la salvación, por lo tanto ha
impuesto mandamientos que, en su santidad, son como una
bendición para nosotros, ya que nos permiten alcanzar la vida
verdadera, ahora y en la eternidad". Desde luego, su cumplimiento
regular e inflexible es extremadamente difícil para nuestra naturaleza

48
caída; por tal razón la salvación no es algo fácil de lograr. Sin
embargo, el mismo Verbo de Dios que impone los mandamientos,
ofrece también los medios, no sólo para cumplirlos, sino para
encontrar en ellos la plenitud. Todo esto --que a primera vista parece
cubierto por un espeso velo, sirve para hacernos más humildes, y nos
indica, para llegar más fácilmente a la unión con Dios, el recurso de la
oración, de la invocación directa a su ayuda paternal, pues es allí
donde se encuentra el secreto de la salvación y no en nuestros
propios esfuerzos.
-¡Cuán feliz me sentiría, aun siendo débil e incapaz, si lograra
conocer ese secreto! Podría entonces corregir mi vida indolente, por
lo menos en alguna medida, para gloria de Dios y mi propia salvación,
dije yo dirigiéndome al monje; a lo cual él respondió:
-El secreto, querido hermano, lo tiene revelado en su libro, la
Filocalia, v consiste en la oración ininterrumpida, que usted ha
estudiado tan concienzudamente, en la que ha puesto tanto celo y en
la que ha encontrado tanta plenitud.
-Padre, dije yo, me inclino ante usted. Por el amor de Dios,
hágame escuchar de sus propios labios, y para mi bien. algo relativo
a este misterio salvador de la santa oración, de la que ansío oír
hablar por sobre todas las cosas, acerca de la cual deseo leer toda
clase de comentarios a fin de fortificar y consolar a mi pobre alma
pecadora.
-Lamentablemente, contestó el monje, yo no puedo satisfacer su
inquietud a través de mis propias reflexiones ya que tengo muy poca
experiencia al respecto. Obran en cambio en mi poder unos apuntes
redactados con mucha claridad por un autor muy espiritual y que
tratan, precisamente, este tema. Sí nuestros amigos lo consienten,
los buscaré y, con el permiso de todos, lo leeré.
"El staretz, haciéndose eco de un sentir común dijo:
-Tenga la bondad, Padre-. Por favor, no nos oculte un
conocimiento tan saludable.
"El monje buscó el escrito y comenzó a leer:

49
EL SECRETO DE LA SALVACION REVELADO POR LA ORACION
ININTERRUMPIDA

"¿Cómo salvarse? Esta piadosa pregunta se la hace,


naturalmente, el espíritu de todo cristiano que toma conciencia, tanto
del dolor y de la caída de la naturaleza humana como de la tendencia
original hacia la verdad y la virtud que aún conserva.
"Todo aquél que posee un cierto grado de fe en la inmortalidad y
en la otra vida, en algún momento será llevado a pensar: '¿Cómo
puedo encontrar la salvación?'
"Para hallar una respuesta a este problema, en primer lugar
deberá acercarse a los hombres sensatos y a los sabios, luego,
según sus indicaciones, leerá las obras que sobre el tema han escrito
autores espirituales y comenzará a seguir inflexiblemente las reglas
leídas o escuchadas. En todas las instrucciones encontrará
constantemente planteadas -como condiciones indispensables para la
salvación- la lucha consigo mismo y una vida virtuosa que lo
conducirán al cumplimiento constante de los mandamientos de Cristo
y a testimoniar una fe firme e inquebrantable, a realizar las obras de
la fe. Deberá aprender que todos estos requisitos para la salvación
deben ser llenados con la más profunda humildad y, además, que
todas las virtudes están asociadas las unas con las otras, por lo cual
deben fortificarse mutuamente y complementarse. De igual modo
aprenderá que "aquél que es infiel en las cosas pequeñas, lo será
también en las grandes ".
"Por otra parte, para hacer que se arraigue en él la necesidad de
alcanzar esta virtud compuesta y simple a la vez, habrá de escuchar,
periódicamente, las más altas alabanzas sobre su belleza, como así
también, la denuncia acerca de la descomposición y la miseria que el
vicio trae aparejadas. Todo esto se grabará en su espíritu, y junto a
ello, la promesa verídica de grandiosas recompensas o terribles
castigos en la otra vida.
"Tal el carácter de la predicación en los tiempos modernos. Así
guiado, el hombre que desea ardientemente la salvación se dispone a
ejecutar con alegría lo que aprendió, a experimentar lo que ha leído y
escuchado. Pero, a partir del primer paso que da en este camino,

50
comprende que, desgraciadamente, le es imposible concretar sus
intenciones. Descubre por anticipado que su naturaleza caída puede
más que las convicciones de su espíritu, que su libertad es
prácticamente nula, que sus tendencias están pervertidas, que su
'fuerza espiritual" no es más que debilidad. Entonces piensa: "¿No
existirá algún medio que permita cumplir lo que la ley de Dios
requiere, lo que la piedad cristiana pide, el cual hayan utilizado todos
aquellos que alcanzaron la salvación y la santidad?'. En
consecuencia, y para conciliar las exigencias de su conciencia y su
falta de voluntad para obedecerlas, acude nuevamente a los
predicadores de la salvación. y les pregunta, -'¿Cómo lograr mi
salvación? ¿Cómo justificar mi incapacidad para cumplir con lo que
se me pide?. Y aquéllos que me transmiten su prédica, ¿son ellos
mismos tan fuertes como para ponerla inf7exiblemente en práctica?'.
-Pregunte a Dios, ruegue, rece para obtener su ayuda, le
contestan.
"¿No hubiera sido más provechoso, entonces, -concluye el que
busca la salvación- haber comenzado por la oración, que por sí sola
brinda la fuerza necesaria para cumplir con las demandas de la vida
esl7iritual?". Decide, pues, consagrarse a su estudio: Lee, medita,
estudia las enseñanzas de quienes han escrito sobre ella y,
verdaderamente, encuentra en esos autores muchos pensamientos
profundos, muchas ideas luminosas, muchas palabras cargadas de
fuerza que hablan de la necesidad de orar y del poder de la oración;
del celo - v de la atención; de la pureza de espíritu y de la humildad,-
de la constricción y de todas las otras condiciones que ella exige,
Pero, ¿qué es en sí la oración? ¿Cómo hacer para orar? Es muy
difícil hallar una respuesta precisa -que todos puedan comprender--, a
estos problemas tan fundamentales y urgentes. Por tal razón, estas
ardientes preguntas quedan, por lo general, sin ser contestadas, y el
que las hace permanece separado de la oración corno por un velo de
misterio, ya que todo cuanto ha leído no le permite conocer sino un
aspecto, el cual, si bien piadoso, resulta superficial. Llegado a este
punto, el hombre puede pensar que la oración consiste en concurrir a
la iglesia, persignarse, inclinarse, prosternarse, leer los salmos, los
cánones y los akatistes; lamentablemente, esta es la conclusión a
que arriban aquellos que no han tomado contacto con los escritos de
los Santos Padres sobre la oración interior y la contemplación.

51
"Sin embargo, a la larga, el que busca termina por encontrar un
libro llamado la Filocalia, en el cual, veinticinco Padres muy
prudentes, exponen en forma accesible el conocimiento científico, y la
verdadera esencia de la oración del corazón. En ese momento
comienza a descorrerse el velo que oculta el secreto de la salvación;
él descubre que orar, en realidad, consiste en dirigir, sin descanso, el
pensamiento y la atención hacia el recuerdo de Dios, viviendo a su
presencia, despertando el amor en sí pensando en El y asociando Su
Nombre a la respiración y a los latidos del corazón. De tal modo,
todos sus actos estarán guiados por la invocación que pronuncian sus
labios o por la recitación de la Oración de Jesús, en todo tiempo y
lugar.
"Estas luminosas verdades, esclareciendo su espíritu y abriendo
ante él un camino, lo impulsan hacia la práctica de la oración tal como
lo indican aquellas sabias enseñanzas. En sus primeros intentos, sin
embargo, habrá de enfrentarse con no pocas dificultades. Finalmente,
un maestro experimentado le mostrará (en el mismo libro) toda la
verdad, o sea que, tanto para perfeccionar la oración interior como
para la salvación del alma, la oración debe ser permanente. De donde
resulta que todo el método de la actividad salvadora, se funda en la
frecuencia de la oración. Simeón, el Nuevo Teólogo, dice: 'Aquél que
ora sin cesar realiza, en ese único acto, la síntesis de todo lo bueno”,
y para exponer esta verdad en toda su plenitud, el maestro la
desarrolla de la siguiente forma:
“Para la salvación del alma es necesario, ante todo, la fe verdadera.
La Santa Escritura dice: Sin fe es imposible agradar a Dios (Heb. 11,6).
Aquél que carezca de fe será juzgado; sin embargo, las mismas
Escrituras nos muestran que un hombre, por sí solo, no puede hacer que
la fe crezca en él, ni aún del tamaño de un grano de mostaza, ya que ella
no tiene su origen en nosotros sino que es un don de Dios. En efecto, la
fe es un don espiritual, otorgado por el Espíritu Santo. Siendo así, ¿qué
podemos hacer? ¿Cómo conciliar la necesidad que el hombre tiene de la
fe con la imposibilidad de provocarla humanamente? El modo de lograrlo
se encuentra, también, revelado en las Escrituras: Pedid y os será dado.
Los Apóstoles no podían por sí mismos suscitar en ellos la perfección de
la fe, pero rogaron a Jesucristo diciendo: Señor, aumenta nuestra fe. Este
ejemplo nos muestra como se accede a ella por la oración, siendo ese el
único modo de obtenerla.

52
"Para la salvación del alma, además de la fe verdadera, son
necesarias las buenas obras, -pues la fe, sin las obras, está muerta- ya
que el hombre será juzgado también por sus obras, y no solamente por su
fe. Si quieres entrar en la vida observa los mandamientos: no mates; no
cometas adulterio; no robes; no levantes falso testimonio; honra a tu
padre y a tu madre; ama al prójimo como a ti mismo. Y se deben observar
todos los mandamientos a la vez, porque aquél que guarda la Ley, si
pecara contra uno solo de los mandamientos, se hará culpable de todos
(Sant. 8, 10). Esto nos lo enseña el Apóstol Santiago. En cuanto al
Apóstol Pablo, al describir la debilidad humana, dice: Por las obras de la
Ley nadie será reconocido justo... (Rom. 3,20). Sabemos, en realidad, que
la Ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido por esclavo al poder del
pecado... querer el bien está en mí, pero reconozco que hacer lo bueno
no lo está; pues no hago el bien que quiero sino el mal que no quiero...
me complazco en la Ley de Dios según el hombre interior, pero hay otra
ley en mis miembros... que me esclaviza al pecado”.
“Entonces, ¿Cómo cumplir las obras prescriptas por la Ley de
Dios, si el hombre carece de la fuerza necesaria para hacerlo? En
verdad, no tiene posibilidad alguna de lograrlo en tanto no lo pida: No
tenéis porque no pedís (Sant. 4,2), tal es la razón que da el Apóstol, y
Jesucristo mismo, dice: Sin Mí, nada podéis hacer. En cuanto a
nuestra relación con El, estas son sus palabras: Morad en Mí como
Yo en vosotros; aquél que mora en Mí, y Yo en él, ese llevará
frutos en abundancia. Morar en El significa, en este caso, vivir a su
presencia por la invocación continua de Su Nombre: Si pedís algo en
Mi Nombre, ello os será concedido. La posibilidad de hacer el bien,
por lo tanto, está dada por la oración misma, de lo cual podemos ver
un ejemplo en el Apóstol Pablo, quien, doblando su rodilla ante Dios
Padre, rogó tres veces pidiendo fuerzas para que su hombre interior
pudiera vencer la tentación, recibiendo por respuesta la orden de
orar, de orar continuamente, a cada paso.
"De lo que se acaba de exponer, se puede inferir que la salvación
integral del hombre depende de la oración. Más que necesaria, ella
es primordial, ya que a través suyo se vivifica la fe y se cumplen las
buenas obras. En una palabra, median te la oración todo progresa
exitosamente, cuando ella falta, en cambio, ningún acto de piedad
cristiana es posible. Virtudes y obligaciones tienen cada una su
tiempo, pero para cumplir con la exigencia de ofrendar
permanentemente nuestra vida, ello depende por entero de la

53
oración, la cual debe ser ininterrumpida: Orad sin cesar. Es
conveniente orar siempre, en todo momento y lugar.
"La verdadera oración ha de llenar condiciones especiales. Debe
ser ofrecida con un espíritu y un corazón puros, con ardiente celo y
atención rigurosa, con temor y respeto a la vez, y con la más
profunda humildad. Pero, ¿qué persona, -aún siendo poco
consciente- no admitirá que está lejos de llenar esas condiciones, y
que ofrece su oración por necesidad, por sentirse obligado y no por
inclinación propia, complacencia o amor a la oración? A este
respecto, la Santa Escritura afirma que no está en manos del hombre
conservar su espíritu inquebrantable y libre de malos pensamientos,
pues los pensamientos del hombre son malos desde su juventud,
y que sólo Dios puede darle otro corazón y un espíritu nuevo, porque
el poder y el obrar están en manos de Dios. El Apóstol Pablo dice:
Si oro en lenguas, mi espíritu ora, pero mi mente no saca fruto (I
Cor. 14,14), y agrega: Nosotros no sabemos pedir lo que nos
conviene (Rom, 8, 26). De lo cual resulta que, por nosotros mismos,
somos incapaces de ofrendar la verdadera oración, que nos es
imposible manifestar las propiedades esenciales de la verdadera
oración.
"Por lo tanto, siendo tan grande la impotencia del ser humano,
¿qué posibilidades le restan a su voluntad y a su fuerza para salvar
su alma? Si el hombre no puede obtener la fe sin orar, -y esto se
aplica, igualmente, a las buenas obras- y al mismo tiempo la ver-
dadera oración escapa a sus manos, ¿qué le queda entonces por
hacer? ¿Cómo ejercer su voluntad y su fuerza para no perecer, para
alcanzar la salvación?
"Toda acción persigue un logro, pero Dios se ha reservado, en
este caso, la libertad de concederlo. Para que la dependencia del
hombre respecto a la voluntad divina se le haga manifiesta, y para
que una más profunda humildad crezca en su alma, Dios sólo dejó
librado a su voluntad y a su fuerza, el número, la frecuencia de las
oraciones. El le ha ordenado que ore sin cesar, siempre, en todo
momento y lugar, y en esa disposición le ha revelado, al mismo
tiempo que el método secreto de la verdadera oración, el misterio,
tanto de la adquisición de la fe, como del cumplimiento de Sus
mandatos.

54
"Es, entonces, el número de oraciones lo que el hombre tiene
asignado, su frecuencia le pertenece y depende de su voluntad. Tal
es la enseñanza de los Padres de la Iglesia. San Macario el Grande
dice que, en verdad, orar es un don de la gracia,- San Eznik afirma
que la oración frecuente se vuelve, primero, un hábito, después, una
segunda naturaleza, y que es imposible purificar el corazón sin la
invocación repetida del nombre de Jesucristo; Calisto e Ignacio
aconsejan, antes que la práctica de las virtudes, pronunciar con-
tinuamente el Santo Nombre, pues esa repetición conduce, a la
oración imperfecta hacia su perfección; el bienaventurado Diádoco
asegura que si un hombre invocara al Señor tan ininterrumpidamente
como le fuera posible, no caería jamás en el pecado.
"¡Cuánta experiencia y cuánta sabiduría muestran esas palabras!
Cuán cerca del corazón se sienten esas prácticas instrucciones de los
Padres; y en su simplicidad, ¡cómo iluminan el camino que conduce al
alma a su perfección! ¡,Qué contraste con las instrucciones morales
de la razón teórica! Ella habla de esta manera: '¡Haced tales y cuales
buenas acciones!' '¡Armaos de valor!' '¡Emplead vuestra fuerza de
voluntad!'. 'Considerando los felices frutos de la virtud ¡esforzaos!
¡purificad vuestro espíritu y vuestro corazón de las ilusiones del
mundo, reemplazadlas por la meditación! ' '¡Haced el bien, seré¡ . s
respetados y encontraréis la paz!' '¡Vivid según la razón y la
conciencia!'. Sin embargo, a pesar de toda su fuerza, estas indica-
ciones de la razón no conducirán a ningún objetivo sin la oración
ininterrumpida, sin la invocación permanente de la ayuda de Dios.
“Volviendo ahora a otras enseñanzas de los Padres, veremos lo
que ellos nos dicen sobre la purificación del alma. Por ejemplo, San
Juan de la Escala, escribe: “Cuando vuestro espíritu se encuentre
entristecido por pensamientos impuros, alejad al Enemigo mediante la
invocación repetida del nombre de Jesús. No encontraréis, en la tierra
ni en el cielo, arma más poderosa y más eficaz que ésta'. San
Gregorio, el Sinaíta, nos enseña: “Nadie puede, por sí mismo,
dominar su espíritu; por consiguiente, cuando surjan los malos
pensamientos, invocad el nombre de Jesús -en forma repetida y con
breves intervalos-, y ellos se apaciguarán!. ¡Qué método tan fácil y
simple. Sin embargo, está comprobado por la experiencia. ¡Qué
contraste con los consejos de la razón técnica, que intenta, con
presunción, alcanzar la pureza por su propio esfuerzo!.

55
"Habiendo tomado nota de estas instrucciones fundadas en la
experiencia de los Santos Padres, llegamos, necesariamente, a la
conclusión de que el único, fundamental y más simple método para
alcanzar la salvación y la perfección espiritual, reside en la frecuencia
y en el carácter ininterrumpido de la oración, por más débil que ella
pueda ser.
"Si el alma cristiana no encuentra en sí misma la fuerza necesaria
para adorar a Dios en espíritu y en verdad, si su corazón no siente el
calor y la dulce satisfacción que produce la oración interior, entonces,
para consumar el sacrificio que le significa la oración, ella ha de
aportar, en cuanto dependa de su voluntad, todo lo que pueda, todo
lo que esté dentro de sus posibilidades. Familiarizará, ante todo, el
humilde instrumento de sus labios con la invocación frecuente y
persistente de la oración: Siempre flotará en ellos el nombre de
Jesús, ya que esto no representa un esfuerzo tan grande todos tienen
la capacidad de hacerlo. Por otra parte, es lo que indica el precepto
del Apóstol: Por El ofrezcamos a Dios, sin cesar, un sacrificio de
alabanza, es decir el fruto de los labios que confiesan Su
Nombre (Heb. 13, 15).
"La persistencia en la oración, sin duda, crea un hábito y, se
transforma en una segunda natuturaleza, la cual, oportunamente,
reúne la mente y el corazón en una relación armónica. Si un hombre
cumpliera continuamente con este precepto de la oración
permanente, con ello habría respetado todos los mandamientos; en
efecto, si en todo momento, en constancia y lugar,
ininterrumpidamente, él ofreciera la oración invocando en secreto el
muy Santo Nombre -y aun cuando al comienzo lo hiciera sin celo
espiritual y con gran esfuerzo-, ello no le dejaría tiempo para sus
divagaciones, para juzgar al prójimo, para derrochar su vida en
placeres mundanos .... Todo mal pensamiento encontraría un
obstáculo para su desarrollo, ninguna tentación podría alcanzarlo,
ningún acto culpable sería realizado, (como ocurre cuando el espíritu
está distraído) serían eliminadas las palabras vanas, 'todas las faltas
se verían y el poder misterioso de la invocación incesante le
recordaría siempre su vocación original: la unión con Dios.
"Estamos ahora en condiciones de apreciar la importancia y la
necesidad de perseverar en la invocación constante, ya que es el

56
único medio que tenemos para alcanzar la oración pura y verdadera,
y el mejor y más eficaz para lograr su finalidad, que es la salvación; el
deseo que sentimos de orar es ya una señal de que transitamos el
buen camino, pues ese sentimiento es obra del Espíritu Santo y de
nuestro Angel Guardián.
"Si algo faltaba para convencernos del poder y la bondad de la
oración, ello es el conocimiento de que el nombre de Jesucristo, el
cual invocamos incesantemente, posee una capacidad de salvación
que existe y actúa por sí misma. Por tal razón no debemos sentirnos
perturbados ante la imperfección o aparente esterilidad de nuestra
plegaria; dispongámonos, en cambio, a esperar con paciencia los
frutos ciertos de la permanente invocación del Nombre Divino, sin
prestar oídos a las insinuaciones de aquellos insensatos que, en su
inexperiencia, objetan que ella es solamente una repetición inútil y
aburrida. El poder del Santo Nombre, y su permanente invocación,
fructificarán a su debido tiempo.
"Un autor espiritual, refiriéndose a lo anterior, ha escrito: “Se bien
que muchos seudo espirituales y supuestos filósofos, persiguiendo la
falsa grandeza y las prácticas atractivas para la razón y el orgullo,
consideran a la oración incesante como un simple ejercicio vocal
carente de significación, una vulgar ocurrencia, y hasta una
despreciable ocupación. Pero ellos se engañan a sí mismos, pues
olvidan la enseñanza de Jesucristo: En verdad os digo, si no os
hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos (Mt.
18,3). Ellos pretenden elaborar, para su uso particular, una especie
de ciencia de la oración apoyada sobre los inestables cimientos de la
razón natural. En cuanto a nosotros ¿tenemos alguna necesidad de
erudición, ciencia o reflexión para decir con un corazón ferviente:
Señor Jesucristo, -Hijo de Dios, ten piedad de mí? ¿No celebra
acaso nuestro Divino Maestro, El mismo esta oración? Persevere el
alma cristiana con valor, no se detenga en la incesante invocación.
Aun cuando su grito sea todavía el de alguien que combate consigo
mismo, el de alguien que encuentra todavía satisfacción en las cosas
de este mundo, ¡no importa! ¡persevere! No se quede ella reducida al
silencio ni se turbe, pues su oración se purificará a sí misma por la
repetición. Que no abandonen jamás su memoria, estas palabras: ...
porque es mayor el que está en vosotros que aquel que está en
el mundo.

57
"Todas estas afirmaciones, en cuanto a que el poder de la oración
es ciertamente accesible para el hombre, deben llevarnos a intentar
su práctica, ofreciendo, en principio, un día, durante el cual
dedicaremos más tiempo a la invocación del Santo Nombre que a las
otras ocupaciones. Este primer triunfo de la oración sobre los
quehaceres mundanos nos mostrará, a su tiempo, que aquella no fue
una jornada perdida sino ganada, pues ella borrando de nuestro
memorial todos los pecados de ese día, apoyará nuestros pies en la
escala de la virtud, otorgándonos la esperanza de la santificación, La
oración, en la balanza del Juicio, contrapesa nuestra debilidad y
malas acciones".
"Desde lo profundo de mi corazón, santo Padre, -dije yo-
agradezco la lectura de este texto que tanta alegría ha proporcionado
a mi alma pecadora. Le ruego, por el amor de Dios, que me permita
copiarlo, cosa que podré hacer en una o dos horas, pues es tan
hermoso, tan reconfortante, tan comprensible y claro para mi pobre
mente, como la propia Filocalia, donde los Padres tratan el mismo
asunto; por ejemplo, Juan de Cárpatos dice en la cuarta parte de ese
libro: 'Si carecéis de la fuerza necesaria para dominaros a vosotros
mismos y para cumplir con las obras de la ascesis, sabed que Dios,
aun así, desea salvaros a través de la oración'. Pero todo esto, ¡cuán
magníficamente está desarrollado en su cuaderno!. Después de
hacerlo con Dios, yo le agradezco, Padre, que nos lo haya hecho
escuchar.
"Intervino entonces el profesor, quien dijo: 'También yo presté, con
gran placer, mucha atención a su lectura, Padre. Debo decirle, sin
embargo, que si bien todos los argumentos que se apoyan en una
lógica estricta son para mí un deleite, en este caso particular, pienso
que hacer depender la oración permanente de ciertas condiciones
que le sean favorables, como ser una soledad totalmente apacible, no
es algo muy practicable. Yo admito que la oración incesantemente re-
petida es un medio poderoso y único para obtener la ayuda de la
gracia divina en todo lo que hace a la santificación, y que ese medio
está al alcance de las posibilidades humanas. Pero, según entiendo,
está alejado de quienes no pueden disponer de la soledad y la calma
necesarias. Aquel que se aparta de los negocios, de las
preocupaciones y de las distracciones, ése puede orar
frecuentemente y hasta continuamente. Sólo ha de ocuparse de su

58
indolencia o de los obstáculos que pueden crearle sus propios
pensamientos. Si estuviera atado, en cambio, a diversos
compromisos, a diferentes tareas, y necesariamente rodeado de
bullicio, él no podría, de ningún modo, orar a menudo a causa de las
inevitables distracciones. En consecuencia, según deduzco, este
método de la oración permanente no puede ser practicado por
quienes están en el mundo, ya que depende de circunstancias
favorables que no existen allí",
-Considero que se ha apresurado al llegar a semejante conclusión,
dijo el monje, pues el corazón que ha sido instruido en la práctica de
la oración interior puede invocar permanentemente el nombre de Dios
sin sentirse, para ello, impedido por ninguna ocupación corporal o
mental, y a pesar de todos los ruidos. Quienes saben de esto, lo
saben por su propia experiencia, quienes lo ignoran, deberán
aprenderlo me diante un entrenamiento progresivo. Podemos
agregar, sin temor a equivocarnos, que ninguna distracción ni
tentación exterior pueden interrumpir la oración de aquél que desea
orar, ya que el pensamiento secreto del hombre no depende de las
condiciones exteriores y permanece enteramente libre en sí mismo;
es decir, que en cualquier momento se lo puede orientar hacia la
oración. También la lengua, secretamente y sin emitir sonido alguno,
puede pronunciar la oración en presencia de muchas personas o
cumpliendo cualquier tarea. Por otra parte, jamás los asuntos y
conversaciones que nos ocupan, serán tan importantes e interesantes
como para iinpedirnos -aún cuando no poseamos un espíritu
habituado a la oración permanente- elevar nuestra invocación.
"Si bien la soledad y el apartamiento de las distracciones propias
de la vida del mundo constituye condición favorable para la oración
atenta e incesante, deberíamos avergonzamos de nuestra reticencia
a practicarla, ya que su número y frecuencia están posición de todos.
La debilidad y las ocupaciones son pobres excusas, pues existen
muchos hombres cargados de deberes absorbentes, de
preocupaciones y trabajo, no sólo han invocado sin cesar el divino
Nombre, sino que, además, han alcanzado de ese modo la oración
interior y permanente del corazón. Así, por ejemplo, Fotius, -que de
senador fue llevado a gobernar el vasto patriarcado de Constantino
jamás dejó de perseverar en la invocación del Nombre de Dios hasta
no haber alcanzado la oración permanente del corazón. También

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Calisto, mientras ejercía su actividad de cocinero en el monte Athos, y
Lázaro, de corazón simple, trabajando continuamente para su
hermandad, llegaron a ese estado en medio, y a pesar de sus
ruidosas ocupaciones, repitiendo sin intención la Oración de Jesús.
Como estos, hay muchos otros ejemplos de seres que, practicando la
invocación incesante del santo Nombre, llegaron a la oración
ininterrumpida.
"Si los absorbentes asuntos del mundo y la sociedad con los
hombres fueran realmente un impedimento para orar, con seguridad
no hubiéramos recibido ese mandato. San Juan Crisóstomo en sus
enseñanzas acerca de la oración, nos dice: 'Nadie debe afirmar que
no la practica (a la oración) por estar absorbido en sus ocupaciones,
o porque no le es posible concurrir a la iglesia, pues, cualquiera sea
el lugar en que uno se encuentre, siempre puede elevar en su
corazón un altar y adorar a Dios con su pensamiento”.
"Toda oportunidad, entonces, es buena para orar; podemos
hacerlo durante un viaje o mientras realizamos un negocio, parados
frente a un mostrador, sentados o efectuando un trabajo manual; todo
momento y lugar son propicios para la oración. El hombre que
verdaderamente desea orar, transformará todas las circunstancias en
favorables volcando la atención sobre sí mismo. Aquél que estuviera
convencido de que la oración constituye su ocupación fundamental, y
que todo otro deber se le debe subordinar, cambiará, naturalmente,
ciertas actitudes; así, por ejemplo, en las conversaciones que
obligadamente deba sostener con otras personas, tratará de ser
conciso, rechazando todo tipo de palabras inútiles; no se preocupará
por las cosas que podrían molestarle; dispondrá de sus asuntos y
utilizará su tiempo de esa manera conveniente para sus fines; de todo
hará un camino para llegar a la oración y a la paz, Todas las acciones
de un hombre cuya vida ha sido ordenada de este modo lo habrán
conducido, progresivamente y a través del poder de la invocación al
Nombre de Dios, a la oración permanente del corazón. Sabrá por a
experiencia que la Perseverancia en la Oración, único medio de
salvación, está a disposición de la voluntad del nombre; que es
verdaderamente posible orar en todo momento y lugar, El habrá
avanzado, desde la simple vocalización de la plegaria y de allí a la
oración interior del corazón, que abre para nosotros las puertas del
reino de Dios.

60
-Admito que ciertas ocupaciones maquinales permiten orar en
forma frecuente, y aún continua, ya que un trabajo de ese tipo no
exige una aplicación mental profunda ni mucha reflexión; es por eso
que permite al espíritu sumergirse en la oración mientras los labios la
pronuncian. Sin embargo, si debo ocuparme de algo puramente
intelectual -una lectura complicada, o la consideración de un grave
problema, o una composición literaria- ¿cómo hacer para orar al
mismo tiempo con el espíritu y los labios? Siendo la oración, ante
todo, una acción mental ¿cómo, simultáneamente, puedo intentar con
mi espíritu hacer algo diferente?
-La respuesta que usted busca no es tan difícil de hallar, si
consideramos que aquellos que practican la oración pueden dividirse
en tres categorías: la de los principiantes, la de quienes en cierta
medida han progresado en ella, y la de los muy adelantados.
"Los que recién se inician suelen experimentar, a menudo, ciertos
raptos, ciertos movimientos en su pensamiento y en su corazón, que
los acercan a Dios; ellos son capaces de repetir breves oraciones con
sus labios, aun durante la realización de un trabajo intelectual.
"Los que han progresado en la oración, y logrado mayor
estabilidad mental, pueden ejercitarse en meditar o escribir
continuamente a la presencia de Dios.. He aquí una imagen que
aclarará estas palabras: suponga usted que un monarca severo y
exigente le ordena componer un tratado sobre un tema sumamente
difícil, y dispone que debe hacerlo allí, frente a él, al pie de su trono.
Por más grande capacidad de concentración que posea para el
trabajo, la presencia de un rey poderoso, del cual depende su vida,
no le permitirá olvidar, ni por un instante, que usted piensa, reflexiona
y escribe, no en la soledad, sino en un sitio que requiere una atención
y un respeto fuera de lo habitual. En esta conciencia de la proximidad
del rey reside el secreto: a través de ella le será posible consagrarse
a la oración interior, aún durante un complicado trabajo intelectual.
"En cuanto a los más adelantados, ninguna tarea intelectual, por
ardua que pudiera ser, logrará interrumpir su oración. Quienes
pertenecen a esta categoría han pasado, por el hábito prolongado o
por la gracia de Dios, de la oración mental a la oración interior e
ininterrumpida-, ellos continuarán orando incluso mientras duermen, -
"Yo dormía, pero mi corazón velaba" (Cant. 5.2), ha dicho alguien

61
muy sabio. Su corazón alcanzó esta espontaneidad para la invoca-
ción incesante del Santo Nombre, y en cualquier circunstancia y lugar
-por más abstractas y difíciles que pudieran ser sus ocupaciones
intelectuales- tienen su espíritu absorbido por la oración permanente;
en ellos la oración vela por sí misma.
-Permítame, Padre, expresarle mi opinión -dijo el sacerdote-; sólo
quiero decir dos o tres palabras. En el texto que usted leyó, se
encuentra claramente expresado que para lograr la perfección y
alcanzar la salvación, el único medio que tenemos a nuestra disposi-
ción es la perseverancia en la oración. Sin embargo, hay cosas que
no entiendo y que me llevan a preguntar: ¿qué beneficio puedo hallar
en la invocación continua del Nombre de Dios, si lo hago solamente
con la lengua, sin prestar atención y sin comprender lo que digo? No
se transformaría todo eso en una repetición inútil, en la que se
desequilibra el espíritu mientras la lengua prosigue con su vano
palabrería? Dios no nos pide palabras sino un espíritu atento y un
corazón puro. ¿No sería mejor, entonces, ofrecer una oración, incluso
muy breve, poco frecuente y sólo en los momentos apropiados, pero
hecha con atención, con celo y ardor, y con el discernimiento
necesario? Pues una plegaria, aún repetida día y noche, si
carecemos de la pureza mental necesaria, no constituye un acto de
piedad y no aporta nada a nuestra salvación; sólo se apoya en el
palabrería externo, de lo cual resulta un cansancio y un aburrimiento
que terminan por debilitar la fe que habíamos depositado en la
oración y nos lleva a rechazarla por estéril. Por otra parte, la inutilidad
de la oración realizada solamente con los labios se deduce a partir de
la revelación de la Escritura, cuando dice: Este pueblo me honra con
sus labios, pero su corazón está lejos de Mí (Mt. 15.8), o bien: No
todo el que Me dice: iSeñor! ¡Señor!, entrará en el Reino de los
Cielos... (Mi. 7.8 1 ),, y además: Prefiero hablar en la iglesia cinco
palabras con inteligencia para instruir a los demás antes que diez mil
palabras en lenguas (I Cor.14,19). Todo esto nos muestra la
esterilidad de la oración distraída y exterior, hecha sólo con los labios.
-Sus objeciones podrían ser tomadas en cuenta, dijo el monje, si
no fuera por el hecho de que a la recomendación de orar con los
labios, le fue agregada la de hacerlo continuamente y, además, por
algo tan importante como lo es el poder que, en sí misma, posee la

62
invocación del santo Nombre de Jesucristo, a través de cuya práctica
se obtienen corno fruto, la atención y el amor por la oración.
"Volviendo al tema de la frecuencia, la duración y el carácter
ininterrumpido de la oración (aunque al comienzo se realice con
desatención o aridez), lo examinaremos ahora más de cerca. Un
autor espiritual, después de mostrar el gran valor y la utilidad que re-
sulta de la oración frecuentemente pronunciada de una forma
invariable, nos dice:
“Muchas personas, aparentemente ilustradas, consideran esta
ofrenda -frecuentemente repetida- de una misma oración, como algo
inoperante y hasta fútil, como una ocupación mecánica y pronta de
insensatos. Es que ellas desconocen el secreto que se oculta tras
esta práctica aparentemente maquinal, e ignoran que el movimiento
continuo de los labios se transforma, insensiblemente, en un llamado
sincero del corazón, se expande en la vida interior, se convierto en
una alegría, por así decirlo, inherente al alma, aportándole su luz y su
calor, y conduciéndola hacia la unión con Dios. Esas personas me
recuerdan a niños que están aprendiendo el alfabeto y la lectura;
cuando se sienten cansados, exclaman: “¿No hubiera sido cien veces
mejor haber ido de pesca, como papá, antes que pasar todo el día
repitiendo incesantemente: a, b, c. o garabateando sobre el papel con
una pluma?. La utilidad de poder leer, y el saber que ello proporciona,
que no es sino el fruto de este penoso estudio del abecedario, es
para ellos algo desconocido. Del mismo modo, los frutos de la
invocación simple y frecuente del Nombre Divino es un secreto velado
para esta gente, que no tiene fe en su práctica ni cree en sus
resultados. Considerando la oración a través de su propia razón,
miope e inexperimentada, olvidan que el hombre está formado por
cuerpo, alma y espíritu".
“¿Por qué, por ejemplo, cuando usted desea purificar su alma,
comienza por ocuparse del cuerpo, por ayunar, por privarlo de comida
y alimentos estimulantes? Es, naturalmente, para que no se
constituya en un obstáculo o, mejor dicho, para que favorezca la
pureza del alma y el discernimiento de la mente, para que la
sensación constante de hambre corporal le recuerde su
determinación de buscar la perfección interior y las cosas que
agradan a Dios, que tan fácilmente se suelen olvidar. Uno aprende

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así, por experiencia, que a través del acto exterior del ayuno corporal
se lleva a cabo la purificación interior del espíritu y se alcanza la paz
del corazón, se encuentra un instrumento para domeñar las pasiones
y un estímulo para el esfuerzo espiritual. Podemos ver, entonces, que
es posible, por medio de actos exteriores y materiales, lograr una
ayuda, un beneficio interior v espiritual.
"Fácilmente puede usted concebir, ahora, que algo similar ocurre
con la oración frecuentemente repetida por los labios, o sea que, a la
larga, ella atraerá la oración interior del corazón, favoreciendo la
unión del espíritu con Dios. Es tonto pensar que la lengua, cansada
de esta repetición, de esta árida ausencia de comprensión, se verá
obligada a dejar totalmente, por inoperante, su esfuerzo exterior, pues
la experiencia prueba lo contrario. En efecto, quienes han alcanzado
la oración permanente aseguran que aquél que ha resuelto
pronunciar sin cesar la invocación del Santo Nombre -o sea la
Oración de Jesús- habrá de enfrentarse, al principio, con no pocas
dificultades, principalmente con la pereza. Sin embargo, si persevera,
se irá familiarizando progresivamente con la oración y, con el tiempo,
sus labios y su lengua adquirirán una gran capacidad para esa
práctica: automáticamente se pondrán en movimiento y pronunciarán,
sin que se perciba sonido alguno, la invocación. Al mismo tiempo, su
garganta habrá ido de tal modo acostumbrándose a ella que el
individuo, al orar, comenzará a creer que enunciar la oración
constituye una de sus propiedades permanentes y esenciales, pues
cada vez que se detiene siente que algo le falta. Se podrá deducir,
entonces, que su espíritu ha empezado a ceder y a tomar interés en
esta acción -no voluntaria- de los labios; en ese momento se habrá
despertado la atención, esa atención que conducirá su corazón a una
serie de deleites y, finalmente, a la verdadera oración.
"Ya puede ver usted, ahora, el verdadero y beneficioso efecto de
la oración vocal, frecuente o permanente, el cual no coincide para
nada con la idea que de ella se han forjado aquellos que no la han
ensayado ni comprendido. En cuanto a los pasajes de la Sagrada
Escritura que mencionó en apoyo a sus objeciones, ellos se pueden
explicar si hacemos un correcto examen de los mismos.
"Cuando Jesucristo denuncie la adoración hipócrita, -la adoración
de Dios hecha sólo con la boca- así como la ostentación y la ausencia

64
de sinceridad de quienes exclaman: ¡Señor! ¡Señor!, ello obedece a
que la fe de los orgullosos fariseos se expresaba apenas en sus
labios: ni la acompañaban sus obras ni la confesaba su corazón. Las
palabras de Jesús, entonces, iban dirigidas a los fariseos y no tenían
relación alguna con esta oración, acerca de la cual dio instrucciones
precisas, directas y explícitas: Los hombres deben orar siempre, y no
desfallecer.
"Del mismo modo, cuando el apóstol Pablo afirma que prefiere
cinco palabras dichas con inteligencia a una multitud de palabras
huecas pronunciadas en una lengua desconocida, se refiere a la
doctrina en general y no a la oración, ya que al hablar de ella dice:
Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar... (I Tim. 2,8).
También pertenece a Pablo este precepto fundamental: Orad sin
cesar (I Tes. 5,17).
"Como se puede apreciar, esta breve oración resulta muy fecunda
a pesar de su simplicidad; y en cuanto a la exacta comprensión de la
Escritura, debo decir que ella exige una consideración reflexiva”.
-Cuán verdadero es todo esto, Padre mío -dije yo-; y puedo
agregar que muy a menudo he conocido personas totalmente
carentes de instrucción, las cuales, sin saber qué es la atención, y de
un modo absolutamente simple, ofrecen con sus labios,
permanentemente, la Oración de Jesús; las he visto, incluso, llegar a
un punto en el que ni sus labios ni su lengua podían detenerse; la
oración les proporcionaba la alegría y la luz y, al mismo tiempo, las
transformaba, de seres débiles y negligentes en acabados ascetas y
modelos de virtud.
-Es que la oración conduce al hombre, por así decirlo, hacia un
nuevo nacimiento; y su poder es tan grande que nada puede
resistírsele. Si ustedes así lo quieren, hermanos, he de leerles ahora,
a modo de despedida, un escrito, no por breve menos interesante,
que trata precisamente de ese aspecto de la oración.
-Todos los lo escucharemos con gran placer, dijimos los demás.
"El monje, entonces, dio comienzo a su lectura:

LA FUERZA DE LA ORACION

65
"Tan grande es el poder y tanta es la fuerza de la oración, que en
verdad podemos decir: “Ora, y haz lo que quieras, pues la oración
habrá de guiamos hacia acto justo.
“Para agradar a Dios es necesario, solamente, el amor: Ama y haz
lo que quieras, dice San Agustín, es el que ama realmente no puede
hacer aquello que disgusta al amado.
"Ya que la oración constituye la efusión y la actividad del amor,
podemos afirmar, por analogía.- "Ora y has lo que quieras, tú
alcanzarás el objetivo de la oración", pues la oración continua es
suficiente para lograr la salvación y la iluminación. Para comprender
mejor todo esto, he aquí algunas palabras que servirán para aclarar
estas afirmaciones
1. Ora, y piensa lo que quieras, tus pensamientos purificados por la
oración,- ella te dará el discernimiento necesario y rechazará y
suprimirá todos los pensamientos de índole malvada. A todos
aquellos e desean apartar de sí esos pensamientos y purificar
espíritu, San Gregorio el Sinaíta les aconseja: ”Ahuyéntalos por
medio de la oración" ' San Juan de Escala, a su vez, nos dice:
"Vence con el nombre de Jesús a los enemigos que dominan tu
espíritu; no podrás hallar mejor arma que ésta".
2. Ora, y haz lo que quieras. Tus actos serán útiles y saludables; y
agradarán a Dios. La oración frecuente, sin importar su contenido,
jamás deja de dar sus frutos; en ella residen el poder y la gracia, y
todo aquél que invoque el Nombre del Señor, se salvará" (Act.
2,21). Así ocurrió con un hombre que, a pesar haber orado sin
fervor y sin éxito durante largo o, alcanzó finalmente, a través de
su pobre orael discernimiento y la contrición. Y también obró el
milagro la oración en el caso de una muchacha que sólo buscaba
el placer, la cual, al entrar a su casa, pronunció la invocación, esto
fue suficiente para que viera con claridad el camino de la vida
virginal, el camino de la obediencia a las enseñanzas de Cristo.
3. Ora, y no te tomes mucho trabajo tratando de vencer tus
pasiones por tu propio esfuerzo; la oración ya se encargará a
su debido tiempo, de destruirlas, pues... El que está en vosotros
es más grande que el que está en el mundo (I Jn. 4,4). San Juan
de Cárpatos enseña que aquellos que no son capaces de

66
dominarse a sí mismos no deben afligirse, debiendo recordar, en
cambio, que Dios solamente les pide que estén bien dispuestos
para la oración, pues ella trae consigo la salvación. Hubo una vez
un staretz, del cual se cuenta en la Vida de los Padres que cayó
en el pecado y, en lugar de entregarse al desaliento, recurrió a la
oración, recuperando a través de ella su equilibrio.
4. Ora, y no temas nada. No temas infortunios ni temas desastres;
la oración te protegerá como protegió a San Pedro, que sucumbía
ante su falta de fe, y a San Pablo, cuando éste se hallaba en la
prisión; como liberó al monje de los asaltos de la tentación y salvó
a la joven de las malas intenciones del soldado; del mismo modo
como en muchos otros casos que ilustran el poder, la fuerza, y la
universalidad de la invocación del nombre de Jesús.
5. Ora, de una manera u otra, pero ora siempre, y sin dejar que
nada te desvíe. Trata de mantenerte alegre v tranquilo, pues la
oración, además de instruirte, pondrá orden en todo. Recuerda las
palabras que, sobre su poder, pronunciaron los santos Juan
Crisóstomo y Marcos el Asceta. El primero declara que la oracióm
-aún la ofrecida por seres como nosotros, llenos de pecados-
puede purificar rápidamente a quien la pronuncia. En cuanto al
segundo, él nos dice: El modo de orar está en nuestras manos,
pero hacerlo con
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pureza es un don de la gracia. Ofrece pues, a Dios, aquello que,
está dentro de tus posibilidades, o sea, en primer lugar, la
perseverancia en la oración, y El volcará, entonces, su fuerza en
tu debilidad. La oración, aún árida y pronunciada sin atención, por
su continuidad creará un hábito en tí, se convertirá en una segun-
da naturaleza, se transformará en una oración pura y luminosa, en
la admirable oración de fuego.
6. Para concluir, es importante señalar que cuanto más tiempo
dediques a la vigilancia en la oración, tanto menos lo tendrás para
las malas acciones, e incluso, ni pensarás en ellas.
Puedes apreciar, ahora, cuanta profundidad se concentra en la
sabia afirmación: "Ama y haz lo que quieras", "ora y haz lo que
quieras". ¡Cuánto aliento, cuánto consuelo encuentra en esas

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palabras el pecador que gime agobiado bajo el peso de sus
debilidades, soportando el ataque de sus pasiones desatadas!".
"La oración, en efecto, nos ha sido dada para llevar nuestra alma a
la perfección, -como un medio universal para alcanzar la salvación-
pero se ha puesto por condición que ella debe ser permanente. Orad
sin cesar, tal el mandamiento del Verbo de Dios, pues la oración es
más eficaz y brinda todos sus frutos cuando se la ofrece
continuamente. En tanto que su frecuencia depende de nuestra
voluntad, el celo necesario, su pureza y su perfección, son dones de
la gracia.
"Consagremos, entonces, toda nuestra vida a la oración; aun
cuando al comienzo estemos sujetos a distracciones, oremos tan
frecuentemente como nos sea posible, pues su práctica nos
conducirá a la atención, y su cantidad nos llevará, ciertamente, a la
calidad. Si queréis aprender algo, es necesario repetirlo tantas veces
cuantas sean necesarias, dice un experimentado autor.
-La oración es, en verdad, algo precioso, y su repetición
apasionada es la llave que abre el tesoro de gracia -dijo el profesor-;
pero, ¡cuántas veces me encuentro en conflicto conmigo mismo, entre
el entusiasmo y la pereza! ¡Cuán feliz me sentiría si pudiera hallar el
camino de la victoria, si pudiera despertar dedicarme a la práctica
continua de la oración!.
-Muchos espirituales -dijo el monje- ofrecen indicaciones que,
fundamentadas en sólidos razonamientos, tratan de estimular al alma
en la vía de oración. Por ejemplo:
1. Aconsejan impregnar el espíritu con el convencimiento de la
necesidad, la excelencia y la eficacia la oración para la salvación del
alma.
2. Sugieren que debemos adquirir la firme convicción de que Dios
exige de nosotros, en forma absoluta, la oración, tal como Su Palabra
lo ordena en todo momento.
3. Recuerdan que los perezosos y negligentes respecto de la
oración no realizarán progreso alguno los actos de piedad, como así
tampoco en la obtención de la paz y la salvación; por consiguiente, de

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manera inevitable, sufrirán tormentos, tanto en esta tierra como en la
otra vida.
4. Alientan la resolución de quienes que han adoptado su práctica,
con el ejemplo de aquellos que alcanzaron la santidad y la salvación
por el camino la oración permanente.
"Debemos decir, sin embargo, que a pesar del gran valor de estos
consejos, y aun cuando ellos sean fruto de un sano juicio, aquellas
almas que gustan del placer y se abandonan a la despreocupación -
no obstante haberlos aceptado e incluso seguido en alguna medida-
rara vez alcanzan a comprender su alcance, que estos remedios son
amargos para su escasa dedicación, y débiles para su naturaleza
profundamente alterada. ¿Existe, acaso, algún cristiano que ignore
que debe orar a menudo y diligentemente, y que este es un deber
cuyo cumplimiento exige Dios? ¿Existe alguno que no sepa del
perjuicio que le causa su pereza para con la oración, la cual todos los
santos han practicado con entusiasmo y perseverancia? El conoci-
miento de todo esto, lamentablemente, produce muy pocos frutos;
cualquier hombre, si se observa a sí mismo, podrá comprobar que
pocas veces responde a los buenos consejos, que a excepción de
algunas vagas inquietudes, él continúa llevando la misma vida, entre-
gado a la pereza y a la distracción. Por todo esto, en su experiencia y
divina sabiduría, los Santos Padres, grandes conocedores de la débil
voluntad de los hombres y del excesivo amor que por los placeres
alberga el corazón humano, adoptan al respecto disposiciones
especiales: para suavizar la prueba untan con miel el borde de la
copa. Nos enseñan, entonces, que el medio más eficaz y más sencillo
para librarnos de la pereza y de la indiferencia, radica en el
descubrimiento -con la ayuda de Dios- de la dulzura e inmensidad del
amor divino, al que podremos acceder a través de la oración; nos
aconsejan la lectura de este tema en los escritos de los Padres y nos
sugieren meditar frecuentemente sobre el estado de nuestra alma.
"Ellos nos alientan, además, proporcionándonos la seguridad de
que alcanzaremos, rápida y fácilmente, la alegría, la ligereza, el
entusiasmo inefable que -como la paz profunda y la beatitud-
provienen esencialmente de la oración del corazón.
"Cuando se entrega a reflexiones de esta clase, el alma débil y fría
se inflama y fortifica, se enciende en entusiasmo y, de alguna forma,

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se siente impulsada hacia la práctica de la oración. Como lo ha dicho
San Isaac el Sirio: La alegría que nace en el corazón cuando florece
la esperanza, es un incentivo para el alma y la meditación sobre esta
esperanza constituye el bienestar del corazón. El mismo autor nos
dice, además: Esta actividad (la oración), desde su origen hasta el fin,
presupone un método y, en cierto modo, también la esperanza de
obtener un resultado. Esto hace que el alma, al mismo tiempo que
coloca los cimientos de la tarea a cumplir, se consuele con la visión
del fin que aspira alcanzar.
Por su parte, San Eznik, después de mostrar a la pereza como el
obstáculo fundamental para la oración, y rechazando algunos
conceptos erróneos acerca de la norma de revivir el entusiasmo por
su práctica, nos dice claramente como conclusión: Si no existe una
razón que nos lleve a desear el silencio del corazón, que sea nuestra
motivación, entonces, el deleite que el alma experimenta con él y la
alegría inefable que proporciona. Como podemos apreciar, este
Padre considera al sentimiento de la alegría como un buen estímulo
para la oración; Macario el Grande, por su parte, y del mismo modo,
estima que los esfuerzos espirituales (la oración) deben cumplirse
con el propósito de obtener su fruto, en este caso, la felicidad del
corazón. Claros ejemplos de esta forma de pensar podemos
encontrar en los numerosos pasajes de la Filocalia que detallan los
deleites que trae consigo la oración, los cuales deberían ser leídos
asiduamente por todos aquellos que luchan contra la pereza o la ari-
dez, sin' dejar, por eso, de considerarse indignos de esa alegría y
reprochándose siempre su negligencia parra con la oración.
-¿No se correrá el riesgo -preguntó el sacerdote- de que
semejante meditación conduzca a una persona inexperta a la
voluptuosidad espiritual, o sea, según los teólogos, a esa tendencia
del alma excesivamente ávida de consuelos y placeres que no acepta
cumplir las obras de la fe como una simple obligación, sino que
espera siempre su recompensa?
-Tengo entendido que los teólogos, si bien previenen contra una
excesiva avidez por el goce espiritual, ellos no rechazan en modo
alguno la alegría y el consuelo de la virtud, dijo el profesor, pues, aun
cuando el deseo de recompensa no existe en aquél que llegó a la
perfección, Dios no prohibe pensar en la alegría y el consuelo,

70
utilizando El mismo la idea de recompensa para incitar a los hombres
a cumplir los mandamientos y buscar la salvación. Honra a tu padre y
a tu madre, es el mandamiento, a cuyo cumplimiento, y como
incentivo a la obediencia, sigue la recompensa: y te sentirás bien, He
aquí lo que exige la perfección: Si quieres ser perfecto, ve, vende
todo cuanto posees, y sígueme, pero a continuación sigue la
recompensa: y obtendrás un tesoro en el cielo. Esto es lo que dice la
Sagrada Escritura: Bienaventurados seréis si os odian los hombres, si
os expulsan, os insultan y proscriben vuestros nombres a causa del
Hijo del hombre (Lc.6,22), y su cumplimiento supone una entereza
poco común, paciente e inquebrantable; también son importantes, y
adecuados para suscitar y sostener esa entereza, el premio y el
consuelo: pues grande es vuestra recompensa en el cielo.
"Todo esto me lleva a afirmar que para la práctica de la oración del
corazón es necesario un cierto deseo de plenitud, y que él constituye,
probablemente, el único medio para lograr, al mismo tiempo, la
diligencia y el resultado, lo cual concuerda con las prácticas
enseñanzas que acabamos de escuchar de labios del Padre.
‘-Un verdadero teólogo -hablo de San Macario de Egipto- se
expresa en forma muy clara acerca de este asunto, dijo el monje, y lo
hace de este modo: Cuando plantáis una vid, a ella dedicáis vuestros
pensamientos y vuestros esfuerzos con la esperanza de recoger sus
frutos; si así no lo hacéis, todo sería en vano. Lo mismo ocurre con la
oración: si no buscáis el fruto espiritual -es decir, el amor, la paz, la
alegría y todo lo demás- todo será inútil. Tal es la razón por la cual
debemos cumplir nuestros deberes espirituales (la oración) con la
esperanza de alcanzar el fin y cosechar sus frutos, es decir el
consuelo y la alegría del corazón. ¡He aquí la respuesta del santo
Padre sobre la necesidad de la alegría en la oración!
"En cuanto a la práctica de la oración, acuden en este momento a
mi mente los conceptos de un autor que tuve oportunidad de leer no
hace mucho tiempo, el cual decía, más o menos, así: La oración es
natural en el hombre, y ese hecho es la causa primera de su
inclinación a ella. Del estudio de este hecho natural puede surgir, a mi
entender, algún medio poderoso que estimule a quienes se esfuerzan
por orar, medio que el profesor (que nos acompaña) busca tan
ardientemente.

71
"Si así me lo permiten, resumiré a continuación aquellos puntos
que en el libro de esté autor han llamado mi atención. El nos dice, por
ejemplo, que tanto la razón como la naturaleza pueden conducir al
hombre hacia Dios. La primera confirma el axioma dé que no puede
haber acción sin causa; de este modo, al recorrer la escala de las
cosas sensibles, desde la inferior hasta la más elevada, se llega a la
Causa Primera, Dios. La segunda manifiesta, inmediatamente, una
maravillosa sabiduría, una armonía y un orden que se transforman en
el punto de apoyo de la escala que conduce de las cosas finitas a lo
infinito De esta manera el hombre llega, naturalmente, al
conocimiento de Dios. Es por eso que no existen, y jamás han
existido, pueblos o tribus bárbaras totalmente carentes del
conocimiento de lo divino. Dicho conocimiento nace cuando el insular
más salvaje, por así decirlo, eleva involuntariamente, y sin ningún
impulso exterior, su mirada hacia el cielo, cae de rodillas, exhala un
gran suspiro que en verdad no comprende, y adquiere el
convencimiento de que hay algo en él que lo impulsa hacia lo alto,
algo que lo empuja hacia desconocido. Esto es el fundamento de las
religiones naturales.
"A propósito de lo anterior, podemos agregar que, universalmente,
la esencia, o el alma de las religiones consiste en la oración secreta,
la cual se manifiesta como una cierta actividad del espíritu y siempre
en forma de oblación. Esta oblación puede aparecer más o menos
deformada en el caso de las religiones naturales, dado que la
inteligencia de los pueblos paganos se encuentra sumida en la
oscuridad. Cuanto más sorprendente aparece este hecho ante los
ojos de la razón, tanto más importante se vuelve descubrir su causa
oculta, o sea ese algo maravilloso que se expresa (además) como
una tendencia natural hacia la oración. La respuesta psicológica a
este interrogante no es difícil de encontrar, ya que la raíz y la fuerza
de todas las pasiones y acciones del hombre es el amor, ese amor
que es innato en el ser. El universal y arraigado instinto de
conservación e que confirma lo expresado.
"Todo deseo humano, toda empresa, todo acto, tienden a la
búsqueda de la plenitud y satisfacción de ese amor del ser que
acompaña al hombre natural durante toda su existencia. Pero así
como el espíritu humano no se contenta con aquello que satisface
sus sentidos, tampoco el amor detiene jamás su movimiento en el

72
ser. El deseo, entonces, crece más y más; la determinación de
alcanzar la plenitud se acrecienta e invade la imaginación para
impulsar pulsar al sentimiento hacia un nuevo objetivo. Este
sentimiento, este deseo interior, a medida que se desarrolla, es el
estimulante natural de la oración, lo cual es una exigencia propia del
amor cuando se expande hacia el infinito.
"Cuanto menos el hombre natural alcanza la felicidad, tanto más la
persigue y tanto más aumenta su deseo; este crecimiento lo lleva,
finalmente, a buscar una salida en la oración. El recurre, entonces,
para satisfacer su deseo, a la Causa desconocida de todo lo que es.
Ese amor innato en el ser, ese primordial sostén de la vida es, por lo
tanto, el que estimula la oración, aun en el hombre natural.
"El Creador infinitamente sabio de todas las cosas dotó la
naturaleza humana con una particular característica del amor, a la
que los Padres llaman "solicitación", la cual posibilitaría al hombre
elevarse hasta el mundo celestial. -Ah, si él no la hubiera degradado,
si al menos la hubiera conservado en su excelencia de acuerdo con
su vocación de naturaleza espiritual... ! -Dispondría ahora de un
medio eficaz para lograr la perfección espiritual. Pero,
desgraciadamente, a menudo la transforma en pasión egoísta al
hacer de ella un instrumento de su naturaleza animal".
-Mis queridos visitantes -dijo el staretz- les agradezco desde lo
profundo de mi corazón esta agradable conversación. Ella ha
significado para mí un gran consuelo y, a pesar de mi falta de
experiencia, me ha enseñado muchas cosas. Que Dios les acuerde
su gracia a cambio del amor que han demostrado.

73
SEPTIMO RELATO

"Antes de emprender nuestro viaje, dije, ni mi piadoso amigo el


profesor, ni yo mismo, hemos podido resistir al deseo de hacerle una
corta visita para despedirnos de usted y pedirle que ruegue por
nosotros.
-Si, este encuentro ha significado mucho para nosotros, coincidió
el profesor, y también las conversaciones espirituales con que nos
hemos beneficiado aquí, en compañía de sus amigos. Guardaremos
en nuestros corazones el recuerdo de todo esto como testimonio de
amistad y amor cristianos, que evocaremos en aquel lejano país
hacia el cual nos encaminamos.
-Les agradezco que hayan pensado en mí, dijo gentilmente el
staretz, y, a propósito llegan ustedes muy oportunamente pues me
acompañan dos viajeros, un monje moldavo y un ermitaño que vivió
en silencio durante veinticinco años en pleno bosque. Como ambos
quieren conocerlos, los llamará. Aquí están.
-¡Ah! qué bendición la vida en soledad exclamé, y cuán
conveniente para conducir el alma hacia la unión permanente con
Dios! El bosque silencioso es como un jardín del Edén donde el árbol
de la vida crece en el corazón del recluso. Si yo tuviera esa
posibilidad, creo que nada me impediría practicar la vida eremítica.
-Visto de lejos, todo nos parece deseable, dijo el profesor, pero
aprendernos por experiencia que toda situación, a pesar de sus
ventajas, tiene también sus inconvenientes. Naturalmente, para el
que es melancólico por temperamento y amante del silencio, la vida
solitaria es un alivio. Pero, ¡cuidado! pues grandes son los peligros
que se pueden encontrar en este camino! La historia de la vida
ascética suministra muchos ejemplos de numerosos reclusos y
ermitaños que, habiéndose separado completamente de la sociedad
humana, han sido víctimas de ilusiones y graves seducciones. '
-Me sorprende que tan a menudo se repita en Rusia, -tanto en los
monasterios como entre los laicos temerosos de Dios- que muchas
personas que desean adoptar la vida eremítica o practicar la oración
interior, se desvían de esta inclinación por temor a las seducciones.

74
Al insistir de ese modo, se aleja uno de la vida interior y aparta de ella
a los demás. A mi entender, aquello obedece a dos causas: una, la
falta de comprensión de la labor a realizar como así también la
carencia de luces espirituales; y otra, nuestra propia indiferencia
hacia el logro de la contemplación y el recelo de que otros seres, a
los que nosotros juzgamos inferiores, nos aparten de este
conocimiento superior. Es de lamentar que aquellos que albergan
esta convicción no estudien la doctrina de los santos Padres sobre
esta materia. En efecto, los Padres enseñan con firmeza que no se
debe temer ni dudar cuando se invoca a Dios. Si algunos han sido
realmente víctimas de ilusiones, ello se debe al orgullo, al hecho de
no haber tenido un Padre espiritual, o al haber confundido las
apariencias y la imaginación con la realidad. Los Padres aclaran que
si sobreviene tal período de prueba, éste debe conducir a una
experiencia más consciente y a la corona de gloria, ya que Dios
acude rápidamente con Su ayuda cuando permite tal cosa. Debemos
ser valientes: Yo estoy con vosotros, no temáis, dice Jesucristo.
"Es inútil, entonces, temer por la oración interior con el pretexto de
evitar el riesgo de la ilusión. Pues una humilde conciencia de los
pecados, la sinceridad del alma hacia el Padre espiritual y la ausencia
de imágenes en la oración constituyen una defensa fuerte y segura
contra esas ilusiones, a las que muchos temen hasta el punto de no
atreverse a intentar la actividad espiritual.
Por otra parte, esa gente se encuentra ella misma expuesta a la
tentación, como nos lo dicen estas sabias palabras de Filoteo, el
Sinaíta: “Hay muchos monjes que, sin advertir su propia ilusión
mental, se convierten en víctimas de los demonios al dedicarse con
esmero a una sola práctica: las buenas obras exteriores. Casi no se
preocupan por la actividad espiritual, o sea la contemplación interior,
ya que sobre este punto no han sido ilustrados y lo desconocen todo".
“Incluso si oyeran decir que la gracia ha transformado interiormente a
otros, por envidia no verían en eso más que una ilusión', agrega San
Gregorio el Sinaíta.
-Permítame hacerle una pregunta, pidió el profesor, y continuó
luego: Por supuesto, la conciencia de los propios pecados no le es
ajena a nadie que preste atención a sí mismo, pero ¿cómo proceder
cuando uno carece de un Padre espiritual capaz de guiarlo de

75
acuerdo a la experiencia por él adquirida en el camino de la vida
interior, capaz, también, cuando uno le ha entregado su corazón, de
comunicarle un conocimiento exacto y digno de fe acerca de la vida
espiritual? En tal caso, antes de lanzarse a la contemplación, antes
de intentar la experiencia por los propios medios y sin guía, ¿no sería
más beneficioso privarse de ella? Por otra parte, no me resulta fácil
aceptar una total ausencia de imágenes cuando se está en presencia
de Dios. Opino, además, que eso no es natural, puesto que el alma, o
la mente, no puede representarse algo sin forma, en un vacío
absoluto. Si nuestra alma está inmersa en Dios, ¿no deberíamos
representamos a Jesucristo o a la Santísima Trinidad, y así sucesiva-
mente?
-Obtener los consejos de mi staretz, de un Padre espiritual
experimentado en los aspectos de la vida interior, al que pueda
diariamente abrirle el corazón sin reservas, confiada y
provechosamente, y manifestarle sus pensamientos y sus hallazgos
en el sendero de la educación interior, es el primer requisito que, para
la práctica de la oración del corazón, debe cumplir aquél que se ha
comprometido en el camino del silencio.
"En aquellos casos, sin embargo, cuando no es posible encontrar
un staretz, los mismos santos que lo aconsejan, hacen una
excepción. Nicéforo, el Monje, dando al respecto indicaciones
precisas, nos dice: “Para la práctica de la actividad interior del
corazón es preciso un Padre espiritual, auténtico y sagaz; aquellos
que no conocen ninguno deben ocuparse en buscarlo, pero si no lo
encuentran, deben implorar la asistencia de Dios con contrición y
extraer instrucciones y consejos de la doctrina de los Santos Padres,
confrontándolas con la palabra de Dios expuesta en las Escrituras. Es
necesario tener en cuenta, además, que el hombre, cuando busca
con buena voluntad y celos ardiente, puede obtener enseñanzas,
también de la gente común. Los Santos Padres aseguran, incluso,
que si uno interrogara a un sarraceno, creyente y bien intencionado,
su respuesta nos sería provechosa; si en cambio se pidiera consejo a
un profeta sin fe y carente de buenas intenciones, sus palabras no
resultarían satisfactorias. Conocido es el ejemplo de Macario el
Grande, de Egipto, quien, cierto día, recibió de un aldeano una
respuesta que puso fin a su angustia.

76
"Con respecto a la ausencia de formas, es decir al hecho de que
no se debe emplear la imaginación ni aceptar visiones durante la
contemplación -aunque se trate de una luz, de un ángel, de Cristo o
de cualquier santo-, esto, desde luego, como también el deber de
apartarse de toda ilusión, ha sido prescripto por los Padres
experimentados. Ello obedece a que la fuerza de la imaginación
puede, en ocasiones, encarnar las representaciones mentales y
darles vida. En este caso los inexpertos podrían sentirse atraídos por
estas ficciones y caer víctimas de la ilusión al confundirlas con
visiones producto de la gracia. Se deben tener presentes, entonces,
las advertencias de las Sagradas Escrituras, pues ellas nos dicen que
el mismo Satán puede tomar la forma de un ángel luminoso.
"El espíritu puede, natural y fácilmente, evocar la presencia de
Dios y mantenerse (ante su presencia) en un estado de total ausencia
de imágenes, pues la fuerza de la imaginación no necesita,
imprescindiblemente, de formas para proyectar sus representaciones,
las que serán, no obstante, perceptibles y concretas; por ejemplo las
representaciones que se hace el alma, del aire, del calor o del frío.
"Si al tener frío, entonces, uno puede formarse una idea muy viva
del calor, el cual, como sabemos, carece de contornos y no puede ser
visualizado -y en este caso tampoco medido por la sensación física
de quien tiene frío- del mismo modo, puede ser conocida por el
espíritu e identificada en el corazón, en un absoluto vacío de formas,
la Presencia espiritual e incomprensible de Dios.
-Yo he tenido oportunidad, dije, de encontrar en mis viajes gran
cantidad de gente piadosa que, a pesar de buscar la salvación,
manifestó temer la vida interior por considerarla una pura ilusión. Tal
vez con algún beneficio, a muchos de ellos les he leído las palabras
de San Gregorio el Sinaíta, en la Filocalia, quien dice que "la acción
del corazón no puede ser una ilusión (contrariamente a la del
espíritu), pues si el Enemigo pretendiera transformar el calor del
corazón en su propio fuego desencadenado, o sustituir su alegría por
los sombríos placeres de los sentidos, el tiempo, la experiencia, y aun
el sentimiento, se encargarían de hacer evidente su astucia y su
engaño, incluso ante aquellos que no están totalmente instruidos".
"En otras ocasiones, en cambio, hube de encontrarme con otros
que, por desgracia, después de haber conocido el camino del silencio

77
y de la oración del corazón, al enfrentarse con algún obstáculo, o
causa de su propia debilidad pecadora, se entregaron al desaliento y
renunciaron a la actividad interior de corazón que habían tenido la
dicha de conocer.
-Pues los comprendo muy bien, intervino el profesor, ya que
algunas veces, al perder mi equilibrio interior o cometer alguna falta,
experimenté algo simi lar. Pero, siendo la oración interior algo tan
sagrado, algo que representa una unión con Dios, ¿no resulta
sacrílego, y una osadía imperdonable, el pronunciarla en un corazón
envilecido por el pecado, sin haberlo antes purificado por la
penitencia, por la contrición silenciosa, y sin una preparación
conveniente antes de volverlo hacia Dios? Más vale permanecer
mudo ante El que ofrecerle las palabras huecas de un corazón en-
vuelto en las tinieblas de la confusión.
-Es de lamentar que piense así, dijo el monje, pues el peor de
todos los pecados, la más poderosa de las armas que el Enemigo
esgrime contra nosotros, es el desaliento. La enseñanza de los
Padres experimentados lo expresa claramente. Nicetas Stethatos, por
ejemplo, nos dice que, aun habiendo sucumbido al mal, y a pesar de
estar hundidos en sus profundidades diabólicas, inclusive en ese
caso no deberíamos desesperar sino, más bien, volvernos
rápidamente hacia Dios. El acudirá entonces para restablecer nuestro
corazón y para darnos una fuerza con la que antes no contábamos.
Después de cada caída, después de cada herida por causa de]
pecado, es necesario poner el corazón a presencia de Dios para que
El lo reponga y lo purifique, del mismo modo que los rayos del sol
purifican y le quitan su virulencia a los objetos infectados cuando se
los expone un tiempo a su fuerza.
"Muchos autores espirituales, refiriéndose a este conflicto que
provoca en nosotros el Enemigo de la salvación a través de las
pasiones, dicen que, aun cuando él nos hubiera herido mil veces, de
ningún modo debemos abandonar esta actividad que nos da vida a
través de la invocación de Jesucristo presente en nuestro corazón.
No solamente debemos evitar que nuestros pecados nos aparten del
camino que conduce a Dios alejándonos de la práctica de la oraci6n
interior --cosa que nos llenaría de inquietud, desaliento y tristeza- sino
que, apenas cometida una falta, hemos de volvemos hacia Dios. El

78
niño, cuando comienza a caminar y da un paso en falso, se vuelve
rápidamente hacia su madre y se aferra a ella con fuerza.
-Por mi parte, dijo el ermitaño, considero que tanto el desaliento,
como los pensamientos inquietantes y las dudas, son fruto de la
distracción mental y de la incapacidad de preservar el silencio en
nuestro ser interior. Los Padres -aquellos Ancianos que habiendo
vencido el abatimiento, alcanzaron la iluminación y la fuerza gracias a
su inquebrantable esperanza en Dios, a su silencio apacible y a su
soledad-, en su divina sabiduría nos han dejado este sabio y precioso
consejo: 'Siéntate en el silencio de tu celda y ella te enseñará todo”.
-Tanta es mi confianza en usted, dijo el profesor, que me sentiré
muy feliz escuchando, tanto su crítica a mi opinión sobre el silencio -
al cual usted alaba particularmente-, como sus conclusiones acerca
de las ventajas de la vida en soledad que tanto aprecian los
ermitaños. Por mi parte, yo pienso que todos los hombres, de
acuerdo con la ley de la naturaleza dictada por el Creador, se
encuentran en una forzosa y mutua dependencia, que deben
ayudarse entre sí, que deben trabajar los unos para los otros y
prestarse asistencia, y que esta sociabilidad contribuye al bienestar
de la raza humana y pone de manifiesto el amor al prójimo. Pero, en
cuanto al ermitaño silencioso que se ha apartado de la sociedad de
los hombres, ¿de qué manera puede él servir al prójimo en su
inactividad, y cuál es su contribución al bienestar de la sociedad hu-
mana? Contrariamente, ¿no estará negando completamente en sí
mismo esa ley del Creador que exige la unión de la humanidad, en el
amor y en la acción bienhechora, con miras a una fraternidad
universal?
-Ustedes tienen una falsa concepción del silencio, dijo el ermitaño,
y las conclusiones a que arriban no son justas. Veamos esto en
detalle:
1. El hombre que vive en el silencio y la soledad de ningún modo
permanece inactivo y en la ociosidad, sino que está entregado a la
actividad en un grado mucho mayor que los que participan de la vida
en sociedad. El actúa incansablemente, y poniendo siempre toda su
inteligencia, vigila, medita y concentra su toda su atención en el
estado de su alma y en su perfeccionamiento. Siendo este el
verdadero objetivo del silencio, en la misma medida en que su actitud

79
favorece el perfeccionamiento de su propia alma, también resulta
provechosa para quienes no pueden practicar la concentración
interna ni desarrollar la vida de su alma. Pues el que vigila en el
silencio, al comunicar sus experiencias interiores, ya sea verbalmente
(en casos excepcionales) o consignándolas por escrito, ayuda al
bienestar espiritual y a la salvación de sus hermanos; él hace más, y
en un plano más elevado, que el benefactor común. Mientras que la
simple caridad emotiva está siempre limitada a un pequeño número
de buenas acciones, el que acuerda beneficios experimentando
anteriormente sus posibilidades de realización espiritual, se
transforma en bienhechor de naciones enteras. Su experiencia y su
enseñanza se transmiten, luego, de generación en generación, como
ha venido ocurriendo desde los tiempos más remotos para provecho
de todos. Esto no difiere en nada del amor cristiano al cual excede
aun en sus consecuencias.
2. La preciosa y benéfica influencia que sobre el prójimo vuelca el
hombre que observa el silencio, no se manifiesta solamente a través
de la comunicación de sus observaciones acerca de la vida interior,
sino que el ejemplo y la proyección de su vida pueden despertar en el
profano la inquietud por conocerse a sí mismo y generar en él un
sentimiento de veneración. En efecto, pues aquél que vive en el
mundo, cuando oye hablar de un piadoso recluso o pasa ante su
ermita, siente un llamado a la vida espiritual, se acuerda del destino
que el hombre puede tener sobre la tierra y siente que le es posible
retomar al estado contemplativo original, el que tenía cuando salió de
las manos del Creador. El silencioso enseña a través de su mismo
silencio; con su propia vida hace el bien a los hombres, y los edifica e
incita a buscar a Dios.
"San Isaac, el Sirio exalta de este modo la importancia del silencio:
“Si ponemos en un platillo las acciones de esta vida, y en el otro el
silencio, veremos que éste vuelca a su favor la balanza; no tengáis
por iguales a los que realizan prodigios y milagros en el mundo y a los
que guardan silencio sobre todo conocimiento. Amemos más
nosotros al silencio, que a la saciedad la gente ávida del mundo.
Tiene más valor librarse de los lazos del pecado, que liberar a los
esclavos de su servidumbre”. Hasta los sabios (de afuera) han
reconocido el valor del silencio. Así, la escuela filosófica de los
neoplatónicos, que agrupó a numerosos adherentes bajo la dirección

80
de Plotino, desarrolló en gran medida la vida contemplativo,
haciéndola accesible, muy especialmente, a través del silencio. Un
autor espiritual ha manifestado que si un Estado alcanzara el más alto
grado en la educación y en el perfeccionamiento de las costumbres, a
pesar de ese desenvolvimiento, aun le sería necesario encontrar,
independientemente de las actividades que cumplen habitualmente
los ciudadanos, hombres para la contemplación, a fin de preservar el
Espíritu de verdad heredado de los siglos pasados y poder
transmitirlo a las generaciones por venir. Estos hombres, en la Iglesia,
son los ermitaños, los reclusos y los anacoretas.
-Yo creo, dije, que nadie ha valorado tanto la virtud del silencio
como San Juan de la Escala. El nos dice, por ejemplo: “El silencio es
madre de la oración, un retorno del cautiverio (del pecado), el
progreso invisible en la virtud, un ascenso continuo hacia el cielo". Sí,
y Jesús mismo, para demostrar la ventaja y la necesidad de la
reclusión en el silencio, abandonaba a menudo su predicación pública
y, para orar y descansar, se alejaba hacia lugares solitarios. Aquellos
que contemplan en el silencio son como los pilares que sostienen la
Iglesia con su oración secreta e incesante y, desde el pasado más
lejano, es posible ver a los laicos fervientes, y también a reyes y
cortesanos, acudir a las ermitas en busca de esos hombres que allí
guardan el silencio a fin de pedirles sus oraciones y sentirse así
fortificados y salvos. Es así como el, recluso sirve al prójimo, y obra
para el bien y la felicidad de la sociedad, orando en un lugar
apartado,
-Esta costumbre, tan extendida entre todos los cristianos, de
pedirse oraciones los unos a los otros, es algo que a duras penas
puedo comprender, dijo el profesor, pues pretender que otro ore en
lugar nuestro, depositar nuestra confianza en un determinado
miembro de la Iglesia, ¿no es acaso un pedido hecho por amor a
nosotros mismos? ¿O se trata simplemente de un hábito como
cualquier otro, adquirido al escuchar repetidamente lo que otros
dicen, una especie de fantasía sin ningún fundamento? ¿Qué ne-
cesidad tiene Dios de la intercesión de los hombres, cuando El -que
todo lo prevé- actúa según su muy santísima providencia y no según
nuestro deseo, conociendo y decidiéndolo todo antes de serle pedido,
tal como lo dice el Santo Evangelio? ¿Será que la oración de muchos,
para lograr algunos propósitos, es más efectiva que la de una sola

81
persona? En ese caso Dios tendría preferencias. Si las alabanzas o
las censuras dependen de los propios actos, ¿cómo es posible que
las oraciones ajenas puedan salvarme? Por todo esto, a mi entender,
pedir oraciones a otro es, simplemente, una piadosa manifestación de
cortesía espiritual que implica una demostración de humildad, un
deseo de agradar mediante cita solicitación mutua. Pero esto es todo.
-Teniendo en cuenta sólo los aspectos exteriores, desde el punto
de vista de una filosofía rudimentaria, se justifica ese modo de ver las
cosas. Pero el juicio espiritual, santificado por la luz de la revelación y
profundizado por la experiencia de la vida interior, va mucho más
lejos, discierne de otra manera y revela, misteriosamente, algo muy
diferente de lo que usted ha expuesto. No obstante, para hacer más
comprensible todo esto, daremos un ejemplo y verificaremos luego su
exactitud según la palabra de Dios.
"Nuestro ejemplo, entonces, será el de un alumno que ha buscado
un maestro de escuela para instruirse. Su escasa capacidad, y aún
más su pereza y falta de concentración, le han impedido salir
adelante en sus estudios, por lo que ha pasado a integrar la categoría
de los holgazanes, la de aquellos que no obtienen resultados
positivos. Muy afectado por sus fracasos, no sabía qué hacer ni como
luchar contra sus faltas. Finalmente, al encontrarse con un
compañero de clase, uno de los más capaces y aplicados y que
lograba mejores resultados, le expuso sus dificultades. El otro se
interesó en su problema y le propuso trabajar con él. “Trabajaremos
juntos, dijo, nos sentiremos más entusiastas, más alegres y todo
saldrá mejor." Comenzaron, pues, a estudiar, ayudándose
mutuamente. ¿Qué ocurrió pasado algún tiempo?: El indiferente se
volvió aplicado; comenzó a gustar de sus tareas, su negligencia se
transformó en entusiasmo, su inteligencia se despejó, lo cual significó
una influencia positiva para su voluntad y su conducta. En cuanto al
otro, que ya era inteligente, se volvió más aplicado, desarrollando,
también, mayor capacidad. Gracias a esta influencia recíproca,
ambos obtuvieron ventajas, lo cual es natural, ya que el hombre ha
nacido para vivir en sociedad y es en su relación con otros seres
como desarrolla su inteligencia, mejora su conducta, su educación v
su voluntad. En una palabra, él lo recibe todo de la comunicación con
sus semejantes.

82
"Por eso, y dado que la vida de los hombres consiste en
relaciones muy estrechas y en muy fuertes influencias de unos sobre
otros, aquél que vive en compañía de cierto tipo de gente participa de
sus hábitos, de su conducta y de sus costumbres. Las personas frías
se vuelven entusiastas; los estúpidos, sagaces; los perezosos se
entregan a la actividad movidos por el interés que manifiestan en su
medio. Del mismo modo, el espíritu puede entregarse al espíritu,
actuar favorablemente sobre otro, atraerlo hacia la oración y la
atención. Puede confortarlo en el desaliento, desviarlo del vicio,
despertarlo para iniciarlo en la santidad. Es así como, mediante la
ayuda mutua, los hombres se vuelven más fervientes, más activos
espiritualmente y más humildes. He aquí el secreto de la oración he-
cha por otros, que explica la piadosa costumbre cristiana de orar, los
unos por lo otros, y pedir las oraciones de sus hermanos.
"La oración entonces, nada tiene que ver con las peticiones e
intercesiones que tanto place escuchar a los grandes de este mundo,
pues ella, por su esencia misma y su poder, purifica y eleva el alma
de aquél por quien es ofrecida, preparándola para la unión con Dios.
Por otra parte, y dado lo estrecho de los lazos que unen nuestro
mundo y el celeste, podemos deducir que la oración, siendo tan
provechosa para los que viven en esta tierra, también lo es para
aquellos que han dejado este mundo. De esta manera, pues, las
almas de la Iglesia terrestre pueden uñirse a las de la Iglesia celeste
o, lo que es lo mismo, los seres vivos pueden unirse a los muertos en
la unidad de la Iglesia.
"Todo cuanto acabo de decir puede ser tildado de pura
argumentación psicológica, sin embargo bastará con abrir la Sagrada
Escritura para verificar su exactitud.
1. Jesucristo dice al apóstol Pedro: Yo he orado por ti, para que tu
fe no se debilite. Aquí podemos ver que la oración de Cristo, por su
poder, fortifica el espíritu de San Pedro y lo alienta cuando se pone a
prueba su fe.
2. Cuando el apóstol Pedro estaba en prisión, "la Iglesia rogaba a
Dios sin cesar por él". Esto nos habla de la ayuda que la oración
fraterna aporta en las circunstancias difíciles de la vida.

83
3. Pero el precepto más claro sobre la oración hecha por otros,
está dado por el santo apóstol Santiago: "Confesaos mutuamente
vuestros pecados y orad los unos por los otros. La oración ferviente y
eficaz de un hombre virtuoso es un gran bien”. Esta es la
confirmación clara de los argumentos psicológicos ya expuestos. ¿Y
qué decir del ejemplo del santo apóstol Pablo?. Un autor observa que
ese ejemplo debería enseñarnos en qué medida la oración mutua es
necesaria, ya que un asceta tan santo y tan fuerte reconoce que él
mismo tiene necesidad de esta ayuda espiritual.
He aquí cómo formula él su petición en la Epístola a los Hebreos:
Orad por nosotros. Confiamos en tener la conciencia en paz,
resueltos como estamos a conducirnos bien en todo (He. 13,18).
Cuando consideramos esto, nos parece poco razonable contar úni-
camente con nuestras propias oraciones, en tanto que un hombre tan
santo, tan favorecido por la gracia, pide, en su humildad, que las
oraciones del prójimo, en este caso los hebreos, se sumen a las
suyas. Por eso, por humildad y comunión de amor, no deberíamos
rechazar o desdeñar el auxilio de las oraciones, aun la del más débil
de los creyentes, cuando el espíritu iluminado del apóstol Pablo no ha
vacilado al respecto. El pide las oraciones de todos en general,
sabiendo que la potencia de Dios se hace evidente en la debilidad y
en el amor. Penetrados por la fuerza de este ejemplo, señalamos,
además, que la oración mutua fortifica esta unidad del amor cristiano
ordenada por Dios, que rinde homenaje a la humildad espiritual del
que formula la petición y que instruye, por así decirlo, el espíritu del
que ora. Todo esto es lo que alienta tras el hecho de la intercesión
mutua.
-Su análisis y sus pruebas son admirables y acertadas, dijo el
profesor, pero también resultaría de interés que nos hiciera conocer,
tanto el método como la fórmula real de la oración pronunciada por
otros. Si la fecundidad de esta oración proviene de un vivo interés por
nuestro prójimo y de la influencia constante del espíritu del que ora
sobre el espíritu del que ha pedido la oración, ¿no nos estaremos
arriesgando a entrar en un estado de distracción frente a la presencia
ininterrumpida de Dios y a la efusión del alma ante El? Si uno
pensara en el prójimo una o dos veces durante el día, con compasión
y pidiendo para él la ayuda de Dios ¿no bastaría para influenciar y

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fortificar su alma? En resumen, yo quisiera saber exactamente como
proceder al orar por otros.
-La oración ofrecida a Dios por cualquier motivo, dijo el monje, no
debe y no puede alejamos de su presencia, pues si se le ofrece algo,
esto debe ser hecho, evidentemente, a su presencia. En cuanto al
método, es de hacer notar que el poder de este tipo de oración reside
en la verdadera compasión cristiana por el prójimo, y que ella actúa
sobre su alma según la medida de esta compasión. Por otra parte, al
recordar al prójimo o en el momento fijado para ello es conveniente
introducir su presencia a la presencia de Dios y ofrecer la oración en
los siguientes términos: “Dios muy misericordioso, que se haga tu
voluntad para que todos los hombres sean salvados y lleguen al
conocimiento de la verdad: salva y auxilia a tu servidor N. Torna este
deseo que yo expreso como un grito de amor que Tú has ordenado”.
'Normalmente se repetirá esta plegaria cada vez que el alma lo
desee, o al rezar el rosario, la experiencia me ha demostrado cuán
provechos resulta para aquellos para quienes es ofrecida.
Sus opiniones y sus argumentos, dijo el profesor, la edificante
conversación y los pensamientos que ella ha despertado, son tan
valiosos que me siento impulsado a conservarlos cuidadosamente en
la memoria. Por todo esto debo expresarles mi veneración y la gra-
titud de mi corazón.
-Ha llegado la hora de partir, dije entonces, y desde lo profundo de
nuestros corazones, el profesor y yo, le pedimos sus oraciones para
nuestro viaje y por nuestra amistad.
-El Dios de la paz, dijo el staretz, que sacó de entre los muertos,
por la sangre de la alianza eterna al gran Pastor de las ovejas,
Nuestro Señor Jesús, os haga perfectos en todo bien, para hacer su
voluntad, cumpliendo en vosotros lo que es grato en su presencia, por
Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén
(Heb, 13, 20 - 21)

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