1960 - 1990
Introducción
Siguiendo lo dicho por Enric Sullá, el canon literario puede ser definido como “una
lista o elenco de obras consideradas valiosas y dignas por ello de ser estudiadas y
comentadas” (1998:11). Sin embargo, tal definición conlleva la discusión de qué es lo que
determina la calidad y el valor de tal literatura, y la explicitación de los criterios de
selección que se utilizan para establecer tales distinciones. No es nuestro propósito
clarificar en este artículo la serie de categorías participantes en la confección de un canon,
ni tampoco su asentamiento en los programas y prácticas docentes y su incidencia en la
constitución identitaria, las que ya han sido ampliamente definidas y estudiadas entre otros
por Bourdieu (1995), Mignolo (1998), Bloom (2005), Culler (2000), Pozuelo (1998) y
Carrasco (2005); sino más bien, tomar como punto de partida la constitución del mismo
para estudiar los mecanismos mediante los cuales puede ser tensionado el canon literario
con el objeto último de definir los limites de permeabilidad que permiten la inclusión o
exclusión de determinadas literaturas marginadas, tanto por su nivel de producción
incipiente, como por su lejanía “de los paradigmas estilísticos, genéricos, lingüísticos e
incluso temáticos de los modelos europeos” (Carrasco, 2005:30).
Asimismo, creo que, así como expone Mignolo, si bien es cierto hay un canon
literario “que representa la necesidad de las comunidades humanas de estabilizar su pasado,
adaptarse al presente y proyectar su futuro” (1998:245) y “que mediante la formación del
canon una comunidad define y legitima su propio territorio, creando y reforzando o
cambiando la tradición” (1998:257), es necesaria una constante actualización y
problematización de los autores u obras contenidos en el mismo, con el objeto de lograr un
mayor nivel de representatividad estética y discursiva, atendiendo a la variedad de las
comunidades que interactúan dentro de un mismo marco social. Ello en una época que se ha
vuelto el lugar común la apertura del canon como reivindicación social, en un supuesto
programa que devuelve a los oprimidos su categoría principal opacada por la formación de
un canon teñido de ideologías (Bloom, 2005).
En el caso chileno la discusión por el canon tiene una importancia capital en la
medida en que se ha propiciado un canon literario que ha seguido los lineamientos
occidentales,- y específicamente europeos-, de establecimiento del mismo, aunque mediado
por el espacio cultural particular de nuestra nación. Esto ya fue puesto de manifiesto por
Lastarria en 1842 en su famoso discurso al exigir a los escritores una literatura propia,
nacional, aunque atendiendo a lo desarrollado por literaturas consagradas e históricas,-
como por ejemplo la francesa-, en la formulación de lo propio. Si bien es cierto que sus
palabras tuvieron mayor incidencia en la generación posterior a él, fueron decisivas para la
aparición de un canon que ha centrado su atención en un catalogo de obras que se han
mantenido cercanas a una idea de identidad determinada, y que fue formulada
primeramente en el siglo XIX luego de las actividades emancipadoras, velando e
invisibilizando otras identidades existentes (Rodríguez 2007), actualizándose y
sustituyéndose en cuanto los paradigmas políticos que han guiado nuestra nación se han ido
transformando. A este respecto, Carrasco señala que las identidades socioculturales no son
alternativas, sino simultaneas, superpuestas, condicionantes y condicionadas en relación
con las nacionales y supranacionales (2008:56), por lo que el poder político de unas
influyen en su sostenimiento y aceptación, y en el menoscabo y ocultamiento de otras.
La literatura valdiviana comenzó hace bastantes años, se dice que con la literatura
oral de raíz mapuche-huilliche, que como toda tradición continental escindida de periodos
de vasallaje y coloniaje, fue minimizada, y sólo en el último tiempo ha retomado, en las
universidades por lo menos, el sitial que se merece. El estudio de la tradición oral en las
universidades ha producido la primera gran apertura del canon. El Chilam Balam y el
Popol Vuh son dos ejemplos paradigmáticos de reconocimiento tardío, e inclusión en el
canon occidental. Tal como el rescate de la oralidad mapuche, y su conversión textual.
Desde una perspectiva de la tradición occidental, en Valdivia las letras se inician
con la poesía de Hernando de Rivera en 1665, continuándose con Juan José Guillermo,
autor de tres elegías en 1709, y Manuel Fernández Hortelano, autor en 1780 de Ensalada
Poética Joco-Seria, en que se refiere al nacimiento, crianza y principales hechos del
célebre Don Plácido de Arteta, por nombrar solo algunos de los autores, y como forma de
dar cuenta del desarrollo literario de la zona sur del país en un tiempo ya casi prehistórico
(González, 1994).
Sin embargo, la verdadera eclosión poética se produce varios siglos después,
específicamente en los años 60 del siglo XX, con la aparición de un grupo que logró
posicionarse a nivel nacional, efectuando la primera apertura del canon nacional al lograr
insertarse dentro de él, quizás no tanto desde un plano estético como desde un
autoreconocimiento laborioso y sostenido. Nos referimos al grupo Trilce, cuyos integrantes,
entre los que se encontraban Omar Lara, Carlos Cortínez, Luis Oyarzún, Walter Hoefler,
Juan Epple, Enrique Valdés y Federico Schopf, por medio de la organización de encuentros
literarios, y la publicación periodica de libros y revistas, lograron introducirse en el canon
poético de la época al evaluar críticamente el aporte literario de la generación
inmediatamente anterior, o sea de poetas tales como, Miguel Arteche, Enrique Lihn, Efraín
Barquero, Jorge Tellier, David Rosenmann-Taub, Armando Uribe Arce, entre otros,
insertándose en la corriente de la tradición poética. Estos poetas se caracterizaron por
establecer “un dialogo entre estos autores, que representaban las voces vigentes en Chile, y
un grupo de críticos literarios que perfilaba, a su vez, una innovadora y rigurosa promoción
de especialistas” (Yamal, 1988: 52).
El grupo Trilce se articuló al amparo de la Universidad Austral de Chile, obteniendo
un apoyo sostenido de esta casa de estudios para la realización de sus actividades por medio
de su rector Félix Martínez Bonati. Ello es importante en la medida que sirve para
visualizar un nuevo tipo de interacción que se produce, y que también serviría para
tensionar los criterios de inclusión del canon, al proponer un medio de entrada desde la
periferia, como puede ser considerado el sur, dada su relación de sumisión frente al centro
del país, pero también desde la proposición académica de apertura del canon al potenciar
autores regionales, y valorarlos dentro del paradigma estilístico. La proposición, y
autoafirmación desde el sur, de la poesía que se producía entonces, mediante la estrategia
arriba explicitada, sirvió para demarcar un espacio de producción que desde entonces sería
considerada dentro de los márgenes de actualización del canon, aunque minimizada en su
reconocimiento como poesía del sur. En otro artículo volveremos sobre ello.
Además de Trilce hay otros grupos significativos que se constituyeron con
posteridad a él, como lo fue Murciélago en los años 70 por ejemplo, que integrado
solamente por tres narradores, surgieron como una propuesta contestataria a la forma de
ejercer el oficio literario en la época. Sus integrantes fueron Jorge Ojeda, Jorge Torres y
Clemente Riedemann, quienes estuvieron en activo hasta el quiebre institucional, debiendo
asumir cada cual el rol que le competía ante la emergencia del contexto.
Los años de la dictadura militar provocaron una profunda alteración histórica en la
formación social chilena, afectando sus bases económicas, políticas, sociales, y también
culturales. Para Luis Ernesto Cárcamo la poesía chilena emergente de los 80 “replanteará
significativamente las relaciones entre discurso e historia, texto y realidad, acusando los
efectos refundacionales del periodo dictatorial en el conjunto de la sociedad chilena”
(1994:31). Las condiciones socio-históricas de la realidad chilena influyeron enormemente
en la producción y en los discursos poéticos, no sólo de la generación emergente, sino
además de los autores pertenecientes a generaciones anteriores. Se produjeron tendencias
que diversificaron el panorama poético nacional, sobre todo en lo referido a la tensión entre
el lenguaje y la historia, dado el carácter de emergencia del momento.
Las principales líneas de trabajo abiertas en el periodo dictatorial fueron la poesía
del testimonio social y político, la poesía neovanguardista de la experimentación con el
lenguaje, la poesía neovanguardista de la vinculación texto vida (Galindo, 2007), la poesía
de identidad histórico-cultural, la poesía de los mundos naturales de connotación colectiva,
las poéticas femeninas de los años 80 (Cárcamo, 1994).
En Valdivia otros de los grupos significativos en las postrimerías de los 70 e inicios
de los 80, fueron Matra e Índice. Aunque en este periodo la Universidad deja de ser el sitio
del resguardo tal como lo fue para los creadores de Trilce, siendo para los autores de los 80
el lugar de situaciones restrictivas y hostiles para la creación y manifestación cultural.
En 1977, luego de un primer periodo de ocultamiento y autocensura, los autores
emergentes retoman la actividad artística, y en grande, con la organización del Primer
Encuentro de la Poesía Joven del Sur de Chile, que potencia la creación de los autores
locales, y su propia definición identitaria en el marco territorial en el que se mueven. A
partir de este encuentro se forma el grupo Matra, integrado, entre otros, por Clemente
Riedemann, Hans Schuster, David Miralles, Jorge Ojeda, Sergio Mansilla, Pedro Guillermo
Jara, Maha Vial, quienes tenían como dinámica “sesiones con libretos poéticos de un
determinado poeta o movimiento poético y donde se incluía posteriormente la lectura de un
joven poeta local” (González, 1994).
Es importante el accionar de este grupo puesto que se vieron a si mismos como
continuadores de una tradición poética inaugurada por Trilce, en la medida que se hicieron
cargo de los espacios culturales que existían, restrictivamente, para el desarrollo de sus
propias propuestas. Sin embargo, se denota aquí la primera gran crisis devenida en el canon
literario, producto de la fragmentación de los discursos críticos acaecido durante la
dictadura, y es que la mayoría de estos autores se fortalecieron bajo la formación de un
microcanon regional que pervive hasta el día de hoy, viéndose imposibilitados de generar
una apertura del canon nacional, tal como lo hicieron los poetas de los 60. No obstante,
fortalecieron la mediación crítica en un periodo en que ello era perseguido y minimizado, y
asimismo propusieron una idea holística de la expresión artística, al combinar en algunas de
sus presentaciones, plástica, música, y poesía.
Al disolverse Matra, otro grupo tomaría el relevo, aunque con una postura mucho
más autocrítica y sistemática. Nos referimos al grupo Índice, conformado por ex integrantes
de Matra y otros autores escindidos del taller de poesía Aumen de Chiloé que era dirigido
por el poeta Carlos Alberto Trujillo. Algunos de los autores que formaron el grupo eran,
Rosabetty Muñoz, Oscar Galindo, José Teiguel, Nelson Torres, David Miralles, Luis
Ernesto Cárcamo, Clemente Riedemann, Hans Schuster, Sergio Mansilla, más la
participación del crítico académico Iván Carrasco.
A nuestro parecer este grupo tuvo una incidencia mucho mayor en la apertura del
canon, tanto desde una perspectiva basada netamente en la valoración estética de sus obras,
como desde la esfera propositiva e indagatoria, críticamente hablando, de las propuestas de
cada autor. Indiscutibles son el día de hoy las posiciones dentro del corpus de poetas
destacados chilenos que ocupan por ejemplo, Rosabetty Muñoz o Clemente Riedemann,
quienes se leen tanto como se estudian al interior de las universidades, y se proponen como
representantes de un sector de la poesía chilena como poesía del sur. A este respecto, cabe
señalar que la distinción de poesía del sur puede ser perniciosa, ya que no necesariamente
da cuenta de un aspecto compartido dentro de las poéticas de los autores del sur, salvo el
que comparten un acervo territorial, que no necesariamente discursivo. Esta distinción parte
de la sugerencia de Tellier de la producción de cierta zona de la poesía que se afirmaba en
el imaginario territorial para la proposición estética, la denominada poesía lárica, como una
forma de entender y crear la poesía en un regreso al pasado, en la idealización del paraíso
perdido en el que lo amable de la cotidianeidad se contrastaba con los vicios de la
modernidad. Sin embargo, proponemos que si se ha de tener en cuenta el término sea
solamente en consideración al espacio territorial de tal producción poética, y no a falsas
similitudes temáticas y discursivas.
Retomando la labor del grupo Índice, también es destacable la proyección que tuvo
al interactuar con poetas y escritores reconocidos o consagrados en el ámbito de las letras
nacionales, como Gonzalo Rojas, Jorge Tellier, Nicanor Parra, Raúl Zurita, entre otros, y en
la realización de recitales masivos de poesía y música. Asimismo, la labor crítica de
algunos de los integrantes del grupo, como Iván Carrasco, Oscar Galindo, y Luis Ernesto
Cárcamo sirvió para acortar la incidencia centralista en la formulación del canon,
proponiendo autores y temas propios de las inquietudes nacidas en el seno del espacio
ocupado en el sur, y de su dialogo con la tradición. Así como también al proponer las
poéticas de ciertos autores como objetos de análisis en los planes de estudio de algunas
carreras de la universidad, como castellano y literatura, que es una de las formas de generar
espacios de apertura y crítica del canon.
El grupo Índice se disolvió en 1983 al integrarse varios de sus autores a la actividad
política, y al ocurrir asimismo, la consolidación del trabajo individual de varios de ellos. La
sucesión de publicaciones de libros individuales o de revistas conjuntas consolidaron el
panorama continuado por los autores, y significaron el sostenimiento de un campo cultural
que se abrió a los nuevos lineamientos estéticos, y que se continuó en las generaciones
posteriores. La comunidad artística Domingo 7 formada a principios de los 90, siguió un
poco los derroteros marcados por las generaciones anteriores, aunque desde un proyecto
mucho más disperso y en formación, algo que caracteriza la poesía de la transición y
postdictatorial.
Sin embargo, con el regreso a la democracia, y de paso la sujeción al modelo
económico neoliberal en nuestra sociedad, en conjunto con las políticas públicas
enunciadas más arriba, se produce una fragmentarización a gran escala del campo cultural
chileno. Se retorna a los microcircuitos y la poesía al parecer se pierde en la nube de las
mini publicaciones, tirajes limitados, y una crítica cada vez más alejada de la realidad
poética y creativa inmediata.
Soledad Bianchi ha dicho al respecto que la dispersión de los años 90 del campo
cultural, y por ende de los años posteriores, es un resultado de la política dictatorial de
borrar el pasado, y con ello las relaciones establecidas entre lo autores antes al golpe. Esta
falacia, según la autora, pretendía extenderse a la actividad cultural y artística: la muerte o
la ausencia del país de escritores, pintores, músicos, críticos, cantantes; la imposibilidad de
mencionar ciertos nombres; la censura y la autocensura; la prohibición de muchas obras
artísticas a las que se le impide el ingreso al país; la carestía de todo producto cultural; la
amplificada e incesante publicidad de la sociedad de consumo donde al libro, a la película,
al cuadro o a la canción de calidad se le hacen perder valor, porque supuestamente no
serían rentables, son algunas de la situaciones existentes, aprovechadas y utilizadas para
difundir este error. A ello habría que agregar la mercantilización de la cultura chilena de los
últimos años, que no sólo ha dificultado la difusión de propuestas ajenas a los lineamientos
del consumo, sino además ha conducido asimismo, al cada vez mayor enmascaramiento de
un canon de obras capitales para el estudio, y el conocimiento y difusión de las mismas,
dejando huérfanos a los autores emergentes que quieren establecer sus posturas estéticas en
dialogo con la tradición. A la generación de autores devenidos de las condicionantes antes
mencionadas Soledad Bianchi los ha llamado los náufragos.
Conclusiones