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La filosofía como origen del fenómeno humano.

El impulso filosofante
Por Luis Enrique Alvizuri1
Ponencia para el XII Congreso Nacional de Filosofía:
“Filosofía, Ciencia y Educación”.
Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle "La Cantuta"
Del 24 al 27 de noviembre 2009.

Sumilla
La humanidad se origina cuando, por alguna razón que aún no conocemos bien —y
que el autor denomina como “impulso filosofante”— nuestros antepasados iniciales
adquirieron la capacidad de autopercibirse en el mundo, de darse cuenta de su
propia existencia al margen de la naturaleza. Esto produjo en ellos un profundo
estado de angustia y una inmensa sensación de abandono a raíz de la pérdida de la
estabilidad y tranquilidad que les daba el seguir siendo unos simples animales más.
Debido a esto es que sintieron la necesidad de crear, empleando para ello el mismo
impulso filosofante que les causó el problema, formas sustitutas a las de la
naturaleza para así intentar recuperar el estado que tenían antes del suceso. El
producto de este esfuerzo es lo que conocemos como la filosofía, entendida ésta
como la elaboración de suprarrelatos o discursos que describen cuál debería ser la
meta a la que deben aspirar todos aquellos que han sufrido dicho impulso
filosofante y qué deben hacer para regresar al estado previo a éste. Es entonces, la
filosofía, la causa de la aparición de los seres humanos (donde lo humano ya no se
entiende como algo corporal, de forma antropoide, sino como un estado de
percepción frente a la realidad, cualquiera sea el organismo que la realice) y al
mismo tiempo el remedio que estos necesitan para aliviarse de las consecuencias
del fenómeno. Es el origen de la tragedia humana y también el bálsamo para
mitigarla. Es entonces, la filosofía, una forma de darle un objetivo a la vida pero
desde una óptica humana, cuya finalidad es que aquellos seres que sean humanos
puedan sobrellevar su existencia sin caer en la desesperación que conduce al
suicidio. Al mismo tiempo es probable que otros seres humanos pueblen el Universo
(humanos pero no en un sentido corporal) y estén padeciendo algo similar a los de
la Tierra, buscando igualmente una solución a su problema.

1. La definición más común de filosofía parte de la civilización dominante


actual, que es la occidental, y que se remonta a los orígenes a la cultura
griega.
Según ello, el filosofar es el pensar mediante la razón desligadamente de los
prejuicios; es un análisis y un ordenamiento de ideas de manera crítica, buscando
siempre llegar a una determinada verdad. Pero ¿por qué se atribuye esto solo a los
griegos? Porque a través de los textos antiguos se encuentra que, con los métodos
que ellos desarrollaron, se ha podido conocer el mundo y la realidad tal como son, y
hoy se manipulan con éxito en la ciencia. Diríamos que es una conclusión hecha por
descarte, entre una selección de civilizaciones, hasta llegar a la conclusión que solo
la filosofía occidental realizó con exactitud la experiencia filosófica entendida de esa
manera.
1
Luis Enrique Alvizuri García-Naranjo (Lima, 1955). Con estudios de sicología en la
Universidad Ricardo Palma y Comunicaciones en la Universidad de Lima. Ha publicado varios
ensayos filosóficos así como poemarios y discos con sus propias composiciones. Ha sido
ponente central en el “I Congreso Regional de Filosofía del Norte” en la universidad Pedro
Ruiz Gallo de Chiclayo (2006), ponente en el “IX Congreso Nacional de Filosofía en la
Universidad Nacional San Agustín de Arequipa” (2008), ponente central en el “Ciclo de
conferencias sobre Pensamiento Filosófico Precolombino” realizado en la Casa de la Cultura
de España (2006), y es actual miembro del cenáculo filosófico “La serpiente de oro” de
Miraflores. Asimismo es fundador y presidente de la Sociedad Internacional de Filosofía
Andina (SIFANDINA), institución dedicada a la investigación y difusión del pensamiento
filosófico andino.
sifandina@yahoo.com http://filosofiandina.blogspot.com/
Dentro del contexto actual ello parece muy lógico y con sentido. Aceptarlo trae
muchos beneficios para llevar una vida tranquila y hasta exitosa. Pero no deja de
despertar suspicacias, sobre todo en aquellos que viven fuera de la esfera de
predominio de Occidente. La primera pregunta que nos haríamos es: ¿la filosofía es
un método, una manera de conocer la naturaleza, o es una actitud, una inquietud
propia del ser humano en general? Si la primera fuera la correcta entonces habría
que darles la razón a los occidentales y reconocerles que ellos crearon el modo
efectivo para el conocimiento de los procesos naturales. Pero si la filosofía no fuera
un método para conocer sino más bien una atribución de toda la especie humana
¿qué consecuencias traería?
Para plantearlo con un ejemplo, es como si hablásemos de poesía y dijéramos que
ella es un invento exclusivo de Occidente, pues solo allí se desarrolló la métrica
medieval. Obviamente todas las poesías del mundo, al no encajar dentro de estos
parámetros, no serían llamadas poesía. Pero si consideramos a la poesía como una
expresión universal tendríamos que admitir que ésta sí existe en otras culturas,
pero de diferente modo. Lo mismo para la música y para todas las otras artes,
incluida la filosofía. Si el filosofar fuera propio del ser humano podría decirse que
Occidente solo ha creado un tipo de filosofía, más no la ha inventado como tal. Sin
embargo los occidentalistas insisten en que no se trata de una manera de filosofar
sino del filosofar mismo, de la única forma posible de hacerlo. Y allí se encuentra
otro gran problema: intentar dilucidar con claridad en medio de un marcado
eurocentrismo intelectual.
Toda la humanidad no occidental en pleno estaría de acuerdo en afirmar que la
filosofía no es prerrogativa de Occidente, pero como esta civilización se ha vuelto
dominante durante los últimos cinco siglos es difícil hallar los argumentos para
sustentarlo. La principal razón para que Occidente no lo admita es por una cuestión
de dominio, donde el dominante pone los parámetros de las cosas. En el caso de la
filosofía, Occidente ha decidido que el filosofar tiene que reunir ciertos requisitos
que, como es de esperarse, solo los cumple su propia filosofía. Estamos entonces
ante una occidentalización del filosofar. Se dice que saber es dominar, y que
actualmente el conocimiento es la base del poder que mantiene a Occidente como
amo y señor del planeta. Cualquier nación que pretenda acceder a un nivel de
conocimiento similar es vista con temor y con recelo, llevando por ello a
considerársela como una amenaza a la hegemonía occidental. ¿Será el
conocimiento filosófico una excepción a esta regla? Tal parece que no, puesto que
la filosofía lleva irremediablemente a un nivel de madurez que arrastra a todos los
demás conocimientos, incluidos los que producen la fuerza; por eso también es
vista como peligrosa en manos no occidentales.

2. En nuestra opinión la historia de la filosofía occidental es la historia de


su método.
Pero la forma occidental de filosofar no puede ser entendida como la correcta per
se. Esto nos lleva otra vez a preguntarnos: si las definiciones occidentales no son la
definición de filosofía, ¿qué es entonces el filosofar? Si entendemos a la filosofía
como una forma de conocer a la naturaleza o a la realidad —tal como se conceptúa
hoy en Occidente— llegaríamos a la conclusión que se trataría de una pre-ciencia,
de una metaciencia que ordena el conocimiento científico. Pero ¿y si tampoco es
así? Revisando la historia de la filosofía occidental descubrimos que no siempre la
han entendido ellos de ese modo. La visión contemporánea occidental es más
producto de esta época moderna que privilegia a la ciencia, por lo tanto el filosofar
no sería “un análisis de la ciencia”. Pero entonces volvemos a lo mismo: ¿qué es la
filosofía?
El problema de la definición de la filosofía se hace más complejo a medida que nos
alejamos más de las acepciones occidentales convencionales. Si asumimos que ella
es una actividad propia del ser humano y no de Occidente ¿cómo podemos
entenderla? Tal vez tendríamos que encontrar un elemento común que abarque a
todas las formas posibles de filosofar que incluya también a la filosofía occidental
pero sin que se la considere la oficial. Eso entonces nos obligaría a pensar más allá,
a remontarnos a las raíces y a los orígenes del ser humano. Quizá así encontremos
la respuesta, puesto que se trata de un legado común a toda nuestra especie. Para
ello necesitaríamos retroceder el reloj más atrás de los 2 500 años griegos;
tendríamos que remontarnos a etapas mucho más primitivas, quizá al mismo
momento primigenio de cuando el hombre dejó de ser un animal para convertirse
en humano. Tal vez allí, en el comienzo, hallaríamos la respuesta.

3. Si consideramos que nuestro cuerpo es tan natural como el de todas las


especies que habitan el planeta no nos queda otra cosa que aceptar que
tenemos mucho en común con los seres vivos.
Pero por otro lado, si solo miramos el aspecto corporal, lo único que lograremos es
una taxonomía humana muy útil para la biología, pero que no nos permitiría llegar
al objetivo que es conocer en qué momento dejamos de ser animales comunes para
convertirnos en lo que somos: seres humanos. Existe una tendencia actual que
toma el camino de la evolución como explicación para aclarar nuestro origen y
propone que el ser humano es producto del propio desarrollo material, puesto que
son las mismas acciones de una especie las que lo llevan a un grado de complejidad
mayor, de lo cual surge la cultura y la humanidad en general. Dicho planteamiento
no deja de ser interesante y lógico, pero es un camino que genera demasiadas
preguntas. ¿Por qué otras especies no hicieron o hacen lo mismo? ¿Solo la forma
hominoidea es la única capaz de complejizarse? ¿Por qué el fenómeno humano no
es algo común a todos los seres vivos y por qué no se viene dando con frecuencia
hasta la actualidad? Hay quienes dicen que se trata de una especie de suceso
inusual, como la teoría del Big Bang, pero eso es justamente lo que despierta
suspicacias puesto que lo más normal sería que los fenómenos sean repetitivos y
constantes, de modo que hoy mismo deberíamos estar presenciando la evolución
de alguna otra especie hacia una forma de vida diferente a la que estuvo llevando.
Sin embargo solo constatamos que las especies no humanas siguen siendo
animales a pesar de tener más tiempo de vida que los homínidos y haber
evolucionado de numerosas maneras; ninguna de sus etapas los ha llevado a dejar
de ser lo que son; eso solo le ha ocurrido al homínido. Y he allí lo curioso y lo que
motiva los cuestionamientos.

4. Tomando en cuenta que la teoría evolucionista para explicar el origen


del hombre, a pesar de ser popular y parecer muy sensata, tiene
importantes dificultades.
Es necesario entonces seguir buscando elementos que nos lleven a suposiciones
que subsanen esas deficiencias. En nuestra opinión, lo esencial sigue siendo lo
mismo: hallar en qué se diferencia el hombre del animal para descubrir qué es lo
que nos identifica y define. Para ello lo primero que tendríamos que tener en cuenta
es qué entendemos por hombre y qué por animal. Encontrando este punto de
bifurcación es posible que hallemos la piedra de toque que nos explique las muchas
dudas. El estudio comparado de las especies nos es muy útil porque nos da
numerosas pistas al respecto. Por ejemplo, actualmente sabemos más de la vida
animal que antes, razón por lo cual cada día se descubren más cosas afines que
antes pensábamos eran de exclusividad humana. Los descubrimientos son
impresionantes y llevan a conclusiones que despejan antiguas creencias.
Anteriormente se pensaba que las diferencias que teníamos con los animales
pasaban por la mente y el ejercicio de la razón, pero hoy comprobamos que ello
también existe en todos los animales, solo que de un modo distinto. En ello somos
entonces diferentes en grado más no en clase. Los animales también razonan y
piensan, evalúan y reaccionan, tal como lo hacemos nosotros. Por otra parte
también se dice que la diferencia estriba en la evolución del cerebro. Existe un gran
desarrollo en el estudio neuronal que nos hace ver que el cerebro humano posee
cualidades mayores que la mayoría de las especies. Aparentemente la diferencia
estaría allí, en la cantidad de funciones cerebrales que tenemos. Pero esto no deja
de generar dudas puesto que el cerebro, tal como está, es más bien un producto,
un resultado del devenir humano que su origen, es decir: nuestro cerebro es la
consecuencia de nuestra humanización pero no lo que la originó. La antropología ha
descubierto que nuestros más remotos antepasados poseían un cerebro mucho más
primitivo, mayor aún que el de algunas especies de animales actuales; sin
embargo, ese cerebro ya era humano. Si la teoría cerebral para explicar al hombre
fuera cierta los primeros humanos no deberían serlo puesto que no tenían el
cerebro suficientemente desarrollado para ello, cosa que es un contrasentido. En
todo caso, eso nos llevaría a una disyuntiva tan famosa como la del huevo y la
gallina: cuál fue primero ¿el hombre o el cerebro?

5. Encontrar las diferencias entre el hombre y el animal, tanto en la


capacidad razonal como en el desarrollo del cerebro, produce muchas
preguntas.
Preguntas cuyas respuestas hasta ahora son insuficientes como para despejar la
trascendental inquietud de ¿qué es el ser humano? Si las teorías actuales fuesen
tan contundentes como dicen ser, la filosofía misma ya habría desparecido. Pero no
ha sido así. Las motivaciones para cuestionarnos la existencia siguen siendo tan
válidas y significativas como al comienzo, y, que se sepa, ningún científico puede
afirmar que ya se sabe por qué y para qué existe el hombre. Lo único que
conocemos es el proceso material que tuvo nuestro organismo, pero lo que había
en la mente del hombre el primer día que fue humano sigue siendo algo muy difícil
de dilucidar. Entonces, en vista de que ni la explicación del uso de la razón, ni la
evolucionista, ni la del cerebro privilegiado satisfacen nuestras ansias de conocer
nuestro origen, no nos queda más remedio que apelar a otro método para intentar
una respuesta acerca de qué nos diferencia de los animales y nos hace humanos.
Si nos miramos cómo somos ahora y descartamos todas las razones corporales
podemos ir deduciendo hacia atrás y descubrir, a la manera de regresión
sicoanalítica, que en nosotros existen problemas de origen que se encuentran en
nuestra mente y no en nuestro cuerpo y que parece que estos problemas que hoy
cargamos son los mismos que tuvo el primer humano que apareció en la Tierra
como tal. Esta suposición nos lleva a pensar que es posible que ser humano inicial
haya padecido las mismas preocupaciones existenciales que hoy tenemos, y que
más bien ello puede haber sido la causa de que nuestra especie se haya convertido
en lo que es hoy: un ser humano.
Según este deducir, lo que nos habría vuelto seres humanos no ha sido un proceso
material o neuronal sino más bien uno interno, mental, que llevó al primer humano
a actuar de un modo tal que, a la larga, su forma de vida se fue convirtiendo en un
proceso evolutivo particular. Si esto fue así, no serían el cerebro ni las necesidades
de sobrevivencia lo que nos hizo humanos sino más bien la inquietud filosófica que
aún ahora poseemos como legado y que todavía no podemos resolver. El humano
inicial dejó de ser animal en el preciso momento que empezó a percatarse del
mundo en que vivía y de cuál debía ser su lugar dentro de él. Físicamente no tenía
nada anormal o diferente; únicamente había ocurrido dentro de él una percepción
que antes no tenía. Según esto el ser humano sería entonces un ser filosofante por
excelencia, uno que se volvió así como consecuencia de un proceso que hasta
ahora desconocemos qué es y cómo se produce.

6. Fuera de esta actitud, de este filosofar, en todo lo demás hacemos lo


mismo que el resto de los animales.
Nos reproducimos, nos preservamos y nos morimos, sin excepción a la regla. En
ello no somos diferentes. Lo hacemos igual, solo que con el toque peculiar de
humano. Si dijéramos que la cultura es lo que nos distingue, saldrían los
especialistas a argumentar que muchas otras especies también la poseen a su
medida y que ésta finalmente produce el mismo efecto que en nosotros: la
supervivencia. Si dijéramos que es la producción de objetos, obligatoriamente
tendríamos que remitirnos a su significado, a su razón de ser para ser creados, con
lo que entraríamos a una cadena de preguntas sin fin (una pregunta nos lleva a la
otra y así sucesivamente, como ¿y para qué hace el hombre objetos? Como una
herramienta. ¿Y por qué no usa sus manos? Para lograr un mayor efecto. ¿Y por
qué quiere lograr un mayor efecto? Para satisfacer su inquietud, etc.).
Entonces no nos quedaría otra cosa que admitir que, si algo nos hace peculiares y
diferentes a los animales, es nuestra forma humana de ver la realidad y a nosotros
mismos dentro de ella. Solo nosotros observamos la existencia con preocupación,
con asombro, como si ésta nos fuera ajena o adversa. Todo el resto de la
animalidad vive en ella sin cuestionarse, disfrutando de una paz inexpresiva de la
cual nosotros carecemos. No vamos a encontrar nunca ser humano alguno que
posea ese equilibrio y tranquilidad de vivir que tienen los animales. Allí donde hay
un ser angustiado, intrigado y observante, preocupado por detalles tan raros como
“el futuro”, allí hay un humano, así se encuentre totalmente desnudo y no fabrique
artefactos. Porque se puede ser un ser humano sin crear armas o herramientas, sin
dibujar nada y ni siquiera hablar. El ser humano, para serlo, no necesita de esos
elementos a los que normalmente se le atribuyen como esenciales para identificar
la humanidad. ¿Cuántos humanos existen que no cumplen con estos requisitos y
sin embargo son tan humanos como cualquiera? Peor aún, con esas definiciones se
puede llegar a resultados perniciosos en el sentido que, aquellos humanos que no
se adecúan a ellas, son pasibles de ser tratados como inferiores; de ahí al
exterminio hay tan solo un paso, como la historia así lo demuestra.

7. ¿Qué es ese estado de angustia permanente, existencial diríamos, que


hace que el ser humano sea distinto a un animal?
Pues no es otra cosa que las consecuencias del filosofar. ¿Qué otra cosa sino la
filosofía lleva a dicha situación? Basta el simple ejercicio de ponerse a pensar en los
temas filosóficos por excelencia para descubrir que, inmediatamente, la angustia y
las preocupaciones no comunes se van apoderando de nuestro ser para llevarnos,
finalmente, a un estado de ansiedad que puede llegar a ser incontrolable y terminar
en una tristeza y desagrado profundos. Ese es el temperamento natural de aquel
que filosofa.
Por lo tanto sería lógico pensar que fue el filosofar lo que marcó el punto de partida
del ser humano como tal. Pero ¿cómo fue eso? Pues no lo sabemos. Si lo
supiéramos ya habríamos resuelto el misterio de nuestra existencia y puesto fin a la
agonía de nuestro ser. Por ahora solo podemos especular. A nuestro entender,
tiene que haber ocurrido algo especial, una especie de Big Bang orgánico, para que
un determinado animal, como el homínido, empiece a filosofar. Dijimos que nada
tenía que ver en esto el tamaño del cerebro, pues en ese caso mejor filosofaría un
delfín que lo tiene mayor proporcionalmente a su cuerpo que el ser humano. El
hombre filosofó aún teniendo un cerebro incipiente. Pero ¿por qué?
Es aquí donde empezamos a temblar puesto que no tenemos a nuestro alcance
elementos de juicio para sustentar esta suposición. ¿Será este fenómeno una
propiedad de la naturaleza? Tendría que serlo pues sino no podría actuar dentro de
ella. ¿Estaremos proponiendo sin quererlo la idea del “diseño inteligente”, solo que
sin decirlo? Admitirlo sería reconocer que solo existen en la vida dos métodos para
todo, el sí y el no, el blanco y negro o el yang y el yin. Pero ningún problema real
se resuelve de esa manera puesto que la vida verdadera nunca es sí o no. Todos
nos damos cuenta que casi siempre la realidad está colmada de matices y que rara
vez nos presenta de ese modo. ¿Por qué pensar en ser un pro o un anti? ¿No hay
otro camino para llegar a una solución o a una alternativa? No estamos ni con la
teoría evolucionista pero tampoco con el Creacionismo —por ser confesional— ni
con el diseño inteligente, porque eso nos remite a una entidad supra humana de lo
cual tenemos menos pruebas aún. Nos mantenemos en nuestra posición de
suponer que existe un efecto que produce este suceso pero que desconocemos
cómo es y cómo se produce. Solo atinaríamos a definirlo como “impulso
filosofante”, aquello que hizo que el homínido “despertara” al mundo y a su
situación, sacándolo de la rutina animal para convertirlo en este ser atormentado
por sí mismo al cual llamamos “humano”. ¿Y sería esto algo peculiar e inherente a
nuestro mundo? No tendría porqué serlo, pues podría darse en todo lugar donde las
condiciones sean similares.

8. Diríamos entonces que el factor llamado “humano” no sería privativo de


lo homínido.
Sería algo posible de darse en cualquier especie que tenga la predisposición para
ser afectada por el impulso filosofante cuyas consecuencias son: la desadaptación y
el sufrimiento de este ser al percibirse fuera de las leyes naturales y abandonado a
su libre albedrío. Hasta este momento no se sabe si alguna vez el humano haya
encontrado una mejor opción fuera del contexto natural, por lo que podemos decir
que no habría mejor vida que la que se da en la naturaleza. Cualquier otra forma
de existencia alterna o sustituta que el humano elabore solo es un paliativo que
puede causar incluso peores males que los que se tratan de evitar. De esto se
desprende que el ser humano, afectado por un fenómeno que lo erradicó de la
animalidad, es un ser paria en el mundo cuya condición es el sufrimiento, al que se
suma su ansiosa búsqueda del eterno retorno al mundo natural. Por todo ello lo
único que hace no es más que un intento por regresar o, por lo menos, imitar esa
forma de vida que perdió desde un inicio. Ese esfuerzo de tratar de recuperar el
paraíso perdido —que es la vida natural— es a lo que nosotros llamamos filosofar,
por lo que la filosofía no sería otra cosa —según nuestro punto de vista— que el
esfuerzo por intentar darle al hombre un mundo que reemplace al de la naturaleza
pero sin caer en la animalización (puesto que una de las características del impulso
filosofante es su rechazo a volver al estado anterior; es una ida sin retorno; aquel
que fue afectado por este impulso ya no puede regresar, teniendo que vivir hasta el
fin cargando este problema). Entonces, si la filosofía es una invención de mundos
sustitutos a los de la naturaleza, es algo más amplio que el simple acto de razonar.

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