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Yo no te puedo escribir un poema, sabes que no es lo mío. No al menos hoy: he visto tantos muertos en el telediario
que hasta el presentador me parecía uno de ellos. Sí, probablemente él también fuera un cadáver. No, tampoco hoy te
escribiré poemas pero, si lo prefieres, haremos el amor. “Haremos el amor”. ¡Jodido eufemismo! Sabes que lo que
realmente haremos hoy será follar, joder, copular, yacer abrazados de espaldas a la vida; pero no podremos hacer el
amor, sabes que no es lo mío. No al menos hoy: leí tanta sangre en el periódico que hasta la tinta del titular en cuerpo
40 me parecía de color rojo. Sí, probablemente la teñían de negro para disimular. Quizás algún día tenga de nuevo valor
para escribirte un poema, será como aquellos versos que un día improvisé para ti:
“Pero esos son de Bécquer”, me dijiste enfadada. Y qué esperabas si sabes que la poesía no es lo mío. No al menos
hoy.
- No, aún no. Pero no dudaría ni por un instante en besarte – sí, sería muy simple, ¡zas!, cómo un chasquido con los dedos,
apretar contra mi cuerpo su fragilidad, besarla en un instante inédito que sin embargo mi mente había recreado en cientos
de horas de insomnio.
Me miraba. No, sus labios no hablaban, no pronunciaban sino sonidos incoherentes, no se esforzaban en comunicar, sin
embargo en cada palabra se inmolaban al deseo, en un intento fútil de resistirse a lo inevitable.
- No. Sólo te besaré en un día de lluvia. Nos encontraremos allí, bajo el plátano que sombrea la esquina donde cada día nos
despedimos. Nos encontraremos, a las ocho de la tarde, será el primer día del otoño que la lluvia regrese a estas calles.
Entonces, si estás allí, entonces te besaré.
Pronuncié las palabras como un reto o como un rezo, no sé bien. Era el día que se iniciaban las vacaciones de verano y
quiso el destino que aquel fuera el otoño más seco de las últimas décadas, de suerte que no llovió hasta bien entrado el
invierno, justo el día de mi cumpleaños. Quiso también el destino que con impaciencia electoral, la reforma urbanística
emprendida por el gobierno municipal se cebara con indolencia en los plátanos de aquel jardín.
Eran ya las ocho y diez cuando llegué a la esquina y ella no estaba. Me sobrecogió la duda: ¿sería culpa del retraso, de la
ausencia del plátano o más bien de la persistente lluvia que invitaba al recogimiento?
Me quedé allí esperando solo, sin plátano, sin otoño, sólo con la lluvia y un beso huérfano de otros labios.
El mapa infinito
emboscada de besos entre los adarves y manos temblorosas entre sus muslos. Después,
vería endulzar su vida con el sabor de un té de jazmín. Es, sin embargo, una tarea ardua
para una vida sencilla, recorrer la distancia entre la taza y sus labios, más aún si después
Me pierdo
en los pasillos;
miles de estantes observan mis pasos
que me llevan a ese frío sótano.
Allí están aquellos libros viejos
que esperan recuperar su memoria.
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ANA PATRICIA MOYA RODRÍGUEZ Arqueología
Arqueología
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NTTEESS -8-
ANA PATRICIA MOYA RODRÍGUEZ El amor de mi vida
El amor de mi vida
El amor de mi vida no es ese hombre que tanto daño me ha hecho. Encontré al amor de mi vida
aquel día en aquella habitación del Hospital. Al reflejarse en el espejo del cuarto de baño mi
sonrisa y las cicatrices de la cuchilla, antes ocultadas por las vendas que rodeaban mis muñecas,
yo misma.
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ANTES -9-
ANA PATRICIA MOYA RODRÍGUEZ Mark Twain
Mark Twain
¡Qué gran fase la de Mark Twain acerca de los canes y las personas! Decía: “recogéis a un perro que
anda muerto en la calle, lo engordáis y no os morderá: esa es la diferencia más notable que hay entre un
perro y un hombre”. Yo añado:“si un perro te quiere morder, te gruñe a la cara; una persona espera a
que te des la vuelta para golpearte en la espalda”. Hay está la gran diferencia entre los perros y los seres
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NTTEESS - 10 -
ANA PATRICIA MOYA RODRÍGUEZ Utrech
“Sé egoísta”.
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NTTEESS - 12 -
PABLO MORALES DE LOS RÍOS Via Crucis
Via Crucis
Via mortis.
Via orbis.
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NTTEESS - 13 -
PABLO MORALES DE LOS RÍOS El vigilante
El vigilante
La pubertad le llegó a Jonás cargada de castigos y tormentos. Como un enfermo culpable de su enfermedad, su padre
maldecía sus inoportunas nuevas sensaciones, que aquel aún no podía ni controlar ni comprender, encerrándole durante días
a pan y agua o atizándole en los genitales con una varilla de madera de abedul. No entendía ni quiso entender nunca que su
hijo se hallaba enamorado.
Con la aparición de los primeros grandes cambios de su vida, el joven descubrió también la belleza y la voluptuosidad
de manos de una compañera de escuela, tan agraciada en todo que le era imposible concebir un futuro sin ella a su lado. La
chica, de la que aún no sabía ni el nombre –estudiaba en otro aula y con otro maestro – inundaba cada uno de sus inmaduros
pensamientos, y así, su padre no dejaba de lamentarse de sus notas, de sus despistes, de lo volátiles que se habían vuelto las
esperanzas que había depositado en su hijo respecto a una vida como sacerdote. ¡No podía ser si el pequeño Jonás empezaba
así sus andares por el mundo!
Desesperado como estaba, el hombre quiso terminar radicalmente con el problema y comenzó a darle clases privadas a
su primogénito, al que no le permitió pisar la escuela hasta que todos sus demonios se hubieran disipado. Pero cuanto más
lejos quedaba la imagen de aquella muchacha también en flor, más y más crecían los sueños del chico, que inflaba su fantasía a
base dibujos ingenuamente eróticos que escondía de su padre, de poemas cargados de pasión y mala métrica que guardaba
con celo en el interior de un libro de cocina de la alacena, el único de la casa que su severo progenitor jamás hubiese abierto.
El secreto duró poco, puesto que para una cena importante en casa, la cocinera se vio obligada a consultar el volumen, y
de allí mismo cayeron los poemas y dibujos como hojas en invierno. En medio de la excitación y la risa nerviosa de la mujer al
dar con aquellas obras, surgió como de la nada el señor de la casa, y toda prudencia se echó a perder en cuestión de segundos.
Y aquí llegó la verdadera preocupación de su padre, que ante la visión de un hijo cargado de pecado como el suyo no concilió
el sueño hasta encontrar la forma de llevarle definitivamente por el camino recto. Despidió en su cólera a su cocinera y ya en
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PABLO MORALES DE LOS RÍOS El vigilante
la ciudad, con su hijo siempre a cuestas, visitó a sacerdotes, profesores e incluso a un médico, en cuya profesión no creía nada
en el fondo. Hasta este punto estaba de desesperado.
–Tengo la solución a ese problema, pero no es del todo una manera médica de enfocar la cuestión – dijo aquel.
–Tanto mejor entonces – contestó el padre del adolescente.
El médico le enseñó una anilla dorada que se dividía en dos partes iguales, y en cuyo lado interior rezaba una máxima
medieval: “Credo quia absurdum” (“Creo porque es absurdo”). El hombre no tardó en comprenderlo todo, y asintió con una
terca sonrisa. Con los rústicos medios de la época, el médico hizo las veces de matasanos y atravesó la punta del pene del
muchacho con el extremo de una de las partes de la brillante anilla, soldando luego su otra parte con el amor al detalle de un
verdadero cirujano. De esta manera, los genitales no volverían a soñar con bellas muchachas nunca, a riesgo de ver rasgadas
carne y piel en el intento. Los ruegos y lloros del joven no pudieron impedir esta operación, que para el chico se hizo eterna
pese a no haber durado más de una hora real. Su padre no volvió a desprestigiar a los médicos, aunque también es cierto que
una vez que su hijo acabó escapándose de casa, mucho tiempo después, jamás volvió a visitar a ninguno.
La vida de Jonás aquellos días se volvió gris. No salía de su cuarto salvo para alimentarse y estudiar en el salón bajo el
yugo de su padre. Y cuando se sabía a solas en su lecho, miraba el objeto de sus penas colgar así, disfrazado de oro, pero
escondiendo para él una burla sagaz del destino. Ahora temía incluso pensar en la mujercita de sus sueños, lo evitaba bajo
cualquier circunstancia, como fuera, encerrándose entre las páginas de sus libros, entre los versículos de los textos sagrados.
Aquel ojo brillante le observaba, vigilaba sus pensamientos impuros. Pensaba a menudo en él como eso, un vigilante, aquel
por cuyo ojo su propio padre le tenía bajo control. Al menor deseo, el dolor comenzaba a agobiarle y sucumbía a lo gris de
aquellos días.
Sin embargo, su padre creyó ver a su hijo andar ya por el sendero recto, ya parecía estar todo bajo control, y volvió a
verle en sueños como el importante sacerdote del valle en que imaginaba que se convertiría, respetado, acaudalado y brillante.
Ahora tan sólo le preocupaba encontrar a una buena cocinera capaz de servir buenos platos, rápido y con gusto.
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PABLO MORALES DE LOS RÍOS El vigilante
La cocina se convirtió durante días en una especie de teatro por el que pasaban numerosas mujeres de todo tipo y
edades, la gran mayoría o muy brutas, o muy feas, o muy viejas como para llamar la atención del señor de la casa, y menos aún
de su hijo. Recluido aún, Jonás apenas pudo prestar interés a estas cocineras de paso, centrado en sus libros y apuntes como
estaba.
Fue a través de la recomendación de un viejo amigo de la familia que el hombre de la casa se decidió por una cocinera,
esta vez muy joven, muy hermosa y con cierta gracia al andar y moverse que ni siquiera a él le dejaron indiferente. Viendo que
además era una experta cocinera y que su hijo ya no era el mismo, la aceptó en seguida, sin imaginar para nada que era la
misma muchacha en flor de la que su pequeño se había enamorado perdidamente. ¡Era ella! ¡Estaba allí, preparando la masa
del pan! ¡En aquella misma casa! Jonás no podía despegar los ojos de sus hombros blanquecinos, de su delgado talle, de sus
apretados y turgentes pechos de mujer primeriza… con los apuntes en una mano y la boca y los ojos abiertos de par en par
como una ventana ante el sol de primavera, el adolescente se encontraba ante la puerta de la cocina, que para él era ya
sinónimo de paraíso frente al infierno que representaba su cuarto. Tenía una pregunta para su padre sobre uno de los
evangelios, pero al momento se le olvidó completamente. El instinto borró toda noción de la razón ante la vocecilla de ella,
que al segundo se había percatado de que su ex compañero de escuela le miraba:
–¡Hola! –dijo contenta e inesperadamente, sacudiéndose la harina de sus finas manitas enérgicamente sobre sus caderas.
Muerto de miedo y pasión y temor y deseo, Jonás volvió a su cuarto y se encerró, temblando, cargado de dudas, de
ansiedad y de emociones. Arrojó el libro sagrado y sus apuntes a un lado, sin importarle donde o cómo cayeran, sacó a la luz y
fugazmente su parte más íntima y ultrajada y miró cara a cara al vigilante, como retando a la anilla, a Dios y a su padre, sagrada
trinidad ante la que se sentía cargado de fuerza y poder, y se dispuso a volar junto a su amada, a frotarse con ella y a beber de
sus senos. Y aunque le dolía mucho y notaba ahora todos sus dedos humedecerse bajo el rojo líquido caliente, no quiso parar,
ni podía, y menos que nunca ahora que comprendía ya que nada era más fuerte en el mundo que el poder del amor.
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SONIA SÁINZ CAPELLÁN Mis oposiciones
MIS OPOSICIONES
Pues no sé, la verdad es que yo siempre he pensado que las cosas pasan un poco de casualidad, a lo tonto. La vida es un poco puta
siempre, nunca jode por placer sino por vicio. Es bonito, claro, de lo contrario nadie sabría qué hacer con tanto tiempo libre.
El caso es que yo siempre actué un poco a reacción, según iban surgiendo los acontecimientos.
Bueno, tampoco es así exactamente, que yo siempre fui una tía inquieta, con ambiciones, con ganas de lucha. Era una buena chica
pero no una “chica buena”; vamos, que yo aprobaba, y hasta sacaba buenas notas, pero también sacaba mi tiempo para ver “V” y para
ver el 1, 2, 3 las noches de los viernes, (y mira que acababa tarde, pero siempre veía por lo menos media subasta, que siempre lo tengo
relacionado, la subasta con los viernes noche). Entonces es que los niños éramos un poco así, sosos, atontolinaos, pero vaya, casi todos
lo parecíamos, así que no se notaba tanto la diferencia entre los que de verdad lo éramos y los que sólo lo parecían. Cosas de los
ochenta, supongo.
Y yo tenía mis inquietudes, digo. Mecanografía (hoy ya nadie aprende mecanografía, con la de posibilidades que decían que tenía,
que íbamos a colocarnos todos al acabar octavo sólo con tener 200 pulsaciones, que hay que ver, otro engaño más de los ochenta),
sevillanas (aquí el que no sabía bailar Maruja Limón por lo menos es que no valía nada), tenis, ajedrez, música. Anda que no me he
tirado yo martes y viernes en el conservatorio, durante mi tierna juventud, que llegaba a casa justo cuando empezaba el Un-dos-tres, a
todo correr para poder ver el baile y el tema del programa de ese día. También hice Kung Fú, pero eso acabó muy mal, porque la
profesora, que entonces estaba casada, se lió con un alumno menor de edad, y claro, antes la pederastia no estaba tan castigada, pero el
hecho de que la mujer fuese mayor que el hombre, como que sí. Aparte de exclusión social y pintadas varias, se recogieron firmas en
contra de la monitora, y claro, aunque eran sin DNI ni nada, que resultaron un poco fraudulentas, ya sabemos que la recogida de firmas
acojona que no veas, y nunca más volvió a respirarse el mismo ambiente de competición. En resumen, que acabó como el rosario de la
aurora, con divorcio de por medio, y las clases se fueron al carajo. Yo ya estaba un poco aburrida de todas formas, y era cinturón verde,
así que para ligar tenía bastante. Bueno, en aquellos años yo no ligaba; era una niña buena, pero también me miraban con algo raro en
los ojos y eso siempre hacía sentir bien. No han cambiado tanto las cosas, aunque acabasen los ochenta.
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Y acabó el BUP (sí, me he saltado toda la adolescencia, pero es una época horrorosa siempre, nadie está a gusto del todo y yo no soy
la excepción). Digamos que fui como todas las niñas buenas con corazón de mala, una amargada en potencia y una conformista en
presencia. Una más, para resumir. No sabía qué estudiar. Había tenido que pasarme a letras mixtas en COU porque la química de
tercero se me atragantó, y entonces me gustaba un tío - el primero de muchos egocéntricos cabrones, supongo, siempre me gustó ese
esquema - y una cosa llevó a la otra… y cuando me di cuenta tenía una para suficiencias y en qué me vi para poderla sacar en Junio.
Acabé tan jartita de todo, que me cambié a letras mixtas. Por supuesto, yo lo justifiqué diciendo que no por ser de letras iba a ser menos
lista, que hay que ver la gente la de convencionalismos que tiene siempre, que se piensan que para ser alguien hay que estudiar una
ingeniería, que las cosas de los padres y cuantas excusas pude inventar. La verdad era que me jodía dejar las ciencias, primero porque el
tío que me gustaba estaba en esa clase, y segundo, porque yo en el fondo también pensaba que era de, por usar un eufemismo, “menos
listos” estar en letras. Pero como tampoco me gustaba nada con la suficiente exaltación, y el argumento más o menos coló, pues lo dejé
estar. Escogí literatura, matemáticas dos e historia del arte, y todo terminó con una nota de selectividad más o menos aceptable. Yo
nunca dejé de sentirme mediocre.
Y entonces empecé derecho. Yo siempre fui buena chica, ya lo he dicho, aunque me gustasen los chicos malos. Bueno, malos… tan
malos como una buena chica como yo podía considerar morboso. Y entonces eran los noventa, y el grunge y los desvaríos del PSOE y
la depresión de Felipe González en la Moncloa. Y entonces yo decía que confiaba en él, que quizás había dejado un poco de vigilar
bien, pero que yo confiaba en él, que seguro que no había metido mano, ejem ejem … por supuesto, cuando terminé la carrera voté al
PP. En mi defensa, decir que sólo fue una vez, que no hubo dos, que lo hice de buena fe, que creía de verdad en el cambio; el caso es
que lo hice. Yo siempre he hecho todo lo que sabía que jodería.
Algún Currículo imprimí y hasta entregué, que conste. Y ante las perspectivas tan halagüeñas de que una chica con mi historial y tan
mona como yo se colocase como debía, y como se esperaba, claro, decidí que las oposiciones eran una buena idea. Como no podía ser
menos, elegí Notarías. Mis padres estaban encantados con su niña, ya pensaban en el día en que esta fuese a trabajar de traje diario, con
subordinados que le hiciesen el café y cremas de LaMer en el baño. Es más lista mi niña… repetía mi madre siempre. Y yo mientras
estudiaba. Los días pasaban lentos, pero pasaban y al cabo de un par de años hasta se te olvidaba el encierro. Estudiar y levitar eran dos
motivos de vida suficientes. Salía con un chico, Andrés, que era ingeniero (claro, lo que yo tendría que haber sido) y era un chico
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estupendo, que me quería, y que me agarraba de la mano. Lo malo era que fumaba, pero era soportable. Yo seguía siendo
inconformista y despotricaba contra todos los niños bien que sólo querían un coche y un novio y vivir a costa de papá. Son unos
cobardes, decía yo, no tienen espíritu de sacrificio, yo soy fuerte, soy lista, soy valiente y oposito como quien invierte en bolsa, a largo
plazo. Porque el día de mañana seré feliz, y tendré trabajo, tiempo y dinero, y seré feliz. Lo de ser feliz lo repetía mucho, pero es que
me lo creía.
Cuando cumplí los treinta y dos, Andrés llevaba 8 años trabajando. Tenía casa, coche y perro, y mucho menos pelo de lo esperado.
Su sonrisa seguía siendo la misma, en eso nunca cambió. Quería cosas, quería más, quería todo. Yo estudiaba y seguía repitiendo las
mismas cosas sobre la valentía, la felicidad y el largo plazo, sólo que cada vez me costaba más simular que las creía. Un día probé unas
oposiciones de administrativo de mi ciudad. Fue por probar, porque mi amiga María se presentaba, y claro, yo nunca había hecho
exámenes tipo test y la mecanografía la tenía olvidada, así que nada. Nada de sacar plaza, todo por ver que era una alegría sacar un siete.
Me presenté a todas las que salían. Por la mañana miraba el Boe, Boja, Bop y todos los B del mundo, y luego llevaba los impresos a
correos. Empecé a examinarme por hobby, como quien hace crucigramas pero con respuestas A, B y C. Y un día, aprobé. No
recordaba dónde era, ni qué día hice el examen, pero la cosa es que aprobé. La tía más feliz del mundo fui yo entonces, que ni me lo
creía. Por fin, por fin, por fin, por fin. Qué feliz iba a ser...
Pero claro, todo era demasiado bonito, y casi me caí del susto cuando vi la plaza que, en justa competición, había sacado en
propiedad: sepulturera. Entonces recordé que para barredora también dijeron una vez, en Andalucía Directo, que había oposiciones;
pero claro, yo ni las miraba. Todas las que eran oposición, sin el prolegómeno de concurso delante, era una buena opción. Lo peor
que podía pasarme era ser administrativo, pensaba yo, que una opositora a notaría de administrativo tenía tela, pero bueno, era
temporal me decía, y tampoco era tan malo. Ahora era peor: era sepulturera y lo era de por vida.
Y empecé un 15 de mayo, que recuerdo que enterramos a un señor mayor, Arcadio se llamaba, en un tercero. Mi compañero dijo
que qué mala suerte, que nadie quería los nichos de arriba. Casi todo el trabajo lo hacía él, porque le daba pena yo, pero aun así aprendí
hasta a hacer la mezcla para cerrar el nicho. Luego se iba la familia y nosotros rematábamos el asunto, preparándolo hasta que la lápida
estuviera lista. Buen negocio el de las lápidas, pensé entonces así, de pasada.
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En el segundo mes de trabajo me compré un coche, y en el tercero ya fijamos la fecha de boda. Todo iba tan bien...
Pero entonces vinieron los roces. Y a Andrés le daba asco besarme cuando llegaba a casa. Normal, teniendo en cuenta que a mí
también me daba todo asco durante el primer mes y parte del segundo. Luego me acostumbré al velo de polvo en la ropa y en los
zapatos. Ya había días que ni me lavaba el pelo antes de meterme en la cama, y claro, a él le repugnaba un poco. Las duchas diarias cada
vez eran más frecuentes, y, aunque nadie me molestaba en el cementerio, yo tenía mucho tiempo para pensar. Ya era feliz, ya tenía
plaza de por vida, buen sueldo y un amor bonito, pero algo fallaba. Los muertos desdramatizan, me dijo mi compañero, y tenía toda la
razón. El levitar por la vida no acabó, sino que se profundizó, presa de la suave cuenta del debe y el hay. Andrés dejó de usar mis platos,
más concretamente señaló los suyos, y cada día insistía más en hacer la compra y la comida en soledad. En higiénica soledad.
Yo notaba su angustia al besarme la cara o el brazo, rictus (sin intento de ser graciosa) que no se repetía en las partes ocultas de mi
cuerpo, es decir, las cubiertas. Empecé a tomar Lexatin y a llorar en el baño. Aprendí a hacerme la dormida, siempre.
Cuando me dijo que se iba, lo comprendí. Me dijo que yo tenía trabajo fijo, coche y casa, y que no lo necesitaba. Que algo se había
roto y no sabía cuándo. Yo sí lo sabía.
Y ahora soy moderadamente feliz, como debe ser. Tengo una plaza en propiedad, tengo un coche, una casa y un marido que me
comprende (mi compañero, claro, el roce hace el cariño). El polvo en la ropa no es un problema y el olor a flores tampoco. Pusimos
una funeraria y somos también empresarios, que queda mucho mejor que sepultureros, y ganamos tanto con el negocio que las cremas
de LaMer no son un problema. Al fin y al cabo, una también tiene que estar guapa, aun en el más allá. Intento que mis niños no
estudien mucho.
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RAFAEL BENITEZ PARRADO Canto de Orfeo
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RAFAEL BENITEZ PARRADO Soliloquio de Endimión
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RAFAEL BENITEZ PARRADO Palabras de Hamlet a Ofelia muerta sobre las aguas
Quiero teñir, amado limbo, de alba las alondras, Dormida Ofelia, en esta aceña de salvia y sombras
y tocar el muerto aire en tus entrañas, ven mis ojos agónicas rosas de agua
antaño miel de azahar, hoy naufragio de amor y luna. y en tus cabellos el aura que no amanece.
Quiero sembrar bojes y lotos en tus caderas, Te amo, Ofelia, con un lamento en eco,
antes de remar violas de áloe con esta vida que fluye
en la jalea que emana por las migajas de mi cordura,
de tus muslos entreabiertos. con la misma muerte
que oigo resonar
Consumida azucena de mi noche oscura, por los altos corredores.
delirio indolente de la verde selva,
aspira, blanca Ofelia de mi locura
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RAFAEL BENITEZ PARRADO Marco Antonio a Cleopatra después de la batalla de Accio
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MARIA BÁRBARA LÓPEZ MOSQUEDA El gran Teatro
El Gran Teatro
El escenario, todos los días, está presente. Afuera, en el mundo exterior, en el mundo donde vivimos, el mundo que tocamos y con
el que interactuamos todos los días.
Nosotros somos actores. Cada día cada uno de nosotros desempeñamos diversos papeles, unos más dramáticos que otros, pero al
fin y al cabo, cambiantes, y en ocasiones, difíciles de llevar en determinadas circunstancias.
Todos los días, en nuestro teatro personal, somos las estrellas, el papel es protagónico, de un gran personaje. Abogado, Mamá,
Estudiante, el primero, nuestra prioridad, ocupación u oficio. Papeles secundarios llegan en nuestra escala, y así seguimos hasta llegar a
ser extras, meros cameos en nuestro propio escenario.
Sin embargo, la importancia de este teatro no es el papel que tengas, sino como lo desempeñes. Podemos ser madres, pero
debemos actuar para ser la mejor madre.
Nuestro estatus es la clase de papel con el que empezamos. Algunos nunca pasan de ser simples extras, a lo mucho dobles, pero
nunca llegarán a ser el personaje estelar de su propia vida, sea comedia o sea tragedia; y como buen actor , aunque sea de poco nivel o
poca preparación, debemos dedicar nuestros más grandes esfuerzos, deseos y espíritu en el ensayo para ser mejores y dejar ese
papelillo de extra, de relleno o a veces, hasta de mueble... y llegar a ser la estrella principal, a la que algún día los demás aplaudirán, no
importa si adquirió esa habilidad dramática o nació con ella, o si trabajaron en conjunto o el hizo todo a la vez , con la satisfacción de
que lo que hizo lo hizo bien.
¿Qué mascaras utilizaremos hoy? Qué podremos desear ser, y hacer. No hay un escrito importante, lo vamos elaborando con
nuestras acciones.
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MARIA BÁRBARA LÓPEZ MOSQUEDA Tu recuerdo
Tu recuerdo
En una habitación con una tenue iluminación, se encuentra sentada en la cama una joven, cuya mirada está
perdida, como si reflexionara. En apariencia, los elementos del cuarto no precisan del todo si se trata de una
habitación para una mujer o para un hombre. Los ojos de la mujer lucen sin expresión definida, más inclinada
a estar triste.
Un joven camina delante de ella, sin mirarla. La mujer lo sigue con ojos negros y ve que se dirige al baño.
Abre despacio la puerta y entra, con expresión de pesar. Una vez que entra al baño, la muchacha, sin saber
cómo, se encuentra allí también, mirándolo fijamente, como si estudiara sus movimientos.
El grifo del agua se abre y ésta corre precipitadamente, mientras el joven toma agua con las manos y se
moja la cara, como si quisiera despertar, no tanto para refrescarse sino para calmarse; como si estuviera
pasmado por algo que no cree. Mira por el espejo y allí está ella, pero parece no darle importancia, como si no
la viera.
Pasa sus manos por su cabello y sale del baño hacia el cuarto, ella de nuevo, inexplicablemente, está allí,
pero el persiste en su actitud de ignorarla, y ella lo sigue mirando, casi suplicante, con tristeza. El hombre se
dirige a la ventana, y mira hacia afuera.
— Cuánta soledad, el frío llega y no estás aquí conmigo... extraño tu risa, extraño tu mirar alegre...
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NTTEESS -- 2299 --
MARIA BÁRBARA LÓPEZ MOSQUEDA Tu recuerdo
Y por su mente, las imágenes de ellos riendo y abrazándose junto a esa ventana, aparecieron reafirmando su
recuerdo y desesperación. Toma las cortinas, decepcionado, camina a la sala y allí está ella, nuevamente,
sentada en un sillón con las manos juntas y los dedos entrelazados. Él se sienta en un sillón frente a ella,
tomándose la cabeza. Da una ojeada al lugar, esquivando su mirada. Recarga su cabeza como si estuviera muy
agotado, mira al techo. Ella lo mira a él, mira el sillón y ve la sala. El joven cierra los ojos: de nuevo otra visión.
—Tú eras el sol que ilumina mi vida, eras mi felicidad — y ellos, riendo, se golpeaban con almohadas y cojines,
se abrazaban y retozaban en el sillón, felices.
Al parecer, él ya no está dispuesto a recordar más y va a la cocina. Ella está allí también, recargada junto al
refrigerador. Camina, toca los muebles del lugar. Se sienta en el comedor. Él parece esta vez que la mira, pero
no puede estar seguro, como si no fuera ella. La mirada de la joven se dirige al refrigerador, que abre él. El
chico se sirve agua. Bebe rápidamente. Deja el vaso sobre la mesa y pasa sus dedos por esta. Ella hace lo
mismo como si tratara de que sus dedos se encontraran, pero justo cuando hace eso, y sus manos están a
punto de entrar en contacto, él levanta la mano, camina hacia el jardín.
Ella está allí, de nuevo, recargada en un árbol. Él se para junto a donde está ella, aún así hace como si no
existiera. Los dos levantan la mirada hacia el cielo, de nuevo un recuerdo: recostados en el pasto, abrazados,
platican, miran al cielo, lo señalan. Las formas de las nubes les causan gracia, y los rayos del sol en el cielo son
poesía para ellos.
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GRRO
OEELLAAN
NDDIIAA EESSPPEEC
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HAABBIITTA N
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ANTES -- 3300 --
MARIA BÁRBARA LÓPEZ MOSQUEDA Tu recuerdo
Entra de nuevo a la casa, cruza el pasillo, ella está allí, cruza la sala, ella también está allí, llega al cuarto
nuevamente y ella está allí, sentada en la cama, mirándolo. En sus manos, tiene unas llaves. El joven mira a la
cama, y dirigiéndose al tocador, toma unas llaves, similares a las que tiene ella. Sale de allí.
El cementerio está tranquilo. Se escuchan los pájaros. Una tumba no tiene flores. Él camina hacia ella, la
lápida está de espaldas, no puede leerse el nombre. Se sienta en el pasto. Ella camina, con su vestido blanco,
con pasos lentos, y llega con una rosa en la mano hasta donde está la lápida y él sentado. Se inclina y deposita
la rosa, con cara de gran tristeza.
— Mi amor, te extraño...
— Yo también te extraño.
Y él por primera vez la mira, pero es ella quien ahora no lo ve. Se aleja de nuevo con pasos lentos, y es
entonces cuando él se queda allí, silencioso, serio y hunde su rostro entre sus rodillas. La rosa está allí, y la
lápida al fin muestra un nombre.
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GRRO
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NDDIIAA EESSPPEEC
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HAABBIITTAAN
NTTEESS -- 3311 --
MARIA BÁRBARA LÓPEZ MOSQUEDA Cómo decirte…
Cómo decirte...
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NDDIIAA EESSPPEEC
CIIAALL H
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NTTEESS -- 3322 --
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Índice:
Canto de Orfeo 24
Soliloquio de Endimión 25 Queda totalmente prohibida
Palabras de Hamlet a Ofelia muerta sobre las aguas 26
Marco Antonio a Cleopatra, después de la batalla de accio 27
la reproducción total o
parcial en cualquier medio.
Bárbara López Mosqueda
Especial Habitantes
Córdoba, 2008