htm
Si bien todo esto es una ventaja para los hijos, para los papás su
crianza constituye un desafío mucho mayor. Este cambo hacia la
igualdad, sumado a que estamos frente a unos hijos más
poderosos y beligerantes, hace que los menores se crean iguales
(o a menudo superiores) a los mayores. No cabe duda que los
niños hoy son más despiertos, saben más y se expresan mejor
de lo que lo hicimos nosotros a su edad.
De tal manera que, como muchos padres sienten que ya no
tienen ningún dominio sobre sus hijos, tratan de ganárselos
poniéndose a su mismo nivel para convencerlos "por las buenas"
de que sigan sus instrucciones. En el intento de acercarse más a
los niños se están igualando a ellos, al punto de que muchos ya
no parecen sus papás sino sus hermanos ligeramente mayores.
Los hijos nos tienen que admirar para poder influir en ellos en
un mundo en tinieblas cuando más precisan de la guía de sus
mayores. Para eso tenemos que ser y parecer personas cuya
forma de pensar, lucir y actuar mueva a los hijos seguir nuestras
recomendaciones porque nos respetan profundamente y quieren
ser como nosotros. Y la única forma es teniendo la sensatez y
estabilidad que nos haga merecedores de su admiración.