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Del trabajo social a la trabajosocietalogía.

Una provocación epistémica


en tiempos de posmodernidad, globalización e imperio 

AUTOR: César A. Barrantes A.

Agradezco la oportunidad que me han brindado para compartir este texto que, no obstante estar
eslabonado a mi línea investigativa, se me ha escapado porque –conciente de su incompletud-
quiere seguir siendo escrito por cada uno y una de ustedes cuando, releyéndolo crítica-autocríti-
camente se apropien de él, lo potencien, redimensionen y relancen sobre la base de las
experiencias y esperanzas que ustedes tanto como quien les habla, hemos venido configurando
por los caminos de esta nuestra América Latinoiberoindoafrocaribeña1, hoy interpelada por el
pensamiento y la praxis de Francisco de Miranda, Simón Bolívar, Manuela Sáenz, Simón
Rodríguez, Artigas, San Martín, José Ignacio Abreu e Lima, Francisco Morazán, Martí, Sandino
y, antes que todos ellos, por el nunca bien reconocido, comprendido ni ponderado testimonio
histórico del Prócer haitiano Toussant de Louverture, artífice de la primera revolución
antiburguesa –exitosa por lo demás y, para colmo de los racistas, negra- del mundo que las
superélites imperiales le siguen cobrando al pueblo haitiano, así como el de tantos héroes y
heroínas de nuestros procesos independentistas de hoy y de siempre.
Se trata de un texto pletórico de incertezas e inconclusiones. El lector y la lectora persistente
recorrerán tres apartados cartesianamente inconexos pero unificados por un criterio epistémico
 Ponencia magistral presentada al Seminario Internacional de Trabajo Social con motivo del lanzamiento de la Carrera de Trabajo Social de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, 20-24

de mayo de 2007, con la cooperación de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Ryerson de Toronto. Forma parte de una investigación financiada por el Consejo de Desarrollo Científico
y Humanístico de la Universidad Central de Venezuela.

 Profesor investigador de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Central de Venezuela. Directivo fundador de la Universidad Comunitaria Bolivariana de Venezuela. Presidente-

Fundador de la Red Latinoiberoamericana y Caribeña de Trabajadores Sociales (RELATS). Representante por la República Bolivariana de Venezuela ante la Junta que organiza el proceso de
constitución de la Asociación Latinoamericana de Enseñanza e Investigación en Trabajo Social (ALAEITS), cbarran@reacciun.ve; www.relats.org; http://reconceptualizacion.googlepa-
ges.com/cesaraugustobarrantesalvarado; http://listas.reacciun.ve/mailman/listinfo/relats-l

1 Esta denominación, no pretende ser más que una hipercondensación de las diversas representaciones sociales que sobre la supuestamente única y homogénea identidad latinoamericana, han construido los
,
actores globales, panamericanos, pannacionales, multilaterales y trasnacionales que emiten discursos diferenciales que procuran institucionalizar una diversidad de planes (políticas, programas, proyectos y
operaciones) políticos, cada uno absolutizando alguna identidad como si fuera total, así sea iberoamericana, indoamericana, caribeñolatinoamericana, latinoamericana, hispanoamericana, afroamericana... Sin

pretender aportar a la amplia literatura existente sobre este tema ni, mucho menos, solucionar el problema de las identidades de la América que no es el Norte geográfico pero sí es el Sur que se está
construyendo epistemológicamente, con la condensación ofrecida queremos simplemente señalar la complejidad de la construcción de identidades de las configuraciones sociales poscoloniales, algunas de

cuyas características más relevantes en estos tiempos de globalización e imperio, son el mestizaje, la multiculturalidad, la hibridación cultural, la colonialidad del poder y el poder colonial. Sobre estos temas –
hoy geopolíticamente problematizados desde lugares que los centros de poder pudieran juzgar como fuera de lugar- hay una abundante literatura en inglés, francés y castellano que potencia la producción de

conocimientos alternativos a la epistemología hegemónico-dominante. Dados los límites de esta comunicación, sólo me permito recomendar la lectura de Quijano (1997), Mignolo (2007, 1999, 1998, 1997,
1995), Dussel (1998, 1995), Quijano y Wallerstein (1992), Wallerstein y Balibar (1998), Klor de Alva (1992), Rivera y Barragán (1997), Lander (1997, 1998), Mato (1994, 1995) Jácome (coorda., 1993),

García Canclini (coord., 1996), Varios (1998), Guadarrama y Pereliguin (1998).


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norracionalista y noesencialista: la propia experiencia convivencial del escribidor, respecto de la


cuales cada quién podrá escribir y compartir –al menos con mi persona- su propio texto.

I.
En atención al significante de la temática que nos ha convocado, conviene señalar que el
concepto globalización puede ser mejor comprendido si nos aproximamos a sus relaciones con un
medio centenar de términos más.
La terminología a que hacemos referencia y que aquí utilizamos de manera libre y
complementaria, va, entre otros, desde el operativo término de globalización (Ianni 1996, 1999;
Beck 1999, Mato 1995) y mundialización (Arrighi, 1994; Chesnais, 1994; Szentes, 1985;
Wallerstein, 1989), hasta los conceptos de imperio no reducido exclusivamente al dominio
estadounidense (Hart y Negri 2000), imperialismo neomercantilista referido a los Estados Unidos
de Norteamérica (Petras 2003, Chomsky 2004; Power 2005), posmodernidad (Varios 1988,
Follari 1998, Heller 1997, Lander 1998, Lanz 1997), y sistema-mundo moderno (Wallerstein
1974, 1980, 1989 1996) o moderno/colonial (Mignolo 2001), pasando por las metafóricas
nociones de sociedad del conocimiento o de la información (Negroponte 1996, Joyanes 1997,
Masuda1984, Piscitelli 1998), sociedad en red (Castell 1998a, 1998b, 2001), sociedad del riesgo
(Beck 1998, Giddens, Bauman, Luhman y Beck 1996), modernidad reflexiva (Beck, Giddens,
Lash 1997) modernidad pesada y modernidad líquida (Bauman 2000), sociedad del espectáculo
(Debord 1990), sociedad de la imagen (Baudrillard 1998), y para no dejar de lado dos términos
políticos innegablemente controvertibles, menciono el neoliberalismo en tanto ideología
justificadora del capitalismo, y el socialismo del siglo veintiuno cuya discusión ha sido puesta en
el escenario político internacional a propósito de los procesos constitucionales y democráticos de
diversos países de nuestra América. Y mejor paremos de contar pues la lista es muy larga y su
sola enumeración –ya no digamos su análisis- nos llevaría un tiempo mucho mayor del asignado
para esta comunicación.
Es así que en aras de poder avanzar nos enfocamos hacia el referente empírico que es común para
toda la terminología mencionada: los “Tiempos Modernos” -para evocar la famosa película
sordomuda de Charly Chaplin-, los tiempos actuales, la época actual que, para unos, es de
cambios más o menos acelerados y más o menos profundos (de allí la idea de crisis que una vez
superada en algún plazo, todo será mejor dentro del sistema anterior que quedará remozado y
listo para seguir siendo remozado, es decir, cambiado en algo para que nada cambie en él), y para
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otros, es de cambios inéditos, acelerados y profundos de época, de era (la crisis es de


rebasamiento, de exacerbación, de mayéutica, de producción de una civilización distinta a la
anterior).
No obstante el antagonismo entre estas dos últimas concepciones, lo que parece acercarlas es la
idea de que nos encontramos, como nunca en la historia humana, ya no ante un exacerbado
expansionismo basado en la ocupación físico-territorial del planeta, sino ante la experiencia
misma de la hipervelocidad del movimiento que pretende rebasar la velocidad misma de la luz;
asimismo, ante la reducción de la distancia físico-geográfica hasta hacer de esta un factor cada
vez más despreciable en el cálculo de los cursos de acción (Bauman 2002:23).
Según esta última concepción, desde hace varios decenios una época viene tocando y seguirá
tocando a su fin, para dejar el camino abierto al parto de otra época de la que no se sabe qué de
viejo ni qué de nuevo tendrá, ni si esto nuevo será un estadio superior o no a lo anterior; de allí el
prefijo pos que se le coloca a los términos modernidad, capitalismo, industrial, burgués e imperio
según sea la posicionalidad teórica y política que se adopte.
Lo anterior por cuanto no es posible saber de antemano cuál será el sistema-mundo que se está
encubando en la actual condición epocal, signada por una específica y asimétrica correlación de
fuerzas tecnológicas, económicas y militares, cuya cabeza más visible son las poderosas
superélites mundiales y sus aliados hipertrasnacionalizados, que se apropiaron de la palabra y del
metalenguaje de la globalización, imprimiéndole una significación funcional a sus intereses a esta
y, por ende, al modo de producción capitalista, a la mundialización de mercados y transacciones,
al entrelazamiento de las redes de comunicación y al control mundial de las imágenes tanto como
de las informaciones y comunicaciones, en fin, funcional a la homogenización occidentalista de
las culturas sobre la base del consumismo hedonista y del pensamiento único neoliberal.
La lógica que preside a este tipo de globalización –calificada por Touraine (s.f.) como la forma
extrema del capitalismo- es la misma del proceso de acumulación capitalista. Esta tiende a la
incesante mercantilización de todos los valores tangibles e intangibles de la vida social y postula
el libre expansionismo mercadista que no obedece a centro de operaciones, control ni regulación
de ningún tipo. Es la lógica que instaura el competicionismo hobbesiano de todos contra todos,
reduce la vida social a las relaciones utilitarias, mercantiles y establece que todos estamos
inexorablemente dentro del mercado, pues no hay nada fuera de éste; por lo tanto, estamos
determinados y moralmente obligados a competir y vencer, a eliminar y destruir al oponente, al
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enemigo (los sinónimos en términos imperiales son terrorista, populista radical, palestino, iraquí,
iraní, sunita, shiita, libanés, chavista, evomoralista, sandinista…, pero también el oponente a
vencer es la naturaleza: sus ríos, mares, playas, veredas, flora, fauna,…toda una cantera
disponible para su depredación y mercantilización…), frente al cual toda estrategia –integradora
o desintegradora, violenta o consensual- es válida para asegurar la mayor cuota de ganancia
económica posible. Si no, seremos derrotados, perdedores y por lo tanto absolutamente
prescindibles.
Y como en la lógica del mercado la derrota, la pérdida, la carencia son hipótesis negadas,
adquiere sentido crucial la siguiente situación que largamente extraigo de Bauman (2000:99):

“George Hazeldon, … tiene un sueño: una ciudad diferente de las ciudades comunes, en las que los
extraños de aspecto amenazante emergen de las esquinas oscuras, salen sigilosamente de las calles
sórdidas y se amontonan en los barrios bajos. La ciudad soñada…es más bien una versión actualizada, de
alta tecnología, de la ciudad medieval, protegida por gruesas murallas, almenas, fosos y puentes
levadizos, una ciudad aislada de los riesgos y los peligros del mundo; una ciudad hecha a medida de
individuos que desean controlar y monitorear su propia proximidad … una mezcla de claustro y
fortaleza…la parte del "claustro" ha sido imaginada (como una) ciudad de diversión y gozo
compulsivos en la que la felicidad es el único mandamiento...La parte de "fortaleza", sin embargo, es
genuina. Heritage Park, la ciudad que Hazeldon está a punto de construir … se diferenciará de otras
ciudades por su aislamiento: cercas eléctricas de alto voltaje, vigilancia electrónica de los accesos,
barreras y guardias armados…Adentro, habrá todo lo que una buena vida necesita para ser completa y
totalmente satisfactoria:…negocios, iglesias, restaurantes, teatros, áreas de recreación, bosques, parque
central, lagos llenos de salmones, campos de juego, pistas de aerobismo, campos de deporte y canchas
de tenis... y lugares vacíos para agregar cualquier cosa que una vida decente demande en el futuro, según
los cambios de la moda…”

Ahora bien, si la globalización capitalista o el capitalismo globalizado es un fenómeno, un


proceso, un producto humano, una condición epocal, una profecía autocumplida o lo que sea, en
todo caso, resulta ser un hecho postulado como inexorable al que todo el mundo tiene que dejarse
integrar porque si no, de todas maneras será capitalistizado, globalizado (según la lógica de los
globalizadores y globalizadoras, no importa si uno creé en ella o no, pues de hecho ya estamos
globalizados tanto como también posmodernizados e imperializados. Es la lógica teológica
realizada por medios económicos y que las y los deistas fervorosos le aplican bondadosamente a
las personas queridas cuando descubren que estas son ateas: “no importa si creés en Dios, él de
todas maneras te ama”). ¿Qué importa cuál sea el propósito y la finalidad de la globalización si la
única recompensa posible es permanecer en ella? La globalización te ama, pero no a más del 25%
de la población mundial que usufructúa los beneficios de ese árbol de la vida tan caro a la mito-
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cosmobiogonía judeocristiana angloeuroyanquizada. Así lo anecdotiza Richard Rorty en la


siguiente cita:

“Destacamentos enteros de jóvenes empresarios pletóricos de fuerza vital ocupan las cabinas
delanteras de los jets transoceánicos, mientras que las traseras están repletas con un contrapeso de
profesores panzones como yo, que vuelan para asistir a conferencias interdisciplinarias celebradas en
lugares agradables…este cosmopolitismo cultural recientemente adquirido se limita al 25% más rico
de los estadounidenses” (Bauman 2004:57).

Entre las víctimas de esta lógica se encuentra alrededor del 80% de la humanidad, que ha sido
liberada de toda sustentabilidad, de toda posibilidad de intercambio o, lo que es lo mismo pero al
revés, condenada a la impiedad de la exclusión, al esclavaje y a la servidumbre.
No sé si existen estudiantes y colegas que pudieran encontrarse dentro del 25% hiperprivilegiado.
Tampoco conozco el número de los que estando dentro del 80% megaexcluido quisieran
pertenecer a dicho 25%. Lo que sí me parece estar bastante claro es que la idea del progreso
unilineal y ascendente postulado por el teleologismo positivista-evolucionista, quedó
definitivamente cuestionada cuando el liberalismo mercantilista clásico y neoclásico dejó de ser
creible y, por ello:
1) Primeramente, debió ceder el paso al keynesianismo y al denominado estado de bienestar
-que en nuestra América sólo existió como ilusión (que nunca fue ampliada a una sociedad de
bienestar) de una armonía que se reputó al papel de colchón amortiguador que fue
eficientemente desempeñado por una clase media pacata, arribista e individualista, aunque
muchos colegas, académicos, analistas, cientistas y humanistas, siguen creyendo que el
denominado modelo de clase media sí existe, aunque con quebrantos de salud, y otros,
continúan añorando aquella ilusión de armonía.
2) Posteriormente, ya transvertizado en neoliberalismo, pretendió legitimarse sobre los hombros
del declive y consecuente deslegitimación del estado en su versión cepalina, pero en esencia,
como reacción ante el ascenso de los movimientos populares y el incremento de la conciencia
política frente a la cual el imperio no tenía argumentos válidos. Por ello optó por la
instauración de dictaduras militares de las cuales la de Pinochet es la más brutalmente exitosa
para la estrategia imperial. Esto por cuanto tras diecinueve años de dictasuave (término
socarrón acuñado por Pinochet para significar la fase militar del neoliberalismo) y otros
tantos de la denominada concertación (fase civil del neoliberalismo) entre demócratas
cristianos y socialistas tipo Blair, como Lagos y Bachelet, observamos que las fuerzas
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políticas populares contestatarias continúan estando excluidas del sistema político y que el
relativo éxito macroeconómico no se traduce en justicia redistributiva pues Chile ostenta el
segundo lugar después de Brasil y el décimosegundo del mundo con la distribución del
ingreso más injusta (PNUD 2004); asimismo, visualizamos una disciplinada sociedad de
control que se autocensura, tutelada por la casta militar y policial: los únicos supraciudadanos
que, además, usufructúan sin control alguno el producto de ciertas exportaciones (vgr., 10%
del monto bruto de las ventas del cobre), lo que les da mayor suprautonomía. Finalmente,
observamos huellas sicosociales y simbólico-culturales del dolor -que muchos quisieran
olvidar y no todos pueden bien ocultar- provocadas por la larga y cruenta noche neoliberal en
diversos sectores poblacionales, a los cuales pertenecen no pocos trabajadores sociales y
trabajadoras sociales.
Concluyo este apartado diciendo que la relación capital-trabajo está, por decir lo menos, en
drástica reconversión global. Carlos Marx ya lo decía hace más de cien años: el capitalismo no
produce riquezas, sólo ganancias cuyas cifras astronómicas pertenecen a las megaempresas
trasnacionales. Y, preguntamos, si el sistema global sólo produce ganancias que no
necesariamente significan creación de riqueza, ¿cuál es la razón para que se le considere
insustituible?
Varios intentos de respuestas han sido propuestos por las muchedumbres que vienen participando
en los Foros Sociales Mundiales y para las cuales una globalización no capitalista (¿socialista?)
es posible. ¿Cómo no va a ser posible mundializar la solidaridad y la fraternidad, los estados
sociales de justicia y de derecho, la democracia participativa y protagónica como valores
universales, el control social de los capitales especulativos y la creación de instancias
democráticas, plurales y multipolares de gobernación mundial?, ¿cómo no va a ser posible la
universalización del cuidado amoroso de nuestra Madre Tierra tanto como la valoración y el
desbloqueo de los poderes morales y creadores de pueblos y naciones tanto como de las
dimensiones técnicas, poéticas, estéticas y espirituales, que son consustanciales a la materialidad
propia del ser humano?, ¿cómo no va a ser posible universalizar el impulso vital, el elam creador,
el sentimiento oceánico intuido por el poeta, amigo muy querido de Freud, Romain Roland, así
como el sentimiento cósmico, la necesidad de infinito, la necesidad de absoluto y la necesidad
de un ideal a las que se refirieron Vasconcelos y Mariátegui?
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Finalmente, ¿cómo no va a ser posible universalizar la integración entre los pueblos y naciones
del sur, que también existe y desde hace algún tiempo viene siendo construido
epistemológicamente?, ¿cómo no va a ser posible construir sueños tales como el de pertenecer a
un mundo inefable que ofrezca la seguridad absoluta de que ya nadie puede caerse de él (Freud
1975:7-11), o el de construir un mundo en el que los pueblos y naciones puedan comenzar a
construir sus propios proyectos de inmortalidad por sus propias obras, o el de una sociedad en la
que el gobierno hecho estado y el estado hecho gobierno asegure a todos sus miembros la mayor
suma de democracia, justicia, seguridad social y felicidad, tal como lo soñó nuestro Libertador
para la Patria Grande latinoamericana?

II
Los años noventa del siglo pasado y el septenio actual son testigos de nuevos y profundos
cambios en la cartografía política, social, cultural y económica latinoamericana, y
fundamentalmente en la ontoepistemología moderno-imperial, la cual está siendo deconstruida
desde nuestra compleja, diversa, sincrética y multicultural latinoiberoeuroindoafroamericaneidad.
Algo ha comenzado a cambiar –esperamos que para siempre- en nuestra América. El
neoliberalismo en tanto ideología legitimadora del capitalismo, ha quedado deslegitimado en
diversos países: la República Bolivariana de Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay,
Bolivia, Ecuador, Nicaragua…, y, aunque sigue gozando de una nebulizada salud en Chile,
México, Costa Rica, Colombia…, el ALCA o TLC ha sido derrotado por el ALBA (la
Alternativa Bolivariana para la América liderada por Venezuela) y el proyecto en marcha de la
integración de la Patria Grande, una de cuyas cristalizaciones fundamentales es el
repotenciamiento del Mercado Común del Sur (MERCOSUR), la creación reciente de la Unión
de Naciones del Sur (UNASUR) y una serie de instrumentos financieros (Banco del Sur),
energéticos (Petro-América, Petro-Caribe, Petro-Andina), mediáticos (TELESUR) y médico-
quirúrgicos (Misión Milagro Internacional), ha vuelto a poner sobre la palestra de la discusión el
papel de las multitudes étnicopopulares, a las que se han sumado sectores de clases medias y
altas, que han construido –valgan los términos sicoanalíticos- registros imaginarios, simbólicos y
reales distintos a los de los años sesenta y setenta del siglo pasado.
Es así como las clases, pueblos y naciones que hoy configuran –valga la redundancia aparente-
muchedumbres multitudinarias de carácter étnicopopular con movimientos moleculares inéditos,
han venido construyendo organicidades con las nuevas fuentes de constitucionalidad,
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legitimidad, legalidad, institucionalidad, estatalidad y nacionalidad; de allí que los momentos


coconstitutivos de la sociedad concebida en su conjunto más inclusivo imaginable: la nación, el
gobierno, el sistema político, el régimen jurídico-político, el escenario electoral, el mercado, la
denominada sociedad civil y el estado mismo, así como los espesores, no menos coconstitutivos
que los anteriores, tales como lo público, lo privado, lo económico, lo social, lo cultural, lo
ideológico-simbólico, han venido dejando de ser no-lugares para aquellas multitudes, para ser
ocupados por estas como escenarios concretos de organización democrática protagónica y de
forja cotidiana de nuevas formas incipientes de hacer geobiopolítica, geobiojusticia,
geobioeconomía, geobiocultura, geobiociencia, geobiosabiduría, geobiodoxa…y geobiotrabajo
societal.
No se trata de un salto cuantitativo ni cualitativo lineal ni regresivo ni ascendente, posible de ser
medible o ubicable en la cuadrícula cartesiana o susceptible de soluciones racionalistas y
economicistas extraíbles del portafolio tecnológico de la ciencia moderna.
Se trata, ni más ni menos, de la constatación de que ya no es posible llegar a ningún lugar
prestablecido ni utópico abstracto ni ilusorio (llámese “La” tierra prometida, “El” país del nunca
jamás, “El” país (el de Alicia) de las maravillas, o “La” ciudad de dios…) que se pudiera ubicar
en algún futuro intemporal, sino, simplemente de la construcción, en el aquí y ahora de nuestra
América, de nuevos puntos de partida, nuevos escenarios de actuación y apropiación de los
presentes, de los pasados y de los futuros que nos pertenecen, de adueñamiento de nuestros
mundos de vida como posibilidad de advenimiento de una nueva alborada, de un nuevo amanecer
cuya escenificación no es posible realizar sin el protagonismo de los pueblos, etnias, clases y
naciones especialmente indoafrocaribeños, que durante quinientos y más años han sufrido la
expoliación, el genocidio, la expropiación, la imposición de identidades que no les pertenecen y
cuyo malestar contra la cultura del imperio y la muerte, está planteándole a los trabajadores
sociales y a las trabajadoras sociales, a los académicos, a las universidades, a lo científicos,
tecnólogos y humanistas un inédito desafío, de tal envergadura y estructuralidad como nunca
antes se nos ha presentado en la historia continental, incluso considerando la importancia crucial
que tuvieron los movimientos sociales de los años sesenta y setenta del siglo pasado y la
denominada reconceptualización del servicio social.
Se trata, en fin, de la creación –insólita hasta hace un par de lustros- de nuevos lenguajes y
formas de pensamiento ético-estético y geobiopolítico que nos están permitiendo deconstruir lo
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establecido, lo consagrado, lo ritualizado, lo perverso, lo (neo)colonial-imperial -causa de


muchos de nuestros malestares y quejas- lo que viene significando que de lo que se trata en
nuestra América total y profunda, es de un cambio en la geometría del poder, en las reglas del
juego político y en la producción de imágenes societales, lo que tiene implicaciones
genoestructurales en el cartograma geopolítico latinoamericano y mundial.
Es lo que está deconstruyendo, mejor dicho, revolucionando epistémica, política, ideológica y
éticamente a la globalización neoliberal en su fase imperial, que está siendo defragmentada,
deconstruida y resituada en una perspectiva que no enfoca punto final alguno, pues los pueblos y
naciones de nuestra América no están tratando de llegar a ningún lugar. Sólo quieren construir,
significar, encarnar una nueva forma de aproximación al conocimiento y a la apropiación de lo
real, a la construcción de sistemas políticos anunciadores de una tendencia definida a que los
estados estadocéntricos y las sociedades estadofóbicas den paso a estados sociocéntricos y, como
reverso de la misma moneda, sociedades sociocéntricas de estado, es decir, sociedades integrales
e inclusivas dispuestas a apropiarse del estado y la historia que les pertenece.
Y esta característica está apuntando a la discusión –todo un desafío para los trabajadores sociales
y las trabajadoras sociales- sobre los estados éticos, sociales de derecho y de justicia cuyo sujeto
ya no es el sujeto cosificado de la carencia, sino el sujeto de derecho, el sujeto de dignidad, el
sujeto de reconocimiento en el otro y por el otro, el sujeto de aspiración, el sujeto que quiere
inclaudicablemente autoafirmar su condición humana, su libre voluntad de compromiso con la
realización plena de su deber ser (Barrantes 2005).

III
Resulta vox populi entre estudiantes y colegas que el trabajo social, de factura angloeuroyanqui,
se encubó y tuvo sus desarrollos más notables en el transcurso, primeramente, de la larga crisis
del capitalismo liberal y, posteriormente, del no menos largo proceso de reconstitución del estado
liberal-abstencionista hacia formas de estado providencial o de bienestar, en relativa
correspondencia con las olas globalizadoras o redespliegues del sistema capitalista y de las
estrategias de articulación de la modernidad dependiente, dentro de la cual se produjo el auge
efímero del movimiento de tendencias conocido como reconceptualización del servicio social.

También es sabido que, con diversos matices propios de la especificidad de cada país, en nuestra
América resulta ser paradigmática –aunque con desarrollos desiguales- la historia de la demanda
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del funcionariado que primeramente se conoció como visitadoras y servidoras sociales,


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seguidamente asistentes sociales y posteriormente trabajadoras sociales . Es así que desde los
años veinte hasta los años cincuenta del sigo veinte, la institucionalización del trabajo social
estuvo directamente ligada a la crisis del modelo agroexportador y de los estados
(pos)oligárquicos, en especial cuando a éstos les llegaba -progresiva o abruptamente- el momento
de modernizarse e intervenir activamente en la economía y en la cuestión o problemática social,
como respuesta a las demandas de las clases asalariadas y no asalariadas.
Una vez reconstituidos tardíamente aquellos estados en modernos estados desarrollistas de
factura cepalina, el trabajo social quedó articulado orgánicamente a la práctica estadocéntrica del
asistencialismo, del bienestarismo y de la modernidad dependiente que se legitimó a partir de los
años sesenta, constituyéndose a la heterogénea gama de visitadoras, servidoras, asistentes y
trabajadoras sociales en forjadoras de un trabajo socialmente necesario: el de la intermediación
instrumental de las relaciones de las agencias oficiales de política socioasistencial con la
creciente población excluida de los frutos del crecimiento económico.
Posteriormente y luego de la larga y cruenta noche neoliberal que intentó construir sociedades es-
tadofóbicas, la relación del trabajo social con el estadocentrismo se vio afectada y reconfigurada
de manera tal que diversos grupos de trabajadores sociales y trabajadoras sociales quedaron
expulsados del alero protector del estado y autorreferenciados en sus propios mundos de sobrevi-
vencia y de vida, se vieron compulsados a ejercer el trabajo social que les era posible dentro de
los límites que les estaban dados: el del fragmento, la no praxis, el no discurso sistémico, el
microfundamento sin macroexplicación.
De allí la plétora de nuevos espacios, nuevas demandas de servicios y competencias profesiona-
les, nuevas añoranzas y formas de ejercicio profesional y nuevas formas de pensar, vivir y
reaprender el arte de ejercer su oficio sin agendas de debates prestablecidos y sin fraguas de
modelos alternativos de intervención-acción-implicación social.
No obstante que la práctica del trabajo social en diversos sectores aún lleva la marca de la desar-
ticulación propia del divide-y-vencerás neoliberal, es posible pensar que, al influjo de los nuevos
tejidos sociales y vasos comunicantes que se vienen construyendo en diversos países, quizás
nuestras competencias teóricas, técnicas, políticas y éticas (mediatizadas aún por las estructuras

2 En la República Bolivariana de Venezuela desde 1942, año de la graduación de la primera camada de trabajadoras sociales, el nombre oficial de la profesión es trabajo social y el asignado a las

personas que lo ejercen es trabajador social y trabajadora social.


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sicosociales y simbólico-culturales que la larga y cruenta noche neoliberal creó en diversos


sectores poblacionales a los cuales pertenecen no pocos trabajadores sociales y trabajadoras
sociales en diversos países) nos permitan poner las prácticas sociales de sobrevivencia y de vida,
de investigación y acción que se realizan en el campo problemático que es el trabajo social mis-
mo, no sólo a tono con el actual cambio de época, sino, constituir dichas prácticas en acordes de
la obra que pueblos, naciones y multitudes están componiendo y ejecutando creativamente al rit-
mo de las alternativas potenciadas por la diferencia poscolonial y posimperial.
Adquieren sentido entonces las preguntas siguientes que forman parte de investigaciones que
sugiero como temas de tesis, trabajos de ascenso y sistematización de trabajos de campo: ¿qué
pasa con el trabajo social que se institucionalizó al alero del moderno estado bienestarista,
desarrollista, asistencialista si éste ya no es (quizás nunca lo fue) lo que quiso ser?, ¿determina la
crisis de dichos estados algún tipo de crisis en el trabajo social y sus prácticas diferenciales?,
¿existe alguna relación entre ambas crisis?, ¿cómo nos representamos los trabajadores sociales y
las trabajadoras sociales los ámbitos constituyentes del trabajo social?, ¿qué buscamos, cuál es
nuestra ambición o aspiración?, ¿a qué tipo de poder aspiramos: el de la sabiduría, el de la
ciencia, el de la técnica, el práctico-instrumental?, ¿a qué racionalidad, a qué problemáticas
intentamos responder? Finalmente, ¿cómo nos representamos la relación con otros profesionales
y cientistas que se ocupan también de la intervención social y están implicados en el proceso
mismo de satisfacción de carencias y potenciamiento de aspiraciones sociales? (Barrantes 2005).
Se trata de preguntas que se han desprendido de una creencia ingenua: que los hechos tal cuales
son hablados por la verdad apriorística que está contenida en la génesis misma de la realidad real.
De allí que consideramos que nuestro reto no es darle continuidad ni conclusión a lo que quedó
pendiente o a hacer realidad hoy, lo que pudo haber sido y no fue de las tendencias
reconceptualizadoras –muchos de cuyos corazoncitos aún palpitan con bríos y algunos con no
pocas añoranzas-, sino que, dentro del proyecto continental que nuestros pueblos y naciones han
puesto en marcha de cara al siglo veintiuno, nuestro desafío es refundar, resignificar,
resemantizar el campo problemático que es el trabajo social, y si logramos trabajar el punto que
nos separa y divide de las propuestas societales de innegable sentido étnico-popular, que están
estremeciendo los cimientos oligárquicos, modernos y hasta posmodernos de gran parte de
nuestros países, estaremos colocándonos en situación de poder comenzar a dar inicio a un nuevo
trabajo social, mejor dicho un TRABAJO SOCIETAL, uno que desde mi tesis de licenciatura (Barrantes
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1979) y hasta hace poco tiempo llamé EL TRABAJO SOCIAL QUE ESTABA POR HACERSE EN NUESTRA AMÉRICA
LATINA, y que hoy feminizo y denomino, a manera de provocación fraterna pero sin concesiones
éticas, políticas ni intelectuales, LA TRABAJOSOCIETALOGÍA DE LA LIBERACIÓN QUE ESTÁ SIENDO PUESTA EN

ESCENA EN ALGUNOS LUGARES DE NUESTRA AMÉRICA.


Con éste y otros términos significamos no necesariamente una propuesta rebuscada de cambio de
nombre del trabajo social, sino un cambio de su sentido que apunte a un proyecto de
fundamentación de una nueva concepción y práctica del trabajo social. Se trata de una
provocación epistémica a la que le hemos asignado una doble función:
1. Llamar la atención sobre la libertad que cada uno de nosotros tiene, más allá o más acá de los
discursos modernos, globalizados, tecnocráticos, neoliberales e imperiales de la universidad y
de la ciencia, de querer asumir el compromiso implicado en la propuesta de refundación del
trabajo social como arte, oficio, profesión, disciplina y práctica social, sea, realizar la doble
ruptura onto-epistemológica que, permitiendo deconstruir la arrogante hegemonía de la
ciencia (neo)moderna pero sin perder la promesa que ella genera y frustra al mismo tiempo,
está significada en la geopolítica de la producción, circulación y consumo de conocimientos y
saberes, que siendo prácticos no dejen de ser esclarecidos y siendo sabios no dejen de estar
socialmente producidos, pero fundamentalmente democráticamente distribuidos (Sábato,
1955; Santos, 1996; Morin, 1994) en el proceso mismo de creación, traducción y satisfacción
de necesidades (carencias y aspiraciones) sociales (individuales y colectivas) y sistémicas (la
sociedad considerada en su conjunto más inclusivo).
2. Endogenizar –refundamentándolas en las prácticas pensantes del trabajo social- la doxa y la
episteme, la mayéutica y la fronesis, el logos y la nosis, la ontología y la hermenéutica y, a
riesgo de ser reiterativo, de lo que se trata hoy en esta alborada de nuestra América de siglo
veintiuno, es de un proyecto ético-estético y geo-bio-político de producción de conocimientos
y saberes a partir de las cuestiones que, desde las raíces profundas de su sabia doxa
multiétnica y pluricultural, mestiza y sincrética, nuestros pueblos y naciones han colocado en
la agenda de discusión nacional, internacional, local y global.
¿Cuáles son los desafíos implicados en el hecho descrito en el párrafo anterior y en los procesos
de cambio de época de los que estamos siendo arte y parte, así sea que seamos o no capaces de
soportarlos? Para los efectos de esta comunicación puntualizamos los siguientes:
13

1. Relanzar, resemantizar y revalorar la relación ontocognocitiva del trabajo social consigo


mismo, con las comunidades productoras de conocimientos y saberes y con el clima político-
cultural e ideológico-simbólico de la época que recién estamos comenzando a transitar.
2. Transformar las leyes de ejercicio del trabajo social y de creación de colegios de
trabajadores sociales, a los fines de que dejen de ser instrumentos meramente gremialistas,
reivindicacionistas, corporatistas, economicistas y representacionistas.
3. Refundamentar el trabajo social y remitir sus inagotables formas de ejercicio científico,
técnico, profesional, académico y fundamentalmente ecosocial y biopolítico a las nuevas
plataformas de vida democrática participativa y protagónica.
4. Relanzar la figura unitaria pero plural, democrática y transdisciplinariamente integralizadora
de los colegios nacionales de trabajadores sociales, instaurando en el ejercicio del trabajo social
mismo la ética de la eficiencia, de la efectividad y del redespliegue de las capacidades
innovativas sobre la base del involucramiento en los asuntos que nos concierne como
ciudadanos, académicos, estudiantes y profesionales.
5. Instaurar novedosos dispositivos de poder compartido en los colegios de trabajadores sociales
tales como los observatorios nacionales de política social y las redes sociales de participación y
contraloría social, mediante los que podrían vincularse orgánicamente al proceso constituyente
de sus respectivos países.
6. Instaurar afinamientos éticos, políticos, académicos y científicos que fortalezcan y
promuevan, por un lado, el desarrollo decidido del trabajo social en tanto práctica societal
disciplinaria, interdisciplinaria, multidisciplinaria y transdisciplinaria de la intervención-acción-
implicación societal, y, por otro lado, la dignificación, regulación y relanzamiento del ejercicio
de los diplomados, bachilleres universitarios y técnicos medios y superiores y licenciados en
trabajo social; asimismo, de los profesionales que realizan el trabajo social por otros medios:
técnicos y licenciados en promoción social, educación social, orientación social, mediación
social y familiar, terapia social, gerencia social, gestión social y local, pedagogía social,
desarrollo humano y otras carreras que son consustanciales al trabajo societal.
7. Optimizar la formación y capacitación, el facultamiento y la habilitación integral de los
trabajadores sociales y las trabajadoras sociales para ejercer su oficio de manera competente,
agregarle valor a su praxis profesional y, por ende, a las capacidades innovativas de las
organizaciones de trabajadores sociales y trabajadoras sociales.
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8. Innovar formas de abrir los encapsulamientos que mantienen bloqueada la invención


indómita de amplios grupos de trabajadores sociales y de trabajadoras sociales; ello a fin de, por
un lado, constituir al trabajo social en una práctica social transdisciplinaria multilateralmente
alimentada por los conocimientos de la ciencia-técnica y los saberes étnico-populares, y por otro
lado, construir los fundamentos de una onto-epistemo-hermenéutica del acompañamiento a
multitudes, clases, pueblos y naciones (sujetos individuales y colectivos que incluyen a
trabajadores sociales y trabajadoras sociales) en sus proyectos de reproducción social e
individual pero esencialmente de sus estrategias de vida y apropiación de las realidades que les
pertenece (Zemelman 1995, De Sousa 1996; Follari 1998). Dicha epistemología la referimos
especialmente a lo siguiente (Barrantes 2002; 2006):
a) Los modos en que las sociedades alimentan recíprocamente la satisfacción de carencias y el
potenciamiento de aspiraciones sociales con el desiderato humanizador del vínculo social y
con la protección y fortalecimiento de la biodiversidad y la autosustentabilidad del planeta.
b) El debate fraterno pero sin concesiones éticas, políticas ni intelectuales entre verdades,
conocimientos y saberes, como base de creación y redespliegue de sociedades sociocráticas
de estado social, de democracia participativa y protagónica, derecho y de justicia.
c) La construcción de una cultura de paz, justicia, multietnicidad, pluriversalidad e integración
fraterna sobre bases eco-geo-políticas endógenas y autosustentables.
d) La construcción de mundos de vida fundados en la práctica cotidiana del bien-estar, bien-ser,
bien-tener, bien con-vivir, de la solidaridad, cooperatividad, fraternidad, equidad y justicia y
de las normas que regulan y potencian la convivencia pacífica en sociedad.
e) La construcción de bienestares y plenitudes individuales y colectivas que se basen en el
ejercicio inalienable del protagonismo democrático, la libertad de conciencia y de
pensamiento, del derecho tanto a la propiedad intelectual, individual, social y colectiva como
a la diferencia, a la autonomía, a la soberanía y al disenso.

A Modo de Inconclusión
Siguiendo nuestra subjetividad hemos realizado un recorrido que nos ha permitido proyectar
espectros de una problemática crucial para los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales, sin
pretender llegar a respuestas, mucho menos contundentes. Quizás por ello mismo, hayamos
ofrecido la impresión de complicar más que facilitar la comprensión de los desafíos implicados en
nuestra provocación epistémica. En realidad se trata de un no-texto pues el verdadero está por ser
15

escrito por quienes decidan apropiarse de él, lo rescriban y relancen de cara al desafío que tenemos
de reinventar al mismo tiempo el futuro de cada uno de nuestros países y, por ende, de la
trabajosocietalogía que seamos capaces de pensar en vinculación sinérgica con los proyectos de
vida que los pueblos y naciones de nuestra América están, unos, intentando y, otros, poniendo
efectivamente en marcha.
Quedo a disposición de quienes tengan a bien alimentar mi esfuerzo reflexivo. Sin cartabones.
Sin paradigmas, pero no sin principios.

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