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Metafísica
Indice
1. Introducción general o temática
2. Desarrollo
3. Objeto De La Metafísica
4. El Principio De No-Contradicción
5. Importancia de la metafísica para la teología
6. Conclusión

1. Introducción general o temática


Se llama meta-física, porque va más allá de lo físico o sensible en cuanto tal, hacia el interior del orden
puramente inteligible de la realidad (“meta”, significa más allá). “Ciencia” es conocimiento por causas y,
por lo tanto, cierto, universal innecesario. Es un conocimiento en el cual conocemos el porque, porque
hemos conocido la causa, no una causa accidental o fortuita, sino una causa necesaria.

2. Desarrollo
Metafísica: La Ciencia Del Ente En Cuanto Ente: Si la metafísica es ciencia del ente, lo que hemos de
estudiar en la metafísica, es la causa del ente. Para ser más precisa la definición de la metafísica,
podemos decir que es la ciencia de los principios de la causa del ente en cuanto ente. Pero, si los
principios y la causa del ente en cuanto ente han de ser, por ello, los más universales, podemos decir
que, en metafísica, estudiamos los más actos, últimos y universales principios o causas de todas las
cosas. Es por esto que la metafísica es llamada “filosofía primera”: el conjunto de la realidad cae bajo
su mira. La metafísica estudia tanto la totalidad como la unidad de todas las cosas. ¿Por qué la
totalidad?, porque “el hecho de ser” afecta absolutamente a todas las cosas. ¿Por qué la única cosa
que se encuentra fuera del ser? “el no-ser!: nada está fuera del alcance de la metafísica. ¿Y por qué la
unidad?. Porque todas las cosas tienen en común, lo que hace de todas ellas una, es el ser. Las cosas
diferentes en muchos aspectos, una cosa son exactamente la misma: en que son, existen. Puesto que
el Ser es lo que todas las cosas son, y la hace a todas ella una, estudiamos la unidad de todos los
seres. Esta es la visión metafísica: por ello es el más alto saber natural. Esto lo convierte en el más
difícil de los conocimientos naturales, no por ser complicados, sino por ser el más comprensivo y el más
profundo.

3. Objeto De La Metafísica
Conviene hacer aquí una distinción, que nos será de utilidad, entre el objeto formal y el objeto material
de la metafísica. El segundo es un sujeto-materia (todas las cosas), y el primero es el aspecto de este
objeto material, considerado por la metafísica; a saber, el aspecto del ser; tal es el punto de vista
metafísico, como distinto del de cualquier otra ciencia. La metafísica es la ciencia que estudia la
totalidad de las cosas bajo el aspecto y desde el punto de vista del ser: ¿Qué es esto?, ¿De qué está
hecho?, ¿Para qué es?, ¿Qué es lo que lo ha hecho llegar a hacer?. Es útil tener presente cuando los
niños alcanzan el uso de razón, siempre muestran una inclinación metafísica, porque formulan
preguntas sobre el Ser de las cosas: ¿Qué es esto, para qué es?...La primera tendencia del Ser
Humano es la de buscar el Ser de las cosas, porque el objeto natural de la inteligencia es el Ser. Esta
es la razón por la cual la metafísica es la ciencia natural del hombre, la ciencia humana, la más
congénita a la inteligencia. También es ésta la razón por la cual, si la metafísica es rechazada, olvidada
o despreciada, algo necesariamente debe fallar en alguna parte: en la moral, en las costumbres, en el
acercamiento a la vida...El Catecismo de la doctrina está repleto de metafísica desde el principio hasta
el fin. Nuestra religión cristiana nos da la explicación última de cualquier cosa que concierna al
propósito de la vida humana, a Dios y a la moralidad. Todo ello se halla exhaustivamente explicado por
ella, ya que es eminentemente metafísica. La simplicidad y profundidad de la fe cristiana (sobrenatural)
es acompañada por la simplicidad y profundidad de la metafísica (natural).

El Ente Es Analógico
El término “ente” es aplicado a todas las realidades, pero en el mismo sentido y en parte en un sentido
diferente. Este niño es un ente, esta mesa es un ente, Dios es un ente. ¿Quiere esto decir que el niño,
la mesa y Dios son exactamente lo mismo? Evidentemente no: son muy diferentes el uno del otro; pero
es cierto que cada uno de ellos es un ente. Esto es muy revelador. El “ser” conviene a numerosas
realidades parcialmente en un mismo sentido, porque todas ellas son entes y, parcialmente, en un
sentido diferente, porque el ser de la mesa es completamente distinto del ser del niño, el ser de una
buena acción es completamente diferente del ser de una mala acción. Esta característica del ente es
llamada la analogía del ente. Cuando una palabra es aplicada a muchas cosas siempre con el mismo
sentido, se llama unívoca. Por ejemplo, cuando decimos que Pedro es un hombre y Juan es un hombre,
estamos usando la palabra “hombre” exactamente en el mismo sentido: la “humanidad” de Pedro es la
misma que la “humanidad” de Juan; difieren éstos en sus características individuales, pero en lo que
concierne a su humanidad son idénticos. Si un término, por otra parte, tiene a veces un significado y
otras veces uno completamente distinto, se denomina equívoco:: así, por ejemplo, “tabla” puede
significar una pieza de madera o la tabla de materias de un libro. Ahora bien, existen palabras que no
son ni unívocas ni equívocas, porque, cuando son aplicadas, lo son parcialmente en el mismo sentido, y
parcialmente, en sentido diferente. No pueden ser llamadas equívocas, pues su significado es similar.
Pero tampoco pueden llamarse unívocas, ya que su sentido cambia en cierto modo. Por ejemplo, el
término “alegre” puede convenir a una sonrisa, aun pensamiento, a un paisaje, a un color, pero, en
parte, en el mismo sentido y, en parte, en sentidos distintos. Este tipo de términos es llamado
“analógico”, a partir del término griego que significa “proporción”: los sujetos a los cuales conviene son
iguales entre sí, pero sólo de forma proporcionada: La “alegría” del paisaje es al paisaje lo que la
“alegría”” de la sonrisa es a la sonrisa; pero no son idénticas. Y el “ente” es el más analógico de todos
los términos. En particular, predicamos el ser de dos tipos de ente, dos tipos de realidades en los cuales
podemos clasificar a los entes ¿Cuáles son, entonces, las clasificaciones últimas o categorías de los
entes? Como ya hemos observado, lo primero que advertimos cuando contemplamos la realidad es el
cambio; y después que no hay cambio sin algo que cambie. El cambio no puede existir solo y por sí
mismo: es algo que no cambia, inherente y perteneciente a la cosa. Denominamos a lo que cambia el
accidente y a lo que permanece a través del cambio sustancia. Los accidentes no existen en sí mismos:
aquello que soporta los accidentes es la sustancia. Es ésta, así, la clasificación última del ente:
podemos decir que el ente es o sustancia o accidente. Y cuando predicamos el “ser” de ambos, ¿lo
hacemos acaso en idéntico sentido en los dos casos? No, porque el ser de sustancia es un ser en sí y
por sí, mientras que el ser del accidentes es un ser de la sustancia o en la sustancia. Es en parte el
mismo y en parte distinto, pues la sustancia es “en sí” y el accidente es “en la sustancia”. Ambos
existen, pero de modo diferente. Es aquí donde mejor se percibe la analogía del ente.

4. El Principio De No-Contradicción
El principio supremo de la metafísica es el principio de no-contradicción. Recordemos: es imposible que
algo sea y no sea en el mismo sentido y en el mismo sujeto. Recordemos también las dos operaciones
del intelecto: 1) la operación de forjar un concepto; 2) la operación de afirmar o negar: juzgar o ajustar la
propia mente a la realidad. En la primera operación, la mente forma la noción del ente, sin la cual
ninguna otra cosa puede ser concebida (todos nuestros conceptos implican el concepto de ente). Es
ésta la primera moción que nos viene a la mente, y, ya que la metafísica es la ciencia del ente, es, por
ello, la tendencia más natural de la inteligencia. No es que, en realidad, podamos recordar cuándo
formamos nuestro primer concepto. Pero somos capaces de reconstruir este proceso: podemos
descubrir que la primera idea era el “ente” contemplando todos nuestros conceptos, y reconociendo que
todos hemos accedido a ellos después de haber accedido a la noción de ente; ella es parte de nuestra
humanidad. No hay aquí diferencia alguna de educación, cultura, talento o sexo: un ser humano se
dirige natural y espontáneamente hacia la noción de ente desde el momento mismo en que empieza a
conocer. Es éste, pues, en núcleo más profundo del ser humano: la búsqueda del sentido de la
existencia. Si la primera noción es el “ser”, la segunda debe ser el “no-ser”. No es tampoco que
podamos recordarla sino, de nuevo, que podamos reconstruirla: diciendo “ser”, nada es excluido, lo cual
significa que la segunda idea, después del ser, debe ser la “nada” o “no ser”. Y la tercera idea debe ser
la división, pues confrontando ser y no ser; los dividimos: ser no es no-ser. Nos elevamos aquí a la
segunda operación de la mente juntamente con la noción de división, realizamos el primer juicio, que es
el principio de no contradicción (ser no es no-ser). “Noción” es “operación primera”, y “juicio” es
“operación segunda”. En este punto, hemos de hacer la capital observación de que la contradicción es
imposible porque la realidad es así, no porque ésta sea nuestra manera de pensar: la contradicción es
imposible, no por ser impensable, sino porque no puede tener lugar en la realidad (la filosofía moderna,
sin embargo, sitúa a menudo el pensamiento por encima del ser). El principio de no-contradicción es un
juicio evidente, basado en la noción misma de ser. No es un mero axioma de pensamiento sino
arraigado y fundamentado en el ser. Este principio es auto evidente para todos. Se eleva en la
inteligencia de modo natural como un efecto de la verdad misma, de la verdad de las cosas mismas, a
partir del conocimiento experimental de los términos del juicio. Estos términos son “ser” y “no-ser”, y
tenemos un conocimiento experimental o empírico (sensible) de ellos. Y partiendo de esta experiencia
inmediata, vemos la verdad de las cosas, y el efecto de ello es el principio de no-contradicción. Este
principio es auto evidente para todos, porque estos dos términos (ser y no-ser) son naturalmente
conocidos por todo el mundo. Es el primer de toda demostración o prueba, porque surge de las
primerísimas nociones que llegan a nuestra mente, y, por lo tanto, no puede ser demostrado por otro
principio que sea más evidente. No es nada parecido a una hipótesis, porque una hipótesis es sólo un
tipo de tentativa de principio necesitada de comprobación; pero este éste principio es la primera certeza
natural de la mente humana. Y como tal es asumido por todas las ciencias. El marxismo, siguiendo la
dialéctica hegeliana , ha negado el principio de no-contradicción, pero no es la única filosofía que lo ha
hecho: Aristóteles, ya en su época, cuatro siglos antes de Cristo, refutó a aquellos que lo atacaban.
¿Podemos nosotros probar la verdad de este principio contra esas filosofías?. Acabamos de decir que
no puede ser probado, pues es precisamente el principio de toda prueba, de toda demostración. Lo que
sí se puede hacer es mostrar el absurdo de negarlo, sencillamente afirmando su opuesto: “una cosa
puede ser ella misma y ser otra en el mismo sentido”; “yo puedo ser yo mismo y otro al mismo
tiempo”...El marxismo dice que no hay ser: sólo hay un proceso de devenir. Esto se debe al ateísmo
intrínseco de esta filosofía que empieza por negar a Dios, porque Dios es “el ser que no puede cambiar”.

5. Importancia de la metafísica para la teología


Como hemos visto, la metafísica es indispensable no sólo para la teología natural, sino también para la
teología sobrenatural, porque sólo una filosofía de la realidad, del ser, es capaz de admitir
científicamente la verdad de la fe tal como es, es decir, como una realidad sobrenatural. En otras
palabras, la fe es una realidad sobrenatural: por tanto, solamente una filosofía que se ocupa de la
realidad puede aceptar científicamente la fe y hacerse teología. Es en realidad de ser, del acto de ser,
del ser de las cosas, donde, en cierto modo, hallamos un suelo común, un punto de encuentro en todas
las cosas como una participación. Dios es la plenitud de ser; las cosas toman parte del ser. La filosofía
recibe la fe e, iluminada por la fe, se desarrolla convirtiéndose en teología, la cual es la más profunda
comprensión de la revelación. ¿Qué es la fe? , dos cosas: lo que Dios revela, y nuestro acto de creer en
ello. Y, ¿Qué es la teología?, la mejor comprensión por nuestra parte de lo que Dios nos ha revelado.
¿Cómo podemos comprender mejor las cosas que Dios nos ha revelado? Entre otros medios, con la
ayuda de la metafísica. ¿Por qué? Porque la metafísica se dirige de forma ultimísima a lo divino como
tal: es la base común de los hombres con lo divino. Esta es la razón común de los hombres con lo
divino. Esta es la razón común de los hombres con lo divino. Esta es la razón por la cual, como dijimos,
el catecismo de la doctrina cristiana está repleto de metafísica: la mayor parte de las cuestiones tratadas
por éste poseen implicaciones metafísicas. El proceso de la teología arranca de la fe, pero la filosofía es
el instrumento de la teología, y, muy particularmente lo es la metafísica del ser, que no es una metafísica
del “pensamiento “ o de la “idea”. La metafísica del ser abastece a la teología de las nociones básicas
necesarias para comprender el contenido de la revelación en la medida en que esto es posible para la
mente humana: nociones como sustancia, accidente, causalidad, subsistencia, naturaleza, persona, etc.

6. Conclusión
En su obra Metafísica, Aristóteles intentó definir el "ser". Quizá sea ésta su principal aportación a
la historia de la filosofía griega y occidental en general. En el texto siguiente, Emile Bréhier
profundiza en la concepción aristotélica de tal aspecto, estableciendo su relación con la anterior
dialéctica platónica.

Fragmento de Historia de la filosofía.


De Emile Bréhier.
Volumen I: primera parte, capítulo IV, 3.
La metafísica de Aristóteles ocupa el lugar que ha quedado vacío al rechazar la dialéctica
platónica. Es «la ciencia del ser en tanto que es ser, o de los principios y causas del ser y de sus
atributos esenciales». Plantea un problema muy concreto: ¿qué es lo que hace que un ser sea lo
que es? ¿qué es lo que hace que un caballo sea un caballo, que una estatua sea una estatua, que
una cama sea una cama? Se trata de saber el sentido que tiene la palabra ser en la definición que
enuncia la esencia de un ser. Así la Metafísica resulta ser, en gran parte, un tratado de la
definición: el problema de la definición, que Platón creyó resolver mediante la dialéctica, no está,
en realidad ni al alcance de la dialéctica, que juzga simplemente el valor de las definiciones
formuladas, ni al de la ciencia demostrativa, que las usa como principios, sino de una ciencia
nueva y todavía desconocida, la filosofía primera o ciencia deseada, que se ocupa del ser en
tanto que ser.

Seguramente la palabra ser tiene otros sentidos distintos del que adquiere en la definición;
puede servir para designar el atributo esencial o lo propio (el hombre es capaz de reír), o incluso
el accidente (el hombres es blanco), pudiendo ser tomado éste, por lo demás, en una de las
nueve categorías; pero el ser de lo propio, como el del accidente, supone el ser de una sustancia;
y, si se puede hablar también del ser de una cualidad y preguntarse qué es, esto sucede porque
hay antes una sustancia; todos esos sentidos del ser son derivados del primero. El objeto
primitivo y esencial de la metafísica consiste, pues, en determinar la naturaleza del ser en su
sentido primitivo; pero se extiende a todos los sentidos derivados, ya que éstos se refieren al
sentido primitivo.

Por eso la metafísica tiene que empezar estableciendo axiomas, ya que sin ellos no se podría
hablar del ser en ningún sentido: no se puede afirmar y negar a la vez; no se puede decir que una
misma cosa es y no es; no se puede decir que un mismo atributo pertenece y no pertenece a un
mismo sujeto al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto. La negación de estos principios es
equivalente a la tesis de Protágoras en el Teeteto, cuando declaraba verdadero todo lo que le
parecía tal. El establecimiento de estos principios indemostrables no podría ser, por lo demás,
una demostración positiva, sino una refutación de los que los niegan: refutación completamente
dialéctica, consistente en hacer ver al adversario que, aunque parece que los niega, en realidad,
los acepta. El hecho de que no haya término medio entre la negación y la afirmación es una
condición del pensamiento; decir lo contrario es decir que lo que es no es y que lo que no es; es
negar que exista lo verdadero y lo falso. La refutación consiste también en mostrar la
insuficiencia de los ejemplos que ofrece el adversario en apoyo de su tesis; de modo especial, la
variación de las impresiones sensibles, a tenor de las circunstancias, no le aporta ninguna
prueba; porque si el vino, dulce para un hombre sano, le resulta amargo al enfermo, desde el
momento mismo en que le parece amargo, no le parece dulce. La propia impresión sensible
verifica el axioma.

Por lo demás, la tarea de la metafísica es nueva. No se trata ya de llegar por descomposición a


los elementos componentes de los seres, como hacen los físicos, ni de elevarse mediante una
dialéctica regresiva hasta una realidad suprema, objeto de una intuición intelectual, como en
Platón, sino de determinar por generalización los caracteres comunes de toda realidad. La
metafísica no es tampoco la ciencia del Bien o causa final ni la de la causa motriz, ya que Bien y
causa motriz dejan fuera cosas inmóviles como los seres matemáticos, sino la ciencia mucho
más general de la quididad, la cual no deja nada fuera de ella. La metafísica no estudia una a una
ni colectivamente todas las sustancias, sino lo que hay de común en todas; pero una vez más; lo
que hay de común no son elementos concretos, como el fuego o el agua, sino que cada una tiene
una quididad que permite clasificarla en un género y determinarla por una diferencia. Desde esta
perspectiva, no hay que hacer ninguna distinción entre las sustancias sensibles y las no
sensibles, ni tampoco entre las corruptibles y las incorruptibles; el terreno de la metafísica no
está limitado a la categoría de cosas no-sensibles e incorruptibles, sino que es mucho más
extenso. Sin embargo, el metafísico, al estudiar el ser en tanto que ser, no debe tener la ilusión
de haber alcanzado el género supremo. Ese es el error de los platónicos y de los pitagóricos, que
al hablar como de un género supremo del ser (o de lo uno, que viene a ser lo mismo, ya que se
puede decir uno de todo aquello de lo que se dice es) determinan a continuación todas las clases
por el método de división, mediante diferencias del ser: error lógico, ya que es una regla lógica
que la diferencia (por ejemplo, bípedo) no debe contener en su noción el género (animal) del cual
es diferencia, mientras que de cada pretendida diferencia del ser, se puede decir que es. El ser,
atributo universal, no es pues en modo alguno el género cuyas especies serían los otros seres.
Los primeros géneros son las categorías, y el ser, como lo uno, está por encima de ellas y es
común a todas.

Para hacer de lo uno o del ser el género y, por consiguiente, el generador de toda realidad, la
dialéctica platónica tomaba como punto de partida no ya el ser, sino las parejas de opuestos: ser
y no-ser, uno y múltiple, finito e infinito, mediante cuya mezcla engendraba todas las formas de la
realidad. La metafísica cierra también esta salida a la dialéctica: los opuestos no son principios
primitivos, sino maneras de ser de las sustancias. Una cosa es sustancia antes de ser finita o
infinita; ahora bien, la sustancia, es decir, un hombre o un caballo, «no tiene contrario». Por
tanto, ese primer principio no puede ser el punto de partida de una dialéctica. La ciencia de los
opuestos no es más que una parte subordinada de la metafísica; más adelante veremos que
conserva un inmenso papel como principio de la física.

Si el ser no es género supremo ni término de una pareja de opuestos, resulta que no es más que
un predicado; y las únicas realidades de las que es predicado, cuando se toma en sentido
primitivo, son las realidades individuales; por ejemplo, Sócrates o este caballo. Tales realidades
son las que estudia la metafísica, no como particulares, sino en cuanto que son algo. Pero ¿no
hay en ello una dificultad grave?; esas cosas sensibles, móviles, perecederas, ¿son realmente
algo?; ¿es posible la ciencia de otra forma que no sea alcanzando su modelo inteligible y fijo? De
aquí el famoso dilema: o un objeto es objeto de ciencia, en cuyo caso es universal y, por tanto,
irreal, o bien es real y, por tanto, sensible sin necesidad de ser verdadero, o sea, sin sujeción a la
ciencia, porque no hay «ciencia más que de lo universal». Esto fue lo que llevó a Platón a
superponer a las realidades del devenir —objetos de opinión— las realidades estables de las
ideas —objetos de ciencia—, salida que le está vedada a Aristóteles, una de cuyas principales
preocupaciones consiste entonces en mostrar los elementos estables y permanentes implicados
en el seno del devenir mismo.

Opinión Personal
La metafísica ha recibido en el siglo XX severas críticas. Las principales son las que provienen
del positivismo lógico, para quien la metafísica es un discurso sin significado porque sus
enunciados son afirmaciones acerca de los cuales nunca se podrá tener una experiencia. No
obstante, debemos decir que los temas concernientes a la metafísica no fueron dejados a un lado
en el siglo XX, sino, por el contrario, las distintas corrientes de pensamiento se ven remitidas a
ellos con la necesidad de formular maneras alternativas en su tratamiento.

Fuente: Bréhier, Emile. Historia de la filosofía (2 vols.). Traducción de Juan Antonio Pérez Millán y
Mª Dolores Morán. Madrid. Editorial Tecnos, 1988.

Trabajo enviado por:


Lic. José Luis Dell’ordine
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