El café que me habían servido en ese lugar estaba muy cargado, me sentí un
poco alterada después de dos tazas. Se me hacía tarde, tenía que volver a casa.
Salí de la cafetería, hacía mucho calor, las calles parecían ríos de autos que
avanzaban a paso de funeral. Caminé por la calle de siempre, doblé por la
esquina de siempre, miré los mismos edifcios y sus fachadas de siempre.
Siempre la misma monotonía, pensarme una mujer monótona me provocó
pena. En un intento casi ridículo por salir de esa linealidad que gobernaba mi
vida, decidí caminar por la acera contraria, por la acera en la que nunca había
andado y en la que nunca se me había siquiera ocurrido andar. La calle era
evidentemente la misma, pero vista desde otro ángulo, pensé inocentemente,
que había logrado ya algo con esa acción. Andando un poco más y pensando en
no sé qué, con la mirada clavada en el suelo y el peligro de estrellarme contra
un poste o cualquier cosa que se plante frente de mí y que no pudiera advertir,
pateé un objeto que inmediatamente llamó mi atención. Se trataba de un
teléfono celular el cual levanté sin pensar. Me llamó la atención la imagen que
de fondo tenía en la pantalla. Era la imagen de un chico que tenía una mirada
fascinante, además, tengo que decirlo, de una sonrisa cautivadora a la que era
irresistible devolverle un gesto de cordialidad. Casi sin notarlo, me dí cuenta
que estaba sonriéndole ridículamente a una imagen de fondo de pantalla de
celular. Este pensamiento me hizo avergonzarme de mí misma. Caminando
mientras revisaba curiosamente el celular ajeno, advertí que el celular
pertenecía a un chico pues en la carpeta de sus imágenes se repetían una y otra
vez fotografías de la misma persona. Al observar por un largo rato los mensajes
del celular, los contactos, los videos y sobre todo, la música y las fotografías, fue
que inevitablemente se produjo en mí una imagen mental de la personalidad
del dueño del celular. Pensé en lo curioso que resulta conocer a una persona por
sus objetos, más aún por aquellos objetos en los que se pueden encontrar
“fragmentos” de la persona: fotos, palabras, etc., fragmentos que terminan por
delinear la personalidad. A todos nuestros objetos se le impregnan
inevitablemente aspectos de nuestra propia personalidad. Mi anterior
razonamiento me pareció inteligente y lúcido por lo que me sentí admirada de
mí misma. Pensé en seguida que se debía a los efectos de la cafeína en mi
organismo. Dejé de lado mis razonamientos casi flosófcos, guardé el teléfono
en mi bolso, me froté los ojos, puse cara como de transeúnte indiferente que se
dirige con frmeza hacia un lugar determinado y seguí mi camino.
La clase de Metodología y Redacción como siempre me provocaba tal
somnolencia que, bien me hubiera sido útil en esas noches en las que no había
podido conciliar el sueño pensando cualquier cantidad de cosas absurdas. No
sentía ni tantita vergüenza cuando el profesor, que no paraba de hablar, me
miraba y descubría que su alumna tenía los ojos semicerrados y enrojecidos.
Luchando contra el peso de mi cabeza que se empecinaba en irse de lado,
escuché sonar un celular que desde mi bolso timbraba tímidamente. Descubrí
que no era mi propio teléfono sino el que había sonado era el celular ajeno que
había encontrado el día anterior y que no había dejado de chismosear en la
noche interesándome en su dueño quien me había parecido atractivo e
interesante. Sí, me había gustado a pesar de no ser otra cosa más que un
fantasma hasta ahora. Había timbrado porque se trataba de un mensaje de un
Israel García Plata
Pasé mucho tiempo haciendo una infnidad de cosas, desde hacer rollitos de
servilleta y luego doblarlos para hacer triángulos que luego al construir más se
convirtieron en rombos, hasta intentar equilibrar una cuchara y un tenedor en
forma de pirámide tocándose apenas por un punto. Cuarenta y cinco minutos
me parecieron una eternidad, unos cuantos se habían agregado a la mesa del
fondo, ya entre todos sumaban por ahí de 10 personas, pero ninguno de ellos
debía ser Marco. Seguramente a los ojos de los meseros y de otros pocos que me
habían advertido desde que llegué, mi novio seguramente me había plantado o
algo parecido. No me importó lo que pensaran, bueno fue que ninguno se
acercó a querer hacerle compañía a la pobre chica abandonada. Pensé, creo yo
que por la desesperación y el tedio, que lo mejor sería acercarme al grupo de
amigos del fondo y preguntarles por Marco, así de sencillo. Me levanté, dejé
mis 15 pesos de cuenta y 3 más de propina, caminé hacia ellos y una vez cerca
dije:
Sin darme cuenta, detrás de mí estaba una chica, había estado ahí desde
alguna parte del relato apoyada con las manos en el respaldo de mi silla. Al
encontrarme con su mirada dijo:
- Sí, es mío. Lo perdí hace unos días ¿vas a creer? Andaba bien pedo y ni
supe donde lo dejé. Jaja. Me valió madre pinche celular. Son como las
viejas, se te pierden si no las cuidas. Oye morrita, pero ¿cómo es que
viniste hasta aquí a traérmelo? ¡Qué buen pedo mi amor!
Estaba atónita, hablaba como naco y además decía groserías. Se había
venido abajo la imagen del Marco que tenía en mente. Era horrible, era una
caricatura, una broma. ¿Qué había pasado con el Marco de las fotos, la
música, la poesía? No pude soportar la avalancha de contradicciones que
estaba experimentando y pregunté:
- De la banda de jazz…
- Igual, el pendejo ése que me lo vendió quién sabe qué mamadas le metió.
Oye preciosa ¿nos echamos una chelita o qué? -me dijo con voz imitación
norteña mientras me pasaba la vista lascivamente por el cuerpo-
Me sentí terriblemente humillada, sentía ganas de reírme como tonta, de
reclamarle, de abofetearlo o tal vez abofetearme yo misma. Muchos
sentimientos encontrados fueron los que experimenté en ese momento.
Estaba muy confundida, tenía ganas de que me dieran explicaciones, pero ¿a
quién se las iba a pedir? ¿Quién me había engañado? ¿Quién era el culpable
de esta farsa? Sin decir más, le di su celular. Me disculpé por no poder
“echarme la chelita” y sin despedirme de pervert boy ni de Karen salí del
lugar. Camino a mi casa no pude evitar reír a la vez que sentía un dolor en el
corazón de causa desconocida. Estuve a punto de llorar pero el simple
hecho de pensarme llorando por aquello me provocó risa. Llegué a mi casa,
había anochecido, me quité las zapatillas que ya no aguantaba, me lavé la
cara, fui por una leche con café, me tiré en el sillón y prendí la tele, veía un
documental sobre el periodo de reproducción del cangrejo violinista.
Me levanté a la misma hora, ya ni siquiera es necesario usar el despertador
que siempre suena a las 6:50 de la mañana, automáticamente y con la
precisión de un reloj abro los ojos con puntualidad feroz, no importa si estoy
desvelada. Salgo siempre con el estómago vacío, nunca me da tiempo de
desayunar a pesar de que me lo proponga.
Israel García Plata
Esta vez desviaron la ruta que suelo tomar para ir a la escuela, al parecer
están haciendo reparaciones en el asfalto o algo así parecí escuchar decir a
mi papá, tuve que caminar tres cuadras más. Mientras caminaba para tomar
el camión me sucedió algo verdaderamente increíble, el destino mismo se
había burlado de mí por segunda ocasión, a penas una cuadra antes de
llegar a la parada noté que sobre el suelo había un volante en el que se
anunciaba la presentación de una banda de jazz muy famosa en los Estados
Unidos, levanté el volante y ¡juro que no miento!, debajo de él se encontraba
un teléfono celular. Entendí inmediatamente que el destino también sabe
hacer bromas y que esta vez había sido yo su víctima. Leí rápido el volante,
lo hice bolita y lo lancé lo más lejos que pude, en cuanto al celular, me
coloqué en línea recta ascendiente sobre él y le dejé caer un hilo de baba
agria concentrada de toda la noche.