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Sobre el sentido biológico del capitalismo.

He de admitir que nací anticapitalista, rasgo heredado por ambas


ramas de mi árbol genealógico. En mi familia lo más parecido a un
capitalista era una tía de mi madre que hizo fortuna en Cuba y
volvió a los veintiocho años con lo suficiente para vivir de rentas
hasta que murió, recién cumplidos los ochenta. Pero tal vez porque
su capital lo reunió menoscabando el de sus sucesivos amantes
siempre se sintió roja, incluso puede que cuando le regalaban
brillantes considerase que aquello no era otra cosa que un acto de
justicia social o de redistribución de la plusvalía.

Aparte de la tía Josefa hay en mi familia anarquistas, socialistas,


comunistas leninistas, trotskistas, estalinistas, republicanos
indefinidos, rojos a secas, anticlericales e incluso un cura por línea
directa, pero todos sin ningún género de duda, anticapitalistas.

Es difícil ir contra la herencia, así que he de reconocer que hasta


que me acerqué a la treintena para mí el capitalismo era una especie
de cáncer que corroía al mundo, una enfermedad mortal para lo vivo
a la que había que buscar remedio. Ya sabéis, estaba de acuerdo con
aquello de: “... y entonces descubriréis que el dinero no se come”.

Si no formaba parte de ninguna facción en concreto era por mi


exacerbado individualismo (curiosamente otro rasgo heredado,
nunca hemos sido gente de partido, los afiliados pertenecían
siempre a la parte política, nunca mejor dicho, de la familia), pero
yo era feliz sometiendo a rigurosa crítica los distintos métodos
destinados a acabar con el capitalismo, esperando encontrar el
adecuado antes de los treinta y tres.

Y fue intentando demostrar lo absurdo del capitalismo cuando me


topé con lo que no creía que existiese.

Muy a mi pesar descubrí que el capitalismo tenía una razón de


ser, más allá de la ideología, de la historia, de la economía, más allá
del pensamiento o del bien y el mal humano. Un sentido biológico,
que incluso trascendía los mecanismos de supervivencia la especie, y
que afectaba a los modos de expansión de la vida.

Ya sé que suena mal, peor me sonó a mí, y sin embargo no encuentro


manera de negar que ese sentido biológico exista. Fijaos bien, no
digo que me parezca absolutamente necesario, pero sí que sin duda
acorta el camino.

Empecemos por el principio. Es característico de la vida la


tendencia a expandirse. Desde que apareció en nuestro planeta no
ha hecho más que evolucionar y desarrollarse hasta ocuparlo
enteramente, hasta formar la biosfera, modificando( y creando)
hasta tal punto su atmósfera que esta se mantiene en un
permanente estado de desequilibrio químico, estado que de cesar
repentinamente la vida en la tierra desaparecería en poco tiempo .
Este desequilibrio químico es tan imposible de explicar sin la
presencia de vida que a un eventual observador desde el espacio le
bastaría analizar la composición de nuestra atmósfera, para saber
que se hallaba ante a un planeta con vida ampliamente desarrollada.

Bien. Está claro que el planeta rebosa vida. Desde los océanos
primigenios ha colonizado casi todo lo colonizable, saltándose todas
las barreras físicas, pasando incluso del mar a la tierra, mediante
organismos diseñados para ello, que una vez cumplido su propósito
de servir de puente evolucionaron o desaparecieron, aunque esto
ya es irrelevante. Sólo importa que sirvieron para llevar la vida a
territorios yermos hasta entonces.

Y éxito tras éxito, superando todos los obstáculos, aquí estamos,


frente a una nueva barrera: la planetaria. Para seguir
expandiendose la vida debe llegar más allá de la tierra primero e
incluso, con el tiempo, más allá del sistema solar. Es inevitable. No
se trata sólo de dejar de crecer, sino de no dejar de ser. Tarde o
temprano el Sol se extinguirá, y si la vida no ha dado el salto
perecerá con él.

Pero no nos precipitemos. De momento sólo se trata de pasar a otro


planeta. Aquí es donde entra el hombre. Una especie inteligente
con gran capacidad manual, capaz de construir receptáculos en
forma de naves que transporten la vida protegida en su interior a
modo de gigantescas esporas, y de este modo salvar con éxito las
enormes y esterilizadoras distancias interplanetarias, letales para
la frágil vida.

Y aun más, una especie capaz de planificar y crear previamente en


otro planeta las condiciones ideales para la vida terrestre, en un
tiempo sumamente corto en comparación con el que se requirió en la
tierra.

Entendedme bien, el hombre no es imprescindible, pero como


especie está ahí, al menos, para una cosa, para intentar ser
sembrador de vida más allá de la tierra. Esto hoy es una realidad
que casi se toca con los dedos. Y una vez conseguido el salto
interplanetario nada estaría perdido, aunque nos extinguiéramos
como especie, incluso aunque dañáramos seriamente la biosfera y
retrocediera la vida en la tierra a niveles mínimos. Ya habría al
menos dos planetas vivos, y tal vez la próxima especie sembradora
lo hiciera mejor. En el peor de los casos, sólo con que no lo hiciese
peor serviría.

Por otra parte ¿quién sabe? puede que seamos buenos extendiendo
y también manteniendo la vida.

Eso sería un éxito para la especie, y un buen ahorro de tiempo para


la vida.

Y es que aunque la vida tiene mucho tiempo no tiene la eternidad


por delante. Como os dije antes, la vida desarrollada en nuestro
sistema solar tiene como mucho el tiempo de vida del Sol para
seguir existiendo, a no ser que sea capaz de saltar a otra estrella.
Además también las galaxias mueren, así que aunque en nuestros
baremos esos tiempos sean inmensos, recordemos que son finitos.

Por lo tanto, cuanto más rápido mejor. Si, es verdad que la vida tal
vez podría saltar la barrera interplanetaria en la cola de los
cometas, pero si además tiene como sembradora a una especie como
la humana, todo será más rápido y mas seguro.

Y aquí, desgraciadamente, entra el capitalismo.

Seamos sinceros. Imaginad que vivimos en el paraíso (anarquista,


bíblico, pre-estatal, el que prefiráis). Imaginad que todos somos
hermanos, que tenemos cada cual según sus necesidades. ¿Creéis
que habríamos desarrollado tan rápidamente la tecnología capaz de
llevarnos al espacio? Es más ¿acaso la habríamos desarrollado
nunca?

Es triste, pero esa tecnología es fruto del capitalismo, fruto del


desarrollo armamentístico, de la guerra fría, de la mejora de los
medios de transporte para expandir los mercados, viene en el
mismo saco que la contaminación, los plásticos y la destrucción de la
capa de ozono.

Y no seamos hipócritas. Todos sabemos que un hombre feliz se


dedica a escribir poemas, mirar puestas de sol y a hacer el amor, y
muy raramente a construir cohetes.

Y aunque lo hiciese, un hombre sólo no basta, hacen falta muchos


implicados en un proyecto común, además de unos medios, unos
materiales, una infraestructura en definitiva imposible sin la
existencia de una cultura, de un sistema de valores capitalistas.

Sí, es cierto, tal vez tras mucho, mucho tiempo, el hombre acabaría
por ser consciente de su posible misión como sembrador de vida, e
intentaría saltar la barrera planetaria, pero, sin la neurótica
necesidad capitalista por expansionarse, sin la crueldad y
competitividad capitalista, tal vez nunca lo lograra, y desde luego
nunca tan rápido ni tan eficientemente.

Conque ya veis, al final todo está claro, esa es la razón por la que la
vida consiente hasta ahora el desarrollo capitalista, porque le
permite hacer de Marte un planeta vivo en un tiempo record.

Y aquí estamos.
Hubiera podido hacerse por otros caminos mejores, pero lo
indudable es que el capitalismo, despiadadamente incluso, nos ha
traído hasta aquí, hasta el umbral del planeta Tierra.

Podemos negarle corazón, humanidad, equilibrio, bondad, podremos


negarle cualquier cosa, menos un sentido biológico que nos
trasciende como especie y que afecta y ayuda a los mecanismos de
expansión de la vida, pese a sus devastadores efectos en la
biosfera,

Esto está lejos de intentar justificar el capitalismo.

Para mi desgracia ha sido el capitalismo el que se justificó ante mí,


muy a mi pesar.

Y sin embargo no nos equivoquemos. Si generaciones de


anticapitalistas no se le hubiesen opuesto, su salvajismo innato nos
hubiese privado de intentar cumplir nuestro fin como especie.

Y si a pesar de todo hubiesen conseguido destruirlo antes de


tiempo, hoy no poseeríamos los conocimientos necesarios. Todo ha
sido preciso.

Así que queridos idealistas, nada se ha perdido (salvo gran parte de


la capa de ozono, el dodo e incontables especies más). Recordad
que ahora ya tenemos (o casi) la tecnología. Dentro de poco la
carrera espacial estará tan desarrollada que no necesitaremos
(nosotros y la vida) del capitalismo para continuar nuestro camino
hacia las estrellas(al menos eso espero, aunque no estoy segura, el
hombre es vago por naturaleza).

Ya sé que sería más bonito como utopía instaurar un modo de vida


que propugnara la vuelta al campo, a los valores naturales, al
hermoso fuego paleolítico. Es más difícil montarse sobre el
capitalismo y reconducirlo. Pero un sembrador necesita semillas
fecundas y buena tierra preparada de antemano. Eso sólo nos lo
permite la tecnología desarrollada por el capitalismo, y para ello no
hay más remedio que dejar atrás el anhelo de un edén pre
científico. Si no valemos como sembradores mejor estaríamos aun
en los árboles, con nuestros parientes los primates, al fin y al cabo,
en el verdadero y bíblico paraíso.

Por Slanka I

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