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Opinión

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Viernes, 4 de Dic de 2009


Última Actualización: 11:57 a.m.
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Pregrado vs. posgrado

Por: Tulio Elí Chinchilla

¿DEBERÍA REDUCIRSE A OCHO SEmestres la duración de carreras como


ingeniería, derecho o economía —hoy de diez—, a diez la de medicina —hoy de
doce— y a seis la de sociología, sicología, antropología e historia —hoy de ocho
—?

Es la reforma que proyecta cierta tecnocracia educativa para superar las


deficiencias cualitativas de la educación universitaria. Como compensación al
recorte en la formación de pregrado, el estudiante deberá reforzar su
formación con una especialización (dos semestres) o una maestría (cuatro
semestres).

Que abunden especialistas, maestros y doctores es un índice del desarrollo


científico y tecnológico de un país. Aunque seguimos rezagados, algo hemos
avanzado cuando en 2008 se ofrecieron 1.481 programas de especialización,
377 de maestría y 76 de doctorado (frente a 2.832 programas de carreras
universitarias). Sin embargo, tal indicador puede escamotear la baja calidad
formativa e investigativa de nuestros estudios universitarios. La mediocridad y
precariedad científica del pregrado se transmite inevitablemente al posgrado.
Quien mal ofrece una carrera universitaria, peor ofrece una educación
avanzada.

La discusión sobre estas propuestas en boga debería considerar que el tiempo


de preparación lectiva bajo orientación del docente en el aula, el seminario, el
laboratorio y el campo de prácticas (variable t), constituye un factor relevante
que determina en buena medida el resultado integral del proceso. Están en
juego los contenidos esenciales del plan de estudios, ya de por sí vertidos en
mínimos irreductibles. En la enseñanza de arduas teorías y de conocimiento
complejo, la simplificación excesiva falsea y degrada el objeto del saber (“el
arte es largo y el tiempo corto”, decía Mefistófeles a Fausto). Además, no hay
eliminación de componentes curriculares que no empiece por arrasar, cual
bárbaro científico, las asignaturas de contexto social y humanístico que dotan
de sentido a técnicas y artes.
Acortar la variable t —vital en procesos cognitivos— puede anular todo
esfuerzo docente porque la información sólo se transforma en conocimiento
gracias al ejercicio reiterado de procesarla, interpretarla y utilizarla
racionalmente. Lo cual supone larga cohabitación con el objeto, acción
continuada de creación de hábitos intelectuales en múltiples momentos
concatenados, mucho más que simple aproximación episódica al concepto.

Asimilar competencias profesionales no sólo requiere activar facultades


intelectivas sino que comporta un proceso de maduración sicológica en el
educando: moldear en él una forma vital de asumir el saber y las destrezas
científicas. La docta preparación de un médico imberbe poca confianza
suscitará en el paciente, porque nadie puede ser más veloz que su propia
sombra.

Como la universidad pública maneja el posgrado con idénticos criterios de


mercado no intervenido que la privada —el Estado social igualador todavía no
pasa por la formación avanzada—, entonces el costo global de una
especialización o una maestría (10 y 20 millones, respectivamente) se ha
desbocado en comparación con el del pregrado. Trasvasar tiempos de la
carrera hacia el posgrado implica exclusión.

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