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Zapatistas: Un nuevo mundo en construcción
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Zapatistas: Un nuevo mundo en construcción

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About this ebook

“Si hubo una rebelión «anunciada» fue
precisamente ésta”, afirma el politólogo
Guillermo Almeyra. Pese a esta
afirmación, este proceso irrumpió para la
mayoría de la gente en forma inesperada
en un mundo supuestamente globalizado,
donde nada «distinto» se esperaba.
Los antecedentes del levantamiento, la
organización social, política, la educación,
la sanidad, son algunos de los aspectos
desmenuzados por el análisis de Almeyra.
Las excelentes fotografías de Thibaut van
acompañadas de una crónica de su viaje
por el corazón de Chiapas.
LanguageEspañol
Release dateNov 15, 2016
ISBN9789873615542
Zapatistas: Un nuevo mundo en construcción
Author

Guillermo Almeyra

Guillermo Almeyra: Es argentino-mexicano, nacido en Buenos Aires, doctor en Ciencias Políticas y Maestro en Historia por la Universidad de París VIII. Enseña Política Contemporánea en la Universidad Nacional Autónoma de México y en el Posgrado Integrado en Desarrollo Rural de la Universidad Autónoma Metropolitana de México, en el cual se especializa en movimientos sociales y en las consecuencias de la mundialización, temas sobre los cuales ha publicado en diversos medios mexicanos y extranjeros. Es editorialista y comentarista internacional de La Jornada y durante 17 años fue editor en español de la revista Ceres, de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. Sus últimos libros fueron La protesta Social en Argentina-1990-2004, y, junto con Rebeca Alfonso El Istmo de Tehuantepec en el Plan Puebla Panamá .

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    Zapatistas - Guillermo Almeyra

    9789879493267.jpg

    ZAPATISTAS

    UN NUEVO MUNDO EN CONSTRUCCIÓN

    ________________________________________

    G U I L L E R M O A L M E Y R A - E M I L I A N O T H I B A U

    Edición digital, octubre de 2016.

    (c) 2006 Editorial Maipue

    Zufriategui 1153 (1714)

    Ituzaingó, Provincia de Buenos Aires, República Argentina

    Tel / fax: 5411 4458-0259

    promoción@maipue.com.ar / ventas@maipue.com.ar

    www.maipue.com.ar

    Fotografía: Emiliano Thibaut

    Diseño de tapa: Disegnobrass

    Diagramación y armado: Disegnobrass

    Corrección de textos: Julia Taboada, María Cecilia Medina

    Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723. Libro de edición Argentina

    No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor.Su infracción está penada por las leyes 11723 y 25446.

    Dedicado a la comandanta Ramona y a la compañera Nora Muchnik

    Prólogo

    El libro que tenemos aquí es un aporte altamente significativo para comprender al movimiento zapatista en México. No voy a glosar lo que dicen sus autores. Simplemente señalo la importancia del acercamiento positivo, pero también crítico de los autores, que aportan, más que elogios, elementos de comprensión social más profundos.

    Aquí se pone en juego la ideología, pero también la sensibilidad social que se merece el zapatismo indiocampesino mexicano.

    Desde lejos, desde esta Argentina tan distante geográficamente, pero al mismo tiempo tan igual a México en condición fundamental de latinoamericanos, sería un atrevimiento por mi parte referirme a hechos puntuales sin contar con una información precisa y cotidiana.

    Pero he vivido casi tres años en México y me dedico al estudio de la historia latinoamericana. He recorrido su territorio, especialmente la zona de Morelos, de Yucatán, del mundo maya y estuve radicado en Puebla. Eso permitió que en una visita a Cuautla (Morelos) hace ya muchos años (23 para ser exactos) haya conocido circunstancialmente a un viejo indio en el Zócalo de esa ciudad, donde sentados en un banco, al final pude hablar algunas cosas con él. Allí me contó anécdotas y me ayudó a comprender ese mundo tan distinto del argentino. De jovencito había participado en el movimiento liderado por Emiliano Zapata y su mirada y su cabeza guardaban recuerdos preciosos. No había ideología intelectual sino vivencias de un pasado que estaba presente, allí en ese momento. Y confieso que me emocioné. Yo había estudiado la Revolución Mexicana de 1910 en adelante, pero esta conversación (si así puede llamarse) era otra cosa, y aún hoy eso me sirve, según creo, para entender mejor al EZLN y a Marcos, aun cuando mantengo una posición crítica, pero no negativa.

    Le debo un agradecimiento especial a Guillermo, con quien creo coincidir sobre qué fue y qué es el zapatismo actual, por haberme invitado a escribir estas líneas.

    Lo hago extensivo a Emiliano Thibaut. El libro contiene cuatro partes: un texto de cada uno de los autores, una selección de fotos y las declaraciones del EZLN. No voy a comentarlos porque entiendo que quien tenga en sus manos este libro no dejará de leerlo, pues es atrapante. Y entonces simplemente parto de ese supuesto para hacer este comentario.

    Si el zapatismo y el propio Marcos iniciaron esta revolución social, no pueden soslayar que forma parte de una revolución también política e ideológica. No hay manera de apartarse de ello, pues no hay movimiento social que no trasunte alguna intencionalidad. Y la intencionalidad obedece a nuestra concepción ideológica y política. Lo queramos o no. Por afirmación u omisión, pero está allí como parte de la realidad.

    El mundo latinoamericano nos ofrece un nuevo renacer, mezcla de heterogeneidades pero también de coincidencias, a pesar de las diferencias de todo tipo de país en país. Y no es el caso de abundar en esta afirmación, pues es parte de una realidad, cambiante y llena de potencialidades, a pesar de fracasos y problemas específicos de tipo local.

    A partir del logro de reivindicaciones locales, el zapatismo se ha transformado, aun sin querer ser parte del surgimiento de una nueva alternativa con proyección nacional e internacional. No obstante ello esa repercusión existió y eso, objetivamente, ayuda a crear nuevas tendencias que deben discutir no solamente lo que hacen los zapatistas, sino a adoptar un compromiso más serio. El anticapitalismo o el antiimperialismo no son ajenos a ninguno de los movimientos sociales que está viviendo América Latina, sea en Bolivia o en Venezuela, pero también en Brasil o en Argentina. ¿Qué nos une? Porque las solidaridades aparecen como una generalidad, pero se expresan en acciones concretas. Esto es lo importante. El zapatismo acaba de cambiar sin asumir a fondo qué quiere y a dónde va, con la Sexta Declaración y la llamada "la otra campaña. Pero ya no es sólo Chiapas...., es México y el mundo. Pero no nos apresuremos, no hay una clara posición programática, pero eso, transitoriamente, se compagina con una acción movilizadora. El futuro los está espe-rando, y no puede ser ni sectario ni carente de ideología. No hay multitud que supere a las clases sociales y no hay imperio" que no sea imperialista.

    Para contestar a los sectarios, ya Marx escribió hace más de un siglo que una acción reivindicativa concreta es más importante que diez programas teóricamente correctos e impolutos. La perfección no existe sino en la cabeza (en el intelecto), y es modificable dialécticamente, pues en la vida nada es estático. Un movimiento social puede avanzar más o menos, pero si avanza, eso se traducirá en la necesidad de precisar las concepciones. Resalto que no estoy proponiendo ninguna verdad verdadera, pues toda verdad es relativa dialécticamente hablando.

    Considero que el EZLN, a mi parecer, no ha tenido el programa (local, nacional e internacional) que es imprescindible para crecer, y su acción concreta quedó siempre a mitad de camino. Pedir una conjunción perfecta entre acción social y programa es pretender lo imposible, pues la perfección no existe y el socialismo no es una utopía sino un camino a recorrer y que se puede hacer de diferentes maneras.

    Una de las virtudes de este libro es que ayuda a comprender. Estoy convencido que existe un profundo sentimiento en grandes masas de la población latinoamericana, sean obreros, campesinos, intelectuales, o sean indios, mestizos, negros o mulatos o blancos, de verdadera insurrección frente a los gobiernos burgueses. Se expresa de maneras diferentes: piquetes, huelgas, ocupaciones de fábricas, toma de tierras, intentos insurreccionales concretos como el zapatismo, que todos juntos hacen que América Latina esté transitando un nuevo camino, que tiene diferentes desvíos, pero que están construyendo ese futuro que se prefigura en cada uno de manera a lo mejor distinta.

    No se trata de hacer una visión idílica de la revolución zapatista. Por el contrario, las contradicciones existentes se evidencian en el relato. Paradójicamente nos encontramos en una realidad más real, que la de aquellos que apoyan al EZLN de manera genérica y pensando en variables y costumbres que no son la de los indios-campesinos sino de intelectuales (al margen de la honestidad o no de sus presupuestos ideológicos y políticos por ahora). Porque entre estos últimos encontramos voces honestas y solidarias pero a veces también voces interesadas para no desafinar con el supuesto progresismo tan en boga y que no significa nada, y en general de mirada y concepción occidental.

    Conocer la realidad es desmontar fetiches. Y ello nos acerca más a la comprensión de los variados caminos que adopta su enfrentamiento a un sistema (capitalista sin duda) y que es depredador, asesino y dominante.

    El relato de Thibaut es un llamado de atención. La miseria, el hambre y la vivencia permanente con el enemigo pegado a la realidad zapatista, produce un desafío para nuestra comprensión que en definitiva es tomar conciencia de la necesidad de la revolución social latinoamericana.

    Los indios–campesinos de Chiapas (uno de los pueblos originarios) han estado abriendo huellas, que hay que transitar y tomar como jalones de partida para la construcción de la alternativa anticapitalista, aunque en las palabras haya una limitación significativa.

    Y esto vale no sólo para México sino hoy también para Bolivia, Perú, Brasil y Centroamérica donde hay movimientos que son levadura social de proyección incalculable y que no se pueden medir por esquemas o consignas propias de otras sociedades. La lucha de clases tiene sus propios matices nacionales o locales e ignorarlos es quedarse fuera de la historia, en mérito a una consigna.

    Alberto J. Pla

    Rosario (Argentina), enero de 2006

    Guillermo Almeyra, muy querido amigo

    Leí el libro que me enviaste y que, a la alimón (como suelen decir en la tauromaquia) hiciste con tu amigo Emiliano Thibaut y quiero decirte que, aunque no soy literata ni crítica ni nunca me atrevería siquiera a intentar hacer prólogo o exégesis, sí puedo afirmar que me encantó leerlo y por ello te escribo estas cuantas mal pergeñadas líneas.

    Como solía decir mi amado padre, no sé hacer manzanas pero los muchos años vividos ya me han enseñado a saber cuáles están maduras, y éstas, es decir, el libro referido, es una buena muestra de la plena madurez de las manzanas.

    Disfruté de la prosa ágil, ligera, sencilla y clara, de la Crónica del recorrido por territorios autónomos zapatistas escrita por Thibaut, rica en pormenores y pletórica del sentimiento solidario que lo movía al hacer el viaje, el difícil viaje por aquella tierra bella y pródiga pero plagada de dificultades que las carencias de toda índole atraviesan a cualquiera que intente internarse en aquellos lugares. Sus descripciones me trajeron recuerdos de visitas y de encuentros que otrora muchos hemos vivido, con análogas fatigas y gozos, que se entreveran sin cesar, pero en los que a la postre salen vencedores el goce, el placer, la alegría de ver, de sentir tan cerca la exuberancia de aquella tierra y de asomarse a las almas de quienes la habitan, hermanos que han sufrido injusticia, como la mayoría de este pueblo nuestro, como nosotras mismas, madres de los desaparecidos políticos mexicanos, que hemos visto pasar insolente la impunidad por más de treinta años.

    ¡Cómo disfruté la descripción del baño en el río de un grupo de adolescentes junto a sus caballos!; imaginaba la frescura del agua deslizándose por los lomos, seguramente sudorosos, de los equinos y la jocunda de aquella juventud en libertad... (¡Cuántas veces vi a mi hijo hacer lo mismo en tierra norteña!).

    En fin, que todo lo allí descrito me movió recuerdos y me dejó un suave y tierno sedimento... ¡Gracias! En cuanto a ti, Guillermo, querido y solidario amigo, qué me queda sino agradecerte por el enorme aporte que a las luchas libertarias de mi país has dado y del que este libro es muestra . Te agradezco que hayas vivido en esta tierra y te hayas vuelto parte de ella, con tus ideas, con tus enseñanzas, y que siempre hayas sido firme y fuerte en tus ideales y en tus convicciones. Me gusta que siempre dices y escribes lo que sientes y piensas, así truenen los que se oponen a ello.

    Mi hijo Jesús, que no conoces pero que sabes que el mal gobierno lo desapareció (como a tantos jóvenes en este dolorido continente) solía decirme que siempre hiciera lo que pensara y sintiera desde lo más profundo de mi ser, que era correcto aunque te quedes sola, recalcaba. Así lo he hecho y siempre he sentido que él tenía razón. Creo que tú piensas de la misma manera.

    Gracias Guillermo por todo lo que encierra este libro. Es un valioso acervo de documentos que enriquecerán el pensamiento de miles de habitantes de América y del mundo. Gracias.

    Rosario Ibarra

    México, D.F., a 13 de febrero del 2006

    Oventric, 2do aniversario del

    levantamiento, 1996

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    I. PALABRAS PREVIAS


    México, al igual que Bolivia, es un país particular de América Latina; en ambos –así como en Cubase produjeron grandes revoluciones armadas que destruyeron los ejércitos respectivos e impusieron un reparto agrario. En la conciencia profunda de las clases subalternas mexicanas está presente, pues, la Revolución de 1910-1920, sobre todo la de los pueblos indígenas autoorganizados de Morelos, dirigidos por Emiliano Zapata, y la de los pequeños campesinos que, con su División del Norte, seguían a Francisco Pancho Villa en sus hazañas militares. Es un país donde, a pesar de esa revolución, la mayoría de la gente sigue viviendo en la pobreza y casi la mitad de la población está en la miseria. En este grupo se incluye a las 56 etnias indígenas, dispersas por toda la geografía de este país compuesto por zonas muy diferenciadas por sus culturas ancestrales, la orografía, la hidrografía y la historia.

    Sin embargo, estas diferentes regiones han contado siempre con un aparato estatal sumamente centralizado y autoritario que domaba las veleidades de autonomía e imponía una capa de modernidad y modernización sobre una población que, si bien desde los años sesenta era ya mayoritariamente urbana, seguía viendo el mundo con los ojos de la vieja, viejísima, cultura campesina.

    Cuando las clases dominantes, a partir de 1982, comenzaron a aplicar las políticas neoliberales impuestas por la mundialización dirigida por el capital financiero internacional, la situación de los campesinos mexicanos –y todos los indígenas lo son– se tornó desesperada. Al mismo tiempo, se rompió el pacto tácito establecido por la Constitución de 1917 resultante de la Revolución Mexicana por el cual el Estado concedía a los obreros y campesinos, como tales, como corporaciones, tierra y derechos sociales. Esa fue la base de la crisis política y social que desde la década de los ochenta sacude al país.

    Por lo tanto, el levantamiento armado zapatista de enero de 1994 en el estado (en otros países equivalente a provincia o Departamento) de Chiapas, en el lejano Sur de México junto a Guatemala, sorprendió sólo a quienes no sabían ni ver, ni oír, ni prever. Si existió una rebelión anunciada –tanto que el ejército la había previsto y había concentrado tropas en la zona antes de su estallido– fue precisamente ésta. Anunciada por el pasado inmediato y más lejano, por la acumulación de pólvora social en el reducido territorio chiapaneco. Anunciada por la maduración de la ira indígena ante la combinación fatal de las políticas oficiales, por una parte, que condenaban a los campesinos –sobre todo indios– a una cruel miseria y, por la otra, la brutal caída de los precios del café, de cuyo cultivo sacaban éstos los magros ingresos que les permitían sobrevivir. Anunciada por el creciente nivel de conciencia y de organización que iban adquiriendo los indios-campesinos mientras, los de arriba, ciegos y sordos, mantenían imperturbables las formas de explotación y de opresión racial y social que habían enriquecido durante siglos a sus antepasados, verdaderos y feroces señores de horca y cuchillo.

    En efecto, hasta no hacía mucho, los indígenas habían tenido que cargar en sus lomos a los patrones como si fuesen acémilas para que no se enlodasen en los trechos intransitables, y eran obligados a bajar a la calle cediendo la acera a los de tez más blanca, o a esperar en las tiendas donde querían comprar u ofrecer algo hasta que el último blanco o mestizo hubiese sido atendido; y, entre otras muchas cosas, tenían prohibido montar a caballo. En 1974, por ejemplo, se denunció algo que podría haber sucedido en el Medioevo pero no en el siglo XX: el hacendado Belisario Castellanos, miembro de una familia tradicional de terratenientes, pagaba 25 centavos por día a 10 familias de peones acasillados tseltales. Cuando el Principal de éstos, Filemón García, le pidió el pago de 40 semanas de salarios impagos, Castellanos lo asesinó y ahuyentó a los demás trabajadores. Otro ejemplo: en sólo nueve años, desde 1976 hasta 1985, el ejido Nuevo Monte Líbano, en Ocosingo, fue arrasado tres veces por los hacendados y sus guardias blancas y por los soldados, porque los campesinos reclamaban sus tierras, que habían sido apropiadas por un terrateniente alemán.

    El México de los propietarios de la riqueza y del poder no olvidaba el pasado colonial en el que, a las diferencias de clase, se sumaban las de casta y de color, en una infinita gama de clasificaciones a cada cual más ofensiva de quienes eran el testimonio viviente de la violación de la Conquista y llevaban en la piel el documento de identidad como sobrevivientes de la derrota o como descendientes de esclavos, en todas las variaciones determinadas por la voluntad sexual de los amos o la promiscuidad resultante. Particularmente en Chiapas, donde no había llegado la Revolución Mexicana de 1910-1920 y se habían sentido muy débilmente los últimos ecos de ese proceso revolucionario –el gobierno de Lázaro Cárdenas, en los años 1930, que construyó las bases para la unificación del país– los terratenientes no se consideraban obligados a respetar ni siquiera la dignidad humana. Porque ellos creían demasiado en su propio poder y demasiado poco en el de sus explotados, a quienes mantenían en el analfabetismo, la degradante miseria y bajo la férula del partido de gobierno. En éste –el tragicómicamente llamado Partido Revolucionario Institucional– el último adjetivo de ese nombre tan contradictorio expresaba el verticalismo y la sumisión al poder central, y el primero una referencia hipócrita a la Revolución Mexicana expropiada y enterrada pero que todavía servía a sus sepultureros para tratar de legitimarse retóricamente ante las clases subalternas.

    Se podrá acusar con razón a esos terratenientes de que no tenían conciencia nacional –muchos de ellos eran, por otra parte, extranjeros– pero en cambio no se les puede decir que carecían de una conciencia de clase altamente desarrollada. En efecto, habían votado y habían hecho votar a sus servidores en 1824 la incorporación de Chiapas a México, separándose de Guatemala, porque la capital mexicana a principios del siglo XIX, dados los medios de transporte de la época y la carencia de caminos, estaba lejanísima, y lejano estaba entonces el poder central, mientras que el guatemalteco, en cambio, estaba cerca. Los terratenientes eran otros tantos caudillos locales e, independientemente de que fuesen liberales o conservadores, peleaban entre sí por el control de la tierra y de la enorme reserva de mano de obra indígena en condiciones serviles. Cuando los liberales derrotaron y expropiaron a la Iglesia, le quitaron las tierras y el poder que ésta había acumulado, pero también robaron las tierras de las comunidades. Ambos bandos –conservadores y liberales– se unían sin embargo ante la amenaza de una sublevación indígena, como la que se produjo al final de la guerra por derribar al Imperio de Maximiliano impuesto en 1867 por Napoleón III.[1]

    Cuando la Revolución, los terratenientes chiapanecos se opusieron naturalmente a ella armas en mano no sólo porque la dictadura de Porfirio Díaz los había beneficiado

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