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Plan Colombia

es un proyecto internacional constituido entre los gobiernos de Colombia y Estados Unidos. Su objetivo
principal es disminuir el tráfico de estupefacientes y resolver el actual conflicto armado que se vive en la nación suramericana.
Se concebió en 1999 durante las administraciones del presidente colombiano Andrés Pastrana Arango y el estadounidense Bill
Clinton con los objetivos específicos de generar una revitalización social y económica, terminar el conflicto armado y crear una
estrategia antinarcóticos.
El elemento más controvertido de este plan ha sido la estrategia de fumigaciones aéreas para erradicar los
cultivos de coca. Esta actividad ha sido blanco de críticas porque además de producir daños a los cultivos lícitos, afecta la
biodiversidad y tiene consecuencias de salud adversas sobre aquellas personas expuestas a los herbicidas. Según investigaciones
científicas en Francia, el uso del glifosato formulado en aspersiones aéreas provoca las primeras etapas de la cancerización en las
células.[1]
Los críticos de esta iniciativa también alegan que parte de la ayuda del Plan le ha llegado también a elementos de
las fuerzas de seguridad que están comprometidos con grupos paramilitares en abusos contra sectores de la población y
organizaciones de izquierda
Evolución del Plan .La versión original del Plan Colombia según la ideó el presidente Andrés Pastrana en
1998, una semana después de la primera ronda de las elecciones presidenciales, consistía en un Plan Marshall para Colombia El
argumento de Pastrana fue que “la coca era un problema social cuya solución debía incluir resolución del conflicto armado; los
países desarrollados deberían ayudarnos a implementar una especie de Plan Marshall para Colombia, el cual nos permitiría
desarrollar grandes inversiones en el campo social, con el fin de ofrecer a nuestros campesinos alternativas diferentes a los
cultivos ilícitos”
Después de la posesión de Pastrana, uno de los nombres dados a la iniciativa fue “Plan Colombia para la Paz", el
cual según Pastrana "era un conjunto de proyectos de desarrollo alternativo que canalizarían los esfuerzos de las organizaciones
multilaterales y gobiernos extranjeros hacia la sociedad colombiana”. Cuando el Plan Colombia fue presentado inicialmente, este
no hacía mención al combate del narcotráfico a través de un incremento en la ayuda militar y en las campañas de fumigación,
sino que enfatizaba la erradicación manual de los cultivos como una alternativa mejor
Durante una reunión de Pastrana con el presidente Bill Clinton en agosto de 1998, este discutió “la posibilidad de
asegurar un aumento en la ayuda para los proyectos antinarcóticos, desarrollo sostenible, la protección de los derechos humanos,
ayuda humanitaria, estímulo a la inversión privada y unión con otras donantes e instituciones financieras internacionales para
promover el crecimiento económico de Colombia”
Para el presidente Pastrana, hubo la necesidad de crear un documento oficial que específicamente “sirviera para
convocar la importante ayuda de los Estados Unidos, así como también la de otros países y organizaciones internacionales” y
adecuadamente tuviera en cuenta las preocupaciones de Estados Unidos. El gobierno colombiano también consideró que había
que arreglar las relaciones bilaterales que se habían deteriorado durante la administración de Ernesto Samper (1994-1998) Según
Pastrana, el subsecretario de estado Thomas Pickering eventualmente sugirió que, inicialmente, los EU podrían proporcionar
ayuda por un periodo de tres años, en lugar de continuar con paquetes anuales
Como resultado de estos contactos, la influencia de los EU fue extensiva, lo cual llevó a que el primer borrador
oficial se escribiera en inglés y no en español, y la versión en español no estuvo lista sino hasta varios meses después que la
versión final en inglés estuvo lista
Cuando los críticos y observadores se refieren a las diferencias entre las primeras versiones y los últimos
borradores señalan que originalmente el énfasis era el de lograr la paz y acabar la violencia, dentro del contexto de mantener las
conversaciones de paz con la guerrillas de la FARC siguiendo el principio de que la violencia del país tiene raíces profundas en
la exclusión, la desigualdad y la pobreza. El enfoque del Plan en la versión final era totalmente diferente y se había trasladado a
combatir el narcotráfico y fortalecer las fuerzas militares
El embajador Robert White afirmaba: “si usted lee el Plan Colombia Original, no el escrito por Washington, sino
el original, no hay mención alguna sobre los motivos contra los rebeldes de las FARC. Por el contrario, (Pastrana) dice que las
FARC son parte de la historia de Colombia y un fenómeno histórico que, el dice, ellos deben ser tratados como colombianos..
[Colombia] vienen y pide pan y usted Estados Unidos les da piedras.”[cita requerida]
El presidente Pastrana admitió que la mayoría de la ayuda de Estados Unidos estaba enfocada hacia la esfera
militar y antinarcóticos (en un 68%), pero argumentó que eso era un 17% del monto total de la ayuda prevista para el Plan
Colombia. El resto, según el presidente, sería donado por otras naciones e instituciones internacionales y seguiría enfocado al
desarrollo social y económico, por lo tanto Pastrana consideraba injusto que los críticos se enfocaran exclusivamente en la ayuda
de Estados Unidos y por ello llamaran "militarista" al Plan Colombia
Financiación .El plan original tenía un presupuesto de $ 7 500 000 de los cuales un 51% se dedicaría desarrollo
institucional y social, un 32% para combatir el narcotráfico, un 16% para revitalización social y económica y un 0,8% para
apoyar los procesos de negociación política con los grupos guerrilleros. Pastrana inicialmente solicitó $ 4 864 000 provenientes
de fondos colombianos (65%) y solicitó $ 2 636 000 a la comunidad internacional (35%)
La administración Clinton en Estados Unidos apoyó la iniciativa asistiendo con $ 1 300 000 y 500 miembros de
personal militar para entrenamiento de las fuerzas locales. Además 500 civiles fueron enviados para apoyar las actividades de
eliminación de los cultivos de coca. Esta ayuda fue una ayuda adicional a los $ 330 000 000 de ayuda militar previamente
entregados a Colombia. En 2000 se destinó una suma de $ 818 000 000 y en 2001 de $ 256 000 000. Estas partidas convirtieron
a Colombia en el tercer mayor receptor de ayuda de los Estados Unidos (puesto conservado hasta antes de las posteriores
invasiones y ocupaciones de Afganistán e Iraq)
Aunque Colombia ha buscado apoyo adicional de la Unión Europea y otros países, con la intención de financiar
el componente social del plan original, en un principio ha encontrado poca cooperación de los potenciales donantes de la ayuda
debido a que estos tienen poca intención de invertir dinero en iniciativas que ellos consideran como inciertas, y además
consideran que la ayuda militar que los Estados Unidos han proporcionado es indebidamente sesgada. Algunos países han
enviado ayudas de unos cientos de millones de dólares (Aproximadamente $ 128 600 000, 2,3% del total) pero la mayoría evitan
ser públicamente asociados con el Plan Colombia, por lo tanto las sumas recogida resultaron mucho más bajas de lo que
inicialmente se había propuesto
Guerra contra las drogas .Aunque el Plan Colombia tiene algunos componentes que buscan fomentar la ayuda
social y la reforma institucional en Colombia, la iniciativa es ampliamente considerada como un programa fundamentalmente de
ayuda militar y antinarcóticos
La justificación oficial en Estados Unidos es que este plan es parte de la Guerra contra las drogas. El Plan
Colombia ha tenido un gran apoyo entre miembros del congreso de Estados Unidos, quienes argumentan que los logros de este
programa incluyen la fumigación y erradicación de 1300 km² de plantaciones de coca en el 2003, lo cual ha prevenido la
producción de más de 500 t métricas de cocaína, agregando que se le habría negado un ingreso de más de $ 100 000 000 a los
narcotraficantes y a las organizaciones ilegales consideradas como terroristas por Colombia, Estados Unidos y la Unión Europea
Los críticos sospechan que el Plan tiene la lucha contra las fuerzas de guerrilla del país como uno de sus
principales objetivos, debido a que son grupos que ejercen gran influencia en vastas áreas del territorio del país. Algunos críticos
denuncian que algunos sectores campesinos e indígenas podrían ser considerados como blancos del Plan Colombia debido a que
estos reclaman reformas sociales y la protección y legalización de estos cultivos puesto que son fuente de ingreso así como
también una forma de expresión cultural
Por lo tanto denuncian que estos grupos podrían intervenir potencialmente con planes internacionales para la
explotación de los recursos naturales incluyendo el petróleo (Colombia es considerado como el séptimo u octavo suministrador
de petróleo a Estados Unidos, aunque estudios recientes apuntan a una reducción de las reservas actualmente conocidas, además
la exploración es escasa)[cita requerida]
De gran importancia dentro del paquete de ayudas aprobadas por el presidente Clinton es la denominada
“avanzada dentro del sur de Colombia”, un área que por décadas ha sido el fuerte del movimiento guerrillero más grande de
Colombia, las FARC, y es también una importante región productora de coca
Estos fondos fueron destinados para entrenamiento y equipamiento de los nuevos batallones antinarcóticos, para
la compra de helicópteros, para apoyo de inteligencia militar y para suministros para la erradicación de la coca
Al mismo tiempo que la asistencia es denominada como ayuda antinarcóticos, muchos creen que se usa
prioritariamente contra las FARC. Los que apoyan el plan argumentan que tal acción tendría sentido puesto que la diferencia
entre guerrilla y traficantes de droga es cada vez menos notoria y ven lo que se podría considerar como parte de la misma cadena
productiva
En junio del 2000, Amnistía Internacional emitió un comunicado en el cual criticaba la implementación del Plan
Colombia:
"El Plan Colombia se basa en un análisis que enfoca las raíces del conflicto desde el punto de vista de las drogas
y la crisis de los derechos humanos e ignora completamente las responsabilidades históricas del propio estado colombiano.
También ignora que las raíces profundas del conflicto están en la crisis de los derechos humanos. El Plan propone
principalmente una estrategia militar para atacar los cultivos ilícitos y el tráfico de drogas a través de una sustanciosa asistencia
militar a las fuerzas armadas y a la policía. Los programas de desarrollo social y humanitario que el programa incluyen no
alcanzan a disfrazar la naturaleza esencialmente militar del plan. Además, es aparente que el plan Colombia no es el resultado de
un proceso genuino de consulta con los organizaciones no gubernamentales nacionales ni internacionales que se espera
implementen los proyectos, ni con los beneficiarios de los proyectos humanitarios, de derechos humanos y de desarrollo social.
Como consecuencia, el componente de derechos humanos del plan es defectuoso."[cita requerida]
Al final de los años 1990, Colombia fue uno de los principales recipientes de ayuda militar del hemisferio
occidental y debido a su continuo conflicto interno tiene uno de los peores registros en derechos humanos, con la mayoría de las
atrocidades (desde los más directamente responsables hasta los menos directamente responsables) atribuida a las fuerzas
paramilitares, a los grupos guerrilleros insurgentes y a elementos de las fuerzas armadas y la policía
Un estudio de las Naciones Unidas reportaba que elementos de las fuerzas de seguridad, que han resultado
fortalecidos con el Plan Colombia y otras iniciativas, en algunas regiones continúan manteniendo relaciones próximas con
grupos paramilitares, en ocasiones ayudando a organizar o participando directamente en abusos y masacres o, como se
argumenta que es principalmente el caso, deliberadamente permaneciendo inactivas para prevenirlas. Los críticos del plan y de
otras iniciativas de ayuda a las fuerzas armadas de Colombia señalan éstas continuas acusaciones sobre abusos para argumentar
que el estado y las fuerzas militares colombianas deberían cortar todo nexo que persista con las fuerzas paramilitares ilegales, y
que para ello necesitan enjuiciar las crímenes pasados de los paramilitares y de su propio personal. Los que apoyan el plan
aseguran que el número y la escala de los abusos atribuidos directamente a las fuerzas del gobierno se han reducido gradual y
significativamente, y argumentan que han aumentado los enfrentamientos entre las fuerzas del gobierno y grupos paramilitares
(aunque estadísticamente siguen siendo bastante inferiores en comparación con las acciones contra la guerrilla)
Extensión bajo la administración Bush .En el 2001, el gobierno del Presidente de Estados Unidos, George W.
Bush expandió el programa mediante una partida de $ 676 000 000 para la Iniciativa andina contra las drogas. De esta partida,
aproximadamente $ 380 000 000 fueron para Colombia. El resto fue para los otros países Andinos incluidos dentro de la
iniciativa. La iniciativa del 2001 redujo las limitaciones al número y a las actividades de los contratistas civiles, permitiéndoseles
portar armas propias de las fuerzas armadas, lo cual, según el gobierno de los EE. UU., era expediente con vistas a la seguridad
del personal y del equipo durante las labores de fumigación. El Congreso de los EE. UU. rechazó modificaciones a la Iniciativa
andina que habrían redirigido el dinero hacia programas de reducción de la demanda en EE. UU., especialmente a través de la
fundación de programas de servicios de tratamiento a drogodependientes. Algunos críticos se opusieron al rechazo de estas
reformas, alegando que el problema de las drogas y sus múltiples repercusiones se abordarían de manera estructural atacando la
demanda y no la producción de las drogas, puesto que los cultivos siempre se pueden replantar en otros lugares fuera o dentro de
Colombia mientras se mantenga la viabilidad del mercado
En el 2004, los Estados Unidos asignaron partidas de aproximadamente $ 727 000 000 para la Iniciativa, $ 463
000 000 de los cuales fueron destinados al Plan Colombia
En octubre del 2004, el Senado estadounidense aprobó nuevas leyes militares, incrementando el número de
asesores militares estadounidenses que podían operar en el país como parte del Plan Colombia de 400 a 800 y el número de
contratistas militares privados de 400 a 600
El 15 de octubre del 2004, el senador John Kerry declaró durante su campaña y en una entrevista con su asesor
para asuntos latinoamericanos Meter Romero, publicada en diario El Tiempo su compromiso con la continuación del apoyo al
Plan Colombia y los esfuerzos realizados por el gobierno del Presidente Álvaro Uribe, enfatizando la necesidad de que el
gobierno colombiano: 1) mejorara la grave situación de los derechos humanos en el país, 2) cortara sus vínculos con los grupos
ultraderechistas irregulares, y 3) proporcionara una adecuada protección a todos los ciudadanos y trabajadores, mediante la
creación de sindicatos y grupos de derechos humanos
El 22 de noviembre de 2004, el presidente George W. Bush visitó Cartagena de Indias para respaldar las
políticas de seguridad del presidente Uribe, manifestando su apoyo a la continuación de las ayudas al Plan Colombia en el
futuro. Bush dijo que la iniciativa gozaba de un “amplio apoyo” en Estados Unidos y que el año siguiente el congreso renovaría
su apoyo
Resultados .Los resultados del Plan Colombia no han sido claros. Desde el punto de vista de los Gobiernos
estadounidense y colombiano, los resultados han sido positivos. Las cifras del Gobierno de los EE. UU. arrojan una reducción
significativa del cocal residual (total de cultivos menos cultivos erradicados) desde su nivel máximo de 2001, cuando el área
total se estimó en 1698 km² . En 2004 se había reducido a un estimado de 1140 km². A pesar de ello, la reducción efectiva
alcanzó su límite en 2004, permaneciendo constante el área de cocal residual, estimada en 1139 km² en 2003 y en 1140 km² en el
2004
En general, el área total del cocal residual aumentó de aproximadamente 2467 km² en 2003 a 2506 km² en 2004
Sin embargo, la inferior capacidad de producción de los nuevos cocales explicaría, según los Gobiernos de los Estados Unidos y
Colombia, el descenso en la producción de cocaína de un máximo de 700 t métricas en 2001 a 460 en 2003. [cita requerida]
El gobierno estadounidense admite que el precio de la cocaína en el mercado negro podría aumentar a causa de
la restricción de la oferta, y apunta a la existencia de reservas ocultas así como a diferentes métodos de burlar los esfuerzos de
erradicación, lo que permitiría un flujo constante de cocaína al mercado negro. Otros observadores critican la inefectividad del
Plan para detener la exportación ilegal de cocaína, proporcionar alternativas viables a los cocaleros y atender a los desplazados
por el conflicto. Según estos observadores, atacar los cocales en áreas concretas sólo lleva a su deslocalización, produciendo un
"efecto globo” (balloon effect)
Desplazados .Una de las consecuencias del Plan Colombia es el desplazamiento de miles de campesinos
colombianos como refugiados al Ecuador y a Venezuela. La Comisión de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos
estima que aproximadamente 180.000 colombianos han buscado refugio en el Ecuador y se han establecido en campamentos lo
largo de la frontera de ese país con Colombia.
11 de abril
Los sucesos políticos conocidos como Paro Petrolero de 2002-2003, llamado también Paro Nacional o Huelga
General consistieron en una huelga o paralización de actividades laborales y económicas de carácter general e indefinido contra
el gobierno de Venezuela presidido por Hugo Chávez, promovida principalmente por la patronal Fedecámaras y secundado por
la directiva y trabajadores de la nómina mayor de la empresa Petróleos de Venezuela (PDVSA), los partidos de oposición
aglutinados en la coalición Coordinadora Democrática, el sindicato Confederación de trabajadores de Venezuela (CTV), diversas
organizaciones políticas como Súmate e incluso medios de comunicación privados de prensa, radio y televisión. El paro se
extendió desde diciembre de 2002 hasta febrero de 2003, siendo una de las huelgas generales de mayor duración de la
historia[cita requerida]. Por los sectores simpatizantes del presidente Chávez, este evento es denominado "Sabotaje petrolero" o
"Golpe petrolero", mientras que en los sectores opositores se le ha llamado "Paro Cívico Nacional".
El Paro Petrolero de 2002-2003 comenzó siendo llamado "Huelga" por la oposición. Sin embargo, la situación
experimentada en Venezuela entre diciembre de 2002 y febrero de 2003 no se configura legalmente dentro del concepto
internacionalmente aceptado de huelga, ni en ninguna de sus categorías La huelga, es un concepto legal[cita requerida] definido
como "toda perturbación producida en el proceso productivo. Principalmente, la cesación temporal del trabajo, acordado por los
trabajadores, para la defensa y promoción de un objetivo laboral o socioeconómico."
Sin embargo, los motivos que perseguía la convocación de este Paro Petrolero nunca fueron laborales, sino que
más bien políticos, toda vez que el objetivo fue presionar al presidente Chávez para que sustituyese su política económica de
corte socialista por una más proclive al libre mercado, o bien presentase su renuncia a la Presidencia de la República, doblegado
ante las desastrosas consecuencias económicas derivadas de una acción de tal magnitud. Por otra parte, sus convocantes no
fueron trabajadores en búsqueda de mejora de condiciones o beneficios laborales; en su lugar, quienes figuran como principales
convocantes son el gremio empresarial, a través de Fedecámaras; los sindicatos, a través de la CTV; los Directivos de PDVSA y
la Coordinadora Democrática.
El 2 de diciembre de 2002, fecha en la que se da inicio a este evento, no se dio a conocer ante la opinión pública
la apertura de pliego conflictivo alguno, el cual es el requisito legal inherente al inicio del derecho a la huelga y que debe ser
presentado por los trabajadores ante las instancias administrativas laborales. Este paso característico y fundamental en el
ejercicio del derecho a la huelga no se realizó al inicio del Paro, como tampoco se cerró ningún pliego de conflicto al cesar el
mismo; pues nunca se había abierto. En consecuencia, el llamado Paro Petrolero de 2002-2003 no fue en modo alguno una
huelga, en su precisa y correcta concepción jurídica, sino una medida de protesta política cuyo objetivo fue expulsar de la
Presidencia a Hugo Chávez,[1] o cuando menos, obligarlo a abandonar su modelo económico socialista y propiciar el
establecimiento de políticas de libre mercado en la economía venezolana.
Los sucesos del 11 de abril marcaron la historia de Venezuela. Lo que parecía una manifestación pacífica se
convirtió en un intercambio de disparos que dejó un saldo de 20 muertos y cientos de heridos. La sociedad se movilizó, a pesar
de no pertenecer a partido político alguno, ni tener una vocería organizada.
Esta manifestación no fue para derrocar al Gobierno ni para dar un golpe de Estado sino para expresarse ante las
continuas medidas que estaba tomando el presidente de la República, Hugo Chávez.
Pero el móvil de la marcha del 11 de abril de 2002 fue resultado de lo que se venía acumulando y tiene como
antecedente el 10 de diciembre del 2001, día en el cual Fedecámaras convocó un paro cívico como protesta contra la forma de
aprobación y contenido de un paquete de 49 leyes sancionadas en noviembre de ese mismo año por la Asamblea Nacional.
Para el Foro de los Lunes del diario El Carabobeño tuvimos como invitado al profesor Amalio Belmonte,
secretario de la Universidad Central de Venezuela, quien desde el punto de vista sociopolítico realizó un análisis a fondo de las
implicaciones de los sucesos del 11 de abril y consideró que, luego de la gran movilización en 2002, la sociedad venezolana
construyó un gran muro de contención para impedir que se imponga un pensamiento único.
A pesar de que aseguró que no apoya las medidas que tomó el ex presidente de Fedecámaras Pedro Carmona
Estanga, quien se juramentó a sí mismo Presidente de la República la madrugada del 12 de abril, nombró su gabinete y dictó un
decreto disolviendo la Asamblea Nacional, Belmonte indicó que no se puede ocultar la gran movilización de la sociedad que
clamaba por democracia, participación y colocó vallas a lo que estaba por venir, como una especie de avalancha autoritaria.
“Una gran parte de la sociedad que se negaba a la imposición de un modelo político, un pensamiento único, que
se legitime en Venezuela una autocracia, fue construyendo grandes muros de contención democrática de manera muy importante
en 2002, es verdad que hay un síndrome del 11 de abril en Venezuela, porque la exclusión breve del presidente Chávez de su
cargo y el decreto Carmona Estanga, que acompañó a eso, ha marcado y ha impedido hasta hoy llegar al problema de fondo,
porque al Gobierno le interesa mostrar la parte conveniente. Pero la verdad política es que en Venezuela hubo una movilización
enorme e inusual en su historia política”, indicó.
Desde su oficina en el Rectorado de la UCV, el profesor universitario explicó que existe un “síndrome del 11 de
abril”, que ha sido muy útil para el Gobierno y algo muy difícil para la oposición. Señaló que el presidente Chávez ha utilizado
estos hechos para descalificar a la oposición, para colocarse de víctima y recordarle a la disidencia opositora que es golpista.
Mientras que en el caso de la oposición ha servido de mácula con la cual ha tenido que cargar.
Antecedentes del 11 de abril de 2002
Para el secretario de la Universidad Central de Venezuela (UCV), el contenido de la marcha del 11 de abril de
2002 tiene como antecedente el 10 de diciembre de 2001, cuando Fedecámaras convocó a un paro bien concebido, organizado y
muy inteligente.
“El país se paralizó para protestar por un conjunto de leyes que el Gobierno quería imponerle y tuvo un tiempo
muy concreto, Venezuela se paró hasta las 6 de la tarde, casi todo el sector económico paralizó sus actividades, evidenciando que
había un movimiento contrario al Presidente de la República”, explicó.
Destacó que los antecedentes del 11 de abril de 2002 son muy importantes y tienen grandes consecuencias de
carácter sociológico y político, cuya dimensión no ha sido examinada, pues comentó que sólo se recuerda el desplazamiento de
Hugo Chávez de la Presidencia de la República por 48 horas, lo cual ha impedido que se examine lo que hay de fondo.
Según el profesor universitario, parte de lo que se movió en 2002 a partir del 11 de abril y el antecedentes en
2001, cuando hubo el gran paro contra el paquete de las leyes, ha demostrado que la sociedad venezolana no está desmovilizada,
que las personas que no apoyan al Presidente no están desmotivadas; “están allí y se han expresado en el referéndum, las
elecciones presidenciales, las elecciones para alcaldes y gobernadores”.
Con su gran experiencia a lo largo de los años en la materia sociopolítica, Belmonte aseguró que los sucesos del
11, 12 y 13 de abril han permitido a la sociedad venezolana defenderse frente al intento del Presidente de la República de
imponer en Venezuela un modelo político, con el que, a su juicio, la mitad del país no está de acuerdo.
“Esa movilización del 11 de abril no fue para derrocar al Gobierno ni para dar un golpe de Estado, pero
lamentablemente los sucesos que ocurrieron luego de llegar a Puente Llaguno han anulado lo esencial del asunto. No niego que
sea importante lo que pasó con el decreto autoritario y antidemocrático de Carmona Estanga, pero también hay que señalar que
hubo una sociedad que estaba moviéndose para expresarse que estaba silente, que no se había manifestado”, señaló Belmonte.
El secretario de la UCV explicó que el Gobierno volteó las cosas, hizo ver internacionalmente que simplemente
era un grupo de derecha que organizó una manifestación pequeña para intentar sustituirlo de su cargo. “A pesar de que el
Presidente en su primer discurso admitió la importancia de lo que había ocurrido, quiso rectificar, porque sabía que no se trataba
sólo de Pedro Carmona Estanga y unos cuantos generales, sino que había un mar de fondo en la sociedad venezolana, una gran
sociedad que se movilizó no para dar un golpe de estado, sino para decirle al Presidente de la República que estaba actuando
equivocadamente y que el pueblo quería tener participación en la discusión del futuro del país”.
Después de siete años, el país sigue polarizado
El invitado para el Foro de los Lunes, aseguró que después de siete años del 11 de abril de 2002, la sociedad
sigue estando polarizada y logró dividir aún más al país en dos bandos.
“Aun cuando hay espacios en que esa diatriba es menor, sin lugar a dudas nos transformó en una sociedad en
permanente conflicto, no hay sosiego, concertación ni mecanismos para que la gente se entienda políticamente”, expresó.
Belmonte consideró que el Gobierno se radicalizó e impide que haya acuerdo con otras partes. No existe casi
actividad, escena e institución donde no se refleje esa polarización, que a su juicio, ha llegado incluso a niveles donde la
sociedad deja de leer libros, ver películas o escuchar canciones porque tienen contenidos capitalistas.

Destacó que la población volverá a movilizarse frente a las amenazas del presidente Chávez, “en aquel momento
había una reacción a las políticas del Gobierno, en este momento estamos en la etapa más radicalizada del Gobierno, se está
moviendo la etapa en la cual el Gobierno pareciera que está marchando hacia adelante sin importarle lo que se pudiera llevar,
incluyendo la democracia”.
Agregó Belmonte que el Ejecutivo Nacional quiere arremeter hasta contra su propia Constitución, la cual vendió
a la sociedad como documento magno de la historia política venezolana; sin embargo, hoy es en buena medida un obstáculo para
las verdaderas pretensiones del presidente Chávez.
“Pareciera que fuera expoliado por la radicalidad, es muy peligroso porque pudiera arrollar la Constitución y
definitivamente confiscar los espacios democráticos en los cuales se desarrolla el movimiento opositor. Hasta hoy no ha habido
en la historia del mundo un régimen autoritario-socialista que no lo haga por la vía de la hegemonía absoluta”, indicó.
Gobierno pretende confiscar la sociedad
Belmonte afirmó que el Gobierno ya tocó el Estado y ahora quiere confiscar la sociedad, creando estructuras
paralelas; es decir, va construyendo una especie de dualidad de poder. “Todas las revoluciones dicen que hay que crear una
dualidad de poder para luego tomar el poder absoluto”.
Consideró que las movilizaciones del 2002 son las que pueden permitir que los sectores democráticos
venezolanos se organicen para defenderse hoy en día frente a la arremetida del Gobierno Nacional de confiscar los espacios
públicos, excluir a la oposición y el pensamiento democrático, “eso que ocurrió no fue porque los partidos políticos lo
convocaran, sino porque hubo una cultura democrática latente que se pudo expresar en ese momento.
Manifestó que todas esas marchas y movilizaciones que se hicieron en el 2002 demostraron que estaba viva la
sociedad aun cuando no tenían forma orgánica de expresarse.
Sin consolidarse vanguardia política opositora
Según Amalio Belmonte, sigue sin consolidarse en el país una vanguardia política que le dé capacidad de acción
a esos millones de venezolanos que están en contra de que se imponga un régimen autoritario. Mientras que, a su juicio, el
Presidente ha logrado consolidarse como jefe militar y político, entiende su rol en el país como una suerte de Presidente civil-
militar, tanto así que logró reformar la ley para lograr un grado que lo equiparara de comandante, como el que tiene Fidel Castro.
El secretario de la Universidad Central de Venezuela explicó que, a partir del 11 de abril, los disidentes y los que
piensen distinto al Gobierno son enemigos internos, lo cual es un factor muy presente en los sistemas dictatoriales. “Cuando hay
un enemigo interno la polarización es mayor, porque se considera en la política enemigo-amigo, eso se venía gestando, sin
embargo, después del 11 de abril se hizo más profunda”.
Para el profesor Belmonte, la oposición en general ha entendido que utilizar al máximo los espacios que todavía
le dan la Constitución y las leyes por la vía democrática siempre es certero hacerlo. Además, comprendieron la importancia de la
participación, aprendieron a no autoexcluirse de ningún espacio y que hay una reserva democrática en la sociedad venezolana
muy profunda.
Amenazas internas
La Armada de Venezuela realizará la última etapa del entrenamiento programada para 2005, con una operación
cívica que permitirá optimizar las condiciones de este componente de la Fuerza Armada Nacional (FAN) para enfrentar
amenazas internas y externas.
El comandante de operaciones de la Armada, vicealmirante Alberto Chirinos Medina, anunció que este
componente desarrolla desde el pasado 12 de octubre y hasta el 6 de noviembre una operación cívico militar en las zonas navales
de occidente, centro, oriente y en el Orinoco.
"Nos estamos preparando para los eventos que puedan suceder en un futuro porque para nadie es un secreto las
riquezas que nuestro país tiene, sobre todo por la situación crítica del mercado energético", dijo.

Chirinos Medina detalló que más de cinco mil efectivos de la Armada realizarán labores de evacuación de
poblaciones, en caso de desastre naturales, ejercicios de soberanía, de defensa integral de la nación y de asistencia humanitaria.
La operación está programada en siete fases: Macuro (en el oriente del país), Arawaco (en Isla de Aves), Wayuu
(en occidente), Caribe (en el centro), Kariña (en occidente) y Warao (en la zona naval del Orinoco).
Una de las fases más importante es Kariña, ya que incluye un ejercicio de defensa integral de la nación con la
simulación de una invasión y la participación de la guardia territorial y la reserva nacional, según Chirinos Medina.
Esta operación se ejecutará del 3 al 6 de noviembre en la zona naval de Oriente, a cargo del contralmirante
Douglas Clemente.
En las poblaciones de San Juan de las Galdonas y San Juan de Unare, ubicados en la península de Paria en el
estado Sucre, efectivos de la Armada realizarán un desembarco anfibio y los habitantes de la zona serán instruidos con los
conceptos de defe
También los efectivos pondrán en práctica las nociones de zonas de desgaste y zonas de resistencia.
Chirinos Medina afirmó que la guardia territorial y la reserva nacional apoyarán en las labores de resistencia a
los habitantes de la Península de Paria.
Otra de las actividades programadas es el patrullaje en el río San Juan hasta la población de Caripito, a fin de
hacer presencia naval y control de tráfico fluvial.
Con respecto a los ejercicios de evacuación por causa de desastres y fenómenos naturales, Chirinos Medina
explicó que son tres: “Uno que ya se efectuó en la Vela de Coro, una segunda actividad en Vargas, programada para los días
viernes y sábado próximos, y otra en el estado Sucre para la semana que viene”, refirió.
En el caso del estado Vargas, el ejercicio se realizará entre el 19 y el 21 de este mes en la población de Naiguatá
y consistirá en la simulación de la presencia de un fenómeno atmosférico de alta intensidad (huracán).
En el desarrollo de la actividad participarán la comunidad de Naiguatá, autoridades civiles, representantes de
Protección Civil, de la Cruz Roja, de grupos de rescate de la región, de organismos de seguridad locales y de las unidades
militares acantonadas en la entidad.
Para esta simulación, la Armada empleará embarcaciones de transporte, una lancha guardacostas tipo Gavión,
dos helicópteros de la Aviación Militar y una lancha de vigilancia costera.
El 6 de noviembre, la Armada realizará una jornada de asistencia humanitaria en la población de Macanao,
estado Nueva Esparta, donde la población recibirá atención médico-quirúrgica, odontológica, medicina general y pediátrica.
Además podrán contar con asistencia jurídica, renovación de cédulas y de licencias de conducir.
Defensa de la soberanía

AMÉRICA LATINA Y LA POLÍTICA DE SEGURIDAD Y DEFENSA


Dado el poderío de los Estados Unidos a mediados de la década de los cuarenta, Washington retorna de nuevo a
su política inspirada en la Doctrina Monroe de no tolerar ninguna intromisión extranjera en los asuntos americanos. Se traza
como meta fundamental eliminar la competencia extranjera en su totalidad de América Latina y mantener alejado y proscrito al
comunismo internacional. En este sentido, tanto América Latina como Venezuela quedaron dentro del área de influencia del
encuadre ideológico definido por los Estados Unidos. Las relaciones de dependencia generadas e intensificadas por el desarrollo
de la Guerra Fría impusieron a la región una política de seguridad y defensa dirigida a asegurar los intereses de los Estados
Unidos en América Latina (la instrumentación de esta política se realizaba con la anuencia y participación de importantes
sectores nacionales).
De cualquier manera, en la esfera de la seguridad y defensa en el contexto de la Guerrra Fría los contenidos y
conceptualizaciones del Manual de Planificación de Seguridad y Defensa Nacional, el Manual de Acción Conjunta, la Ley
Orgánica de Seguridad y Defensa elaborados por el Estado Mayor Conjunto del Ejército Venezolano se realizaban bajo la guía
estricta de lo dipuesto en los documentos elaborados por el Colegio Interamericano de Defensa con sede en Washington. Pero,
además, entre los instrumentos creados por los Estados Unidos para la aplicación de su política de defensa hemisférica, se
destacaban:
1) El Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) concebido con el propósito de cohesionar
militarmente a la región ante una eventual intervención extranjera (en la práctica se convirtió en una forma velada de
intervención norteamericana en América Latina); 2) La Carta de Bogotá se constituyó en la guía política de la OEA y bajo su
orientación se justificó la intervención política-militar (mediante una serie de resoluciones de la OEA los Estados Unidos
lograron identificar con la tesis de la penetración comunista a toda acción política contraria a sus intereses económicos y
político-militares).
No habría que soslayar en estas consideraciones el hecho fundamental del papel geoestratégico de Venezuela en
el contexto de la Guerra Fría. Estados Unidos, como consecuencia del agotamiento de sus reservas petroleras, al concluir la
Segunda Posguerra, definió a Venezuela como su fuente de abastecimiento más segura y confiable de esta materia prima
estratégica. No sólo por la cercanía geográfica sino también por las condiciones favorables e inmejorables de explotación del
petróleo venezolano por parte de las compañías extranjeras. En Venezuela durante el periodo de la Guerra Fría mantuvo intacta
la política de Seguridad y Defensa centrada en las Fuerzas Armadas como el estamento dirigente y ejecutor de esa política. En
este sentido, no se realizaron cambios sustantivos dirigidos a establecer una política autónoma en términos de soberanía nacional
y de autodeterminación del pueblo venezolano.
Unión cívico militar
Como en otros países de la región, en Venezuela se impuso la distinción entre civiles y militares. Durante el
período histórico de la IV República (1830-1999), se configuró una cultura y práctica políticas basadas en las componendas para
mantener el reparto del poder entre ambos estamentos.
A partir del siglo XX, durante los gobiernos de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, se sientan las bases de la
“modernización” y fortalecimiento institucional del ejército, imponiendo disciplina y cohesión; es el fin de un largo período de
caudillismos regionalistas. El reacomodo de las relaciones de poder, signadas por la centralización y por una mayor sujeción al
imperio -en el caso gomecista-, no contemplaba los más elementales mecanismos de legitimación democrática. Se consolida una
burocracia clientelar cívico-militar, enriquecida por el incipiente negocio de la exportación petrolera.
Tras un breve período de democratización de la sociedad y sus instituciones (1936-1945), que resultó frustrado por el golpe de
Estado perpetrado por civiles y militares vinculados al partido Acción Democrática, resurgen las viejas prácticas políticas
dirigidas a la toma del poder por vías extralegales, viabilizadas mediante pactos cívicos-militares de espaldas al pueblo. A partir
de 1958, con la instauración de la democracia representativa, el nuevo reacomodo de las relaciones de poder oligárquico-
imperialista le asigna roles institucionales a civiles y militares en materia de seguridad estratégica y seguridad interna, obviando
el hecho de que el ejercicio integral de ciudadanía implica responsabilidades compartidas, indistintamente de la pertenencia a
esos dos ámbitos. Debido a que dicha división de roles obedeció a la necesidad de algunos de perpetuar las relaciones de poder
establecidas por dicha alianza estratégica oligárquico-imperialista y no a un auténtico proyecto de país, el resultado fue el
empleo concertado de las Fuerzas Armadas por dichos sectores civiles y militares en detrimento de la ciudadanía y de los
intereses nacionales.
El Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR); los documentos de Santa Fe; el adoctrinamiento fascista y la
capacitación en técnicas de terrorismo de Estado en la Escuela de las Américas y la aplicación de la Guerra de Baja Intensidad
tuvieron en las cúpulas militares venezolanas instrumentos dóciles y obedientes. El balance es conocido: el “mantenimiento del
orden interno” se tradujo en decenas de miles de personas perseguidas, detenidas arbitrariamente, torturadas, sometidas a juicios
civiles y militares amañados, desaparecidas, asesinadas...
Para reprimir los intentos de cambio social, el imperio implementa en la región a partir de los años 80 el modelo de “Guerra de
Baja Intensidad” que impone a las Fuerzas Armadas un nuevo ordenamiento técnico y doctrinario de carácter abiertamente
represivo y anti-popular, creando la imagen del “enemigo interno”. Mediante la asignación de ese rol institucional represivo y
los popularmente llamados “bozales de arepa”, que con prebendas compraban la complicidad militar con la corrupción civil, se
distrajo la atención de los militares respecto a la conducción política del país. Las cúpulas de los partidos AD y Copei configuran
una relación orgánica con los altos mandos militares, según la cual, éstos protegen con las armas el status quo, a cambio de
inmunidades, áreas de influencia monopólica y privilegios institucionales o profesionales.
Los militares identificados como potencialmente peligrosos para el mantenimiento del status quo eran enviados a “custodiar las
fronteras”; así, se desarticulaba y neutralizaba cualquier intento de cuestionar los privilegios detentados por las élites a costa de
la creciente pobreza e injusticia en el seno del pueblo y de la entrega dócil de las riquezas nacionales al imperio. El mito del
Control Civil sobre las Fuerzas Armadas no fue otra cosa que la negociación permanente de privilegios en un marco de no
injerencia en las “zonas de influencia” preestablecidas para las cúpulas civil y militar.
La masacre de cientos de personas durante el “caracazo” -27 y 28 de febrero de 1989-, provocada por el gobierno adeco de
Carlos Andrés Pérez, usando la fuerza militar para reprimir las protestas populares contrarias a las medidas neoliberales
impuestas por el FMI, marcó un hito en las relaciones cívicos-militares. Desde entonces, los nuevos militares se negaron a
continuar el genocidio del pueblo y, en el seno de los cuarteles se rescató -en condiciones de clandestinidad- el legado
bolivariano de identificación con las luchas populares. En Febrero de 1989 se inició así el fin de las relaciones cívico-militares
puntofijistas.
Signo de nuevos tiempos
Una década después del 27-F, la asunción del Gobierno Bolivariano (Febrero de 1999), propicia la convivencia entre civiles y
militares, que se ha vuelto un hecho más cotidiano y evidencia la evolución política de Venezuela. La composición social del
ejército, de extracción popular, el resurgimiento del ideario bolivariano y la degradación moral precedente, determinaron el
surgimiento de una nueva generación de militares decidida a acercarse al pueblo y a defender la Constitución que éste se dio
soberanamente.
En sus palabras con motivo del Acto de Transmisión de mando del Comando General del Ejército, el 16 de Enero de 2004, el
General de División Raúl Isaías Baduel increpó sobre la necesidad de superar la situación de aislamiento del sector militar
respecto a la dinámica política y social del país, convocando a la disposición militar a darle respuesta a las prioridades y
necesidades demandadas por la sociedad y el Estado: “Ya es imposible la figura del militar indiferente, sin la capacidad de
insertarse en los distintos modos de producción de la sociedad, donde su aporte de conocimiento sea valorado en cuanto a las
necesidades inherentes al Estado.”
(http://www.geocities.com/rbolivariana2004/op200401/disbaduel.htm)
La reflexión de Baduel coincide con las apreciaciones del entonces ministro de la Defensa, JV Rangel, acerca de cómo insurgió
la alianza cívico-militar bolivariana del seno de las contradicciones del modelo puntofijista: (...) “es gracias a esos momentos de
confrontación (...) que pudo establecerse una genuina integración hacia el desarrollo sostenido de una sociedad productiva, que
tuviera como norte el humanismo y la ciencia, como una prioridad de todos los venezolanos, tanto militares como civiles, en una
comunicación mancomunada que permitiera superar los escollos de la dependencia y el subdesarrollo.
Sólo así, con el esfuerzo de todos, nuestro país podrá tener acceso a una mejor educación, a una economía más eficiente, a un
mayor bienestar social que pueda garantizar una calidad de vida verdaderamente democrática.”
En su alocución al país, el 23 de febrero de 2001, con motivo de la asunción del cargo de Ministro de la Defensa, José Vicente
Rangel señaló: “En la base de este singular proceso está la alianza Pueblo-Fuerza Armada, de ello no cabe la menor duda. Si no
fuese así y viviéramos otras circunstancias, la Fuerza Armada habría frustrado el proceso de cambio o el desbordamiento popular
habría lanzado el país al abismo. En vez de la asonada o el caos existe un orden que nada tiene que ver con las viejas nociones
que acompañaron este principio. El orden de la nueva alianza, Fuerza Armada-Pueblo, excluye la represión que caracterizó el
pasado dictatorial o democrático representativo, y refrendó una concepción con profundas raíces humanistas y claro sentido
social.” Agregando: (...) “la Fuerza Armada se ha articulado aun más, ha potenciado su eficacia y afirmado su condición de
garante de la seguridad nacional en esta nueva política de interacción. La composición regional y social de los cuadros
profesionales de la Fuerza Armada, de las sucesivas generaciones de oficiales, sustenta esa comprensión respecto a los cambios,
ya que ellos representan a Venezuela en su plena dimensión.”
Otra coincidencia entre ambos discursos es la advertencia del Gral. Baduel sobre los riesgos que entraña la escisión social :“Una
tendencia muy preocupante asociada a la pobreza es el riesgo de la incomunicación entre civilizaciones, vivimos internamente
entre nuestras propias naciones dos tipos de civilizaciones, las de los exitosos y la de los excluidos, tenemos que crear puentes de
comunicación, bases de diálogos, generación de responsabilidad y compasión, esta vocación apostólica debe definirse en
términos de desarrollo, una vez más el paradigma de solución a la pobreza y de exclusión es el ideal educativo como fuerza
liberadora.”
Servidores y garantes juramentados de la soberanía nacional
El subtítulo antedicho es tomado de las palabras del Gral. Baduel para referirse a la misión esencial de la Fuerza Armada
venezolana. El ministro señala: “Lo militar y el militar, conforman parte de la anatomía del poder, cuya fuente originaria lo
deciden la voluntad del colectivo para llenar de legitimad a los poderes constituidos y de ese poder el estamento armado y por
ende el ejército de Venezuela (...) es instrumento de este aludido poder, ajustando su ejecutar a la Constitución de la República
Bolivariana de Venezuela y al cuerpo de leyes que delinean el empleo operaciones del soldado.
El poder el ejército no es entonces condigno, no es condicionado, ni siquiera compensatorio, es solo el uso central de la fuerza
sujeto al concepto estratégico del Estado venezolano frente a amenazas identificadas. En consecuencia el entrenamiento, la
destreza y la actuación de los hombres como una unidad imaginaria de guerra, apunta aunque paradójicamente a mantener la paz,
a disuadir la amenaza para que la nación tenga senderos ciertos, logre el bienestar pero sobre todo el desarrollo y la ejecución
económica y social que son los paradigmas demandados con justo derecho por el pueblo venezolano a quien nos debemos.”
Como en el pasado independentista, hoy la defensa de Venezuela es responsabilidad compartida de civiles y militares, quienes
deben enfrentar las amenazas internas y externas.
El empleo racional del poder militar
La culminación de la confrontación este-oeste conduce a la Humanidad a un nuevo período histórico, llamado pos “guerra fría”
y/o “nuevo orden mundial”, que implica la complejización de las relaciones internacionales y devela la confrontación norte-sur,
la cual le es inherente a las relaciones capitalistas y, aunque estuvo opacada por la mencionada confrontación este-oeste, ahora
queda al descubierto en toda su crudeza. El imperio impone las guerras de nuevo tipo, guerras psicológicas, de información y
simbólicas, donde actores no estatales, antes subsidiarios, cobran protagonismo: Medios de información masiva, grupos
paramilitares y/o terroristas, empresas transnacionales, organismos internacionales privados e intergubernamentales que atizan
y/o legitiman la guerra.
Ese nuevo escenario mundial que impacta negativamente a Venezuela, como a todos los países del Sur, conlleva amenazas
internas y externas que obedecen a una misma estrategia de dominación y, por tanto, se hallan estrechamente vinculadas, aunque
de manera asimétrica: los factores de poder internos operan como socios menores de una alianza imperialista que dicta la
estrategia y negocia las tácticas y la distribución de los recursos. Se cierne sobre Venezuela la amenaza de la intervención
internacional. Las “guerras preventivas”, llamadas “antiterroristas”, son las salidas de facto empleadas por el imperio cuando
como en Venezuela, fracasan los intentos de derrocar gobiernos usando a sus actores internos en cada país, mediante golpes de
Estado y fraudes electorales. La descalificación del Gobierno Bolivariano como una supuesta manifestación de una tendencia
supuestamente “amenazante”, identificada como “populismo radical” es sintomática.
Las cúpulas partidistas adecas y copeyanas, aunadas a cúpulas empresariales, pretenden mediante alianzas golpistas con algunos
sectores militares y recibiendo un fuerte apoyo mediático e internacional, reeditar salidas de facto (ya ensayadas en los golpes de
Estado de 1945 y 2002) o “salidas electorales” a la medida de sus intereses. Tales como el electoralista “Pacto de Punto Fijo”
(que desvirtuó el espíritu inicialmente democrático de la insurrección cívico-militar del 23 de enero de 1958, instaurando
modelos de democracia y de desarrollo autoritarios y excluyentes) o la “salida electoral” fraudulenta que pretenden imponerle al
país mediante fraudes que permitan convocar un referendo revocatorio del mandato presidencial, fórmula ensayada en los
últimos dos años. En cualquier caso, buscan impedir los procesos de democratización y de cambio social y facilitar el reacomodo
de las relaciones de poder oligárquico-imperialista. Así, la Historia contemporánea de Venezuela nos enseña que no todos los
civiles son civilistas y demócratas y, por otra parte, que no todos los militares son militaristas y antidemócratas.
Dicho escenario pone a prueba el carácter nacionalista, constitucionalista y democrático del Ejército venezolano y su disposición
defensiva. El Gral. Baduel afirma al respecto: “Todos los comandos de todas la unidades en todos los niveles deben mantenerse
alerta, siempre dispuestos a la defensa y no a la agresión, dispuestos siempre al logro de la paz, defendiendo los intereses
legítimos y la integridad territorial venezolana (...). El objeto de una buena estrategia de disolución es eliminar el uso de la fuerza
como opción aceptable y conveniente por parte de un adversario que quiere ponernos su voluntad en un asunto en disputo.
Debemos garantizar, una sociedad estable y segura, siguiendo con respeto al colectivo con un gran espíritu de cuerpo,
cumpliendo con nuestra misión asignada con la Constitución dentro del marco con las políticas públicas con la defensa del
Estado para bienestar del pueblo venezolano”.

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